Presentación
Entre 1814 y 1816, como reacción a la reconquista española de Venezuela, liderada por José Tomás Boves, y de la Nueva Granada, dirigida por Pablo Morillo, muchos patriotas se vieron obligados a huir de las principales ciudades andinas y caribeñas para escapar de la represión del ejército “pacificador” y fueron a los Llanos, es decir, a las inmensas tierras bajas que conforman la cuenca del Orinoco (Thibaud, Repúblicas en armas; Gutiérrez, La restauración), donde hubo encuentros y desencuentros entre estos líderes andinos y caribeños, y los llaneros, sus habitantes. Los patriotas se encontraron sumergidos en un nuevo entorno, el de una naturaleza exuberante poblada por una gran diversidad de animales y, a diferencia de los Andes o el Caribe, por una escasa población criolla. La hipótesis de trabajo de este artículo es que la capacidad de estos patriotas para relacionarse con el reino animal de los Llanos fue determinante para el éxito de las campañas militares que tuvieron lugar entre 1814 y 1819 en la Nueva Granada y Venezuela. Este relacionamiento, característico de los llaneros nativos y adquirido rápidamente por algunos patriotas andinos, les permitió posicionarse con más fuerza tanto en la conducción de las tropas como en la construcción de la República de Colombia.
El artículo se inspira en los aportes teóricos y metodológicos de la historia ambiental y de los animales (Darnton; Gutiérrez, Peces; McNeill; Pastoureau; Serna), con los que se propone describir y analizar el mundo socioambiental en el que la República de Colombia fraguó su invención, a partir de las relaciones entre humanos, medio ambiente y animales (Latour; Serres).
Un fenómeno central en la historia de la Independencia, que no siempre es abordado en toda su complejidad, es el hecho de que las bases materiales, militares, sociales e institucionales de la República de Colombia se sentaron en un laboratorio natural que fue la región de los Llanos; esto es, que el Virreinato de la Nueva Granada colapsó debido a los recursos humanos y del reino animal de la región de los Llanos del norte de Suramérica, en el que los animales, tanto salvajes como domésticos, fueron protagonistas claves de este proceso. Fue en este espacio natural, y no en las ciudades letradas, donde se reconstruyó el proyecto republicano después de sus derrotas a manos del ejército pacificador. “Lanudos” (habitantes de los Andes), como Francisco de Paula Santander o Francisco Antonio Zea, al igual que miles de voluntarios extranjeros, como los británicos Richard Vowell, Gustavus Hippisley, James Robinson, el irlandés William Adam o el antillano Manuel Piar, tuvieron que enfrentarse en los Llanos a una nueva realidad social y ambiental para construir la República de Colombia. Al contrario, otros, como José Antonio Páez, Ramón Nonato Pérez y numerosos campesinos e indígenas, habían nacido y crecido en los Llanos y conocían perfectamente esta realidad socioambiental. Hubo entonces un choque de percepciones y prácticas entre estos dos mundos sociales que puso al límite la creatividad política de unos y otros para inventar la República. Sin embargo, en la mayoría de las investigaciones históricas sobre este periodo (1814-1819) la realidad ambiental de los Llanos, con sus caballos, clima, topografía y paisaje pasa inadvertida y se constituye en mero decorado de la tramoya que posibilitó el triunfo final del ejército patriota. De hecho, escasean los trabajos históricos (Schürch) que pongan en primer plano estos aspectos ambientales y naturales.
Este artículo, además, se fundamenta en diferentes tipos de fuentes primarias, pero se privilegia el uso de las memorias de los combatientes extranjeros en la guerra de Independencia como acervo documental primario. También se acude a informaciones recabadas de la correspondencia, tanto de los militares realistas (fondo Morillo de la Real Academia de la Historia), como de los militares patriotas. Para complementar estas fuentes históricas se consultaron, también, algunos trabajos sociológicos y antropológicos sobre las culturas de la Orinoquia.
De esta forma, con este artículo se busca responder a la pregunta de investigación: ¿qué rol tuvo el reino animal de la región natural de los Llanos en el triunfo militar del ejército patriota y en el proceso de invención de la República de Colombia en el periodo 1814-1819? Para este propósito, el artículo se ha dividido en cuatro secciones: 1) “Historia humana, historia ambiental e historia de los animales”; 2) “Colonización, Ilustración y naturaleza”; 3) “Entre el desierto y la abundancia: sobrevivir en el reino animal de los Llanos (lo salvaje, los animales, el clima, el ruido)”; 4) “La planeación y el uso estratégico del territorio de los Llanos”.
Historia humana, historia ambiental e historia de los animales
En la tradición historiográfica occidental, la historia de los humanos, del medio ambiente y de los animales ha estado separada y ha engrosado la larga lista de binarismos epistemológicos fijados por las ciencias sociales y naturales: naturaleza-cultura, humanidad-naturaleza, hombre-mujer, objeto-sujeto, entre otros. En efecto, la revolución científica del siglo XVII reforzó la separación entre el hombre y los animales (Descola 132-134) para la mayoría de los eruditos, siendo Spinoza una notable excepción de aquella época. En este sentido, en la historiografía occidental, autores como Vico, Croce o Collingwood han sido voces autorizadas que han hecho carrera en esta perspectiva analítica que privilegia lo humano sobre el medio ambiente o los animales como objeto de indagación histórica.
Estas visiones de la historia humana, aún vigentes en la corriente principal de la historiografía occidental, han impedido que el medio ambiente o los animales se incrusten en el quehacer de la investigación histórica, en las preguntas de investigación, en los métodos de investigación y en la teoría histórica. Sin embargo, en el siglo XX, historiadores como Fernand Braudel hicieron una fisura a este binarismo y señalaron que el estudio del medio ambiente, de la naturaleza, de los animales y de lo no humano eran vías para la comprensión de “las más lentas de las realidades estructurales, a verlo todo en una perspectiva según el punto de fuga de la duración más larga” (27)3. Gracias a esta perspectiva, Braudel empezó a construir puentes más allá de la separación entre historia humana e historia natural. A este respecto, en el delta del Danubio del siglo XVI, el historiador de los Annales encontró un formidable mundo animal que determinaba el accionar humano en estos parajes y los comparó con la América colonial:
centenares de miles de bestias […] la impresión de una vida animal exuberante, similar a la América colonial, en lugares a menudo parecidos: espacios que escapan de la mano del hombre, pantanos enormes, selvas impresionantes, interminables trayectos, interminables convoyes de bestias semisalvajes. (240)
Así pues, la historia del medio ambiente y de los animales ayuda a descubrir el movimiento de larga duración de la historia, y aporta de gran manera a la comprensión de las transformaciones socioambientales que han permitido la estructuración de la realidad que se experimenta hoy día (Chakrabarty). Así, en los últimos años, varios historiadores han investigado sobre las relaciones entre humanos, medio ambiente y animales como uno de los ejes fundamentales para entender las sociedades del pasado. Un ejemplo de lo anterior es la historia cultural del oso en la Europa de la Edad Media, de Michel Pastoureau, en la que el autor muestra “la mutación de los sistemas de valores y hechos de sensibilidad articulados alrededor del mundo animal” (23). En efecto, las relaciones entre humanos y animales se revelan formidables puntos de observación para comprender las sociedades del pasado y sus conflictos sociales. Otro ejemplo lo brinda la obra de Robert Darnton, quien reconstruyó, de manera novedosa, la forma en la cual los gatos se volvieron un símbolo de lujo y de privilegios de la aristocracia y, por lo tanto, un objeto de la ira de los trabajadores durante las protestas en la Francia del siglo XVIII. Adicionalmente, hay un conjunto de trabajos que proponen incorporar a los animales a la historia de la energía y de las tecnologías, considerando las épocas anteriores a la mecanización como un “régimen energético muscular”, basado en el poder muscular de los animales (McNeill 11). Finalmente, en muchas otras obras los animales se vuelven protagonistas de las guerras. Así, la conmemoración del centenario de la Primera Guerra Mundial ha ofrecido múltiples publicaciones de este tipo (Baratay; Wynn y Wynn).
En América Latina, también, la historia de los animales ha tenido una verdadera transformación epistémica y se ha posicionado dentro de la investigación histórica como parte del auge de la historia ambiental (Schürch). No obstante, este tema ha sido muy poco estudiado en las guerras de Independencia. Así, a pesar de que la historia ambiental de América Latina ha experimentado un auge considerable en las últimas décadas, la historia de los animales ha sido más bien un movimiento paralelo a la renovación historiográfica de la Independencia, con pocos diálogos con otras perspectivas teórico-metodológicas. Importantes excepciones, por su carácter novedoso y su calidad argumentativa, son, por ejemplo, la síntesis coordinada por Claudia Leal, John Soluri y José Augusto Pádua. Sin embargo, en ese libro el único capítulo que considera la Independencia desde una perspectiva ambiental es el de Chris Boyer y Martha Micheline Cariño Olivera, “Las revoluciones ecológicas de México” (35-56), en el que explican cómo la guerra causó el declive de los cereales ante la avanzada de la ganadería.
De esta forma, los animales siguen apareciendo marginalizados en los relatos de la Independencia. En este sentido, los trabajos históricos sobre América Latina (Fudge) que sí ponen a los animales en el centro suelen interesarse más por otros periodos históricos, o abarcar un espectro geográfico más amplio, como por ejemplo el trabajo de Daniel Gutiérrez Ardila (Peces), que indaga por la razón de la presencia de los bagres en los Andes, y por las expediciones y científicos que han tratado de resolver este enigma en tres momentos históricos específicos. También está el libro Mosquito Empire (McNeill), obra en la cual se analiza la influencia del Aedes aegypti y del Anopheles quadrimaculatus, que transmiten respectivamente la fiebre amarilla y la malaria, sobre las campañas militares en las Américas desde 1620 hasta 1914. McNeill concluye que la inmunidad diferencial de los combatientes americanos y europeos frente a estas enfermedades fue un factor importante en las guerras, como la Revolución haitiana y la Independencia de Colombia (223-303).
De esta forma, a pesar de algunas excepciones, como los trabajos de John McNeill y Daniel Gutiérrez (Peces), se han tendido pocos puentes entre la historia de los animales y la de las independencias americanas. Sin embargo, partiendo de la visión de Braudel en el Mediterráneo, separar a los actores humanos de la Independencia de su entorno natural sería caer otra vez en la dicotomía entre naturaleza y cultura, hacer “como si las flores no volvieran cada primavera, como si las manadas pararan de andar, como si los barcos no tuvieran que velar en un mar real y sujeto a los cambios de temporada” (16-17). Se entiende esta evocación poética como una invitación a asociar lo humano y los animales, a entender el accionar humano en relación con el medio ambiente, incluso en las fases cortas de cambio político como la Independencia.
Así pues, el medio ambiente, lo natural, los animales y, en general, lo no humano, no son una escenografía en la que tiene lugar lo humano. La inclusión del medio ambiente y los animales en la investigación histórica es como si la escenografía se convirtiera en actriz principal del relato histórico. La naturaleza en general y los animales en particular hacen parte ahora de lo político y no parece haber retroceso en esta “profunda mutación de nuestra relación con el mundo” (Latour 22). “No existe colectivo humano sin cosas; las relaciones entre los hombres pasan por las cosas, nuestras relaciones con las cosas pasan por los hombres” (Serres 79). Es perentorio avanzar hacia una alteración profunda de la relación histórica con el mundo, pues uno “no se cura de la pertenencia al mundo” (Latour 27). Así pues, el retorno a la naturaleza, promovido, sobre todo desde los años 1990, por autores como el filósofo francés Michel Serres en El contrato natural, implica
añadir al contrato exclusivamente social el establecimiento de un contrato natural de simbiosis y de reciprocidad, en el que nuestra relación con las cosas abandonaría dominio y posesión por la escucha admirativa, la reciprocidad, la contemplación y el respeto, en el que el conocimiento ya no supondría la propiedad, ni la acción el dominio, ni estas sus resultados estercolares. (69)
A partir de tales antecedentes historiográficos, teóricos y metodológicos, este artículo intenta restituir la complejidad de las relaciones entre el colectivo humano del proceso de independencia suramericana y los múltiples animales de los Llanos, espacio central en el proceso de emancipación de la Nueva Granada y Venezuela.
Colonización, Ilustración y naturaleza
La llegada de los españoles, en el siglo XV, al territorio que luego sería conocido como América implicó varias rupturas económicas, políticas y culturales, entre las cuales destaca la colonización del imaginario (Gruzinski), lo cual condujo a la transformación de la cosmovisión nativa americana. Esta última, en general, concebía al universo, la naturaleza y lo humano como constituyentes de una triada común que debía vivir en armonía con una mentalidad judeocristiana que sostenía que la naturaleza fue creada por Dios para servir al hombre.
Por otra parte, la imposición de la mentalidad cartesiana binaria de naturaleza-humano, que, de hecho, es el zócalo de la ciencia moderna desde el siglo XVII (Descola), fue hipostasiada en la segunda mitad del siglo XVIII cuando, con la Ilustración hispanoamericana, se buscó la felicidad del humano (español) mediante la riqueza (Cardenas-Herrera; Nieto, Orden; Silva). Así, la riqueza era concebida como el resultado de la relación de dominio del hombre sobre la naturaleza, razón por la cual el apoyo a los avances técnicos agrícolas, por medio de concursos y periódicos, el apoyo a expediciones científicas como la Expedición Botánica, comandada por José Celestino Mutis, que buscaba “remedios para el imperio” (Nieto, Remedios), así como la promoción de la agricultura en general, se convirtieron en banderas del reformismo borbónico. Los ilustrados neogranadinos y venezolanos de la segunda mitad del siglo XVIII se alimentaron de las ideas ilustradas europeas, pero adaptadas a las necesidades del territorio y la población americana (Cardenas-Herrera). Esto desembocó en la construcción de un aparato teórico orientado a fines pragmáticos muy concretos que giraron alrededor del concepto ilustrado de naturaleza, y “sacarle los secretos a la naturaleza” se volvió una intención constante, que buscaba un uso más racional y productivo de los territorios y recursos americanos.
La Ilustración hispanoamericana, para el caso de la Nueva Granada en la segunda mitad del siglo XVIII, implicó la implementación de reformas educativas recogidas en los planes de estudio de Antonio Moreno y Escandón y Valenzuela, los cuales no intentaron eliminar las cátedras existentes en las universidades, sino completarlas e introducir nuevos textos y nuevos saberes tales como geografía, historia natural, meteorología, agricultura, mineralogía, hidráulica, óptica, geografía y astronomía, entre los más importantes (Nieto, Orden). Conocimientos todos ellos integrantes de las llamadas ciencias útiles y que generaron una nueva forma de leer la naturaleza por parte de la élite criolla, en particular de la manera en la que el hombre se relacionaba con ella para explotarla (Moore).
De este modo, la representación de la región de los Llanos por parte de las autoridades virreinales neogranadinas de finales del siglo XVIII se inscribía en la concepción ilustrada de la naturaleza, que consistía en verla como una fuente de riqueza para la metrópoli y que tuvo sus representantes más ilustres en las universidades de Santafé y Popayán, así como en el equipo de trabajo de la Expedición Botánica dirigida por José Celestino Mutis (Cardenas-Herrera). Finalmente, un aspecto fundamental que marcó la vida colonial de la región de los Llanos de la Nueva Granada y Venezuela fue el papel de las misiones en general y de las haciendas jesuitas en particular (Colmenares; Tovar; Rausch; Rueda). Sacerdotes como Juan Rivero y José Gumilla escribieron descripciones del reino animal, vegetal y mineral de estos territorios, y también de los pueblos indígenas. En cuanto a estos últimos, hay que señalar que algunos fueron receptivos a la evangelización, como los achaguas y los sáliba, mientras que los guahivos-sikuani resistieron.
Entre el desierto y la abundancia: sobrevivir en el reino animal de los Llanos (lo salvaje, los animales, el clima, el ruido)
Huyendo de la reconquista española: los patriotas y “los reinos mineral, vegetal y animal de América del Sur”
En mayo de 1816 muchos patriotas neogranadinos huyeron de Santafé como consecuencia de los avances de las tropas españolas de Pablo Morillo (Thibaud, Repúblicas en armas 197), y muchos de estos exiliados llegaron a los Llanos de la Nueva Granada y Venezuela en plena temporada de lluvias, cuando secciones inmensas de la llanura quedaban sumergidas y adoptaban “la apariencia de un mar interior” (“the appearance of an island sea”) (Vowell 29). En efecto, en las regiones más planas de los Llanos, la vegetación de altura era tan escasa que las matas eran al llano lo que los oasis al desierto. Durante la temporada seca surgían otras dificultades: el camellón por donde transitaban los caballos y las mulas se hacía duro y los Llanos se volvían un mar de tierra, cuyos linderos internos eran los ríos.
En el siglo XIX, los Llanos eran concebidos por la población andina como inmensas extensiones de tierra desolada en la que las huellas de los jinetes y los fugitivos no se podían rastrear, como señaló el escritor decimonónico Felipe Pérez: “en los Llanos no quedan vestigios del paso de nadie” (339). Así, en varias representaciones del siglo XIX los Llanos aparecen como un “desierto”. Esta percepción se anclaba en la experiencia de la conquista, cuando los misioneros y soldados designaban como “desiertos” o “despoblados” a los territorios de los indígenas insumisos (Herzog). Sin embargo, otros testimonios describen los Llanos como una tierra de abundancia, por su impresionante vida animal, tal y como lo menciona el inglés James Robinson, quien se alistó en el ejército patriota por esos años:
Un poco antes de la puesta del sol, caminé con mi escopeta, cerca de los bordes del matorral, con la intención de cazar algunas de las aves que aquí no solo son abundantes sino hermosas, y sin fin en cuanto a su variedad. De hecho, a partir de los reinos mineral, vegetal o animal de América del Sur, se podría formar un museo espléndido. (156)
En efecto, para los voluntarios extranjeros del ejército patriota, la abundancia de animales en el Orinoco y en los Llanos era una de las principales sorpresas al llegar. Tal era el cuadro dibujado por el presbítero chileno José Cortés de Madariaga en su viaje de Bogotá a Caracas a través de la Orinoquia en 1811: “a cada instante se ven javalies, tigres, monos de distintas especies, venados, é iguanas, gallinas de monte, paugies, guacamayos y loros; sin cesar de oírse con frequencia el ruido de todos estos animales y el canto melodioso de las aves que gorgean con dulce harmonía” (9). Con un tono lírico, el viajero describe poderosas sensaciones, tanto visuales como auditivas, de su inmersión en el reino animal de los Llanos.
Por su parte, el oficial británico Richard Vowell, quien también era parte de la legión extranjera del ejército patriota, se asombraba de la gran cantidad de ganado vacuno y de caballos salvajes que recorrían los Llanos (29); y James Robinson señalaba al respecto que las “bestias de carga son generalmente mulas, que andan mucho más seguras entre las rocas y las montañas que los caballos. Cuando estos animales son conducidos en manadas, se mantienen juntos; pero cuando en menor número, se amarra el cabestro de uno a la cola del otro, y así sucesivamente, y así van llevándose unos a otros” (114). Estas citas dan cuenta de la abundancia de recursos para la alimentación, la caballería y el transporte en los Llanos de la Nueva Granada y Venezuela.
Los diarios de estos expedicionarios extranjeros contienen descripciones y percepciones del avistamiento de animales más peligrosos en el Orinoco y los Llanos, como los caimanes, las serpientes de agua y, sobre todo, los zancudos y “moscas de arena”, que podían hacer insoportables las noches y transmitir enfermedades como la leishmaniasis (Vowell 29, 41-42; Hippisley 230):
En estos campos en llamas había millones de moscas de arena, un insecto extremadamente pequeño que se fija en la piel y muerde sin piedad. Estas picaduras, al rascarlas o frotarlas, se reducen fácilmente a llagas. Casi todos los animales, desde el insecto más pequeño hasta el cuadrúpedo más grande de este país, son carnívoros; y, muy probablemente, son impulsados a esto por la falta total de cualquier cosa para comer, excepto carne de una u otra clase. No hay frutas, granos, pan, leche, ni verduras, ni nada más que carne. (Robinson 216)
En la cita anterior es evidente la exageración del militar inglés, quien llega a negar la presencia de frutos en una región que no está desprovista de ellos, para expresar el sufrimiento causado por estos animales. Otros testigos se quejan también de los zancudos, “crueles insectos” (Cortés 4-5; Vowell 41) que asedian constantemente tanto a los hombres como al ganado. De hecho, para evitar la tortura del zancudo, los hombres solían dormir entre las bestias del Llano, ya que, según el voluntario Vowell (41), parecía que el zancudo prefería la sangre de los caballos y del ganado a la de los humanos. De esta forma, los testimonios de estos militares patriotas extranjeros narran una experiencia sensorial totalmente asombrosa, ocasionada por la presencia de un gran número de bestias desconocidas y temibles, sumada a la “audición permanente de ruidos espeluznantes, como los rugidos de los felinos”, que impresionaba al voluntario irlandés William Adam (58).
Uno de los animales que más asustaban y fascinaban a los combatientes extranjeros en el ejército patriota era el jaguar, que era llamado “tigre” desde los inicios de la Conquista (Jiménez 14). Los testimonios de los extranjeros, como el mercenario británico Gustavus Hippisley, suelen insistir en el peligro que representaba este animal para la población (356). El capitán William Adam anota que el jaguar era menos grande que el tigre de Asia, pero consideraba que lo superaba en ferocidad (89-90). De esta forma, la impresión de los combatientes andinos y extranjeros exiliados en los Llanos era la de una inmersión en un reino dominado por animales. Entonces, se estaban elaborando representaciones diversas de la naturaleza, desértica o exuberante.
Saberes nativos sobre el reino animal de los Llanos
Lo que era extraño o exótico para los combatientes ajenos a la Orinoquia (andinos o extranjeros) hacía parte de la vida cotidiana para los nativos de los Llanos. En el caso de los pueblos indígenas, no solo los animales eran familiares, sino que se integraban a las diferentes cosmovisiones de estos pueblos “herederos del jaguar y de la anaconda” (Friedemann y Arocha). Entre ciertos indígenas de la Orinoquia, como los guahibo-sikuani, las serpientes, los jaguares o los zorros eran considerados los ancestros de los pueblos (Reichel-Dolmatoff 477-478). Las fuentes consultadas destacan la capacidad de los habitantes de los Llanos para enfrentar o evitar a los animales más peligrosos, para cazar y pescar. Así, el capitán Adam elogió la destreza de este “pueblo guerrero” (warlike people), capaz de enfrentar al jaguar con una larga lanza de madera y una espada (89-90). Los caimanes también eran cazados por los indígenas y los llaneros, a pesar del peligro que representaban (Vowell 53-56). El oficial británico Vowell señalaba que, a veces, la prudencia era preferible para evadir el encuentro con animales peligrosos, por lo cual los navegantes del Orinoco evitaban navegar por debajo de los árboles, para impedir que serpientes cayeran en las embarcaciones (39). Si, en todo caso, no se podía evitar la mordedura de serpiente, se usaban cataplasmas de bejuco después de escarificar ambos brazos (Vowell 43-44).
En cuanto a la alimentación, los saberes de los llaneros y de los pueblos indígenas eran igualmente indispensables para las tropas patriotas. A menudo, el pescado, las tortugas y sobre todo sus huevos eran usados por los indígenas para su alimentación (Vowell 40), al igual que la carne de chigüiro (Hippisley 359). Las aves también eran usadas como alimento, en particular las pavas salvajes (Vowell 50). La cercanía entre estas observaciones de los voluntarios extranjeros y las de los misioneros de siglos anteriores como José Gumilla (1686-1750) y Juan de Rivero (1681-1736) es evidente en muchos aspectos y permite confirmar el acierto de estas informaciones.
Los animales no solo eran una fuente de alimentación. Para los indígenas hacían parte de una amplia economía regional de la Orinoquia y de otras regiones, como en el caso de la tortuga. José Gumilla había escrito con lujo de detalles la búsqueda de los huevos de tortuga y la elaboración del aceite a partir de ellos (298-308). Posteriormente, Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland tuvieron la oportunidad de observar en sus viajes y expediciones los mercados del Orinoco, en los que algunos pulperos blancos venían a comprar aceite de tortuga a los indígenas, el cual era usado como combustible para las lámparas (Humboldt). En tiempos de la Independencia, las guerrillas llaneras intercambiaban estos productos de las tortugas (huevos, aceite, carne) con los pueblos de la Orinoquia. Por otra parte, la piel de algunos animales se usaba para otros fines: por ejemplo, a partir de la piel del manatí, que cazaban los indígenas, se fabricaban lazos y látigos, claves en el equipamiento militar del ejército patriota (Vowell 45). De esta forma, los ejércitos patriotas se beneficiaron de estas redes regionales existentes de caza, pesca y comercio. Así, el reino animal de los Llanos se convirtió en una zona de reserva y avituallamiento para los combatientes de la Independencia, y el conocimiento nativo de los habitantes del Llano constituyó una variable fundamental para el triunfo del ejército patriota sobre el español.
Además del uso práctico de animales y plantas como fuentes de alimento y curación, las relaciones entre los diferentes pueblos indígenas y los animales eran -y son todavía- mucho más complejas de lo que sugieren estas fuentes. Por ejemplo, los indígenas guahibo o sikuani tienen animales totémicos. Según Gerard Reichel-Dolmatoff (477-478), la tonina (o delfín rosado) es el animal totémico del cual todos los guahibo dicen descender y, por lo tanto, no está permitido matarlo. Además, al igual que Robert Morey y Francisco Ortiz, Reichel-Dolmatoff (477-478) notó que ciertas familias o clanes pueden relacionarse con otros animales específicos, como tigres, paujiles, zorros o dantas de forma doméstica. Según las observaciones de Morey (123), un cazador guahibo no mataba a un animal emblemático de su clan. Este ejemplo muestra que, a pesar de haber hecho intercambios de productos de origen animal con los ejércitos patriotas, los pueblos indígenas tenían una cosmovisión que determinaba otras maneras de relacionarse con el medio ambiente y los animales. La caza o la pesca, que aparecen en las memorias de guerra como meros actos de supervivencia, tenían significados mucho más complejos para los pueblos indígenas. Entonces, se podría afirmar que estas cosmovisiones evocan la observación de Philippe Descola sobre los achuar de la Amazonia: “los vínculos múltiples y enmarañados que cada individuo teje en cada instante con su entorno no autorizan una distinción tan clara entre saberes prácticos y representaciones simbólicas” (157).
La planeación y el uso estratégico del territorio de los Llanos
De caudillos y caballos
Dos de los aspectos más importantes de la guerra de Independencia en el norte de Suramérica fueron la gestión del ganado (mular, equino y bovino) y la organización de la caballería, por lo que los Llanos se convirtieron en una región geoestratégica para los ejércitos en disputa. De hecho, en la cuenca del Orinoco de comienzos del siglo XIX algunos de los animales más apetecidos para el comercio extrarregional eran los toros, los caballos y las mulas4. En varias fuentes documentales, el ganado llanero es descrito como salvaje y constituido por inmensas manadas que deambulan libremente (Vowell 38). Estas fuentes señalan que, en otros lugares, los habitantes del Llano criaban a los toros y a los caballos en pequeñas estancias o parcelas encerradas por cercas circulares elípticas hechas con guadua rajada. Años después de la Independencia, muchos viajeros extranjeros, como el norteamericano Isaac Holton, describían en sus relatos que los caballos de los Llanos eran sumisos y amansados en extremo, y “obedecen a la menor insinuación que el jinete les haga con la rienda” (447). Es decir, en el marco de la guerra de Independencia y en los años posteriores, una porción importante de la población equina y mular de los Llanos parece haber experimentado un proceso de domesticación con fines militares. Sin embargo, esta domesticación era el resultado de un arduo trabajo, ya que domar a estos animales requería una gran destreza. Así, el general del ejército patriota Rafael Urdaneta se ejercitaba amansando caballos con los indígenas en Chire (O’Leary VI: 331).
En cuanto al equipamiento del caballo, es importante señalar que era producido en las mismas estancias, pues ningún jinete confiaría, por ejemplo, en un freno producido en otro lugar. Ahora bien, no era suficiente tener en su ejército a estas bestias del Llano, sino que también era indispensable cuidarlas y mantenerlas. Por ejemplo, en la correspondencia de la época se evidencia una preocupación permanente por alimentar bien a los caballos con follaje5 o maloja6 (planta de maíz que solo sirve para pasto de las caballerías). Otro desafío para la domesticación e incorporación de los caballos al ejército patriota era el de alimentar a los caballos y a sus jinetes, para lo cual la producción agrícola era fundamental. En los Llanos, desde el siglo XIX hasta la actualidad, los principales productos agrícolas eran el cacao, el maíz, la yuca y el plátano, y los ríos eran las autopistas por las que se comercializaba con el resto de la Nueva Granada y Caracas.
Como se observa, los caballos, las reses y las mulas eran indispensables para el ejército patriota y su calidad determinaba en buena parte sus éxitos o fracasos. En este artículo se coincide con el análisis hecho por Naudy Trujillo Mascia, según el cual “la cacería y la confiscación de ganado fue el elemento económico fundamental de la guerra de Independencia en las llanuras, desde 1813 hasta 1821”. En este sentido, es importante señalar que la capacidad de los guerrilleros de los Llanos venezolanos para apoderarse del mejor ganado fue un factor decisivo de su supervivencia en la Guayana en 1815 (Surroca y de Montó 161). Al contrario, para los ejércitos del rey la falta de caballos para perseguir a las guerrillas insurgentes era un problema crónico7, por lo que era necesario dedicar unidades militares exclusivamente a la labor de recoger caballos, con la dificultad de que los propietarios de los equinos podían esconderlos8. Para manejar este asunto, el ejército español contaba con un subinspector de caballos9, encargado de repartirlos en la tropa.
Por el lado de los patriotas, la habilidad para formar caballerías fue la que determinó el ascenso de nuevos jefes militares entre las huestes patriotas. Tal fue el caso de José Antonio Páez, nacido en 1790 en Curpa, en los Llanos venezolanos. A los diecisiete años dejó a su familia después de matar a un ladrón y se fue a trabajar en un hato de la provincia de Barinas (Baralt y Díaz 285), y, como muchos llaneros de Venezuela, combatió al servicio de la Corona (Baralt y Díaz 204). A partir de 1816, aparece como uno de los principales oficiales patriotas de los Llanos en diferentes batallas que muestran la relevancia de los caballos en estas campañas. Así, Páez obtuvo una importante victoria el 16 de enero de 1816 en la Mata de la Miel, cerca de Guasdualito. Entre sus oficiales, Páez contaba también con el temible jinete Ramón Nonato Pérez, del Casanare (Baralt y Díaz 287). De hecho, la importancia estratégica de los caballos en la guerra quedó registrada en los escritos del comandante realista que dirigía al ejército español en la batalla de la Mata de la Miel de 1816, Francisco López, quien señaló que uno de los elementos decisivos fue la fuga de su propia caballería como consecuencia de las cargas de la caballería patriota10. Precisamente, un mayor control de los caballos, durante una batalla que ocurrió de noche, pudo haber sido uno de los factores de la victoria. Este dominio de las tácticas de caballería se reforzó en las siguientes batallas, como la de Mucuritas, el 28 de enero de 1817. Según Pablo Morillo, general en jefe del ejército del rey en Nueva Granada y Venezuela, un cuerpo de 3 00011 o 1 100 (Baralt y Díaz 360) jinetes llaneros liderados por Páez atacó a 3 000 infantes y 1 700 combatientes de caballería (según Baralt y Díaz 60) del general La Torre. Morillo insistió en la potencia de la caballería de Páez, quien realizó no menos de catorce cargas contra La Torre. Por su lado, Baralt y Díaz consideraban que Páez logró así destruir la caballería de La Torre, quien pudo salvar su infantería organizada en columnas y refugiada en un pantano, es decir, en un terreno de difícil y peligroso acceso para los caballos. En estas dos batallas se comprobó el talento de Páez para organizar una poderosa caballería en los Llanos y causar importantes pérdidas a sus enemigos. De esta manera, el general venezolano pudo establecer su poder en la Orinoquia gracias al dominio de los caballos, animales indispensables. Por lo tanto, no sorprende la anécdota que relata el general llanero en su autobiografía sobre su arenga durante la batalla de la Mata de la Miel:
Compañeros, les dije, me han matado mi buen caballo, y si Vds no estan resueltos a vengar ahora mismo su muerte, yo me lanzaré solo a perecer entre las filas enemigas. Todos contestaron: “Sí la vengaremos”. (Páez 81)
Lo que importa aquí no es la veracidad de esta anécdota, imposible de verificar, sino el significado de su presencia en la autobiografía del general. El hecho de que el discurso tenga como sujeto principal a un caballo muestra la gran relevancia que Páez le atribuía a este animal, como protagonista de sus éxitos en la guerra, y que era un factor de unidad entre el jefe y su tropa, a tal punto que vengar a su caballo podría ser fuente de fervor en el combate. Estas prácticas guerreras y el afecto de los hombres por sus caballos demuestran que los Llanos podrían definirse como una sociedad de jinetes12, en referencia a la obra de Jean-Pierre Digard, que los contrapone a las sociedades de escuderos. En estas últimas, luchar a caballo era a menudo una marca de pertenencia a un estatus privilegiado y, entre los propios jinetes, se establecía una jerarquía en función de la riqueza del equipamiento, como en la Europa feudal o del Renacimiento (véanse también los trabajos de Daniel Roche, La culture équestre I, II, III).
Bolívar y Piar: la disputa por las bestias del Llano
De otra parte, la disponibilidad y el suministro de los caballos constituía también un motivo de disputa entre los generales patriotas. Por ejemplo, a principios del año 1817, Simón Bolívar y Manuel Piar defendían dos estrategias diferentes para liberar a Venezuela. Atrincherado en Barcelona, en la costa caribe venezolana, Bolívar quería emprender una campaña por la costa con el objetivo de liberar a Caracas. Al contrario, Piar ya había pasado el Orinoco, pues estaba convencido de que la prioridad estratégica era el dominio de la Guayana: “Guayana es la Llave de los llanos, es la fortaleza de Venezuela [...] el único país de Venezuela que, exento de las calamidades de la guerra anterior nos ofrece recursos para proveernos de lo necesario” (Piar a Páez, 28 de noviembre de 1816, cit. en Blanco y Azpurúa 499). De manera explícita, Piar entendía que los recursos de la Guayana (lo que incluía en particular la oferta abundante de caballos y ganado) podían hacer una diferencia importante en la guerra.
En 1817, ya estando en Barcelona, Bolívar tenía una visión distinta. Quería a toda costa conservar este puerto, que vislumbraba como clave para recibir auxilios de los aliados del exterior y evitar “introducirnos en los Llanos a hacer la guerra de bandidos” (Bolívar a Santiago Mariño, 28 de enero 1817, cit. en O’Leary XV: 141). Sin embargo, al estar en una ciudad, el abastecimiento que le podían procurar los comandantes de las guerrillas patriotas de los Llanos, como José Tadeo Monagas, era fundamental para Bolívar, tanto para el suministro de los caballos como para las huestes patriotas (Bolívar a José Tadeo Monagas, 16 de enero 1817, cit. en O’Leary XV: 120). En este sentido, particularmente los comandantes y cuadros oriundos de la cuenca del Orinoco poseían una mayor comprensión de que los humanos hacían parte de un mundo natural que conocían y gestionaban mejor.
Sin embargo, la significación de los comandantes llaneros dentro del ejército patriota contrasta con el rápido ascenso de Manuel Piar, quien era un extranjero antillano (de Curazao), que había entendido la magnitud de las riquezas del reino animal de los Llanos y de la Guayana. De hecho, al adentrarse en estas provincias, había adquirido una gran ventaja logística: el acceso a caballos abundantes, que Bolívar reclamaba permanentemente desde Barcelona. En este sentido, el general caraqueño pedía a Manuel Piar acudir a socorrerlo, con por lo menos 800 caballos (Bolívar a Piar, 23 de enero de 1817, cit. en O’Leary XV: 138). En respuesta al jefe supremo de los ejércitos, el general antillano declaraba que no podía volver a pasar el Orinoco, ya que el río estaba dominado por una escuadrilla de españoles y quería seguir su avance para liberar al Caroní, donde encontraría los caballos pedidos: “allí los hay con abundancia y estando descansados podrán emprender el viaje y llegar en disposición de servir” (Piar a Bolívar, 30 de enero de 1817, cit. en O’Leary XV: 148).
A largo plazo, la estrategia de Manuel Piar se reveló más exitosa: al adueñarse de la Guayana, los patriotas se apoderaron de cantidades considerables de excelentes caballos y reses. Después, el conflicto entre Simón Bolívar y el caudillo oriundo de Curazao se agudizó, y terminó con el juicio, la condena a muerte y el fusilamiento de Manuel Piar, acusado de rebelión y de querer fomentar una “guerra de colores”. Este juicio y los fundamentos de la acusación suscitan todavía un debate historiográfico (Bencomo; Fischer; Thibaud, “Coupé têtes”). Con base en la documentación, se puede afirmar que otra discordia implícita en el juicio a Piar fue la disputa por el control de la caballería venezolana, bajo mando del antillano. De hecho, con el fusilamiento de Piar, tanto los comandantes de la caballería llanera (José Tadeo Monagas, Manuel Cedeño y Pedro Zaraza) como los caballos mismos pasaron a ser controlados directamente por Bolívar. Después de la eliminación de su rival, Bolívar impuso su autoridad sobre los patriotas del Llano, y el abundante ganado conseguido en la provincia oriental se volvió un arma indispensable de las campañas del Libertador, de la Orinoquia hasta Boyacá, entre 1817 y 1819.
Conclusiones
La observancia e indagación sobre el rol de agentes no humanos (las bestias del Llano) en la guerra de Independencia del norte de Suramérica permite evidenciar una transformación cultural y política en torno al saber y las prácticas asociadas a la naturaleza en el proceso de transición de colonia a república. En efecto, después de las derrotas sufridas en Venezuela en 1814 y en 1816, los patriotas desaparecieron de las ciudades y tuvieron que adaptarse a una nueva realidad socioambiental: el reino animal de la Orinoquia.
En los Llanos neogranadinos y venezolanos, la supervivencia de los ejércitos fue posible gracias al conocimiento de la naturaleza que propiciaron sus habitantes, en particular el saber de los pueblos indígenas. Los animales, tanto domésticos como salvajes, representaban una indispensable fuente de proteínas que permitió a los exiliados del interior reconstituir sus fuerzas militares. La capacidad de los indígenas y de los llaneros para cazarlos o pescarlos, o alejar a los más peligrosos, despertó la admiración de los voluntarios extranjeros y permitió salvar al ejército patriota en sus momentos más difíciles.
Progresivamente, el próspero reino animal de los Llanos, y sobre todo su abundante ganado, apareció como una ventaja estratégica que se podía aprovechar. Así, los caballos domados por los llaneros fueron un arma que golpeó duramente a los ejércitos de la monarquía hispánica. José Antonio Páez en Apure, Ramón Nonato Pérez en Casanare o Manuel Piar en la Guayana entendieron a la perfección esta estrategia y la pusieron en práctica exitosamente. Bolívar, al observar los éxitos de Piar, retomó este arte popular de la guerra en el reino animal a partir de la eliminación del general de Curazao. Es decir, en el marco del proceso de transición de colonia a república se pasó de una visión ilustrada y científica de la naturaleza como fuente de riqueza, en la segunda mitad del siglo XVIII (Cardenas-Herrera), a una visión estratégica y militar de la naturaleza como arma y como fuente de legitimidad para el control de las tropas, en el marco de la guerra de Independencia.
Las élites letradas de Nueva Granada y de Venezuela que lideraron la guerra de Independencia heredaron esta visión ilustrada y, por lo tanto, sus binarismos: naturaleza versus cultura; civilización versus barbarie, entre otros. Sin embargo, al igual que los numerosos voluntarios extranjeros, tuvieron que adaptarse al reino animal de los Llanos. Entre caimanes, zancudos y “tigres”, la supervivencia era posible únicamente gracias a los conocimientos de los indígenas y de los demás llaneros. Además, estar radicado en tales periferias podía convertirse también en una ventaja estratégica para los jefes militares que sabían manejar los recursos: caballos, mulas y reses; que conocían los mejores pastos, y que reclutaban los mejores jinetes. Fue el caso de llaneros natos como Páez, pero también del antillano Piar. De hecho, hemos evidenciado que el control de los recursos animales, y en particular de las caballerías, fue un elemento mayor de la rivalidad del general de Curazao con Simón Bolívar. La inmersión de los ejércitos patriotas en los Llanos reveló los límites del sueño de una república letrada y urbana. En efecto, los grupos sociales capaces de interactuar exitosamente con el medio ambiente ya no eran solo meros ayudantes, sino que formaban una fuerza política.
En el caso de Venezuela, el dominio de los Llanos y de sus caballerías fue una característica de varios de sus primeros presidentes, y en primer lugar de Páez. Esto se evidencia nuevamente después de la guerra, en el escudo de la República escogido en 1836, donde figura un indomable caballo blanco como símbolo de la nación, es decir, el animal más emblemático de los Llanos en la guerra, distinto a los cóndores andinos símbolos de Colombia y de Ecuador.