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Revista Colombiana de Sociología

Print version ISSN 0120-159X

Rev. colomb. soc. vol.43 no.2 Bogotá July/Dec. 2020  Epub May 08, 2021

https://doi.org/10.15446/rcs.v43n2.88787 

Entrevistas

Entrevista al profesor Hésper Eduardo Pérez Rivera (parte II)*

Hésper Eduardo Pérez Rivera** 

Nicolás Boris Esguerra Pardo*** 

**Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Profesor titular jubilado de la misma universidad. Correo electrónico: heduardoperez@yahoo.fr

***Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Docente de la Maestría en Sociología de la Universidad Nacional de Colombia. Correo electrónico: dabeiva@hotmail.com


Tercera sesión. 25 de marzo del 2016

Nicolás Boris Esguerra Pardo (NBEP). Me llama la atención la oposición entre el programa anterior al año 1968 y el programa que se empezó a implementar en 1969 y que siguió funcionando durante años después. Hay que decir que lo hoy existente solo tiene ligeros vínculos programáticos con él, tal vez comparten la enseñanza de algunos clásicos, así como de algunas sociologías especiales, pero estas asignaturas se dan con énfasis y contenidos distintos a los de aquellos tiempos. ¿Cuál es su parecer?

Hésper Eduardo Péres Rivera (HEPR). Institucionalmente el Departamento de Sociología nació en la Universidad Nacional de Colombia por iniciativa de Luis Ospina Vásquez, decano de la Facultad de Economía en 1958, quien lo creó en su Facultad. Luego llamaron a Orlando Fals Borda que trabajaba en el Ministerio de Agricultura y lo pusieron al frente de la carrera, que abriría matrícula en 1959. En esta tarea lo acompañó el padre Camilo Torres, Licenciado en Sociología de la Universidad de Lovaina. El programa de estudios fue diseñado por estos dos sociólogos, cuya base metodológica era el empirismo reinante en Estados Unidos y en Europa en esa época. Camilo renunció en 1962 y Fals Borda en 1966. De 1966 a1969, tal como lo comenté en una respuesta anterior, al quedar a la deriva, el Departamento fue dirigido por dos extranjeros y por un economista.

A petición de los estudiantes se creó en 1968 una comisión para la reforma del Plan de Estudios de la carrera, con cuatro profesores y cuatro estudiantes. Uno de los profesores era Darío Mesa, quien presentó un proyecto integral de Plan de Estudios, precedido de una exposición de motivos que explicitaba los fundamentos teóricos de este. Se discutió en la comisión y se aprobó por unanimidad. Fue sancionado en 1969 en un Acuerdo del Consejo Superior Universitario. El nuevo Plan de Estudios lo estructuró el profesor Mesa plasmando en él lo que consideraba necesario para la formación de una élite intelectual capaz de afrontar los asuntos claves del Estado y del desarrollo nacional. Esa estructura se fundamentaba en los elementos del método científico, la descripción y la explicación, por cuanto el sociólogo como científico debe precisamente describir y explicar en su investigación de los problemas del país. La diferencia con el anterior Plan consistía en que el antiguo se quedaba en la descripción, en lo empírico, y el nuevo apuntaba a las leyes, a incluir el objeto en una legalidad, única forma de producir conocimiento nuevo, que es lo propio de la ciencia. Justificaba así la necesidad de las teorías clásicas, puesto que la teoría es indispensable para la generalización. Con el Plan antiguo el futuro sociólogo se quedaba en el nivel descriptivo, como pasa en los llamados estudios de comunidad, de los cuales es buen ejemplo el modelo que aportó Fals Borda en su libro Campesinos de los Andes, estudio de la pequeña comunidad de Saucío, en el que de entrada advierte que no va a utilizar la teoría. Los resultados de este tipo de investigación solo son válidos para los miembros de esa pequeña comunidad.

La reforma de 1969 se inscribe en un periodo inicial de la enseñanza y el aprendizaje de la sociología no solo en América Latina sino en los países avanzados, por cuanto la carrera misma no estaba universalmente reconocida o estructurada suficientemente. No es que se desconociera la sociología; por el contrario, se hablaba mucho de ella desde el siglo xix, en Colombia y en otros países. La cuestión era el tema de la enseñanza, ¿en qué consistía esta?, ¿cuáles eran sus fundamentos? Los programas de la carrera se estabilizaron en Europa a finales de los años sesenta, cuando se incluyeron en ellos a los clásicos de la sociología, según lo dice Giddens en 1971. En nuestro caso, es importante subrayar que Orlando Fals Borda y Camilo Torres definieron las materias de ese primer programa de estudios desde una perspectiva de lo que existía en su época y reflejaron lo que ambos habían aprendido dentro de una tendencia que se podía llamar positivista, más específicamente empirista. Pero no duraron mucho tiempo como profesores. Camilo Torres apenas tres años y Fals Borda, como decano de la Facultad, añadía a sus obligaciones administrativas un activismo permanente en los frecuentes conflictos estudiantiles de esos años y ya no era visible en las clases que se dictaban a partir de 1963. Por lo menos los que ingresamos en ese año no tuvimos a ninguno de estos dos sociólogos como profesores.

NBEP. Estos años son los de la llamada Reforma Patiño. ¿En qué consistió y cual vínculo se puede establecer con los cambios en la Facultad de Sociología?

HEPR. En el año 1965 empezó en la Universidad la reforma ideada y dirigida por el rector José Félix Patiño. Él era hijo de un médico famoso, empezó la carrera de medicina en la Universidad Nacional y la terminó en Estados Unidos, en donde además se especializó. Allí conoció de cerca el funcionamiento de las universidades, que era muy distinto al de la nuestra, por cuanto esta última era una federación de facultades de una sola una carrera cada una. Siguiendo el modelo norteamericano se crearon dos grandes Facultades, de Ciencias y de Ciencias Humanas, se redujeron las veintisiete Facultades existentes a diez, luego once cuando renació la Facultad de Economía. Se implantaron los estudios generales, la modalidad norteamericana de estudios básicos, con créditos en distintas materias en los dos primeros años para luego decidir la carrera escogida. Esta modalidad no funcionó porque se impuso de manera improvisada. Las carreras fueron semestralizadas. Hasta entonces eran anuales.

NBEP. ¿Qué expresiones particulares tuvo ello en la llamada Facultad de Sociología?

HEPR. La que se llamó Facultad de Ciencias Humanas integró las disciplinas que antes estaban en facultades autónomas, entre ellas la Facultad de Sociología, y esas disciplinas pasaron a ser departamentos. En el caso del nuestro debían estar en él todos los profesores que en la Universidad Nacional se calificaban como sociólogos y enseñar también sociología en las carreras que lo solicitaran. Y, a la inversa, recibíamos el servicio de otros departamentos, entre ellos el del Departamento de Historia, vía por la que llegó Darío Mesa. Unos años después se trasladó a Sociología. Los servicios obligatorios a otras carreras fueron una medida útil para introducir un conocimiento de primera mano en la Universidad de una ciencia de la que se tenían ideas muy imprecisas. La integración de los departamentos en la Facultad fue un canal para proyectarnos en el ámbito intelectual de las ciencias humanas. En particular fue notoria la influencia de nuestro Plan de Estudios en las carreras de sociología en otras universidades y en otras carreras de la Facultad. La concentración de los sociólogos en una sola unidad facilitó el desarrollo de las especialidades en las secciones.

NBEP. ¿Cómo se llegó al programa de 1969?

HEPR. Como ya lo comenté, con la renuncia de Fals y María Cristina en 1966 y la ausencia de un sociólogo que asumiera la dirección del Departamento, se produjo un vacío y pérdida de rumbo en el que dos extranjeros y un economista administraron durante tres años una unidad académica que les era ajena. Ante la crisis, los estudiantes propusieron el nombramiento de una comisión que aportara una forma de superarla. Atendida su solicitud por las directivas crearon la comisión, a la cual también me referí anteriormente. Aprobado el Plan de Estudios se procedió, bajo mi dirección, a reorganizar el departamento aplicando los principios consignados en la exposición de motivos -hacer del departamento una institución nacional, política y científica- y a seguir las pautas que dicha exposición de motivos prescribía para llevar a la práctica estos objetivos. Trabajamos tres años, de mediados de 1969 a mediados de 1972, en esa tarea, que comprendía en especial la definición de los contenidos de las materias del Plan de Estudios. En cuanto a los docentes, logramos conseguir, en primer lugar, los que dominaran los clásicos y los pudieran enseñar con sus respectivas fuentes. Necesitábamos también profesores de filosofía, de economía y de historia, que se ciñeran a los contenidos que definimos para esas materias, pero no los había. En esa primera etapa tuvimos que capear esta dificultad y al cabo de unos años la solución fue la de que esas materias las asumieran profesores de sociología. La definición de los contenidos de las materias la llevamos a cabo en reuniones de todos los docentes, que no eran muchos, en 1969.

El profesor Mesa fue un integrante de la mencionada comisión. Él no tuvo ni antes ni después ningún cargo de dirección, ni en el Departamento de Sociología, ni en la Facultad de Ciencias Humanas, ni en ninguna instancia de la Universidad, y vivió entonces y durante toda su vida académica como profesor raso. Egresados amigos de Fals Borda inventaron la leyenda de que la salida de este de la universidad fue obra de Darío Mesa. Y en la celebración en los cuarenta años de la fundación de la Facultad corrieron la voz de que por fin había podido volver Fals Borda a sociología, siendo la verdad que él renunció en 1966, cuando Darío Mesa apenas llevaba un año en la Universidad como profesor del Departamento de Historia, y que nunca se supo que Fals hubiese planteado su reintegro al Departamento.

NBEP. Han pasado ya más de cincuenta años desde el inicio de la Facultad de Sociología en el año 1958 y han pasado muchos años desde la reforma del programa en 1969. Lo que se conserva de esta reforma es muy poco, si es que se conserva. La propuesta de Orlando Fals Borda y de Camilo Torres Restrepo era una propuesta formativa en dirección a la modernización del país, a ser un soporte importante del Estado en asuntos claramente democráticos tales como la reforma agraria, la acción comunal, las cooperativas, el mejoramiento de la vida urbana, campesina e indígena. A su vez la propuesta de 1968, oficializada en 1969, iba en dirección a la conformación de una carrera con un marcado énfasis científico contemporáneo, al servicio de la nación y con un componente político, en particular el fortalecimiento de Estado como expresión de esa nación en busca de su identidad y fortalecimiento. Miradas estas dos propuestas con la distancia que dan los años surge la pregunta: ¿qué tan distintas cree que eran ellas? Subrayo, miradas ya con la perspectiva de la distancia temporal, lo que en parte implica despojarse de las pasiones de aquella época, advertir sus puntos de enlace y de diferencia.

HEPR. Para contestar esta pregunta es necesario precisar cuál era la situación internacional de la enseñanza de la sociología en el momento en el que se aprobó el nuevo Plan de Estudios, en 1969. Según lo que se puede constatar por las versiones de sociólogos ingleses, alemanes y franceses, la década del sesenta fue una década importante para la evolución de la sociología, muy controvertida en esos años, por cuanto comienza a superarse la fuerte influencia que en Europa había tenido desde los años cincuenta el estructural funcionalismo y Talcott Parsons. Algunos sociólogos se interesan en revisar las obras de Marx, Durkheim y Weber, que luego se convertirán en clásicos de la disciplina. Anthony Giddens, quien había realizado una revisión sistemática de los tres autores, sustenta, en 1971, la idea de la existencia de los clásicos y contribuye en la práctica a su incorporación en los currículos de la carrera. Idéntico trabajo llevaron a cabo otros sociólogos contemporáneos de Giddens, que añadieron a los tres nombres el de Parsons.

De esta evolución no se había registrado nada en nuestro Departamento y se debe a Darío Mesa el habernos situado en ella al incluir los clásicos en un Plan de Estudios estructurado orgánicamente, que presentó en 1968, tres años antes de Giddens. Hay que reconocer que nos situamos en donde se encontraban los europeos, pero sin el arsenal de conocimientos que sustentan esa evolución. En todo caso, lo que supone estar allí es compartir un enfoque metodológico de la ciencia sociológica radicalmente distinto al del Plan de Estudios anterior. Los objetivos propuestos en el Plan de Estudios de 1969 apuntaban a la necesidad de formar sociólogos capaces de aportar conocimiento válido sobre los procesos a largo plazo de la nación, el Estado, las clases sociales, etc., cuestiones que exigen el dominio de la teoría, diferentes a las que competen a la microsociología, por supuesto también parte del trabajo del sociólogo, pero que se ocupa de las pequeñas comunidades, de la acción comunal, de las cooperativas y otros problemas semejantes, que no apuntan a las transformaciones de la estructura de la sociedad existente y que estaban al orden del día por esa época en nuestro país.

NBEP. Me gustarían unas palabras sobre el Programa Latinoamericano de Estudios del Desarrollo (Pledes). Esa fue la primera maestría que se hizo creo que no solo en Colombia sino en América Latina en sociología. Duró muy poco. ¿Cuál es el recuerdo académico de dicha maestría?

HEPR. El Pledes fue una maestría inscrita en el campo de los conocimientos de la economía y los estudios sociales que se habían elaborado en esos años, especialmente en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), con la participación en la docencia de sociólogos latinoamericanos. Se pretendía formar técnicos a un nivel más alto que la licenciatura en sociología. La maestría estaba fundamentada en materias muy concretas que tenían que ver con el desarrollo, pero en ellas las bases científicas no aparecían. Eran muy buenos profesores, había muy buena información, pero de ahí a considerar que era una maestría que podía empezar a formar cuadros científicos en el sentido de investigadores que pudieran estudiar la realidad nacional con unos instrumentos de primer nivel, no. Ninguna materia de las que se vieron en el Pledes y que yo cursé tenía que ver con eso.

NBEP. ¿Cuánto duró el Pledes?

HEPR. El Pledes duro cinco años de 1964 a 1969.

NBEP. ¿Cuál era la esencia del nuevo programa de la carrera?

HEPR. La sociología como ciencia. Su estructura seguía los lineamientos del método científico: la parte básica proveía los conocimientos de la economía, la historia, la geografía, los fundamentos filosóficos, la lógica, los instrumentos de medición, la matemática y las técnicas; la parte profesional proporcionaba el conocimiento de los clásicos, se accedía a las áreas rural, urbana, industrial, y se culminaba con un laboratorio en el que se confrontaba la teoría con la información empírica. De este modo el estudiante recorría los pasos del método científico, de la descripción a la explicación. La experiencia de la tesis de grado completaría su formación en un primer plano que lo habilitaría para aspirar en etapas de posgrado a producir conocimiento nuevo.

NBEP. Volvamos al profesor Darío Mesa. Es de público conocimiento su cercanía con él desde los años sesenta. Cuando el profesor Mesa entra al Departamento en 1965, ¿ya lo conocía?

HEPR. No. Yo no lo conocía.

NBEP. Hay un lugar común equivocado que dice que la obra escrita de Mesa es muy corta. Que él dictaba clases y no escribió. Al revés, él tiene textos publicados desde inicios de los cincuenta hasta hace relativamente poco. ¿Qué valoración tiene de la figura intelectual del profesor Mesa? Me interesa dicha valoración como académico y como ser humano.

HEPR. Desde que asistí a su curso sobre Weber en 1965 pude darme cuenta de que él tenía las características excepcionales de un intelectual en el sentido más exigente de la palabra. Lo que enseñaba era el producto de una paciente elaboración. Como expositor, que lo era de calidad, analizaba, guiado por su enfoque teórico, lo que había de destacable en los textos que le servían de apoyo en los distintos asuntos que trataba. Introdujo el estudio de la filosofía y del pensamiento social anterior a Comte como requisito para comprender a fondo las teorías sociológicas, en el marco de la historia moderna. Demostró la importancia capital de las fuentes alemanas para la cabal asimilación de las teorías sociales modernas y contemporáneas en un medio académico que se alimentaba de fuentes francesas e inglesas. Vivía en función de la docencia. Todas sus energías se concentraban en las vastas lecturas que estaban implicadas en sus clases. No sentía la necesidad de escribir libros. Pero los seminarios que dictó, como pudo comprobarse, tenían el valor suficiente para ser editados.

Por mi parte, acepté plenamente la reforma del 69 y la hice propia. Me identificaba con Darío en la perspectiva ideológica, digamos, de lo que planteaba respecto a la nación y respecto a la responsabilidad de los intelectuales frente al país, así como en sus ideas sobre la ciencia y la sociología. Tuve la oportunidad de profundizar con él en lo pertinente a la reforma porque se trataba de una tarea y de un proyecto que nos ocupaba horas y horas durante ese periodo muy creativo de los años de 1969 a 1972.

NBEP. En lo personal, ¿el profesor Mesa es abierto, reservado, tímido? ¿Qué perfil psicológico puede hacer de él?

HEPR. En lo personal se puede decir que es y en particular era, en la época comentada, un individuo reservado. En la relación con estudiantes o con colegas siempre estaba en un plano en el cual él, por su propia manera de ser, imponía un trato académico. En reuniones en su casa escuchaba con atención las opiniones de los presentes y emitía sus puntos de vista sin intentar imponerlos. Era afable, cordial y mantenía en sus costumbres algunos de los rasgos propios de sus raíces antioqueñas.

Cuarta sesión. 1 de abril del 2016

NBEP. En el mismo sentido de los anteriores temas me interesa su valoración sobre la obra y el legado de Ernesto Guhl Mintz, figura clave en la instauración de los estudios científicos de geografía en Colombia.

HEPR. No recibí clases de Guhl. Él era profesor de cátedra del Departamento cuando yo era director. Poco tiempo después lo nombraron director del Departamento de Geografía. Se caracterizaba por ser muy radical en sus ideas. En las reuniones de profesores no era muy flexible. Lo apreciaban mucho los estudiantes. Pero ya en el trato y las discusiones era un poco difícil porque tenía un carácter muy fuerte.

NBEP. ¿Era cercano al profesor Darío Mesa?

HEPR. Tal vez eran amigos desde la época de la Escuela Normal Superior, pero no especialmente, me da la impresión.

NBEP. ¿Leyó su obra geográfica?

HEPR. Sí, claro. Los dos tomos de Colombia: bosquejo de su geografía tropical, publicados por el Instituto Colombiano de Cultura y otros textos.

NBEP. ¿Qué apreciación intelectual hace de su obra?

HEPR. En realidad, me interesé mucho en el tratamiento del tema de la regionalización. Es sabido que sobre la caracterización de las regiones hay puntos de vista distintos. Él hizo una clasificación de las regiones que combinaba la parte geográfica física con la humana que me parecía muy acertada. Eso lo estudié especialmente, dado mi interés en la sociología política. La vida política colombiana estaba muy vinculada a lo regional. Él hizo unos aportes muy importantes para el reconocimiento de base de las regiones. Hay una tradición en el país de lo que se llamaban las provincias y esas provincias desbordaban los límites de los departamentos. En la obra de Guhl se hallan puntos de referencia para poder delimitar de una manera precisa las regiones colombianas.

NBEP. De manera similar me gustaría su apreciación sobre la figura y la obra de Carlos Escalante Angulo, antropólogo y sociólogo de formación, quien, dedicado a la enseñanza de la metodología, publicó varios libros sobre dicho asunto e incidió de manera importante en la formación de sociólogos de varias generaciones.

HEPR. A Carlos Escalante lo traté cuando yo estaba en la dirección del Departamento. A mediados de 1972 lo nombraron director a raíz de mi renuncia al cargo. En noviembre de ese año me destituyeron de la Universidad y no volví sino en 1976, así que desde el punto de vista académico fue muy poco lo que tuve que ver con él. Se especializó en metodología y en particular en el campo de sociología de la medicina. De esto último no tengo mucha referencia porque no hubo, que recuerde, ninguna discusión académica especial sobre esa área. No figuraba entre las que se ofrecían como servicio. Nosotros prestábamos servicios a medicina, pero solo con él se empezó a hablar de sociología médica. Escribió un libro sobre el tema. Desde el punto de vista personal debo reconocer que era una persona con la cual se podía trabajar muy fácilmente, buen colaborador en las cosas académicas.

NBEP. ¿Lo volvió a ver, luego de que él se pensionó?

HEPR. Lo vi hace poco en el servicio médico de la Universidad, pero no tuve la oportunidad de hablar mucho con él.

NBEP. ¿Carlos Escalante era amigo del profesor Darío Mesa?

HEPR. No sé hasta qué punto. Creo que se conocieron en el Departamento.

NBEP. En el año 1968 se discute el nuevo programa de sociología, se acuerda este y se empieza a implementar en su plenitud con los estudiantes que entraron en 1969. Una de las dificultades para implementar el nuevo programa fue la renuncia de algunos docentes antiguos. Así, el Departamento quedó con pocos docentes y se tuvieron que cubrir las cátedras con docentes que no tenían experiencia. ¿Me puede decir algo de ese proceso?

HEPR. Cuando me nombraron director del Departamento el grupo de profesores lo conformaban Nora Segura, Germán Bravo, Álvaro Camacho, Carlos Castillo, Magdalena de Leal, Rodrigo Parra y Humberto Ruíz, sociólogos, junto a docentes de otras disciplinas: Eduardo Umaña Luna, Darío Mesa y Miguel Fornaguera (que dirigía en ese momento una sección de investigaciones).

En 1969 se establece un régimen de transición para los alumnos que venían de años anteriores. Los que vieron completo el nuevo programa empezaron en 1970.

NBEP. Después de Julio Puig, ¿Carlos Eduardo Jaramillo estuvo un semestre dando la clase sobre Durkheim?

HEPR. No me consta. Nunca hablé con él a ese respecto.

NBEP. ¿Cuál fue el desarrollo inicial del nuevo programa?

HEPR. En la primera promoción se vieron las materias del nuevo Plan de Estudios. En el cuarto semestre yo les dicté Durkheim. Los cursos de los otros semestres estaban cubiertos de esta manera: historia, Weber y Marx, por Darío Mesa, y Talcott Parsons, por Germán Bravo, complementados con los cursos que se pedían de servicio a otros departamentos.

NBEP. ¿En qué momento renuncian Álvaro Camacho Guizado y sus colegas de generación?

HEPR. En abril de 1970.

NBEP. ¿Por qué renuncian?

HEPR. En el año 1969 empezaron las reuniones de profesores para discutir el contenido de cada una de las materias del nuevo Plan de estudios y terminamos dándole un perfil a cada una de ellas. Cada una de las materias tenía el contenido que considerábamos pertinente.

En abril de 1970 apareció en las carteleras de la Facultad una carta que me dirigían siete profesores, en la que me acusaban de haber cometido irregularidades como director, motivo por el cual renunciaban. El original de la carta no me lo habían enviado a mí. Los siete profesores eran Álvaro Camacho, Nora Segura, Magdalena de Leal, Carlos Castillo, Rodrigo Parra Sandoval, Humberto Rojas y German Bravo; renunciaban con el argumento de que no habían tenido oportunidad de exponer sus opiniones en la reunión de profesores debido a un tratamiento autoritario de mi parte, que les impidió discutir el plan de estudios y una propuesta de reforma que ellos habían presentado. La propuesta tenía nueve puntos, es decir, nueve cambios que había que hacer a un programa, que solo llevaba año y cuatro meses de vigencia. Yo contesté la carta punto por punto. Sostuve que la discusión acerca de su propuesta no había terminado y que en la última reunión se acordó continuarla. Les conminé a que presentaran ante el Consejo Directivo las acusaciones que me hacían. Y les analicé la situación de los firmantes: Parra y Rojas no podían renunciar porque estaban en deuda con la Universidad por haber disfrutado comisiones remuneradas, Castillo no dictaba clases en ese semestre, Camacho me había solicitado tramitarle el paso de tiempo completo a cátedra, y Bravo, profesor de cátedra, había manifestado en una de las reuniones no estar de acuerdo con el Plan de Estudios. En conclusión, afirmé que la carta de renuncia era impresionista, mucho más si se tenía en cuenta la forma como la presentaron, fijándola en carteleras antes de entregármela. En mi respuesta también contradije los argumentos que adujeron en su crítica al Plan de Estudios. Los invité a que continuáramos en la discusión, pero en una segunda carta reiteraron su renuncia, ahora de carácter irrevocable. El rector, Mario Latorre Rueda, que había sido decano de Ciencias Humanas, hizo una reunión con ellos y por separado se reunió conmigo. Su decisión como rector fue aceptarles la renuncia, con la excepción de Parra y Rojas, por las razones anotadas.

Luego, para reemplazarlos, solicité el nombramiento de Jaime Niño, Lucía Tarazona, Anita Weiss y Álvaro Betancourt.

Creo que parte del problema era que, fuera de Bravo, no conocían los clásicos. Y estos eran la columna vertebral del Plan de Estudios. Comprendían ocho cursos. Álvaro Camacho asumió Merton y lo abandonó. Los nueve puntos de su propuesta apuntaban a abrir espacios para entrar a la docencia en la carrera porque para cumplir con su tiempo completo tenían que dictar servicios, como sociología para las carreras de trabajo social, ingeniería, medicina, etc.

NBEP. El movimiento llamado de los Claustros ¿en qué años fue?, ¿en qué consistió?, ¿cuáles fueron sus resultados y sus limitaciones?

HEPR. El movimiento de los Claustros surge a raíz de una crisis de la Universidad Nacional. La Universidad se hallaba en un momento de transición de una universidad tradicional a una que quería ser moderna. Un momento importante fue la reforma de 1965 y la primera manifestación del cambio se dio en la Facultad de Medicina. Allí primaba una escuela que venía desde el siglo xix, la escuela francesa, la cual se había hecho fuerte, pues los profesores desde finales del xix y comienzos del xx se especializaban o incluso hacían la carrera en Francia. Se conformó una capa de médicos que procedían, muchos de ellos, de las clases altas, con capacidad económica para viajar a Europa. Adquirían un prestigio no solo como médicos sino como hombres públicos, porque, además, pertenecían a la cúpula de los dos grandes partidos políticos. Los médicos de dicha escuela eran muy calificados y reconocidos como muy buenos médicos en sus diversas especialidades.

En los años treinta y siguientes fue muy famoso el doctor Jorge Bejarano, higienista, preocupado por la salud del pueblo, por implantar medidas de higiene y buenas prácticas sanitarias. Bejarano fue decisivo en la creación del llamado Ministerio de Higiene en 1946. Esta escuela estaba viva en los años sesenta. Paralelamente, en los años cincuenta ya se había dado un contacto con la medicina norteamericana, pero en casos aislados, como el del doctor Hernando Groot Liévano que se especializó en Estados Unidos en la Universidad de Harvard, aunque, como profesor de la Universidad Nacional, se mantuvo firme en la escuela francesa. Varios de los jóvenes que en los años cincuenta del siglo xx se graduaron en la Universidad Nacional se fueron a especializar a Estados Unidos. Los miembros de esta nueva generación, de la que forma parte José Félix Patiño, le pusieron mucho cuidado a la estructura de las universidades donde estudiaron y encontraron en la medicina unas orientaciones muy distintas a las de la escuela francesa desde el punto de vista de la relación médico-paciente, de las fuentes, de las pruebas para los diagnósticos, etc. Vieron cosas más avanzadas.

¿En qué consistió la crisis? En el fondo, en el proceso de agotamiento de un modelo de universidad tradicional, y la apertura hacia una universidad moderna. El detonante fue que las nuevas generaciones de médicos se afiliaron a la escuela norteamericana, rechazaron a los médicos de la escuela francesa y cuando llegaron al poder procedieron a no renovarles el nombramiento. En 1969, en el segundo semestre, no le renovaron el nombramiento al doctor Héctor Reverend Pacheco lo cual suscitó un movimiento estudiantil en su defensa. No hubo solución en la Facultad de Medicina, persistió el movimiento, los estudiantes paralizaron la Facultad y se extendió el problema a toda la Universidad. Lo que se acostumbraba en esos casos era convocar a una asamblea de los profesores de la Universidad en la que se tomaba una posición y se emitía un comunicado explicándola, y por lo general ahí terminaba la actuación profesoral. En esta oportunidad se procedió a hacer el mismo procedimiento: convocatoria a reunirse por Facultad y nombrar delegados a una asamblea general de la Universidad. En la Facultad de Ciencias Humanas yo señalé que había que modificar la costumbre existente de ir a las asambleas, hacer un comunicado y luego olvidarse de lo que estaba pasando. Sostuve que era conveniente involucrar en la decisión a todos los profesores de los distintos departamentos. Mi propuesta consistía en que en esa asamblea no se aprobara ningún comunicado y que, en cambio de eso, se definieran algunos puntos que se remitieran a los departamentos donde estaba la totalidad de los profesores, se discutieran esos puntos y, una vez tomadas las decisiones, se nombraran delegados a una asamblea general que llevaran la opinión de la base. Con dificultad conseguí que se aprobara mi propuesta.

Como delegado de mi Facultad a la asamblea general fundamenté mi propuesta. Hubo una discusión semejante a la de Ciencias Humanas, pues se decía que era inaceptable que estando la Universidad en crisis nos quedáramos callados. Al final la aprobaron y se definieron cinco puntos respecto al problema para estudio en los departamentos, advirtiendo que los delegados tenían la obligación de llevar a la asamblea las respuestas por escrito, punto muy importante que aseguraba que cada delegado solo podía votar por el mandato que le habían dado en su departamento. Se procedió de esa forma y en la segunda asamblea aprobamos un comunicado con el respaldo de un 80 % de los profesores de la Universidad. Allí se propuso que se continuaran las asambleas con el mismo mecanismo, pues el conflicto se había extendido y se había cerrado la Universidad. Entramos en el año 1970 y el problema seguía.

En una de las asambleas se planteó la necesidad de darle un nombre al movimiento y entre las diversas sugerencias se acogió la del profesor Rochester, quien propuso el nombre de Claustros, a semejanza de lo que existía en Inglaterra, claustros de docentes en los que se hablaba de los asuntos académicos de las universidades. La diferencia con los ingleses era que no teníamos la formalidad de ellos, ni la motivación que los animaba, pero tampoco era una organización gremial, que ya existía en la Universidad, la Asociación de Profesores (APUN) que colaboró con los Claustros. Su estructura era muy sencilla: claustros de departamento, Asamblea General, Comité Coordinador y un secretario de este. Las reuniones del Comité se realizaban en mi oficina, la de la dirección del departamento y los comunicados los pasaba a máquina mi secretaria. Los gastos se suplían con aportes voluntarios. Como se pudo ver poco después, su naturaleza apuntaba a ser un movimiento orientado a la defensa de la universidad del Estado, de sus principios y de su esencia como comunidad académica y científica. Así se develó cuando el gobierno de Pastrana, ignorando esta singularidad, la trató como una unidad administrativa más del aparato estatal y procedió a reformarla desde arriba. Los Claustros reivindicaron el derecho de esa comunidad a opinar sobre el cambio estructural que adelantaba el Gobierno y no tuvieron otra opción que la de la movilizarse para impedirlo.

Se arregló el problema de medicina en abril de 1970, con la reafirmación de la escuela norteamericana. Se reanudaron las tareas en la Universidad. Luego el gobierno de Pastrana pretendió llevar a cabo la aprobación en el Congreso de una ley Orgánica de la Universidad Nacional elaborada por funcionarios del Instituto Colombiano para la Evaluación de la Educación (ICFES). El presidente nombró rector a Santiago Fonseca, quien llegó a cumplir la tarea de comprometer a la Universidad en ese propósito, lo cual además se hizo ostensible con el nombramiento como vicerrector general de José Rodríguez, el funcionario que había coordinado la redacción del referido Estatuto en el ICFES. Los Claustros y los estudiantes se declararon en pie de lucha contra dicho proyecto. Este nuevo conflicto sería prolongado, llegaría hasta finales de 1972. Cierres de la Universidad, marchas, ocupación militar del campus, negociaciones entre las partes. Presentamos en la Cámara de Representantes nuestro propio proyecto de Estatuto Orgánico, redactado por una comisión de profesores del Departamento de Sociología. En septiembre de 1971 me destituyeron, junto con cuatro profesores, escogidos por el rector Fonseca. En noviembre el presidente Pastrana suspendió el Consejo Superior Universitario que existía y creó un Consejo Universitario constituido por dos profesores, dos estudiantes, dos decanos y un exalumno. En diciembre, fuimos reintegrados los cinco profesores destituidos.

Fue un triunfo completo. Por primera vez en Colombia la Universidad del Estado era dirigida por profesores y estudiantes. Pero no duró mucho tiempo. La violencia en el campus estaba a la orden del día en cabeza de las milicias urbanas de los grupos armados. Se manifestó el mismo día de la instalación del nuevo Consejo Universitario con el incendio del carro del ministro de educación, Luis Carlos Galán, quien había ido a instalarlo. Y continuó sin tregua hasta llegar a la incursión del Ejército en el campus a raíz de un enfrentamiento muy fuerte con los encapuchados en el mes de febrero de 1972. En ese Consejo eligieron a dos estudiantes de la Juventud Patriótica (Jupa), organización juvenil del Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (MOIR), que, si bien no se orientaba hacia la lucha armada, era fundamentalista en su marxismo-maoísmo. Muy pronto arrastraron al Consejo Universitario, sin que los profesores, que eran mayoría en el Consejo, se opusieran a un enfrentamiento con el Gobierno y el Ejército. El enfrentamiento se agudizó a tal extremo, que Pastrana suspendió el Consejo Universitario en marzo de 1972. Luego continuaron los paros estudiantiles. Hubo cierre de carreras y expulsión de estudiantes.

Pastrana nombró en mayo a Luís Duque Gómez, antropólogo de fuertes convicciones autoritarias, en la rectoría quien, junto con el ministro de educación,JuanJacobo Muñoz, consideró que un factor decisivo en lo que estaba sucediendo provenía de los profesores de los Claustros. Pensaron que utilizábamos a los estudiantes para las movilizaciones. Nada más falso. Si hubo algo ejemplar en todo ese movimiento fue que se respetaron de manera absoluta las decisiones que los estudiantes tomaban por su cuenta. Los profesores hacíamos lo propio por nuestro lado y nos reuníamos con delegados de los estudiantes para discutir puntos de acuerdo o desacuerdo sobre las acciones programadas. Los estudiantes podían asistir a nuestras asambleas, pero tenían que pedir permiso para intervenir. Conservamos absolutamente la independencia porque hasta entonces los movimientos en la Universidad Nacional los hacían los estudiantes, y los profesores nunca habían tenido un protagonismo como el que tuvo el movimiento de Claustros. Por lo demás, insistíamos en el rechazo de la violencia y sosteníamos que podíamos adelantar nuestras acciones con normalidad académica, cosa que logramos en cierto grado. Para el Gobierno eso no era claro y, como el éxito de la pelea había dependido en buena parte de nosotros, consideraban que actuábamos de acuerdo con los estudiantes para desestabilizar la Universidad. No podían captar que se trataba de una organización de estructura original en el medio académico, que desplegó su fuerza como movimiento de masas y puso a prueba con éxito su capacidad de conducción.

El 9 de noviembre de 1972 me destituyeron por segunda vez y detrás de mi destitución vinieron las de muchos profesores más. En 1973 trabajé en el primer semestre en la Universidad Libre en Bogotá y luego me fui a México a una universidad de provincia, la Universidad de Guerrero, a mediados del año. Allá estuve hasta 1974. Luego viajé a Canadá.

Quinta sesión. 8 de abril del 2016

NBEP. Me gustaría una breve referencia a la estadía en México y en Canadá.

HEPR. En la época de la Maestría, en el Pledes, había hecho amistad con Jesús Samper, un sociólogo que estaba haciendo la maestría y se fue a México y me escribía con él. Le comenté de mi destitución. Él me comentó que tenía un amigo mexicano, compañero de estudios en Estados Unidos, que hacía poco había sido nombrado rector de la Universidad Autónoma de Guerrero, un Estado al sur de la ciudad de México. Samper me dijo que me podía poner en contacto con él si tenía interés en ir a México. Le escribí al rector, Rosalío Wences, y me contestó que si me interesaba me ofrecía un empleo en la universidad. Yo decidí aceptar el ofrecimiento y en septiembre de 1973 viajé a México. Allí me encontré con una universidad de provincia, con muy buenos recursos, porque el sistema de financiación universitaria en México ya en esa época era independiente del Estado y no tenía altibajos. Siempre había los recursos necesarios, así que funcionaba muy bien. Yo asumí unas cátedras y el rector me vinculó al equipo directivo de la Universidad, la cual atravesaba problemas al igual que otras universidades mexicanas, por razones de enfrentamientos ideológicos. Esos enfrentamientos tenían a veces carácter violento, como lo tuvieron en este caso. El rector estaba en una posición de izquierda; en su equipo colaboraban profesores militantes del Partido Comunista Mexicano, y los desplazados del poder, con la llegada de Wences a la rectoría, conspiraban en su contra de distintas maneras.

Como al mes de mi llegada, los opositores se tomaron las instalaciones de la Universidad y desde una de esas edificaciones disparaban armas de fuego. Era una situación muy violenta. Como las que yo había vivido aquí en Colombia en los movimientos estudiantiles, pero mucho más dramática por esa intervención con armas que tenían los "porros", así llamados por los mexicanos. El rector me integró al núcleo de dirección, en el que analizamos las estrategias que había que trazar para superar ese problema. Una de ellas fue buscar una intermediación para hablar con el presidente de México, Luis Echavarría. Wences lo consiguió y me invitó, junto con dos profesores de su confianza, a una entrevista acordada con él en su despacho de la capital. El presidente se comprometió a intervenir para conseguir la paz en la universidad, lo cual fue efectivo, pues de ahí en adelante la universidad funcionó muy bien. Era como algo supérstite que había quedado en esa región de los militantes del PRI (Partido Revolucionario Institucional), no propiamente del Partido, sino de sectores políticos que funcionaban a su sombra. Estuve allí hasta junio de 1974. Había llegado en septiembre de 1973. Trabaje un año completo.

A México inicialmente llegué solo y luego viajaron mi esposa y mi hija. Allá nació mi segundo hijo. Dicté cursos de sociología política y colaboré en el diseño de un proyecto de investigación. No había carrera de sociología sino carrera de ciencias sociales. En eso estuve, como he señalado, un año. Me enteré bastante del funcionamiento de la universidad mexicana, de sus problemas, muy parecidos a los nuestros, y, sobre todo, que se imponía en ellas de una manera bastante amplia toda la gama de grupos de izquierda. Había muchos latinoamericanos. La ciudad de México, y en particular la Universidad Nacional Autónoma de México, era muy importante como centro de difusión de ideas, igualmente las editoriales que publicaban muchos libros; digamos, la vida intelectual en general era interesante, pero estaba muy mediada y subordinada a la ideología en las universidades.

Renuncié y de ahí salí para Canadá en septiembre de 1974, por una invitación de mi hermana residente en dicho país. Primero me fui con mi hija; mi esposa regresó a Colombia, con el pequeño de brazos, pues era profesora de la Universidad Nacional y debía retomar su trabajo. Aquí estuvo un semestre y diligenció una posibilidad que concordaba con sus intereses en el área de biología para hacer una maestría en la Universidad de Montreal. Efectivamente consiguió un cupo con un profesor que investigaba en su área. Llegó en diciembre a hacer la maestría. Yo inicialmente estuve pensando en hacer un doctorado en la Universidad de Montreal, pero no me convencieron los programas que había y decidí más bien estudiar por mi cuenta. Trabajé en la excelente biblioteca de la Universidad durante el tiempo que estuve en Montreal.

Seguí muy de cerca la política canadiense que en esa época era muy interesante por el surgimiento en la zona francesa, donde yo estaba, del Partido Quebequense que luchaba por independizar la provincia de Quebec de Canadá. Tenía un pensamiento socialista y un líder muy capaz. Hacía una buena tarea desde el punto de vista ideológico, de la reivindicación de ciertos principios que iban más allá del pragmatismo de los canadienses de habla inglesa, pero, en el fondo, estaba en una posición que yo no veía como la más acertada, la separación de Canadá. Nunca creí que una porción de un país, relativamente pequeña, con seis millones de habitantes en esos años, fuera viable como Estado independiente. Partía del principio de que, en la época del predominio de los grandes conglomerados para la producción económica y científica, para poder tener éxito en el mercado internacional, se necesitaba disponer de una industria desarrollada, y de investigadores en suficiente cantidad en el campo científico y tecnológico, que Quebec no tenía. El partido quebequense logró en el Congreso la aprobación de un referéndum para la separación, pero fue derrotado por un estrecho margen.

NBEP. ¿Cuándo y cómo decidió regresar?

HEPR. Regresé a mediados de 1976. Mi hermana había tomado la decisión de quedarse allá, se había casado y formado una familia. Ella me ofreció la posibilidad de que hiciera lo mismo. Pero yo no tenía ninguna afinidad con la condición de inmigrante y asentarme en un país distinto a Colombia. Esta era una cuestión de fondo para mí. A Montreal fui porque de todas maneras quería estar en un centro académico avanzado, pensando hacer un doctorado, pero como no encontré lo que quería, cumplido el periodo de los dos años me regresé.

En ese momento Anita Weiss estaba de directora del Departamento de Sociología y me había escrito preguntándome si iba a regresar. Había ya un nuevo gobierno, el de Alfonso López Michelsen. Cuando llegué no había cupos en sociología, pero, estrictamente no se trataba de que hubiera cupos, pues me habían destituido de una manera ilegal. El cambio de gobierno y la salida de Luís Duque Gómez al parecer me facilitaban el reintegro. No fue así. Le entregué al representante de los profesores en el Consejo Superior Universitario Guillermo Fergusson una carta para presentarla al mencionado Consejo solicitando mi reintegro por razones que eran obvias, que yo no había tenido debido proceso, que mi destitución tenía una clara forma de ilegalidad y que esta se inscribía en la etapa de represión adelantada por Duque Gómez. Sin embargo, y pese a que habían sido reintegrados en sus cargos varios de los profesores destituidos conmigo, la respuesta del Consejo Superior Universitario fue que, si bien ahora no había delito de opinión, debía someterme a las normas de la Universidad para entrar al profesorado, vale decir, presentarme a un concurso. La casualidad fue que en ese momento había una convocatoria para un profesor en el Departamento de Historia. Me presenté y gané la convocatoria. Estuve allí un semestre dando materias de historia de Colombia en los servicios ofrecidos por dicho departamento. Luego me trasladé a Sociología. Si no se hubiera dado esa convocatoria yo no hubiera podido reingresar a la Universidad. Eso fue en 1976 en el segundo semestre.

NBEP. ¿Cuándo se pensionó?

HEPR. Me pensioné en el año 2009. En total 47 años, contando los anteriores a 1976, dedicados a la docencia y la investigación.

NBEP. Los que fuimos sus alumnos lo recordamos como un buen docente, responsable; comprometido con la Universidad, con sus alumnos, con el tema, con el ejercicio docente; ordenado, puntual. La docencia ha sido un elemento fundamental en su vida. ¿Cuáles fueron los hitos más importantes de su ejercicio docente? ¿Cuál materia le interesó o le interesa más?

HEPR. Empecé por la teoría. En 1969 escribí un ensayo sobre Comte, en el que lo situaba en su época histórica y precisaba sus fuentes y los conceptos básicos de su sociología. En 1971 dicté el curso sobre Durkheim. Continué con los clásicos en el seminario sobre análisis sociológico de Colombia, que se conjugaba con la enseñanza de la historia con enfoque teórico en la materia de Problemas Colombianos. Luego me anclé en mi interés principal, la sociología política. Pretendía estudiar lo relativo a la política desde el punto de vista de la sociología, vale decir desde el punto de vista conceptual y de aplicación. Lo hice para Colombia y América Latina. Publiqué un libro sobre el bipartidismo colombiano y otro sobre la formación del Estado nacional en Argentina, México y Colombia. Y escribí varios ensayos en los dos temas. Siempre estuve leyendo sobre teoría, sobre las distintas posibilidades de interpretación de lo político desde la sociología. A este empeño pertenece el ensayo sobre Poder y nación en los orígenes del Estado nacional europeo, publicado en la Serie de Cuadernos de trabajo de la Facultad de Ciencias Humanas. Dicté distintas materias referidas a sociología política: sobre los partidos, el Estado, la nación, el pensamiento político en Colombia y América Latina. Luego me hice cargo de Análisis Sociológico de Colombia, el llamado Laboratorio, al que le di como contenido el vínculo de la teoría clásica con la historia nacional. Era una materia del octavo semestre; la dicté durante varios años.

Cuando descubrí a Norbert Elias en los años ochenta me pareció que valía la pena conocer su obra. Por entonces estaba interesado en penetrar en los orígenes del Estado nacional europeo y su gran investigación sobre El proceso de la civilización me fue muy útil para la primera parte del ensayo que escribí al respecto, ya mencionado. En 1995 invité a un grupo de profesores a realizar un seminario de estudio de su teoría. Participaron seis profesores y se sumaron tres estudiantes, dos de la maestría y uno de octavo semestre de la carrera. Trabajamos durante un año y con artículos que escribimos los miembros del seminario edité un libro en 1998, Norbert Elias, un sociólogo contemporáneo. Teoría y método. Estructuré una guía de cátedra para incluir a Elias en la oferta de teorías contemporáneas del Departamento. Dictamos, el grupo de profesores, un primer curso en la maestría. No se pudo mantener la cátedra colectiva y de ahí en adelante quedó a mi cargo; lo dicté varias veces. En 2010 se imprimió una segunda edición del libro sobre Elias.

En los comienzos del nuevo siglo, dicté en la Maestría un seminario sobre el socialismo del siglo xxi. Publiqué, como editor en el año 2002, el libro Ensayos sobre teoría sociológica. (Durkheim, Weber y Marx), en el cual participé con dos artículos. También debo anotar los artículos publicados como parte de los libros de la colección que hemos editado en la Sección de Teoría del Departamento de Sociología de la Universidad, artículos aparecidos en sendos textos sobre Émile Durkheim en el año 2009, George Simmel en el año 2011 y Max Weber en el año 2014. Sección en la cual seguimos trabajando.

Paralelamente a la sociología política y con resultados parecidos, me interesé en el tema de la Universidad Nacional. Escribí varios artículos y ponencias sobre su proceso histórico. Entre los primeros, uno sobre el Estado, los partidos y la Universidad Nacional y dos más: "Informática y Universidad" y "Universidad y poder". Los tres publicados en revistas de la Universidad. Fui promotor en 1970 de la creación del Consejo de Investigación y Desarrollo Científico (Cindec), la primera unidad de coordinación de la investigación científica y técnica que tuvo la Universidad Nacional. En diferentes oportunidades participé en reuniones relativas a la actividad científica de la Universidad, para las cuales preparé ponencias, que no fueron publicadas. Cuando estuve en la Secretaría General integré una comisión con profesores delegados de los Departamentos para hacer una evaluación del estado de la investigación en la Universidad Nacional. Escribí también algunos ensayos sobre el desarrollo de la ciencia y la técnica, en sentido general, y, en particular, planteando la inaplazable necesidad de que la Universidad Nacional supere el retraso considerable en que se encuentra en relación con el nivel de producción científica y tecnológica que impera en el mundo de hoy.

NBEP. ¿Cuándo se empieza a implementar plenamente el nuevo programa como alternativa a lo que había en la época del profesor Orlando Fals Borda?

HEPR. Empieza con el Plan de transición de 1969 y se desarrolla integralmente a partir de 1970. En este momento ya había contenidos concretos del programa, vale decir, de sus asignaturas.

NBEP. Ese programa con el tiempo se fue desdibujando, hoy estamos a 47 años. La verdad es que ese programa no existe. ¿Cuándo empezó a desdibujarse y finalmente se acabó?

HEPR. En 1980 se realizó un seminario de evaluación. Participaron profesores y estudiantes. Concluyó ratificando la coherencia del Programa y no hizo modificaciones importantes. En 1991 se aprobó una reforma que alteró la estructura del Plan de 1969. Atacó la idea que concebía a este como un todo en correspondencia con las partes, es decir, rompió la coherencia del Plan; añadió materias, entre ellas Introducción a la sociología, cambió la ubicación de las teorías clásicas, trasladando a Marx al tercer semestre, etc. Años después se planteó otra reforma. Se crearon comisiones para las distintas áreas y en un momento dado y a partir seguramente de mi trabajo sobre la teoría elisiana me invitaron a la Comisión del área de teorías. En la primera reunión a la que asistí me sorprendió enterarme de que ya tenían desahuciados como clásicos a Parsons y a Marx. A raíz de la impresión que me causó esta noticia escribí un ensayo titulado "A propósito de los clásicos". Lo escribí para demostrar que los clásicos estaban vigentes. Hice una breve y puntual revisión de la bibliografía pertinente probando la plena vigencia de los clásicos: como decirles, por ejemplo, que en ese momento se podían contar más de setecientos trabajos sobre la metodología de Weber, según lo había establecido un sociólogo inglés. Sobre cada clásico presenté datos semejantes. En ese momento no se modificó la ubicación de los clásicos en el Plan de Estudios, pero posteriormente se aprobó una reforma, la del Plan actualmente vigente, que continuó con la desarticulación de su estructura.

NBEP. ¿Qué queda del programa de 1969?

HEPR. Pienso que lo que determina la naturaleza de la sociología como ciencia son las teorías clásicas, porque en ellas radican los conceptos y los métodos propios de la disciplina y perfilan su identidad frente a otras ciencias sociales. Mi convicción en este aspecto procede del escrutinio que realicé en los escritos de sociólogos contemporáneos de gran relevancia como Giddens, Habermas, Alexander y Luhmann, quienes coincidieron en estudiar a fondo los clásicos por su importancia en la fundamentación de la sociología, y en la de sus propias teorías. Estuvieron acordes en reconocer que los autores clásicos escribieron de manera condensada sobre cosas todavía vigentes, que permiten al sociólogo orientarse en medio de la profusa información que existe en su área profesional. Es significativo que hayan sometido la obra de esos autores a una minuciosa indagación, dedicándoles extensos trabajos, dos de ellos en varios volúmenes. Coincidieron en atribuirles a los cuatro clásicos un puesto de primacía en las carreras de sociología. La razón no es otra que la ya comentada: que en las obras de esos clásicos está la ciencia, que en ellas se encuentran los planteamientos filosóficos, lógicos y metodológicos de nuestra disciplina, por lo tanto, la formación del sociólogo debe estructurarse en función de asimilar a fondo esas teorías que le aportan conocimientos que le son imprescindibles para identificarse plenamente como tal. En el Plan de Estudios de 1969 las materias formaban un todo orgánico en el que todas y cada una de ellas eran elementos claves en la formación del sociólogo. Se estructuraba en una secuencia en la que las materias proveían de los conocimientos propios de las etapas del método científico. Este proceso debía conducir a fundamentar en el futuro sociólogo un dominio de los elementos propios de su ciencia. El Plan le ofrecía materias consideradas indispensables para su formación. No había materias opcionales. Partía de la idea de que, si la materia era prescindible, es decir, si el estudiante podía no cursarla, no había razón alguna para incorporarla al Plan.

NBEP. Lo que hay actualmente es muy lejano de eso que me señala.

HEPR. Sí. El Plan de Estudios actual es un listado de materias en el que un porcentaje importante de ellas es optativo y de libre elección. Lo que quiere decir que estas son prescindibles, considerando que si el estudiante no las cursa no se altera su condición de sociólogo. En este rango se inscribe la historia de Colombia, el estudiante puede escogerla o no. Por otra parte, no figura en el Plan Talcott Parsons, lo que elimina el conocimiento de un área teórica, el estructural funcionalismo, que no solo vale por sí misma, sino que sigue vigente. Y tampoco aparece la lógica, indispensable para el estudio de las teorías y de las metodologías que se mencionan en dicho Plan.

NBEP. ¿Cómo fue el evento señalado anteriormente sobre el ejercicio en la Secretaría General de la Universidad?

HEPR. Desde que me reintegré en 1976 a la Universidad mi decisión fue no participar en ningún cargo de dirección porque quería dedicarme exclusivamente al trabajo docente e investigativo. Así fue durante varios años, desde 1976 hasta 1988. En este año nombraron rector de la Universidad a Ricardo Mosquera, un economista que cuando empezó su carrera había asistido a dos seminarios que dicté para Economía. Fueron unos seminarios muy interesantes en la medida en que hubo mucho diálogo con los estudiantes. Había allí una generación muy inquieta, jóvenes inteligentes con tendencias de izquierda, apenas empezando a buscar caminos. Hice mucha empatía con ellos, hablábamos extra clase. A Ricardo no lo volví a ver. Supe que lo habían nombrado rector. Él me llamó y me dijo que quería que yo colaborara en la tarea que iba a desarrollar desde la rectoría porque confiaba en mi idoneidad académica. Decidí aceptar y me vinculé a la dirección de la Universidad en la Secretaría General.

En la Secretaría General estuve dos años, de mediados de 1988 a mediados de 1990. Hice lo que tocaba hacer en dicha dependencia: oficios notariales, actas, reuniones y demás. Paralelamente a estas funciones desarrollé una actividad académica mediante la conformación de comisiones de profesores para estudiar algunos problemas que me parecía debían ser abocados, entre ellos el estado de la investigación científica en la Universidad y la reducción de los trámites para la aprobación de proyectos de investigación que se sabía eran innumerables. En la primera el balance fue negativo. A veinticinco años de la reforma de 1965 no había todavía algo que pudiera considerarse valioso en el campo científico, ni en las ciencias naturales ni en las ciencias sociales. En la segunda, se precisaron los puntos en los cuales se podía incidir para disminuir notablemente los mencionados trámites. Presenté los resultados obtenidos en documentos escritos para los decanos del Consejo Académico, pero en ambos casos, pese al compromiso adquirido por dicho Consejo de tomar las medidas pertinentes, no se hizo nada. La verdad es que la Universidad funciona por inercia. Basta con proceder administrativamente cumpliendo los requisitos que vienen de tiempo atrás para convencerse de que se está haciendo una labor importante. Hay un tinte de burocratización que cierra el paso a cualquier intento de cambio que altere las rutinas establecidas.

Sexta sesión. 15 de abril del 2016

NBEP. El 9 de abril del año en curso [2016] falleció el profesor Darío Mesa, el 10 estuvimos en su servicio fúnebre. Ya hemos conversado en detalle sobre él, sobre su papel en el Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia, en esta y en el país en general. ¿Cuál es su legado?

HEPR. Su legado es la introducción de la sociología colombiana en el mundo desarrollado de la ciencia social. Lo hizo no como un traslado mecánico de información sino como una elaboración propia de los mismos fundamentos científicos vigentes allá, construyendo una estructura propia, un Plan de Estudios, para un país específico y en unas condiciones históricas determinadas. Si bien la carencia de tradición científica dificultó la asimilación de las obras de los clásicos que aquí se desconocían, lo evidente fue que influyó decisivamente en las demás escuelas de sociología del país y mal que bien son hoy un referente indiscutible de la disciplina. Mucho más cuando en el transcurso de los años fueron apareciendo en el lenguaje común conceptos extraídos de esos clásicos. Y en lo que hace a nuestro Departamento, su Sección de teorías ha llevado a cabo en los años recientes seminarios sobre los cuatro clásicos, con académicos invitados de otros países y con resultado tangible en libros publicados por la Universidad Nacional y en coedición con el Fondo de Cultura Económica de México.

También es parte de ese legado lo que escribió sobre la revolución científica y técnica. Apoyándose en el instrumental de las ciencias sociales y en una vasta información empírica, pensó el país y se anticipó al plantear temas esenciales para el desarrollo y el fortalecimiento de la universidad, de la nación, de sus gentes y de su Estado.

Séptima sesión. Viernes 29 de abril del 2016

NBEP. Revisando mi biblioteca veo que en su producción bibliográfica se destacan varios títulos sobre teoría sociológica y sobre la formación del Estado en América Latina. Me gustaría saber cuáles de esos títulos son los más queridos y recordados por usted. De igual manera, me gustaría saber en dónde se siente más cómodo en el ejercicio de lectura y reflexión teórica o en la investigación sobre temas de América Latina.

HEPR. En el área de la sociología política destaco Proceso del bipartidismo colombiano y Frente Nacional y El tránsito hacia el Estado nacional en América Latina en el siglo xix. Argentina México y Colombia. Aunque sobre ambos temas escribí un buen número de ensayos, en estos dos libros pude seguir el hilo del desenvolvimiento histórico orientado por conceptos que me permitieron un cierto grado de explicación acerca de la naturaleza del bipartidismo y de la evolución del Estado nacional, dos problemas sociológicos que están en el centro de mi trabajo de investigación a lo largo de los años. En el área de la teoría aprecio el trabajo que hice sobre Norbert Elias, de quien edité el libro Norbert Elias, un sociólogo contemporáneo. Teoría y método, porque, además de lo que aprendí de él, me dio la oportunidad de revisar desde un ángulo singular su crítica a las teorías clásicas, cuestiones que atañen a la filosofía y los métodos que están en la base de esas teorías. Y porque se trata de un sociólogo que enriquece la disciplina con trabajos originales y penetrantes estudios teóricos sobre la realidad contemporánea.

NBEP. Su actividad dominante desde hace más de cincuenta años ha sido el hacer sociológico, ya como estudiante, como docente, como directivo universitario, como investigador. ¿Cómo ve el futuro de la disciplina en nuestro país y en América Latina?

HEPR. Lo que puedo ver a través de tantos años es que no tenemos, en el caso colombiano, un resultado exitoso de una sociología a la altura de las necesidades del país dentro del ámbito nacional y en igualdad de condiciones a la sociología europea y norteamericana. Hoy por hoy no se puede hablar de una sociología colombiana que tenga aportes y una trayectoria que la acredite como de importancia en el medio latinoamericano. Esa es mi percepción. En cuanto a América Latina, cuya evolución he seguido de cerca, mi impresión es que tampoco se ha llegado muy lejos. Ha habido trabajos individuales; en el caso argentino, por ejemplo, hay una producción interesante, pero no se puede decir que los sociólogos argentinos o los mexicanos o los brasileños sean punto de referencia para la sociología mundial o hayan hecho aportes esenciales. En esto no estoy exagerando, pues, si la disciplina sociológica es una ciencia, el supuesto implícito es que debe producir conocimiento nuevo y ese conocimiento que sería de la teoría y de las interpretaciones de la realidad en distintos niveles no se da. Hay sociólogos estudiosos que producen cosas, insisto, interesantes, pero con un nivel todavía lejano a la producción mundial en el área de la sociología. Existen los indicadores que lo comprueban. En el caso de la teoría, en todo lo que he consultado al respecto, no aparece en la bibliografía ni siquiera un nombre de latinoamericano como fuente.

NBEP. En general en estas entrevistas sobre la vida intelectual y académica se invisibiliza la familia. Yo empecé preguntado sobre sus orígenes familiares, su conformación, la religiosidad, etc. Me gustarían unas palabras sobre su vida familiar actual y obviamente la conexión de esta con el ejercicio disciplinar.

HEPR. Me casé con Gloria siendo ambos estudiantes de la Universidad Nacional. Una vez graduados nos incorporamos a la carrera profesoral, creada a partir de la Reforma de 1965. Recorrimos el escalafón hasta su máximo nivel, la titularidad. Entregados por entero a la docencia que colmaba nuestras expectativas profesionales, la vida del hogar se centró en nuestros dos hijos, con quienes tejimos lazos de afecto muy fuertes, a tal punto que, cuando se independizaron y formaron su propia familia, seguimos contando con ellos como si no se hubieran ido de nuestro lado. Ambos están casados, Marcela tiene una niña de catorce años y Sergio tiene un niño de seis años y una niña de dos años.

NBEP. Muchas gracias.

*Entrevista realizada entre junio del 2015 y abril del 2016, como parte de los proyectos de la Sección de Teorías Sociológicas del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia.

Cómo citar esta entrevista: Pérez, H. E. (2020). Entrevista al profesor Hésper Eduardo Pérez Rivera (parte 11). Entrevista por N. B. Esguerra. Revista Colombiana de Sociología, 43(2),333-353. Doi: https://doi.org/10.15446/rcs.v43n2.88787

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