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Universitas Humanística

Print version ISSN 0120-4807

univ.humanist.  no.66 Bogotá July/Dec. 2008

 

EL DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE LOS ANDES CUMPLE SUS PRIMEROS CUARENTA AÑOS


Doctor Rodrigo Querubín, Presidente de Asociación de exalumnos de la Universidad de los Andes;
Doctora Drisha Fernández, presidenta del capítulo de Antropología; Colegas Angélica Rojas y Rocío Rubio;
Profesora Claudia Steiner, Directora del Departamento de Antropología; Profesores, profesoras, apreciados antropólogos uniandinos, amigos y amigas.


Por gentileza de Drisha Fernández y de la junta directiva del capítulo de Aexandes, se me ha pedido realizar un breve recuento de la historia de nuestro Departamento de Antropología, cuyos 40 años, en realidad 41, nos convoca. Agradezco su confianza, y no sin algo de aprehensión me atrevo a hacer algunas pinceladas, ante todos ustedes, verdaderos actores de este proceso, ya sea como profesores o como antiguos estudiantes, de la vida del Departamento; en sus memorias y prácticas reposa también la historia de su trayectoria. Algún célebre historiador diría que la «historia es una canción que debería cantarse a muchas voces», con lo que quería significar que simultáneamente hay muchas historias vividas, sufridas o representadas. ¿Y qué decir en 40 años?

Recordemos que en estas cuatro décadas, desde su fundación en 1964, se han graduado más de 766 antropólogos de sus pregrados y por lo menos 40 de postgrado. Sin duda, una cifra respetable en el ámbito de los Departamentos de Antropología y casi un 35% del total de antropólogos del país. También, por sus aulas e instalaciones, más de 160 profesores han participado en la tarea de formar a sus estudiantes; profesores de diversa formación y orientación, muchos de ellos no colombianos. Esto representa un esfuerzo intelectual considerable, una notable cadena de relevos, pero al fin y al cabo un trabajo colectivo -al cual se suma el de su personal administrativo y también académico del Departamento, de la Facultad y de la Universidad-. También forma parte de la biografía del Departamento, el casi millar de trabajos -si sumamos los antiguos trabajos de campo- realizados por sus egresados en el pregrado y posgrado, muchos de los cuales constituyen contribuciones significativas y únicas a las ciencias sociales. También hay que destacar la Revista del Departamento (creada por allá en los años 80 por el profesor Jorge Morales), y las publicaciones -en forma de artículos o de libros- promovidas por el Departamento y la Facultad.

La proyección de los antropólogos uniandinos en el país es también, en alguna forma, un patrimonio de su Departamento. Sin duda, la arqueología, la lingüística, la antropología física, la etnohistoria, la antropología social, entre otros campos, no serían las mismas sin la contribución de todos ustedes.

Nuestra historia arranca, como es de conocimiento de muchos de ustedes, en un avión, más exactamente en un viejo Constellation que hacía la ruta Cartagena-Bogotá. Allí, dos grandes personajes, dos grandes intelectuales, cruzaron su destino.

Uno de ellos, el profesor Gerardo Reichel; el otro, don Ramón de Zubiría, nuestro querido y contertulio rector. Reichel -según nos contara don Ramón unos pocos meses antes de morir- le confesaba no querer nunca más regresar a las aulas, debido aparentemente a una mala experiencia en la Universidad de Cartagena, donde una huelga o un tropel, había afectado seriamente su laboratorio de arqueología hasta casi destruirlo.

Unos años más tarde, Don Ramón regresaba de Medellín, de una célebre reunión de rectores y directivos universitarios, encabezada por Camilo Torres; allí se había decido la suerte de los futuros estudios sociales en Colombia, en respuesta a una eventual financiación de la Ford. Allí se decidió la fundación en los Andes de un Departamento de Antropología, en vista de que en la Nacional había ya en marcha una Facultad de Sociología, bajo la dirección de Orlando Fals Borda, establecida inicialmente como Departamento bajo la rectoría, en la Nacional, de Mario Laserna.

Don Ramón se acordó de su conversación en la ruta Cartagena-Bogotá, y ya en la ciudad se comunicó con Reichel. Le proponía, a pesar de su juramento de no volver a las aulas, crear el Departamento de Antropología de los Andes. Y Reichel cayó en la tentación, picó el anzuelo. Quizás la presencia del Doctor Hernando Groot, en la Decanatura de la antigua Facultad de Artes y Ciencias, influyó en su decisión.

Helo ahí en 1968, graduando a nuestro primer egresado: el panameño Juan Yangues, brillante estudiante, futuro alumno y discípulo de Donald Lathrop, y quien sería también docente del departamento.

Sin duda, Reichel y su brillante equipo de profesores -su esposa, doña Alicia Dussán, José de Recaséns, Silvia Broadbent, Stanley Long, Juan Villamarín, Egon Schaden, Segundo Bernal, Germán Colmenares, Jon Landaburu, Ann Osborn, entre otros-, atrajeron a estudiantes de otras facultades, los estimularon -a través de sus cátedras- a desertar de ser ingenieros o arquitectos para convertirse en antropólogos o antropólogas.

En los antiguos e inmensos salones, verdaderos galpones, donde ahora está la cafetería de estudiantes, Reichel cautivó a algunos potenciales ingenieros o arquitectos, relatándoles su experiencia entre los kogui, entre esta gente de la Sierra Nevada obsesionada por la Madre Universal.

Ya por entonces el Departamento se instalaría en su vieja morada. En esta casa de madera, fría, sostenida por grandes horcones, que crujía ante el peso de sus estudiantes, a la que ascendíamos por el camino de piedra, o por otras vías según los afanes; allí, permanecería durante casi treinta y cinco años, hasta ser trasladada -por obra y gracia de los planificadores- a su nueva sede en el quinto piso del edificio Franco, al que en un comienzo se designó (después nos acostumbramos) la BP, por su aire ejecutivo, por sus cubículos y muebles, por su verdadero estilo empresarial. Lo que no es malo, naturalmente.

Aquella antigua casona -hoy un verdadero lugar de memoria- veía pasar en esa época a jóvenes vestidos muy informalmente, que contrastaban con otros estudiantes de la Universidad, ataviados con saco y corbata. También por entonces, una joven de cabello negro, más bien bajita, ojos café oscuro, revoloteaba por el Departamento como asistente de Reichel en el lavado de sus tiestos arqueológicos, actividad en la que se volvería una experta. Venía de trabajar con los esposos Hunter, de clasificar las monstruosas moscas mutadas en el laboratorio de genética. Esta joven, Anita de Yasso, permanecería en el Departamento casi treinta y cinco años más, para convertirse en la memoria viviente de su historia, en la guardiana de sus archivos, de sus centenares de mimeógrafos, hasta que alguien en un día aciago para la historia de la Antropología decidió, aprovechando la ausencia de Anita, botarlos.

Pertenezco a la generación del Departamento -junto con muchos de los aquí presentes- que le tocó sufrir el primer gran terremoto: la renuncia de Reichel y de sus más allegados colaboradores. Este evento, que se ha convertido para la historia de la antropología colombiana en una verdadera obsesión, como el tamaño de la carpa de Malinowski para los antropólogos británicos, marcó los rumbos de la antropología, no sólo de los Andes sino del país. ¿Qué hubiera sido del Departamento y de la Antropología en Colombia si los Reichel y su equipo hubiesen continuado?

Pasada la tormenta, vino un huracán, una especie de tifón, para la Universidad. Es cierto que el Departamento sobrevivió -incorporó a nuevos y distinguidos profesores (Néstor Miranda, Piedad Gómez, Álvaro Chávez) pero la mar no parecía calmarse pero esta vez por causa de sus estudiantes que en forma masiva participaron en el movimiento estudiantil. Unos en el Moir, otros en el Bloque Socialista, ninguno, o casi ninguno, curiosamente, en la JUCO. Los primeros años de la década del setenta vio a la Universidad estremecerse con los escalerazos, con los happenings, con las representaciones de teatro de Ricardo Camacho; los estudiantes se formaban en la cafetería, discutiendo, conversando, con un poco de marihuana algunos de ellos, es cierto, estudiando y leyendo Pekin Informa, a Lenin, a Marx, a Althusser, a Martha Harnecker. Creíamos saber que era o debía ser la antropología, lo que explica el por qué, en una célebre asamblea de estudiantes, a finales de 1972, cuando nos renunciaron en masa, nuevamente, todos nuestros profesores, no nos inquietamos; al contrario, nos pusimos a identificar y seleccionar -en una reunión en el antiguo centro Enmmanuel Mounier- quienes deberían ser nuestros maestros.

Algunos de los estudiantes, de nuestros compañeros, fueron expulsados, y fue gracias a la gestiones de ese gran profesor y director, Alvaro Chávez, que lograron reintegrarse. A la generación del 70 le tocó asumir en gran parte las responsabilidades docentes hasta casi nuestros días, y gran parte de la historia de la antropología universitaria no se entiende sin esta marca de nacimiento.

En 1973, asumió la dirección nuestro colega Álvaro Soto, exalumno del Departamento. Entonces, también, unos años más, unos años menos, otros exalumnos de nuestro Departamento asumieron responsabilidades docentes, algunos de ellos hasta nuestros días -como es el caso de los profesores Jorge Morales y Elena Uprimny-. Entre aquellos primeros docentes exalumnos también se encontraron Oscar Osorio, Manuel José Guzmán y Fabricio Cabrera.

Con Soto -a la sazón, Director también del ICAN-, la antropología tuvo una gran proyección a través de la Estaciones Antropológicas, que descentralizaron gran parte de la antropología y con el tiempo el Departamento se concentró en gran medida en el proyecto de Ciudad Perdida. Muchos egresados participaron en uno y otro proyecto, modificando en ciertos casos las situaciones regionales. En Ciudad Perdida se formaron también estudiantes no sólo de antropología sino de otras Facultades de la Universidad.

Después vino lo que se ha llamado con razón el período Uribe, durante el cual se reformó el pensum de antropología y se aglutinó alrededor de Carlos Uribe un grupo de profesores que sentaría las bases del Departamento durante gran parte de la década del 80 y 90, hasta nuestros días. Algunos de ellos, como Enrique Mendoza, prematuramente nos abandonaron. Este período vio nacer, entre otros, grandes proyectos: los estudios de Felipe Cárdenas Arroyo sobre las momias muiscas; el Proyecto de La Plata en asocio con Robert Drenann de la Universidad de Pittsburg y, en 1984, el CCELA, Centro Colombiano de Lingüística Aborigen, bajo la dirección de Jon Landaburu, gracias también al interés de la profesora Grethel Werner, un verdadero ángel de la guardia para el Departamento durante sus largos años de decanatura.

Estos últimos años están marcados por la apertura de la Maestría en Antropología, cuyos más de 40 egresados representan ya una contribución significativa en el orden de la educación superior.

Sin duda, cada promoción y generación podría exaltar las figuras de algunos de sus profesores. Permítaseme, en mi caso, exaltar la figura de uno de ellos, no sólo por su particular contribución a la antropología colombiana, a lo largo de estos 40 años, sino por su especial dedicación al Departamento de Antropología a lo largo de diversos períodos.

Jon Landaburu se vinculó muy joven al Departamento de Antropología, durante la época de Reichel-Dolmattoff. A pesar de la implacable rigurosidad en los cursos de lingüística -terror de muchos compañeros- influyó ostensiblemente en la vida de varias generaciones de estudiantes, aún retirado Reichel-Dolmatoff. En diversas ocasiones fue profesor del Departamento de Antropología y sobretodo, en 1984 formó en el CCELA el primer postgrado de Antropología, en Etnolingüística, del país. En 16 años cubrió 35 de las 64 lenguas de Colombia. Formó casi cuarenta lingüistas, entre ellos algunos indígenas. El CCELA le dio al Departamento un estatus internacional y lo convirtió en una verdadera alternativa al Instituto Lingüístico de Verano.

En vez de concentrarse exclusivamente en sus intereses personales de tipo investigativo como miembro del CNRS, Landaburu consagró gran parte de su actividad al fortalecimiento de la ciencia nacional. Trabajó con desprendimiento, hasta que diversas circunstancias y miopía de ciertos sectores de la Universidad lo forzaron retirarse.

Sin duda, uno de los retos más grandes que tiene el Departamento consiste en recuperar su proyección etnolingüística no sólo por razones académicas sino por su responsabilidad ante el país.

Durante estos cuarenta años, el Departamento sin duda ha tenido cambios. Si los soles se apagan, si los continentes se mueven, si los ríos cambian de curso, porqué no el Departamento. A lo largo del mismo han pasado por sus aulas e instalaciones -como dijimos- un gran número de profesores y profesionales. Tiene, ahora, una nueva casa, un grupo de excelentes nuevos profesores. Ha habido ganancias y pérdidas. Muchos de nuestros mejores docentes y algunos de nuestros compañeros han partido. Sin embargo, hay un hilo de continuidad, una especie de historia de familia, que arranca con el parricidio y se proyecta en un pensum que, a pesar de algunos cambios, mantiene una sorprendente uniformidad.

En 1990, cuando la Universidad de los Andes le otorgó a Reichel el Doctorado Honoris Causa, el profesor declaraba su esperanza de que la semillas que había sembrado hubiesen fructificado. Quince años más tarde, quizás pudiéramos afirmar que las enseñanzas de nuestros maestros fructificaron sobretodo en su lección de que la antropología no es sólo una profesión sino un estilo de vida en la que el compromiso con los valores que allí aprendimos guía en nuestras diferentes actividades -aún aquellas aparentemente distanciadas de lo que convencionalmente llamamos antropología-.

Esta es una de las conclusiones de los numerosos encuentros que el capítulo de Antropología organizó con sus egresados más disímiles. Todos, o al menos la mayoría, dieron testimonio de su visión antropológica, de su tarea y oficio -como administrador, como joyera, como empresaria, como funcionario, etc.-. Todos aman la antropología, y este logro se debe al compromiso de profesores, funcionarios, estudiantes y egresados del Departamento, a lo largo de estas largas cuatro décadas.

Esta breve historia quedaría incompleta si no mencionáramos el inmenso esfuerzo de las antropólogas uniandinas por organizarnos y darnos visibilidad: Marina Villamizar, y en los últimos años, Drisha, Angélica y Rocío han promovido nuestro imagen de antropólogos y explicado, en encuentros y reuniones, nuestro oficio y pertinencia. Sin duda, los estudios de la historia del Departamento de Antropología tendrán que narrar este esfuerzo de asociar a los antropólogos uniandinos para que enfrentemos -desde esta trinchera- los grandes problemas del país.

Gracias.

Roberto Pineda-Camacho1
Antropólogo


Pie de página

1Antropólogo de la Universidad de los Andes, Magíster en Historia de la Universidad Nacional de Colombia y Doctor en Sociología con especialidad en Antropología Social de la Universidad de la Sorbona, París III. Roberto Pineda Camacho ha sido profesor de las universidades de los Andes y Nacional de Colombia por más de 20 años.

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