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Revista Colombiana de Cardiología

Print version ISSN 0120-5633

Rev. Col. Cardiol. vol.13 no.2 Bogota Sep./Oct. 2006

 

Experiencia
Memoria de infartos

Experience
Infarction memory

Alberto Franco, MD.

Fundación Cardiovascular de Colombia, Floridablanca, Santander, Colombia.

Correspondencia: Alberto Franco, MD, Fundación Cardiovascular de Colombia. Calle 155A No. 23-58, Urbanización El Bosque, Floridablanca, Santander, Colombia.

Recibido: 27/09/06. Aprobado: 09/10/06.


Algunos casos de infarto miocárdico recuerdo de manera particular por la especial intensidad emocional con la que participé en ellos. El primero, cómo no, por haberlo padecido en miocardio propio. El otro, de don Alonso Zárate porque, como su médico de cabecera que era, había asumido la seria responsabilidad de mandarlo revascularizar aquí, consciente de que sería la primera cirugía para esta patología que se realizaría en Bucaramanga.

El flamante equipo quirúrgico que habían conformado los doctores Jaime Calderón Herrera y Víctor Raúl Castillo, recién especializados en Medellín, me merecía plena y justificada confianza, pero de todos modos era la primera.

Mi infarto ocurrió por allá a finales de 1983 cuando aquí contábamos con cuidado intensivo, cuyo pionero fue el doctor Jesús Reyes, de grata recordación; pero no se contaba con los servicios de hemodinamia y mucho menos con cardiocirugía.

Aquejado de síntomas alarmantes de reciente aparición, tuve que afrontar el dilema de esperar acá la progresión de la amenaza o correr el riesgo de embarcarme para Bogotá, donde contaría con todos los recursos de la medicina moderna. Me la jugué por lo segundo. Tras concretar cita con mi amigo el doctor Orlando Corzo para coronariografía, muy temprano volé al día siguiente.

Casi más muerto que vivo llegué a Bogotá, con palidez tal que dejó convencidos a unos amigos con quienes me crucé en el aeropuerto, de que yo era ya cadáver cuando a toda prisa me sacaban en silla de ruedas.

Para colmo, al ingresar a la Clínica Santa Fe, mi mujer resbaló en el piso recién jabonado y quedó conmocionada con la caída. Quise ayudarla pero no logré levantarme. Ahí fue el único momento en que lloré mi desgracia. Después, casi lloro cuando contemplé por primera vez los lamentables cambios que había sufrido mi electrocardiograma.

Iba muy bradicárdico. La doctora que me recibió en cuidado intensivo ordenó atropina. «Estoy de acuerdo», le dije. Usted no está ahora como médico, sino como paciente -me aclaró amable pero categóricamente-. Y como paciente fui experimentando lo que antes sólo había visto de cerca o leído.

La circunfleja se había ocluido proximalmente y la descendente anterior estaba en riesgo. Los doctores Fernando Vargas y Camilo Cabrera, no sólo dejaron muy bien reparada mi circulación coronaria, sino que me infundieron confianza y deseos de continuar en la lucha. Salí agradecido por la nueva oportunidad que se me había brindado de seguir mi vida, y con el anhelo infinito de ser mejor y de contribuir, dentro de mis posibilidades, a que otros pudieran gozar de una atención similar a la que yo había disfrutado.

A lo que mi relato va es a que aquí en Bucaramanga no había una institución apta para atender este tipo tan frecuente de calamidades y era muy riesgoso e incómodo tener que viajar a otras localidades para llenar ese vacío.

Don Alonso Zárate, gordito, hipertenso, dislipidémico y sedentario, había sufrido un primer infarto en noviembre de 1989. Cuarenta días después tuvo una prueba de esfuerzo normal. El 15 de diciembre de 1990 por nueva angina, lo envié a Bogotá para cateterismo, el cual le fue practicado el 9 de enero de 1991. El 15 de enero, mientras se esperaba a que pasara un poco el efecto antiplaquetario de ácido acetil salicílico para revascularizarlo, presentó en su casa agudización de la sintomatología. Cuando ingresó a la Clínica Bucaramanga ya nos habíamos adelantado con el doctor Víctor Castillo para recibirlo. No había acabado de ocupar su cama, cuando presentó paro cardiaco. Me dejó admirado el extraordinario dinamismo con que el doctor Castillo, tras reanimarlo, lo pasó a cirugía y junto con el doctor Jaime Calderón le practicaron, de urgencia pero con total éxito, la operación que estaba programada para dos días después.

Don Alonso todavía está rozagante. En esta oportunidad queremos expresarle nuestra gratitud porque él al confiar su salud y su vida en nuestras manos, nos infundió mayor confianza cuando más la necesitábamos, en los primeros albores de la Fundación Cardiovascular del Oriente Colombiano, hoy de Colombia entera.

Para finalizar, brevemente menciono el caso de mi recordada hermana Eugenia, a quien en una oportunidad, un infarto le salvó la vida.

Se encontraba ella en cuidados intensivos de la Fundación Cardiovascular cuando ocurrió el suceso: durante una tormenta eléctrica un rayo cayó en su casa y llegó justo al sitio donde ella solía estar a esa hora sentada ante el televisor. Solamente electrocutó a la perrita french poodle que en ese momento ocupaba su sillón. De no haber sido por lo oportuno del infarto, lo más seguro es que mi querida hermana hubiera corrido igual suerte que la de su mascota; o en el mejor de los casos hubiera muerto del susto.

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