Introducción
La pobreza y la exclusión son fenómenos que están estrechamente ligados mediante una relación bidireccional; de forma tal que la exclusión puede privar delos recursos, a la vez que la pobreza puede excluir a los individuos de las esferas socio-económicas donde se determinan las oportunidades. Esta relación bidireccional hace que comúnmente la pobreza y la exclusión sean entendidas como un solo fenómeno y que, por lo tanto, los indicadores más utilizados no puedan distinguir entre estas dos condiciones sociales. Sin embargo, diferenciar estos esta dos puede traer ventajas tanto en el campo teórico como en el campo práctico.
Entender independientemente estas dos situaciones puede generar una mayor comprensión de cómo la pobreza se perpetúa en el tiempo, además puede permitir caracterizar situaciones de vulnerabilidad que aunque no representen per se pobreza, sí representan una imposibilidad para cubrirse frente a choques negativos de ingreso.
En cuanto al aspecto práctico, dicha diferenciación permite generar mejores indicadores capaces de identificar circunstancias que se refieren a la pobreza y/o a la exclusión, lo que permite una mejor planeación y evaluación de políticas públicas. Esto genera una mayor efectividad en cada una de las circunstancias específicas, donde no solo se logre combatir la pobreza sino también la correcta inclusión de los beneficiarios.
El objetivo de este artículo de reflexión es precisamente generar un marco conceptual que permita la diferenciación de la pobreza y la exclusión, particularmente en un ámbito urbano intermedio. Para esto se realizará, en una primera sección, una revisión de conceptos sobre estas dos problemáticas sociales, para luego presentar algunos aspectos de su medición. Con este marco se pretende señalar que las dimensiones que componen la exclusión no se deben sintetizar por medio de una adición2, tal como se hace con las mediciones de la pobreza. Esto último debido a que las dimensiones de la exclusión suelen ser independientes y de carácter dicotómico. Por lo tanto, las dimensiones de la exclusión deben ser analizadas de manera desagregada, de forma tal que sea más propicio reflexionar sobre una tipología de la exclusión, que sobre un nivel o margen, como sí es el caso de la pobreza.
Además del marco conceptual, se presenta en una segunda sección una ilustración del caso de ciudad de Bahía Blanca. Se toma como ejemplo esta ciudad intermedia argentina, ya que aunque sus indicadores de pobreza revelan una incidencia relativamente baja, la estructura de la ciudad muestrau na población excluida de la dinámica socio-económica.
Se toma como caso de estudio una ciudad intermedia, ya que esta actúa como vínculo entre las ciudades de nivel inferior y las de nivel superior, y además se relaciona con ciudades del mismo nivel jerárquico que desarrollan funciones complementarias (Preiss et al., 2012); lo que diferencia este tipo de ciudades de las dinámicas presentadas en las capitales o áreas metropolitanas3.
En el análisis de esta ciudad se presenta una medición de la pobreza mediante la aplicación de una metodología de conjuntos difusos, ya que este método permite la utilización de variables tanto categóricas como continuas. Dicha medición se acompaña de la evaluación de algunos aspectos de exclusión, diferentes a los señalados como síntomas de pobreza, sugeridos por Burchardt, Le Grand y Piachaud (1999).
La principal conclusión que se deriva de este artículo de reflexión es que aunque la pobreza puede ser causa y efecto de la exclusión(Gallego, 2009), pueden existir, sobretodo en contextos urbanos intermedios, situaciones de exclusión que no coinciden con situaciones de pobreza. Pero esto es observable si se tiene en cuenta que la exclusión es carácter dicotómico y no continuo como tradicionalmente se piensa la pobreza.
Aunque es posible pensar que la vulnerabilidad es una situación intermedia entre estar excluido o no, como lo expresa Castell (1997). El concepto de vulnerabilidad hace referencia particularmente a la probabilidad de que un choque resulte en una disminución de bienestar por debajo de algún umbral; por lo tanto se refiere al riesgo social o a la probabilidad de caer en pobreza (Calle et al., 2017).
Así, el individuo que se encuentra excluido experimenta una pérdida de bienestar que no está condicionado a experimentar en algún tipo de choque4. Debido a esto, es posible pensar que el concepto de vulnerabilidad requiere un enfoque de política diferente.
1. Diferenciación entre pobreza y exclusión
1.1. Revisión de conceptos
Para poder entender la diferencia entre la pobreza y la exclusión es necesario hacer un repaso de las diversas definiciones de estos dos fenómenos. En la Tabla 1 se presentan algunas de las definiciones usadas en la literatura.
Esencialmente se puede decir que el estudio de la pobreza se ha basado en diversas nociones con un enfoque cuantitativo, lo que ha permitido la identificación y la agregación del nivel de bienestar de las personas que se consideran pobres (Feres y Mancero, 2001).
Mientras que el término exclusión partió de la concepción cualitativa de inclusión social, como un proceso de integración en las dimensiones de orden económico, político y social. Este concepto se centra en la participación efectiva en el proceso de toma de decisiones, el estatus productivo y el rol de los lazos sociales (Laparra et al., 2007).
Sin embargo, son muchos los puntos de encuentro entre la pobreza y la exclusión, por lo tanto, en literatura se han desarrollado dos líneas teóricas diferentes. La primera línea concibe la exclusión solamente como un componente de la pobreza, mientras que la segunda línea define la exclusión como un fenómeno independiente, que abarca muchos más aspectos que los considerados en la pobreza (Bradshaw et al., 2000).
En lo que respecta a la primera línea, se encuentran autores como Spicker (2007), quien establece que la exclusión es una dimensión de la pobreza en su acepción más amplia. Esta acepción se basa en la posición social, y se evidencia por la falta de derechos para disfrutar los bienes y servicios, y así gozar plenamente de la sociedad.
En ese sentido, cuando el concepto de pobreza es definido en su vertiente más amplia, los conceptos de exclusión y desigualdad están integrados en él. Por lo tanto, las mediciones de la pobreza incorporan la exclusión siempre y cuando se incluyan aspectos no monetarios relacionados, entre otras cosas, con el capital social y las relaciones de los individuos en la comunidad (Arriagada, 2005)5.
Gallego Duque (2009) también reconoce la relación que existe entre la pobreza y la exclusión, ya que ambos son problemas complejos y multicausales. En este aspecto, la autora subraya que el enfoque de capacidades de Sen permite entender tanto la problemática de la pobreza como la problemática de la exclusión; sin embargo, es necesario tener presente las diferencias entre estos conceptos. En una cita a Sen expresa:
En primer lugar tenemos buenas razones para valorar no ser excluidos de las relaciones sociales, en este sentido la exclusión social puede ser directamente parte de la pobreza de capacidades […]. En segundo lugar, estando excluido de las relaciones sociales se puede conducir a otras formas de privación y también de ese modo, limitar nuestras oportunidades de vida (Sen, citado en Gallego, 2009, p. 11).
Dado lo anterior, es posible pensar que la exclusión en estos términos va más allá de la falta de participación de los beneficios económicos o de la ruptura de los vínculos sociales y políticos de un individuo, pero que se puede entender como una falla de un funcionamiento, más específicamente como privación en la capacidad de sociabilización. Por lo tanto, la exclusión está ligada a la pobreza6.
En resumen, se puede decir que la definición de la pobreza ha evolucionado para abarcar además de aspectos económicos, aspectos políticos y sociales, haciendo que el concepto de pobreza sea bastante próximo al de exclusión. Sin embargo, el término de exclusión se ha preferido a circunstancias donde existe un Estado de bienestar que promueva un ingreso mínimo y el acceso a los bienes y servicios básicos (Bhalla y Lapeyre, 1997).
En cuanto a la segunda línea teórica, que distingue entre pobreza y exclusión, se encuentran autores como: Navarro y Larrubia (2006) y Hernández Pedreño (2010), quienes señalan que mientras la pobreza es unidimensional (carencia económica), la exclusión es multidimensional, ya que incluye aspectos políticos y sociales. Sin embargo, este argumento habría que revisarse de cara al actual desarrollo teórico de la pobreza multidimensional como los presentados por Alkire y Santos (2010) y Boltvinik (2013) 7.
Por otro lado, algunos autores como Touraine (1991) rechazan la vinculación de la exclusión con el concepto de pobreza, argumentando que la pobreza se refiere a la posición de las personas en un eje vertical de estatus socio-económico, mientras que la exclusión tiene una forma geométrica diferente; es decir, la exclusión se refiere a estar fuera o dentro del círculo social. Esta diferenciación también la hizo la Comisión Europea señalando que el reto de los gobiernos y los responsables de la política social ha cambiado de naturaleza, al tratarse ahora de un mecanismo que excluye a partes de la población de los beneficios económicos y sociales, y del progreso en general.
(…) Todos los debates enfatizan el carácter estructural de un fenómeno que tiende a establecer dentro de la sociedad un mecanismo que excluye parte de la población de la vida económica y social, y de su parte de la prosperidad general (…) El problema ahora no es sólo una disparidad entre la parte inferior y superior de la escala social (arriba/abajo) sino también entre aquellos cómodamente situados dentro de la sociedad y los marginados (adentro y afuera) (Commission Communities of European, 1992, p. 7)8.
Burchardt, Le Grand y Piachaud (1999) también hacen un tratamiento dicotómico de la exclusión, donde los indicadores señalan si el individuo está o no excluido en alguna dimensión. Para estos autores es absurdo establecer categorías continuas para dimensiones como el aislamiento social o la desvinculación política; mientras que dimensiones como el ingreso, puede ser dividida en aquellos que están sobre algún umbral y aquellos que están por debajo.
Además es posible pensar que la exclusión, a diferencia de la pobreza, tiene una fuerte dimensión territorial9, más precisamente está ligada a la formación y expansión de las ciudades. Normalmente, la exclusión en las urbesse expresa como la dicotomía centro-periferia, donde el fenómeno de exclusión social está acompañado de la no asimilación cultural (Touraine, 1991).
Subirats (2005) muestra que es mucho más común encontrar en la ciudad procesos de exclusión social y segregación territorial. La exclusión social en ámbitos urbanos está caracterizada por la fragmentación de la sociedad, la precarización del mercado laboral y el déficit de inclusión del estado de bienestar.
Esto hace que la exclusión que se presenta en las ciudades sea diferente a otros problemas sociales presentados en otros ámbitos territoriales como por ejemplo el campo, donde se pueden presentar no solo magnitudes de pobreza considerables10, sino también procesos de exclusión de los recursos productivos, lo que condiciona negativamente el bienestar del individuo rural.
Sin embargo, el enfoque en el que se fundamenta este trabajo se centra en la ciudad, ya que es allí donde confluyen oportunidades económicas, políticas y sociales propias de los procesos de aglomeración. A pesar de eso, existen grupos que no pueden acceder a esas oportunidades; esto tiene características diferentes a la mera privación y aporta rasgos importantes al desempeño urbano.
1.2. Algunas consideraciones sobre las mediciones
Una vez hecho un repaso sobre los conceptos de pobreza y exclusión, así como también de las principales características que diferencian a ambos términos, se procede a presentar algunas consideraciones metodológicas sobre la forma como tradicionalmente se han medido estos dos problemas. Para finalmente dimensionar ambos fenómenos en el contexto de una ciudad de tamaño intermedio.
Se puede decir, que desde el principio del siglo pasado, en la agenda política ha existido una fuerte preponderancia por vigilar las condiciones de pobreza11, lo cual llevó a un inmenso desarrollo de indicadores sobre este tema. Sin embargo, la investigación sobre la exclusión solamente se dinamizó a partir de la década de 1980, sobre todo en los países europeos12.
Debido a las múltiples definiciones de pobreza anteriormente señaladas, se ha desarrollado una variedad de mediciones, a partir de las cuales han surgido algunos debates, como por ejemplo el debate entre los indicadores relativos o absolutos; entre los enfoques directos e indirectos; y más recientemente, entre la perspectiva objetiva y la perspectiva subjetiva (Peralta, García y Johnson, 2006).
También se ha debatido entre la pobreza como un fenómeno ligado a una dimensión (ingreso principalmente) o como un problema multidimensional. Por un lado se ha argumentado que existe una alta correlación entre el ingreso y otras dimensiones no monetarias y, por lo tanto, cuantificar solamente el ingreso es una medida cercana al estado de pobreza.
Por otro lado, se ha argumentado que existen indicadores no monetarios, como la educación y la salud o el tiempo libre, que deben incluirse al momento de cuantificar el nivel de vida. Es precisamente definir qué se entiende por nivel de vida el punto clave en la medición de pobreza.
Una vez hecha esta precisión, se determina un espacio en el cual se pueda hacer un ordenamiento de mayor a menor. La mayoría de los estudios sobre la pobreza se han centrado en tres aspectos: la satisfacción de las necesidades, la cantidad de recursos disponibles y los estándares de vida (Feres y Mancero, 2001). El estándar de vida a su vez puede ser definido como el grado de utilidad que brinda el consumo de bienes y servicios, o como el conjunto de capacidades que tiene un individuo. Sin embargo, la mayoría del análisis de la pobreza está basado en un enfoque utilitarista (Domínguez y Martín, 2006).
Domínguez Domínguez y Martín Caraballo (2006) presentan una recopilación de las principales cuestiones metodológicas acerca de la medición de pobreza. En dicha revisión se incluye el cálculo de la línea de pobreza y de las escalas de equivalencia. También presentanel enfoque axiomático, propuesto inicialmente por Sen, y las medidas de pobreza basadas en el enfoque de bienestar13.
En cuanto a las medidas de exclusión social se puede decir que el desarrollo metodológico no ha sido tan extenso como el de las mediciones de pobreza, debido entre otras cosas a su reciente desarrollo teórico, y a una serie de problemas metodológicos que aparecen a la hora de elaborar un indicador para la exclusión.
Bhalla y Lapeyre (1997) apuntan que agregar indicadores económicos, sociales y políticos puede carecer de sentido, especialmente cuando estos tres aspectos de la exclusión no necesariamente se mueven en la misma dirección. Además, también es posible que los ponderadores de cada una de las dimensiones varíen según los diferentes estados del desarrollo de un determinado país.
Por ejemplo, en países de ingreso bajo puede ser más apropiado concederle un gran peso a la dimensión económica, y medir la exclusión mediante indicadores que den cuenta y razón de la profundidad de la pobreza y la desigualdad del ingreso14. Mientras que, por otro lado, en sociedades con un ingreso superior se debería dar mayor peso a indicadores de la dimensión social y política.
Particularmente, la dimensión social se refiere al acceso a los bienes y servicios públicos15, así como al acceso al mercado de trabajo, sobre todo el acceso al empleo decente y no precarizado. Igualmente se refiere a la participación social, como son la participación en sindicatos y la participación en asociaciones locales y agremiaciones.
En cuanto a la dimensión política, la medición de la exclusión también debe contemplar el grado de libertad política, que incluye la seguridad personal, el Estado de derecho, la libertad de expresión, la participación política y la igualdad de oportunidades. Es importante señalar que se ha encontrado una correlación positiva entre la libertad política y el nivel de ingreso, así como también entre los índices de desarrollo humano y los índices de desarrollo político (Sen, 2000).
Por lo anterior, se podría pensar que para la evaluación de las políticas contra la exclusión puede ser más útil el uso de un conjunto de indicadores que el uso de un solo índice compuesto. Pero a pesar de la dificultad de encontrar una sola medida de exclusión adecuada que pueda reflejar además de la dimensión económica, las dimensiones social y política, se han desarrollado índices de exclusión compuestos, basados en niveles de privación.
Dos ejemplos de este tipo de medición son los propuestos por Chakravarty y D’Ambrosio (2006) y Bossert, D’ambrosio y Peragine (2007). Estos indicadores se basan en el concepto de funcionamiento, que se desprende de los planteamientos de Sen y que está en concordancia con las medidas multidimensionales de pobreza que se han desarrollado16.
Estas medidas también presentan un enfoque axiomático, donde la exclusión social es una función real evaluada en la medida de privación de los individuos17. Estas medidas son separables en subgrupos, y cumplen algunos criterios como la normalidad y marginalidad no decreciente, esto último implica un aumento en la exclusión social cuando la medida de privación de un individuo es incrementada en una unidad18.
Una de las características principales de este tipo de indicadores es que se pueden aplicar los criterios de dominancia, particularmente el criterio de dominancia de Lorenz, que también es usado en las medidas de pobreza. Sin embargo, este tipo de medidas entienden la exclusión como un estado de privación dinámica, por lo tanto, la diferencia entre privación y exclusión en este caso resulta ser el desarrollo en el tiempo.
En otro tipo de enfoque, Raya-Díez (2007) elabora una herramienta que permita la medición y diagnóstico de los procesos de exclusión social, con un planteamiento que no solo busca determinar un grado de intensidad de la situación de exclusión, sino también en qué ámbitos vitales se está afectando en mayor medida. Esto es una alternativa viable frente a las mediciones de exclusión axiomáticas.
Finalmente, Navarro y Larrubia (2006) hacen una recopilación de los indicadores de exclusión más utilizados por la OCDE y la ONU. También elaboran un sistema de indicadores de exclusión con una perspectiva territorial y urbana microespacial. La novedad de esta propuesta es la utilización de un sistema de información georreferenciada.
2. Diferenciación entre pobreza y exclusión en Bahía Blanca
2.1. Características de la ciudad de Bahía Blanca
Bahía Blanca es una ciudad argentina intermedia, cuyas dinámicas económicas y demográficas se diferencian de otras ciudades de Argentina debido, entre otras cosas, a su ubicación en el sur de la provincia de Buenos Aires, lo que la convierte en un eje articulador de dicha región.
Esta ciudad tiene un total poblacional estimado en 300.000 habitantes según el censo del 2010. Según el Centro Regional de Estudios Económicos de Bahía Blanca, en el 2014 su producto bruto constituyó un 0,8% al PIB de Argentina (Centro Regional de Estudios Económicos de Bahía Blanca Argentina, 2014a).
Se estima que la producción de la industria manufacturera representa un 33,2% del producto bruto de la ciudad, mientras que el comercio contribuye con 17,6%. La mayor parte de la actividad en estos dos sectores se encuentra concentrada en un polo petroquímico y en un puerto marítimo, que comercia principalmente granos. De hecho, para el 2014, el valor agregado bruto generado por la refinación de petróleo, químicos y plásticos constituía un 24% del ingreso total generado en la ciudad de Bahía Blanca (Centro Regional de Estudios Económicos de Bahía Blanca Argentina, 2014a).
En cuanto a los indicadores de pobreza, según el INDEC, en el 2013 las personas por debajo de la línea de pobreza, medida mediante la canasta básica total, representaban 8,8% de la población total. Mientras que las personas por debajo de la canasta básica de alimentos, o sea en condición de indigencia, representaban un 3,2%. Los indicadores de pobreza y de indigencia con respecto al número de hogares eran de 5,6% y 3,2% respectivamente.
Una estimación paralela a la anterior, realizada por el Centro de Estudios Económicos de Bahía Blanca, Argentina, sugiere que en el 2013 el porcentaje de pobreza era de 29,3%; mientras que 6% de la población se encontraba por debajo de la línea de indigencia. En tanto la proporción de hogares pobres era de 18,3%, y la proporción de hogares indigentes era de 3,6% (Centro Regional de Estudios Económicos de Bahía Blanca Argentina, 2014b).
Por otra parte una medida de pobreza, según el índice de necesidades básicas insatisfechas, con información recolectada del Censo Nacional del 2010, reporta que 3,7% de los hogares de la ciudad reportan al menos una necesidad básica insatisfecha, siendo el hacinamiento crítico la necesidad insatisfecha más representativa, con una incidencia de 2,1%.
En una estimación más reciente Santos (2016) determina que en el 2015 un 3% de la población es indigente, mientras que 8% de la población es pobre19. Lo que es para los dos casos una cifra menor que para el total del país.
En cuanto a la exclusión es más difícil encontrar un indicador preciso que dé cuenta y razón de este fenómeno particularmente para Bahía Blanca, sin embargo se puede hacer referencia a las cifras del mercado laboral como una aproximación a las consideraciones de exclusión en la ciudad.
En cuanto a este tema se puede decir que la tasa de actividad de la ciudad en promedio entre 2014 y 2015 fue 46,26%, cifra un poco mayor a la de todo el país. Por otro lado, la tasa de desempleo de la ciudad entre 2014 y 2015 presenta en promedio 7,66% de la población económicamente activa, cifra similar al comportamiento nacional (Centro Regional de Estudios Económicos de Bahía Blanca Argentina, 2017).
2.2. Medición de pobreza y exclusión en Bahía Blanca
2.2.1. Pobreza en Bahía Blanca
La medición de la pobreza para este trabajo se hace por medio de la aplicación de una línea de pobreza de conjuntos difusos. Se toma esta medida, en pos de la idea de que la pobreza se puede analizar mediante variables continuas y categóricas, donde la condición de pobreza es determinada de manera gradual. Se sigue la metodología propuesta por Morales-Ramos y Morales-Ramos (2008).
Según esta metodología, el nivel de pobreza se determina mediante una función de membresía o pertenencia µ A (i) , que es un conjunto difuso A, donde existe un conjunto de K indicadores sintomáticos de pobreza (Y 1 ,Y 2 ,…,Y K ). Siendo Y ij el indicador j para el individuo i. Estos indicadores sintomáticos de pobreza pueden tomar forma continua o categórica.
Así µ A (i) es un mapeo de un conjunto en un intervalo [0,1] que determina el grado de pertenencia de un individuo al conjunto de pobres A. Ahora si y´ j es el máximo valor de Y j para el cual el individuo es considerado pobre; y y´ j ´ es el valor de Y j para el cual el individuo deja de ser pobre20. Entonces:
Una de las formas que puede tomar la función de membresía es
El grado de pobreza de cada individuo será la sumatoria de su nivel de carencia en cada uno de los indicadores sintomáticos de pobreza21
El índice difuso de pobreza es la sumatoria de cada una de las funciones de pertenencia para todos los individuos, así:
Los indicadores sintomáticos de pobreza utilizados en este caso se pueden apreciar en el Anexo 1. Dichos indicadores son extraídos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) 2015 que presenta una muestra de 1409 individuos. En este ejercicio se toman en cuenta la dimensión educativa, la calidad de la vivienda y el ingreso. La proporción de afectados según el valor de la función de pertenencia se puede ver en la Gráfica 1.
Usando esta metodología se puede establecer que 18,13% de la población de la ciudad puede considerarse pobre, sin embargo como se puede ver en la gráfica 1 los valores que toma la función de pertenencia al conjunto de pobreza son inferiores a 0,8, lo que significa que ningún individuo de la encuesta presenta carencias en todos los indicadores de las tres dimensiones tenidas en cuenta.
En la Gráfica 1 se dimensiona la exclusión con el fin de hacer una comparación con la anterior medida de pobreza.
2.2.2.Exclusión en Bahía Blanca
El análisis de la exclusión en este caso sigue la metodología presentada por Burchardt et al. (1999), la cual postula que para evaluar la exclusión es necesario tener en cuenta cinco dimensiones: el consumo, la riqueza, la actividad productiva, la actividad política y la actividad social. Estas dimensiones representan para ese autor la participación en actividades fundamentales.
A partir nuevamente de la EPH 2015 se toman los indicadores de cada dimensión y se presentan en la Tabla 2 22; estos indicadores, a excepción del ingreso, son diferentes a los utilizados para medir la pobreza, ya que se basan en la idea de la exclusión como un fenómeno dicotómico.
Como la dimensión de consumo es medida mediante el ingreso, más específicamente mediante el mismo indicador que en el análisis de la pobreza hecho anteriormente, el comportamiento es el mismo. Por otro lado, la dimensión de riqueza que evalúa el porcentaje de individuos que no son propietarios de su vivienda o que no pertenecen a un régimen jubilatorio muestra un valor alto, ya que en esa dimensión solo 2,83% está excluido en todos los indicadores de esa dimensión.
En la dimensión de productividad también son cifras bajas, ya que el desempleo es de 3,34%, y de los ocupados solo 6,33% reportan subempleo. Finalmente, en la dimensión social que se refiere a la vinculación a la protección social, particularmente si no cuenta con cobertura de salud de cualquier clase, el porcentaje es de 19,73%. El 70,26% de la población se ve excluido en al menos un indicador de las cuatro dimensiones.
La Tabla 3 muestra la matriz de intercepción en cada una de los indicadores de pobreza y la exclusión. Como se puede ver la relación entre las dimensiones de pobreza y exclusión no es evidente, exceptuando el caso de los hogares con un piso de mala calidad que presenta el 55,9% de hogares que también son excluidos en el consumo. En el resto de los casos no se puede apreciar que los indicadores de pobreza tengan un grado considerable de correspondencia con los indicadores de exclusión.
Sobre todo en el caso del analfabetismo donde a pesar de cumplirse el indicador de pobreza, hay baja incidencia en los indicadores de exclusión, especialmente en el desempleo, el subempleo y los aportes a pensión; esto puede estar explicado por el hecho de que la mayoría de población adulta analfabeta es de la tercera edad, y por lo tanto no se encuentra dentro de la población que participa activa.
En contraposición, se encuentran los indicadores de pobreza que tienen en cuenta la calidad física de la vivienda; estos indicadores presentan mayor concordancia con los indicadores de exclusión, sobre todo con la dimensión de consumo, riqueza y participación social. Especialmente el indicador de la calidad del piso de la vivienda, donde 40% son excluidos de la tenencia formal de la vivienda, y 44,1% son excluidos de la cobertura médica.
Existe una menor relación en los indicadores de exclusión que tienen que ver con la actividad productiva. Por ejemplo, solo 3,7% de las personas que reportan desempleo pertenecen a una vivienda con techos de mala calidad. Igualmente, solo 2,2% de los empleados que están subempleados tienen niveles bajos de educación.
3. Conclusiones
En las sociedades es común apreciar simultáneamente situaciones de pobreza y exclusión, y por lo tanto es común confundir estos dos fenómenos, tanto en la práctica como en el desarrollo teórico de las ciencias sociales. Sin embargo, han sido muchos los aportes que han señalado las ventajas de diferenciar los dos conceptos, y desarrollar herramientas independientes para analizar la evolución de cada uno de los problemas.
No obstante, esta tarea no ha sido fácil debido a la gran variedad de formas como las ciencias sociales han definido la pobreza y la exclusión. A lo largo del desarrollo teórico de estos dos conceptos han existido puntos de encuentro, donde los términos pueden ser entendidos como sinónimos. Pero también han existido marcadas diferencias, sobre todo en la relevancia que le han dado los organismos internacionales a la hora de diseñar los objetivos de política de bienestar.
De la revisión de la literatura se puede extraer que existen dos líneas teóricas en cuanto al análisis de estos dos problemas sociales. Por un lado existen aquellos que opinan que la exclusión es solo una dimensión de la pobreza y, por lo tanto, cuando este fenómeno es definido en su acepción más amplia, las mediciones de pobreza incluyen los aspectos más relevantes de la exclusión. La segunda línea especifica que la exclusión y la pobreza se manifiestan en la sociedad de manera diferente y por lo tanto se deben aplicar mediciones diferenciadas.
En el primer enfoque se encuentran las teorías que entienden la pobreza como un fenómeno multidimensional y que, por lo tanto, otros conceptos como la desigualdad y la exclusión pueden ser subordinados al estudio de la pobreza. En el segundo enfoque se encuentran las teorías que entienden la pobreza como un fenómeno que se limita a aspectos económicos y que, por lo tanto, no puede dar cuenta de los aspectos sociales o políticos que conciernen a la exclusión.
Otra diferencia que se ha señalado entre la pobreza y la exclusión tiene que ver con el alcance territorial de los dos conceptos. Mientras que, por un lado, la exclusión se enmarca la mayoría de las veces a territorios urbanos, por otro lado, la pobreza como fenómeno social no se ha restringido a ningún ámbito territorial, existiendo tanto pobreza urbana como pobreza rural.
La exclusión se ha relacionado principalmente a las ciudades, donde existen áreas con bajas tasas de desarrollo y acceso a bienes y servicios públicos, próximas a áreas que aprovechan todos los beneficios de la aglomeración. Por otro lado, la exclusión en contextos rurales, se refiere a la participación y el derecho de recursos productivos que determinan el desempeño socio-económico del individuo, pero que no están relacionadas con las ventajas de la aglomeración.
Particularmente, la pobreza se ha medido por medio de la cuantificación del nivel de vida. Dicho nivel que ha tomado la connotación de la satisfacción de las necesidades, de la cantidad de recursos disponibles, o de los estándares de vida. A su vez el estándar de vida puede ser entendido como la utilidad que se deriva del consumo de bienes y servicios o como el conjunto de capacidades con las que cuenta un individuo.
Por consiguiente, la medición de la pobreza, generalmente, se basa en determinar un umbral en algún punto de dicha categoría continua, donde por debajo de dicho límite se encuentren los individuos pobres. Mientras que los niveles de vida superiores a dicha división no correspondan a situaciones de pobreza. De esta frontera se desprende la medición de la incidencia de la pobreza y la brecha de la pobreza.
La exclusión, por otro lado, se ha medido mediante una serie de dimensiones categóricas, que además del nivel de vida del individuo, también incluye condiciones sociales y políticas. Las características de estas dimensiones imposibilitan la agregación de la exclusión en un solo indicador. Por lo tanto, de las medidas de exclusión se puede desprender una tipología de exclusión, más que una brecha de exclusión.
Particularmente, en un ámbito urbano de tamaño intermedio, como la ciudad argentina de Bahía Blanca, se ve una baja incidencia de pobreza, pero mayores patrones de exclusión. Así, a pesar de que existe una relativa baja incidencia de pobreza, alrededor de 18,13%, el 70,26% de la población está excluida en al menos un indicador dentro de las dimensiones de consumo, riqueza, productividad y en la dimensión social.
Igualmente, en esta ciudad no hay evidencia concluyente de la confluencia de estos dos fenómenos, sobretodo en la circunstancias de exclusión, cuando esta es medida mediante el desempleo, donde solo 3,7% de los individuos desempleados pertenecen a hogares con techo de mala calidad; y mediante el subempleo, donde solo 2,2% son considerados pobres por baja educación.
Sin embargo, la relación entre los dos fenómenos es más evidente cuando se tienen en cuenta otros indicadores de pobreza. Por ejemplo, el caso de los hogares con un piso de mala calidad que presenta 55,9% de hogares que también son excluidos en el consumo; además el 40% de estos hogares son excluidos de la tenencia formal de la vivienda, y 44,1% son excluidos de la cobertura médica.
Sin embargo, para obtener resultados más concluyentes es necesario profundizar en futuros trabajos en los aspectos territoriales de los dos fenómenos y cómo esto afecta un desarrollo urbano homogéneo en toda la ciudad. También en las circunstancias políticas que afectan y/o determinan la incidencia tanto de la pobreza como de la exclusión en este ámbito urbano intermedio.