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Ideas y Valores

Print version ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.65 no.160 Bogotá Jan./Apr. 2016

https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v65n160.44435 

http://dx.doi.org/10.15446/ideasyvalores.v65n160.44435

La crítica postmoderna de A. MacIntyre a la Universidad liberal: tres ficciones rivales de la Universidad*

A. MacIntyre's Postmodern Critique to the Liberal University: Three Rival Fictions of the University

Ignacio Serrano Del Pozo**
Universidad Santo Tomás - Santiago de Chile - Chile

* Este artículo es resultado del proyecto de investigación fondecyt 11130034, fondo de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica de Chile.
** iserrano@santotomas.cl

Cómo citar este artículo:

MLA: Serrano Del Pozo, I. "La crítica postmoderna de A. MacIntyre a la Universidad liberal: tres ficciones rivales de la Universidad." Ideas y Valores 65.160 (2016): 205-223.
APA: Serrano Del Pozo, I. (2016). La crítica postmoderna de A. MacIntyre a la Universidad liberal: tres ficciones rivales de la Universidad. Ideas y Valores, 65 (160), 205-223.
CHICAGO: Ignacio Serrano Del Pozo. "La crítica postmoderna de A. MacIntyre a la Universidad liberal: tres ficciones rivales de la Universidad." Ideas y Valores 65, n.° 160 (2016): 205-223.

Artículo recibido: 15 de julio de 2014; aceptado: 23 de agosto de 2014.


Resumen

Según Alasdair MacIntyre, la Universidad liberal descansa en ficciones que encubren sus propósitos y le proporcionan una legitimidad engañosa. Esta crítica no siempre se ha entendido en su profundidad, y se suele ver en ella una actitud reaccionaria de retorno nostálgico a la Universidad medieval. Se analizan esas ficciones: la sobre-especialización como sinónimo de profundidad investigativa, la neutralidad y la objetividad como posibilitadoras de racionalidad, y la excelencia en la gestión como forma de asegurar el logro de sus objetivos. Se muestra cómo, a través de esta denuncia, aparece una postura revolucionaria, influida por Marx y Nietzsche, que busca desenmascarar las contradicciones internas de la Universidad liberal.

Palabras clave: A. MacIntyre, T. de Aquino, Universidad.


Abstract

According to Alasdair MacIntyre, the liberal University is based on fictions that hide its purposes and provide a misleading legitimacy. This critique has not always been understood in its depth and is often seen as a reactionary attitude, nostalgic for the medieval University. This article analyzes these fictions: over-specialization as a synonym for deep research, neutrality and objectivity as enablers of rationalism, and excellence in management as a form of ensuring its objectives. It shows how this indictment manifests a revolutionary position, influenced by Marx and Nietzsche, which seeks to unmask the internal contradictions of the liberal University.

Keywords: A. MacIntyre, T. Aquinas, University.


Introducción

Un fenómeno interesante ha venido sucediendo con los últimos escritos de Alasdair MacIntyre y la literatura secundaria reciente aparecida en torno a este autor. Mientras el filósofo escocés se muestra en la actualidad como un férreo defensor de la filosofía y la teología católica de Tomás de Aquino y el cardenal J. H. Newman, los trabajos críticos más recientes –particularmente los realizados en el ambiente anglosajón– avanzan y proliferan de espalda a esta tradición, preocupados fundamentalmente de revisar la influencia que tuvieron en este pensador las corrientes marxistas británicas y la sociología weberiana, presentes desde los años 50 hasta la publicación de After Virtue a principios de los ochenta.1 Si bien este enfoque ha posibilitado descubrir lo que tiene de "revolucionaria, más que de reaccionaria", la filosofía de MacIntyre (cf. Pinckard 181), también ha ensombrecido el análisis que MacIntyre lleva a cabo sobre ciertos temas, particularmente su crítica a la Universidad contemporánea, pues en ella se revelaría justamente su fase más conservadora, con demasiada insistencia en una vuelta nostálgica a los tiempos pretéritos previos a la "caída" (cf. Mendus 177), época de una "pluralidad controlada" (cf. Wain 109), desarrollada en el interior de "comunidades religiosas medievales" (cf. Harris 238).2

La intención de este trabajo es demostrar que la crítica de Alasdair MacIntyre a la Universidad contemporánea también puede comprenderse en sintonía con su "postura revolucionaria". Es decir, si bien es cierto que MacIntyre aboga con fuerza desde los años noventa por recuperar la unidad perdida en el currículo universitario, recobrando para ello nuevamente el sistema de pensamiento tomista o la teología sistemática,3 no es menos cierto que la crítica de MacIntyre tiene un sabor muy diferente al que puede palparse en las obras de un Jaroslav Pelikan (1992) o de un Allan Bloom (1987), quienes, desde la "derecha americana", atacan principalmente el relativismo y la carencia de valores de la institución universitaria. La crítica de MacIntyre es revolucionaria, en la medida en que se desarrolla al modo de una "subversión postmoderna", que intenta principalmente mostrar las contradicciones e incoherencias del proyecto universitario "oficial" de matriz liberal. Esto significa, en otras palabras, no solo una confrontación de la Universidad actual con su antecesora medieval, la Universidad de Notre Dame en los Estados Unidos con la Universidad de París de Santo Tomás, por ejemplo, sino además examinar la Universidad contemporánea enfrentada al mismo proyecto que la sostiene. Esto es lo que se podría llamar, quizás un poco ampulosamente, la tarea de desenmascaramiento que realiza MacIntyre de la idea de Universidad postilustrada, entendida como una crítica desveladora de las ideologías que visten a la institución universitaria contemporánea. Esta crítica se lleva a cabo bajo el supuesto de que la crisis de la Universidad actual radica, de acuerdo con el pensador escocés, justamente en que ella misma (por engaño o autoengaño) es incapaz de darse cuenta de que su justificación, legitimidad y prestigio están fundados en ciertas ilusiones, ficciones o mitos que encubren el carácter ideológico del proyecto liberal.

No resulta difícil ver que detrás de esta crítica permanece la influencia de Karl Marx y Friedrich Nietzsche, no en sus contenidos, sino más bien en su estrategia disolutiva de la tradición liberal y el proyecto ilustrado. Bajo el riesgo de simplificar las cosas, podemos decir que MacIntyre recibirá de Marx las armas para criticar al liberalismo en sus incoherencias internas, en cuanto que expresión de intereses particulares de grupos económicos.4 De Nietzsche recoge la estrategia del desenmascaramiento, con el fin de desnudar la pretendida objetividad del conocimiento y la neutralidad valorativa de la Ilustración, comprendida ahora como mera ilusión5

Nos parece que este es uno de los elementos que hace tan atractiva y polémica la filosofía del pensador escocés: su crítica a la tradición liberal ilustrada realizada, no desde afuera, sino, más bien, mostrando sus deficiencias en cuanto que tradición sostenida en el autoengaño (epistemológico) y el interés (económico).6 Esto que venimos diciendo se puede percibir en el mismo lenguaje que utiliza MacIntyre para analizar las bases del proyecto liberal moderno: "ficciones morales" (moral fictions), "falsa mitología" (false mythology), "máscaras filosóficas" (philosophical guises) o "teatro de ilusiones" (theatre of illusions).7

Esta filosofía de crítica histórica y sociológica macinteryana busca denunciar –pensamos nosotros, pues MacIntyre nunca formula este esquema– tres "ficciones" que dominan la Universidad liberal postilustrada como "falsos ídolos": la fragmentación de las disciplinas y departamentos en nombre de la especialización y profundidad investigativa, la ilusión de una neutralidad y objetividad académica posibilitadora de racionalidad y consensos, y, por último, la excelencia en la gestión académica y burocratización de los procesos como forma de legitimación del logro de los objetivos universitarios. La primera parte de este artículo pretende, justamente, detenerse en cada una de estas ficciones presentes en la institución universitaria, para, en una segunda parte y final, analizar el significado de esta crítica dentro del proyecto macinteryano.

La máscara de la especialización

La primera crítica que MacIntyre lanza contra la Universidad contemporánea versa sobre la aguda fragmentación del saber que ella encierra, hasta atomizar el conocimiento en una serie de especialidades y compartimentos desintegrados e independientes (cf. MacIntyre 2006 1). En esto viene a coincidir con muchos otros pensadores que han denunciado la "barbarie de la especialización" o el primado de la información sobre el saber. Sin embargo, lo interesante es que, para MacIntyre, esta fragmentación no solo obedece al aumento cuantitativo del conocimiento, sino también al enclaustramiento de cada disciplina en sí misma, como una parte desligada del todo (cf. 1987 28). De hecho, para MacIntyre el problema actual de la Universidad radica justamente en su pretendida intención de presentar la especialización disciplinar como marca de progreso en la investigación y riqueza de perspectivas, sin reparar en la pobreza que significa un conocimiento parcelado y autojustificado (cf. 2009b 176).

Para comprender mejor esta fragmentación del conocimiento, es importante entender cómo la institución universitaria paulatinamente se fue atomizando en una serie de disciplinas y departamentos. Al revisar la obra de MacIntyre, podemos reconocer en esta problemática ciertas raíces históricas, sociológicas y, en último caso, epistemológicas. Primero, desde una perspectiva histórica, si nos remontamos al pensamiento de la Baja Edad Media, MacIntyre identifica concretamente dos fenómenos causantes de la pérdida de unidad del conocimiento: el nominalismo académico, iniciado por Guillermo de Ockham, y la disgregación del tomismo como un todo coherente de pensamiento (cf. 1990a 162). Si bien es compleja la comprensión de este problema, y nuestro pensador no contribuye a su clarificación, para nuestros efectos podemos decir que con Ockham desaparece la noción de una ciencia unificada, y cada investigación empieza a aparecer como un conocimiento irreductiblemente múltiple y heterogéneo. En lo que respecta al tomismo, particularmente el de la primera tradición dominica, sucede que este empieza a ser estudiado por partes; de hecho, la misma Summa Theologiae comienza a copiarse y a circular por separado, lo que conlleva una aproximación disociada de la política, de la ética, de la filosofía moral, de la economía, de la lógica y de la teología.

Si nos atenemos a las causas sociológicas, la desintegración de la Universidad tiene relación, en primer lugar, con la escasez cada vez más acentuada de personas cultas capaces de dialogar y discutir los problemas de la academia. MacIntyre llama a esta comunidad un "público ilustrado", un grupo de individuos que comparten ciertas creencias y actitudes, pues tienen una referencia común de autores y textos. Podemos encontrar ejemplos de estas comunidades en la Ilustración alemana, en todos aquellos que leían a Kant a través de la prensa de aquella época, en los clubes filosóficos de la Escocia ilustrada (Oyster Club en Glasgow o Rankeniahn Club en Edimburgo) o en la Academia de París del siglo XVIII y XIX (cf. MacIntyre 1994 178). MacIntyre sabe que está haciendo referencia a pequeñas sociedades del pasado, de las que estaban excluidas muchísimas personas extrañas a la academia (por ejemplo, las mujereso la clase trabajadora); sin embargo, lo que le interesa poner de relieve es que, gracias a la existencia de estos grupos, se logró conservar, en una parte de la Modernidad, cierta coherencia o unidad en los estudios universitarios. ¿Cuál es la relación entre el público ilustrado y la unidad del currículo? Si entendemos correctamente a MacIntyre, debemos decir que este grupo de hombres dotó de una unidad de sentido a las diversas disciplinas, en cuanto la cuestión de qué saberes enseñar y qué enseñar en esos saberes estuvo determinada por los criterios existentes para formar parte de este público ilustrado. La enseñanza de la geometría, el latín, las artes liberales y la ciencia tenía justamente ese sentido propedéutico o introductorio de nutrir a los estudiantes de un mismo cuerpo de conocimientos y textos fundamentales, indispensables para formar una misma comunidad intelectual (cf. MacIntyre 1987 23). Este público empezó a desaparecer, en primer lugar, con la disolución de estos saberes compartidos, particularmente con el fin del estatuto de la teología y de la filosofía moral; pero además, en segundo lugar, con el crecimiento de las ciudades y la pérdida de estas pequeñas comunidades que se podían encontrar para discutir; y, en tercer lugar, con la profesionalización de los oficios y la especialización de los académicos. No es este el lugar para desarrollar más ampliamente esta idea de un público ilustrado, pero, a propósito de la existencia de este grupo de generalistas, como opuesto al de los especialistas, podemos señalar que otra causa sociológica de la división en el interior de la Universidad tiene que ver con una suerte de conveniencia para la academia de promover un saber especializado, ya que, de esta forma, los investigadores pueden acotar mejor el radio de sus problemas, concentrándose en ámbitos bien definidos, donde hay mayor posibilidad de tener éxito (cf. MacIntyre 2009b 15-16). Esto se une con un fenómeno novedoso, pero no menos importante, especialmente marcado en las Universidades anglosajonas: nos referimos al prestigio e influencia cada vez mayor de la labor investigativa en la educación superior, que exige atender territorios bien definidos y no perder tiempo en áreas adyacentes (cf. id. 173).

A pesar de lo anterior, la más profunda causa de la fragmentación es una especie de "pobreza epistemológica" que afecta a la Universidad moderna. Este punto merece una consideración un poco más honda, pues es cierto que la misma parcelación del conocimiento y multiplicación de discursos y grupos dentro de la Universidad puede considerarse también como un enriquecimiento de perspectivas en la academia, y una profundización y profesionalización del trabajo investigativo.8 Sin embargo, para MacIntyre, es una ilusión creer que la fragmentación y la especialización aseguran un enriquecimiento de la investigación, o que abren espacios de pensamiento y diálogo. Estas posibilitan, quizás, una mejor explicación de un determinado fenómeno o un mayor conocimiento de este o aquel pasaje, así como la valoración del detalle de ciertos supuestos o argumentos, pero no garantizan progreso en el conocimiento o discusiones fundamentales sobre cuestiones sustantivas (cf. MacIntyre 1990a 6). La razón de fondo, que impide que la fragmentación y la especialización nos proporcionen un mejor conocimiento de la realidad, es que, en este escenario, se carece de un punto de partida sobre el cual conversar y, por lo mismo, no hay tampoco un camino de investigación sobre el cual avanzar, ni mucho menos un horizonte de solución para los problemas. El progreso y el florecimiento de la investigación solo son posibles sobre ciertos acuerdos comunes y discusiones en torno a lo que se indaga.9 Es lo que MacIntyre llama una "tradición de investigación", entendida como un acervo común de ideas y textos, justificaciones y contextos compartidos, desde donde surge el diálogo y el debate racional.

Es importante señalar esto porque, cuando nuestro filósofo critica la fragmentación del saber, él no está abogando por la aparición de un discurso oficial o pensamiento monolítico, sino que, por el contario, lo que le interesa es promover la presencia de un tejido común de creencias que soporten el acuerdo, pero que también permitan el conflicto necesario dentro de la investigación. Es cuando no existe esta tradición –que bien podría ser la tomista, pero también cabría que fuera la marxista o la nietzscheana–,10 que la Universidad no solo se desintegra, sino que se hace incapaz de alcanzar un conocimiento concluyente, más allá de determinadas parcelas. Porque, al final, la Universidad sobre-especializada y dividida termina almacenando en su interior elaboradas teorías y propuestas de solución opuestas e incapaces de conversar entre sí. Como afirma el mismo MacIntyre:

Cualquiera que sea su origen, y es de veras complejo, nada es más llamativo en la Universidad contemporánea que la extensión de las divisiones y de los conflictos en el seno de toda investigación humanista […] En la psicología, los psicoanalistas, los behavioristas skinnerianos y los teóricos cognitivos se hallan tan lejos de resolver sus diferencias como siempre. En la investigación política, los straussianos, los neomarxistas y los empiristas anti-ideológicos son adversarios, al menos de un modo igualmente profundo. En la teoría e historia literaria, los desconstructivistas, los historicistas, los herederos de I. A. Richards y los lectores y malos lectores de Harold Bloom contienden de modo semejante […] Lo que resulta más llamativo en todas esas continuas divisiones es hasta qué punto los partidarios de cada postura, sea al presentar sus propias investigaciones, sea al criticar a sus rivales, tienden a discutir con alguna profundidad solo con los que ya están fundamentalmente de acuerdo con ellos […] De ahí que surja el debate entre puntos de vista fundamentalmente opuestos; pero que sea inevitablemente inconclusivo. (1992 29-30)

Ahora bien, dicho esto, lo llamativo no es tanto que se haya reemplazado la fecundidad de un verdadero diálogo y debate racional en vista del desarrollo de destrezas técnicas y análisis de cuestiones menores en determinadas parcelas de conocimiento, sino que, más bien, no se extraigan las consecuencias de esta situación de atomización, de modo que aún se siga operando en la Universidad como si fuese posible pensar esta institución desde la idea de una comunidad de académicos que investiga y enseña en torno a un proyecto epistemológico común. "[N]os comportamos como si la Universidad aún constituyera una comunidad única y medianamente unificada, lo cual es una forma de comportamiento que testimonia los duraderos efectos de la concepción enciclopédica de la unidad de investigación" (MacIntyre 1992 31). Ese como si, que aparece como producto de un consenso no tematizado o demasiado trivial, es el que quiere denunciar MacIntyre. Pero sobre esto volveremos en el siguiente acápite.

El mito de la neutralidad

Para MacIntyre, existe una segunda problemática tan grave como la desintegración de la Universidad en conocimientos especializados. Nos referimos al intento por concebir un conocimiento neutral, libre de ideologías y de valores. En esa tentativa se revela con mucha claridad la filiación ilustrada o enciclopédica de la Universidad contemporánea. El proyecto de la Ilustración ha estado en el centro de la crítica de nuestro autor, precisamente por esa pretensión de un pensamiento universal, objetivo e impersonal.

La neutralidad del académico es en sí misma una ficción del enciclopedista, y llamándola una ficción revelo mi partidismo antienciclopedista. No es que los adherentes de un particular punto de vista no puedan en ocasiones entender algún punto de vista rival […] Es que, incluso al hacer esto, el modo de presentación estará inevitablemente enmarcado y dirigido por las creencias y los propósitos de este punto de vista. (MacIntyre 1992 155)

Para MacIntyre, no existen criterios neutrales de racionalidad a los que se pueda apelar, pues un sujeto no puede desembarazarse de determinadas teorías o de ciertas condiciones culturales e históricas, al contrario de lo que aspiraba la Ilustración. No existe una epistemología supratemporal planteada desde ningún lugar, como tampoco existe una moral universal de la tercera persona imparcial. Así, una tesis fundamental de MacIntyre es que siempre se habla desde un determinado contexto y siempre se hace en primera persona. Se habla así desde una "tradición" –la aristotélica, lockeana, nietzcheana, etc.– y desde una moral –la ateniense, la victoriana o la postmoderna, por ejemplo–. Es cierto que este tipo de afirmaciones acercan a Macintyre a un cierto relativismo historicista, pero en realidad lo que le interesa no es defender una especie de perspectivismo en el que todo punto de vista posea el mismo valor, sino que le importa mostrar el carácter situado de toda acción y pensamiento, puesto que desde siempre estamos embebidos de un determinado esquema conceptual, e insertos en una historia y comunidad en particular.

Para demostrar que la neutralidad no solo es ilegítima sino imposible, MacIntyre analiza el proyecto liberal en sí, para dar cuenta de que precisamente la misma imposibilidad de llegar a acuerdos dentro de esta tradición, y lo interminable de los conflictos, son signos inequívocos de que no existe un terreno neutral de análisis. Se trata de una especie de reductio ad absurdum: supongamos que efectivamente existiese un criterio autónomo, de individuos racionales anteriores a cualquier posición; si ese fuera el caso, bastaría con apelar a este para solucionar los conflictos (cf. 1998 345). Sin embargo, no es eso lo que sucede en el debate contemporáneo, pues, más bien, lo que tenemos son diversas voces que no se escuchan, y que se sostienen en una retórica de acuerdos de aparente objetividad; aparente, porque en realidad no surgen como resultado de una discusión racional en busca de un espacio común.11

Es interesante dar cuenta de que el ideal de neutralidad en la Universidad no es una característica más de la Universidad liberal, sino que es su nota definitoria. De hecho, la Universidad liberal nace precisamente cuando se empieza a expurgar de la academia –es el análisis de MacIntyre– las concepciones teológicas y religiosas, que fueron consideradas subjetivas, aboliendo las pruebas y profesiones de fe en sus profesores. En ese escenario, el académico empezó a ser medido por el criterio de "competencia profesional", independientemente de cualquier visión que tuviera. Esto, que efectivamente puede ser valorado como una reparación frente a las injusticias cometidas en la Universidad preliberal, ha dado lugar a un currículo pretendidamente "aséptico", donde las materias han sido presentadas como hechos objetivos y científicos, despojadas del contexto social desde donde han surgido, y del ámbito epistemológico que les daba sentido.

Cuando se fundaron las Universidades sin pruebas religiosas, o cuando las pruebas religiosas fueron abolidas en las Universidades que antiguamente las imponían –escribe MacIntyre–, la consecuencia no fue que tales Universidades se convirtieran en lugares de conflicto intelectual ordenado […] En su lugar, lo que sucedió fue que, en el nombramiento de los profesores, las consideraciones de creencia y lealtad fueron excluidas completamente de vista. Una concepción de competencia académica, independiente de cualquier punto de vista, se impuso sobre la concepción de los nombramientos. Una concepción correspondiente de objetividad en el aula exigía que los profesores nombrados presentaran lo que enseñaban como si hubiera, ciertamente, criterios de racionalidad compartidos, aceptados por todos los profesores y accesibles para todos los alumnos. Y se desarrolló un plan de estudios que, en la medida de lo posible, abstraía las materias que se iban a enseñar de su relación con los puntos de vista globales en conflicto. Las Universidades llegaron a ser instituciones comprometidas con el mantenimiento de una objetividad ficticia. (MacIntyre 1994 379)

Lo interesante es que lo que pudo haber resultado en el ámbito de las ciencias empíricas (aunque algunas disciplinas sin justificación racional fuerte también fueron relegadas, piénsese en la astrología o la frenología), no dio el mismo resultado en el ámbito de las humanidades, donde el ideal de neutralidad no se ha podido sostener con la misma fuerza. De hecho, la pretendida objetividad en humanidades, bajo el ideal de cientificidad, más bien las ha privado de criterios interpretativos que posibiliten leer comprensivamente sus textos fundamentales, señalar la importancia de algunos autores por sobre otros, y dialogar con ellos desde determinados contextos. En ese escenario, más que un desarrollo fructífero de las humanidades, lo que ha sucedido es un crecimiento desproporcionado de técnicas y métodos de análisis en ciencias sociales por sobre los acuerdos y compromisos (cf. MacIntyre 1990a 225). Es decir, lo que ha hecho la Universidad es esconder o enmascarar la carencia o la imposibilidad de objetividad científica, en nombre de la mera habilidad técnica en la investigación.

La ficción de la eficacia

La tercera ficción que está presente en el seno de la institución universitaria es la apelación a la eficacia como criterio que justifica su misma existencia. MacIntyre, en un artículo dedicado a la visión del Cardenal Newman sobre la Universidad, escribe lo siguiente:

Las Universidades de hoy no sobrevivirían, ni prosperarían, si no fueran capaces de prometer creíblemente a sus alumnos una puerta de acceso a carreras superiores, y para los donantes y los gobiernos un suministro adecuado de mano de obra calificada y de investigación que contribuya al crecimiento económico. Las Universidades, así, lo que prometen es ser empresas rentables y efectivas. Para Newman, por el contrario, las actividades que contribuyen a la enseñanza y el aprendizaje de una Universidad tienen bienes internos que hacen las actividades valiosas en sí mismas. Por supuesto, puede ser el caso que incidentalmente las Universidades contribuyan al éxito profesional y al crecimiento económico. Pero, en opinión de Newman, una Universidad puede tener éxito en ambos aspectos y, sin embargo, fallar como Universidad. (MacIntyre 2009a 359, traducción propia)

Sería un error, a nuestro juicio, leer este texto como si se tratase de una crítica idealista o romántica contra la profesionalización de la Universidad de investigación, y el fin del conocimiento como valor en sí mismo; ese sería justamente un planteamiento nostálgico y elitista que defendería una Universidad del pasado. A MacIntyre le parece bien que los estudiantes estén preparados para el mundo del trabajo (cf. MacIntyre 2001 21), pero lo que le preocupa es que la Universidad liberal se haya empezado a sostener, e incluso a justificar, desde bienes que no son propios de ella, sino externos. MacIntyre es coherente aquí con su distinción clásica entre prácticas-bienes internos e instituciones-bienes externos. Para el autor de After Virtue, la Universidad ultraespecializada y de investigación contemporánea es, justamente, la más proclive a sucumbir a los intereses corporativos o gubernamentales que, por una parte, financian y dirigen la investigación, que generalmente no es decidida por los académicos, y, por otra, reducen la educación a la formación de competencias profesionales y especializadas requeridas por una "sociedad capitalista" (cf. MacIntyre 2009b 173). Ni la investigación ni la formación son decididas por la misma Universidad, pues esta queda sometida a intereses ajenos a ella.

Esta racionalidad de la efectividad, que se apoya en el éxito económico y el poder, es llamada por MacIntyre –siguiendo a Max Weber– una racionalidad burocrática o gerencial.12 Esta se caracteriza por silenciar la pregunta por los fines y valores y por legitimarse en nombre de la eficacia del experto o del gerente (cf. MacIntyre 2007 30). Este tipo de racionalidad es, creemos nosotros y siguiendo a MacIntyre, la última ficción de la Universidad contemporánea que habría que desenmascarar. Ella se funda en la ficción de hacernos creer que una institución está cumpliendo sus objetivos simplemente por la efectividad de los medios, mas no por la excelencia de sus fines.

Las Universidades parecerían funcionar porque son certificadas con varios años de acreditación o licenciamiento, porque logran un elevado nivel de publicaciones con altos factores de impacto, o porque alcanzan a graduar y titular en un determinado número de años a cierta cantidad de estudiantes. Sin embargo, esta es una justificación en términos de racionalidad instrumental, o una suerte de legitimidad con base en criterios meramente ejecutivos. La realización de estos medios no da cuenta de si la comunidad de investigadores o los estudiantes que integran la Universidad están alcanzando sus propios bienes. Si pensamos en la misma comunidad académica, MacIntyre le enrostra que su labor está siendo sopesada bajo criterios observables o calificada según su productividad, con total indiferencia de si se están desarrollando los bienes de la imaginación y el entendimiento (cf. MacIntyre 2011 327). Para el caso de los estudiantes, nuestro autor advierte que se ha instalado un modelo de productividad, del input y output, de una formación de competencias o capacidades de acuerdo con los requerimientos y en atención a las prioridades del orden económico imperante. Pero no aparece en este panorama la reflexión crítica o la autonomía ilustrada pretendida en la modernidad (cf. MacIntyre 2002 4).13

No deja de ser interesante que en su aspecto crítico, MacIntyre nos recuerda, no a Newman ni a Tomás de Aquino, sino a J. F. Lyotard, quien en su informe sobre el saber en la época postmoderna había señalado justamente que, frente al fin de los grandes relatos legitimadores del saber ilustrado, solo queda la performatividad o efectividad:

[D]onde lo que se ventila no es la verdad sino la performatividad –son palabras del filósofo francés–, es decir, la mejor relación input/output. El Estado y/o la empresa abandona el relato de legitimación idealista o humanista para justificar el nuevo objetivo: en la discusión de los socios capitalistas de hoy en día, el único objetivo creíble es el poder. No se compran savants, técnicos y aparatos para saber la verdad, sino para incrementar el poder. (2012 86)

Lo que puede resultar solo una coincidencia epocal, nos parece que esconde algo más complejo, que indica la relación con el enfoque post-moderno presente en el pensamiento de Alasdair MacIntyre.

La crítica postmoderna a la Universidad moderna

Lo señalado en el acápite anterior no debe sorprendernos si reparamos en que lo que hace MacIntyre, particularmente en Three Rival Version, es apoderarse de la crítica "genealógica" de los herederos de Nietzsche para desenmascarar el proyecto liberal representado en la tradición de los "enciclopedistas".14 Sin embargo, este modo de entender a MacIntyre, como alguien que habla y escribe desde la sospecha nietzscheana, esconde buena parte de su proyecto. MacIntyre es consciente de que este modo de hacer filosofía tiene también sus incoherencias y debilidades internas.

En efecto, a pesar de lo demoledora que resulta la crítica genealógica a la Universidad liberal de la tradición enciclopédica, MacIntyre denuncia que esta tradición estaría atrapada en una encrucijada. Por un lado, la genealogía se encuentra presa entre la necesidad de sobrevivir a la institución universitaria, renunciando a ser ella misma desenmascarada y adaptándose a los modos convencionales de cátedra universitaria; por otro, en la opción extrema de retirarse fuera de la academia, pagando el precio de la exclusión y el aislamiento. Dicho de otro modo, y utilizando potentes metáforas del mismo MacIntyre, la alternativa parecería estar entre la paradoja de escribir sobre la fuerza demoledora del aforismo nietzscheano en artículos y conferencias de especialistas, o iniciar una "guerra de guerrillas" contra el sistema (cf. MacIntyre 1990a 216-221).

La pregunta es cómo superar este escollo hacia una Universidad postilustrada y postgenealógica. MacIntyre parece proponer una última estrategia, la que le permitiría, precisamente, superar la conformidad académica y la exclusión del crítico. Se trata de "institucionalizar el conflicto". La Universidad postmoderna debe ser capaz de sobrevivir mediante la "sistematización de la subversión", pues solo en esa tensión puede progresar una investigación comprometida y no sujeta a exclusiones o neutralizaciones.

¿Qué es, pues, posible? La respuesta es: la Universidad como un lugar del desacuerdo obligado, de impuesta participación en el conflicto, en el que la responsabilidad de la Educación Superior sería iniciar a los estudiantes en el conflicto. En tal Universidad, aquellos que están comprometidos en la enseñanza y la investigación tendrían que jugar un doble rol. Por una parte, cada uno estaría participando en el conflicto como protagonista de un particular punto de vista […] Por otra parte, cada uno de nosotros tendría que jugar un segundo rol, no el de partidario, sino el de alguien preocupado de sostener y ordenar los conflictos que se sucedan, en proveer y sostener medios institucionalizados para su expresión […] en asegurar que las voces rivales no sean ilegítimamente suprimidas, en sostener a la Universidad, no como un arena de neutral objetividad, como en la Universidad liberal, donde cada uno de los puntos de vista contendientes promueve su propia y particular explicación de la naturaleza y función de la objetividad, sino como una arena de discusión en la cual el más fundamental tipo de conflicto, el desacuerdo teológico y moral, tuvieran su reconocimiento. (MacIntyre 1992 284-285)

La propuesta encerrada en estas palabras refleja lo que podría denominarse, bajo el riesgo de usar una etiqueta muy amplia, el Tomismo Agustiniano postmoderno de MacIntyre.15 Esta postura tiene como punto de partida la crítica postmoderna a las contradicciones contenidas en la Universidad moderna, que es recogida como crítica marxista a la tradición liberal, y como un desenmascaramiento genealógico de la Ilustración. Pero a esta primera consideración se suma la necesidad de reinstalar la autoridad de la tradición agustiniana, como correctivo a la voluntad de poder, pues solo el ejercicio de la autoridad y el reconocimiento concedido a la autoridad es capaz elevar la voluntad sobre los intereses particulares, con el fin de no quebrar la unidad de la investigación. Junto a esta tradición está la tomista, que no significa una vuelta nostálgica a épocas medievales, sino, más bien, la reinstalación de un sistema de discusión dialéctica, uno que sea capaz de entender los puntos de vista ajenos y rivales en sus propias fortalezas y límites, para desde ahí generar una síntesis que los corrija y los trascienda. Esa es la revolución que intenta MacIntyre, que no significa solo recrear nuevas forma de autoridad y diálogo, sino subvertir el poder político y académico de la Universidad liberal contemporánea.


Notas

1 Me refiero particularmente a los trabajos de Kelvin Knight (2009, 2013), quien entronca el pensamiento de MacIntyre con un particular "aristotelismo marxista", pero también a los estudios de Peter MacMylor y Mark Murphy, que analizan la influencia de Max Weber y Karl Polanyi en la crítica macinteryana a la modernidad liberal. El interés por el marxismo de MacIntyre ha dado origen, además, a una colección de trabajos menores, publicados entre los años 1953 y 1974. Esta colección ha sido editada por Paul Blackledge y Neil Davidson. Las referencias completas de los trabajos citados a pie de página se pueden encontrar al final de este artículo en la bibliografía.
2 Se trataría así de un esfuerzo reconocidamente utópico, tendiente a reencauzar los saberes universitarios hacia una metafísica sapiencial, ordenadora de las distintas disciplinas y de la investigación. Un acercamiento interpretativo que acentúa este enfoque lo encontramos, no en la literatura anglosajona, sino más bien en los estudios sobre el proyecto de MacIntyre realizados al interior de la tradición católica española de la Universidad de Navarra. Dos excelentes trabajos representativos de esta tradición los tenemos en la investigación pionera de Claudia Ruiz Arriola, Tradición, Universidad y virtud: filosofía de la educación superior en Alasdair MacIntyre, y en el libro coescrito entre José Manuel Giménez Amaya y Sergio Sánchez Migrallon, Diagnóstico de la Universidad en Alasdair MacIntyre. El primero de estos libros es una obra interesante, muy bien pensada, que está preocupada de insertar a MacIntyre en una línea amplia y variada, quizá demasiado heterogénea, de autores con un diagnóstico similar. La lista incluye a K. Polanyi, J. Ortega y Gasset, H. Arendt, Ch. Taylor, e incluso a J. Maritain y A. Bloom, con quienes MacIntyre –a nuestro entender– más bien discrepa. El segundo libro es un completo y detallado análisis de los principales textos de MacIntyre sobre la Universidad escritos luego de After Virtue, donde el pensador escocés acentuaría la importancia de recobrar la filosofía y la teología de Santo Tomás y del Cardenal Newman como solución a la crisis de la Universidad contemporánea.
3 El mismo título de las últimas obras de MacIntyre dedicadas a la Universidad es ilustrativo de lo que venimos diciendo: God, Philosophy, Universities: A History of the Catholic Philosophical Tradition (2009b), "The Very Idea of a University: Aristotle, Newman, and Us" (2009a), "The End of Education: The Fragmentation of the American University" (2006) y "Catholic Universities: Dangers, Hopes, Choices" (2001). El primero es una colección de sus clases en la Universidad de Notre Dame, el segundo es un artículo académico aparecido en una importante revista británica dedicada a la filosofía de la educación, el tercer trabajo es una conferencia publicada en Estados Unidos por la revista católica Commonwealth, y el cuarto es el capítulo de un libro que aborda el tema de la educación superior y la tradición católica.
4 Hemos encontrado dos citas que pueden servir de prueba de lo señalado. La primera es de los años sesenta, y aparece en un libro que MacIntyre dedica al marxismo y al cristianismo: "Marx is in the first instance a critic of liberalism and of bourgeois society in their own terms. He approaches bourgeois society not as an external critic, but as one who tries to show first the incoherence and falsity of the account which bourgeois society gives of itself in the form of liberal theory" (MacIntyre 1968 133). Veinticinco años más tarde, una vez que ha dejado el comunismo británico y ha rechazado a Marx, consigna: "Even if Marxist characterizations of advanced capitalism are inadequate, the Marxist understanding of liberalism as ideological, as a deceiving and self-deceiving mask for certain social interest, remains compelling" (MacIntyre 1998 258).
5 No solo aparece en esta perspectiva Nietzsche, sino también los franceses Michel Foucault y Gilles Deleuze. El recurso del desenmascaramiento y la desacralización de las nociones epistemológicas y morales ilustradas es central en el proyecto de MacIntyre. Bastan aquí dos citas: "Nietzsche understood the academic mode of utterance as an expression of merely reactive attitudes and feelings, their negative, repressed, and repressive character disguised behind mask of fixity and objectivity" (MacIntyre 1990a 39). "For it was Nietzsche's historic achievement to understand more clearly than any other philosopher […] not only that what purported to be appeals to objectivity were in fact expressions of subjective will, but also the nature of the problems that this posed for moral Philosophy" (MacIntyre 2007 132).
6 Es signo de esta misma complejidad, el hecho de que, mientras nosotros podemos mostrar la afiliación postmoderna de la invectiva macinteryana contra la modernidad y la Universidad liberal, otros autores han descubierto (con buenas razones) lo que tiene de liberal la filosofía de MacIntyre (cf. Porter; Kozinski e Isler).
7 Desde otra perspectiva, esto mismo ha sido señalado por Lídia Figuereido en su estudio sobre la filosofía narrativa de MacIntyre: "Además de los argumentos de la crítica marxiana, MacIntyre emplea contra la razón ilustrada la estrategia del desenmascaramiento, aunque no desde la perspectiva de Nietzsche. La razón ilustrada se considera universal y objetiva, en cuanto que neutra, esto es, descomprometida, destradicionalizada. ¿Qué denuncia MacIntyre en lo que considera la pretendida objetividad, la ficticia neutralidad, la borrosa universalidad de la Ilustración? Su falsedad, evidentemente, pero un falseamiento originado en el orgullo, en la hybris" (167).
8 Sean Sayers critica precisamente a MacIntyre, pues, según este autor, el pensador británico no habría comprendido que detrás de la fragmentación yacen fenómenos deseables, como la aparición de espacios para el pensamiento crítico y radical dentro de la academia. Él hace referencia, en concreto, al surgimiento de nuevas corrientes y tendencias que en los últimos años se abren paso frente a los enfoques más tradicionales. Así, por ejemplo, podemos pensar cómo las Universidades anglosajonas han incorporado, junto a la filosofía analítica centrada en la lógica y la ética, movimientos como el deconstructivismo o la hermenéutica (cf. 89-95).
9 Sobre el complejo problema del progreso en la investigación, algunas citas de referencia: "Progress in rationality is achieved only from a point view. And it is achieved when the adherents of that point of view succeed to some significant degree in elaborating ever more comprehensive and adequate statements of their positions through the dialectical procedure of advancing objections which identify in coherences, omissions, explanatory failures, and other types of flaw and limitation in earlier statements of them, of finding the strongest arguments available for supporting those objections, and then of attempting to restate the position so that it is no longer vulnerable to those specific objections and arguments" (MacIntyre 1988 144). "To be accountable in and for enquiry is to be open to having to give and account of what one has either said or done, and then to having to amplify, explain, defend, and, if necessary, either modify or abandon that account, and in this later case to begin the work of supplying a new one" (MacIntyre 1990a 201).
10 MacIntyre propone incluso la aparición de Universidades de tradiciones rivales, cada una desarrollando sus investigaciones, acuerdos y conflictos en sus propios términos (cf. 1990a 234). No obstante, la tradición tomista aparece como superior a las demás, justamente porque ella es capaz de presentar modelos de investigación dialécticos, en los que cada disciplina ocupa un lugar en el plan de estudios.
11 Esta es otra de las ficciones que enmascaran las fallas del liberalismo. "The danger arises from our inhabiting a political and economic system in which a rhetoric of moral consensus mask fundamental dissensus and moral impoverishment. […] It is a piece of false mythology to suppose that our fundamental disagreements have either emerged from or been tested by prolonged rational debate" (MacIntyre 1990b 354). "The facts of disagreement themselves frequently go unacknowledged, disguised by a rhetoric of consensus. And when on some single, if complex issue, as in the struggles over the Vietnam War or in the debates over abortion, the illusions of consensus on questions of justice and rationality are for the moment fractured" (MacIntyre 1988 2)
12 En realidad, más que racionalidad, MacIntyre parece preferir la idea más concreta de una autoridad burocrática (bureaucratic authority) o autoridad gerencial (managerial authority), o bien la noción de personaje prototípico (character) del gerente burocrático (bureaucratic manager). Ahora bien, más interesante que estas precisiones es comprender que –como señalan Beadle y Moore– lo que busca MacIntyre con estas nociones no es hacer una distinción entre organizaciones públicas o privadas, pues tanto en el gerente de un negocio como en el funcionario estatal puede darse la misma racionalidad. Lo relevante es dar cuenta aquí –como lo es para Weber– de una acción impersonal operada sobre medios disponibles y de acuerdo con parámetros generales (cf. Beadle and Moore 327).
13 Esto es lo que ha señalado con fuerza y claridad Claudia Ruiz Arriola en su estudio sobre la filosofía de la educación en MacIntyre: "La Universidad Liberal, erigida sobre el cometido ilustrado de hacer al individuo pensar por sí mismo, termina por inhibir, bien sea por el relativismo de la especialización fáctica o de la racionalidad eficiente, el desarrollo de esta capacidad" (136). En una línea de reflexión semejante, escribe R. Smith: "Since MacIntyre wrote about 'reconceiving the university' in Three Rival Versions the features of the 'liberal university' that he took issue with there have of course become more marked, in the rampant growth of what has come to be called 'performativity'. The student has become essentially a chooser, equipped with a league tables to enable her to make the appropiate choice of institution, upon entering which she will be constituted as a collection of programmable skills (key skills, transferable skills), able to demonstrate possession of the learning outcomes which the course or its modules aim to deliver. The dominance of technical reason and the influences of managerialism and of crude notions of science have become even stronger. And, crucially, these tendencies, coupled with the ever-worsening staff-students ratio and consequent pressure to run fewer tutorials or seminars or replace them with computerized interactive learning packages, have diminished still further the possibility of experiencing the university as an enquiring community" (320).
14 "The genealogist's critique would focus upon two features of the encyclopaedist's stance. The first is the pretension involved in the unwitting elevation of the culturally and morally particular to the status of what is rationally universal. […] the genealogist's second accusation would emphasize how the attempt to contrast the morality of enlightened, civilized modernity with its unenlightened, uncivilized predecessors functions so as to conceal the continuity of the moral enterprise. […] At different periods the will to power take on different forms, and there are times at which it is more difficult and times at which it is easier to understand the surface manifestations of the will to power as just that, surface manifestations" (MacIntyre 1990a 189-190).
15 El concepto de "Postmodern Agustinian Thomism" aparece en Tracey Rowland, quien lo utiliza justamente para dar cuenta de la crítica de MacIntyre a la tradición liberal, realizada desde la denuncia genealógica y marxista, insertada en la tradición tomista. No obstante, importa decir que a esta autora lo que le interesa es fundamentalmente el tema de la cultura moderna y la Iglesia Católica, el problema de la cultura actual y su apertura o cerrazón la gracia agustiniana y a las virtudes tomistas. Rowland no hace referencias a la Universidad ni a la tradición de investigación (cf. 134-135). Thomas Hibbs usa también el concepto de "Postmodern Thomism": "one which is not susceptible to the genealogical critique of encyclopedia and which circumvents the self-destructive tendencies of genealogy" (277).


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