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Revista Colombiana de Sociología

Print version ISSN 0120-159X

Rev. colomb. soc. vol.44 no.1 Bogotá Jan./June 2021  Epub Nov 22, 2021

https://doi.org/10.15446/rcs.v44n1.77335 

Sección General

Desafíos y tensiones al orden de género en la Universidad del Valle*

Challenges and tensions to the order of gender in the Universidad del Valle

Desafios e tensões à ordem de gênero na Universidad del Valle

María Eugenia Ibarra Melo** 
http://orcid.org/0000-0001-6083-6676

** Universidad del Valle, Cali, Colombia. Doctora en Sociología. Profesora Universidad del Valle. Integrante del Grupo de Investigación Acción Colectiva y Cambio Social (ACASO). Correo electrónico: maria.ibarra@correounivalle.edu.co orcid: https://orcid.org/0000-0001-6083-6676


Resumen

Este artículo analiza las relaciones y prácticas de género de los estudiantes de la Universidad del Valle, desde una perspectiva constructivista, que devela los vínculos y entrecruzamientos que las definen, capta las interacciones entre hombres y mujeres, homosexuales, transexuales e individuos de género fluido, jóvenes y adultos, blancos mestizos, afrocolombianos e indígenas, caleños, vallecaucanos y de otros municipios de Colombia; casi todos de ingresos bajos y medios. También se fija en los actos y comportamientos relacionados con las posiciones sociales de los estudiantes y en los modos de apropiación del campus, identificando espacios de representación y representaciones del espacio, la separación que se percibe entre los géneros, las etnias, los consumos o la pertenencia a una disciplina. La ruta de investigación privilegia la mirada etnográfica y la observación intencional, utiliza como principales herramientas las conversaciones informales, los grupos focales, los talleres y la cartografía social. La información obtenida permite evidenciar que en el campus de Meléndez interactúan diversas sexualidades y orientaciones del deseo, identidades y expresiones de género, que conviven en un ambiente de reivindicaciones y de retos a los privilegios de la masculinidad hegemónica. Esas tensiones se producen en un campo de deliberación y disputa, que revela la oposición al sistema sexual binario, por parte individuos y de algunos agentes vinculados a colectivos y organizaciones políticas, pero también la defensa del orden de género por parte de otros. El texto se divide en tres apartados: en primer lugar, muestra cómo los estudiantes se apropian del espacio y entran en disputa por subvertir o mantener el orden de género. En segundo lugar, el artículo describe el modo en que se produce su sociabilidad en la universidad y destaca matices en las prácticas espaciales que se viven en el campus. En tercer lugar, analiza cómo y quiénes enfrentan algunas prácticas heteropatriarcales o las mantienen para preservar el orden de género.

Descriptores: relaciones de género, roles de género, sistema de género, transgresión.

Palabras clave: orden de género; prácticas de género; relaciones de género; representaciones; Universidad del Valle

Abstract

This paper analyzes the gender relations and practices of the students of the Universidad del Valle from a constructivist perspective. It reveals the links and intersections that define them, captures the interactions between cis, men and women, homosexuals, transsexuals, individuals of fluid gender, youngsters and adults, white mestizos, Afro-Colombians and indigenous people, and people from Cali, Valle del Cauca and other municipalities in Colombia; almost all them being of low and middle income. The paper also looks at the acts and behaviors related to the students' social position and the appropriation forms of the university campus, identifying spaces of representation and representations of space, the perceived separation among genders, ethnic groups, consumption forms or belonging to a discipline. The research route favors the ethnographic gaze and intentional observation, using informal conversations, focus groups, workshops and social cartography as the main tools. The information obtained reveals that on the Meléndez campus interact different sexualities and desire orientations, as well as gender identities and expressions, coexisting in an environment of demands and challenges to the privileges of hegemonic masculinity. These tensions occur in a field of deliberation and dispute, that reveals opposition to the binary sexual system, by individuals and some agents linked to groups and political organizations, but also the defense of the gender order by others. The text is divided into three sections: first, it shows how the students appropriate the space and enter into a dispute to subvert or maintain the gender order. Second, it describes the way in which their sociability occurs at the University and high-lights nuances in the spatial practices they live. Third, it analyzes how and by whom some hetero-patriarchal practices face or maintain them in order to preserve gender order.

Descriptors: gender systems, gender relations, gender roles, transgression.

Keywords: gender relations; gender order; gender practices; representations; Universidad del Valle

Resumo

Este artigo analisa as relações e práticas de gênero dos estudantes da Universidad del Valle, a partir de uma perspectiva construtivista, a qual revela os vínculos e cruzamentos que as definem. Assim, capta as interações entre homens e mulheres cis, homossexuais, transexuais e indivíduos de gênero fluido, jovens e adultos, branco-mestiços, afro-colombianos e indígenas, caleños, vallecaucanos e de outros municípios da Colômbia, quase todos de renda baixa e média. Também analisa atos e comportamentos relacionados às posições sociais dos estudantes e modos de apropriação do campus universitário, identificando espaços de representação e representações do espaço, a percepção da separação entre gêneros, etnias, consumo ou pertença a uma disciplina. O percurso da pesquisa privilegia o olhar etnográfico e a observação intencional, utilizando conversas informais, grupos de discussão, seminários e mapeamento social como principais ferramentas. As informações obtidas mostram que diversas sexualidades e orientações de desejo, identidades e expressões de gênero interagem no campus Meléndez, coexistindo em um ambiente de exigências e desafios aos privilégios da masculinidade hegemônica. Estas tensões são produzidas num campo de deliberação e disputa, revelando tanto a oposição ao sistema sexual binário, por parte de indivíduos e alguns agentes ligados a coletivos e organizações políticas, como a defesa da ordem de gênero por outros. O artigo está dividido em três seções: em primeiro lugar, mostra como os estudantes se apropriam do espaço e entram em disputa para subverter ou manter a ordem de gênero; em segundo lugar, descreve a forma como sua sociabilidade é produzida na universidade e destaca nuances nas práticas espaciais vividas no campus; em terceiro lugar, analisa como são confrontadas ou mantidas por parte dos estudantes, algumas práticas hetero-patriarcais associadas à ordem de gênero.

Descritores: papéis de gênero, relações de gênero, sistemas de gênero, transgressão.

Palavras-chave: ordem de gênero; práticas de gênero; relações de gênero; representações; Universidad del Valle

Introducción

En la ciudad universitaria de Meléndez1, de la Universidad del Valle (en adelante Univalle), transcurren a diario múltiples interacciones entre hombres y mujeres cis, homosexuales, transexuales e individuos de género fluido; jóvenes y adultos, blanco-mestizos, afrocolombianos e indígenas; caleños, vallecaucanos y de otros municipios del país, de ingresos medios y bajos. Varios de estos estudiantes-agentes, en su proceso de individuación, se rebelan contra las definiciones que otros hacen de ellos, a partir de su sexo biológico; están construyendo nuevos cuerpos, defienden preferencias sexuales abiertas y se oponen a la heterosexualidad obligatoria. Pese a la conflictividad que esto desencadena2, las relaciones y prácticas de género se dan en un ambiente que permite la convivencia y, por supuesto, la discusión académica y política. En este artículo nos dedicamos al análisis de dichas prácticas y relaciones.

Respecto al método, privilegiamos la mirada etnográfica y la observación intencional. Esta experiencia, como diría Eduardo Restrepo (2016), transformó sustancialmente nuestra forma de observar el modo en que transcurre la cotidianidad en el campus. Durante el trabajo empírico, realizado durante más de un año (2017-2018), nos pusimos los lentes de la academia. Somos conscientes de que nuestros conocimientos llevan incorporados valores y sesgos de las ciencias hegemónicas y, por ello, intentamos, siguiendo las recomendaciones de Sandra Harding (1996), cuestionar los fundamentos intelectuales y sociales del pensamiento científico y ocuparnos a fondo de las posibilidades de utilizar la ciencia social y humana con fines emancipadores. También recibimos la invitación de Donna Haraway (1995) para reconocer que el conocimiento no refleja realidades neutras. Sobre todo, porque asumimos que esta investigación se nutre de nuestras inquietudes como ciudadanas y sujetos políticos, que tienen valores. Finalmente, dejamos claro que este es un ejercicio de reflexividad, que parte de nuestra situación como docentes de la Universidad del Valle, y quienes hacen parte de la realidad que investigan. Siguiendo a Pierre Bourdieu (1988), reflexionamos sobre las posibilidades de aprehender las lógicas que ponen en marcha los agentes sociales que producen sus prácticas, actuando en un tiempo y un espacio determinado.

En las observaciones en el campus apreciamos algunos fenómenos que se presentaban dispuestos, de antemano, en pautas que parecían independientes de nuestra aprehensión. Como lo hacen notar Berger y Luckmann (1999), la realidad de la vida cotidiana se presenta ya objetivada, es decir, constituida por un orden de objetos que han sido designados como tales antes de que aparecieran en escena. En diferentes días y horarios, nos detuvimos en los lugares más concurridos de Meléndez: cafetería central, centro deportivo universitario, Biblioteca Mario Carvajal, plazoleta de Ingenierías, bajos de Ciencias Naturales, Administración central, y los alrededores de todos estos espacios (figura 1).

Fuente: Oficina de Planeación y Desarrollo Institucional, Universidad del Valle, 23 de enero del 2018.

Figura 1 Mapa de la Universidad del Valle 

Durante las observaciones nos fijamos en los actores que confluyen en varios tipos de interacciones -visuales, táctiles, verbales- y en captar las prácticas de quienes intervienen en ellas.

Registramos la masiva presencia de estudiantes en espacios abiertos, su tránsito y permanencia en las cafeterías, las plazas y los exteriores de los edificios que, a pesar de su escaso acondicionamiento como lugares de reunión, les permiten esparcimiento, discusión académica y política. Por supuesto, en estos lugares también circulan trabajadores, empleados, profesores y personas externas a la comunidad universitaria. No obstante, la interacción y comunicación se presentan más entre miembros de un mismo estamento y menos entre estamentos distintos.

También estuvimos atentas al modo en que el lenguaje proporciona objetivaciones indispensables y dispone el orden dentro del cual estas adquieren sentido, así, la vida cotidiana gana significado para los sujetos. Este lenguaje marca las coordenadas de la vida en la sociedad y la llena de objetos significativos. Por ello, se habla de "la Central" para referirse al restaurante universitario, de "la plazoleta" para ubicar la Facultad de Ingenierías, de "Banderas" para referirse al espacio de consumo de sustancias psicoactivas (SPA), etc. En esos espacios acontece la vida cotidiana y se dan las interacciones y comunicaciones. Además, para los miembros de la comunidad universitaria, Univalle es un bien público y ello se traduce en libertad de pensamiento y autonomía para actuar, es un lugar de derechos, deliberación constante, compromiso político, pero también de reproducción del orden de género y de las desigualdades étnico-raciales. Esto a pesar de la inclusión de cientos de indígenas y afrodescendientes que ingresan por condición de excepción o medidas de acción afirmativa.

Ahora bien, aquí entendemos por orden de género, de acuerdo con Jill Matthews (citada por Connell, 1987, p. 98) la construcción histórica de un patrón de relaciones de poder entre hombres y mujeres y la consecuente delimitación de la feminidad y la masculinidad. Para Connell (1987), las masculinidades son una parte esencial de ese orden y no pueden entenderse al margen de él, o a partir de las feminidades que los acompañan. Para ampliar esta perspectiva, Ana Buquet señala que este sistema de organización social:

subordina a las mujeres como colectivo frente al colectivo de los hombres y construye diferencias arbitrarias cuyo resultado es el desempeño de papeles sociales diferenciados y jerarquizados que se reproducen en todos los ámbitos del ser y del quehacer humano. Esta diferenciación es producto y, a la vez, productora de distinciones de género. (Buquet, 2016, p. 28)

Para esta autora, en el orden de género se pueden observar tres dimensiones centrales: la simbólica, la imaginaria y la subjetiva.

En la dimensión simbólica, se funda la distinción de carácter dicotómico y jerarquizante entre los significados asociados a la feminidad y la masculinidad.

La dimensión imaginaria se relaciona con las imágenes socialmente compartidas, que producen prácticas sociales diferenciadas entre hombres y mujeres, organizadas y reforzadas por las instituciones.

La tercera dimensión -la subjetiva-, funciona como un mecanismo de internalización de estas diferencias, cristalizadas en las identidades de género, que participan en la reproducción y en la resistencia frente a los mandatos del orden generizado (Buquet, 2016, p. 29).

Ese orden representa unas pautas muy extendidas en la sociedad, que siguen las relaciones de poder y dominación. Los datos empíricos sobre desigualdad ponen de manifiesto la base de un área organizada de prácticas y relaciones sociales, mediante la cual las mujeres se mantienen en posiciones subordinadas. En las sociedades capitalistas occidentales, el poder patriarcal sigue definiendo las relaciones de género. Desde el nivel individual hasta el institucional, diversos tipos de masculinidad y feminidad se ordenan en torno a una premisa central: la dominación masculina.

De ese modo, las relaciones de género son el resultado de las interacciones y prácticas cotidianas. Los actos y comportamientos de la gente corriente en su vida privada están directamente conectados con las posiciones sociales colectivas. En los ámbitos del poder, el cuerpo y la cultura, se observan los vínculos y entrecruzamientos que las definen. Por lo anterior, estas relaciones son interacciones socialmente pautadas entre varones y mujeres (Connell, 1987).

Prácticas espaciales de los estudiantes. Una lectura sobre la apropiación del campus de Univalle

Para Pierre Bourdieu (1988) las prácticas están ligadas al habitus de clase y a los condicionamientos que este impone. Del mismo modo, estas se atan a la posesión de capitales: social, económico, cultural y simbólico, los cuales se ponen en uso en cada campo al que los individuos pretenden entrar. Según esta perspectiva teórico-metodológica, estos capitales son los principios a partir de los cuales se estructuran las prácticas de los diversos agentes sociales. Ellos constituyen la gama posible de los recursos y de los bienes de toda naturaleza que sirven a la vez de medios y de apuestas a sus inversores. Bourdieu habla de "el sentido de las prácticas" y reflexiona sobre las posibilidades de aprehender la lógica que ponen en marcha tanto los agentes sociales que las producen como quienes las aceptan, en un tiempo y contexto determinados.

Para el análisis de la dinámica de las prácticas en el espacio social, reconocemos que este es un producto de la sociedad y dado que cada sociedad tiene una forma específica de pensarse en el mundo, tiene por derecho la capacidad y necesidad de producir su propio espacio y, por lo tanto, todo individuo tiene derecho a la construcción de este, tal como propone Henri Lefebvre (2013).

Para Lefebvre, tal apropiación se puede interpretar mediante la tríada conceptual: prácticas espaciales (espacio percibido), representación del espacio (espacio concebido) y espacios de representación (espacio vivido). Estos conceptos permiten analizar cómo se apropian el campus los estudiantes y determinar cuáles espacios comparten con otros miembros de la comunidad universitaria, dónde se encuentran, en cuáles surgen relaciones de cordialidad o de solidaridad y cuáles son representados como lugares de lucha, de oposición al poder, etc. Es decir, qué espacios son distinguibles y por qué allí se nota la separación entre los géneros, las etnias, las generaciones, los consumos, la pertenencia a una disciplina, a una facultad o instituto, etc.

Para Lefebvre (2013), la producción del espacio se refiere a la forma en que se expresa la reproducción social de todas las distintas experiencias sociales. De ese modo, los miembros de la comunidad universitaria defenderían una concepción del espacio (del campus) como una integralidad multidimensional. Este es a la vez un lugar y un espacio social, es decir, el producto de un proceso social de apropiación. Él incorpora los actos sociales, las acciones de los sujetos -individuales y colectivas-. En él se encuentran y expresan las prohibiciones explícitas e implícitas, la posibilidad de romper vínculos o la necesidad de mantenerse unidos a sus compañeros de carrera, a los de su etnia, a los de su clase o género.

Ellos conciben el mundo social como un escenario dialéctico de producción y reproducción constante de acciones y estructuras que dan forma y contenido a las prácticas sociales, entendidas como formas de actividad social con relativa estabilidad, que articulan actividades, sujetos, relaciones sociales, instrumentos, objetos, tiempos, espacios, formas de conciencia y valores (Giddens, 2002).

Las prácticas espaciales constituyen el espacio percibido, abarcan la producción y la reproducción, los lugares concretos y las características de los conjuntos espaciales de cada formación social. Aseguran la continuidad y cierto grado de cohesión. En términos de espacio social y de cada miembro de la relación de una sociedad dada a ese espacio, esta cohesión implica un nivel garantizado de competencia y un nivel específico de rendimiento. Por ello, en Univalle son tan marcadas expresiones como "del lago para allá" (hacia las Facultades de Ciencias e Ingenierías) y "del lago para acá" (hacia Humanidades, Ciencias Sociales, Psicología y Educación). Además de servir como punto de referencia espacial, el lago denota la separación entre "buenos y malos", es decir que hacia allá están los que entraron a las carreras más exigentes en las pruebas de Estado y hacia acá los que tuvieron un menor desempeño en estas. Además, quienes se encuentran más acá del lago están cerca del consumo de sustancias psicoactivas y son catalogados como inconformes, revoltosos, etc.

Las representaciones del espacio (el espacio concebido) están vinculadas a las relaciones de producción y al "orden" que imponen esas relaciones y, por lo tanto, al conocimiento, a los signos, a los códigos y a las relaciones "frontales". Para Lefebvre (2013), es el espacio conceptualizado, el espacio de los científicos, de los planificadores, urbanistas, técnicos e ingenieros sociales quienes identifican lo que es vivido y percibido con lo que es concebido. Se trata del espacio dominante en cualquier sociedad -o modo de producción- y su influencia es fundamental en el proceso de producción del espacio y en la actividad productiva de la sociedad.

A esa concepción se oponen los grupos estudiantiles, que luchan por apropiarse del guadual (un espacio de venta y consumo de sustancias psicoactivas); que impiden el control de acceso al campus; que acondicionan lugares como plazoletas, escenarios deportivos, de montaje teatral, actuación artística y de discusión política; que instalan mesas bajo la sombra de los árboles y las disponen como sitios de estudio; que adaptan terrazas y rincones en los edificios para leer, descansar y amarse, los que acaparan los espacios asignados por la Vicerrectoría de Bienestar Universitario y se niegan a devolverlos; los que cercan un lugar y establecen una huerta. Es decir, los que crean ambientes según las actividades que estén desempeñando en su cotidianidad académica, cultural o política.

A partir tanto de las descripciones elaboradas en los diarios de campo, como de nuestras percepciones de la cotidianidad sobre lo que acontece en la ciudad universitaria de Meléndez, comprobamos los datos de Registro Académico: las mujeres están ingresando cada vez más a la Universidad y ya constituyen la mitad de los estudiantes del alma mater3. Ello no quiere decir que lo hagan en todos los campos del conocimiento, ni que hayan desaparecido las profesiones feminizadas ni las masculinizadas. No obstante, ahora se destaca una importante presencia de ellas en Ingenierías y en Ciencias básicas, lugares que estuvieron vedados para las estudiantes y profesoras, durante largos años.

Hoy ellas permanecen más tiempo en Univalle y tienen casi las mismas prácticas que los hombres. Se dedican a la revisión de materiales académicos; a la lectura por placer bajo un árbol, sentadas o acostadas en los pisos de los edificios o en las cafeterías, mientras hacen fila para ingresar a la cafetería central, o en las plazoletas y otros lugares del campus. Otras observan sus apuntes y se preparan para las pruebas académicas, solas, en pareja o en grupo. Ocupan y hacen uso del campus como sitio de formación del pensamiento, de construcción de vínculos y lazos sociales con otras mujeres y varones cis y homo. También captamos que hombres y mujeres avanzan al mismo ritmo en el dominio de la tecnología y que su acceso a ella pareciera darse en igualdad de condiciones. Tanto unos como otras utilizan celulares, reproductores de música, tabletas y portátiles, mientras caminan o se sientan en un rincón con acceso a internet vía wifi, para revisar sus redes sociales y hacer consultas en la red.

Su tiempo alcanza para estudiar y participar en grupos estudiantiles, de naturaleza amplia -feministas, ecologistas y animalistas, de defensa de la educación pública, de diversidades sexuales, étnicos: afrodescendientes e indígenas, etc.-; para ocuparse en monitorias de investigación, académicas o administrativas; para vender algún producto (dulces, minutos de celular, cigarrillos, artesanías y sándwiches, cigarrillos y licores). Un grupo importante de estudiantes también imparte clases, elabora documentos, trabajos de grado, hace transcripciones y traducciones, generalmente para estudiantes de las universidades privadas de la ciudad que acuden a Meléndez para comprar estos servicios.

Pero no todo es esfuerzo y trabajo, también dejan espacio para departir con sus amigos, compañeros y sus parejas sentimentales, tanto en los lugares abiertos como en los edificios que albergan las facultades y los programas académicos, en la biblioteca o casi en cualquier lugar del extenso campus de Meléndez. Este tiene 10 000 000 m2 y es el segundo más grande de Colombia. Muchos practican deporte o realizan actividad física, en diferentes horarios. Mujeres y hombres consumen licor y alucinógenos en diferentes lugares y a cualquier hora y día de la semana.

En los talleres y grupos focales, algunas consumidoras de licor señalaron que cuando se embriagan deben tomar precauciones adicionales, para evitar el asedio de sus compañeros, amigos o parejas sentimentales. Tanto ellas como ellos conciben el campus como un espacio de representación de las sexualidades y las identidades de género no hegemónicas, de las identidades étnicas y, sobretodo, de oposición al poder que representa la autoridad universitaria, la policía, el poder político y económico. Por ello, reivindican el consumo de bebidas tradicionales como la chicha y las procedentes del Pacífico, que son más baratas que las comerciales y hacen parte de la cultura popular 4.

En los lugares reconocidos como sitios de consumo de sustancias psicoactivas ellos son más visibles que ellas. En estas circunstancias, hay más relaciones entre hombres que comparten "un bareto" -como se le denomina a un cigarrillo de marihuana-, mientras hablan de música, de política, de futbol, o de cuestiones banales. En estos espacios ellos y, sobre todo, ellas luchan contra los estereotipos de una comunidad moral que los señala como desviados y permisivos con las transacciones ilegales de expendio y consumo, escudándose en la autonomía universitaria, la libertad individual y el libre desarrollo de la personalidad; y contra sus cuestionamientos al rechazo por las medidas institucionales de control.

Como dejan ver varios de estos ejemplos, el campus no tiene el mismo significado para estudiantes, trabajadores, empleados, profesores y directivos, porque en él se conjugan diversos procesos y elementos de las relaciones sociales. Por lo anterior, en este ejercicio tratamos de confrontar los espacios de representación con las representaciones del espacio con que coexisten, concuerdan e interfieren. Casi a todos los lugares es posible asignarles diferentes calificaciones en la medida en que ellos son esencialmente fluidos, dinámicos:

Direccionales, en el sentido en que se convierten en referencias, por ejemplo, la cafetería central, la plazoleta de Ingenierías, la biblioteca Mario Carvajal, la venta de frutas, el centro deportivo universitario (CDU), el ágora, los auditorios del uno al cinco.

Situacionales (su importancia depende del momento), por ejemplo, el huerto adquirió un lugar central después de su desmantelamiento por parte de las directivas universitarias, al hallar un cultivo de marihuana y ser un lugar de expendio de otras sustancias prohibidas. Otro ejemplo es la entrada de la Pasoancho, de donde salen las marchas en defensa de la educación pública y por otras causas. Esta también es importante por ser la entrada peatonal principal y en la que ocurren los "tropeles" o enfrentamientos de encapuchados contra el Esmad.

Relaciónales (de quienes participan en su uso), por ejemplo, la Tulpa indígena que utiliza el Cabildo Universitario compuesto por los grupos misak, pasto, pisamira, nasa y yanacona, quienes se reúnen para programar actividades culturales y hacer rituales, etc. También los bajos de la cafetería central, sobre todo en el horario de almuerzo (11:30 a. m. -2:00 p. m.), cuando los compañeros de programa se guardan turnos en la fila de ingreso al comedor; o las canchas de basquetbol, los días viernes en la tarde, cuando asisten a las audiciones -programadas por los grupos estudiantiles y financiadas por Bienestar Universitario-, y a otros eventos culturales.

El concepto de espacios de representación (el espacio vivido) incorpora simbolismos complejos, a veces codificados, a veces no, vinculados al costado clandestino o marginal de la vida social, como también al arte. Los espacios de representación producen, generalmente, resultados simbólicos. El espacio social, que es la conjugación de todas estas dimensiones, es una herramienta para el análisis de la sociedad. Las prácticas espaciales, representaciones del espacio y espacios de representación contribuyen en diferentes formas a la producción del espacio de acuerdo con sus cualidades y atributos, de acuerdo con la sociedad o el modo de producción en cuestión y de acuerdo con el período histórico.

Ante la pregunta ¿cuál es el modo de existencia de las relaciones sociales?, Lefebvre (2013) respondió que las relaciones no pueden existir sin un soporte: el sustrato material. Por ello, en diferentes actividades realizadas para esta investigación, principalmente en la cartografía social, estudiantes identificaron las topofilias, para referirse a los lugares sagrados, a aquellos donde desarrollan actividades lúdicas o de interés académico, cultural y político y se sienten bien, tranquilos/as, seguros/as, protegidos/ as, que en este caso se corresponden con los edificios donde se ubican los programas académicos, la biblioteca central, la plazoleta de ingenierías, el CDU, etc. Y a las topofobias, como lugares siniestros, apartados, reservados para actividades prohibidas, "inmorales", no aceptadas, que les producen miedo, inseguridad, rechazo. De acuerdo con los puntos marcados, estos lugares son el paso hacia el parqueadero de motocicletas, la plazoleta de banderas, todas las salidas de la Universidad y la cafetería central (en horas de la noche).

De acuerdo con estas percepciones, los/as estudiantes, como usuarios del campus, se han apropiado de varios lugares y los han acondicionado para trabajar, estudiar, jugar y divertirse, conversar, discutir problemas políticos, sociales, ambientales, presentar eventos musicales, consumir licor y sustancias psicoactivas, entre otras actividades. En esa medida, unos más que otros, están reconfigurando lo que se denomina la representación espacial y están gestando espacios de representación para grupos e identidades colectivas, ya sean de género, étnicas, asociadas con preferencias musicales, ideológicas, etc.

Esa dinámica de apropiación también ha contribuido al deterioro físico del campus, al introducir ventas de comidas, estupefacientes, software ilegal, etc. y al privatizar los espacios estudiantiles para guardar todo tipo de materiales, cambiando el objeto de estos e impidiendo su rotación con los grupos que han surgido, con nuevas orientaciones y expectativas.

Insistimos en que este análisis de los espacios de Univalle es indispensable porque permite mostrar la reproducción y recreación de esas relaciones y prácticas de género que en estos se reproduce. En estas prácticas y relaciones hay nuevas representaciones del espacio y espacios de representación que hacen modificar los sentidos que las personas le dan a su experiencia académica y ciudadana.

Por ejemplo, tanto en la fila de compra de tiquetes, como en las de ingreso a los comedores de estudiantes y monitores al restaurante universitario (en este almuerzan a diario más de 5000 personas), se presentan conflictos entre comensales. La costumbre de permitir el ingreso de compañeros y amigos retrasa el ingreso de quienes tienen turno de entrada y deben cederlo "a los colados". Es frecuente presenciar refriegas, altercados y escuchar gritos, chiflidos, lenguaje soez, burlas, amenazas y hasta agresiones físicas, entre quienes defienden su lugar y quienes no respetan los turnos.

En esa disputa se generan situaciones incómodas, sobre todo, entre los estudiantes. Las que más sufren con este juego de poder son las mujeres, quienes son intimidadas por cuerpos y actitudes masculinas que se abren espacio para ingresar a la fila. A pesar de las recriminaciones que ellas hacen a los agresores, la fuerza de la costumbre ha naturalizado esta práctica, por eso quienes la condenan son catalogados como cómplices de las directivas, a las que atacan para que construyan un nuevo comedor, como si la solución a las largas filas estuviera relacionada únicamente con la expansión del lugar y no con las prácticas permisivas de quienes utilizan inadecuadamente el servicio.

En este sentido, es importante analizar, tal como señalan Berger y Luckmann (1999) que hay prácticas explícitas, implícitas, afectivas, connotativas y no todas son conscientes. En varias de ellas permanecen arraigadas representaciones sociales que devalúan la condición femenina: a las mujeres se las puede amedrentar (sobre todo en lugares oscuros) para que se abstengan de denunciar el acoso sexual u otro tipo de violencia, irrespetar (insinuándoles sus supuestas debilidades, minimizando sus aportes o no reconociéndolos), de tal modo que se valorizan los comportamientos machistas (los hombres deben mostrar que saben, que tienen fuerza física, arrojo, hablan fuerte, no lloran, son insensibles y dominantes, etc.).

Del mismo modo que interesa la forma en que los miembros de la comunidad académica expresan sus sexualidades y orientaciones del deseo, identidades y expresiones de género, asociadas a las demás variables sociológicas, también resultan de interés para este ejercicio el modo en que se socializa en el campus y en el que se producen relaciones sociales performativas. A continuación, nos referimos a estas relaciones y prácticas, unas muy propias de las dinámicas de Univalle y otras asociadas al carácter de la ciudad de Cali y a los tiempos y contextos en que se producen reivindicaciones de las mujeres frente al acoso y la agresión sexual, principalmente, denunciados por el movimiento global Me too para promover "empoderamiento a través de la empatía" y que en el caso específico de la universidad provocó la denuncia de prácticas sexistas de profesores, trabajadores y estudiantes que acosan y hasta manosean a las mujeres.

La sociabilidad univalluna

Según Simmel (2002), los individuos actuamos para otros, con otros y contra otros. Nuestras relaciones son formas recíprocas de interacción y de estar juntos, los individuos no solo ejercen efectos sobre otros, también los reciben de ellos. Al analizar la sociedad, él distingue entre forma y contenido, de ahí deduce que lo que impulsa a los individuos a ejercer una acción sobre otros o a recibir su influjo son los contenidos. La forma es lo que constituye la sociedad propiamente dicha. En este sentido, la sociabilidad es la forma pura de socialización, que se caracteriza por el solo hecho de estar juntos. Ella tiene condiciones de relación que hacen posible la igualdad.

En las observaciones, talleres y en la cartografía social realizadas para esta investigación, constatamos que los estudiantes utilizan, sobre todo, los espacios cercanos a su programa académico y muestran un gran sentido de pertenencia a su facultad. En otras ocasiones, acuden a las actividades programadas en diferentes edificios: clases, conferencias, foros, reuniones, actividades lúdicas y políticas, etc. Es preciso señalar que unos espacios están mejor dotados que otros, ofrecen más servicios y permiten la sociabilidad, con miembros de la comunidad universitaria o con agentes externos, de este grupo hacen parte los visitantes -estudiantes, egresados y miembros de otras universidades-, trabajadores de las construcciones, vendedores ambulantes, proveedores, etc.

En estos espacios, ellos disfrutan de la compañía y la relación con el otro. Pareciera que su único interés es disfrutar de la conversación, estar juntos, así no conozcan la procedencia, no militen en su organización, no pertenezcan a su disciplina académica, no se identifiquen con el mismo grupo étnico, el género, la preferencia sexual o la clase social, no profesen la misma religión o no compartan sus tendencias ideológicas o hagan parte del grupo político al que ese otro está vinculado, etc. Como señaló Simmel (2002), en las otras formas de socialización los intereses contrapuestos no permitirían que las personas estén juntas, en la sociabilidad sí.

Por ello es tan importante observar el modo en que esta se produce entre pares o con los demás agentes con los que se interactúa en el campus. En ese sentido, la sociabilidad es más fluida entre estudiantes. Por su juventud, por la exploración continua que mantienen respecto al mundo social, las motivaciones políticas y académicas, estas personas reciben el impulso de sociabilidad y establecen relaciones de interacción recíproca, que contienen interdependencias y entrelazamientos entre individuos y que son favorecidas por el entorno de la Universidad: un amplio campus lleno de vegetación y fauna, grandes espacios deportivos y edificios aislados. A veces lo hacen por el simple hecho de conocer a otros, mediante el inicio de una conversación intrascendente; de sentirse iguales a otros en determinadas situaciones. Estas circunstancias permiten que se inicie un diálogo, sin que necesariamente haya una presentación mutua de por medio.

Tenemos claro que para estos/as estudiantes, el campus universitario es solo uno más de los espacios de socialización, la universidad una más de las instituciones socializadoras a las que están expuestos sus integrantes y que ellos reciben otras influencias del medio: de la comunidad, el barrio del que proceden, de sus familias, de las iglesias a las que pertenecen, de las organizaciones políticas en las que militan y de los grupos culturales que integran, etc. En ese sentido, sus formas de relación dependen también de esos acumulados y de cómo utilizan sus capitales en una ciudad como Cali y en la tercera Universidad más importante de Colombia. A continuación, mostramos ejemplos de cómo se producen algunas interacciones en el campus y cómo fluyen las relaciones y las prácticas de género.

En las interacciones cotidianas no fue fácil captar el modo en que funciona el lenguaje verbal, ni detectar las convenciones gestuales (las miradas, los silbidos, los roces, etc.). Sin embargo, logramos reconocer que, en la Universidad, como en cualquier calle de la ciudad, algunos hombres -tanto de la comunidad universitaria, como externos- ríen y gesticulan para llamar la atención de las mujeres. Por ejemplo, trazan con la mano gestos evocadores -siluetas de mujeres, caricias sobre su cuerpo, etc.-; utilizan juegos de palabras y de entonación, insinuaciones sexuales, piropos, frases de doble sentido alusivos a su forma de vestir y, en general, cierta desviación semántica para referirse a ellas. Cuando están en grupo, amplían las posibilidades de ingeniárselas con lo prohibido para tener un habla sexual "velada" indirecta. Empleando las palabras de Mayol (1999), los ejemplos de erotización del lenguaje abundan. En el campus se escuchan con frecuencia, al paso de una mujer bonita, sensual o atractiva, las expresiones: mamasssita, ta' buena pa..., uhmm qué rica (como deleitándose con un buen plato), etc., así como las miradas insistentes, sugestivas o insultantes a distintas partes del cuerpo femenino.

Aunque se presentan menos, durante los talleres y el ejercicio de cartografía social, las/os estudiantes se refirieron a que los hombres se aprovechan de los tumultos, las filas y diferentes situaciones para tener contactos innecesarios y no deseados con sus cuerpos. Estos incluyen roces corporales, tocamientos, pellizcos, abrazos o caricias no autorizadas, apretones, manoseos y hasta besos. También hicieron alusión a las agresiones abiertas contra hombres y mujeres con orientación de género no hegemónica, que se expresan a través de las burlas y chistes alrededor de su estética y preferencia sexual.

En un taller con personal de vigilancia y seguridad, un vigilante señaló: "en su documento tienen una apariencia y en lo real son otra persona. Por eso al pedir el documento, nos equivocamos al referirnos a la persona y eso puede ser tomado como agresión para las personas trans" (Taller 4, 21 de abril del 2018).

La mayoría de mujeres, por el contrario, mantienen comportamientos pudorosos, es decir, se presentan con reserva de prácticas estereotipadas, que están en el origen y en el fin del discurso de la sexualidad. Las más tímidas intentan parecer no chocantes, evitan decir más de lo conveniente; conservan los modales del lenguaje y el cuerpo femenino en el espacio público del reconocimiento.

Sin embargo, es conveniente referirse a las más politizadas, aquellas que se han entrenado en organizaciones y movimientos contestatarios o que participan activamente en colectivos feministas o son representantes de sus identidades étnicas y sexuales. Ellas hacen propio el espacio, no son ajenas a él y no piden permiso para ocuparlo. Algunas exhiben actitudes que parecen alzarse contra el patriarcado y el ideal de feminidad. Han tomado el campus de Univalle como una "habitación propia", se rebelan contra los cánones (actos de género) impuestos por el androcentrismo, como la obligación de la belleza femenina; se muestran contestatarias, liberadas de las obligaciones, desafiantes.

Quizás esta sea una muestra de agencia femenina, que habla de un nuevo tipo de estudiante mujer que con sus actitudes y cuestionamientos no parece temer al poder masculino. Con su presentación en la vida cotidiana lo interpelan, lo ponen en evidencia, lo cuestionan y, de ese modo, muestran cómo funciona el dominio patriarcal. Las estudiantes más osadas se exponen frontalmente a las miradas acusadoras, desafían la normalidad de género, la feminidad esencial y confrontan el binarismo de la sexualidad. Su apariencia puede interpretarse como descuidada, pero en algunos casos es bastante "producida" e intencional. Visten ropa sucia, rota o manchada; lucen el cabello desgreñado, con diferentes tinturas o, simplemente, rapado; usan turbantes, su escasa vestimenta les permite mostrar grandes tatuajes en todo el cuerpo. Todo esto hace parte del performance público, de acuerdo con el rol que quieren interpretar.

Este comportamiento y presentación en público las expone a los ataques de los recalcitrantes que "les exigen comportarse como damas". Es decir, recibir con beneplácito piropos, miradas y frases obscenas. Ellas los enfrentan con exclamaciones de estupefacción, adoptan un aire ofuscado y ridiculizan a quienes las asedian con algunas frases del siguiente tipo: ¿qué te pasa XXX?, ¿se te perdió algo?, ¿me parezco a su mamá?, etc.

En ese enfrentamiento, los varones las tratan como infractoras indómitas de las normas y refuerzan los tonos que insinúan su inferioridad y el desprecio que sienten por "las de su clase", es decir por las que no admiten el orden sexuado o se niegan a cumplir con un tipo particular de deseabilidad determinante de las posibilidades de conseguir o conservar una relación sexoafectiva heterosexual. Hacen uso de toda gama de expresiones para estigmatizarlas (putas, zorras, marimachas, feminazis, areperas, vagas), que tienen el poder de herir a quienes tienen recursos inferiores de poder para enfrentar la violencia basada en género; sobre todo, mujeres afrocolombianas, indígenas, trans y a quienes caminan solas.

Ellos les recuerdan que están fuera de casa y que el espacio público no dispone de poder regulatorio o coercitivo para controlar el lenguaje cargado de sexualidad. En estas circunstancias, el espacio público no es el espacio de la libertad, creado y sostenido por la acción y el discurso, e irreductible a cualquier máxima o norma fundacional, tal como plantea Hannah Arendt. Desde la dimensión simbólica del orden de género, que propone Buquet (2016), los hombres convierten el campus en un lugar dominado por la fuerza inercial de la costumbre y muestran su excedente de poder como grupo establecido, frente a las mujeres como grupo marginado -dado que ellas siguen irrumpiendo, sin permiso en un espacio masculinizado-, sean estas cis o trans.

Por ello, ante el cuestionamiento crítico de esas prácticas, la respuesta es airada y violenta, sobre todo la de quienes no hacen parte de la comunidad académica y de aquellos que tienen una presencia episódica (los externos). Por su anonimato -dado que aparecen y desaparecen del escenario- ellos agreden a las jóvenes, les hacen bromas intimidatorias, las silban, les hacen gestos obscenos, etc. Es decir, ponen en funcionamiento los mecanismos de reproducción de las desigualdades de género, como la estigmatización, basada en la creencia de la inferioridad de las mujeres.

El que estas "bromas" se dirijan solo a mujeres es el signo sociológico de que estos agentes creen tener el derecho, por su condición específica -marginalidad de la presencia episódica-, de desafiarlas en el nivel lingüístico. Es decir, el derecho de ser inconvenientes, según el consenso que se fundamenta en la distribución de papeles sociales (Mayol 1999), en la legitimación socialmente otorgada a la supuesta superioridad de los hombres.

Varios grupos de hombres siguen creyendo que su papel social los acredita como libertinos imaginarios, se sienten autorizados para hacer insinuaciones y deslizar sus tentativas de seducción. Consideran que están llamados a la galantería con el objeto preciso de hacer reír, seducir o burlarse de las mujeres y de los homosexuales y lo hacen a través de un trabajo retórico específico, acudiendo a la parodia, la ironía, el doble sentido.

Este mecanismo se observa en diversos segmentos de la población universitaria: estudiantes, trabajadores de mantenimiento y de cafetería, vigilantes y trabajadores externos vinculados a las obras de construcción y mantenimiento, e incluso profesores. Se podría hacer una acumulación puntillosa de "hechos" de doble sentido, utilizando semaforización de similitud con la forma de los objetos, descripciones eróticas que evocan su forma, pero esto requiere de mayor espacio para plasmarlo.

De regreso a las observaciones sobre los estudiantes y la forma en que se apropian de los espacios, es muy importante señalar las similitudes de la presentación de estos individuos en su vida cotidiana, atendiendo a la noción planteada por Erving Goffman (1993).

Nos llama la atención que, a pesar de la permanencia de los estereotipos de género en la sociedad colombiana, las diferencias entre varones y mujeres en la universidad resulten menores en las formas de presentación. Es usual que los jóvenes lleven sus materiales de trabajo en morrales (maletines) y que vistan jean, camiseta y calzado deportivo. Estas priman sobre otras y ello parece reducir las diferencias entre unos y otras. Esto es aún más evidente en aquellos programas que estimulan el uso de uniformes, lo cual les da cierta identidad a los estudiantes con la carrera y con la universidad. Por supuesto, nos referimos a los estudiantes del pregrado, a los más jóvenes, entre los cuales una buena proporción son adolescentes o recién llegados a la mayoría de edad. Las diferencias entre estos y los estudiantes de postgrado es evidente. La mayoría de los últimos trabaja y tienen mejores ingresos, superan los veinticinco años, algunos ya son padres o madres y pasan menos tiempo en el campus.

Con respecto al modo en que exhiben sus cuerpos, notamos que ha vuelto con cierta fuerza el uso de la barba en los varones y las largas cabelleras entre las mujeres, así como los peinados que evocan rasgos culturales asociados a la afrocolombianidad. Quizás la diferencia está en ciertas estudiantes feministas que se rapan parcial o totalmente la cabeza o que lucen tintes de colores llamativos, al estilo impuesto por actrices y personajes de la farándula. Algunas de ellas sostienen que esta forma de llevar el cabello está acompañada de razones ideológicas, relacionadas con la autonomía de moldear su cuerpo y la oposición a los estereotipados rasgos de la feminidad.

Es posible, en algunos casos, señalar que estos cuerpos y actitudes deconstruyen los actos de género de quien observa pasar mujeres que se alejan del modelo convencional. Verbigracia: una mujer trans cuyos rasgos masculinos todavía son evidentes, una pareja de lesbianas que se besa o demuestra afecto en público o una mujer heterosexual que no lleva sostén y deja ver sus senos, que muestra sus piernas al vestir un minúsculo pantalón y calza botas militares. Es decir, mujeres que exhiben cuerpos que poco tienen que ver con la sensiblería o la sumisión y perturban identidades estereotipadas, porque muestran resistencia al engranaje y revocan la experiencia impuesta por el androcentrismo. Cada vez, estas experiencias femeninas parecen alzarse contra los mecanismos de control ideal del patriarcado, que impone relaciones heterosexuales, prohíbe el consumo de licor y sustancias psicoactivas a las mujeres y les prohíbe permanecer fuera de casa hasta altas horas de la noche, etc.

Como hemos reiterado, los anteriores son ejemplos de un tipo de mujer que se asocia, sobre todo, a aquellas que están vinculadas a organizaciones étnicas y grupos feministas, que desde sus plataformas políticas pueden mantener una frecuente contestación para visibilizar sus demandas. Quizás para estas mujeres se pueda hablar de procesos de:

a) Decolonización, porque con sus actos se resisten a las imposiciones del racismo y resaltan signos y características de su identidad étnica: peinados, accesorios, vestuario, pero también legitimación lingüística y retórica, valoración de sus ceremonias y rituales, etc.

b) Oposición a la heterosexualidad obligatoria. Expresan su preferencia sexual por otra mujer y viven la experiencia lesbiana como liberadora. En el caso de las trans se puede hablar de la contra estigmatización en la lucha por la balanza de poder.

c) Denuncia a la influencia de la Iglesia sobre los derechos sexuales y reproductivos. Defienden la libertad sexual y el aborto y se manifiestan en contra de la maternidad impuesta.

d) Represiones ancladas a una supuesta identidad femenina ligada a las figuras arquetípicas de la virgen, la madre, la esposa, contestándola con imágenes de seres andróginos, al establecer parejas sin ataduras, viviendo la sexualidad y el amor libremente y contestando a los ideales de belleza. Es decir, oponiéndose a los mecanismos de internalización de las diferencias.

Con estas expresiones, deconstruyen la falsa moral y condenan la violencia basada en género; resignifican las prácticas atribuidas y demandadas y van penetrando en los espacios masculinos por antonomasia. Por supuesto, estas no son las únicas imágenes que transitan en el campus, seguimos reconociendo representaciones sociales femeninas muy arraigadas, mujeres que desempeñan roles subordinados, y sobre todo prácticas muy acentuadas de resignación; perpetuación del orden de género, miedo a asumir riesgos y defensa a ultranza de privilegios masculinos. Es decir que, a pesar de haber logrado cierta apertura en distintos campos, varias siguen asumiendo el poder sin la completa investidura y todavía es visible su connivencia con el patriarcado, al defender el orden sexuado.

Pero, tal como señaló Bourdieu (2000, p. 67), si las mujeres viven los condicionamientos del género asignado, "los hombres también están prisioneros y son víctimas subrepticias de la representación dominante". A ellos también les cuesta liberarse de esas ataduras. En Univalle, algunos chicos se han vinculado a las reivindicaciones de las afrodescendientes y de las indígenas con las que comparten las opresiones raciales, de clase o la discriminación por su procedencia rural o de municipios diferentes a Cali, pero todavía son muy pocos los que se apropian de las luchas feministas o lideran discusiones que cuestionen los privilegios de la masculinidad hegemónica y la persistencia de las desigualdades de género. Quizás, porque un insider que tiene contacto con los marginados corre el riesgo de perder estatus, respeto y volverse sospechoso ante sus pares (Elias, 1998).

Sobre los jóvenes estudiantes tanto de la Universidad como, en general, de la sociedad colombiana, recae el peso que tienen las instituciones hetero-patriarcales (cosas que son proscritas para las mujeres, pero permitidas para los varones). Las estudiantes, como grupo marginado, intentan empujar a través de una silenciosa presión hacia la reducción de los diferenciales de poder, pero siguen encontrando grandes barreras en los establecidos que empujan en dirección inversa para conservar o aumentar los diferenciales y su propia autoridad. Por supuesto, hay intentos de subvertir las prácticas, pero permanece la dimensión simbólica del orden de género, que muestra dicotomía y jerarquía en la división del trabajo (hombres en los altos cargos, mujeres en cargos administrativos bajos), amplias desigualdades y brechas de género (mayor número de profesores hombres nombrados, profesiones masculinizadas bien remuneradas, profesiones feminizadas con menor remuneración) y étnicas (menor número de profesores, profesoras y estudiantes afrodescendientes e indígenas, que blanco-mestizos).

Lo complicado del asunto es que esas desigualdades se refuerzan con íconos culturales, políticos, científicos, producto de una construcción cultural y androcéntrica que se ha institucionalizado y que está presente en los nombres de los edificios, de los auditorios, de las cátedras, de los premios, como también de las imágenes y grafitis en las paredes que exaltan las frases célebres de hombres de ciencia, de las artes y letras y de los héroes históricos, y que refuerzan la asociación entre mujeres y naturaleza. Es decir, que se mantienen los imaginarios socialmente compartidos acerca de prácticas de género diferenciadas.

En el caso de la página web, algunas imágenes y comunicaciones refuerzan los estereotipos y los roles feminizados y masculinizados. En algunos hay cuestionamientos a la devaluación de género, étnica, cultural, en otras hay reelaboración o reforzamiento de los discursos. Tenemos claro que se trata de luchas en torno a la balanza de poder que se presenta de formas diversas, en todas las instituciones. Por ello, las críticas, más que a la Universidad del Valle se dirigen a los sistemas hegemónicos imperantes, que siguen catalogando a las mujeres como intrusas. También están dirigidas hacia aquellos ámbitos en los cuales los varones han logrado mayor cohesión grupal, debido a su prolongada convivencia y en los que siguen manteniendo la jerarquía interna, a pesar de la existencia de enemistades, competencia y rivalidades por el estatus.

Reflexiones finales

Las observaciones y ejercicios de cartografía social, los grupos focales y los talleres con estudiantes nos permiten señalar que persisten las desigualdades asociadas al género y que estas siguen siendo un desafío para la comunidad universitaria y, principalmente, para los/as estudiantes, porque las tensiones que estas producen están muy relacionadas con sus hábitos, sus prácticas y las representaciones que tienen sobre el espacio, los grupos sociales que integran, las ideologías que defienden o las circunstancias que están viviendo. En esos microacontecimientos de la vida cotidiana, captados a través de nuestras observaciones y ejercicios etnográficos desciframos que varios de ellos dependían de la ocasión y otros podían ser atribuirlos a otras regularidades más profundas u ocultas en el secreto de las prácticas. Por ejemplo, a las rigideces en las posturas masculinas que impiden transformar el orden de género. Estas se observan en que ellos no tienen que hacer casi ningún esfuerzo por crear una identidad positiva, debido a que poseen el carisma del grupo distintivo y llevan consigo la marca de superioridad social. Se consideran mejores, tanto en el sentido literal como figurativo. Las mujeres, por el contrario, han superado la discriminación jurídica, pero no el prejuicio social, es decir la barrera emocional, la percepción de ser inferiores.

En lo que respecta a la presentación personal, los resultados de la observación mostraron que hay escasas diferencias entre los jóvenes, ya sean hombres o mujeres. Esas diferencias son menores en sus consumos; en el acceso al arte y la cultura, la práctica deportiva y la participación política. Esto es importante, porque se trata de establecer qué tanto se mantienen o se han perpetuado los roles y estereotipos de género y de qué maneras ellos se expresan en las relaciones sociales que se dan en el espacio universitario. También porque nos permite identificar en qué aspectos se afirman los comportamientos asociados a las identidades de género, a la dominación masculina y a la subordinación femenina, las normas de la heterosexualidad y el modo en que brotan la homofobia, el sexismo y la violencia contra las mujeres.

Estas distinciones de género establecen taxonomías, son parte de los clivajes inmanentes a ensamblajes históricos de desigual distribución y acceso a recursos, que ellas tampoco han podido derrumbar en la universidad. La consecuencia es clara, esas formaciones discursivas son reales y tienen efectos materiales sobre los cuerpos, los espacios, los objetos y sujetos como en cualquier práctica social.

Por último, el análisis de las fuentes utilizadas en esta investigación nos permite señalar que en el campus interactúan diversas sexualidades y orientaciones del deseo, identidades y expresiones de género, que conviven en un ambiente de reivindicaciones y de constante denuncia de los privilegios que ofrece la masculinidad hegemónica. Esas tensiones se producen en un espacio de deliberación y en un campo de disputa, que revela oposición al sistema sexual binario, pero también una férrea defensa del orden de género y negación a ceder las prerrogativas que este les proporciona a algunos. Lo que da lugar tanto a variaciones como a permanencias de los significados de las categorías hombre y mujer.

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* Este artículo es producto de la investigación "Aportes a la política de género de la Universidad del Valle para la construcción de una sociedad en paz", financiada por Colciencias (convocatoria 740 de 2016) y la Universidad del Valle, identificado con el código de identificación. 6183. En esta participamos ocho profesoras de cinco grupos de investigación vinculados al Centro de Investigaciones y Estudios de Género, Mujer y Sociedad, Ciegms y sus resultados son la línea de base para la formulación de la política de género de la Universidad. Utilizamos una metodología mixta, que combina la indagación etnográfica (observación, entrevistas, grupos focales, talleres y cartografía social), análisis documental (actas de consejos, comités, reglamentos, acuerdos y la página web oficial), encuesta a todos los estamentos (estudiantes, profesores, empleados y trabajadores) sobre violencias contra las mujeres y las personas diversas, sobre discriminación étnico racial, entre otros elementos que permiten caracterizar a la población universitaria y conocer sus percepciones sobre las desigualdades de género. También recurrimos al análisis de datos agregados, sobre la población estudiantil, profesores, trabajadores y empleados. Este artículo solo presenta una parte de dicha investigación.

1Esta es la sede principal de la Universidad, las otras son: San Fernando (Cali), Zarzal, Cartago, Buga, Tuluá, Caicedonia, Buenaventura, Palmira y Yumbo (en el Valle) y Santander (Cauca). En Meléndez funcionan 5 facultades (Artes Integradas, Ciencias Naturales, Ciencias Sociales y Económicas, Ingeniería y Humanidades y dos Institutos: Psicología y Educación, y Pedagogía, que ofrecen más de cincuenta programas de pregrado y más de cien posgrados: especializaciones, maestrías y doctorados.

2En el ensayo teórico sobre las relaciones entre establecidos y marginados, Norbert Elias (1998) señala que el grupo hegemónico impone marcas al grupo recién llegado para devaluar su identidad y marginarlo, a fin de mantener los privilegios que le otorga su distinción. En la misma vía, Erving Goffhian (2003) señala que el estigma deteriora la identidad, tanto de las personas como de los colectivos, los géneros, las clases, etc.

3En el 2017-I, se matricularon 28 619 estudiantes:14 132 mujeres y 14 448 varones. Esto contrasta con la distribución de profesores, de cien profesores de planta, solo el 30 % son mujeres (Universidad del Valle, 2017).

4Para conocer más sobre el consumo de licor en el campus, véase Gaitán (2019).

Cómo citar: Ibarra, M. E. (2021). Desafíos y tensiones al orden de género en la Universidad del Valle. Revista Colombiana de Sociología, 44(1), 341-362.

Este trabajo se encuentra bajo la licencia Creative Commons Attribution 4.0.

Recibido: 20 de Enero de 2019; Aprobado: 23 de Mayo de 2019

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