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Universitas Philosophica

Print version ISSN 0120-5323

Univ. philos. vol.32 no.64 Bogotá Jan./June 2015

 

MESA I

LÓGICA Y ÉTICA EN PERSPECTIVA AUTOBIOGRÁFICA

Vicente Duran Casas, S. J.
Pontificia Universidad Javeriana
vduran@javeriana.edu.co

En el segundo semestre de 1979 cursé el segundo semestre de la carrera de filosofía. Después de los cursos introductorios del primer semestre (introducción a la filosofía, introducción a la literatura e introducción a la historia, propedéutica y algunos preseminarios de autores antiguos), me matriculé en el curso de "Lógica clásica y simbólica" que por aquél entonces dictaba el Padre Álvaro Duque Hoyos, S.J., profesor del Departamento de Matemáticas de la Universidad que solía prestar ese servicio a la Facultad de Filosofía.

Hacia la mitad del semestre el curso de lógica entró en una crisis profunda. Los estudiantes, que éramos cerca de 30 porque había no pocos repitentes (lo cual le daba al curso un cierto halo de dificultad y misterio), le pedimos al Director del Departamento de Filosofía que nos cambiara el profesor. Las razones eran bastante sencillas: no le entendíamos nada, y él no entendía por qué no le entendíamos, para él todo era bastante claro. La sensatez que distinguía al P. Jaime Hoyos, S.J., Director del Departamento de Filosofía, hizo que nuestro ruego fuera acogido, y muy pronto tuvimos un nuevo profesor de lógica: Luis Eduardo Suárez Fonseca.

Nunca imaginé que con el tiempo yo acabaría siendo colega y amigo de ese profesor serio, de baja estatura y marcado acento santandereano. Menos iba yo a imaginarme que a los pocos meses los estudiantes acabaríamos jugando fútbol con nuestro nuevo profesor de lógica. Mucho menos iba yo a imaginarme que Alfonso Flórez, Diego Pineda y yo llegaríamos a ser, en tanto decanos de la Facultad, jefes de nuestro querido profesor.

El hecho es que con el nuevo profesor el método y los contendidos del curso de lógica cambiaron drásticamente. De unas formalizaciones complejas que poco me interesaban, de las cuales poco entendía y por las cuales llegué a sentir algo así como antipatía filosófica, el curso con el nuevo profesor logró, lenta pero progresivamente, desactivar esa antipatía, o para ser más sinceros, el nuevo profesor logró impedir que esa antipatía creciera y se desarrollara aún más. El verdadero desmonte de esa antipatía, y su asombrosa transformación en admiración y respeto, habría de llegar más tarde. Creo que la sabiduría de Luis Eduardo consistió en comprender que esa formalización lógico-matemática, si bien en algún momento se hacía indispensable, no podía convertirse, sin más, en puerta de entrada a una ciencia tan hermosa como la lógica, menos ante unos jóvenes mechudos interesados en estudiar filosofía -sin saber bien qué era eso- para transformar el mundo -sin saber tampoco cómo lograrlo-.

Allí escuché por primera vez un nombre que seguramente le es conocido a todos los que han estudiado lógica: Irwing M. Copi y su libro Introducción a la lógica, escrito junto con Carl Cohen (con los años vine a saber que Copi en realidad era una abreviatura del apellido Copilovich). De la mano de Copi he ido entendiendo muchas cosas. Para él la lógica es algo en extremo sencillo, pero que no por sencillo pueda darse por dado en ningún aspecto de la vida. La lógica, dice, es "el estudio de los métodos y principios que se usan para distinguir el razonamiento bueno (correcto) del malo (incorrecto)" (p. 17). Una vez que uno ha entendido y asimilado eso, pero sobre todo por qué eso puede llegar a ser importante, puede llegar a entender, con algo de esfuerzo, disciplina y dedicación, esas complejas formalizaciones con las cuales se nos había querido introducir, un tanto a la fuerza, al fascinante mundo de la lógica. Ello explica por qué Lucho, como desde entonces quiso que lo llamáramos, se convirtiera en El profesor de lógica de varias generaciones, no sólo en nuestra facultad sino también en otras instituciones de educación superior. Lucho entendía muy bien qué era, para qué servía, por qué y para qué era importante la lógica, y eso era lo que intentaba enseñar y comunicar.

Conmigo creo que lo logró. Pero eso era algo de lo cual yo no caería en la cuenta sino muchos años después, no frente a un pelotón de fusilamiento, pero sí frente al análisis que algunos filósofos de origen y métodos analíticos hacían de la obra de Kant. Hago en este momento un largo salto en el tiempo para ubicarme a comienzos de los años 90 en Alemania durante mis estudios de doctorado.

Allá, en efecto, bajo la dirección del Herr Professor Dr. Friedo Ricken tuve que enfrentarme con comentaristas y críticos de Kant procedentes del mundo filosófico anglosajón fuertemente influenciados por los métodos de la crítica formal en los que estos autores y pensadores se habían formado como filósofos. No era una tarea fácil, mi propia formación había enfatizado otros aspectos, como los relativos la historia de las ideas (en alemán existe una expresión muy precisa, un adjetivo: ideengeschichtlich, que tiene un significado que en español es difícil de alcanzar por tener que usar un substantivo: historia de las ideas).

Recuerdo, por ejemplo, que Ricken en cierta ocasión me dijo que un escrito que yo le había presentado era rico en asociaciones pero pobre en análisis. Me lo dijo tan serio, que me hizo revisar buena parte del trabajo que había realizado hasta entonces. Asociar conceptos, dijo, es muy diferente a analizar conceptos. Eso hay que corregirlo. De modo que vaya y escriba un ensayo sobre las diferencias metodológicas entre análisis y asociación, y para ello me recomendó algunos artículos que me sirvieron mucho.

Fue allí cuando recordé todo el curso de lógica con Lucho. Tanto la asociación como el análisis de conceptos son procedimientos mentales válidos, pero son ciertamente diferentes, y para la filosofía es verdaderamente decisivo aprender a analizar, hacerlo en profundidad, y no quedarse en la mera asociación. Más aún: confundir análisis de conceptos con asociación de conceptos constituye un error filosófico que procede de una deficiente formación en lógica, si es que ella, como enseña Copi, nos ayuda a "distinguir el razonamiento bueno (correcto) del malo (incorrecto)". La asociación de conceptos procede psicológicamente de una manera libre y espontánea. Por ejemplo, yo asocié lo que Ricken me decía con lo que Lucho me había enseñado. Pero aún no lo había analizado. El análisis de un concepto, si bien puede proceder de muchas formas, tiene que ceñirse a alguna de ellas con algún mínimo sentido de coherencia y rigor metodológico. Una asociación ocurre espontáneamente, un análisis no. Puede haber análisis lingüístico, semántico, lógico, histórico, etc., pero cada uno de ellos tiene unas formas que le son propias, y ser conscientes de ellas ayuda al ejercicio del pensamiento, ayuda a ser mejores planteamientos filosóficos.

Tratando de reconstruir lo que aprendí de lógica, y cómo lo he podido aplicar a través de los estudios y publicaciones que he hecho, puedo decir lo siguiente:

(i) La lógica estudia las leyes del pensamiento, y es verdad; pero no es la única que lo hace. También la sicología y muchas otras disciplinas estudian el pensamiento humano, pero lo hacen desde otra perspectiva y con otros fines. (ii) Existen distintas maneras de acercarse a estudiar el pensamiento humano porque existen también distintos modos de ejercer el pensamiento: existen las asociaciones, las intuiciones, las relaciones, las sugerencias, los recuerdos, los lamentos, las fantasías, las ironías, el humor, etc. Uno de esos modos, aunque no el único, es el razonamiento. Así, el problema central y principal de la lógica es el del razonamiento correcto y la manera de distinguirlo del incorrecto. (iii) La lógica se ocupa del aspecto formal del pensamiento. Eso significa que mientras que las otras ciencias se ocupan de si una determinada proposición es verdadera o no desde el punto de vista de la verdad de su contenido, para la lógica eso no constituye su problema central. Por ejemplo en el razonamiento que dice que todos los argentinos son insoportablemente creídos, y que si Maradona y el Papa Francisco son argentinos necesariamente debemos afirmar que tanto Maradona como el Papa Francisco son igualmente e insoportablemente creídos, todos reconocemos un razonamiento impecable desde el punto de vista lógico-formal, a pesar de que sus premisas no parecen ser ciertas. En ese razonamiento por supuesto que es importante la verdad o falsedad de las premisas, pero de esa verdad o falsedad, estrictamente hablando, no se ocupa la lógica. La lógica se ocupa de si ese razonamiento es correcto o no en cuanto a razonamiento, es decir, formalmente. (iv) La pregunta central que orienta las reflexiones del lógico no es: ¿es esto verdad?, o ¿por qué esto es así y no de otra forma? sino: ¿se sigue esta conclusión de esas premisas?, ¿es esta idea realmente un fundamento suficiente de esta otra?, ¿es necesaria esta idea para poder afirmar esta otra?, ¿puede aceptarse esta idea si no se acepta a la vez esta otra? Así, a pesar de que para el lógico todo razonamiento es interesante, por ejemplo el del sicólogo o el del científico, su interés está centrado en la corrección o incorrección -validez o invalidez- del mismo, esto es, independientemente del objeto o materia sobre el cual se razona.

Durante mis estudios de doctorado tuve entonces que familiarizarme con temas y autores que desde una perspectiva lógica y formal resultaban de gran utilidad a la hora de desarrollar temas filosóficos, en mi caso, temas de ética. Conocí más de cerca el estudio y las posibilidades de la aproximación lógico-formal a los conceptos éticos normativos -la lógica deóntica- y lo hice de la mano del libro Un ensayo de lógica deóntica y la teoría general de la acción (UNAM, México 1976), del finlandés Georg Henrik von Wright, discípulo y amigo de Wittgenstein. Allí aprendí que los conceptos normativos desarrollan unas propiedades formales que les son propias y que toda persona que quiere estudiar ética tiene que conocer y aprender a utilizar. Posteriormente pude reconciliarme con los métodos de formalización de la ética, esta vez de la mano del libro de un jesuita norteamericano, Harry J. Gensler, Formal Ethics (Routledge, London 1996).

Pero fue cuando me adentré en el análisis del concepto de deberes para consigo mismo, que fue el tema de mi disertación doctoral, cuando comprendí la importancia de la lógica para la ética. Algunos autores clásicos como Aristóteles, John Stuart Mill y Arthur Schopenhauer, y contemporáneos como Marcus Singer, Kurt Baier, Herbert Lionel Adolphus Hart (más conocido como H.L.A. Hart), Hans Krämer, y otros, niegan la posibilidad lógica -y por tanto filosófica-del concepto mismo de "deber para consigo mismo". Para algunos de ellos el concepto de un deber para con uno mismo es un concepto lógicamente contradictorio porque si uno tiene un deber para con uno mismo, ¿no puede uno mismo liberarse del cumplimiento de ese deber? Y un deber, de cuyo cumplimiento uno mismo puede liberarse, no es un deber ya que el concepto de deber contiene una obligación de la cual uno, en principio, no puede liberarse cuando se le antoje.

Lo curioso era que el mismo Kant había sido el primero en proponer, al comienzo de la segunda parte de la Metafísica de las Costumbres, que el concepto de un deber moral para con la propia persona "aparentemente" contiene una contradicción: el yo que obliga, y el yo obligado, dice Kant, son una y la misma persona, lo cual parece implicar una contradicción. Evidentemente que detrás de ese problema lógico había un problema conceptual acerca del origen de la obligación moral y acerca de la diferencia entre un yo trascendental y un yo psicológico. Resolver ese problema al interior de la ética de Kant fue el tema de mi tesis doctoral (diciéndoles esto ya no la tienen que leer, pero les cuento que un breve resumen de la misma se encuentra en Universitas Philosophica, número 25-26, diciembre-junio de 1996, páginas 141-159). Mi tesis doctoral no fue sobre lógica sino sobre ética, pero ese problema ético (la posibilidad de una obligación moral respecto de sí mismo) no podía ser resuelto sin la claridad lógica que se requería para no caer en múltiples contradicciones.

La primeras palabras del prólogo que escribió para su Fundamentación de la metafísica de las costumbres, que a mi juicio -y quizás en contra de lo que su autor se hubiera podido imaginar-, llegó a ser la obra de filosofía moral más influyente de toda la modernidad, las dedica Kant a una breve pero muy importante reflexión sobre la división de los saberes propios de la antigua filosofía griega, y al papel que la lógica jugaba en dicha división. Dice Kant:

"La antigua filosofía griega dividíase en tres ciencias: la física, la ética y la lógica. Esta división es perfectamente adecuada a la naturaleza de la cosa y nada hay que corregir en ella; pero", añade Kant, "convendrá quizá añadir el principio en que se funda, para cerciorarse así de que efectivamente es completa y poder determinar exactamente las necesarias subdivisiones." Y continúa: "Todo conocimiento racional, o es material y considera algún objeto, o es formal y se ocupa tan sólo de la forma del entendimiento y de la razón misma, y de las reglas universales del pensar en general, sin distinción de objetos. La filosofía formal se llama lógica". Y un poco más adelante, en el mismo prólogo, dice Kant: "La lógica no puede tener una parte empírica, es decir, una parte en que las leyes universales y necesarias del pensar descansen en fundamentos que hayan sido derivados de la experiencia, pues de lo contrario, no sería lógica, es decir, un canon para el entendimiento o para la razón, que vale para todo pensar y debe ser demostrado".

Si bien todo lo referido en el párrafo anterior se refiere a la antigua filosofía griega, a mi juicio es claro que aquí el interés de Kant no es una reconstrucción histórica sino una construcción sistemática, esto es, le interesa darle a cada tipo de saber el lugar que le corresponde en el amplio campo del saber humano. Allí hay un espacio para todo tipo de conocimiento, para el conocimiento que se basa en la experiencia, sea conocimiento de lo natural, de lo moral, pero también para el conocimiento de lo que no se basa en la experiencia sino que se ocupa de lo formal, del pensar en general sin distinción de objetos, o de ese canon para el entendimiento o para la razón, que vale para todo pensar.

Nada de eso nos debe extrañar. Kant siempre se preocupó del rigor lógico de todos sus escritos. Pero detrás de su rigor lógico nunca se escondió un formalismo seco, carente de significado para la vida filosófica. Él mismo fue el autor, no solo de la las tres famosas Críticas y de numerosos escritos sobre casi todos los temas imaginables, también escribió un Tratado de lógica, publicado en 1800, e incluido en el volumen noveno de la Edición de la Academia junto con su Tratado sobre Pedagogía y el Tratado sobre Geografía Física.

Creo que Kant me enseñó que la lógica debe y puede aplicarse con el mismo rigor en temas de metafísica, ética, política, estética o religión. Eso lo llevó a él a entender que por eso mismo la ciencia natural no es más racional ni más rigurosa que la filosofía moral, que la filosofía de religión, que la estética o que la filosofía de la historia. Pero solo escribiendo el texto para este homenaje caigo en la cuenta de que eso ya me lo había comenzado a enseñar el Padre Álvaro Duque Hoyos, S.J. mediante complejas formalizaciones matemáticas que por aquél entonces yo no lograba entender (y que sigo sin entender), pero que en realidad fue el profesor Luis Eduardo Suárez Fonseca el que vino a hacer que entendiera la importancia de pensar de un modo correcto, sea cual fuere el asunto o el problema sobre el cual queramos discurrir. La lógica no es propiedad de ningún tipo de racionalidad. Es un asunto que atañe a la inteligencia de todo ser humano que se empeñe en distinguir, precisar, corregir, orientar y desafiar las ideas y nuestro discurrir sobre ellas. ¡Gracias Lucho!