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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

Print version ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.28 Bogotá May/Aug. 2017

https://doi.org/10.7440/antipoda28.2017.09 

Panorámicas

"Invertir en vida": decisiones económicas y diferencias generacionales en torno a la vivienda en jóvenes de la ciudad de Buenos Aires, Argentina*

"Investing in Life": Economic Decisions and Generational Differences about Housing among Young People in the City of Buenos Aires, Argentina

"Investir em vida": decisões econômicas e diferenças geracionais sobre a moradia em jovens da cidade de Buenos Aires, Argentina

Magdalena Felice** 

1Universidad de Buenos Aires, CONICET, Argentina magdalenafelice@gmail.com


Resumen:

Este artículo explora cómo opera la condición etaria, en cuanto experiencia temporal e histórica particular, en las decisiones económicas de los agentes sociales. Con herramientas de la antropología económica se analiza cómo toma decisiones sobre el acceso a la vivienda un grupo de jóvenes universitarios de la ciudad de Buenos Aires, a partir de explorar sus apreciaciones y valoraciones respecto del alquiler y la propiedad, en el marco del proceso de salida de la casa de origen y formación de un nuevo hogar. Desde una estrategia cualitativa-interpretativa basada en entrevistas en profundidad, el artículo muestra que la condición juvenil le imprime a la búsqueda de una vivienda la marca de su particular tiempo histórico y social. En este momento de sus vidas, y bajo las condiciones actuales del mercado de la vivienda, estos jóvenes universitarios se enfrentan con los mensajes transmitidos por sus padres, para quienes el alquiler representa una "pérdida", y lo resignifican como una "inversión", por su utilidad social, antes que económica: alquilar es una herramienta para la construcción de su autonomía.

Palabras clave: juventud; vivienda alquilada; decisiones económicas; antropología económica

Abstract:

This article explores how age, as a particular temporal and historical experience, functions in the economic decisions of social agents. Using the tools of economic anthropology, the article analyzes how a group of young university students in the city of Buenos Aires make decisions about access to housing, on the basis of their opinions and perceptions about renting and property when they leave their family homes and establish an independent life. Employing a qualitative-interpretative approach, based on in-depth interviews, the article shows how young people leave a trace of the particular social and historical circumstances of their age in their search for housing. At that stage of their lives, and governed by the conditions of the housing market, these young university students confront the opinions of their parents, for whom renting is a "waste of money" and resignify it as an "investment" in terms of its social rather than economic utility: renting is a tool for building their autonomy.

Keywords: young people; rented housing; economic decisions; economic anthropology

Resumo:

este artigo explora como opera a condição etária, enquanto experiência temporal e história particular, nas decisões econômicas dos agentes sociais. Com ferramentas da antropologia econômica, analisa-se como um grupo de jovens universitários da cidade de Buenos Aires toma decisões sobre o acesso à moradia, a partir de explorar suas apreciações e valorações a respeito do aluguel e da propriedade, no âmbito do processo de saída da casa de origem e formação de um novo lar. De uma estratégia qualitativa-interpretativa baseada em entrevistas em profundidade, o artigo mostra que a condição juvenil imprime à busca de uma moradia a marca de seu particular tempo histórico e social. Nesse momento de suas vidas, e sob as condições atuais do mercado da habitação, esses jovens universitários enfrentam as mensagens transmitidas por seus pais, para os quais o aluguel representa uma "perda" e o ressignificam como um "investimento", mais por sua utilidade social do que econômica: alugar é uma ferramenta para a construção de sua autonomia.

Palavras-chave: juventude; moradia alugada; antropologia econômica; decisões econômicas

La salida de la casa de origen y la formación de un hogar propio, una de las experiencias que atraviesan los jóvenes en su tránsito a la adultez, se presentan en la actualidad como un proceso complejo, prolongado y contradictorio (Ciganda y Pardo 2014; Ferraris 2015)1. Conseguir una vivienda donde habitar es una de las dificultades que deben afrontar quienes se proponen abandonar el nido familiar. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), al igual que en otras metrópolis latinoamericanas (Blanco, Fretes Cibilis y Muñoz 2014; Escallón Gartner 2010), el acceso a una vivienda se ha vuelto durante los últimos diez años una meta cada vez más difícil de concretar para distintos sectores de la población (Baer y Kauw 2016; CEyS 2014). El aumento del precio de las viviendas, la restricción de los créditos hipotecarios (privados o públicos) y el incremento del costo de los alquileres, en un contexto de desregulación del mercado inmobiliario, son algunos de los elementos que contribuyen a explicar esta problemática2.

Mis pares de generación -jóvenes universitarios con padres profesionales- enfrentan estas dificultades al salir en búsqueda de una vivienda. Al hablar con ellos sobre sus experiencias de emancipación residencial, noté que varios se van de su casa de origen alquilando un departamento en la CABA, luego de ver frustradas sus expectativas -y la de sus padres- de adquirir una propiedad. La búsqueda de una vivienda para alquilar se presenta como un camino esquivo: precios altos, comisiones inmobiliarias que varían entre uno y dos veces el valor del alquiler mensual, gastos administrativos, depósitos de entrada y garantías exigentes, que implican contar con un familiar que pueda acreditar un inmueble en la CABA.

El origen socioeconómico de estos jóvenes y su inserción laboral en empleos calificados y mayormente estables les permiten afrontar tales dificultades3. Hijos de padres profesionales y propietarios, estos jóvenes universitarios cumplen los requisitos que exige el mercado de alquiler y, con más o menos ayuda familiar, consiguen alquilar una vivienda en la CABA. Influenciados por la historia residencial familiar y los mensajes de sus padres, antes de emprender la salida de la casa de origen, estos jóvenes concebían el alquiler como una "pérdida de dinero". Sin embargo, en el proceso de búsqueda de la vivienda, la experiencia compartida con sus pares de generación y sus necesidades de emancipación familiar fueron revelando el alquiler como "una inversión": una herramienta para la construcción de su autonomía. Aunque descontentos y contrariados, el alquiler es para ellos el "precio de su autonomía". ¿La edad, en cuanto experiencia temporal e histórica particular, está influyendo en las decisiones económicas de estos jóvenes y en la resignificación del alquiler?

Este relato resulta de una investigación realizada entre 2013 y 2015, como parte de mi tesis de maestría en Sociología Económica sobre los modos de acceder a la vivienda en jóvenes universitarios de la CABA, en el marco de los procesos de emancipación residencial. En este artículo recupero una de las dimensiones analizadas, referida a las decisiones económicas que toman los jóvenes respecto de la vivienda en el proceso de salida de su casa de origen y formación de un hogar propio. Desde una estrategia cualitativa-interpretativa basada en entrevistas en profundidad orientadas biográficamente4, el objetivo del presente artículo es analizar cómo interviene la condición juvenil en las decisiones económicas sobre el acceso a una vivienda, a partir de explorar las apreciaciones y valoraciones respecto del alquiler y la propiedad en un grupo de jóvenes universitarios de la CABA.

El enfoque de los estudios sociales de la economía, en particular sus corrientes etnográficas y culturales, se revela como una herramienta productiva para abordar la relación entre la condición etaria y las decisiones económicas, así como para explorar las significaciones sobre el alquiler y la compra de una vivienda. De acuerdo con esta perspectiva, aunque la ciencia económica se esfuerce por hacer de la economía un universo diferenciado y autónomo -regido por leyes propias-, al adentrarnos en el mundo de las prácticas concretas, los agentes sociales transitan vidas conectadas (Zelizer 2009 y 2011), y los valores económicos, culturales y morales se entrelazan todo el tiempo, franqueando esa supuesta separación en esferas antagónicas (Dufy y Weber 2008). Situados en esta perspectiva, la obtención de una vivienda no puede ser comprendida desde un análisis que sólo tenga en cuenta la relación entre los medios y los fines, porque esa aproximación ocultaría el carácter social tanto del agente como de los medios y de los fines.

Adoptar el enfoque de los estudios sociales de la economía supone romper con el modelo del Homo economicus que postula la ciencia económica en su versión clásica y neoclásica, de acuerdo con el cual los individuos actúan como seres racionales y calculadores que buscan siempre la maximización de la utilidad en función de los recursos disponibles. Este actor individual, racional y calculador del costo-beneficio es ante todo un modelo, es decir, una ficción teórica (Bourdieu 2010); en muchas situaciones, los agentes toman decisiones diferentes de las que pueden preverse a partir del modelo económico hegemónico. Como apunta Bourdieu (2010), las decisiones económicas dependen de las disposiciones económicas -socialmente constituidas- de los agentes, en particular, de sus gustos y de los medios que pueden poner a su servicio; en otras palabras, están asociadas a una posición ocupada en el espacio social. De ahí que "el cálculo estrictamente utilitarista no puede dar completa razón de prácticas que permanecen sumergidas en lo no-económico" (Bourdieu 2010, 22).

Lejos de tratarse de individuos aislados que toman decisiones individuales en el vacío, los individuos son agentes sociales cuyas decisiones están enmarcadas en -y constituidas por- el entramado de relaciones sociales de las que forman parte, al tiempo que están atravesadas por las estructuras de significación y las normas implícitas que regulan los diversos tipos de relaciones sociales que constituyen (Zelizer 2012). Estas decisiones también están emplazadas en configuraciones nacionales e históricas específicas, cuyas particulares tradiciones culturales influyen en los gustos de los individuos (Lamont 1992). En este sentido, antes que buscar una racionalidad individual y absoluta, abstracta e instrumental, se trata de explorar las estructuras dentro de las cuales el comportamiento económico adquiere una razonabilidad social. En definitiva, dar cuenta de los matices que pueden introducir dimensiones como el sector social de pertenencia, el género y, como proponemos en este artículo, la condición etaria.

En el contexto latinoamericano, Villarreal (2009) analiza la conexión entre prácticas financieras y relaciones de género al explorar el manejo del dinero y de las deudas entre mujeres pobres rurales de México. Müller (2009) indaga las lógicas que orientan la vida económica de las familias populares del sur de Brasil con una mirada atenta a las presiones financieras que derivan de los procesos de endeudamiento. Por su parte, Ossandón (2006) desentraña cómo se articulan transacciones económicas y relaciones afectivas en los modos de usar -y compartir- tarjetas de crédito en familias de bajos recursos de Santiago de Chile.

En Argentina, Wilkis (2015) se adentra en la vida personal y colectiva de las clases populares del Gran Buenos Aires para desglosar cómo se entretejen valores morales, personales y familiares en los usos y significaciones del dinero. Hornés y Krause (2015) analizan cómo el sector social de pertenencia influye en las formas de usar y significar el dinero, al describir de modo comparativo las finanzas cotidianas de familias de sectores medios y sectores populares del Área Metropolitana de Buenos Aires. Por su parte, Figueiro (2013), quien indaga sobre las modalidades de consumo en un asentamiento popular del conurbano bonaerense, revela las lógicas heterogéneas de ciertos gastos catalogados como irracionales o ilógicos desde el modelo del Homo economicus.

En diálogo con estos trabajos, el presente artículo se propone analizar, a partir de la experiencia de jóvenes universitarios de la CABA, cómo opera la condición etaria en las decisiones económicas de los agentes sociales. Con esto me refiero a los condicionamientos que resultan de ocupar una determinada posición en la estructura temporal vital y pertenecer a una generación particular. La condición etaria no alude sólo a fenómenos de orden biológico vinculados con la edad, sino también a una experiencia de vida diferencial: tener una edad, y no otra, configura un modo específico de estar en el mundo (Margulis y Urresti 1998).

En este sentido, los hogares y las familias no son un todo homogéneo. Allí se encuentran -y desencuentran- distintas generaciones, con sus particulares modos de asignar sentido a lo que acontece (Mannheim 1993). Como apuntan Margulis y Urresti (1998), cada generación puede ser considerada como perteneciente a una cultura diferente, en la medida que incorpora en su socialización modos propios de percibir, apreciar, clasificar y distinguir. Por lo tanto, la generación de pertenencia "no es una simple coincidencia en la fecha de nacimiento, sino una verdadera hermandad frente a los estímulos de una época" (Margulis y Urresti 2008, 26).

La particularidad de los jóvenes como actores históricos radica en el hecho de ser nativos del presente. Los jóvenes aterrizan en este presente y en él construyen sus mundos de vida: forman su personalidad, confeccionan su cultura y organizan su mundo perceptivo y sensible (Margulis y Urresti 2008). Esa particular experiencia histórica toma forma en la historia personal y le imprime una marca temporal a la propia biografía, al tiempo que es incorporada como historia colectiva, esto es, compartida por la generación.

Del cruce del enfoque de los estudios sociales de la economía con los estudios de juventud surgen los interrogantes que orientan el presente artículo. ¿Qué apreciaciones y valoraciones realiza un grupo de jóvenes universitarios de la CABA sobre el acceso a una vivienda, en el marco de la formación de un hogar propio? ¿Qué significaciones les atribuyen al alquiler y a la propiedad en este momento de sus vidas? ¿Qué modos de usar el dinero se revelan en el proceso de búsqueda de una vivienda independiente? Al explorar sus relatos en torno al alquiler y la propiedad se iluminan los efectos de la condición etaria en las decisiones económicas y, además, se revelan modos de experimentar la salida del hogar de origen entre las generaciones recientes, que pueden resultar útiles para futuras investigaciones.

Los jóvenes entrevistados: moratoria vital y moratoria social

Para establecer los primeros contactos, adopté el criterio de accesibilidad a través de redes personales y recurrí a la técnica de bola de nieve, a fin de acrecentar y complejizar la red. A medida que avanzaba el trabajo de campo, procuré ampliar el rango de heterogeneidad para que emergieran nuevas categorías de análisis que orienten la búsqueda de nuevos casos. Finalmente, quedó conformada una red de veinte jóvenes universitarios de la CABA, diez mujeres y diez varones, que tienen entre 24 y 30 años5. Todos iniciaron y completaron sus estudios secundarios entre los 13 y los 18 años en escuelas ubicadas en la CABA. Al año siguiente de finalizar la escuela media, ya cursaban carreras universitarias como Diseño de Imagen y Sonido, Psicología, Periodismo, Abogacía, Contador Público, Ciencias Políticas, Odontología, entre otras. Algunos se orientaron hacia carreras artísticas e ingresaron a conservatorios o institutos universitarios de Arte. La mayoría completó sus estudios, y los más jóvenes continúan cursando; varios de los que finalizaron la universidad iniciaron estudios de posgrado6. Respecto de su situación laboral, todos son activos, perciben ingresos y se desempeñan en empleos afines a sus estudios, ya sea en el Estado, en empresas privadas u organizaciones no gubernamentales, o de forma independiente. Algunos comenzaron a trabajar mientras estudiaban en la universidad; otros esperaron a finalizar sus estudios. De una u otra manera, mientras vivían con su familia de origen, no aportaban a la economía del hogar. En cuanto a su situación afectiva, ninguno de estos jóvenes está casado ni tiene hijos y la mitad está en pareja.

Por lo general, son nietos o bisnietos de inmigrantes europeos, quienes, según sus relatos, lograron concretar el mito de la casa propia (Lindón 2005) en la CABA a través del ahorro personal y, en menor medida, de créditos ofrecidos por bancos y empresas constructoras, durante las décadas del cincuenta y sesenta. Los padres de estos jóvenes suelen constituir la primera generación de universitarios en sus familias, ya que, si bien algunos de sus antecesores habían terminado la escuela media y unos pocos cursado estudios superiores, la mayoría sólo había llegado a finalizar la primaria. En relación con su situación laboral, algunos son dueños de pequeñas empresas, o directores en estudios contables o jurídicos propios; varios se desempeñan como empleados administrativos en empresas privadas o instituciones estatales, mientras que algunos ocupan allí puestos jerárquicos. Estos padres son dueños de la vivienda que habitan en la CABA, y algunos tienen más de una propiedad.

En función de las características educativas y laborales tanto de los jóvenes como de sus padres, resulta posible inscribir este grupo juvenil dentro de un perfil socioeconómico medio y medio-alto. En Argentina, la literatura especializada distingue los estratos medios urbanos por sus niveles medios y medios-altos de instrucción, así como por el tipo de ocupaciones desempeñadas en el mercado laboral, entre las cuales se incluyen dueños de pequeñas empresas, profesionales, técnicos y jefes, trabajadores administrativos y de comercio (Benza 2016; Sautu 2016; Svampa 2001).

Asimismo, la conformación y expansión de estos estratos medios se asocian con la experiencia de ascenso social que a fines del siglo XIX y principios del XX vivieron la primera oleada migratoria de origen europeo y sus hijos (Germani 1962). Durante esos años, el acceso a una vivienda en propiedad constituyó una de las formas de ascenso social posibles de protagonizar en el mundo urbano. En un contexto de precariedad y hacinamiento, como aquel en el que habitaban los estratos populares desde fines del XIX hasta principios de los años treinta, la casa propia representaba un horizonte de seguridad, ya que la condición de propietario permitía la organización de la vida en términos de proyecto (Torrado 2003).

El discurso modelador de una familia humilde y trabajadora encaró la obtención de la casa propia como una suerte de colador social: por el conventillo o la casilla precaria podían pasar todos, pero sólo los mejores, los más constantes, los más esforzados, se transformarían en propietarios (Torrado 2003, 398).

La preferencia por la vivienda en propiedad se ha instalado en la sociedad argentina, al igual que en otros países latinoamericanos, como un patrón cultural transmitido de generación en generación que se establece como la meta hacia la que deben orientarse todos los esfuerzos del hogar (Di Virgilio y Gil y de Anso 2012; Jaramillo e Ibáñez 2002; Escallón Gartner 2010). Asociada a estrategias de consolidación familiar y de la propia posición social, la vivienda en propiedad suele estar ligada a la posibilidad de transmitir un legado familiar (Bonvalet 1997; Fleischer 2007). Componente central del patrimonio de un individuo o familia, "se espera que perdure al menos tanto como su propietario e incluso que le sobreviva, en calidad de herencia transmisible" (Bourdieu 2010, 35). Algunos autores sostienen que llegar a ser propietario es el horizonte de casi todos los hogares, "la culminación de una carrera residencial" (Bonvalet y Dureau 2002, 85).

En estas sociedades, como la argentina, el valor está puesto en la propiedad: "el arrendamiento, concebido como resultante unívoco de dificultades de solvencia, es visto como una limitación: ser inquilino es sinónimo de precariedad, y esta precariedad se debe superar" (Jaramillo e Ibáñez 2002, 2). En su dimensión simbólica, la propiedad opera como un indicio de ascenso social, mientras que la condición de inquilino aparece como una forma transitoria de habitar (Coulomb 2006; Gilbert 2003; Lindón 2005). Como advierte el estudio de Escallón Gartner (2010) para Colombia, la propiedad se presenta como la mejor solución habitacional por su asociación a atributos como seguridad y confianza. En este sentido, habría una clasificación jerárquica de los modos de tenencia de la vivienda, según la cual la propiedad se sitúa en la cima de la escala residencial, y el alquiler, en la base.

A partir de esa experiencia de ascenso social que vivió la primera oleada migratoria europea se fue configurando un relato de origen sobre la clase media, en torno a que los logros se conquistan a través de méritos personales, a costa de trabajo, ahorro e inversión a largo plazo (Visacovsky y Garguin 2009). Esto ha fomentado la idea de un camino más individual, o eventualmente familiar, que comunitario o de clase; en estos sectores se han consolidado rasgos típicamente individualistas orientados a la maximización de los intereses particulares (Svampa 2001). En su estudio sobre el sentido que las familias de clase media metropolitana les asignan a sus prácticas cotidianas en educación y salud, Krause (2016) señala que estas familias asocian el dinero tanto al esfuerzo que hacen por reproducir o mejorar su posición de clase como a su responsabilidad por el futuro de sus hijos. De acuerdo con la autora, los padres y madres de clase media afirman no estar dispuestos a arriesgar el futuro por gastos inmediatos relacionados con el consumo y el entretenimiento.

La pertenencia a los estratos medios y medios-altos introduce diferencias en los modos de experimentar las juventudes. Según los aportes al respecto, los jóvenes de estratos medios y medios-altos postergan su ingreso a las obligaciones que habitualmente corresponden a un adulto, tales como el trabajo y la familia propia, a la vez que permanecen durante más tiempo en el sistema educativo (Busso y Pérez 2015; Ferraris y Martínez Salgado 2015). En cambio, entre los jóvenes de estratos socioeconómicos bajos resulta habitual que haya cortes o intermitencias en el sistema educativo, que se ingrese tempranamente al mundo del trabajo, cuando las condiciones del mercado laboral lo permiten, y que se contraigan obligaciones familiares a menor edad (Jacinto 2010; Saraví 2006).

Para expresarlo en términos conceptuales, la experiencia juvenil en estratos medios y medios-altos se caracteriza por la conjunción de la moratoria vital (Margulis y Urresti 1998) y la moratoria social (Erikson 1974). Con esto me refiero a que los jóvenes con mayores posibilidades económicas no sólo disponen de un "plus de tiempo por vivir", de un "crédito temporal" significativamente más extenso que el de las generaciones anteriores (Margulis y Urresti 2008, 18), sino que además atraviesan un período más prolongado dedicado a la capacitación, la experimentación y la preparación para el futuro.

Margulis y Urresti (1998) acuñan la categoría moratoria vital para designar esa disponibilidad de tiempo diferencial que resulta de ocupar una determinada posición en la estructura temporal vital, y que se traduce en un "período de juego", de búsqueda tentativa y experimentación, así como en un conjunto menor de compromisos asumidos y, por lo tanto, en un modo de habitar el presente menos condicionado y determinado por decisiones previas. En estratos medios y medios-altos, esta moratoria vital se conjuga con una moratoria social, ya que al pertenecer a familias con mayores recursos económicos, los jóvenes tienen oportunidades de postergar las responsabilidades ligadas a un "adulto normal" (estadísticamente típico), visto como "alguien que ha establecido su vida al margen de su familia de origen, que se autosustenta, que ha constituido su propia familia, que tiene hijos, que ha definido [...] -después de prepararse para ello- un destino laboral" (Urresti 2011, 7). En este marco, este artículo se pregunta cómo influye este tipo particular de experiencia juvenil, caracterizada por la conjunción de un crédito temporal y un crédito social, en las decisiones económicas en torno a la vivienda al emprender la salida de la casa de origen.

El mensaje de los adultos (los padres): el alquiler como "pérdida"

En sus relatos, los jóvenes evocan los mensajes permanentes de sus padres sobre las desventajas de ser inquilino. "¿Para qué vas a alquilar? Es tirar la plata. Esperá, esperá a juntar plata para poder acceder a un crédito", cuenta Andrés que le decía su madre. "¡Vas a tirar la plata! Si podés, en vez de alquilar, esa cuota mensual que pagás ponela en un pozo", repite Lucas el discurso de sus padres. Agustín recuerda la recomendación de su padre: "¡Vas a perder plata! Acá [en mi casa] vas a poder ahorrar. Tenés que pensar en el futuro, y por ahí armarte un colchoncito para poder despegar hacia algo un poco más importante". Para expresarlo en palabras de Daniela, los padres "bajan línea"7.

Mi papá siempre criticó el hecho de alquilar. Era como el discurso que a mí me bajó, como una cuestión de fracaso alquilar, ¿no? Como un "no llegaste, no pudiste progresar, no pudiste comprar tu propiedad, entonces terminás alquilando y tenés tu familia y tus hijos y estás alquilando". Yo me lo creí completamente, porque aparte me acuerdo, estando en primaria, secundaria, los padres de amigos que alquilaban eran como "ay, pobres, tienen que alquilar, pobres, no pudieron comprar. Encima, todos los gastos que tienen con los hijos, tienen que afrontar un alquiler". Como algo terrible. (Daniela)

La familia de origen es un agente socializador y subjetivador fundamental pues transmite normas, valores, modos de significar, convenciones, que estructuran las experiencias de vida juveniles (Urresti 2000). Por ejemplo, la familia constituye un "grupo de referencia" en relación con la "cultura residencial", ya que es productora de imágenes y de proyectos respecto al habitar (Bonvalet 1997, 40). Los mensajes de los padres de estos jóvenes reflejan la clasificación jerárquica de los modos de tenencia de la vivienda. Mientras que el alquiler se concibe como una "pérdida", la compra de la vivienda es evaluada como un resguardo de valor y una "inversión", cuyo valor se pretende conservar o aumentar. Si el alquiler representa el "gasto", la compra representa el "ahorro".

En la mayoría de los casos, ese mandato residencial se refuerza con la experiencia concreta de formar parte de una familia propietaria y va configurando una memoria residencial que influye tanto en los cursos de acción como en las aspiraciones y los planes para el futuro. "Yo quería comprar -recuerda Florencia-, tenía mucha expectativa de que iba a poder juntar la plata o que me iba a salir un crédito". Como cuenta Melina: "Lo tengo inculcado desde siempre eso [ser propietario], y de hecho, todos en mi familia... no hay nadie que alquile, siempre fueron todos propietarios".

Ahora bien, al emprender la búsqueda de la vivienda y toparse con la "realidad", su particular tiempo histórico y social, estos jóvenes experimentaron un desajuste entre los valores en los que habían sido socializados y el mundo que debían afrontar. "Comprar es imposible", repiten los jóvenes. "Me tiré para atrás", dice Daniela, cuando "me di cuenta de que con un sueldo, a los 50 años, con suerte, y privándome de muchas cosas [podía llegar a comprar]". Algunos habían apostado al ahorro prolongando su residencia en la casa familiar para obtener un crédito hipotecario, pero tampoco les alcanzó. Como muestra el estudio de Baer y Kauw (2016) sobre el mercado inmobiliario y el acceso a la vivienda formal en la CABA, los valores promedio de los departamentos por estrenar de dos y tres ambientes llegaron a duplicarse entre 2006 y 2013. De acuerdo con los autores, esto se agudizó entre el 2009 y el 2013: mientras que en 2009 se necesitaban 8,5 años de ingresos medios para comprar un departamento de dos ambientes por estrenar en un barrio de la CABA, en 2013 se requerían 11,9 (Baer y Kauw 2016, 18).

Los jóvenes entrevistados llegaron a comprender que el "sueño de la casa propia", al menos en la CABA y en los barrios incluidos dentro de su particular horizonte residencial, estaba cada vez más lejos, ya que sus propios ingresos y su capacidad de ahorro resultaban insuficientes frente al precio de las propiedades y las condiciones del sistema crediticio. Tasas de interés altas, plazos cortos, montos máximos que no alcanzan a cubrir el costo de un departamento, una desproporcional relación cuota-ingreso: todos estos factores conducen a que el asalariado medio encuentre acotadas sus posibilidades de calificar para un crédito en la CABA. A través de datos estadísticos, el estudio de Baer y Kauw (2016) evidencia aquello que los jóvenes experimentaban: la incidencia de las hipotecas en la compra-venta de inmuebles en la CABA ha tendido a disminuir durante los últimos diez años; mientras que en el 2000 representaba el 20,7%, en 2010 representaba sólo el 5,8% de las operaciones de compra-venta.

Esto fue lo que intentaron explicarles a sus padres, quienes, atados a su propia experiencia, a su tiempo histórico y social, les recomendaban esperar, seguir buscando opciones para comprar. Lucas recuerda la conversación que mantuvo en la cocina de la casa de sus padres: "Cuando les dije: 'Voy a alquilar' [me dijeron:] 'No, pero ¿no podés comprar? ¿Por qué no te fijás en los planes que da el Gobierno?'. 'No, no puedo, papi, no puedo porque es imposible, no puedo, así que voy a alquilar'". La perspectiva generacional permite comprender que el desacuerdo entre padres e hijos manifiesta, en verdad, una tensión intergeneracional: el (des)encuentro de dos experiencias históricas distintas, dos generaciones socializadas en circunstancias históricas diversas. Los padres creen que las condiciones socioeconómicas en las que maduraron se mantienen, y desde esa particular experiencia temporal se dirigen a sus hijos, nativos del presente. Estas diferencias generacionales suelen expresarse bajo la forma de malentendidos y desencuentros, que pueden derivar en conflictos. El siguiente testimonio refleja este cruce de los jóvenes con las creencias de los adultos (los padres):

Mi papá quiere que compre. Él tiene la fantasía de que yo ahorrando plata me puedo comprar algo... Él cree eso, y yo no lo creo tanto. En ese plan está la idea de que si yo trabajo, y soy joven y soy soltero puedo juntar plata y comprarme algo. [...] Pensá que mi viejo, a mi edad, ya se había comprado un departamento, se había mudado a una casa y se había casado. Y eso nosotros... Dos profesionales, porque se casan, no se compran un departamento, eso no existe más. Porque la realidad cambió un montón [...], no tenés forma de ahorrar. (Pablo)

El relato de Pablo deja en evidencia algo que apareció en numerosas entrevistas: estos padres de estratos medios y medios-altos proyectan la vida de sus hijos a partir de la ilusión de que puedan "salir adelante por sus propios medios". La fórmula del "esfuerzo desde abajo" (según Andrés) y la conquista de logros como resultado de méritos individuales -a costa de trabajo, ahorro e inversión a largo plazo ("Lo voy a hacer sola", creía Florencia)- conforman el sentido común familiar-individualista que normalmente constituye a los estratos medios. La sociedad adulta intenta transmitir a sus sucesores no sólo sus historias e identidades personales sino también sus concepciones del mundo, sus modelos de referencia, en forma de proyectos y costumbres (Mead 1979); sin embargo, los sectores juveniles suelen cuestionar tales sentidos y proyectos desde su particular experiencia histórica y sus propios modos de percibir, apreciar y clasificar.

Andrés, por ejemplo, había pensado en obtener un crédito hipotecario. Aunque hacía cuatro años tenía un empleo calificado y formal como empleado judicial en el Estado, no lo logró. El principal motivo era que no conseguía el 30% inicial requerido por el banco. En consecuencia, señala, "no me quedaba otra posibilidad que alquilar o seguir viviendo con mis padres". Aunque "su plan" es continuar ahorrando para comprar una vivienda en el futuro, finalmente alquiló.

Yo ahorraba muchísimo [viviendo] con mis viejos, y dije: "Bueno, más o menos, si sigue así la situación de que uno tiene que poner el 30% de la vivienda para mudarse, tendré que estar dos o tres años viviendo con mis viejos", para poder sacar un crédito y comprarme una vivienda, y dije: "Dos años o tres no me aguanto, no me voy a aguantar". Más allá de que yo con mis viejos me llevaba bárbaro, no tenía conflicto en el tema cotidiano, necesitaba mi espacio. Entonces dije: "Bueno, me voy a tener que alquilar algo". Y no quería. Yo siempre fui de la idea de que el alquiler, no te digo que es tirar plata porque uno está invirtiendo en algo que es su independencia, en tener su espacio, es sano vivir solo, ¿no?, a una edad considerable, con lo cual no creo que sea tirarlo, pero vos estás poniendo mensualmente algo que no es tuyo. Siempre lo mejor es tener tu vivienda, poder adquirir un crédito blando para adquirir una vivienda. (Andrés)

Los relatos citados evidencian que los jóvenes, al no compartir vitalmente aquel pasado en el que "la compra era posible" (al menos, según les cuentan sus padres), introducen modificaciones que cuestionan el orden establecido. Este "sueño de la casa propia" toma, por momentos, la forma de una pesadilla, por cuanto se presenta como una trampa que obstaculiza o demora el objetivo final: la salida de la casa de origen. Al reestructurarse el mundo exterior y no poder cumplir el curso de acción esperado ni satisfacer sus necesidades, estos jóvenes reorientan sus expectativas y preferencias, de manera tal que, en el contexto socioeconómico actual, el alquiler aparece como una alternativa pensable, deseable y hasta necesaria. Como apunta Urresti (2000, 21), "cuando aquello que se busca, se concluye razonablemente que no se puede obtener, entonces se deja de buscar. Pasa a otro registro. La decepción es el motor del cambio".

La experiencia de los jóvenes (los hijos): el alquiler como "inversión"

Mientras los padres transmiten mensajes negativos sobre el alquiler, la experiencia de los amigos -aquellos hermanos en lo que hace a la exposición de los estímulos de la época- lo muestra como una opción posible e, incluso, frecuente. Del análisis de las entrevistas surge que esa experiencia colectiva actúa como soporte de la experiencia individual y se establece como una fuente de legitimación de la práctica del alquiler.

Yo siempre veía eso de que "hay que comprar", y de repente empecé a ver que toda la gente de mi entorno, mis amigos, se iban alquilando o se iban de a dos, de a tres o de a uno, lo que fuera, y como que empecé a ver que estaban bien, que no les generaba ningún conflicto el hecho de alquilar [...] Llega una edad donde ya te querés ir y ves que [tus amigos] están mucho mejor estando solos que estando con sus familias, y como que decís: "Che, por ahí no está tan mal esto de irse y alquilar". "Si yo no me quiero quedar, ¿cuál es el costo, cuál es el beneficio?". A ver, hoy por hoy, "Me quiero ir, quiero estar tranquila, no puedo comprar, bueno, me voy a alquilar". Lo empecé a ver de esa manera. Tengo una idea [la de comprar] que me metieron en mi cabeza toda la vida, también porque las posibilidades en su momento eran otras. Hoy por hoy, con un sueldo promedio, comprarte una casa es imposible. (Daniela)

Tal como se desprende del testimonio de Daniela, habría un efecto de aprendizaje social con relación a tener que alquilar, al reconocer que la propia dificultad para comprar es también la dificultad del otro, de un amigo, de una pareja, en definitiva, de los pares de generación. Como consecuencia de este aprendizaje generacional, que surge de compartir vivencias y adecuarse a la propia experiencia histórica, se cancelan los efectos de postergación que tenía la representación negativa del alquiler sobre la salida de la casa de origen, y, en lugar de esperar, los jóvenes se vuelcan al mercado de alquiler. Mientras que sus padres fueron la primera generación de universitarios en su familia, algunos de estos jóvenes son la primera generación de inquilinos.

Algunos explican su situación a partir de la coyuntura histórica; otros también la relacionan con las condiciones socioeconómicas propias y las de su familia de origen. Ahora bien, ¿se culpabilizan? ¿Les da vergüenza? ¿Sienten que fracasaron? La respuesta es negativa en todos los casos, ya que ellos saben y entienden que, en verdad, las dificultades individuales para comprar constituyen un problema generacional. "En este país el 90% de la población tiene problemas habitacionales. [...] Yo no voy a ser el inquilino que se echa la culpa", remarca Juan. Más que desvalorizados o fracasados, estos jóvenes se sienten objetivamente alejados de la posibilidad de comprar.

Sus testimonios encarnan aquello que numerosos informes expresan de forma estadística. Entre 2001 y 2010 se registra un proceso de inquilinización de los hogares de la CABA, que resulta significativo porque involucra una fractura respecto a una constante histórica de disminución de los hogares inquilinos en la Ciudad que se venía desarrollando desde mediados del siglo XX (Rodríguez, Rodríguez y Zapata 2015). Si, en 2001, alrededor del 68% de los hogares de la CABA eran propietarios de la vivienda en que habitaban, y sólo un 22% eran inquilinos; en 2010, la proporción de propietarios disminuyó a un 56%, y la cantidad de hogares que alquilan la vivienda se incrementó a un 30% (CEyS 2014). Los estudios advierten que los hogares inquilinos de la CABA son fundamentalmente hogares juveniles, dado que la mitad de los jefes de hogar tienen 37 años o menos (ACIJ 2016).

En el testimonio de Daniela se resignifica el alquiler a la luz de la experiencia generacional y en tensión con la memoria residencial familiar. Cuando el "grupo de referencia" (Bonvalet 1997) de los jóvenes entrevistados es la familia de origen -en particular, los padres-, el alquiler aparece como una situación de precariedad y hasta un símbolo de fracaso individual. Por el contrario, cuando el "grupo de referencia" son los pares de generación, el alquiler se presenta como una alternativa posible, frecuente y, sobre todo, efectiva, a fin de marcharse de la casa de origen. "¿Cuál es el costo, cuál es el beneficio?", se pregunta Daniela. Desde el modelo del Homo economicus, el alquiler constituye un gasto improductivo; sin embargo, desde la lógica juvenil, asume un nuevo sentido: es la oportunidad de conquistar espacios de autonomía. Para decirlo en palabras de los entrevistados, "en este momento" de sus vidas, y también del país (el "hoy por hoy" al que alude Daniela), el alquiler se convierte en una "inversión".

Formaba parte de una inversión, y no de un gasto. Invertir en vida, en individualidad, en autonomía, y crecer en todos esos aspectos que por ahí estaba como muy "apichonado" todavía por este abrazo de los padres, digamos. Entonces en ese momento dije: "Bueno, es plata, es verdad, pero es plata que yo invierto en crecer, en aprender a manejarme solo, a tener mi espacio". Y no me arrepiento para nada de esa decisión. (Agustín)

Los testimonios de Agustín y Daniela sugieren que los jóvenes actuarían como seres racionales y calculadores, ya que al alquilar buscan la maximización de la utilidad en función de los recursos disponibles, pero esa utilidad no es económica sino social. Por cuanto posibilita un espacio habitacional, el alquiler contribuye a su "crecimiento personal" y al desarrollo de su individualidad; en definitiva, al proceso de construcción de autonomía. "No lo veo como un derroche, o sea, estoy pagando mi independencia y... sí, mi tranquilidad", afirma Florencia. Al recomendarles "esperar, ahorrar y comprar", lo que los adultos no ven y los jóvenes denuncian es el costo social, antes que económico, de renunciar a un espacio propio, más allá de la condición de tenencia. Como señala Lucas, el alquiler le brinda una satisfacción "pero no desde el lado material de que me va a quedar algo sino... en lo interior, desde adentro"; "en un sentido personal", apunta Tomás.

Antes que una racionalidad económica individual y absoluta, sus apreciaciones y valoraciones sobre los comportamientos económicos en torno a la vivienda involucran una contabilidad relacional (Zelizer 2012), pues están enmarcadas en -y constituidas por- la experiencia juvenil. Del análisis de las entrevistas surge que la condición joven, como experiencia temporal particular, influye en las decisiones económicas que despliegan los jóvenes en torno a la vivienda. Como generación, la condición etaria les imprime la marca de su tiempo histórico y social. Como moratoria vital y moratoria social, la condición etaria resignifica el alquiler. En palabras de Juan, "el negocio pasa por otro lado, por esto del crecimiento personal". "Yo gané un montón yéndome de lo de mis viejos y alquilando", señala Nicolás. ¿Qué fue lo que ganó Nicolás?

Para mí no es tirar la plata. Sí, me molesta pagar el alquiler, pero para mí no es tirar la plata, para mí, de hecho, es como invertir. Yo lo único que hice en este tiempo fue ganar cosas, experiencia, conocimientos, sobre todo eso. Si me hubiese quedado esperando a juntar la plata para comprar una casa, todavía estaría viviendo casi con treinta años con mis viejos, que sería lo más triste que me podría haber pasado en la vida. [...] Yo diría que estoy invirtiendo en mí, digamos. Esta es una discusión que tuve una vez con el papá de una exnovia mía, que para él alquilar era tirar la plata... Yo gané un montón yéndome de lo de mis viejos y alquilando. Tengo muchos recuerdos y muchas anécdotas lindas y situaciones copadas que, de otra forma, de haber vivido todavía en lo de mis viejos, no hubiese tenido, y que no las puedo cuantificar, no les puedo poner un valor pero es algo que gané también, y fue por haber venido acá. [...] Y después, otra cosa que de alguna forma gané, fue como alguna sensación de autonomía que me ayudó a confiar más en mí. De alguna forma, sentí por algunos momentos que yo podía, que no me iba a pasar nada malo, que estaba todo bien con salir de lo de tus viejos. (Nicolás)

En el contexto de la salida de la casa de origen, los jóvenes entrevistados cuestionan los sentidos de aquellas prácticas signadas por el futuro, como el ahorro, que conllevan renuncias en el presente. Cuando la meta no se percibe como factible, el ahorro y el sacrificio implicado tienden a vivirse como un despropósito. Por ello, aunque la decisión de alquilar implica utilizar los ahorros disponibles o disminuir la capacidad de ahorro, esta práctica no es vivida como un disparate. Además, para estos jóvenes, "hipotecar su autonomía" o "privarse de gustos" no es una alternativa admisible, dado que el presente constituye una temporalidad preciada. Para decirlo en palabras de Ignacio, no quieren seguir "preparándose para vivir", quieren vivir. Como muestra el siguiente testimonio, estos jóvenes no parecen dispuestos a postergar experiencias que favorecen su "crecimiento personal", en pos de un futuro incierto e indefinido. En búsqueda de vivencias, y en un contexto en el que la vivienda propia resulta cada vez más inasequible, el presente se vuelve el espacio y el tiempo de las satisfacciones.

Mirá, no sé cuánto junté ahora para irme de vacaciones pero, ponele que me voy con mil y pico de dólares de vacaciones a fin de año, más lo que me salió el pasaje. La verdad es que disfruto más ahorrando para eso que pensando en una propiedad en treinta años. No me sirve, no me causa placer. Siento que te perdés la vida en pos de algo cuando ya está... O, no es que ya está, pero vivo bien igual. Y las cosas que quiero hacer las puedo hacer igual. Sí, por ahí preferiría tener un departamento que fuera mío, pero si es a costa de esto, prefiero alquilar. Y no lo vivo como el horror que me parecía antes, de decir "Ay, alquilé, qué fracasada que soy". (Daniela)

El testimonio de Daniela, en diálogo con el de otros entrevistados, evidencia que, en el escenario contemporáneo, lo que pierde fuerza atractiva es el ahorro en pos de comprar una vivienda, pero no el ahorro como práctica. Entre estos jóvenes de estratos medios y medios-altos pareciera mantenerse la disposición a ahorrar, aunque tal práctica asumiría singularidades en el marco de la experiencia juvenil. En el trabajo de campo identifiqué que las prácticas de ahorro se organizan en torno a un tiempo futuro de corto o mediano plazo y a un proyecto específico, entre los cuales se destacan la compra de un auto y los viajes. Lucas, por ejemplo, señala: "Yo siento que tengo que ahorrar para comprarme el auto, hacer un posgrado, viajar y, muy a futuro, comprarme un departamento". Nicolás, por su parte, explica: "Tampoco me gusta mucho ahorrar sin tener un objetivo en particular [...] En su momento fue para el auto, y ahora el viaje".

El auto, en cuanto bien durable intermedio, suele aparecer en los relatos de los entrevistados como un resguardo de valor, una forma de ahorro no monetario que, a la vez, permite el disfrute en el presente. Pareciera que el dinero ahorrado bajo la forma de un auto tiene la ventaja de articular dos temporalidades en tensión: presente y futuro. Por su parte, los viajes son valorados como "experiencias de vida", y, por tanto, el dinero ahorrado y luego gastado en viajar también representa una "inversión en vida", al igual que el alquiler. En definitiva, tanto el proyecto del auto como el del viaje expresan la valoración de estos jóvenes por el disfrute en el presente; ambos se vinculan con marcos valorativos que se inscriben en una cultura más hedonista. Al referirse a sus ahorros, estos jóvenes expresan decisiones económicas que involucran valores centrados tanto en la libertad y la autonomía (el valor de la experiencia) como en el placer y el disfrute. Sin hijos por criar ni padres por mantener, y con más o menos ingresos, estos jóvenes de estratos medios y medios-altos destinan su dinero a satisfacer sus gustos a corto y mediano plazos.

Yo trabajo, vivo bien, hago las cosas que me gustan -ir a comer afuera, comprarle un regalo a mis amigos, comprarme ropa, poder viajar, irme de vacaciones-, pero, por otro lado, en forma paralela, es ahorrar para el día de mañana comprarme una vivienda. (Andrés)

Como sugiere el testimonio de Andrés, la resignificación del alquiler y la positiva valorización que asume el disfrute en el presente no suponen que el "sueño de la casa propia" deje de tener vigencia entre estos jóvenes. Al igual que sus padres, ellos también desean ser propietarios porque les brinda "estabilidad" y "tranquilidad": "Si la empresa en la que trabajo quiebra y me quedo sin trabajo y no tengo más plata, ¿cómo pago el alquiler?", se pregunta Lucas. Los relatos de los entrevistados sugieren que el deseo de compra de una casa está ligado al proyecto de formar una familia: tener una vivienda propia aparece como una de las condiciones que esperan cumplir antes de tener un hijo. En este sentido, el alquiler es una "inversión" cuando no están en juego la supervivencia cotidiana ni la reproducción de una familia, es decir, cuando se inscribe en la experiencia juvenil de estratos medios y medios-altos.

Cabe advertir también que la vigencia del "sueño de la casa propia", tanto como la concepción del alquiler como "inversión", descansaría en una ilusión de control de estos jóvenes de estratos medios y medios-altos apoyada en su capacidad -al menos como posibilidad- de generar excedentes, así como en la acumulación de la que dispone su familia de origen. Al preguntarle a Nicolás sobre la posibilidad de comprar, él responde: "Sí, soñé mil veces con comprar una casa, pero son sueños, es imposible que yo compre una casa... al menos, hasta que se muera mi viejo [risas]". En definitiva, la propiedad sigue siendo una apuesta a largo plazo, y la herencia, su promesa.

Reflexiones finales

La revisión del estado de la cuestión ha permitido señalar que la pertenencia a un estrato socioeconómico y a un género influye en las prácticas económicas de los agentes sociales. A este acertado aporte debe sumarse la condición etaria, dado que, como muestra este artículo, la etapa en el ciclo vital y la pertenencia generacional les imprimen una huella particular a las decisiones económicas. Mientras que Hornés y Krause (2015) y Krause (2016) advierten que, en la organización de sus finanzas cotidianas, las familias de clase media suelen priorizar el futuro, cuando nos adentramos en la vida social de los jóvenes, el presente se vuelve el espacio y el tiempo de las satisfacciones. Con crédito temporal y social, estos jóvenes de estratos medios y medios-altos no están dispuestos a sacrificar "vida", esto es, experiencias que favorezcan su crecimiento personal, en pos de un futuro incierto e indefinido. Como muestran las entrevistas, en un contexto en que la compra de una vivienda no resulta asequible, estos jóvenes revalorizan el alquiler por su utilidad social, antes que económica: el alquiler es una forma de "invertir en vida".

En este sentido, la investigación con jóvenes universitarios de la CABA permite advertir que, al analizar las finanzas cotidianas de los hogares y las familias como una unidad, se invisibilizan las diferencias que puede introducir el hecho generacional en los modos de usar y significar el dinero, incluso dentro de un mismo estrato socioeconómico. Adoptar en este artículo una perspectiva generacional, atenta a las nuevas significaciones con las que los jóvenes integran los universos culturales preexistentes en relación con su particular experiencia histórica, ha permitido comprender que, aun compartiendo el mismo presente, padres e hijos de estratos medios y medios-altos no necesariamente otorgan los mismos sentidos a las prácticas económicas, tales como el alquiler y la compra. Sólo del entrecruzamiento entre la posición ocupada en el espacio social y la posición ocupada en la estructura temporal vital resulta comprensible que para estos jóvenes el alquiler sea una "inversión". Antes que indicar una ruptura con la tradicional cultura del propietario, esta resignificación del alquiler daría cuenta del carácter situado del ideal de la casa propia, el cual se reactualizaría con las cambiantes circunstancias de la experiencia social de los sujetos.

Las decisiones económicas de estos jóvenes en torno a la vivienda también iluminan rasgos del proceso de salida del hogar de origen y la formación de un hogar propio entre las generaciones recientes. Así como los estudios sociodemográficos (Ciganda y Pardo 2014; Ferraris 2015) han evidenciado cambios en los tipos de hogar que forman los jóvenes al abandonar el nido familiar -vinculados con la presencia cada vez más significativa de arreglos de convivencia unipersonales u horizontales (con amigos o compañeros de estudio)-, el análisis cualitativo realizado en este artículo da indicios de las significaciones de este proceso en la experiencia juvenil de estratos medios y medios-altos. La vivencia del alquiler como una "inversión" -en relación con el crecimiento personal que favorece- sugiere que la salida de la casa familiar aparece, entre estos jóvenes, más ligada a una suerte de viaje -en el sentido de exploración, descubrimiento y cambio-, que a un proyecto familiar. Bajo estas coordenadas, el hogar propio se configura como un verdadero laboratorio en el que se practica, se juega y se aprende a manejarse solo.

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*Este artículo es producto de una investigación realizada entre 2013 y 2015, en el marco de la tesis de maestría en Sociología Económica, titulada "'Me voy a vivir solo': economía, afectividad y subjetividad en el proceso de conquista de la vivienda en jóvenes de sectores medios de la Ciudad de Buenos Aires", Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES), Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), Argentina. La investigación se inscribe en un proyecto doctoral financiado por el CONICET, durante el período 2013-2018, titulado "Los jóvenes, la independencia habitacional y los arreglos de convivencia: modos de experimentar la emancipación residencial y la conformación de hogares entre los sectores juveniles de Buenos Aires".

1Dentro del campo de estudio sobre juventudes, la sociología de la transición concibe la juventud como un proceso socialmente estructurado y articulado en distintos itinerarios de transición escolar, laboral y doméstica. Bajo esta idea de transición, la juventud se define como un proceso de tránsito a la vida adulta, por el cual "una persona joven se transforma en un adulto independiente, productivo y reproductivo" (Coubès y Zenteno 2004, 331).

2Cabe advertir un hábito particular del mercado inmobiliario argentino que agudiza aún más la problemática habitacional: el empleo del dólar estadounidense como referente para la cotización de los bienes inmobiliarios y la operación de transacciones de compra-venta

3Se trata de empleos protegidos, es decir, con derechos y acceso a la seguridad social (Busso y Pérez 2015).

4Las entrevistas tuvieron una duración aproximada de dos horas y se realizaron en los hogares actuales de los jóvenes, lo que permitió complementar sus testimonios con observaciones de la vivienda y del barrio de residencia.

5Para proteger la identidad de los informantes, modifiqué de forma aleatoria los nombres, respetando el género de cada uno de ellos.

6Respecto del régimen de escolaridad, en la CABA se inicia el nivel primario a partir de los 6 años de edad, e incluye un total de siete grados. Luego de los 13 años comienza el ciclo denominado secundario, que cuenta con un total de cinco años. A partir de los 18 años comienza el ciclo superior (terciario) o universitario (Ferraris y Martínez Salgado 2015).

7Con esta expresión se alude a las órdenes recibidas de una autoridad.

Recibido: 14 de Agosto de 2016; Aprobado: 22 de Noviembre de 2016

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