SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.23 issue2Transformations of Social Policy: Conceptualizations and Mentions of Consumption in Conditional Cash Transfer ProgramsIntervenção Comunitária. Conhecimentos e Práticas da Santa Casa da Misericórdia de Lisboa author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • On index processCited by Google
  • Have no similar articlesSimilars in SciELO
  • On index processSimilars in Google

Share


Trabajo social

On-line version ISSN 2256-5493

Trab. soc. vol.23 no.2 Bogotá July/Dec. 2021  Epub Apr 27, 2022

https://doi.org/10.15446/ts.v23n2.97567 

Entrevistas

Entrevista a Sara Yaneth Fernández Moreno Por Claudia Patricia Sierra Pardo y Luz Alexandra Garzón Ospina


CPSP: Para comenzar, Sara, quisiéramos proponerte que brevemente nos digas quién es Sara Yaneth Fernández Moreno.

SYFM: Bueno, esa pregunta siempre me la hago (risas). Siempre es bueno recapitular de dónde venimos, quiénes somos y dónde estamos. Yo soy Sara Yaneth, hija de Joselito y de Tere, la menor de nueve hermanos. Tere fue maestra rural, Joselito fue campesino con tierra. Fuimos parte de la promesa de la migración campo-ciudad por la educación. Mi mamá, convencida de que lo único valioso que ella podía darnos era la educación, asumió con nosotros un pacto: dejarnos como mayor legado el máximo nivel educativo al que se pudiera aspirar. Por ella aprendí a leer en voz alta y con la voz alta aprendí la puntuación, gracias a la respiración aprendías a usar los signos de exclamación, de interrogación, las pausas de la coma, el punto y coma, el punto seguido, el punto aparte y los puntos suspensivos. Fue muy bonito. Aprendí a leer y a escribir muy rápido, desde los tres años, por el desespero de alcanzar a todos mis hermanos que ya estaban estudiando.

Terminé bachillerato como de 15 o 16 años y entré a la Universidad Nacional de Colombia en el segundo semestre de 1987, para graduarme con 20 años en 1992. Fueron años muy difíciles, pero tuve la fortuna de entrar en un periodo donde pude hacer la carrera en cinco años. Si no hubiera accedido a la universidad pública no sería profesional; viniendo de una familia numerosa, de extracción campesina y viviendo en un barrio popular, esas opciones se reducen. Solo el 18 % de los bachilleres ingresan a la universidad pública en el país y de ellos hay una deserción importante; es decir que en mi familia esto sí fue realmente un logro. Los tres hijos menores somos egresados de la Universidad Nacional: mi hermano es médico, vinculado a la Secretaría de Salud de Bogotá desde hace más de 20 años, mi hermana es terapeuta ocupacional y profesora del Departamento de Terapia Ocupacional de la Universidad Nacional desde hace 28 años. Y yo soy profesora en la Universidad de Antioquia desde hace casi 25 años.

CPSP: ¿Por qué terminaste estudiando Trabajo Social? ¿Qué te llevó a escoger esta carrera?

SYFM: Porque desde chicos habíamos aprendido en casa la solidaridad y el acompañamiento a la gente. Mi casa era de puertas abiertas, en ella aprendí muchas cosas de ayuda, de apoyo, de compromiso con los demás. En el barrio también me articulé con grupos de base. Hacíamos "trabajo social" en el barrio, acompañábamos ancianatos, realizamos caminatas con los jóvenes... Tengo dos tías monjas: una tía abuela y otra que todavía llora porque no fui monja. Eso me sirvió para tomar la decisión de decir "no, yo no quiero tomar hábitos". Aunque hice todo el proceso, porque yo participaba con ella en las catequesis, en los barrios, en las obras. Mi mamá estaba tranquila mientras yo estuviera con la tía monja. Aprendí a redactar, a hacer boletines, cartillas y cursillos. Siempre fui muy activa, no tomé los hábitos, pero sí asumí un compromiso social. Yo no confiaba en la Iglesia ni en su estructura, no me gustaba el trato y las jerarquías que había entre monjas y curas. En particular, el comportamiento de las monjas con respecto de los curas, porque además me eduqué en un colegio cooperativo de barrio popular, El Colegio Cooperativo Calasancio, que hoy ya no existe, cuyas directivas eran, por el lado masculino, excuras españoles retirados y, por el lado femenino, monjas españolas en ejercicio y con hábito. Había mucha relación del colegio con la iglesia del barrio y eso me ayudó a espabilarme un poquito. Yo no estaba dispuesta a tomar los votos del celibato ni mucho menos.

Entonces [cuando escogí carrera] dije: "no voy a tomar los votos, porque no creo en ellos, pero puedo ser lo más cercano a eso y por esa razón entré a Trabajo Social". Eso sí, me propuse siempre que "si empezaba algo, lo terminaría", fuera lo que fuera, el programa que yo escogiera. Afortunadamente lo empecé, me gustó y lo terminé. Pero, además, me quedé un rato porque terminados los años de formación, pude ser parte de uno de los primeros equipos de Bienestar Universitario que existieron en la Universidad Nacional. Esos equipos fueron las bases de lo que hoy se conoce como programas de bienestar. También fui auxiliar de investigación del Archivo de Artesanado y Clase Obrera en Colombia, dirigido por las profesoras María Himelda Ramírez y Carmen Escobar en el Centro de Estudios Sociales (CES). Fui parte del Seminario de Cultura y Salud de la Facultad de Medicina que me abrió las puertas para el área de salud que me interesaba mucho. Mi formación en prácticas de Trabajo Social fue toda en el área hospitalaria, en hospitales como el Santa Clara, la Misericordia, San Juan y el Instituto Materno Infantil (IMI). También apoyé como asistente a investigadores importantes de quienes aprendí mucho. Esos trabajos me permitían librar mis gastos de transportes, libros, ropa y, de la cooperativa 383 de trabajadores del Seguro Social donde trabajaba mi mamá, tenía los auxilios para libros y materiales cada semestre.

Fueron años difíciles para la Universidad: el asesinato del profesor Jaime Pardo Leal, las bombas, las amenazas a los profesores, la Marcha por la Vida de Héctor Abad Gómez y luego su asesinato, además del de Luis Carlos Galán y de Carlos Pizarro, todo en ese mismo periodo. Nos tocaron años muy complejos a nivel universitario y a nivel de Derechos Humanos. Todo ese tiempo estuve vinculada estrechamente a la Universidad Nacional hasta el año 1993, antes de irme a estudiar la maestría por recomendación del profesor Álvaro Betancourt, quien me recomendó para irme a estudiar.

CPSP: En ese paso por la Universidad, ¿qué recuerdas de los procesos de participación estudiantil? ¿Hay alguna experiencia o situación asociada a esos procesos que te haya marcado?

SYFM: Sí, claro. Mi trayectoria fue muy apegada al esquema universitario, al sistema de bienestar, al trabajo como asistente, etcétera. Ese paso me costó mucho porque había mucha estigmatización a la institucionalidad. Me explico: sí me tocaron los acompañamientos al movimiento estudiantil; fui compañera de Betty [Beatriz Sandoval], La Negra, que perdió la vida en una pedrea, porque se le detonaron las papas [nombre dado a los explosivos] que llevaba en la mochila.

Me tocó ver el abuso en las relaciones amorosas y erótico-afectivas de los líderes estudiantiles, que tomaban tinto mientras las compañeras tiraban piedra afuera. Eso se me hizo muy injusto. Recuerdo varias compañeras que estuvieron muy activas en el movimiento estudiantil y también lo difícil que era congeniar con ellas por la macartización que existía hacia quienes trabajábamos en la institucionalidad como auxiliares o asistentes, porque éramos vistos como agentes del establecimiento.

Fui una persona de alto rendimiento académico y eso también era todo un rollo. Además, a mis 15 años parecía de 45 porque siempre asumí responsabilidades de adulta, siempre me hice cargo de mi casa: fui cuidadora de mi mamá, de mi abuela, de mis sobrinos. Yo era una señora, pero tenía 16 años. Eso también hacía un carácter poco sociable con mis pares de edad porque yo siempre tenía que llegar a cumplir responsabilidades a casa y mantuve cercanía con cosas que a mí me interesaban pero que eran de adultos.

La única "fuga" que tuve fue a través de las artes marciales que practiqué durante los cinco años en la universidad. Eso me llevó a conocer gente de todas las facultades, cosa que fue muy bonita porque la universidad sí te marca en la formación cultural, humanista, artística, y yo aproveché mucho eso. El cine, por ejemplo. Antes de entrar a la universidad no veía cine. pues ¿Cómo? ¿Nueve boletas? No, no había. Me hice una idea del cine en los cineclubes universitarios que eran accesibles para nosotros. Lo poquito o nada que sé de teatro fue en la universidad. No tuve vida cultural fuera de la universidad; no tenía cómo, no teníamos recursos.

Fui parte del equipo de Bienestar Universitario que tenía varios programas pioneros en su época. Estamos hablando de 1990-1991, y era la primera vez que se proponía una iniciativa de acompañamiento a mejores bachilleres de municipios pobres, que ahora son becas-créditos, programas de acompañamiento a los primeros semestres para reducir la deserción y la permanencia, y varios programas pioneros que desarrollaron tanto Juanita Barreto como Yolanda López que fueron mis jefas en Bienestar y también profesoras en Trabajo Social. Algo que me marcó mucho fue haber sido formada por el Grupo Mujer y Sociedad en los primeros cursos de teoría de género y de teoría feminista. Fui alumna de Florence Thomas, de María Himelda Ramírez, de Juanita Barreto, de Yolanda Puyana, de Yolanda López, de Clara María García, de profes como Luis Santos. Conocí a Magdalena León en esa época, me dio clase también María Cristina Salazar.

Eso te marca por supuesto. Estuve con Guiomar Dueñas y con todo el Grupo de Mujer y Sociedad que incidió mucho en mi práctica profesional en el IMI, en donde cultivé la fascinación por el área de género y salud y terminé también muy activa en el feminismo a partir del área de salud reproductiva. Participé en las primeras campañas que se hicieron en el país de anticoncepción voluntaria, me entrenaron para ser parte del equipo interdisciplinario en acompañamiento en salud sexual y salud reproductiva, cuando todavía no se hablaba del tema. Para mí fue importantísima esa formación, ese complemento, tanto el área de género y como en el área de salud en el Materno Infantil con el doctor Pío Iván Gómez, coordinador de prácticas en la parte de ginecología-obstetricia y en ese otro itinerario hospitalario por el cual terminé también en los seminarios de medicina y cultura.

Curiosamente mi fascinación por salud sexual y reproductiva no se vio reflejada en mi tesis de grado (risas) porque quedé muy impactada por el área de salud mental en el Hospital Santa Clara, por la manera como se trataba a los jóvenes por adicciones: se les medicaba igual que a los esquizofrénicos o psicóticos, con exactamente el mismo esquema; algo caótico. Necesitaba respuestas y por eso me vinculé al Seminario de Salud y Cultura en donde encontré las medicinas alternativas y un mundo de saberes en salud que era además un desafío.

CPSP: Tu tesis del pregrado fue meritoria, además.

SYFM: Sí, fue la primera tesis premiada como mejor tesis de grado de pregrado. María del Pilar López Sánchez y yo decidimos iniciar ese trabajo y el profesor Edgar Malagón, asesor de práctica y director del trabajo de grado, nos dijo en tono retador: "si me traen cinco enfoques, les apruebo la tesis, pero yo no creo que una trabajadora social pueda hacer una tesis de esas". ¡Que no! Recogimos 34 enfoques y eso fue para mí absolutamente estructurante porque pude tener la oportunidad de conocer a gente como Jorge Carvajal, en Medellín, como la gente de acupuntura de punta, como Fernando González Uribe que es todavía el médico de cabecera de Juanita Barreto y de Florence Thomas. Conocí allí a Luis Carlos Restrepo, una de las personas que abrigó la propuesta de puertas abiertas para salud mental, iniciativa que viene de la antipsiquiatría. Trabajé y tuve la oportunidad de hablar y conocer a Álvaro Villar Gaviria, autor del libro psicología social y clases sociales en Colombia; ambos acogieron la escuela antipsiquiátrica en Colombia. Una maravillosa persona, lector amable, amoroso, un maestro.

Las entrevistas son realmente unas piezas únicas que trabajan los temas del cuerpo, la enfermedad, el problema de la salud, las adicciones. Era la primera vez que escuchaba la salud no como ausencia de enfermedad, sino como salud buena, en el sentido de una salud sana, alegre, plena, para vivirla. Es decir, no tenemos que estar enfermos para disfrutar de la salud. Ese enfoque me marcó y eso se ve en esa tesis. En su momento fue muy reveladora para el campo, por el acercamiento que se hizo desde la antipsiquiatría, que fue atrevido, desde el Trabajo Social, por supuesto, pero que estuvo muy apadrinada en ese momento por personas que fueron muy destacadas en su campo.

Las 34 entrevistas se realizaron a personas que hasta hoy son reconocidas como autoridades en el campo terapéutico abordado. Si no hubiera sido por esas entrevistas la tesis no hubiera terminado con éxito. Me convencí con ella de que yo quería el área de la salud, que me gustaba mucho y al mismo tiempo me retaba. Por eso me fui a hacer la maestría en México en estudios de población en el área de población y salud, justamente. Recomendada por el profesor y amigo Álvaro Betancourt que me dijo: "me llegaron unos papeles de unas becas en México... Pero yo no creo que..., pues si usted no se va yo los boto porque no tengo a nadie más que le interese esa área", y yo: "¿Quéee?", eso se me hacía una posibilidad remota. Pero decidí aceptar y me fui a México a estudiar por casi tres años.

CPSP: Cuando pensamos esta entrevista para el dossier, nos parecía interesante conversar con alguien que, desde una experiencia amplia, diversa, enraizada en las lógicas del país, pudiera contarnos su percepción sobre lo que implica la participación desde el punto de vista del Trabajo Social. De cara a tu constitución como trabajadora social, ¿crees que la categoría de participación es nuclear al campo del Trabajo Social, disciplinar y profesionalmente?

SYFM: Por supuesto, siempre. Para que cualquier trabajo tenga efecto e impacto, debe partir de la base, de los colectivos, debe ser consultado, debe ser construido, debe ser socializado. No hay experiencia por la que yo haya pasado en la cual no exista un colectivo detrás. Además, diferentes miradas en conjunto, conversando, dialogando. Así como fue la formación del curso de Mujer y Sociedad con gente de todas las áreas, así mismo fue el resultado de mi formación en Trabajo Social con profesionales de sociología, antropología, historia, ciencia política, derecho, economía. Fue muy rica, tuve muy buenos profesores, excelentes profesoras y me pudieron orientar hacia preguntas realmente claves.

En mis acercamientos en el campo tuve también muchos interrogantes provocadores. Por ejemplo, en el hospital, aunque estuve en el área clínica, realmente también lo hice en áreas muy comunitarias. Acompañé el proceso de salud mental comunitaria y de salud oral comunitaria. Eso no se hacía, pero nos lanzábamos y los profes nos apoyaron y nos dieron todo el respaldo para hacerlo y creo que lo hicimos bien. Ahí dimensioné también el asunto de la salud desde otro lado. Cuando hice la alfabetización del bachillerato fue como "vigía de salud", desde lo previsto en el Artículo 110 del entonces Sistema Nacional de Salud que a mediados de los ochenta creaba los Comités de Participación Comunitaria en Salud, donde se alfabetizaba en atención primaria en salud a los bachilleres interesados y se trabajaba con ellos en las campañas de vacunación y prevención de enfermedades desde las campañas del Centro de Salud correspondientes a su territorio. Me da risa que uno dice "yo fui de las primeras", pues sí, yo estuve en las campañas de vacunación, puerta a puerta, casa a casa y ahí entendí lo que era la pobreza, el hambre, la caries de biberón, el exceso de azúcar en los niños, la deficiencia nutricional reflejada en la obesidad y la desnutrición ¡combinadas!; ahí, directo, en campo. Imagínense, si me gradué a los 16 años y crie sobrinos desde los 12, y mi abuela, mi tía, mi mamá viniendo del campo, eran unas sabias para la medicina, para la salud de los hijos, para el uso de las hierbas, para las infusiones, para los remedios caseros., pues todo eso permea, todo eso te acompaña.

Empiezas a valorar mucho en cada formación que tu proceso no lo haces en solitario; siempre con otras personas incluso de áreas muy disímiles, porque mi práctica fue una, mi trabajo de grado fue otro, mis experiencias aplicadas fueron otras. Pero todas fueron un mismo tejido del que salí con habilidades importantes que pude verter en las investigaciones que continué haciendo y en la docencia que realizo actualmente, porque tengo un pie en la academia y otro en el activismo. Creo que eso fue así, porque cuando estudié en México la maestría, en medio de una tesis muy teórica, reflexiva, política, me tocaron las Conferencias Mundiales de El Cairo y de Beijing, en un hito histórico que fue marcado justamente por esas conferencias a nivel mundial y lo que representaron para los derechos de las mujeres.

Al mismo tiempo resulté acompañando al grupo feminista Factor X en la frontera norte de México en Tijuana, enfrentando los primeros asesinatos de mujeres trabajadoras de la Maquila en Ciudad Juárez y el trabajo de alfabetización con las obreras de la maquila: nivelar y validar la primaria, acompañarlas en su proceso educativo fuera de los horarios de trabajo, cuidando de sus niños para que pudieran asistir a la alfabetización, y yo me encargaba unas horas de acompañarlas en toda la parte de la salud sexual y salud reproductiva con una enfermera y con una amiga médica que hacía la consulta ginecológica. Vertí los conocimientos adquiridos en el IMI, con las mujeres que acompañé durante cerca de dos años en dolor pélvico crónico, en anticoncepción voluntaria, en los programas de madre canguro, en los de nutrición infantil. Además, en México encontré un montón de mujeres en unas condiciones absolutamente precarias, tercerizadas; la frontera significa pleno empleo, pero salario de hambre, una sobreexplotación sumada a la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio, al surgimiento del Ejército Zapatista y la devaluación del peso. Estaba en Tijuana, en la frontera norte de México, a veinte minutos de San Diego y me tocó un trabajo intenso con estas mujeres trabajadoras, jefas de hogar, precarizadas; ahí sí con ellas me declaro plena y públicamente como feminista y activista.

Ellas y mi directora de tesis, que es una mujer maravillosa, Elizabeth Maier Hirsh, también activista feminista, me formaron mucho en la convicción de que todo se hacía dialogando, con las mujeres, ¡en el terreno!, en la reivindicación de sus derechos y en hacer posible que estos sean efectivos; es decir, en la exigencia a la educación. Los derechos sexuales y los derechos reproductivos requieren información, formación, acceso y práctica. La autonomía sobre el cuerpo no se da sola, se da con corresponsabilidad a partir de la información necesaria y adecuada para poder hacer un uso responsable de tu derecho a decidir y el acceso a los medios para materializar tu decisión. Pero tú no me puedes decir a mí que haga un uso responsable de algo que no entiendo, que no sé cómo funciona, ni tampoco sé quién lo va a proveer, ni quién lo garantiza. Esas preguntas claves fueron parte de ese proceso.

CPSP: En la experiencia que estás contando es muy interesante identificar cómo tu trabajo allí incentiva la participación de las mujeres y tiene unos principios en los que se fundamenta. ¿Cuáles fueron esos principios para tu acción profesional con las mujeres, para promover esos procesos de participación con ellas?

SYFM: Tengo una anécdota muy bonita: cuando estaba haciendo mi práctica académica en el IMI tenía 19 años y todavía no había tenido relaciones sexuales; pero ya tenía a cargo la asesoría y el acompañamiento a mujeres en el IMI en el tema de anticoncepción voluntaria y, sobre todo, anticoncepción quirúrgica voluntaria. ¡Imagínate la población usuaria del IMI! ¡Me daban sopa y seco! Yo me había leído todos los textos clásicos de William Masters y Virginia Johnson Master y Johnson, había leído el informe de Alfred Kinsey, Clive Davis entre otros sobre respuesta sexual humana; tengamos en cuenta que, en ese momento, era medio monja. Llego a esos programas súper informada con los planteamientos de estos científicos y además lectora voraz, pero ¡cero prácticas! y voy a los talleres con estas mujeres y me dan unas revolcadas maravillosas. En la relación con ellas me entero de detalles de las relaciones sexuales que no conocía: "Oiga, ¿eso qué es?", les preguntaba yo". Y ellas me decían: "Ay doctora, usted está muy chiquita" (risas)... fue maravilloso, muy amoroso. Además, eran mujeres que ejercían prostitución, mujeres populares, mujeres pobres, mujeres con dolor pélvico crónico que presentaban un patrón común en sus relaciones amorosas transgresoras. Hay una publicación al respecto. De las primeras publicaciones que hice fue justamente sobre el acompañamiento a ese programa. Ellas resultaban siendo "amantes de toda la vida", y ese dolor pélvico crónico era la forma en la cual ellas reaccionaban frente al dolor de no ser la 389 principal, la titular. Fue un trabajo muy bonito con ellas que me llevaron de la mano, me tuvieron paciencia y entendí que solo leer no es suficiente, solo escribir no es suficiente. Yo podía leer y podía escribir perfectamente. Pero ¿quién me aterriza eso? ¡Ellas! Fue muy interesante porque aprendí a respetar los saberes otros, las experiencias de las otras personas y a acompañarlas en la medida en que ellas lo permitieran, y también aprendí a "no pontificar" sobre cosas de las cuales yo no sabía. Aprendí a escuchar y eso también es importante.

Tengo cierta veneración por el saber que se hace evidente en personas de mayor edad que la mía. Siempre me he rodeado de gente mayor y he transitado la vida rodeada de gente que sabe mucho; me encanta porque me enseñan. Tengo cierto enamoramiento por la palabra. Entonces, en el trabajo de campo, en terreno, ¿con quiénes iba a aprender? Con mujeres que tal vez tenían la misma edad que yo, pero ya tenían cuatro hijos, tres maridos, cuatro abortos y podían compartirme mucha sabiduría sobre lo que estábamos trabajando. Recuerdo, por ejemplo, que autoricé la anticoncepción quirúrgica voluntaria de una mujer trabajadora sexual de 22 años y con cuatro hijos. Absolutamente convencida de que necesitaba seguir trabajando, que no quería un embarazo más y que por supuesto se acogía al programa. ¡Me dio cátedra!, porque era una verificación de que las mujeres efectivamente sabían de qué se trataba el programa, conocían los métodos anticonceptivos, sabían que ese método va a ser irreversible. Esa mujer de 22 años me enseñó y yo firmé la autorización. Al otro día había un pasquín de un residente de ginecología y obstetricia protestando porque "quiénes éramos nosotros para negarle a esa mujer la felicidad de realizarse en sagrado matrimonio, y poderse casar con el hombre de su vida y tener los hijos que Dios le mande". ¡Un ginecólogo! ¡Un residente en ginecología! Aquello fue aleccionador, yo dije: "No, nadie tiene derecho a decidir por otra persona", y ahí quedé absolutamente maravillada y agradecida con esa mujer.

A partir de experiencias como esta empiezo a acariciar la laicidad con fervor (risas). Sobre todo, la independencia para la autonomía reproductiva, la autonomía sexual y la soberanía sobre el cuerpo. Fueron cosas muy puntuales, pero para mis aprendizajes absolutamente claves. Decir: "No, no podemos invadir los cuerpos de las personas". Incluso descubrí en el trabajo con estas mujeres, tanto en el IMI como con las trabajadoras de la maquila en México, la importancia de recuperar plenamente el cuerpo para sí: el goce del cuerpo, el conocimiento del cuerpo, el olor y el sabor del cuerpo, 390 y ahora entiendo muy bien por qué. Si nosotros no sabemos a qué huele el cuerpo no podremos identificar las señales de alarma que sabiamente nos emite: el PH cambia, la acidez cambia, el olor cambia, el humor cambia, la textura y los tejidos cambian. Si nosotras no habitamos este territorio primero antes que cualquier otra persona, no vamos a detectar esas alertas. Eso lo aprendí ahí.

CPSP: Sara, tienes una experiencia de trabajo muy interesante con procesos de mujeres y también en la academia. Quisiéramos entrar a un segundo momento de la entrevista donde pudiéramos, a partir de esa experiencia, profundizar un poco más en tu comprensión respecto de estos asuntos de la participación como categoría. ¿Podrías contarnos cómo crees que entendemos la participación desde nuestro campo disciplinar y profesional? ¿Qué es participación, en últimas, para el trabajador o la trabajadora social?

SYFM: Esta es una categoría muy compleja para la formación en Trabajo Social porque venimos de una escuela confesional, inicialmente muy funcional, que después eclosiona con la reconceptualización. A mí me toca también toda esa parte de cerca, porque estamos hablando de finales de los ochenta. Viví de cerca la ruptura, la eclosión de lo popular comunitario, de los movimientos sociales, la creación del Programa Interdisciplinario de Apoyo a la Comunidad (PRIAC) en la universidad; además, hice investigación en Ciudad Bolívar apoyando el trabajo de una profesora de la universidad, en procesos de investigación aplicada en esta localidad de Bogotá. Y entonces ahí entra en conflicto la formación funcionalista clásica de Trabajo Social con la formación crítica. Entra en conflicto, felizmente, aclaro, no en forma disruptiva, para una formación muy rica que me permite hacer la diferencia entre las dos perfectamente. Y de los enfoques también: un enfoque funcionalista, un enfoque crítico arraigado con la base; un enfoque digamos, más conservador, frente a un enfoque mucho más crítico. Y allí veo más claramente la diferencia, tuve muy buenos profesores de ambas escuelas, además.

En la participación identifico claramente tendencias de instrumentalización, la participación de arriba hacia abajo y, con acercamientos puntuales desde mi experiencia, la participación de abajo hacia arriba. Por ejemplo, conocí siendo estudiante trabajos como los del CINEP, con la influencia de la teología de la liberación y de la educación popular, haciendo investigación y acción participativa de la mano con la atención primaria en salud, de la que yo sin darme cuenta había hecho parte, siendo vigía de salud. Ese tipo de conexiones con mi experiencia previa me vincularon con lo comunitario, lo popular, lo barrial, con la crítica a las propuestas funcionales institucionalizadas.

Soy consciente de las fracturas epistemológicas, metodológicas, teóricas. Pero tomé rápidamente, con toda claridad, posición hacia una línea muy comprometida con la base social, involucrada en procesos colectivos que aún perduran. Procesos no instrumentalizados ni basados en filas de indicadores que hay que cumplir, o en poner a firmar a la gente los listados de asistencia para demostrar que hubo tantas reuniones, considerando que porque hicimos las reuniones se tuvo participación. No. El énfasis debe estar en cómo la gente discutió y se apropió del proyecto y cómo generó su propia participación.

CPSP: ¿Qué vínculo estableces entre los objetivos y los principios de la intervención en Trabajo Social y la categoría "participación"?

SYFM: Trabajo siempre la dimensión ética de la profesionalización y la dimensión reflexiva de la intervención. Me parece relevante, y es escaso en la formación profesional, la alusión a la reflexividad, a la historicidad de quien investiga, al ser sujeto actuante, historizado, contextualizado. Trabajo mucho la relación sujeto-sujeto, la horizontalidad y el reconocimiento de un horizonte de sentido entre sujetos. Desde la denominación de sujetos plenos de derecho, me aparto de quienes hablaban del Estado de derecho a quienes hablan del Estado social de derecho. De quienes hablan de la "población objeto", a quienes hablan de la población o las comunidades con las cuales trabajo para producir un conocimiento que no es para mí, que debe devolverse a ellos y a ellas; hablo del conocimiento situado, de la posición reflexiva, de la apuesta ético-política de quien investiga y del lugar de enunciación, que es la invitación que nos hace Hugo Zemelman al invitarnos a objetivar lo subjetivado, porque usted no investiga sola.

Existe y es necesario insistir en un compromiso ético político por la transformación de las relaciones de poder y subordinación sobre las cuales están operando las problemáticas con las que trabajamos y que claramente nos están mostrando situaciones injustas, desventajosas, que no tienen por qué ocurrir que son completamente evitables. Esto necesita unos procesos de formación comprometidos y que promuevan el involucramiento directo de las personas que van a estar implicadas en los cambios o las decisiones de las cuales hablemos, cualquiera que ellas sean. En lo profesoral, en lo universitario, en la salud, en los derechos, en la marcha, en las asambleas, en los claustros, en donde sea.

Creo que nuestro compromiso con la formación implica que nuestros estudiantes hombres y mujeres entiendan lo que está en juego en un proceso participativo y que cuando tomen una decisión tengan claridad de los efectos e implicaciones que tiene la intervención profesional que ellos como sujetos cognoscentes están propiciando con las comunidades con las que trabajan. Eso me parece de la mayor relevancia, porque hace mucho tiempo entendí que la ciencia no es neutra, el conocimiento no es neutro y yo soy responsable tanto de lo que digo como de lo que omito; por lo tanto, es necesario tener claridad sobre los efectos que tiene o puede tener lo que diga y haga profesionalmente.

CPSP: Hay un tema que no ha aparecido hasta ahora y tiene que ver con tu trabajo en la representación de profesores y profesoras, también tu trabajo en asoproudea. ¿Qué implicó para ti ese paso por la Asociación de Profesores en la Universidad de Antioquia? En términos del incentivo a los procesos de participación universitarios, ¿qué aprendizajes te deja o te dejó esa experiencia?

SYFM: Bueno, yo sigo siendo parte de la Asociación y soy parte de la Mesa Amplia Nacional de Profesores por la Universidad Pública, de la MANPUP, que es nacional. Estamos ante un momento muy complejo porque el capitalismo del conocimiento, el cognitariado, está avasallando la academia. Con código de barras llegó a justificar parte del discurso de la desfinanciación de la universidad pública: vendamos proyectos, vendamos patentes, vendamos servicios... Esto desvirtúa la labor de la educación pública. El amor que le tengo a la universidad es el amor que le tengo a la educación y a la salud pública como derecho. Marcaron mi vida personas como Héctor Abad Gómez, su vida, su obra. Héctor Abad fundó la Asociación de Profesores, la Facultad Nacional de Salud Pública; su trabajo dejó claro ejemplo de lo que son la educación y la salud como derechos humanos fundamentales.

Tanto mi maestría y mi doctorado (este último en salud colectiva) fueron con beca pública del Estado mexicano. Por eso no me veo en otra parte que no sea la institucionalidad pública, que es garante de derechos. Como parte del movimiento nacional por la salud y como parte del movimiento por la educación pública veo con dolor cómo en la universidad pública tienen cabida discursos privatizadores, discursos excluyentes elitistas, desiguales, inequitativos. Por eso estoy trabajando sobre las brechas de género en las universidades, por la erradicación de todas las violencias basadas en género en las instituciones de educación y de salud y veo con preocupación cómo hay una despolitización de los estamentos universitarios; no solo el profesorado. ¡Claro! Eso viene por la tercerización laboral, por la precarización y por la elitización del acceso a la educación. El acceso a la educación superior antes era un privilegio, pero ahora más y perversamente bajo lógicas como la de "Ser Pilo Paga", que insiste en que solamente los que son "inteligentes" y tienen potenciales pueden acceder; yo digo: ¡no! ¡Justamente por eso, todas y todos deberíamos acceder!

Estoy convencida de que al menos un año de educación cambia la vida a las personas. Y eso es verdad, se reducen por ejemplo las tasas de fecundidad. ¡Un solo año de educación hace diferencia en la tasa de fecundidad de una mujer! No cabe duda. Disminuiríamos la desnutrición, el embarazo adolescente y un montón de indicadores que supuestamente son los mínimos del desarrollo del milenio, ahora irónicamente llamados desarrollo sustentable. Un pueblo educado no se deja doblegar, eso es absolutamente revolucionario, yo no tengo que tomar las armas, ni ir al monte, sencillamente es educando, alfabetizando, pero también necesitamos una repolitización en el mejor de los sentidos. No estoy hablando de politiquería, estoy hablando de formación política y ciudadana, una formación plena que tenga conciencia política es lo que necesitamos. Una universidad más actuante y empoderada sobre su labor, su misión y sobre el papel transformador de la educación. ¿Cómo no lo vamos a entender en la universidad? ¿Cómo no vamos a creer en el potencial transformador que tiene la educación pública?

Creo que la universidad se tiene que radicalizar en su compromiso social de formación a las comunidades, el acceso universal y gratuito a sus jóvenes y a las personas de todas las edades que quieran estudiar; no creo que debamos tener edad límite. Empecé a ofrecer cursos de extensión abiertos, con certificado de asistencia, y he tenido alumnos de 60 a 70 años maravillosos y son líderes comunitarios, ¡felices!, conmovidos de estar en la universidad que fue su sueño de toda la vida, y te dicen: "¡No puedo creer que esté en la universidad, esta es la realización más grande!". Personas de 50 o 60 años que han dedicado la vida a sus comunidades y llegan a la universidad estudiando. No he encontrado mejores estudiantes que ellos, que nunca pasaron por la universidad y ahí están. El conocimiento debe volver a las comunidades, es para ellas, ante todo; si se precia de ser universidad pública, no es para generar recursos para el financiamiento de la universidad.

LAG: Sara, me gustaría preguntarte, desde toda esta experiencia tan profunda y reflexiva que has tenido, incluida la formación de estudiantes, ¿para ti qué es participación? Y, además, ¿qué cambios has visto en lo que se concebía y se concibe como participación?

SYFM: Bueno, empecemos por participación. El término participar involucra. Y lo mínimo no negociable es que ese involucrarse sea consciente, responsable e informado. Porque si yo no estoy informada, desconozco los elementos que necesito para poder comprometerme. Hay una diferencia entre involucrarse y comprometerse. Tengo un ejemplo que a los estudiantes les encanta: la gallina se involucra y el cerdo se compromete. La gallina se involucra porque todos los días pone el huevo y sigue la vida, picoteando en el corral. Pero el cerdo se compromete, porque usted no puede tener un chicharrón, un jamoncito, una morcillita sin la vida del cerdo; hasta ahí llega el cerdo. Es alegórico pero muy ilustrativo de lo que les estoy diciendo a los chicos y las chicas cuando les pregunto: "A ver, ustedes ¿hasta dónde están dispuestos a llegar con esto?". En relación con la participación esto resulta fundamental.

Los niveles de participación tienen que ver con el compromiso, pero también con los niveles de conocimiento, conciencia y apropiación del campo sobre el cual voy a trabajar o en el cual estoy involucrado. Todo va articulado: conocimiento, información, actualización, debate, argumentación y reconocimiento de que mi discurso no es el único, que hay muchos otros y en esos hay algunos con los cuales habrá ciertas semejanzas y otros con los cuales habrá clarísimas diferencias. Comprender esto no debe ser motivo de ruptura, sino que debe ser entendido como parte de la complejidad de lo humano, de lo social y de lo político.

Existe un nivel más allá de involucrarse, que es comprometerse. Por ejemplo, cuando asumo nombrarme feminista, no me puedo despojar de esta identidad, porque todo lo veo desde un lente y una perspectiva en la cual estoy muy vigilante de mí como sujeto transformador, pero también de mi postura frente a esa realidad que el mundo me pone al frente. Entonces creo que el asunto de la participación no es menor en la vida universitaria, es fundamental. En la formación en Trabajo Social es clave y decisiva, pero debe darse con todo lo que en la extensión de la palabra la participación involucra.

LAG: Nos gustaría preguntarte sobre los riesgos, las amenazas, las posibilidades que identificas para la participación actualmente en nuestro país, ¿Cuál es tu análisis al respecto?

SYFM: (Risas) Touché. Pues yo estoy asumiendo las consecuencias. Estoy asumiendo con plena responsabilidad y conciencia los efectos que tiene el comprometerse socialmente. Estamos en un país intolerante, polarizado, injusto, desgarradoramente doloroso. La realidad colombiana es apabullante, en la distancia se ve peor de lo que es y es peor de lo que uno quisiera creer. Hay mucha gente que ha dado la vida con valor, porque es imposible ser indiferente ante una realidad tan dolorosa.

En el país queremos lo básico: dignidad, reconocimiento, derechos, que sea posible la diferencia. Pero estamos viendo momentos críticos, veo una profundización de la crisis civilizatoria del país. Veo con mucho temor el año entrante, porque tenemos un punto de inflexión, "estamos tocando fondo". Esto es un cambio de paradigma, es un cambio de civilización, una crisis civilizatoria. Si traduzco lo que la pandemia muestra: la injusticia, la desigualdad, la inequidad, la carencia de derechos, la concentración de riqueza y del poder, sí estamos entrando en una crisis civilizatoria. Vivimos lo injusto, la desigualdad, grandes niveles de abuso y no podemos ser indiferentes. Y después de todo lo que pasó, después de todo el trabajo de liderazgo y el precio que asumo, estoy más convencida de que eso es así, que el país duele mucho, desgarra, que cuesta la vida o puede costar la vida. Entiendo perfectamente eso, ahora más que nunca.

LAG: ¿Qué oportunidades aparecen entonces para la participación social después del Acuerdo de Paz?

SYFM: Necesitamos un cambio planetario, un cambio extremo. Es una realidad de a puño que nosotros no podemos vivir sin el planeta, pero el planeta perfectamente puede vivir sin nosotros. La pandemia nos muestra vidas dispensables e injusticia, como lo que está pasando con el negocio de las vacunas, con el negocio de la industria farmacéutica mundial y con la falta de solidaridad con los países más pobres. Las estadísticas que se han revelado en esta época de pandemia muestran la gran concentración de riqueza en quienes ya son ricos y la expansión de la pobreza en la mayoría. Tenemos que preguntarnos muchas cosas y debe haber punto final a esto. Habrá un momento en que digamos: ¿nos seguimos autodestruyendo o nos organizamos?

El problema es que veo muy fragmentada la generación de puentes entre las personas que se supone se apegan a la vida, y creo que eso es una prueba civilizatoria: ¿seremos capaces de detener el despojo, el extractivismo, el fracking, la contaminación del aire, el suelo y el agua, detener la suplantación del derecho a la salud por el negocio a la salud? El hambre es la pandemia invisible más contundente del mundo y en esta coyuntura se hace más evidente. Es desgarradora la ausencia del agua y de la comida en la nutrición básica para miles de millones de personas; pero es desgarradora también la indiferencia. Tienen que haber medidas radicales si queremos apostarle a la vida, al agua, a la salud y no a una vida miserable sino a una vida plena, a una vida que merezca ser vivida. Todo lo que está pasando es evitable y está en nuestras manos cambiarlo.

CPSP: Para finalizar la entrevista, te invitamos a dar un mensaje a las lectoras y los lectores de la revista, en clave del país en el que estamos, en tiempos de esfuerzos por construir una paz que aún se ve lejana. ¿Qué les dirías sobre la participación en esta coyuntura de la paz?

SYFM: Después de lo que pasó en Ecuador recientemente y con lo que pueda pasar en Perú, veo con mucha preocupación el futuro de Colombia. Pienso que nuestro país, al que amo profundamente, requiere pensarse en serio como país. Evitar la debacle y la profundización de la barbarie, necesitamos radicalizar la apuesta por la vida y por la paz. Y la vida y la paz tienen que ver con salud plena, con justicia social y con cambio en las reglas de juego de la acumulación de gobiernos cooptados por clientelas políticas, económicas y trasnacionales.

Tenemos que ser una ciudadanía más responsable y no delegar esa decisión del destino del país a las maquinarias de siempre. Pienso que el potencial electoral de las y los jóvenes va a marcar el destino del país el año entrante y es la responsabilidad de las y los adultos hacer conciencia de la importancia de dar este paso. O continúa la barbarie, la muerte, la guerra, o reivindicamos definitivamente la paz, la justicia social y los derechos plenos como un horizonte de sentido en una apuesta que debe ser colectiva alrededor de los bienes comunes: el agua, la tierra, las semillas, el derecho a vivir en paz. Yo creo que eso es fundamental y esa es la apuesta del año entrante, ni más ni menos, si somos viables o no como sociedad y como humanidad que es lo más grave. Y parece que Colombia se debe jugar el todo por el todo el año entrante... eso no tiene vuelta atrás, y toca hacerlo desde ahora, desde ya.

CPSP: Sara, muchas gracias. Ha sido muy interesante escucharte, conversar contigo.

LAG: Muchas gracias, Sara. Además, escucharte para mí también es aprender, al ver todas esas experiencias tan valiosas que tú has tenido.

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons