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Praxis Filosófica

Print version ISSN 0120-4688On-line version ISSN 2389-9387

Prax. filos.  no.51 Cali July/Dec. 2020

https://doi.org/10.25100/pfilosofica.v0i51.10120 

Editorial

Nota editorial

François Gagin


Querido Lector,

Son tiempos inciertos los que vivimos; otros, que son la mayoría, dicen son tiempos inciertos los que sufrimos. Ya, en otras notas editoriales y otros escenarios académicos, lo habíamos afirmado. Toda verdad conviene repetirla, si uno conoce de antemano, por mera experiencia propia y por haber frecuentado a los clásicos, la fuerza de las ideologías y de los hábitos, así como los vanos deseos, que arropan a la condición humana. No hay nada nuevo bajo el sol, susurra a través de las épocas el viejo adagio latino. La perennidad supuesta de rasgos eternos en las andanzas humanas no hace olvidar la violencia como tampoco la imperiosa creatividad de lo efímero, se entiende la historicidad crítica que, precisamente, pone a prueba al hombre de cara a sus valores, a su figuración identitaria, a sus esperanzas; de paso, esas últimas eran consideradas unos vicios paganos mientras que, hasta hoy día, son exaltadas, ellas que siguen siendo unas virtudes cristianas. Cualquiera que sea la toma de partido que se asoma en relación con esas tendencias -buenas o malas, poco importa- esos tiempos se tornan por quien tiene unos ojos agudos y unos oídos atentos en un advenimiento filosófico: es en las crisis que la verdad de los hombres se revela. El efecto de mundialización que arroja mediáticamente a la pandemia hace emerger tanto lo que de manera socavada sabíamos como lo inesperado, lo asombrosamente cuestionable, al mismo tiempo que unas primeras tímidas palabras osan ajustarse con esos fenómenos imprevistos y emergentes. Entre las posturas pesimistas, conservadoras, nihilistas u optimistas, progresistas hasta populistas, los dictámenes aflojan rápidamente por doquier y en todas las modalidades que nuestra época ofrece en término de comunicación. En ese dominio, la abundancia reina velozmente y provoca unos choques entre intereses individuales y colectivos, privados y públicos; de ahí que la doxa se conforta; y, por ende, más se fortalece un decir y unas acciones irresponsables, más se hacen necesarias la actitud y la voz filosóficas, si, por cierto, se desea no sufrir pasional y enteramente la imperfección de nuestro presente.

En nuestro imaginario regulado cada vez más por unos procederes virtuales a los cuales consentimos sin mayor resistencia y en la realidad somática e institucional de los servicios hospitalarios de urgencia, son los gritos de dolores y la muerte o su representación cadavérica las que son patentes. De algún modo son unos de los actores principales de nuestro diario vivir. Mas, ¿no siempre fue así? ¿Nuestra existencia no se despliegue entre el nacer y el morir? Incluso, algunos aluden que hay unos modos de renacer o de morir en vida, aunque el semblante fisiológico y el cara a cara en las modalidades de una urbanidad cortés ofrecen una máscara opuesta. Resuena, entonces, el verbo de Georges Brassens que modificaba ligera y elogiosamente él de Paul Valéry: sí, es para nosotros, hoy como ayer, y por doquier, esto de que es la muerte, la muerte que siempre vuelve a empezar. Más los espíritus críticos se anticiparon en la antigüedad y otros prosiguen en la modernidad al presentar que el filosofar es aprender a morir. No hay nada de mortífero en esa meditación de la muerte sino un llamado a confrontarse con nuestra finitud e integrarla en los registros de lo ontológico, de los epistemológico, de lo ético, de lo estético y de lo político. Las problemáticas filosóficas no ignoraron ese umbral que, desde occidente, prefiguró paulatinamente el despliegue inquietante de esa disciplina (en su deseo de verdad) con su hermana, la historia en pro de ciertas resoluciones y elecciones.

Contra ese olvido de la historia, reciente o la de antaño, contra esa obsolescencia de la historia, pero también contra ese desprecio de la naturaleza o, en palabras actuales, esa suficiencia y soberbia humana (correlato de una forma de antropocentrismo) de cara a la biodiversidad en la Tierra, una forma de resistencia saludable se encuentra en el llamado heroico en atreverse a saber y conformar la difícil autonomía del pensamiento. He aquí, una forma de ese renacer al cual aludimos en líneas anteriores cada vez que se emprende la ardua tarea de forjar para uno, y, de manera incidente, para los otros un distanciamiento crítico y una acción que se desprende de ello en un efecto creativo de uno hacia el mundo y, quizás, del mundo hacia uno. En suma, de lo que se trata es perfilar una identidad singular y colectivo. He aquí una posible solución frente a las irresponsabilidades gubernamentales y populares, sobre todo cuando se dice a menudo que el actuar de esas últimas procede de una consecuencia desastrosa: el resultado de una falta de oportunidad para acceder a una educación de calidad. ¿Quién sabe? También, sobre ese punto, querido Lector, tiene el deber de expresarse en toda libertad. Que las páginas leídas y digeridas de Praxis Filosófica sean para Usted una de esas oportunidades al aludir a esa forjación crítica de uno en medio de nuestra grandiosa o miserable humanidad. Es nuestro deseo reiterado, Usted lo sabe de sobra quien tiene la amabilidad de acompañarnos desde hace un tiempo ya.

Ese modo crítico se presenta, en ese número, en una interrogación requerida sobre la historicidad del filosofar y la conveniencia de integrar esos cuestionamientos y análisis en los programas escolares y universitarios de enseñanza de la filosofía. Y como aludíamos a una presencia retraída del mundo, por efecto de un sujeto hacedor y dueño, precisamente, del mundo, haremos bien en reconsiderar la sensibilidad helena del cosmos a partir de un decir que antepone a los presocráticos y Aristóteles, en tanto que sería apeiron -¿indefinido o ilimitado?-. Lo ontológico riñe, en esa perspectiva mental antigua, con lo antropológico. Aunque somos modernos, la herencia filosófica que se dio y se da naturalmente o históricamente, si se prefiere, con lo político lleva a una reapropiación de los registros de una subjetividad donde algunos elementos del pasado contribuyen a una mayor reelaboración de nuestras problemáticas; es así como un análisis de las condiciones y los efectos de una jurisprudencia (desde el marco de la revolución francesa) asocia el campo de lo ético vía la virtud de prudencia aristotélica en el proceder del juez en pro del justo cumplimiento de la ley. En el transcurrir de la antigüedad a la modernidad, no se olvida la conversión del filosofar en la Edad media; para ello, un estudio que incide sobre la contemplación en Alberto Magno en pro de unos efectos transformadores sobre el obrar moral y político sirve de alimento crítico en una apropiación, precisamente, de lo político en la historicidad del filosofar. La mención al Estagirita se hace de nuevo patente, esta vez en un momento del desarrollo del pensamiento heideggeriano entorno a sus consideraciones sobre la praxis, lo cual bien podría proseguir en unas derivaciones políticas de cara a la supremacía (para nosotros) de lo tecnológico en el modus vivendi del capitalismo. Esos intereses se alimentan, desde otra perspectiva y metodología, por las investigaciones foucaultianas sobre la gubernamentalidad y la biopolítica al asegurar una puesta en cuestión del lugar histórico y de la funcionalidad de las ciencias humanas; por ende, encontramos otras razones para proceder, si así es nuestro deseo, a unas inquietudes políticas en relación con nuestro entorno próximo. Y, las configuraciones de ese entorno cuentan, que lo queramos o no, con el desarrollo veloz y, en cierto sentido, revolucionario, de la tecnología informática (y virtual), con un cuestionamiento de tipo ontológico sobre el software en pro de una comprensión mejor del universo digital. Para algunos, aquello del universo digital participaría de un desencantamiento del mundo; una reapropiación sintética del pensador catalán Eugenio Trías sobre las nociones de artista y ciudad sirven de alimentos para el espíritu crítico en pro de no caer en un ineficiente nihilismo.

Muchos, querido Lector, regresarán de buena gana a una normalidad cuya significación se encierra en la apariencia del nombre, la cual remite a una realidad gustosamente sufrida. No obstante, Usted que vive en ese continente latinoamericano, conoce los matices que encierran a diario esa realidad; he aquí una paradoja, entre trágica desolación y potencialidades creadoras, que no olvidamos y que provocamos, a nuestra altura de hombre y en la justa medida de nuestras capacidades. ¡Que su lectura contribuya, de algún modo, a provocar filosóficamente esa paradoja!

¡Se cuida, querido Lector, y hasta pronto!

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