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Revista Científica General José María Córdova

Print version ISSN 1900-6586

Rev. Cient. Gen. José María Córdova vol.14 no.18 Bogotá Dec. 2016

 

Reflexiones castrenses

Sentada sobre mis maletas

Sara Constanza López Moreno
Escuela Militar de Cadetes, Bogotá, Colombia


De repente me encontré allí, en ese cuarto desolado, sentada sobre mis maletas, con los ojos llenos de lágrimas. Me preguntaba si en realidad había tomado la decisión correcta, porque el hecho de estar irremediablemente sola, significaba sin lugar a dudas la renuncia a la cotidianidad de mi vida anterior. Renuncia silenciosa a la calidez del hogar. Certidumbre de emprender el difícil reto de ser un soldado de Colombia, bajo la égida del Ejército Nacional. Conciencia, alegría, paz.

Los primeros tres meses transcurrieron en medio de quehaceres de la vida militar. Aprendí a dormir en un alojamiento. Era una más entre otras mujeres. Todas estábamos uniformadas a la espera de soportar entrenamientos físicos intensos. Hombres y mujeres de distintas profesiones aprendíamos a empuñar un arma, a sentir el camuflado como nuestra segunda piel, a marchar imbuidos por el espíritu de cuerpo, a obedecer con presteza y diligencia a las órdenes militares. Al finalizar el día, toda una legión de conocimientos forjaba el espíritu castrense de los recién llegados.

Sentada sobre mis maletas, el porvenir se hizo presente. Extasiada por el espíritu castrense, olvidé que la tristeza existe. Hoy evoco como anécdota la confusión de sentimientos el día que llegué por primera vez al Batallón de Apoyo y Servicios para el Combate No. 3. Mi alma, hecha jirones, reflexionaba sobre los avatares de la realidad emergente, en tanto que traía a la imaginación el grato recuerdo de asiduas horas de estudio en la Universidad Nacional de Colombia y de prácticas como fisioterapeuta primeriza en hospitales de la capital. En ocasiones la música solazaba tardes de asueto, en el seno de un círculo de amigos que escuchábamos con nostalgia y rebeldía canciones de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Mercedes Sosa, Luis Eduardo Aute, cuyas melodías representaban la expresión de emociones y ensueños, en noches de bohemia, poesía, rock y salsa. De pronto el teatro permitía desagregarme en los más diversos personajes femeninos, muchos de los cuales parecían no haber bebido de la leche de la humana ternura, otros rebasaban de bondad. En las tablas, mi otro tú daba alas a la mente que se debatía entre la eternidad y la fugacidad de los escenarios, desde el rigor de los libretos.

Cuando en 1997 me incorporé al Ejército Nacional, me encontraba ejerciendo la profesión de fisioterapeuta, sin mayores esfuerzos, en dos importantes clínicas de Bogotá. Sin embargo, esa vida cómoda no llenaba mis expectativas frente a lo que yo quería aportar a mi país como colombiana. La actividad terrorista asolaba por doquier la geografía nacional: ataques a puestos de policía, ejecuciones y decapitaciones de paramilitares, asesinatos de líderes indígenas y alcaldes, aparición de las convivir, masacres perpetradas por las autodefensas, secuestros, asesinatos de observadores de la OEA por parte del ELN. El país se consumía en medio de la barbarie y la crueldad.

Aquellos actos demenciales en que se había sumido el país compungían mi alma. Me dolía la contemplación de viudas y huérfanos, cuyos rostros estaban llenos de pavor y espanto por los vejámenes de la violencia. Poco después, ese maremoto de sensaciones empezó a confundir los contornos y veleidades de una relación amorosa de cinco años, cercana y ausente, circular y antojadiza, al abrigo de un manto inconsútil de alegrías y tristezas. Había llegado el momento de hacer un alto en el camino. Quería dar un viraje a mi vida.

Fue así que mi vocación de servicio encontró su mayor refugio, convirtiéndome en Oficial del Ejército Nacional; deseaba trabajar en la rehabilitación de los soldados que sufrían los horrores de la guerra. Así, decidí procurar el bien ajeno aun a costa del propio. La empatía y la abnegación se convirtieron en escudo de férreas convicciones, sin temor a arrostrar peligros. Austeridad, coraje y certidumbre se convirtieron en el emblema de una vocación acendrada. La música de Silvio Rodríguez se transmutó en himnos marciales que resonaban con el movimiento del corazón y del espíritu. Cambié los jeans por prendas militares, los tenis por botas de soldado, el discurso libertario por la obediencia al superior jerárquico. Hace ya 18 años que se me desgañita el alma con nuevos bríos, estremecida por el espíritu castrense que crepita en la forja de un mejor país. Desconsuelo y soledad son gajes del oficio, pero el espíritu de cuerpo robustece mi alma y la colma de nuevos ímpetus.

Desde entonces, el Ejército de cada día se convierte en mi cotidianidad. Las unidades militares son mi hogar. Estoy en la plenitud de mi carrera militar. La muerte no es verdad cuando se cumple a cabalidad la misión de la vida.

Me debo a la patria como soldado. Hoy por hoy, el Ejército me ha brindado oportunidades únicas como fisioterapeuta y oficial de insignia: rehabilitar soldados lesionados, encontrar al amor de mi vida -también oficial de insignia de nuestro Ejército-, trabajar al lado de un presidente de Colombia que durante su gobierno luchó a porfía por construir nación en momentos de desesperanza, vivir con mi esposo en otro país que nos ofreció su hospitalidad como oficiales activos del Ejército Nacional, y seguir perteneciendo a la Fuerza, por amor de un corazón castrense que late al ritmo de la vida de un militar de profundas convicciones.

Ahora sé que todos estos 18 años han valido la pena, cuando recuerdo la sonrisa de los niños que respetan a quienes llevamos como segunda piel un uniforme militar, representando la patria en carne viva, cuando he visto el rostro del horror de la guerra en los soldados amputados y que, a pesar de su nueva situación, tienen el valor de sonreír con el alma y mirar al horizonte con gran esperanza en el futuro, cuando veo los ojos juveniles de los cadetes con ansias de beberse el mundo de un sorbo y con el anhelo ferviente de ser un militar colombiano y alcanzar esa estrella que los convertirá en comandantes líderes de pelotón…. Es en esos inmensos momentos que reafirmo que todo ha valido la pena, porque solo el militar lo da todo por los demás, así que mi madre, mi padre desde el cielo, mi hermana, mi esposo y mi hijo, al mirarme, se sienten orgullosos de lo que hace su hija, su hermana, su esposa y su mamá.

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