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El Ágora U.S.B.

Print version ISSN 1657-8031

Ágora U.S.B. vol.21 no.1 Medellin Jan./June 2021  Epub Nov 01, 2021

https://doi.org/10.21500/16578031.5472 

Artículos derivados de investigación

Polarización Política y Relaciones Familiares: prácticas relacionales y mecanismos de configuración de la postura política como barreras psicosociales para la democracia y la paz en Medellín

Political Polarization and Family Relationships: Relational Practices and Configuration Mechanisms of Political Posture as Psychosocial Barriers to Democracy and Peace in Medellin

Manuela Avendaño-Ramírez1 

Juan David Villa-Gómez2 

1Psicóloga de la Universidad de San Buenaventura, joven investigadora de Colciencias, Grupo de Investigación en Psicología: Sujeto, sociedad y Trabajo. Orcid: https://orcid.org/0000-0001-8638-4129 Scholar: https://scholar.google.es/citations?hl=es&pli=1&user=DBzK0VEAAAAJ Conctacto: manuela.avendano@upb.edu.co

2Docente Asociado de la Facultad de Psicología y Escuela de Ciencias Sociales de la Universidad Pontificia Bolivariana, Psicólogo y Doctor en Migraciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo. Grupo de Investigación en Psicología: Sujeto, Sociedad y Trabajo. Orcid: http://orcid.org/0000-0002-9715-5281 Scholar: https://scholar.google.es/ citations?hl=es&user=hUy2wG0AAAAJ Contacto: juan.villag@upb.edu.co.


Resumen

A partir de este análisis se identificaron creencias sociales, orientaciones emocionales colectivas y narrativas del pasado que configuran la dinámica de polarización política al interior de las familias y prácticas relacionales que de esta devienen, además de mecanismos de configuración de la postura política desde los cuales se posicionan frente a la diferencia política con el otro. Constituyéndose dicho fenómeno, además, en obstáculo para la apertura de espacios de debate público sobre los problemas del país, para el ejercicio de la subjetividad política y para la misma construcción de democracia y paz en Colombia.

Palabras clave: conflicto armado colombiano; polarización política; relaciones familiares; barreras psicosociales para la paz; acuerdos de paz

Abstract

From this analysis, social beliefs, collective emotional orientations, and narratives of the past were identified, which shape the dynamics of political polarization within families and relational practices, which derive from it, as well as mechanisms of configuration of the political posture from which they position themselves in the face of political difference with the other. This phenomenon is also an obstacle to the opening of public debate spaces about the country’s problems, for the exercise of political subjectivity and for the very construction of democracy and peace in Colombia.

Keyword: Colombian Armed Conflict; Political Polarization; Family Relationships; Psychosocial Barriers for Peace; and Peace Agreements

Introducción

El conflicto armado en Colombia ha marcado no solo la historia del país, sino también la configuración de subjetividades y formas de relacionamiento de los ciudadanos. Durante las más de seis décadas en las que se han perpetuado las lógicas de confrontación violenta, 9.031.048 personas han sido víctimas directas (Red Nacional de Información, julio 30 de 2020); es decir el 18% de la población colombiana, mientras el otro 82% ha nacido, crecido y vivido espectando la violencia de manera cercana, frente a las pantallas o en las historias que son narradas a su alrededor.

Junto con esta historia de dolor, también se han conocido los múltiples intentos por llegar a una solución negociada. El último de estos fue el acontecido entre la antigua guerrilla de las FARC-EP y el gobierno del presidente Juan Manuel Santos (2010-2018), que derivó en la construcción de seis puntos que darían paso al fin del conflicto armado con esa guerrilla si lograban ser refrendados por voto popular bajo la figura de plebiscito. Después de una votación que arrojó como resultado la victoria del ‘NO’ con el 50,2% de los votos, era necesario cuestionarse sobre las posibilidades de construcción de una cultura de paz y reconciliación en Colombia. Esto último se debe a que la victoria del ‘NO’ tomó a muchos sectores sociales por sorpresa, especialmente a aquéllos que apoyaban la firma de los Acuerdos de Paz; puesto que esto significó, implícitamente, un rechazo a la negociación política con las insurgencias.

De cara a este panorama, surge la pregunta por las actitudes, creencias y emociones que configuraron las posturas de los colombianos frente a este proceso de paz, especialmente de los ciudadanos residentes en las grandes ciudades del país, donde los análisis de la votación ubican la mayoría de votos a favor del NO (Basset, 2018). La investigación “Barreras psicosociales para la construcción de la paz y la reconciliación en Colombia” se pregunta por la configuración de un ethos del conflicto colombiano que se presenta como un obstáculo cada vez mayor para generar nuevas versiones y miradas que permita la construcción de culturas de paz y reconciliación como salidas no violentas a la guerra (Bar Tal, 1998, 2007, 2013; Barrera Machado & Villa Gómez, 2018).

Esta investigación viene dialogando con los desarrollos teóricos del investigador israelí Daniel Bar-Tal y su equipo de trabajo alrededor del conflicto palestino-israelí. Bar-Tal, Halperin y Pliskin (2015) definen estas barreras como “la operación integrada de procesos cognitivos, emocionales y motivacionales, combinados con un repertorio preexistente de creencias rígidas que soportan el conflicto, cosmovisiones y emociones que resultan en el procesamiento de la información selectivo, parcializado y distorsionado.” (p. 73). Estas barreras psicosociales suelen desarrollarse en conflictos que algunos autores denominan intratables, puesto que, los sujetos y colectivos que están atravesados por éste se adaptan, desde su vida cotidiana, a sus dinámicas de manera exitosa, logrando su perpetuación y la dificultad para su resolución (Bar-Tal, 1998, 2000, 2001, 2007, 2013, 2017, 2019; Coleman et al.,2007; Halperin & Bat-Tal, 2011; Barrera Machado & Villa Gómez, 2018; Rico Revelo & Sottilotta, 2019).

Estos autores proponen que, para poder alcanzar una disposición a la construcción de paz, es necesario transformar ese ethos del conflicto que está comprendido por la cristalización de una “infraestructura psicosocial” compuesta de narraciones del pasado, creencias sociales frente al conflicto y orientaciones emocionales colectivas (Bar-Tal, 2010; Halperin & Bar-Tal, 2011), para construir una cultura que implique la reconciliación (Bar-Tal, 2003). Dicho lo anterior, es importante resaltar que estas barreras rígidas se convierten en los pilares de una cultura de conflicto, que aparece cuando una sociedad integra símbolos tangibles e intangibles que son creados para comunicar un significado particular sobre su prolongada dinámica, en la que están inmersos (Bar-Tal, 2010, 2013; Bar-Tal, Halperin & Pluskin, 2015).

Dadas las condiciones de durabilidad y crudeza del conflicto armado colombiano, en el marco de esta investigación, hemos llegado a concluir que éste cumple con las características para ser denominado un conflicto intratable (Rico Revelo & Sottilotta, 2019; Barrera Machado & Villa Gómez, 2018). A cuatro años de la firma de los Acuerdos de Paz con las FARC, la imposibilidad de darle fin a la violencia sucesiva, incluso tras haber logrado la desmovilización de 11.113 excombatientes de la guerrilla más antigua del mundo (ARN, 2019), darían cuenta de esta denominación, pues no solo se evidencia la imposibilidad del cese de eventos violentos que cuestan cientos de vidas, sino también pérdidas materiales, culturales y simbólicas (Verdad Abierta, 2018; Misión de verificación ONU, 2020; CICR, 2020); además de unas condiciones psicosociales que posibilitan la adaptación de la sociedad civil a la violencia, conduciendo a su naturalización, legitimándola y normalizándola, militarizando la vida cotidiana (Martín-Baró, 1989).

En el marco de la investigación de “Barreras psicosociales para la construcción de la paz” estamos indagando cuáles son los soportes psíquicos, relacionales y sociales del conflicto que hacen posible que más del 50,2% de los colombianos votantes hayan rechazado la posibilidad de implementar un acuerdo de paz, aún imperfecta (Muñoz, 2003); que, si bien no se convertía en la solución definitiva y completa al conflicto armado colombiano, sí representaba la posibilidad de finalizarlo y esclarecer un capítulo extenso y doloroso dentro de la historia de Colombia.

Para definir las barreras estudiadas, puede afirmarse que las Creencias Sociales se refieren a “cogniciones compartidas por miembros de la sociedad en temas y asuntos que son de especial preocupación para ese grupo social en particular y que contribuyen a la sensación de unicidad de los miembros de dicha sociedad” (Bar-Tal, 1998, p. 25). Estas pueden ser reconocidas en las prácticas discursivas que circulan en lo público, encontrándose muchas veces representadas en figuras políticas y culturales. Expresiones militaristas, narrativas de pasados gloriosos y personajes heroicos, asociaciones a binarismos religiosos de bien/ mal aparecen, envolviendo la dinámica del conflicto entre imaginarios de lo revolucionario, lo salvífico, lo inhumano y lo terrorífico que constituyen un escenario de ideologización donde se posibilita la creación de sesgos frente a los actores involucrados y se legitiman las vías armadas como solución y la deshumanización del exogrupo (Barrera Machado & Villa Gómez, 2018).

Estas creencias se van configurando en muchos casos, como convicciones y certezas, puntos de vista que no se pueden discutir, controvertir o debatir; ya que se encarnan en la subjetividad definiendo, en muchos casos, identidades, y en otros, acercándose al fundamentalismo y el fanatismo que considera a quien piensa diferente como adversario (Villa Gómez, 2019; Velásquez Cuartas, Barrera Machado & Villa Gómez, 2020). Lo cual puede conducir a discursos de exclusión y odio, de carácter radical y extremista (Hur, 2018), binarios y dicotómicos, polarizantes, negando los argumentos de la contraparte, reproduciendo posiciones moralizantes que pueden tomar matices casi religiosos.

Así pues, se configuran puntos de vista cercanos al dogma, visiones para un orden social homogéneo y estandarizado como norte social, ético y político, “una mentalidad conservadora, rígida, autoritaria e intolerante, fundamentalizando y esencializando su punto de vista, mientras se relativiza, ridiculiza o minimiza el contrario” (Velásquez Cuartas, Barrera Machado & Villa Gómez, 2020, p. 166), lo que bloquea la posibilidad del diálogo, la negociación de significados con el otro, la deliberación argumentativa, el abordaje político del conflicto; de allí que se termine por negar la alteridad y la diferencia, negándose incluso a ver los hechos y defendiendo ‘sus ideas’ a cualquier costo; puesto que, desde una dimensión identitaria, se siente, incluso, que si se reflexiona, cuestiona o cambia un punto de vista, puede traicionarse el sí mismo o los principios.

Las narrativas del pasado o de la memoria colectiva evidencian el proceso enunciativo para la comprensión del nacimiento y desarrollo del conflicto armado, respaldado por ciertos discursos y versiones, generalmente, hegemónicos y oficialistas, que obedecen al sostenimiento de un status quo desde el que se legitima la vía armada como la única forma de solucionarlo (Bar-Tal, 2003, 2019; Barrera Machado & Villa Gómez, 2018; Villa Gómez & Arroyave Pizarro, 2018). Estas narrativas se vinculan tanto con las creencias como con las orientaciones emocionales colectivas.

Las Orientaciones Emocionales Colectivas (OEC), permiten la caracterización social de las emociones, tanto a nivel subjetivo como colectivo (Bar-Tal & Halperin, 2014; Villa Gómez et, al., 2019), repercuten en la toma de decisiones y dan lugar al establecimiento de ciertas relaciones con los fenómenos sociopolíticos. Siguiendo esta lógica, según Villa Gómez et al (2019, p. 39), “todas las sociedades poseen una cultura política que tiene unos valores y unas orientaciones emocionales específicas”, para lo cual se hace necesario identificar cuál es la nuestra y si se ha constituido como una barrera que refuerza la infraestructura sociopsicológica del conflicto. Dentro de estos conflictos hay una clara emergencia de emociones negativas que, según, Bar-Tal, Halperin & Pliskin (2015); Bar-Tal & Halperin (2010), limitan el repertorio psicológico de los miembros de la sociedad y refuerzan la rigidez de sus creencias sociales. Las más reconocidas son el miedo, el odio y la ira.

El devenir de este ethos del conflicto, que configura barreras psicosociales para la paz y la reconciliación, va calando en el escenario político y social del país, contribuyendo a incrementar lógicas de polarización y radicalización de posturas ideológicas que conducen a procesos de exclusión del otro, según las divergencias políticas que, entre grupos o sujetos se hallen; lo que genera distanciamiento social y estigmatización del diferente (Amossy, 2014). Así pues, esta polarización ideológica se soporta en creencias rígidas sobre la bondad del propio grupo y la justicia de su accionar en contraposición a creencias sociales que dotan al exogrupo de un carácter de malignidad, constituyéndolo un enemigo absoluto (Martín- Baró, 1990; Bar-Tal, 1998; Blanco & De la Corte, 2003; Oren & Bar-Tal, 2006, Barrera Machado & Villa Gómez, 2018, Villa Gómez, 2019); en orientaciones emocionales exacerbadas, que van configurando un ‘endogrupo’ o grupo de identificación propia, a quien se le asignan tanto características como emociones positivas y un ‘exogrupo’ a quien se le atribuyen características y sentimientos negativos de rechazo, ira, odio y resentimiento (Bar-Tal & Halperin, 2014; Tajfel, 1984; Velásquez Cuartas, Barrera Machado & Villa Gómez, 2020).

Teniendo estos antecedentes teóricos como marco de referencia, surge la pregunta por las afectaciones que han tenido las relaciones familiares por el fenómeno de polarización política que se dio en el marco de la negociación política entre el gobierno de Santos y la guerrilla de las FARC. La primera parte de esta investigación fue llevada a cabo durante los años 2017 y 2018 y aborda las practicas interaccionales frente a las diferencias familiares y las orientaciones emocionales colectivas intentando comprender cómo las dinámicas de división de la sociedad en grupos opuestos, endurecidas desde posiciones ideológicas y clasifican en un endogrupo “nosotros” y un exogrupo “ellos”, tejen relaciones que invalidan la pluralidad de opiniones diversas, anulan la alteridad e imponen los argumentos propios, convirtiendo al otro en enemigo (Tajfel, 1984; Blanco & De la Corte, 2003; Blanco, 2007; Velásquez Cuartas, Barrera Machado & Villa Gómez, 2020). Para este trabajo se seleccionó una muestra de 20 participantes de 10 grupos familiares de la ciudad de Medellín, dos miembros por familia con posiciones opuestas en torno al proceso de negociación política del conflicto armado. Como criterio de selección se estipuló: la no pertenencia a partidos políticos ni movimientos sociales, familias pertenecientes a estratos medio/altos.

Se tomó como base no solo los planteamientos teóricos de Bar-Tal y su equipo de trabajo, sino también la categoría de polarización política que fue acuñada por Martín-Baró (1989) como un componente del trauma psicosocial en sociedades atravesadas por una guerra de larga duración. Además, trabajada por Blanco & De la Corte (2003) como una división en grupos que se ubican en posiciones ideológicas opuestas y extremas, desde la que se busca categorizarlos entre ‘nosotros’ y ‘ellos’. Según Martín-Baró (1989) y Lozada (2004), hay unos efectos que se desprenden de la polarización: (a) estrechamiento del campo perceptivo, que deriva en concepciones estereotipadas y desfavorables del ‘ellos’, (b) una carga emocional que se sitúa también en extremos de aceptación y de rechazo, (c) el quiebre de sentido común que se manifiesta en posiciones rígidas e intolerantes hacia el exogrupo y de adhesión y solidaridad con el endogrupo (Tajfel 1984), lo que impide el diálogo, la comprensión de nuevas ideas y el consenso ante las diferencias.

Se comprende, entonces, que la principal dinámica de la polarización es la categorización, la clasificación, segmentación y organización de la vida social y sus relaciones en torno a la concepción de estos grupos ‘opuestos’. Desde allí se configuran comportamientos, identidades, creencias y actitudes (Espinosa et al, 2007) creando estereotipos, que van en la misma vía de las creencias sociales y las narrativas del pasado (Bar-Tal, 1998, 2010, 2013) y son centrales para comprender los acontecimientos colectivos desde la causalidad, justificar actos hacia el exogrupo y diferenciarse constantemente del ‘ellos’ (Tajfel, 1984), rechazando así posiciones neutras o matices entre ambas polaridades (Lozada, 2004). Todo esto genera consecuencias para la sociedad: ruptura del tejido social, imposibilidad de llegar a salidas concertadas de los conflictos, justificación y mantenimiento de dinámicas de violencia, que se expanden desde el campo macrosistémico al microsistémico, en este caso la familia (Lozada, 2008).

Como resultado de este ejercicio de investigación se identificaron prácticas familiares frente a la diferencia política, como la designación del otro diferente con categorías o etiquetas peyorativas: ‘guerrillero’, ‘paraco’, ‘comunista’; la burla frente su postura política, que produce emociones de ira o indignación, que terminan por llevar la discusión de lo político a lo personal. Esto se traduce en prácticas que niegan la existencia de posturas políticas opuestas y pactos de silencio que demuestran la imposibilidad de nombrar y conversar sobre las diferencias políticas en los espacios cotidianos (Velásquez Cuartas, Barrera Machado & Villa Gómez, 2020).

A partir de allí, ampliamos esta investigación a una muestra de habitantes de Medellín de los estratos socioeconómicos medio/bajos, lo que nos posibilitaba tener una perspectiva más abarcante y complementaria. El trabajo de campo lo realizamos en el segundo semestre de 2019. En este caso, debido a la distancia temporal respecto al proceso de negociación y a la votación en el plebiscito del 2016, también planteamos preguntas no sólo sobre los Acuerdos de Paz, sino también sobre la transición del posacuerdo y las elecciones presidenciales del 2018. Además, debido a la coyuntura política emergieron otros puntos de discusión que sirvieron como caldo de cultivo para el mantenimiento de la polarización política que derivó en la toma de decisiones frente a las prácticas dentro de los grupos familiares, como lo son: la captura de Jesus Santrich por nexos con narcotráfico y su posterior huida para reaparecer alzado en armas junto con Iván Márquez (Revista Semana, 29 de agosto de 2019), la crisis de Venezuela que ha implicado una migración masiva de venezolanos al país (Dejusticia, 16 de enero de 2020) el paro nacional que inició el 21 de Noviembre de 2019 y la oleada de manifestaciones críticas al actual gobierno (Pardo, 22 de noviembre de 2019).

Metodología

Realizamos este proceso investigativo desde una metodología cualitativa que, en psicología social, puede ser vista como como una propuesta necesaria para acercarse a la subjetividad como producto humano de carácter cultural (González Rey, 2013), desde una perspectiva fenomenológica-hermenéutica (Sandoval, 1996). Ya que la comunicación es la vía primaria de acceso a la configuración de procesos de sentido subjetivo e implica un ejercicio de análisis de experiencias y vivencias que son narradas a través del lenguaje oral, hemos elegido las entrevistas semiestructuradas y a profundidad, como medio para acceder a la información. Las realizamos como conversaciones que buscaban conocer lo que pensaban, sentían, creían y recordaban los y las participantes respecto de los temas descritos anteriormente (Bonilla- Castro & Rodríguez, 1997).

El instrumento constaba de 30 preguntas clasificadas en bloques de interés, que abordaban las categorías previamente establecidas que guiaron el posterior análisis: conflicto armado, proceso de negociación y acuerdo de paz, plebiscito, posacuerdo, elecciones 2018, política y relaciones familiares; cruzadas con las categorías de creencias sociales y orientaciones emocionales colectivas. Se entrevistan 20 personas, es decir, 10 familias (dos miembros de cada una) de los estratos 1, 2 y 3, residentes en la ciudad de Medellín, mayores de edad, de todos los niveles de escolaridad que tuvieran opiniones opuestas frente al conflicto armado y los acuerdos de paz, el primero ‘en acuerdo’ y el segundo ‘en desacuerdo’. El procedimiento de muestreo fue no probabilístico, tipológico, intencional y por bola de nieve (Martínez Miguelez, 2006).

Posteriormente transcribimos las entrevistas y realizamos un análisis de contenido, inicialmente guiado por categorías (Gibbs, 2012), en un procedimiento por medio de matrices, realizando un proceso intratextual de coherencia, para analizar el relato de cada sujeto, y luego intertextual, para comparar a cada sujeto en relación con su familiar de postura opuesta, y a las familias entre sí. Después de lo cual, realizamos una codificación teórica de primer nivel, de carácter descriptivo y de segundo nivel con un alcance más comprehensivo (Flick, 2004), hasta llegar a interpretaciones que configuran el texto de los resultados que se conjuga de forma dinámica con los relatos de los y las participantes y se presenta a continuación.

Resultados

Para este ejercicio enfatizamos en dos de las tres categorías de barreras psicosociales (creencias sociales y orientaciones emocionales colectivas) y en la construcción de la polarización política dentro de los grupos familiares, analizando su relación con la construcción de posturas políticas propias, las prácticas relacionales familiares, las diferencias políticas, las prácticas frente a estas diferencias y los mecanismos de configuración de la postura política encontrando similitudes y diferencias frente a las familias de estratos sociales medio/altos.

Creencias sociales sobre el conflicto y la paz como convicción política

Dentro de las dinámicas familiares de los participantes aparecen creencias que refuerzan posturas polarizadas que se constituyen como imposibilitantes de la creación de un espacio de diálogo que favorezca la enunciación y discusión respetuosa de posturas y opiniones diversas en relación con cuestiones ideológicas y políticas. La formación de la postura política y las convicciones que la sostienen generan en el espacio familiar tensiones y discusiones que, en un contexto de polarización como el que se vive en Colombia, configuran unas creencias frente al otro, sus posturas, su actuar y las prácticas relacionales que se extienden a los contextos familiares y sociales.

Estas creencias, aunque se encuentran en el seno de la vida familiar, son construidas socialmente (Barrera Machado & Villa Gómez, 2018), formando simultáneamente subjetividades y opinión pública por medio del uso de imaginarios gloriosos o derrotistas, mitos fundacionales y pasados épicos que en nuestro país se fundamentan, según diferentes autores, en una utopía de cambio social, imaginarios religiosos, de patriotismo y victimización que legitiman los usos de la violencia, la deslegitimación de la postura del otro y, por tanto, la continuación del conflicto armado (Barreto et al., 2009; Gordillo & Federico, 2013; Lozada, 2004; Sorek, 2011). Así, Para el análisis de estas se hizo una división en subcategorías que permitieron desglosar la narrativa de manera minuciosa para comprender la complejidad del fenómeno, en la relación familiar y en la construcción de subjetividades.

Convicción política

Las creencias sociales que emergen en las entrevistas, tal como lo habíamos descrito en la investigación con familias de estrato 4,5 y 6 y en la introducción del presente texto, se van configurando como convicciones políticas, una forma de comprender la realidad que se vive como compromiso y apuesta firme por una causa, relacionada con un sentido del deber y, por tanto, otorga valor y orientación al accionar (Nosetto, 2015), en algunos casos pueden referirse, incluso, a la configuración de la propia persona, de tal manera que haría parte de su manera de reconocerse en el mundo y de su propia identidad. En primera instancia, en aquellos participantes clasificados como ‘de acuerdo’ con el proceso de paz, se pueden describir unas convicciones que se orientan al cuidado del otro y la búsqueda de justicia social, que vienen de la mano con la necesidad poner fin al conflicto armado y resolver diferencias en escenarios de diálogo y negociación de significados:

Creo que tiene que ver más algo con la responsabilidad y con la ética, entendida como el responsabilizarme del otro, la afirmación, como “Yo no puedo negarme a un tratado de paz, digamos en este caso, sabiendo que hay gente que como país, y en específico muchas poblaciones pequeñas, están siendo afectadas directamente por el conflicto; yo no puedo negarme, porque les estoy negando a ellos también su vida, ni si siquiera como un valor intrínseco sino como posibilidades al menos, de determinarse a sí mismos, no sé”. (F2-A).

Esta perspectiva dialógica y de vocación democrática, les hace difícil comprender por qué, desde procesos políticos tradicionales e ideologías de derecha, pueden darse puntos de vista que se oponen al proceso de paz, que, según sus palabras, obstruyen la resolución negociada del conflicto armado, se niegan a admitir la importancia de la justicia social para toda la población, especialmente para aquellas personas que han sido más vulneradas. Pero precisa y paradójicamente en esta dificultad para comprender ese otro punto de vista, puede radicar la dificultad para un encuentro en el diálogo y la conversación, alimentando de este lado la polarización. Puesto que para estos participantes esta posición política (la de la derecha) es la que ha ocasionado desigualdad social y violencia en el país, puesto que representa única y exclusivamente intereses de personas privilegiadas. Por ello, expresan dolor al constatar que familiares, personas que aman, defienden este tipo de posiciones:

Creo que la corrupción, la violencia y algo más allá, más social, yo creo que tiene que ver con esas constituciones familiares de nosotros; la pobreza, muchos asuntos, creo que tienen que ver con muchos ingredientes que dieron como resultado que esta ciudad se haya vendido como la mejor. Yo crecí creyendo que Medellín era la mejor ciudad del planeta, que nosotros éramos los mejores del mundo, los más inteligentes, desde hace muchos años comencé a desidealizar y entender que, más allá de ser la mejor ciudad del planeta, finalmente tenemos muchos conflictos y muchos asuntos internos que, si no tramitamos ya, creo que el narcotráfico y los paramilitares van a seguir siendo parte de nuestra cultura y de nuestro modus vivendi. (F5-A)

Sin embargo, en el marco de la familia, la persona de ‘derecha’ puede ofenderse si se le califica de apoyar el narcotráfico o el paramilitarismo. De allí, que también se puedan tener acciones y reacciones en contraposición a la crítica que los participantes ‘de acuerdo’ les plantean:

Ah, no hermano es que yo tengo claras mis cosas, ¿si me entiende? entonces, por ejemplo, en estos días “Que hay que votar por este” Entonces yo les dije… yo con eso les saco la rabia “ustedes saben muchachos que yo voto por el que diga Uribe. Entonces ya con eso les da la rabia (Tono de voz de risa) (F1-D).

Ahora bien, muchos de los participantes ‘de acuerdo’ no quieren tampoco ser encasillados en una posición “de izquierda” intentando desmarcarse del binarismo derecha-izquierda: no se ubican políticamente en extremos ni centran su discurso en la defensa de un actor político o armado, tampoco quieren ser ubicados en posiciones neutrales o de “centro”, sino que plantean, a manera de convicción, un compromiso con valores fundamentales: justicia social, defensa de los derechos humanos, transformación de condiciones de vulnerabilidad y pobreza, lo que les lleva a tener perspectivas críticas sobre la realidad del país y sobre las posturas de otros miembros de la familia:

E: veo que hay como una incomodidad al nombrarte a ti misma como de izquierda… hay un ‘pero’, una salvedad. ¿Qué ha representado la izquierda que hay siempre como esa delicadeza, si se quiere decir así, para nombrarse, para posicionarse?

A: pues, es que yo creo que también cuando, al menos en este asunto, cuando siento que una se determina en un lugar también se radicaliza y se cierra, ¿cierto? Hmmm, yo, frente a eso, frente a lo político, a la praxis ética […] como que mi posición es ser feminista, ¿cierto? Entonces esa es mi posición; porque, por ejemplo, o sea, mi incomodidad también para determinarme o categorizarme como de izquierda es que, bueno, que ahí también hay, ha habido una serie de situaciones que han hecho los representantes de esa izquierda que realmente no simpatizo con eso. Entonces no (F4-A).

Por su parte, quienes se ubican ‘en desacuerdo’, construyen su postura política desde dos sentidos. El primero es la postura política como un elemento sedimentado e inmóvil de su identidad, teniéndolo como una idea fija, doctrinal y, en consecuencia, incuestionable. Pareciera un mandato de nacimiento, como la religión: se nace católico y se muere católico, se nace conservador y se muere conservador, no hay cabida para discusiones y, tampoco, para argumentos fuertes que construyan su postura más allá del legado familiar o social al cual se acogen y respetan casi como un espacio sagrado. Pero, precisamente esta consideración por los sagrado, por lo trascendente y por la tradición es un fundamento de su sentido de vida, y es esto lo que sienten amenazado con la crítica y el cuestionamiento del miembro de la familia que se ubica en una posición alternativa:

E: ¿Y usted respeta lo que ellos piensen?

D: Sí, mucho. Si no van a misa ellos verán, si no creen en los padres ellos verán, si ellos no creen en la Virgen no sé, si no creen en Cristo, allá ellos cuando llegue la hora de la muerte; ellos tendrán a quién adorar, en quién creer, no sé. De todas maneras, yo, en mi criterio y en mi forma de pensar esa parte… no me gusta que me la toquen (F5-D).

E: ¿Votaría alguna vez por una persona como Petro? O: De pronto no.

E: ¿Por qué?

O: Por eso, porque yo no quiero que gane la izquierda. Yo como le digo, yo soy de cuna netamente conservadora, soy más bien de la derecha que de la izquierda. (F8-D)

Ya Pécaut (2003) afirmaba que en Colombia el ser liberal o conservador, refiriéndose a la Violencia de los años 50, se había configurado no como una posición política, sino como una identidad cerrada, desde la que se definía la totalidad de las personas. Lo cual, en un contexto y una historia como la colombiana, ha implicado, que la discusión de las ideas, el cuestionamiento en un sano conflicto y el debate democrático sean vistos como amenaza; esas ‘otras’ ideas pueden ‘atentar’ contra la propia integridad. Así pues, se asume una posición defensiva que, en la historia de este país, ha pasado al ataque, a la necesidad de eliminar al otro, porque encarna en su ser los valores, creencias que pueden ‘destruir’ un modo de vida establecido, concebido como ‘sagrado’. Se ha instaurado, entonces, una “dialéctica amigo-enemigo [donde] no es posible postular la existencia de un espacio común (p. 41)”.

Esta amenaza latente, entonces, produce y sostiene la justificación de la deslegitimación de la postura del otro y, sobre todo, su eliminación, la cual se convierte en la única forma de solucionar el conflicto que se acepta sin ningún tipo de cuestionamiento, culpa o reflexión. Es necesario que el otro y su postura no existan, es necesaria la homogeneización para la eliminación de la amenaza que representa su postura. En la historia de América Latina y de Colombia, el ‘comunismo’ ha encarnado ese lugar, el problema, es que a éste, se le asimila cualquier idea crítica, cualquier lucha por la justicia, incluso, en este contexto, la búsqueda de un acuerdo político con la insurgencia, convirtiendo así, a diversos puntos de vista, que sólo tienen en común la crítica al status quo, en ese enemigo que está al acecho, en una sombra fantasmagórica que no conocen, pero a la cual le temen y de la cual es necesario deshacerse, como de una infección, un mal que debe exorcizarse:

Sí, porque si usted dejaba piezas sueltas… el resto de dedo, la infección quedó ahí, tiene que sacar toda la infección para que salga todo lo malo. (F3-D)

E: Doña M, pero cuando usted dijo que estaba esto tan bueno era porque los estaban matando a todos…

D5: No, pero yo no quiero la muerte de nadie, pues yo no les deseo la muerte, pero si son bien rebeldes y están haciendo mal a los demás, se tienen que […] Esa es la ley… el que la hace la paga…

La ley de Duque… el que la hace, la paga. (F5-D)

Esa lógica amigo-enemigo es llevada a la familia, en donde entra en contradicción con otros valores como el afecto, el cariño, la solidaridad. De manera similar a lo planteado por Velásquez Cuartas, Barrera Machado y Villa Gómez (2020) devienen dos escenarios posibles: en primer lugar, la discusión, la agresión verbal, la pelea discursiva, la mofa, la burla o el insulto que generan distanciamiento por parte de algunos miembros de la familia. O una práctica de silencio, en la que se acuerda no hablar del tema, evitarlo en las reuniones familiares, una especia de pacto de no agresión, que evita cualquier tema político, una aporía de la vida cotidiana que anula la posibilidad de considerar lo público en las relaciones familiares y sociales. Y dónde suelen callar más, quienes tienen una posición divergente a la mayoritaria o a la tradicional de la familia

E: Entonces la relación se pone tensa, tú no le contestas bien ¿Qué es no contestarle bien?

A3: No, (risas) como enojada, le hablo como enojada… mejor nos quedamos callados M: Se quedan callados, prefieren quedarse callados… ¿y siguen normal?

A3: De momento y al ratico seguimos normal […] He optado por no hablar, ya no los frecuento tanto, los lazos familiares se han debilitado, he tomado distancia frente a mi familia […] Yo siento que es una distancia prudente, pues, porque igual está como en otros espacios, entonces los lazos no se han debilitado. Igual, pues sigue habiendo mucho amor hacia ellos pues porque son mi familia y porque realmente sí hay un vínculo muy cercano; pero frente a esos temas sí es la distancia total, o sea realmente, al menos en este momento no me siento con la fuerza ni de debatir con ellos, ni de intentar reflexionar frente al asunto, porque lo siento desgastante porque no quiero prestarme para la ofensa; entonces en este momento frente a ese tema sí es la distancia. Incluso cuando empiezan a hablar de esos asuntos intento alejarme un poco para que tampoco me pongan ahí como, como el centro de sus comentarios (F3-A)

Un segundo escenario, está marcado por una paradoja en la cual se verbaliza y se expresa como marco de sentido la “decepción de la política”. La invitación implícita al silencio, a no hablar del tema, invitaría a un retiro de lo público, a “no meterse en política”, a “no tocar esos temas para no dañar la armonía familiar”, lo que podría conllevar un problema de fatalismo: “nada va a cambiar”. Lo paradójico es que luego se les otorga todo el poder y la credibilidad y se cuestiona a quienes tienen visiones alternativas. De tal manera que el silencio parece hacerse ante la política tradicional, el orden establecido y el ejercicio de gobierno por los partidos tradicionales, pero cuando se trata de ver lo alternativo o lo que se encasilla como enemigo, emerge un discurso, que a su vez estigmatiza a quienes en la familia hacen oposición y se ubican en un horizonte divergente:

Una situación común de mi familia es almorzar viendo las noticias, por ejemplo, y entonces ahí se nota mucho esa cuestión, como no sé, pasan una noticia de un congresista que se estaba robando plata y todos guardan silencio; pero pasan una noticia de no sé, “Santrich que no aparece” y ya ahí todo el mundo dice: “No, ¡malparido!, claro es que les entregaron el país a estos ladrones, a estos criminales”. Todo el mundo está muy seguro de ese lado de la realidad, pero nadie dice nada del lado que supuestamente habitamos, o sea como, “esta es nuestra posición pero no sabemos por qué, pero de la otra sí tenemos un montón de certezas”, como “esa gente son unos criminales, esa gente lo que son, son narcotraficantes, un montón de cosas” que me cuestionan mucho como de dónde, incluso la respuesta es muy fácil si uno ve pues, uno ve las noticias y uno entiende “¡Claro, desde ahí viene que ellos tengan tantas certezas”... (F2-A).

Así pues, la paradoja deriva en contradicción, porque al final, quien debe hacer silencio, quien debe callar, es el miembro de la familia que diverge, que piensa diferente. Un falso pacto de silencio (Velásquez Cuartas, Barrera Machado & Villa Gómez, 2020) que no posibilita que lo público pueda debatirse, nombrarse y abordarse, lo cual es clave para un proceso democrático, de tal manera que las barreras para la paz devienen en barreras para la democracia. Ya que se instala un modelo autocrático y autoritario de dirimir las discusiones, la tradición de la familia, la identidad previamente construida, las certezas adquiridas y la voz, que en el marco de este investigación, generalmente es la de los mayores, es la que prevalece. La alternativa, la disidente y la de los jóvenes, generalmente, debe callar o expresarse en otros espacios,

De pronto lo que decía, porque casi siempre que nos reunimos, es a la hora de la comida y usualmente aquí comemos como todo Colombiano cuando dan las noticias, entonces hay una predisposición en el encuentro de nosotros dos y las noticias, entonces lo que ha sucedido es que cuando eso pasa, yo cojo mi comida o mis cosas y me vengo para acá para no alegar con él y no molestar a mi mamá; porque no es que a mí me moleste alegar con él, de hecho me gusta mucho, pero no me gusta es generarle incomodidad a mi mamá de que nos vea en esa situación conflictiva, entonces si digamos que él y yo ya hemos aceptado de que ese tema no lo hablamos, o sea lo hablamos coyunturalmente o frente a cierto suceso, pero tratamos de no hablarlo porque sabemos que ya tenemos posiciones muy dispares y que no se van a encontrar. (F1-A).

Diferencia generacional, acceso a la educación y distanciamiento político

En el análisis de las posiciones de los y las participantes podemos diferenciar que la construcción de la convicción política está marcada por las fuentes de información, la etapa del ciclo de la vida en la que se encuentran, como un limitante o posibilitante para comprender o no la realidad social y política del país, la opinión frente al conflicto armado y el reconocimiento o deslegitimación de la postura del otro. En el proceso de reconocimiento de la diferencia política y de la formación de sus posturas, es necesario identificar de dónde toman la información los sujetos, en qué círculos sociales se mueven, pues esto da a los participantes una representación de qué ideas forma el otro y cómo las forman. Así, los grupos de pertenencia y los intereses personales van a formar parte de los imaginarios del otro y los estereotipos que les asignan sus mismos familiares.

Por un lado, como se veía en al apartado anterior, quienes están ‘de acuerdo’ con el proceso de paz relacionan la postura de sus familiares, generalmente más adultos, y la formación de su opinión política con el consumo de noticias de medios tradicionales de comunicación, como principal fuente de información que, según ellos, es parcializada o insuficiente, puesto que identifican que tienen intereses particulares y la pretensión de formar una masa acrítica que no comprenda la realidad de las problemáticas del país. Esta perspectiva la contraponen con una visión propia, como miembros jóvenes de la familia, que acceden a la academia, que sí pueden formar perspectivas claras y profundas. Lo cual, puede llevar a profundizar la aporía del diálogo y el desencuentro, al descalificar la visión de sus mayores, porque consideran que éstos sólo han visto el conflicto armado por la pantalla de televisión, calificando esta postura como desinteresada con el dolor de las víctimas y de quienes han sido golpeados por la violencia.

Así pues, ven a los adultos (mayores) como personas que se encasillan en la visión maniquea que promueven los medios de comunicación y algunos sectores de la “derecha”, los cuales hacen distinciones entre buenos y malos, lo que, según estos participantes, ha fundamentado la oposición al acuerdo de paz, en los miembros de su familia más adultos, que suelen ubicarse en el bando del bien, manifestando la necesidad de dar un castigo ejemplar a los ‘malos”:

¿Mi familia qué sabe del conflicto?, algunos, digamos que no han pasado de esa visión, digamos, mediática (F1-A). Yo siento que fue pura afinidad política, una postura política y pura manipulación emocional. Ellos no se tomaron el tiempo de conocer a profundidad qué significaba, o sea, cuál era la coyuntura por la cual estábamos pasando en ese entonces, y qué significaba hacer un proceso de paz, sino que se dejaron llevar por la polarización que hubo en ese entonces, promovida por Uribe y la gente que hace parte de su partido (F8-A).

Por tanto, puede afirmarse que se va configurando una diferencia que es generacional. De allí que, desde el otro horizonte de comprensión, los participantes ‘en desacuerdo’, que suelen ser adultos, no tienen en cuenta ni valoran los puntos de vista de quienes están ‘de acuerdo’, porque los consideran ‘jóvenes’ y descalifican sus argumentos, bajo el apelativo que no saben nada de lo que ocurrió en el país durante los años de su infancia y anteriores a ellos. Por lo cual, según su punto de vista, no tendrían una comprensión de la gravedad de la violencia generada por las guerrillas, que no merece ninguna consideración y debe ser combatida y castigada. Afirman que su punto de vista está sustentado por la ‘experiencia personal’, de ver al país sumergido en el caos y que, solamente cuando se les combatió, se pudo vivir mejor. Mientras consideran que los argumentos de los ‘jóvenes’ no tienen asidero en la realidad y han sido infundidos por visiones ‘externas’ o ‘amañadas’ por sus docentes, por lo que, les califican de ingenuos al no conocer la historia de primera mano:

[…] son ilusos porque es que claro ¿Qué pasa? Yo se lo voy a explicar francamente qué pasa. Vamos a definirlo en una persona joven, una persona joven que tiene entre dieciocho y treinta años ¿correcto? Pues, resulta que estas personas hacia el 2002: la de dieciocho apenas nació, o sea, no sabía absolutamente nada. Si tenía veinticinco años, tenía siete añitos, tampoco era consciente de nada de lo que estaba pasando, bueno y si tiene treinta, tenía doce años, tampoco era consciente. No le tocó vivir realmente, sino que está viviendo por lo que le contaron y por lo que están diciendo los libros, no le tocó vivir la época de los ochenta, los noventa y menos del setenta, no le tocó vivir nunca esto. Entonces, uno teorizar y pontificar en un tablero o en un aula de clase es muy fácil (F10-D).

Se comprende, entonces, una separación de los miembros de la familia, de orden generacional, donde emergen serias dificultades para las discusiones argumentativas y el sano debate democrático; y se instauran prácticas relacionales familiares de silencio, evitación del conflicto, distanciamiento, descalificación o burla (Velásquez Cuartas, Barrera Machado & Villa Gómez, 2020). Ambas partes consideran que hay una distancia abismal entre las posturas propias y las del otro, que son clasificadas dentro de este binarismo izquierda-derecha, donde las ideas entran en pugna, no en discusiones argumentadas, sino, en monólogos secuenciales para sustentar y defender la propia posición, configurada como convicción de orden identitario, lo que impide la comprensión del sentir y pensar del otro:

A3: Somos más poquitos los de la izquierda que los de la derecha, ¿cierto? Lo más conocidos… 4 a la derecha, mi papá y mi mamá, mi papá no tanto, ellos siguen lo que les dicen “que hay que acabar con esas ratas” es lo que dice

E: ¿bueno, y el resto están hacia la izquierda? A3: Hmmm sí. (F3-A)

Deslegitimación de la postura del otro: estigmatización de la universidad pública

Desde esta concepción de la política como un legado incuestionable que se habita y se defiende, como se defendía antaño el honor de la familia, con la desvalorización de los argumentos de la otra parte y en un escenario donde se prefiere callar y evitar el debate, se torna compleja la construcción de un entorno que favorezca el diálogo democrático, que respete la diferencia y donde puedan introducirse elementos que permitan movilizar aquellas posturas rígidas. Por el contrario, todos lo referido a lo público, cualquier tema político, al ser mirado desde el binarismo derecha-izquierda, comunismo-capitalismo, bien-mal, entra a ser cuestionado y deslegitimado, o bien, por creencias sedimentadas desde donde los sujetos refuerzan su postura y convicción política, satanizando la contraria; o bien, desde perspectivas que se producen en el marco de un supuesto saber académico que tampoco acerca a la comprensión del punto de vista adverso.

Así, para los participantes ‘en desacuerdo’ hay unas creencias de la izquierda o de la postura política a favor de la paz que son leídas como utópicas o fantasiosas, que no responden a la realidad del país, que son deslegitimadas como ingenuas, porque parecen ser ‘cosa’ de la juventud, como ya se indicó, o producto de un adoctrinamiento, señalando como mayores responsables a los docentes y, en especial, a aquellos que hacen parte de las universidades públicas:

D3: En el carro mío se consigue de todo y llevo al trabajo a profesores de la de Antioquia, mire, en la de Antioquia los profesores son guerrilleros… hasta los profesores

M: O sea, los profesores son los que vuelven a los chicos así…

D3: Entonces ella, no digo que en la universidad; no puedo decir eso, no sé en donde, en qué lugar, con qué persona salió pa’ allá… Creo que, en la universidad, pero dentro del círculo de amigos, me la desviaron pa’ allá (F3-D).

Se reconoce también que la diferencia de posturas políticas está en haber tenido o no la posibilidad de tener educación superior, pero no desde una valoración positiva por la oportunidad de estudiar, sino porque se interpreta la universidad como ‘lugar de adoctrinamiento’; lo cual, sumado a la falta de experiencia, al no haber vivido ‘en carne propia’ lo que fue el dolor de la guerra, hace que los miembros jóvenes de la familia tengan una postura que apoya a la izquierda, un ‘chip’ de la paz. De esta forma, se sustenta la creencia que estigmatiza la academia, ya que se concibe a las universidades (especialmente las públicas) y sus docentes como abanderados de las luchas insurgentes y de la ideología de izquierda; la cual no es una creencia aislada o gratuita, sino que ha sido ampliamente difundida en diversos escenarios, expresiones, discursos y declaraciones de políticos, periodistas y otros agentes de opinión con posiciones de derecha; así, se suele relacionar directamente a la izquierda y los grupos guerrilleros con estas universidades, concibiendo a toda la comunidad académica como enemigo interno (De Zubiría Samper, 2017):

El hijo mío tiene 18 años…. Pero es por, por… ¡Hacen amistades con los profesores! Para mí la, la influencia de uno son los profesores, porque yo fui estudiante y a mí, los profesores me decían “mijo mañana no hay clase. Dígale a su papá, a su mamá que si nos pueden apoyar con el paro, que esto y lo otro” ¿si me entiende? Los profesores son los que siempre han… influenciado en uno, y como son los formadores… ¿cierto? Entonces el hijo mío de pronto se dejó… enredar, ¿cierto? (F1-D).

Como estos participantes relacionan la izquierda con juventud y época estudiantil, la caracterización de sus militantes o simpatizantes se centra en el desprestigio de su postura, de sus luchas y búsquedas con categorías de conveniencia, incoherencia y vagancia. ‘Quieren todo regalado’ es el eslogan con el que se refieren a las exigencias de los derechos que hace una población como la estudiantil. Junto con esto aparece la idea de un plan del comunismo para un adoctrinamiento político y apoderarse del país, lo cual, devendría en la pobreza y la limitación de las libertades individuales, tomando como ejemplo de este, países como Venezuela y Cuba y la imagen mediática del castrochavismo, propulsada por políticos de extrema derecha:

[…]Cuando tú te pones a mirar quien conforma la izquierda en Colombia, te das cuenta realmente quienes son. Es gente que dura en la universidad doce, catorce años, es gente que normalmente lo mantienen los papás, lo mantiene la mamá o que un tío tiene… o tiene a alguien que lo esté auxiliando […] Vive a costilla de que alguien los mantenga, entonces para ellos es muy bueno pontificar y predicar acerca del comunismo y de sus posturas por no verlos produciendo. Ellos no le están aportado nada a la cadena productiva del país lamentablemente. Tiene que ser. pero con todos los requisitos, es que lo que pasa es que cuando tú te pones a mirar en Colombia, el que quiere el comunismo, pero se queja cuando le cobran treinta mil pesos ¡Dios mío! Por ver los partidos de fútbol profesional colombiano “Qué nos están robando, qué ¡Dios mío!” (F10-D).

En este sentido, pareciera que el lugar del pensamiento y la crítica funge como un atentado a las creencias como convicción y que puede poner en entredicho un marco ideológico familiar sustentado en valores religiosos, morales y políticos tradicionales. En este sentido, las universidades son añoradas como lugares para una formación técnica y profesional, y no como escenarios de debate, construcción y deconstrucción de conocimiento, de formación del pensamiento crítico. Es decir, son escenarios que pueden poner en entredicho un ‘ser’, que es identificado con un grupo de creencias y con unos nichos de pertenencia categorial.

Este tipo de situaciones y la carga de prejuicio, descalificación y estigma que produce, suele estar acompaña de rabia, que, como lo nombran los mismos participantes, es la emoción preponderante cuando se refieren a los sentimientos que aparecen en las discusiones cotidianas sobre temas políticos en el grupo familiar. La rabia siempre aparece unida a la frustración en el intento fallido de discutir con el otro diferente, intentar convencerlo de que su postura es la correcta en una pugna por definir quién gana la afrenta verbal:

Realmente mi familia me hace sentir mucha rabia frente a ese tema. Pues, y hubo un tiempo en el que todo el tiempo estaba también en la respuesta, en el ataque, entonces también sentía que me estaba convirtiendo en ese agresor porque, son personas que no se piensan diferente, que son completamente cerradas en su punto, entonces lo que había para responderles era el ataque (F4-A). Hay uno que no está aquí que ese es derechista, M. es izquierdista; pero queriéndolas mucho, porque es mi familia, yo siento, yo, que tenemos que ser iguales en el respeto, puede que me dé rabia lo que ella piensa, pero yo tengo que aceptar que esa es la posición de ella (F3-D).

Una de las cuestiones que más genera rabia entre los participantes ‘de acuerdo’, es la actitud de sus parientes frente a la situación del país, pues inmediatamente lo relacionan con una actitud de indiferencia e indolencia frente al dolor de las personas azotadas por la violencia. Esta rabia, acompañada del sentimiento de indignación, moviliza en estos participantes actos como el insulto, discusiones acaloradas o el apartamiento de su grupo familiar para no caer en la provocación que, en algunas ocasiones, se toma como un ataque personal (Velásquez Cuartas, Barrera Machado & Villa Gómez, 2020).

A8: Me da mucha rabia, entonces yo le digo “no me hable” “¿usted para qué me menciona eso?” “Abuela ya, dejemos así, yo no le voy a decir nada más, yo no voy a discutir con usted. Usted sabe que usted y yo no podemos hablar de este tema, ya dejemos así” pero pues enérgica, con actitudes de rabia, de indignación.

E: Y frente a esa indignación tuya ¿cuál es la reacción de ella?

A8: A veces se ríe, entonces eso me da más rabia, entonces, simplemente hace silencio o me responde, me dice como “vea es que los jóvenes” ah bueno, otra cosa que ella cree que también me genera mucha indignación es que las personas que pensamos diferente a ellos, los que aman profundamente a Uribe, somos los jóvenes; entonces, ellas creen que los jóvenes desconocemos cómo funcionan la realidad y todo lo del conflicto en el país, entonces, ella me dice “es que ustedes los jóvenes viven engañados” “es que ustedes los jóvenes” (F-A8)

Prácticas frente a la diferencia y relaciones familiares

Como ya lo han descrito y analizado Velásquez Cuartas, Barrera Machado y Villa Gómez (2020), los significados alrededor del conflicto armado que construyen los participantes de la investigación dan lugar a prácticas al interior de sus grupos familiares que reflejan la diferencia política en este escenario. Así, se evidencia de manera explícita las dinámicas de polarización política donde el otro-diferente se convierte en un adversario y la discusión es el campo de batalla donde se gana o se pierde. Siguiendo los análisis hechos por las autoras, se identifican unas prácticas comunes en los círculos familiares.

La primera de ellas es el uso de términos peyorativos, burlas e insultos hacia la persona que se posiciona como opuesta. Esta práctica es identificada por quienes están ‘de acuerdo’ como una de las más usadas por sus familiares hacia ellos, viéndose enfrentados a categorizaciones que los encasillan en un lugar totalizante y reduccionista: ‘Guerrillero’, ‘comunista’, ‘vago’ y ‘petrista’ son algunos de los calificativos utilizados frecuentemente por sus familiares, lo que incluso puede portar peligro en un ciudad como Medellín,

E: ¿Cómo te has sentido tú, al ser como el disidente por así decirlo, o la persona que piensa diferente dentro de tu familia, cuando te nombran guerrillero?

A1: Muy violentado […] Yo de adolescente le decía a él que si él era consciente del peligro que me ponía diciéndome esas cosas, porque además me las gritaba en la calle, E: ¿Que te decía?

A1: “Ah es que vos con esos guerrilleros, vos que te vas para donde esos guerrilleros”. Digo y: “¿usted tiene en cuenta qué es ser un guerrillero?, ¿usted nos ve armados?” “Ah no, pero es que esa es la ideología de la guerrilla”, y Yo: “esto no es ser guerrillero, es ser gente que piensa diferente”, entonces ahí me sentía muy violentado (F1-A).

Ya cogieron el vicio de decirme petrista. Sí. Antes me decían guerrillera, ya es como “es que la petrista, es que” todo el tiempo así. Entonces hay como tanta imposición como que pues no, ya decidí de no caer en lo mismo, de decirles paramilitares, ni nada de eso, pero no digo nada, pues, en este momento esa es mi posición, no decir nada. (F4-A)

Sin embargo, este grupo de participantes también reconoce que en los momentos más álgidos de las discusiones también recurrieron a los mismos tratos peyorativos o respondían con burlas, mofas, desprestigio de las posturas contrarias, utilizando comúnmente términos como: ‘paramilitares’, ‘ignorantes’; cegados por la rabia ante el sentirse violentados por sus familiares. Por su parte, los participantes en ‘desacuerdo’, pareciera que realizan un proceso de negación de esta tensión y de la violencia verbal que emerge en las discusiones, puesto que ellos no reconocen en su discurso que haya malos tratos o actitudes violentas de ninguna de las dos partes.

E: Cuando hablaban de este tema, ¿en tu familia, se llegó a ver discusiones, malos tratos o posturas en las que no escuchaban al otro?

D4: No, malos tratos en realidad no, sí a veces se subían los tonos, pero no, nunca pues agrediéndose unos a otros, no, simplemente mostrando qué tan malo fue esto, qué tan bueno fue esto, así. En realidad, de pronto los malos tratos se dieron, los dimos, digámoslo así, entre los mismos postulados a la presidencia, pues…

E: ¿Cómo así?

D4: No: “ay es que esta, usted piensa mal, usted es una”, ¡No! Sino, por ejemplo, para referirse a Uribe: “Es que ese paraco”, ¿cierto? Los malos tratos se daban era contra ellos, pero a los mismos miembros de la familia no (F4-D).

Esto conecta con una dificultad para relacionarse con una postura política diferente, lo que lleva a prácticas como la desvalorización o la indiferencia frente a la otra postura, por lo que cuando se pregunta específicamente por esto, la respuesta es que no existen diferencias o discusiones al respecto, o no se nombra que el otro es diferente. La negación de la existencia de conflictos frente a una postura disonante dentro de un grupo familiar que tiene creencias y posturas similares busca sostener la homogeneización del grupo:

E: ¿Y en su familia, por ejemplo, esa votación del plebiscito generó discusiones, generó situaciones particulares de conversación?

D8: No, de pronto, así en serio no. De pronto, así de paso, así espontáneamente, pero no pues así.

E: ¿Entre quiénes?

D8: Que tenga pues así resentimiento. E: Pero que tengan posturas opuestas. D8: Pues de pronto. (F-D8)

Otra de las prácticas más frecuentes y reconocidas por ambas partes es el hostigamiento y la provocación del otro, hasta el punto de llevar una discusión sobre lo político al plano personal, lo que, en algunos casos llega a niveles altos de violencia verbal, que no alcanza a llegar a violencia física. En estos casos, algunos de los participantes que generan el hostigamiento parecieran sentir una especie de disfrute al ver como su pariente se sale de casillas, lo que evidencia la falta de respeto, básica, para un debate argumentado y profundo:

Muchas veces […] cuando yo veo que él está perdido, que… le da rabiecita y le toca el dedo en la llaga, me gusta verlo así porque es que… él… muchas veces también el título dice: “no, es que yo soy el que sé, yo soy el que esto y leo y tan, tan, tan” ; entonces le quiero decir a mi mamá… pues porque es que allá vive mi mamá y viven tres sobrinos más, ¿cierto? Entonces yo con, con mi frescura lo saco a él de la ropa. Entonces yo le digo [a la mamá] “de qué vale la formación que él tiene o adquirió si vea… Entonces de quién nos vamos a pegar si supuestamente él es el que sabe” (F1-D).

Por otro lado, hay una práctica generalizada que aparece en los participantes y son los pactos de silencio (Velásquez Cuartas, Barrera Machado & Villa Gómez, 2020), tal como se ha enunciado anteriormente en este texto. Parece darse un acuerdo implícito donde se veta la temática sobre política o la parte que se siente atacada o violentada prefiere guardar silencio al darse cuenta de que cada encuentro se torna en una escena de agresión verbal que amenaza los vínculos familiares. La medida es adoptada en la mayoría de hogares, sobre todo por los participantes ‘de acuerdo’, ante la imposibilidad de conversar desde lugares de respeto, tolerancia a la diferencia y cuidado del otro. Así, ante los insistentes ataques de la contraparte se opta por callar:

Digamos que yo en algún momento decidí como guardar silencio, me sentía como un poco, no sé, como deprimido, presionado, porque digamos en un momento, tiempo antes, digamos del día del plebiscito, sí había como expresado mi posición claramente (F2-A).

Este pacto de silencio refuerza los procesos de homogeneización del grupo, puesto que al no haber narrativas-otras, no hay interrogantes que interpelen las posturas políticas dentro del grupo familiar, reproduciendo en pequeña escala lo que ya ocurre en el sistema social colombiano. Esto deviene en frustración, autocensura y una clausura implícita de la voz de integrantes de la familia ‘diferentes’ que repercute, en muchas ocasiones, en el aislamiento de estos sujetos y en la ruptura de algunas relaciones familiares, puesto que, a partir de las discusiones, se generan resentimientos personales o se busca proteger la propia subjetividad de ataques y confrontaciones:

La situación familiar sí ha cambiado mucho, pero no sé directamente si tiene que ver con esa situación, tal vez sí, o sea igual; lo digo es más como por mi parte, como que yo si he decidido cambiar esa situación familiar y lo que he hecho es, cada vez más, distanciarme, ¿cierto?, como aceptar y tratar de que ellos entiendan también de que no hay una necesidad de que pensemos y vivamos la misma vida, como digamos se está acostumbrado con en el modelo tradicional de familia, Desde ahí yo empecé a entender que yo estaba tomando otro rumbo también y que una manera de respetar también como de respetarme a mí y de respetarlos a ellos, también era como no estar con ellos (F2-A).

Sin embargo, la mayoría de los participantes de ambas posturas confluyen en la idea que, a pesar de las condiciones de discusión que se dan alrededor del tema político, hay una apuesta de todos los miembros de la familia por el cuidado del vínculo, que implica comprender que las discusiones que se dan en el plano político no son dirigidas hacia las personas o, dejar de hablar de la temática en los espacios familiares.

Mecanismos de configuración de la postura política

A la hora de analizar la configuración de la polarización política en los grupos familiares, las prácticas, creencias, imaginarios, orientaciones emocionales que hacen parte de dicho fenómeno, al ser construidas socialmente, comprenden también mecanismos y vehículos por medio de los cuales se hacen comunicables, intercambiables y transmisibles. Así, se preguntó a los participantes por la genealogía de su postura política y los medios en los que se apoyaban para conocer información comprendiendo que la educación política y los medios de información determinan los puntos de vista de las personas frente a temas de opinión pública, en especial, frente al conflicto armado (Villa Gómez, et al, 2020). Así, en los resultados se evidencia que tanto la formación académica como el acceso a la información, de un lado y de otro, son fundamentales para la comprensión de las creencias, emociones y narrativas alrededor del conflicto armado y la estructuración de posturas rígidas e inflexibles frente a la diferencia.

En los participantes ‘de acuerdo’ hay fuentes de formación e información fundamentales para la construcción de posturas críticas que identifican los mismos participantes: la academia y las organizaciones sociales de base comunitaria que hacen presencia en sus territorios.

E: Hablaste de esa formación política de unos y de otros, ¿de dónde viene esa formación?

A1: De organizaciones comunitarias de base y de la academia pues […] Entonces producto de esa formación o de esa cualificación que vamos llegando pues, porque mis sobrinos ya empiezan… Yo soy el primero que logra profesionalizarse dentro de la familia y hay una segunda generación que está en ese proceso y que comienza a ser muy crítica como con esa manera tradicional en como veníamos aprendiendo la política. (F1-A).

Tanto estos participantes, en su mayoría jóvenes de 20 años en adelante, como sus parientes más adultos, a veces a pesar de ellos, reconocen que gracias a la posibilidad del acceso a la educación superior, de la mano de la formación que niños, niñas, adolescentes y jóvenes reciben en organizaciones que hacen parte de sus territorios, pueden tener una mirada crítica de la situación social y política del país y constituyen su convicción en pro de la justicia social y de otras vías diferentes a la armada para la resolución del conflicto.

M: Si usted se declara conservador ¿de dónde cree que saca su hija la postura tan diferente que tiene?

O: De la universidad, es que al menos que le interesa es al gobierno que no haya gente preparada porque en la universidad es donde se aprende. Entonces, yo siempre he dicho de la universidad es de donde sale todos los ideólogos políticos, los que van a hablar de un personaje, de otro, de unas ideas, de otras (F8-D).

Esta posibilidad hace que su acceso a medios de comunicación esté atravesado por una actitud cuestionadora de la información que imparten, por lo cual tienen un espectro de canales más amplio desde donde comparan y analizan la información:

Yo veo noticias…pero lo contrarresto con otras cosas. Pues, leo periódicos. Bueno, no, como todos los medios que tengo para hacerlo. Pero también es que estoy reflexionando sobre lo que veo y no es porque salió una noticia, entonces, ya la creo completamente. Y el asunto pues, incluso de estar en contacto con las personas del país o de la ciudad, pues también ayudan a que te informes diferente, que veas las cosas diferentes. (F4-A)

Por otro lado, los participantes en ‘desacuerdo’ manifiestan haber tenido baja formación académica, por lo que sus puntos de vista son adoptados a partir de la tradición familiar o por experiencias vividas, aunque muchas de ellas, por lo menos las relacionadas con el conflicto y la paz, están mediadas por los grandes medios de comunicación y por información recogida de la conversación cotidiana. Sin embargo, como característica principal se evidencia que son los medios de comunicación tradicionales en sus diferentes formatos, prensa, radio y televisión, los que forman la opinión política de estas personas y se consolida como base de su argumentación.

E: ¿Y eso quién se lo ha contado a usted, donde lo ha visto?

D5: En televisión, en los noticieros, por los noticieros uno se da cuenta qué es la guerrilla

E: ¿Qué noticieros ve usted?

D5: Caracol, Teleantioquia y yo veo RCN (F5-D)

Yo leo prensa, veo los noticieros todos los días. Leo los periódicos y ahora para… no hay ninguna excusa para que ninguna persona le diga que no lee la prensa porque esto está en los celulares todo: el Tiempo, leo el Colombiano todos los días […] por estar enterado de lo que está pasando en un lugar, de lo que está pasando en el otro lado y veo uno o dos noticieros de televisión. Dos, solamente dos (F10-D).

Además de esto, hay que nombrar otro escenario que aparece en la formación de postura política, también como campo de batalla entre ambas posturas: las redes sociales. Estas se han convertido, sobre todo el chat de WhatsApp de grupos familiares, en la realidad paralela a la vida material, donde se generan discusiones con las mismas características y prácticas ya mencionadas, solo que esta vez mediadas por un elemento de información gráfica particular: el meme.

Conversábamos por medio del grupo de la familia del WhatsApp, pero más que todo fue por la elección del presidente, entonces cada quien exponía sus puntos de vista, ¿cierto? Sobre, bueno, por qué ese, por la violencia y el punto de vista del otro, pero no, de hecho, para mí, yo molestaba mucho a D., por ejemplo, y a otra prima, porque son, pues tenían como, tenían supuestamente otra ideología a la mía; en realidad yo no tengo ninguna ideología, pero lo hacía pues por molestar […] les decía cosas con Uribe, mandaba fotos de Uribe, eso y lo otro, pero en realidad era por ponerlas como, sí… en la charla, pero pues, en realidad no, yo no soy como de ningún partido, no. (F4-D)

Discusión y conclusión

Los resultados anteriormente expuestos permiten observar la persistencia de unas prácticas y dinámicas particulares que se generan al interior de los grupos familiares que dan cuenta de un proceso de polarización política que se ha generalizado en la sociedad colombiana que reproduce barreras psicosociales para la construcción de la paz y la reconciliación, que también son obstáculos para la apertura de espacios de debate público sobre los problemas del país, para el ejercicio de la subjetividad política y para la misma construcción de democracia en Colombia. A pesar de haber diferencias culturales y vivenciales que son consecuencia de las condiciones socioeconómicas de los grupos familiares que se entrevistaron, existen múltiples similitudes con lo que se presenta en la investigación que realizaron Velásquez Cuartas, Barrera Machado & Villa Gómez (2020).

La configuración de creencias sociales y orientaciones emocionales colectivas alrededor del conflicto armado, que se encuentran cristalizadas en el sistema social y en las subjetividades, es traída a las dinámicas familiares; es decir, no hay ningún escenario de la vida de los sujetos, ni pública ni privada, que no se encuentre permeada y afectada por estas. Así, las dinámicas de polarización política se dan desde el sistema más pequeño, como lo es la familia, hasta el sistema más amplio, permeando la esfera pública y social. Hay una tendencia a mantener la separación entre ‘ellos’ y ‘nosotros’, donde la configuración de otro que se hace enemigo y encarna el mal, el error moral, la equivocación argumental, es una concepción extrapolada de que se tiene la única verdad que da licencia para deslegitimar y silenciar a su adversario, sea en el escenario público, como se ve a diario en las dinámicas sociales con los actores políticos y armados del país (Barreto, Borja, Serrano & López, 2009, Angarita, et al., 2015), como en lo privado.

La naturalización y la actitud de resignación frente a dinámicas de debate político en términos de provocación-reacción, correcto-incorrecto y de triunfo-derrota, pierden de vista que en Colombia continúa siendo complejo constituir espacios de diálogo, donde las partes no consideren al otro como un enemigo, sino como un oponente válido, otro-diferente que merece ser escuchado, con el que se pueden gestar otras formas de debate que superen los objetivos totalitaristas de borrar al otro y negar su lugar de enunciación como válido (Barrera-Machado & Villa Gómez, 2018).

Esta se ha convertido en una de las estrategias de control y dominación de algunas hegemonías políticas del país, que les permite continuar perpetuándose en el poder para la consecución de sus intereses particulares por medio del sostenimiento de un conflicto armado y violento que no solo deja multitud de personas afectadas, sino que también ha roto el tejido social colombiano, donde continúa existiendo una herida abierta que, incluso después de lograr sentar a la guerrilla más antigua del país a negociar su dejación de armas, no se ha cerrado. Y esto es lo que estaría a la base del déficit de democracia en Colombia, que lo acerca más a una oligarquía que administra un sistema formal de elecciones, en medio de un feudalismo soterrado donde la soberanía, aún no reside en el pueblo. Ya que los ciudadanos, por lo menos según lo recogido en el marco de esta investigación, tiene muchas dificultades para acercarse a lo público y a lo política en un debate que reconozca diferentes posturas y divergencias, respetándolas y reconociéndolas.

La ira, la indignación y la rabia continúan siendo movilizadores muy potentes para configurar posiciones políticas frente a los actores armados y los adversarios políticos; y de allí se extiende a los simpatizantes de uno u otro sector (Villa Gómez, Quiceno, Aguirre & Caucil, 2020), lo cual abre más la brecha y dificulta que se puedan constituir escenarios más sólidos de conversación pública y diálogo democrático.

En nuestra investigación, se reconoce muy claramente en los participantes más adultos haber adoptado una actitud de naturalización de la violencia como la única forma de vida que conocen y ante la cual parecen haberse rendido; por lo cual, asumen posturas de enorme escepticismo y rechazo ante la negociación política del conflicto armado y la posibilidad de una paz (aun siendo una paz negativa - Galtung, 1993) con los actores armados ilegales, especialmente la insurgencia. Por lo que, en la práctica, aun deseando la paz, como lo refieren Bar-Tal (1998, 2010, 2013) y Villa Gómez y Arroyave Pizarrón (2018), terminan por defender y fortalecer las salidas que refuerzan la violencia: la victoria militar, la eliminación del adversario o su exterminio, con lo cual se reproduce esa visión estereotipada y rígida que les impide ver posibles salidas dialogadas (Martín-Baró, 1989).

Por otro lado, en la contraparte (que, en el caso de esta investigación es mayormente joven), hay una necesidad explícita de salir de lugares binarios ‘amigo-enemigo’, por que buscan superar las dinámicas de reproducción de dicha lógica, aunque muchas veces sin éxito. Ya que, también desde sus posturas, les cuesta comprender el lugar semántico y de sentido que han construido ‘sus mayores’ desde la tradición, el valor de lo sagrado o el respeto al orden establecido. Lugar desde el cual, también descalifican la postura contraria, como: ‘ignorante’, ‘sumisa’ o ‘alienada’. A pesar de esto, es necesario poner la mirada sobre los esfuerzos de comprensión de sus propios lugares en escenarios de polarización política que ya son nombrados, por ellos mismos, como insostenibles; en una sociedad que necesita con urgencia transformar sus lógicas de relacionamiento.

Hay en los jóvenes una pugna entre aquellas lógicas revanchistas, violentas y rígidas en las que crecieron y que, por tanto, los encarnan y son parte de ellos; y un horizonte de conciliación y transformación desde apuestas por otras formas de relacionarse y de posicionarse frente a las condiciones sociales (Sánchez, 2017). Sin embargo, sin una transformación que implique a todos los ciudadanos será imposible transformar dichas lógicas. Además, siguiendo a Haidt (2019), sin un respeto a los valores, lo sagrado y los marcos de significado que han cimentado algunas tradiciones y lo ‘conservador’, tampoco será posible un encuentro dialógico y transformador.

Además de lo anterior, en los resultados de la investigación puede verse la importancia que tienen los medios de comunicación en la configuración de posturas política, creencias y narrativas alrededor del conflicto armado y en la configuración del enemigo. Hay una latente tendencia de quienes reportan que los medios de comunicación masiva son su principal fuente de formación e información a absolutizar y construir estereotipos y prejuicios frente a su oponente. Así, estos participantes parecen haber creado un perfil de las personas que han apoyado los procesos de negociación política del conflicto armado o que no votaron por Iván Duque en las elecciones del 2018, considerándolos como: personas vagas, disruptivas, problemáticas, ingenuas, con fines de dominación, que dejarán en la pobreza al país y todos sus ciudadanos, es decir, de izquierda.

Frente a esta visión suelen argumentar que este punto de vista tiene sustento en la información recibida por medios de comunicación y por la fuerte atención que le dan a discursos del ala política más conservadora del país, encabezada por el partido político Centro Democrático (Villa Gómez, Velásquez Cuartas, Barrera Machado & Avendaño Ramírez, 2020). Así, basados en creencias fuertemente arraigadas como la de una amenaza constante del comunismo, la necesidad de defensa de la patria por medio de doctrinas de seguridad, señalan a todo quien cuestione sus posturas, su lógica y su visión como un contrincante que debe ser neutralizado o eliminado (Barrera Machado & Villa Gómez, 2018; Oren & Bar-Tal, 2006; Bar-Tal, 1998).

Esto último se convierte en la figura central del discurso de los participantes en ‘desacuerdo’, quienes frecuentemente ignoran, son indiferentes e indolentes y, en muchos casos, justifican actos de eliminación de quienes consideran enemigos de su postura política o de quienes les representan una amenaza, incluyendo en este grupo a estudiantes, líderes sociales, trabajadores y profesores que hacen parte de movilizaciones sociales, marchas y otro tipo de protestas, y con mucha más fuerza a excombatientes y combatientes activos.

Lo anterior nos pone de cara a la denominada “doctrina de seguridad nacional” acuñada por los Estados Unidos y por las élites gobernantes en América Latina (Martín-Baró, 1989), que ha implicado la estigmatización de la izquierda como un monstruo malévolo que debe ser borrado, puesto que es la portadora del comunismo internacional y del ataque a la civilización occidental y cristiana, portadora de pobreza y miseria, como en Cuba y, posteriormente, en Venezuela. De esta forma se han creado y reforzado imaginarios, gracias a las imágenes y lenguaje utilizado en los medios de comunicación, mayormente consumidos por los colombianos donde se muestra a dichos grupos sociales y políticos como violentos e irracionales, ‘vándalos’ o ‘irresponsables’ como ocurrió en los últimos meses a raíz del gran paro nacional al que se convocó a finales del año 2019 y en las protestas emergentes en septiembre de 2020. Todo esto redunda claramente en una barrera para la construcción de una democracia activa y participativa en Colombia.

Ahora bien, en el marco de la familia, se entra en contradicción entre estas enunciaciones y el afecto y el vínculo profesado, que se manifiesta en la generación de pactos de silencio o evitación del conflicto para mantener la unidad, como homogeneidad. Sin embargo, algunas de las prácticas y dinámicas relacionales conducen a un silenciamiento de lo diferente o a un autoexilio para mantener la imagen de armonía y unidad familiar. Es necesario señalar que, a pesar de las diferencias, la búsqueda del cuidado del vínculo amoroso, a través de pactos de silencio, evitación del conflicto o distanciamiento de ciertos espacios familiares, ha hecho que se superponga el anhelo de preservación y mantenimiento de los vínculos sobre las dinámicas de discusión, aunque esto no significa que haya una resolución y aceptación de la diferencia (Velásquez Cuartas, et. al, 2020).

Así pues, dicha elección corresponde, por un lado, a una apuesta por no permitir el resquebrajamiento de más lazos sociales a raíz de la cuestión política; pero, por otro lado, se puede tomar como una perpetuación de las dinámicas de silenciamiento que han operado históricamente en el país, la negación de ideales, la renuncia a luchas legítimas para no perder las relaciones afectivas y, en algunos casos, la vida; lo que nos pone de frente a un escenario de país donde se sigue buscando la homogeneización, negar las diferencias y renunciar a la búsqueda de la justicia social a cambio de no ser aislado de los grupos de referencia. Es decir, un déficit en la democracia que debe abordarse y asumirse en la educación y en la configuración familiar, desde sus raíces.

Sin embargo, la posibilidad de encontrarse tanto en escenarios virtuales como materiales con otras y otros que comparten la búsqueda por la transformación desde todos los ámbitos, ver que la masa crítica se va aumentando y que cada vez hay más personas sin miedo, hace, paradójicamente, que, aunque crezca la preocupación por dinámicas de polarización aún más rígidas, también se gesta la esperanza de no encontrarse solos y abrir nuevos escenarios para la construcción de la paz, la democracia, la justicia social y la reconciliación.

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Recibido: Enero de 2021; Revisado: Febrero de 2021; Aprobado: Marzo de 2021

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