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Historia y Sociedad

Print version ISSN 0121-8417

Hist. Soc.  no.28 Medellín Jan./June 2015

https://doi.org/10.15446/hys.n28.48127 

http://dx.doi.org/10.15446/hys.n28.48127

ARTÍCULO DE REFLEXIÓN

 

Las letras antimíticas de Rodolfo Walsh. Una historia sobre el desgarramiento identitario. Argentina, 1955-1977

 

Rodolfo Walsh's anti-mythical writings. A history about identity tearing. Argentina 1955-1977

 

 

Nathaly Rodríguez Sánchez**

** Doctorante en Historia del Colegio de México. Investigadora del Grupo de Investigación en Teoría Política Contemporánea de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. México D.F.-México. Correo electrónico: natalyrs21@gmail.com

 

Artículo recibido el 5 de febrero de 2014 y aprobado el 30 de mayo de 2014

 


Resumen

El artículo utiliza la obra literaria y periodística de Rodolfo Walsh como fuente para escribir una historia de la ruptura con el sentimiento nacionalista en Argentina entre 1955 y 1977. Recorre la historia de producción literaria del autor entendiéndola como una que va de la mano con la transformación del contexto político y social de una Argentina que enfrentó a mediados del siglo XX los embates de la confrontación ideológica, de la fragmentación política de las bases sociales, y del establecimiento y radicalización de la represión gubernamental. Propone la categoría de desgarramiento identitario como una herramienta útil para historizar la sensación de desgarramiento de la identidad subjetiva con respecto a la identidad nacional. Una situación que tiene lugar en periodos previos a la declaración de un conflicto bélico abierto, y que pone en juego la estabilidad de aquel Estado-nación en el que se fraguan las identidades en disputa.

Palabras clave: Rodolfo Walsh, Argentina, nacionalismo, identidad.


Abstract

The article uses Rodolfo Walsh's literary and journalistic work as a source to write a history about the rupture of nationalist feeling in Argentina between 1955 and 1977. It reviews the author's literary production like one that is linked with three issues of Argentina's history. First with the transformation of social context in that period because of ideological confrontation, second with the political fragmentation of the social bases, and last, with the establishment and radicalization of government repression. It proposes the category of tearing-of-identity like a useful tool to make a history about the feeling of subjective identity's tearing with regarding the national identity. A situation that happens before open war declaration, and brings into play Nation-State stability.

Keywords: Rodolfo Walsh, Argentina, nationalism, identity.


 

 

Introducción

Desgarramiento identitario y nación esquizofrénica. Fuentes para su estudio

Apartemos la mirada de las connotaciones de enfermedad que suponen los términos desgarramiento y esquizofrenia. Instalémonos en la expresión de dolor y confusión interna que invocan. El desgarramiento identitario es la sensación que sobreviene cuando las muchas cosas en común de las compartidas por todos los individuos de una comunidad nacional –parafraseando a Renan.1– ya no parecen ser tantas. Pero es desgarramiento todavía, no fractura abierta, y por eso duele de forma sostenida, pero aún soportable. Es la conmoción que suscitan las acusaciones mutuas entre connacionales, la rabia que se traga y no se expresa por una suerte de mezcla de desconcierto e indignación por la transgresión que comete el otro, un otro que es demasiado parecido al yo. Ocurre en el tiempo en el que se está creando lo que tendrá que ser olvidado, y habrá muchos enemigos acérrimos del olvido que por ello no guardan silencio. Nosotros guardemos silencio y escuchemos cómo suena una rasgadura. Gritaban los personajes de Rodolfo Walsh en 1964 en torno a la división que originaba el recuerdo de una mujer mítica, no nombrada en esa narración, pero bien conocida por todos:

—Tuve que buscar ayuda para cambiarla de ataúd. Llamé a unos obreros que había por ahí. Figúrese cómo se quedaron. Para ellos era una diosa, qué sé yo las cosas que les meten en la cabeza, pobre gente.

—¿Pobre gente?

—Sí, pobre gente. —El coronel lucha contra una escurridiza cólera interior—. Yo también soy argentino.

—Yo también, coronel, yo también. Somos todos argentinos.2

El desgarramiento identitario es el doloroso proceso de distanciamiento de la identificación subjetiva con respecto a la identidad nacional, un distanciamiento que ocurre porque el sujeto percibe que los formuladores del discurso oficial de la nación lo atacan, lo agreden o lo excluyen. Uno de los códigos culturales más complejos que crean los individuos para identificarse y lograr su representación del mundo es el discurso de nación. Decimos complejo por la continua construcción que requiere, por el juego entre silencios sobrentendidos y discursos explícitos, y por el tejido entre lo racional y lo emocional al que acude, el sentir y el saber que le dan forma.3 Por ello cuando algunos reclaman la autoría delimitadora de la estructura genética de la nación, otros tantos sienten tambalear su identidad subjetiva, pues se han pensado y han sentido a través de esa identidad mayor. Sus propias concepciones, su propio ser, no caben en la nueva delimitación nacional, pero nada les puede negar que pertenecen a ese conjunto nacional. Nada, menos esos autores del nuevo código genético de la nación, quienes se reclaman determinantes de lo nacional y les acusan de ser traidores o apátridas. Grita Walsh en marzo de 1972, en su diario personal, después de que han pasado seis años de las dictaduras militares instaladas por la llamada Revolución Argentina:

Las cosas que odio que desprecio la traición la estupidez Frondizi la televisión Jacobo los yanquis de la Esso o los ingleses de la Shell porque estos hijos de puta son cuñas del mismo palo Bernardo Neustat los mercenarios los discursos de los generales las turritas y los pavos de la publicidad oliendo a la colonia que mata los comunistas del partido los falsos profetas de la izquierda acalambrada la camiseta peronista el bigote peronista el odio de los oligarcas la cultura de La Prensa la senilidad de Borges la convicción de Gleyzer o de Aizcorbe los que matan a la gente los torturadores los farsantes los radicales del pueblo sobre todo si son jóvenes y una lista inmensa inalcanzable que se podría tratar de perfeccionar. [sic]:4

Los años que corren entre 1955 y 1977 en Argentina son años atravesados por muchos movimientos en los planos político y social, que dieron forma a un desplazamiento centrífugo de la identidad colectiva. Son los años que corren desde el derrocamiento del gobierno de Perón hasta el primer año del gobierno militar de Videla, pasando por la proscripción del peronismo, los gobiernos dictatoriales de la Revolución Libertadora (1955-1958) y de la Revolución Argentina (1966-1973), y la inestabilidad de los gobiernos civiles que se instauraban tambaleantes entre los periodos autoritarios. ¿Cómo historizar la sensación de desgarramiento de la identidad subjetiva con respecto a la identidad nacional que tuvo lugar en estos años argentinos para una parte significativa de su población? En otras palabras, ¿cómo podemos escribir la historia de un desgarramiento identitario? Tal vez la única forma sea seguir el consejo de Chartres y subirnos a los hombros de los gigantes para que, como enanos elevados a su altura, podamos ver más y más lejos que ellos. Pero entre tantos gigantes, ¿a cuál recurrir para merecer semejante favor? Se quejaba Walsh en 1972, en carta al poeta cubano Roberto Fernández Retamar, sintiendo el peso de una tercera dictadura militar consecutiva:

Algunos amigos han muerto, otros están presos, a otros no se los ve tan a menudo como uno quisiera. Uno se acostumbra a tener la casa limpia, a no llevar un diario íntimo ni una libreta de direcciones, a quemar las cartas de La Habana –qué se le va a hacer–, a mirar siempre los dos lados de la calle y presumir que cualquier teléfono está ''pinchado'', a no salir de noche, a que haya alguien que nos llame periódicamente para ver si seguimos existiendo.5

Si son las letras las que nos dan el pasaporte para historiar, la literatura nos promete acercarnos un poco más a las sensaciones del desgarramiento. Entendemos que el escritor no es un sujeto ahistórico, pues aun escribiendo ficción, lo hace desde un espacio, un tiempo y unas intenciones concretas,6 y expresa con su creación narrativa su interpretación de lo real.7 Walsh es un escritor excepcional con respecto a esta relación; su obra se sitúa en un interesante punto intermedio entre la creación narrativa y el testimonio.8

Nuestro autor inició su carrera literaria, a principios de los cincuenta, apegado al meticuloso aunque poco valorado género policial.9 Siguiendo este género hizo alarde de su capacidad de crear perfectos enigmas en los que ponía a prueba un razonamiento riguroso.10 Pero respondiendo al turbulento ambiente político de su país, al principio casi por azar y después por voluntad investigativa conforme marchaba el proceso de militarización, pasó a ser el autor del comentario de la represión.11 Claro está, sin abandonar en ese tránsito el uso de una técnica intachable en la escritura.12 Sus obras se ubican desde 1957, con Operación Masacre, en el género de no-ficción.

Un género en el que se aplican técnicas literarias para narrar hechos reales, aunque los mismos parezcan superar lo verosímil. En palabras de Amar Sánchez, el autor de este género parece decir: ''Todo esto realmente pasó, por lo tanto no me culpen si no parece real''.13 Lo real que parecía inverosímil, que narraba Walsh, era la complicidad del Estado con la violencia política y con la exclusión social. Acentuando la denuncia, en un último periodo de su carrera, desde principios de los setenta y hasta su asesinato en 1977, empezó a escribir desde el anonimato para dar cuenta de los actos represivos. Una clandestinidad que rompió con la Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar de 1977, en la que develó por completo su distanciamiento con el autoritarismo y su labor como denunciante, una situación cargada de sentimientos de indignación y agravio. Serán entonces las letras de Walsh, las literarias conjugadas con las periodísticas y las testimoniales, las que nos conducirán en esta historia de un desgarramiento identitario.

Establezcamos ahora de qué forma nos guiará su obra. Ese desgarramiento supone un periodo de confrontación de lo imaginado, confrontación de mitos, valores y símbolos, de mapas cognoscitivos que dan forma y sentido a la patria.14 Y entonces los muertos queridos son diferentes, los sitios sagrados de unos son los profanos de otros y las victorias de algunos tienen la forma de la derrota de otros, y todo ello en un mismo espacio-tiempo. Así se genera paulatinamente una lectura dual de lo común. La identificación y movilización que le puede seguir a esta situación no está dada para una identidad hacia afuera de las fronteras nacionales; más bien quienes habitan en las periferias del discurso nacional oficial –una periferia cultural y política más que territorial; grupos de resistencia política o comunidades abandonadas y alejadas de la representación nacional– reclaman ser epicentro sin todavía entrar en una guerra abierta. Vemos el rostro de una nación esquizofrénica formado por la confrontación de las corrientes que en su interior buscan definirla. No solo está el desgarramiento, a él le siguen la confusión y la ansiedad por la definición común, que, siendo colectiva, es de principio a fin una definición del sujeto mismo. No es un dolor que paralice, por el contrario, activa a quienes le sufren, y sin lugar a dudas los adoloridos vienen de todas partes.

Así como sucede con el discurso de comunidad de historia y destino,15 las identidades periféricas necesitan y producen narradores que expresan y ayudan a dar forma a su identidad, que son producto y al mismo tiempo productores del desplazamiento que sufren de la identidad nacional. Rodolfo Walsh es uno de estos narradores de la identidad periférica –producto y productor–. A través de un análisis de su obra literaria y periodística publicada a la fecha, nos proponemos reconstruir dos situaciones. En primer lugar, la sensación de desgarramiento de los sujetos con respecto a la identidad nacional, sobre la que da cuenta Walsh por medio de la construcción de su propia identidad. En segundo lugar, y marcando la importancia que aún conserva en la memoria argentina, retomamos la forma en que su obra colaboró en la construcción de figuras identitarias –que fueron además base para una estrategia de resistencia– para quienes no resultaban reconocidos cabalmente como argentinos por el discurso nacionalista oficial.

 

1. Literatos antimíticos: El transcurrir en las letras de una generación latinoamericana

Al mismo tiempo que el peronismo se consolidaba como el centro de la militancia política de las masas obreras argentinas en la primera mitad de la década de los cincuenta, la izquierda sufría un proceso de reorganización en el país.16 El debate pasó por acusaciones de ortodoxia recalcitrante y herejía heterodoxa, desembocando en rupturas partidistas. Uno de los puntos de confrontación giró en torno al seguimiento de la línea del realismo socialista sobre la producción cultural y artística, expresada para el caso de la función de los literatos por las palabras de Alexei Surkov en 1954: ''La literatura es una filosa arma de influencia social y política. Estrechamente ligada a la política¸ queda subordinada a esta''17.

La frustración de una producción estética y literaria dependiente de las necesidades del partido, tal y como lo aconsejaba la ortodoxia, tomaba sabores más ácidos en el contexto de recepción y amplio debate de la teoría gramsciana que tuvo lugar en Argentina a partir de 1956.18 Desde este enfoque que se concentraba en la acción política de la izquierda, más que en la militar, y que ya no esperaba la llegada ineludible de la crisis económica del capitalismo como momento para la revolución, se pensaba que la toma del poder era producto de un proceso en el que las fuerzas revolucionarias iban ganando aliados y acumulando fuerzas entre los grupos subordinados, sobre todo actuando en la definición de la nación como campo obligado del proyecto hegemónico.19 Esto implicaba que la revolución era un fenómeno de masas y no se reducía al asalto que haría el partido al Estado burgués. En ese sentido, los intelectuales debían ayudar a la organización política de las masas rescatando elementos culturales propios de estas –incluyendo sus militancias populistas e identidades nacionalistas–, y no presentándose como líderes o tutores que imponían identidades abstractas y que trabajaban desde la distancia.20 Como producto de esta revisión, un amplio sector del pensamiento de izquierda empezó a leer en otras claves la adhesión de los sectores obreros al peronismo y, en esa misma medida, señaló la necesidad de acercarse a ellos. Como bien dijo Sarlo, ''ir hacia el pueblo'' fue la consigna.21

A partir de la década del sesenta, bajo la marca de la Revolución Cubana, la resistencia vietnamita y la reunión de los No Alineados en el Cairo en 1961, que hacía de la revolución un horizonte posible para el llamado Tercer Mundo, y de ese debate sobre el compromiso y acercamiento de los intelectuales con lo popular, aparecería en la región una deslumbrante producción literaria que mantenía el sabor de la crítica entre sus líneas. Esta literatura habló de América Latina como sujeto, habló de sí misma: de sus cultos y magias, de sus dictadores y caudillos, de sus guerras y desigualdades y de sus dioses menores entretejidos en sus realidades cotidianas.22 Poniendo casi siempre en duda los grandes mitos nacionales, crecía un nuevo tipo de novela histórica latinoamericana que entrelazaba la ficción con el sustento real y que reconocía las condiciones de subdesarrollo desde las que se producían los textos. Se rescataba el rostro popular de la región, ya no desde una visión romántica del pueblo, sino desde una más bien realista, activa, colmada de una vida que no necesariamente aludía a un equilibrio paradisiaco. Así, buena parte de la literatura regional, avalada por la fama del boom, se producía en clave de una nueva cultura revolucionaria latinoamericana –que propendía por la reconfiguración de una identidad nacional y regional– con base en la figura del intelectual comprometido.23

En medio del nutrido debate del papel político de la literatura que precede y atraviesa esa nueva producción literaria, y en el proceso de polarización de la sociedad argentina, se posicionó paulatinamente Rodolfo Walsh como un literato que ponía en duda los mitos nacionalistas del discurso oficial. En palabras de Aníbal Ford:

[...]: A medida que las investigaciones avanzan, los hechos, en los cuales se sumerge Walsh sin prejuicios, derrumbarán los mitos, politizarán las denuncias, lo llevarán hacia una ideología coherente y su obra terminará siendo una crítica básica pero frontal y muy concreta al sistema, a una realidad alienada, clasista y dependiente.24

Iluminando otras realidades, o los secretos de represión del régimen, se convirtió no solo en uno de los creadores de un discurso identitario para las bases sindicales de la Central General de Trabajadores de Argentina CGT-A,25 sino también, en ciertos momentos, para las filas de la organización armada peronista Montoneros. Asimismo, Walsh fue un referente para los intelectuales que se quedaron en Buenos Aires durante el periodo de más cruda represión de mediados de los setenta y que hoy lo recuerdan como aquel que, a decir de Noé Jitrik, puso en mayor riesgo su propia integridad física para cumplir con su compromiso literario.26 En estos factores radicaba su característica como un escritor antimítico: asumió la creación de narraciones de identidades marginales o agredidas, y desempeñó, hasta las últimas consecuencias, el papel del intelectual que usa su capacidad creativa para la denuncia en busca de la transformación social.

Walsh estaba consciente del posible efecto político y social de la literatura. Así se lo expresó a Ricardo Piglia en 1973: ''con cada máquina de escribir y un papel podés mover a la gente en grado incalculable''27. Un reconocimiento que también hizo el régimen dictatorial instalado por el golpe de marzo de 1976, que puso entre sus enemigos a escritores e intelectuales calificándolos de subversivos apátridas.28 En esa lista figuraba Walsh, quien era responsable de ayudar a crear una suerte de nacionalismo para las identidades periféricas, a las que reconoció tan argentinas como aquellos que intentaban desplazarlas del discurso oficial.29

Valga decir que Walsh no era un escritor que tuviera tales premisas políticas desde el inicio de su carrera. Su compromiso no provenía de una formación en la ideología de izquieda strictu sensu, esto es, de una formación política proveniente de una militancia en un sector de izquierda. Nos dice en una breve autobiografía que escribió en 1970: ''En 1964, decidí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía [...]: Soy lento, he tardado 15 años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda; lustros en aprender a armar un cuento, a sentir la respiración de un texto''30. Su compromiso fue producto del encuentro, a través del oficio periodístico y literario con las identidades periféricas, y en especial con los procesos de transgresión que sufrían dichos sectores. Entre 1955 y 1958 no es más que un periodista del que él mismo decía en los setenta: ''Ideales? Yo quería ser famoso... ganar el Pulitzer, ganar dinero''31. Un periodista dedicado a escribir columnas sobre veleros náufragos, dirigibles incendiados y cuestiones similares, muchas de ellas firmadas con el seudónimo de Daniel Hernández (el protagonista de sus primeras novelas policiacas). Este hombre de letras empezó a alejarse de los enigmas de esas novelas cuando fortuitamente, en diciembre de 1956, oyó en un café: ''hay un fusilado que vive''. Se enteró así de la historia de la ejecución extrajudicial de varios obreros la noche del 9 de junio de 1956 bajo el cargo de conspirar contra el gobierno de Aramburu, y conoció esa historia por boca de los sobrevivientes. La investigación de Walsh, narrada con técnica literaria pero no por ello producto de la ficción, dio forma a su primera obra de fama Operación Masacre. En la introducción a la edición de 1957 en todo caso aclaraba: ''Suspicacias que preveo me obligan a declarar que no soy peronista, no lo he sido ni tengo la intención de serlo. Si lo fuese lo diría''32.

La denuncia de Walsh buscaba que se hiciera justicia con el caso. Pero conforme pasaba el tiempo se desvanecía esa certeza. La atención del escritor fue ocupada desde 1958 por el asesinato del abogado Marcos Satanowsky por miembros del Servicio de Inteligencia de Estado –SIDE–. En la investigación descubrió de nuevo la participación de algunos miembros del gobierno interesados en la posesión del diario La Razón. De nuevo, el caso no fue resuelto oficialmente. Desde 1959 y hasta 1961 Walsh estuvo en Cuba haciendo parte de la Agencia Prensa Latina. A su regreso a Buenos Aires, el autor continuó con su proceso de creación literaria, y empezó ahondar en sus reflexiones políticas sobre la división nacional argentina –como se denota en Esa mujer– y el papel político del escritor. Conforme avanzó el proceso represivo, sus letras empezaron a virar, al menos a dudar. En un cuento de mediados de los años sesenta, Walsh parece trasmitirnos la concepción de su oficio cuando, haciendo uso de la carta de despedida de su protagonista, un traductor suicida, comenta:

Estoy solo, estoy cansado, no le sirvo a nadie y lo que hago tampoco sirve. He vivido perpetuando en castellano el linaje esencial de los imbéciles, el cromosoma específico de la estupidez. [...]: En este tiempo he traducido para la Casa ciento treinta libros de 80 000 palabras a seis letras por palabra. Son sesenta millones de golpes en las teclas. Ahora comprendo que el teclado esté gastado, cada tecla hundida. Cada letra borrada. Sesenta millones de golpes son demasiados, aún para una buena Remington. Me miro los dedos con asombro.33

Abandonó entonces el terreno seguro de Buenos Aires y viajó por el nordeste argentino. Entre 1966 y 1967 los productos de su periodismo literario nos permiten un contacto con lo no porteño, y a su regreso a la ciudad, con el sector obrero disperso en los suburbios. La fuente de contacto y compromiso de su obra con las identidades periféricas parece abierta. Entre sus líneas se escapa la queja por el abandono de poblaciones alejadas de la industrialización porteña, también se escapa una burla irónica sobre los mitos de hombres y lugares que más que fronterizos parecen terroríficos en el interior y, finalmente, un aura de dignidad, de asombro maravillado con el encuentro.

Este proceso individual del escritor que descubre las distancias reales entre la identidad individual y el discurso nacionalista argentino de la época aparece claramente en la voz rescatada por Walsh de un guía del Iberá, esa zona de la Provincia de Corrientes que es mítica por sus supuestas pirañas feroces, los pocos habitantes y los parajes de laberinto que pierden entre los pantanos a sus escasos visitantes: ''Es que somos dos clases de gringos —explicó después. Ustedes son unos gringos, y nosotros somos otros gringos. Nosotros porque hablamos en guaraní, y ustedes no están entendiendo. Y ustedes, porque nos hablan en difícil, y nosotros no entendemos''34.

Como vemos, Walsh se asume paulatinamente a sí mismo como una suerte de traductor, insistimos, como el narrador de esa periferia. Primero desde la denuncia reformista de Operación Masacre y Caso Satonowsky,35 y después desde el testimonio rescatado de los habitantes de las más lejanas provincias argentinas. Para finales de 1967 la ruptura del autor con el discurso institucional parece formal. Escribe, en un audible tono de desgarramiento, sobre su propio oficio en una nota sobre la muerte del Ché Guevara:

¿Por quién doblan las campanas? Doblan por nosotros. Me resulta imposible pensar en Guevara, desde esta lúgubre primavera de Buenos Aires, sin pensar en Hemingway, en Camilo, en Masetti, en Fabricio Ojeda, en toda esa maravillosa gente que era La Habana o pasaba por La Habana en el '59 y en el '60. La nostalgia se codifica en un rosario de muertos y da un poco de vergüenza estar aquí sentado frente a una máquina de escribir, aun sabiendo que eso también es una especie de fatalidad, aun si uno pudiera consolarse con la idea de que es una fatalidad que sirve para algo [...]: nos cuesta a muchos eludir la vergüenza, no de estar vivos –porque no es el deseo de la muerte, es su contrario, la fuerza de la revolución–, sino de que Guevara haya muerto con tan pocos alrededor. [...]: Fuimos lentos, ¿culpables? Inútil ya discutir la cosa, pero ese sentimiento que digo está, al menos para mí, y tal vez sea un nuevo punto de partida.36

Esa declaración entre líneas fue seguida por la asistencia del autor al Congreso Cultural de La Habana en 1968. Sobre el mismo escribió en su diario: ''Voluntariamente elegimos estar del lado de ellos. Damos un salto que es como una muerte, una despedida. ¿Lo damos realmente?''37. Marcaba así el inicio de una etapa de su agencia desde y sobre lo periférico: Y habrá que tener en cuenta, como ya mencionábamos, que esas identidades periféricas en Argentina en gran medida se aglutinaban políticamente en las filas del peronismo como opción proscrita desde 1955. Cuestión que suponía un difícil posicionamiento de Walsh, pues él mismo había estado de acuerdo con la salida de Perón.

1968 no terminaba y los debates sobre el compromiso de los literatos y la complacencia hacia un mercado que había dado la mayoría de edad a las letras latinoamericanas en los sesenta se agudizaban.38 Al mismo tiempo que trabajaba con la CGT-A, dirigiendo su Semanario, Walsh llevó a cabo la investigación del asesinato de un sindicalista de base a manos del sindicalismo dirigente peronista, que se publicó bajo el título de ¿Quién mató a Rosendo? Rotundamente dirá en la noticia preliminar a la edición de 1969: ''Si alguien quiere leer este libro como una simple novela policial, es cosa suya''39. Ya para 1973 afirmó despidiéndose de la literatura: ''esa novela que uno quiso escribir desde los quince años no sirve para un carajo y en realidad lo que hay que escribir es otra cosa''40. Debemos advertir que el compromiso de Walsh en adelante no sería con el peronismo como identidad política, sería con las identidades periféricas y transgredidas que se insertaban en él.41

Desde 1968 empezó a desaparecer su firma. Primero se sumó a una voz colectiva del periodismo dirigiendo el diario de la CGT-A y después Noticias de Montoneros. Unos pocos años más tarde pasó a la completa clandestinidad, ya sin firmar a nombre propio sus escritos de denuncia. Como militante de las filas guerrilleras de Montoneros creó finalmente dos medios de comunicación alternativa para resistir a la censura impuesta desde el golpe de estado de marzo de 1976.42 Uno de esos medios, Agencia de Noticias Clandestina ANCLA, traía el tan conocido corolario, que es una muestra más de la concepción de Walsh sobre su oficio como acción política para crear alianzas entre los sectores afectados en Argentina por los gobiernos autoritarios –los de los militares en particular– y los que habían desconocido o subvalorado a la participación popular:

Cadena informativa es uno de los instrumentos que está creando el pueblo argentino para romper el bloqueo de la información. Cadena Informativa puede ser usted mismo, un instrumento para que usted se libere del Terror y libere a otros del Terror. Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El Terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. DERROTE EL TERROR HAGA CIRCULAR ESTA INFORMACIÓN.43

En este punto, su actividad era de confrontación abierta, y así lo entendieron las fuerzas en el gobierno que, al enterarse de la gran cantidad de cables que filtraba ANCLA en el exterior, la reconocieron como parte de una ''Campaña Anti-Argentina'' de la que también eran parte los críticos de la dictadura que estaban en el exilio. Su anonimato recalca el peso de la represión existente. Walsh volvió a firmar solo hasta 1977 con la Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar.44 Como escritor antimítico fue producto del oficio que lo llevó a las identidades periféricas argentinas y de los cruces ideológicos que le permitieron pensarse como productor de esas identidades transgredidas y de la creación de sentimientos favorables a la resistencia. Encontrando el rostro de lo transgredido, Walsh sufría el desgarramiento de su identidad subjetiva con respecto a ''lo argentino'' oficial, representado en especial por el discurso construido y apropiado por las fuerzas armadas argentinas.

 

2. Una voz para las identidades periféricas en la identidad nacional

El 16 y 17 de octubre de 1945 Buenos Aires fue tomada por grandes marchas obreras que exigían la liberación del entonces Secretario de Trabajo y Previsión Social, coronel Juan Domingo Perón. El Día de la Lealtad, como después fue denominado, además de constituirse en un día mítico para representar el apoyo popular que tenía este líder, décadas después aún ayudaba con su recuerdo a ponerle rostro al difuso peronismo. Las remembranzas del historiador Félix Luna sobre estos días nos permiten ver la sorpresa de ''los argentinos'' frente a lo que parecía emerger peligrosamente:

Bueno, ahí estaban. Como si hubieran querido mostrar todo su poder para que nadie dudara de que realmente existían. Ahí estaban por toda la ciudad, pululando en grupos que parecían el mismo grupo multiplicado por centenares. Los mirábamos desde la vereda con un sentimiento parecido a la compasión. ¿De dónde salían? ¿Entonces existían? ¿Tantos? ¿Tan diferentes a nosotros? ¿Realmente venían a pie desde estos suburbios cuyos nombres componían una vaga geografía desconocida, una terra incógnita por la que nunca habíamos andado? [...]: Habíamos recorrido todos esos días los lugares donde se debatían preocupaciones como las nuestras. Nos habíamos movido en un mapa conocido, familiar: la facultad, la Recoleta en el entierro de Salmún Feijóo, la Plaza San Martín, la Casa Radical. Todo, hasta entonces, era coherente y lógico: todo apoyaba nuestras propias creencias. Pero ese día cuando empezaron a estallar las voces y a desfilar las columnas de rostros anónimos color tierra sentíamos vacilar algo que hasta entonces había sido inconmovible.45

Pero entre otras cosas, la ominosa presencia pública de esos sujetos ''tan diferentes'', cohabitantes pero distantes, quiso ser dominada mediante el golpe de estado a Perón en 1955 y la consiguiente prohibición del movimiento. Prohibición que suponía la desactivación política de esas diferenciadas masas populares. Quien busque señales de lo que es la concepción nacional hegemónica en Argentina en las letras de Walsh, no encontrará ni una sola línea, como tampoco encontrará un llamado directo a la movilización popular; estas referencias solo pueden leerse como un espectro, una proyección de lo que se enuncia en lo impreso. Walsh se pone de espaldas al discurso hegemónico nacionalista, y también a sus voceros, y habla desde lo periférico y prioritariamente para esas poblaciones; aunque no cabe duda que también esperaba conmover las certezas sobre las instituciones que mantenían otros sectores sociales. Esperaba de sus receptores una reacción de indignación, como la que quería suscitar con Operación Masacre. Dijo sin titubeos: ''Escribí este libro para que fuese publicado, para que actuara, no para que se incorporase al vasto número de las ensoñaciones de ideólogos''46.

Walsh propició así un encuentro con lo que era distante en términos de identidad, pero que en realidad aparecía como muy cercano en términos de presencia. Tal vez un buen símil de la campaña que emprendió es la descripción que hizo del inestable tren en el que viajaba hacia Corrientes en 1966 para hacer una serie de crónicas:

El trencito no lleva gente a estas etapas finales del campo. La saca: las sirvientas que necesita la Capital, los peones que reclaman las fábricas, los jinetes que requieren los escuadrones de seguridad para las represiones urbanas. El paupérrimo interior correntino, donde cien pesos son un jornal, después que pasó el vendaval histórico de los ingenios, las forestales, las algodoneras, hoy exporta su gente a falta de otra cosa.47

Veamos cómo el tren de sus letras funcionó como vehículo para comunicar el rostro de lo periférico, y cómo esa misma creación de identidad se dispuso en una estrategia mayor al causar un sentimiento de agravio entre sus receptores ante el señalamiento de las transgresiones. Walsh, en su creación literaria y periodística, hizo patente el desgarramiento identitario que conllevaría a la creación de una identidad nacional alternativa, no dada por él, sino por la agencia empoderada de las masas que tampoco se reducía a la propuesta de organización política y social del peronismo.

2.1. Un viejo rostro digno

Para afianzar las identidades periféricas, el método de Walsh consistió en utilizar las historias de vida, para hacer, tanto en sus obras mayores como en sus crónicas literarias, una suerte de reconstrucción de la cotidianidad silenciada.48 En esa tarea mostró la dignidad del hombre común en contraste con la devaluación que hacía de él el discurso nacional hegemónico. El primer ejercicio de Walsh fue volver la mirada sobre los lugares no observados de Argentina, ejercicio que es el centro de las crónicas que publicó entre 1966 y 1967. Llamados Villa Soldati –una populosa villa miseria en Buenos Aires– o Mercado de Liniers, Isla del Cerrito en el Chaco –una isla en donde hay una aldea de contagiados con lepra–, o provincias enteras como Corrientes y Misiones, Walsh quiso romper el mito de sus extravagancias contando sus historias:

Cada uno de esos hombres desafió un mito y encontró una realidad menos peligrosa y más bella. Pero, sobre sus evanescentes rastros, la leyenda volvió siempre a cerrarse, como la vegetación insobornable del estero. La capital correntina alimenta asiduamente el espejismo. De sus 150.000 habitantes, unos cien, quizás, se han internado alguna vez en el Iberá. Los demás creen saber que islas enteras cambian de lugar, que las plantas acuáticas se cierran imprevistamente sobre cualquier embarcación, que en inaccesibles refugios viven centenares de forajidos, que la piraña devora al nadador y la yarará fulmina al intruso.49

Su narración no buscó normalizar, frente al patrón de medida de lo argentino construido por el discurso oficialista, las actuaciones de quienes habitaban en esos lugares; por el contrario, buscaba mostrar que en su diferencia seguían siendo sujetos dignos y argentinos. Le interesaba resaltar la existencia de un pasajero que pega el oído a un transistor escuchando la emisión en guaraní de la radio paraguaya porque ''las radios correntinas son demasiado 'sofisticadas' para transmitir en el verdadero idioma de los hijos del país''50. Reparó también en una figurilla de un esqueleto sentado o de pie, que a menudo lleva una guadaña y que con el nombre de Señor de la Muerte era objeto de culto semisecreto por millares. Una figurilla que, ante sus ojos, un preso esculpía en la cárcel de un pueblo fronterizo con Paraguay, y que era importante porque ''puestos sobre el banco los santitos hablan desde el fondo de una mitología inédita, de un pueblo ignorado. El preso de tez oscura les presta su voz''51. Con sus letras hizo legible la condición de marginalidad en la que permanecían estos argentinos. Cuando reconstruyó la vivencia de un carnaval en Corrientes, el mismo día en que tuvo lugar una inundación que dejó stenta y cinco mil damnificados, imprimió una imagen de los superfluos códigos de unidad nacional que escondían desigualdades reales:

A prudente distancia, en calles vecinas, hombres vencidos, mujeres con restos de pánico en los ojos, chicos semidesnudos miraban con asombro el paso de las comparsas. Eran los primeros evacuados de Puerto Vuelas y Puerto Bermejo, sepultados bajo las aguas, que acampaban entre colchones y desvencijados roperos. Una parte del pueblo correntino desfilaba sin embargo en las comparsas menores, donde muchachas morenas que acababan de dejar el servicio o la fábrica arrastraban sobre el pavimento los zapatos del domingo. [...]: Contra un fondo de pobladas tribunas se deslizaba una triste murga de inundados, campesinos en ruinas, electores desengañados. El versito decía: Sobre la gran fiesta/ de máscara y farsa/ paseó su tristeza/ la agraria comparsa.52

En la ciudad profundizó en las historias de los obreros, porque creía que ''algo ha de haber, algo que tal vez no entienda del todo el hombre del centro que, desde Esteban Echeverría para acá proyectó en el hombre de cuchillo del suburbio prevenciones de violencia y de sangre que se disuelven apenas uno se para a conversar con él''53. Desde sus primeras obras resaltó en ese obrero el carácter dignificante de su trabajo. Ya fuera como obrero al servicio del Ferrocarril Belgrano, como resero que estaba desde muy temprano en la mañana en el mercado Liniers o como aquel que arreglaba la empaquetadora en la fábrica Conen para que se pudieran seguir empaquetando los jabones de venta en las farmacias porteñas.54 Es el obrero de base el sujeto predilecto de sus historias urbanas. De forma similar dignificó sus organizaciones políticas y mostró las distancias que existían entre estas y el peronismo dirigente. Recalcó que estas no eran masas manipuladas; por el contrario, para él existía una real conciencia de acción política en su movilización. Dejó constancia entonces de lo que pensaba un obrero en huelga o uno perseguido por su actividad organizativa. Baste un ejemplo de ello:

Porque no era posible que mientras en el interior se estaban muriendo de hambre, tuberculosis, que sé yo, acá no pasara nada. Y esos traidores de la CGT no hacían absolutamente nada, al contrario, trataban de que no se supiera, hasta que nos enteramos que estábamos comiendo, lo poco que comíamos, a costilla del hambre del interior.55

Esos personajes que de la provincia al patio de fábrica eran reconstruidos por Walsh no necesitaban entonces ser controlados o ser educados para ser parte de la nación argentina. La narración de Walsh, escrita en clave de dignificación, pidió abrir el espectro de lo que se imaginaba como argentino. Dio relieve a sus historias, y las puso a circular entre los diarios de la época, entre las manos de los que pertenecían al centro de la identidad y a la periferia.

2.2. La creación de un sentimiento de agravio

Pero la identidad reconstruida no permanece como referente inactivo, no se espera un reconocimiento de la ''contraparte'' que no esté antecedido de un proceso de movilización social que destruya aquello que bajo el nombre de patria se ha construido como una abstracción para justificar una agresión o para reducir las tensiones estructurales. La parte más importante de denuncia y activismo político de Walsh son las constantes transgresiones sufridas por las identidades periféricas. El actuar que esperaba de esas identidades provendría del sentimiento de agravio que pudieran generar con su despliegue narrativo, como claramente lo había establecido con la voz de ese periodista ficticio que se entrevista con el coronel que tenía cautivo el cuerpo de ''esa mujer'':

Algún día (pienso en momentos de ira) iré a buscarla. Ella no significa nada para mí, y sin embargo iré tras el misterio de su muerte, detrás de sus restos, que se pudren lentamente en algún remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán, poderosas vengativas olas, y por un momento ya no me sentiré solo, ya no me sentiré como una arrastrada, amarga, olvidada sombra.56

La transgresión tomó diversas formas en su obra y a medida que creció la represión aumentó la recurrencia de su denuncia. La forma básica de transgresión que develó fue la existencia de una suerte de ciudadanía de segunda clase que impedía que todos tuvieran una vida digna. En la aldea de contagiados de lepra, el escritor encontró el caso extremo de esta transgresión. Nos dijo:

Durante siglos la lepra fue tenida por castigo divino. Hoy no se puede ignorar que es un castigo humano. Su agente natural es el bacilo de Hansen. Su coagente es el hombre, y específicamente cierta clase de hombre, que es también el responsable de la anquilostomiasis que parásita al setenta por ciento de la población correntina; del analfabetismo para el que ni siquiera hay estadísticas ciertas; de las migraciones que nadie se molesta en estudiar; de la miseria que roe a todo el noreste argentino.57

Pero recordemos que la primera transgresión que hizo que Walsh variara su objetivo en las letras fue esa violencia ''ejemplarizante'' que ejercieron en 1956 contra unos obreros inocentes inculpados de una conspiración contra Aramburu. Denunció entonces la violencia que era ejercida en nombre de la nación, pero también en nombre de cualquier proyecto político que no tomara en cuenta el valor de aquel que militaba en las bases. Empezó recalcando el desafuero de las fuerzas institucionales, pero su crítica se extendió en ¿Quién mató a Rosendo? a quienes se reclamaban como representantes de lo popular y llegaban a traicionarlo por su propio beneficio:

Rosendo García fue muerto por la espalda por el grupo vandorista [...]: ¿A dónde pueden protestar los trabajadores? Al sindicato. Pero allí también fastidian, allí también cuestionan, allí también resultan ''comunistas''. Patrones y dirigentes han descubierto al fin que tienen un enemigo común: esa es la verdadera esencia del acuerdo celebrado por el vandorismo con las federaciones industriales.58

[...]: Tanto en un caso como en otro se asesinó cobardemente a trabajadores desarmados como Rodríguez, Carranza y Garibotto, como Blajaquis y Zalazar. En mayor o menor grado estos hombres representaban una vanguardia obrera y revolucionaria. Tanto en un caso como en otro los verdugos fueron hombres que gozaron o compartieron el poder oficial: esa es la afinidad que al fin podemos señalar entre el coronel fusilador Desiderio Fernández Suarez, y el ejecutor de La Real, Augusto Timoteo Vandor.59

Los años más fuertes de represión desde finales de los sesenta, como era de esperarse, no pasaron desapercibidos en la obra de Walsh. Aparecieron entonces sus denuncias sobre torturas, desapariciones y censuras. Interrumpió sus notas para informar sobre la situación de degradación del conflicto.60 Finalmente agregó su propia experiencia en la represión:

La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de un hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años.61

Las consecuencias de sus letras, esto es, del sentimiento de agravio que lograban causar, parecen perceptibles tanto en la alta estima con que se mantiene aún hoy en la memoria argentina, como en las consecuencias inmediatas de sus denuncias. Valgan solo un par de ejemplos: Raimundo Ongaro, un líder sindical –presidente de la CGT-A–, al conocerlo en cita con Perón, mencionó que no existía peronista que no conociera al autor de Operación Masacre. Afirmación que da cuenta de la filiación que podían sentir las masas obreras con las letras de denuncia de Walsh, unas letras que les ayudaban a construir una identidad reivindicativa. Otro ejemplo mucho más radical de su influencia serían las dos operaciones de Montoneros que ajusticiaron a los verdugos de las dos obras mayores de Walsh. En una de esas operaciones se secuestró y asesinó a Aramburu, quien ordenó la persecución contra los supuestos conspiradores en 1956, que desencadenó el asesinato en el basurero de José León Suarez, reseñado en Operación Masacre. En la segunda operación asesinaron al líder sindical Vandor, desenmascarado como asesino en ¿Quién mató a Rosendo?.

 

Conclusiones

Rodolfo Walsh reseñó en clave de dignificación el rostro popular de unos argentinos que no eran reconocidos como tales por el discurso hegemónico nacionalista o que eran leídos como nacionales de segunda mano profundamente peligrosos por sus condiciones de ignorancia y poca integración en el discurso moderno de la nación argentina. Entregó una narración a la sensación de desgarramiento de la identidad individual con respecto a la identidad nacional y al dolor que la subsiguiente exclusión generaba en los sujetos inferiorizados, excluidos y, después de 1976, perseguidos, pues transparentaba en imágenes contundentes los efectos reales del discurso nacionalista regulador y excluyente. Contra él dijo sin titubeos: ''La pobre gente no muere gritando 'Viva la Patria', como en las novelas. Muere vomitando de miedo [...]: o maldiciendo su abandono''62.

Su obra recalcó la exclusión –tanto de la participación política como de los beneficios sociales– que con base en esa lectura identitaria se hacía de las identidades periféricas. Ellas se convertían en sujetos de una continua transgresión cultural, que también habilitaba ciertas formas de violencia que hacían explícita la censura. Preocupado por lo popular, como parte de un compromiso intelectual propio de su generación, buscó esa identidad transgredida también en las filas peronistas, pero su obra no se redujo a darle identidad a esa filiación política. Su interés gravitó en pensar las identidades periféricas en general –la del obrero, la del argentino de provincia pauperizado, la del militante agredido, entre otras– y los caminos por los que las mismas podían expresarse en las instituciones, lo que suponía una reconfiguración del discurso de nación. A partir del reconocimiento de estas poblaciones, el discurso ya no podría articularse por una fabulación ideal de lo argentino. En todo caso, Walsh no adoptó un papel mesiánico con esta tarea de crear el discurso de la identidad periférica argentina. Creaba la narración que, dignificando las identidades periféricas, habilitaba al sujeto que exigiría la transformación de la identidad colectiva en aras de ser incluido en ella:

Allí acabó la felicidad, tan buena mientras duraba, tan parecida al pan, al vino y al amor. Recuperado Gielty sacudió al saludante Malcolm con un masazo al hígado, y mientras Malcolm se doblaba tras una mueca de sorpresa y de dolor, el pueblo aprendió, y mientras Gielty lo arrastraba en la punta de sus puños como en los cuernos de un toro, el pueblo aprendió que estaba solo, y cuando los puñetazos que sonaban en la tarde abrieron una llaga incurable en la memoria, el pueblo aprendió que estaba solo, y después que las figuras se perdieron en los límites del parque, el pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza.63

 


11. Ernest Renan, ''¿Qué es una nación?'', en La invención de la nación, comp. Álvaro Fernández Bravo (Buenos Aires: Ed. Manantial, 2000), 53-66.

2. Rodolfo Walsh, ''Esa Mujer'', en Obra literaria completa, ed. Rodolfo Walsh (México D.F.: Siglo Veintiuno Editores, 1985), 167.

3. Tomamos a la nación en el sentido de cultura, esto es, como código construido para hacer posible la comunicación. Esta cultura es definida por Geertz como ''un patrón históricamente transmitido d significados encarnados en símbolos, un sistema de concepciones heredadas expresadas en formas simbólicas mediante las cuales los hombres se comunican, perpetúan y desarrollan su conocimiento de la vida y sus actitudes hacia ella''. Peter Burke, ¿Qué es la historia cultural? (Barcelona-México: Paidós, 2004), 54. En esto resulta similar la concepción de Cassirer de los lenguajes como círculos mágicos que pertenecen a cada pueblo y a cada área, siendo inteligibles para quienes en ellos habitan. Pierre Bourdieu, ''Génesis y estructura del campo religioso'', Relaciones Vol: 27 n.o 108 (otoño de 2006): 29- 83.

4. Eduardo Anguita y Martín Caparrós, La voluntad: una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina: 1966-1973 (Buenos Aires: Editorial Norma, 1997), 536.

55. Roberto Fernández Retamar, Fervor de la Argentina: antología personal (Buenos Aires: Del Sol, 1993), 222-223.

6. ''Nunca el texto, literario o documental, puede anularse como texto, es decir, como un sistema construido según categorías, esquemas de percepción y apreciación, reglas de funcionamiento, que nos llevan a las condiciones mismas de su producción''. Roger Chartier, El mundo como representación (Barcelona: Gedisa, 1995), 40. En el mismo sentido de posibilidad de historización desde la voz epocal y transautorial contenida en la obra literaria: Fernando Reati, Nombrar lo innombrable. Violencia Política y novela argentina 1975-1985 (Buenos Aires: Editorial Legasa, 1992); Alex Matas Pons, ''Verdad narrada: Historia y ficción'', Historia, Antropología y Fuentes Orales Vol: 1 n.o 31 (2004): 119-128; Shiv Visvanathan, ''Interrogating the Nation'', Economic and Political Weekly Vol: 38 n.o 23 (2013): 2295-2302.

7. Ana María Sánchez Amar, El relato de los hechos. Rodolfo Walsh: testimonio y escritura (Rosario: Viterbo, 1992), 30.

8. Así describe David Viñas la expresión de Walsh de este tipo de compromisos de los literatos latinoamericanos de este periodo: ''Es que, sin sistema, desconfiaba [Walsh]: de todos los dualismos: de ninguna manera 'ficción' separada de la 'no ficción', sólo narrativa; jamás 'palabras' por un lado, 'actos' por otro, sino palabras, actos y actos cargados de sintaxis. La defensa de una posición teórica se hace militancia, la militancia una forma de escritura''. Rosalba Campra, América Latina: la Identidad y la Máscara. Con entrevistas a Borges, Bosch, Carpentier, Galeano, Sábato, Scorza, Viñas y Walsh (México D.F.: Siglo Veintiuno Editores, 1982), 90-91.

9. Raymond Chandler, ''Verosimilitud y género'', en El juego de los cautos. La literatura policial de Poe al caso Giubileo, comp. Daniel Link (Buenos Aires: La Marca, 1992), 41-45.

10. Jorge Lafforgue, ''Walsh en y desde el género policial'', en Asesinos de papel. Ensayos sobre narrativa policial, eds. Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera (Buenos Aires: Colihue, 1996), 141-146.

11. David Viñas, ''Rodolfo Walsh, el ajedrez y la guerra'', en Literatura argentina y política II. De Lugones a Walsh (Buenos Aires: Sudamericana, 1996), 167-173.

12. Carlos Gamero, ''Rodolfo Walsh, escritor'', en El nacimiento de la literatura argentina y otros ensayos'' (Buenos Aires: Norma, 2006), 47-62.

13. Ana María Sánchez Amar, El relato de los hechos, 23.

14. Lo tomamos como una impresión en negativo de los elementos de creación de nación enunciados por Anthony Smith, ''Conmemorando a los muertos, inspirando a los vivos, Mapas, recuerdos y moralejas en la recreación de las identidades colectivas'', Revista Mexicana de Sociología Vol: 60 n.o 1 (1998): 64.

15. Anthony Smith, La identidad nacional (Madrid: Trama Editores, 1997).

16. Una izquierda que sospechaba del movimiento peronista por sus rasgos autoritarios, corporativistas y por considerar que la concentración de sus seguidores obreros se debía a una identidad propia del paternalismo tradicional más que a una identidad política o de clase. Gino Germani, ''Clases populares y democracia representativa en América Latina'', Desarrollo Económico Vol: 1 n.o 53 (1961): 59-96; Gino Germani, ''El surgimiento del peronismo: el rol de los obreros y de los migrantes internos'', Desarrollo Económico Vol: 13 n.o 51 (oct-dic 1973): 435-488; Daniel James, Resistencia e Integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina 1946-1976 (Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1988).

17. Citado en: Horacio Crespo, ''Poética, política, ruptura'', en Historia Crítica de la Literatura Argentina. Volumen 10. La irrupción de la crítica, dir. Noé Jitrik (Buenos Aires: Emecé Editores, 1999), 427.

18. Raúl Burgos, Los Gramscianos argentinos, cultura y política en la experiencia de ''Pasado y Presente'' (Buenos Aires: Siglo XXI, 2004).

19. José María Aricó, La cola del diablo (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2005), 147.

20. En palabras de Gramsci sobre la articulación intelectuales-pueblo: ''El elemento popular 'siente' pero no siempre comprende o sabe. El elemento intelectual ''sabe'' pero no comprende o, particularmente 'siente' [...]: El error del intelectual consiste en creer que se pueda saber sin comprender y especialmente sin sentir ni ser apasionado (no sólo del saber en sí, sino del objeto del saber), esto es, que el intelectual pueda ser tal (y no un puro pedante) si se halla separado del pueblo-nación [...]: No se hace políticahistoria sin esta pasión, sin esta vinculación sentimental entre intelectuales y pueblo-nación. En ausencia de tal nexo, las relaciones entre el intelectual y el pueblo-nación son o se reducen a relaciones de orden puramente burocrático, formal: los intelectuales se convierten en una casta o un sacerdocio''. Citado en: Juan Carlos Portantiero, ''Los usos de Gramsci'', Cuadernos de Pasado y Presente n.o 54 (1977): 65.

21. Beatriz Sarlo ''El campo intelectual: un espacio doblemente fracturado'', en Represión y reconstrucción de una cultura: el caso argentino, coord. Saúl Sosnowski (Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1988), 96.

22. Pensemos en obras como El recurso del método de Alejo Carpentier (1974), Yo el supremo de Augusto Roa Bastos (1974), Cien Años de Soledad (1967) o El otoño del Patriarca de Gabriel García Márquez (1975).

23. Claudia Gilman, Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina (Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2003), 28; María Sonderéguer, ''Avatares del nacionalismo'', en Historia Crítica de la Literatura Argentina. Volumen 10. La irrupción de la crítica, dir. Noé Jitrik (Buenos Aires: Emecé Editores, 1999), 447-464.

24. Aníbal Ford, ''Walsh: la reconstrucción de los hechos'', en Nueva novela latinoamericana II. La narrativa argentina actual, comp. Jorge Lafforgue (Buenos Aires: Paidós, 1972), 273.

25. Central que nucleaba los sindicatos más contestarios de la época, separándose de la Central tradicional de cuño mas clientelista y menos vinculado con la continua activación de la movilización popular en más amplio espectro.

26. Noé Jitrik, ''Miradas desde el borde: el exilio y la literatura argentina'', en Represión y reconstrucción de una cultura: el caso argentino, coord. Saúl Sosnowski (Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1988), 135.

27. Ricardo Piglia, ''Rodolfo Walsh y el lugar de la verdad'', en Textos de, y sobre Rodolfo Walsh, coord. Jorge Lafforgue (Buenos Aires: Alianza, 2000), 13-15.

28. Pablo Yankelevich, ''Exilio y Dictadura'', en Argentina, 1976. Estudios en torno al Golpe de Estado, comp. Clara Lida (México D.F.: El Colegio de México, 2007), 224. El régimen militar de 1976 radicalizó el discurso contrarevolucionario. En el Acta de Propósitos y objetivos básicos de Reorganización Nacional el régimen se comprometía a garantizar ''los valores de la moral cristiana, de la tradición nacional, y de la dignidad de ser argentinos''. Facundo Aguirre y Ruth Werner, Insurgencia obrera en la Argentina, 1969-1976. Clasismo, Coordinadoras Interfabriles y estrategias de la izquierda (Buenos Aires: Ediciones IPS, 2007), 26.

29. La lectura de esta peligrosidad de los intelectuales como portadores de ideologías disolventes, e instigadores de la subversión, era transparente para el régimen de 1976, de ahí que invocaran la necesidad de imponer una disciplina sobre la producción cultural. Videla enunció esta lectura en entrevista a Times el 4 de enero de 1978: ''Un terrorista no es solamente alguien con un revolver o con una bomba, sino también cualquiera que difunde ideas que son contrarias a la civilización occidental y cristiana''. Sandra Lorenzano, Escrituras de sobrevivencia. Narrativa argentina y dictadura (México D.F.: Universidad Autónoma Metropolitana, 2001).

30. Adriana Bocchino, Rodolfo Walsh del policial al testimonio (Mar del Plata: Estanislao Balder, 2004), 14.

31. Marcelo Alejandro Bechara, Periodismo y Literatura, lo fantástico y lo policial en Walsh (Entre Ríos: Universidad Nacional de Entre Ríos, 1998).

32. Rodolfo Walsh, Operación Masacre (Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 2000), 111.

33. Rodolfo Walsh, ''Nota al pie'', en Rodolfo Walsh, Obra literaria completa, 446. Cabe señalar que Walsh había trabajado como traductor para la Editorial Hachete entre 1945 y 1950.

34. Rodolfo Walsh, ''Viaje al fondo de los fantasmas'', en El violento oficio de escribir. Obra periodística (1953-1977) (Buenos Aires: Planeta, 1998), 119.

35. Aníbal Ford, ''Walsh: la reconstrucción''.

36. Rodolfo Walsh, ''Guevara'', en Rodolfo Walsh, El violento oficio, 163.

37. Rodolfo Walsh, Ese hombre y otros papeles personales (Buenos Aires: Seix Barral, 1996), 84.

38. Desde finales de los sesenta se hizo patente un movimiento de crítica en contra de los autores consagrados por el mercado europeo. Se pensaba que los favoritos de este consumo entregaban a sus receptores una latinoamericanidad para su demanda. Latinoamericanidad dada por ''fabulación, revolución o bien su contrapartida, la represión''. Rosalba Campra, América Latina, 119.

39. Rodolfo Walsh, ¿Quién mató a Rosendo? (Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 1994), 1.

40. Roberto Baschetti, Rodolfo Walsh, vivo (Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 1994), 70.

41 . Escribió claramente al respecto en 1972: ''En 1945, en 1956 –y en general cuando ''las papas queman''– queda reducido su esqueleto, los trabajadores y el líder preso o exiliado, o sea la verdad verdadera del peronismo, y la expresión de su espíritu revolucionario: el 17 de octubre, la Resistencia''. Rodolfo Walsh, Ese hombre, 180.

42. Estos medios fueron Agencia de Noticias Clandestina ANCLA, cuyo fin era informar a los periodistas en el interior del país, así como enviar información a los medios extranjeros y generar confusión en el gobierno, y Cadena Informativa, escrita directamente por Walsh, que buscaba valerse de los medios de la tradición oral y el rumor para informar: pasar la información de boca en boca. Natalia Vinelli, ANCLA. Una experiencia de comunicación clandestina orientada por Rodolfo Walsh (Buenos Aires: La Rosa Blindada, 2000); Nilda Redondo, ''Intelectuales y poder simbólico. 'Reproduzca esta información' de Rodolfo Walsh. 1957-1977'', Anuario de la Facultad de Ciencias Humanas Vol: 8 n.o 8 (2007): 239-260; Roberto Ferro, ''La literatura en el banquillo. Walsh y la fuerza del testimonio'', en Literatura Argentina. Volumen 10. La irrupción de la crítica, dir. Noé Jitrik (Buenos Aires: Emecé Editores, 1999), 125-146.

43. Rodolfo Walsh, ''Crónica del Terror'', en Rodolfo Walsh, El violento oficio de escribir, 247.

44. Pieza que según García Márquez ''quedará para siempre como una obra maestra del periodismo universal''. Rogelio García Lupo, ''El lugar de Walsh'', en Textos de, y sobre Rodolfo Walsh, coord. Jorge Lafforgue (Buenos Aires: Alianza, 2000), 21.

45. Citado en: Daniel James, Resistencia e Integración, 50.

46. Rodolfo Walsh, Operación Masacre, 98.

47. Rodolfo Walsh, ''El expreso de la siesta'', en Rodolfo Walsh, El violento oficio de escribir, 110.

48. Marcos Seifert, ''Los cruces de los oficios. Las notas periodísticas de Rodolfo Walsh entre 1966 y 1967'', Exlibris Vol: 1 n.o 1 (otoño de 2012): 299-310.

49 Rodolfo Walsh, ''Viaje al fondo de los fantasmas'', en Rodolfo Walsh, El violento oficio de escribir, 117.

50. Rodolfo Walsh, ''El expreso de la siesta'', Rodolfo Walsh, El violento oficio de escribir, 110.

5151. Rodolfo Walsh, ''San la Muerte'', en Rodolfo Walsh, El violento oficio de escribir, 114.

52. Rodolfo Walsh, ''Carnaval Cate'', en Rodolfo Walsh, El violento oficio de escribir, 93.

53. Rodolfo Walsh, ''El matadero'', en Rodolfo Walsh, El violento oficio de escribir, 148.

54. Rodolfo Walsh, ¿Quién mató a Rosendo?, 10.

55 . Rodolfo Walsh, ¿Quién mató a Rosendo?, 17.

56. Rodolfo Walsh, “Esa Mujer”, en Rodolfo Walsh, Obra Literaria completa, 163.

57. Rodolfo Walsh, “La isla de los resucitados”, en Rodolfo Walsh, El violento oficio de escribir, 106.

58. Hace referencia a la facción que apoya al líder sindical Augusto Timoteo Vandor, que proveniente de la Unión Obrera Metalúrgica —uno de los sindicatos obreros más fuertes de los sesenta—, logra el liderazgo de la Central General de Trabajadores CGT y cuyo clientelismo hizo que se diera la división de los sindicatos más combativos que formarán la CGT-A. Rodolfo Walsh, ¿Quién mató a Rosendo?, 53-39.

59. Rodolfo Walsh, ¿Quién mató a Rosendo?, 71.

60 60. Rodolfo Walsh, “La secta de la Picana. Tercera Nota”, en Rodolfo Walsh, El violento oficio de escribir, 174-176.

61. Rodolfo Walsh, “Carta abierta de Rodolfo Walsh a la Junta Militar”, en Rodolfo Walsh, El violento oficio de escribir, 251.

62. Rodolfo Walsh, Operación Masacre, 116.

63 . Rodolfo Walsh, “Un oscuro día de justicia”, en Rodolfo Walsh, Obra Literaria completa, 483.

 


 

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