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Revista eleuthera

Print version ISSN 2011-4532

Rev. eleuthera vol.23 no.1 Manizales Jan./June 2021  Epub Nov 02, 2021

https://doi.org/10.17151/eleu.2021.23.1.18 

Enfoques

Análisis socioespacial en trabajo social*

Socio-spatial analysis in social work

Felipe Andrés Saravia-Cortés1 

1 Trabajador social, magíster en desarrollo humano a escala local y regional, doctor en ciencias sociales en estudios territoriales. Académico del departamento de ciencias sociales de la Universidad del Bío-Bío (Concepción, Chile). E-mail: fsaravia@ubiobio.cl. orcid.org/0000-0003-3196-7831. https://scholar.google.cl/citations?user=uYeQ0b4AAAAJ&hl=es.


Resumen

Objetivo.

Desarrollar una reflexión sobre cómo incorporar la dimensión espacial en el análisis que todo diseño de intervenciones sociales requiere.

Metodología.

A partir de la vinculación de la obra de Henri Lefebvre, con el campo de trabajo social y la experiencia docente en una escuela de trabajo social chilena, se elabora una propuesta teórico-metodológica propia.

Resultado.

Se plantea una forma de análisis general que considera lo espacial como consustancial a lo social, desde una perspectiva trialéctica. Esta integra las dimensiones material, subjetiva y social en escalas macro, meso y micro.

Conclusiones.

Se estima que la propuesta desarrollada permite superar miradas ingenuas o conservadoras y aquella perspectiva que concibe lo territorial como un mero nivel de intervención. Adicionalmente, se indican un conjunto de desafíos que surgen a partir de esta propuesta.

Palabras clave: espacio; análisis; teoría; metodología; intervención social; trabajo social

Abstract

Objective.

To develop a reflection on how to incorporate the spatial dimension in the analysis that all design of social interventions requires.

Methodology.

Based on the connection between the work of Henri Lefebvre and the field of Social Work, and the teaching experience in a Chilean school of social work, an own theorical-methodological proposal is elaborated.

Results.

A general form of analysis is proposed that considers the spatial as consubstantial to the social, from a trialectics perspective. This proposal integrates material, subjective and social dimensions, on macro, meso and micro scales.

Conclusions.

It is considered that this proposal allows overcoming naive or conservative views, and perspectives that conceive the territorial area as a mere level of intervention. Additionally, a set of challenges that arise from this proposal are indicated.

Key words: space; analysis; theory; methodology; social intervention; social work

Introducción

Este trabajo presenta una reflexión sobre cómo incorporar la dimensión espacial en el análisis que todo diseño de intervenciones sociales requiere. Se desarrolla una propuesta de carácter teórico-metodológica a un nivel de abstracción general, que permita pensar su potencial utilización en diversas escalas y contextos. Esta se fundamenta en la reflexión desarrollada durante los últimos años por parte del autor, basada en la obra de teóricos críticos de la espacialidad (principalmente Henri Lefebvre, Doreen Massey y Rogerio Haesbaert), el campo de trabajo social y la experiencia docente en las asignaturas sobre intervención social territorial y comunitaria, en la Escuela de Trabajo Social de la Universidad del Bío-Bío, ubicada en Concepción, Chile.

El interés por este asunto surge a partir de la observación de que, en términos generales, la dimensión espacial es escasamente abordada en el trabajo social contemporáneo, como lo demuestra el trabajo de Orellana y Panez (2016), que constata que los conceptos de ciudad, territorio, marginalidad urbana y espacio han tenido poca relevancia en los currículos formativos en trabajo social en América Latina. En el resto del mundo la realidad pareciera no ser muy distinta, como plantea Williams (2016). De hecho, en lo concerniente a la producción científica sobre este asunto, solo se encuentran algunos (pocos) trabajos relativamente recientes, como el de Jeyasingham (2014, 2017, 2018) en Reino Unido, Akesson, Burns y Hordyk (2017) en Canadá, Cummins (2016) en Nueva Zelanda, Spatscheck y Wolf-Ostermann (2009) en Alemania y Fairbanks (2003) en Estados Unidos.

Ahora bien, es cierto que es posible encontrar tempranamente en la disciplina una preocupación por lo colectivo y los fenómenos socioespaciales, especialmente en la obra de precursoras como Jane Addams en Estados Unidos (Addams, 2013, 1985; Álvarez-Uría y Parra, 2016; Font-Casaseca, 2016) o en la preocupación puesta en el entorno de las familias y sujetos de atención, en la obra de Mary Richmond. Sin embargo, durante mucho tiempo, ha predominado la lógica del desarrollo comunitario como forma de intervención social colectiva en trabajo social, lo que puede ser criticado por varias razones: en su acepción original en los trabajos de sociología clásica, el concepto comunidad haría referencia a formas de relaciones sociales propias de sociedades premodernas, en contraposición a la idea de sociedad (Duarte, 2016; Ramos-Feijóo, 2000) y, en el contexto del capitalismo moderno, las condiciones urbanas estructurales tenderían a la disolución de los atributos propios de la comunidad, tales como redes sociales caracterizadas por lazos fuertes y vínculos principalmente primarios, acotados a un espacio geográfico reducido.

En este sentido, en Chile es posible identificar un conjunto de factores estructurales que limitan la posibilidad de la promoción de relaciones comunitarias más fuertes (Duarte, 2012). Además, el concepto ha sido utilizado en procesos de intervención social de forma imprecisa o ambigua, por lo que es posible encontrar intervenciones sociales comunitarias orientadas hacia fines incluso contrapuestos entre sí (Lynn, 2006). Por otro lado, autores latinoamericanos resaltan el hecho de que el enfoque del desarrollo comunitario puede ser visto como una estrategia de dominación geopolítica (Gómez, 2008) o, en línea con lo propuesto por David Harvey (1997), como una trampa que impide observar la dimensión espacial y territorial de los procesos sociales con los que se vincula el trabajo social (Urquieta, 2020).

En este contexto, en Latinoamérica, nuevos conceptos han ganado relevancia en las políticas públicas y sociales, como el concepto “territorio” que, de acuerdo con Abreu (2018), ha llegado a concebirse como el piso de las políticas sociales o como una panacea que podría ser la llave para desentrañar todos los problemas sociales a los que la política social se aboca. Sin embargo, a pesar del surgimiento de conceptos alternativos a lo comunitario, la autora critica que la aproximación al territorio ha sido hecha desde perspectivas teóricas poco precisas, muchas veces eclécticas, lo que podría constituirse en una forma de enmascarar nuevas ofensivas conservadoras, revestidas de una terminología novedosa, aunque vacía de una crítica contundente y profunda (López-Aranguren, 2005). Ahora bien, esta aproximación, intelectualmente poco rigurosa a nuevas conceptualizaciones espaciales, es posible también observarla en parte de la producción científica del trabajo social latinoamericano (Canali, 2017; Echevarría, 2017, a modo de ejemplo). Pareciera que, como indica Wacquant (2017):

vastos sectores de la investigación urbana (y del Trabajo Social, en este caso) aceptan la terminología, las preguntas y las preocupaciones planteadas por administradores locales, tomadores de decisión, periodistas o la moda académica, cuando deberían en cambio detectar y neutralizar el inconsciente histórico y los sesgos sociales incorporados en ellos mismos al incluir estos actores en su objeto de análisis. (p. 291)

Adicionalmente, en varias ocasiones se plantean como sinónimo territorio y comunidad, lo que constituye un error conceptual y un obstáculo para pensar adecuadamente los objetos de intervención. Al respecto, plantea Doreen Massey (2012):

uno de los problemas ha sido la persistente identificación entre lugar y «comunidad». Y es que se trata de una identificación equivocada. Por un lado, las comunidades pueden existir sin estar en el mismo lugar: desde redes de amigos con intereses comunes a las principales comunidades religiosas, étnicas o políticas. Por otro lado, los casos de lugares habitados por «comunidades» únicas en el sentido de grupos sociales coherentes son probablemente (y diría que desde hace bastante tiempo) muy raros. (pp. 124-125)

Si bien la autora en este caso hace referencia a otro concepto espacial, se critica la tendencia a vincular de manera acrítica determinadas unidades espaciales con la comunidad, como si ambos fenómenos fueran consustanciales. Es menester, entonces, desarrollar un análisis crítico de las nuevas formas de entender lo espacial en lo relativo a la intervención social, si lo que se busca son cambios sustantivos y no meramente cosméticos.

Con tal finalidad es posible identificar varios conceptos asociados a lo espacial, para explicar diversos fenómenos sociales y procesos de intervención y transformación social, a nivel general: espacio, territorio, lugar, paisaje, ambiente; a nivel más específico: ciudad, campo, urbanidad, ruralidad, rurbanidad, barrio, entre otros; y otros conceptos asociados a procesos socioespaciales concretos: metropolización, gentrificación, y conmutación. Dada esta amplitud y diversidad conceptual, es necesario contar con formas de ordenamiento que permitan precisar los alcances de cada una de estas conceptualizaciones, determinar aspectos en los que contrastan o se encuentran, explicitar las perspectivas teóricas y las implicancias ético-políticas de cada una y, finalmente, desarrollar una perspectiva que permita comprender de forma unitaria este entramado.

Esa tarea excede este trabajo, pero de forma provisoria para ello, resulta útil tener en consideración el trabajo realizado por el geógrafo brasilero Rogério Haesbaert (2014), quien propone una constelación geográfica de conceptos. De acuerdo con su propuesta, el espacio constituye la categoría central en torno a la cual, en función de las dimensiones espaciales enfatizadas, se desprenderían los conceptos territorio -orientado a la relación entre espacio y poder-, paisaje -que enfatiza la representación del espacio-, ambiente -asociado a las relaciones entre sociedad y naturaleza- y lugar -vinculado al espacio vivido-. En línea con esta propuesta, en este trabajo se asume al espacio como categoría central. Ello se alinea también con planteamientos como el de Harvey (2012), quien concibe el espacio como una palabra clave, perspectiva que tiene su raíz en el desarrollo teórico de Henri Lefebvre (2013).

Análisis socioespacial desde una perspectiva crítica

Nos posicionamos desde una perspectiva lefebvriana del espacio. Esto contrastará con el hecho de que, en la actualidad, cuando se hace referencia al espacio o al territorio en planes, programas o proyectos sociales, se utiliza el concepto sin tener claridad a qué exactamente se está haciendo referencia o entendiéndolo como un espacio preexistente al ser humano; es decir, como un contenedor de lo social o como el escenario en el que lo social ocurre. Desde esta lógica, lo social se expresa en un espacio o un territorio. Así, asumir un enfoque espacial significa meramente tener en consideración al espacio o territorio como una variable de distribución de fenómenos sociales, una mera contextualización del fenómeno o como una variable que ordena el accionar respecto de dichos fenómenos sociales.

Desde esta lógica, la consideración de lo espacial, en lo relativo al análisis social, se reduce a identificar la localización del fenómeno o de la institución que pretende abordarlo o caracterizar el territorio en el que el fenómeno tiene lugar, considerando aspectos demográficos (por ejemplo, límites físicos, tamaño poblacional, distribución etaria o según sexo, nivel socioeconómico de la población, entre otros) o históricos (fundación del lugar, evolución de la urbanización, etc.).

Con lo anterior, en lo relativo al diseño de las intervenciones sociales como tal, la consideración de lo espacial implicaría determinar la cobertura geográfica de la acción de la institución que aborda el asunto en cuestión o determinar especificidades de la intervención según características de sectores que componen el territorio.

Lo dicho no constituye en sí mismo un enfoque espacial para el trabajo social. Un enfoque espacial crítico aplicado a la profesión consideraría lo anterior como un elemento mínimo, pero avanzaría hacia una comprensión más profunda del espacio y del territorio en lo que al análisis social concierne y profundizaría en las implicancias de dicho análisis en el diseño de la intervención.

Este análisis más profundo del espacio debe fundamentarse en una reflexión teórica más compleja. Para ello, resulta útil una revisión de la obra de Henri Lefebvre, aunque, por supuesto, no es la única opción teórica disponible. También es posible hacer lecturas más complejas del espacio desde las teorías sistémicas (Spatscheck & Wolf-Ostermann, 2009; Kolko & Ashenberg, 2002) o desde enfoques contemporáneos que consideran las obras de Niklas Luhmann (Ortega y Segovia, 2017; Urquieta, Mariñez y Jorquera, 2017) o Michel Foucault (Saavedra, 2020) o desde enfoques que intentan vincular el corpus teórico del trabajo social tradicional con saberes de pueblos indígenas (Zapf, 2009), entre otros. Sin embargo, como lo indica Abreu (2018), optar por una u otra posición teórica no resulta baladí, sino que tiene implicancias en la capacidad de entender adecuadamente las desigualdades asociadas a la dimensión espacial y, por tanto, la capacidad de dar respuesta a estas.

En consideración de lo anterior, es importante tener claro cuáles son las implicancias de la perspectiva teórica que se aplica aquí. De acuerdo con Saravia (2019), una perspectiva lefebvriana del espacio implicará considerar lo siguiente en cuanto a la intervención social:

  1. lo social es consustancial a lo espacial: toda intervención social debe necesariamente considerar lo espacial en el análisis de los fenómenos y en el diseño de las intervenciones.

  2. lo espacial no es reducible a lo comunitario: el espacio existe y condiciona la vida, aunque no estemos en presencia de una comunidad. Esto implica que, aun cuando tengamos diseños de intervención que pongan su foco de atención en individuos o grupos reducidos de personas, el espacio juega un rol relevante en la configuración de los fenómenos a intervenir.

  3. el espacio no es solo físico, sino que incluye aspectos materiales, subjetivos y sociales. Es lo que, siguiendo a Lefebvre, autores como Edward Soja denominan trialéctica del espacio1. En lo material incluimos todo aquello mensurable, tanto aspectos naturales (agua, tierra, recursos en general), como construidos (edificaciones privadas y públicas, modificación del espacio natural) y las características de la población que habita (nivel socioeconómico, pobreza, nivel educativo, etc.). En lo subjetivo tenemos la percepción individual e intersubjetiva del espacio, incluyendo la valoración del lugar que se habita, las relaciones que lo configuran y el rol que le corresponde a cada uno en ellas, símbolos, culturas, etc. En lo social tenemos las maneras en que el espacio es experimentado de forma directa por los seres humanos, de forma corporal, sin mediación de sistemas de representación verbales, por ejemplo: las maneras en que nos movemos en el espacio, aquellas prácticas que damos por sentado en el relacionamiento socioespacial, lo que es adecuado hacer o no en determinados lugares y las relaciones de poder asociadas al vínculo entre sujetos en el espacio, que ubican a unos en posiciones privilegiadas y a otros en posiciones subalternas.

  4. el espacio se configura siempre a partir de relaciones de poder que, en el marco del capitalismo, tienden a ser inherentemente desiguales. Esto implica que toda intervención social requiere de una lectura de la dimensión ética-política del fenómeno a intervenir y, consecuentemente, de un posicionamiento. Como plantea Vivero (2017), ninguna intervención es aséptica o neutral, como ya ha sido argumentado latamente por Iamamoto (1992).

  5. el espacio se modifica, por tanto, a partir del desenvolvimiento de las tensiones de las relaciones de poder mencionadas, lo que implica que los principales actores en dicha transformación socioespacial son los implicados en las relaciones de poder, de los cuales los profesionales o la institución que les contrata son uno más, pero no el generador de los cambios por sí solos. Los cambios si han de ser duraderos, provienen de una transformación de las relaciones socioespaciales de poder entre los actores implicados.

A lo anterior se incorpora lo planteado por Haesbaert (2014):

todo espacio es construido concomitantemente, a través de tres elementos básicos: la línea, que en una lectura relacional se transforma en flujo, el punto, que debe ser visto como polo o nodo de conexiones, y el área o malla, ya que para el dominio de zonas o superficies continuas hay siempre la necesidad de construir una malla de líneas interconectadas o redes -o mejor, como en la superficie de un tejido, aquello que en una escala observamos como área o zona en otra, de mayor detalle, puede ser vista como malla, alambres o líneas (que en este caso, pueden ser leídas como conductos y/o flujos). (p. 39)

El análisis socioespacial en términos operacionales requiere la identificación de elementos que pueden ordenarse según lo indicado: puntos, líneas y mallas configuran las redes y estructuras de los fenómenos a analizar.

En suma, si el espacio es consustancial a lo social, no hablaremos más de análisis de una situación social, sino de un análisis socioespacial. De esta manera, nos obligaremos a tener en consideración lo espacial en todo análisis, independientemente de la escala espacial con que trabajemos, ya sea a escala micro (con un individuo o una familia, por ejemplo) o a escala macro (con una comuna, una región, o un país en su conjunto a través de una política social).

Ahora bien, es necesario pensar de forma transversal las distintas escalas espaciales, que en realidad no se encuentran separadas, sino que constituyen un continuo. Debemos pensar dichas escalas de forma superpuesta, actuando de forma simultánea en la realidad socioespacial. Asentamos esta aproximación en el trabajo de Doreen Massey, quien plantea el imperativo de desarrollar un sentido global de lugar (Massey, 2012) y asumir un análisis que devele las geometrías internacionales del poder (Massey, 2008). Es decir, es necesario pensar lo local estrechamente ligado a los flujos globales, en un doble sentido: lo global afecta a lo local y lo que ocurre en lo local forma parte de flujos globales que afectan otros lugares.

Por esta razón, la separación del análisis por niveles tiene sentido solo como un momento descriptivo del análisis, ya que es en la vinculación de estos que es posible acercarse a un nivel de análisis explicativo. Lo contrario es una pretensión conservadora que concibe lo local (piénsese a modo de ejemplo, en una vivienda y unidad familiar, un barrio o una comunidad vecinal, o una ciudad y su política urbana) como autoexplicativo, es decir, que las causas de los fenómenos que abordamos solo podemos hallarlas en los sujetos implicados directamente en estos.

Por último, será importante no considerar de manera estática los niveles espaciales. Lo que en determinado análisis podría considerarse un nivel micro, podría ser considerado lo macro en otro, dependiendo de cuál sea el foco de atención. No obstante, solo a modo referencial, a continuación, se proponen tres clasificaciones: macro, meso y micro; con algunos ejemplos de fenómenos que pueden ser abordados en cada caso.

Análisis socioespacial crítico a escala macro

Un análisis socioespacial a escala macro puede implicar referirse al país en su conjunto, a la forma en que este ordena su territorio, lo que implica optar por determinadas formas de agrupar el espacio en función de tipologías que pueden utilizar criterios diversos. Ello puede parecer sin importancia en la cotidianidad de la población, pero la definición de qué es rural o qué es urbano puede implicar que una cantidad importante de personas cambie (tan solo a raíz del cambio de dicha tipificación) las condiciones materiales en las que viven, ya que las políticas (económicas, de urbanismo, sociales) tienden a diferenciarse notoriamente según dicho criterio. En la misma línea, la definición de qué es una ciudad, diferenciación de tipos de ciudades, formas de delimitación político-administrativas, constituyen elementos estructurales en la forma de ordenar la acción estatal.

El análisis macro en su dimensión material deberá contemplar un entendimiento acabado de la distribución espacial de aspectos demográficos, económicos y sociales en general, y de las políticas que ordenan el territorio.

En lo subjetivo, un análisis implicará referirse a valoraciones que la población hace respecto de cada una de las macro unidades identificadas, así como las valoraciones comparativas (piénsese en el posicionamiento de la marca país en el exterior o benchmarking entre regiones o comunas).

En su dimensión social, implicará develar relaciones de poder asimétricas entre territorios y sus consecuencias. Referirse a la inserción del territorio (nacional, regional y local) en el mundo, en términos sociales, culturales o económicos. En el contexto neoliberal contemporáneo dicha inserción, especialmente si nos referimos a la realidad latinoamericana, se da de manera subordinada y, si bien se trata en esta escala de relaciones estructurales, estas afectan de forma tangible (aunque muchas veces inadvertida para la población en general) la vida cotidiana de los habitantes.

Análisis socioespacial a escala meso

La escala meso podría centrarse en la ciudad y su hinterland, es decir, su zona de influencia y en los barrios o sectores que componen la ciudad. La razón de esta forma de proceder podría fundamentarse en la acelerada urbanización global, en la que se inserta también Chile. Las ciudades constituyen los polos en torno a los cuales se configuran el resto de los territorios. Ahora bien, las ciudades también constituyen un mundo en sí mismo que requiere ser analizado.

Sobre esta escala de análisis/acción un muy buen aporte es el hecho por Panez (2010) y Letelier et al. (2020). Es relevante en esta escala tener en consideración que los barrios no son autoexplicativos. Las intervenciones comunitarias tradicionales, a pesar de ser colectivas, podían caer en la patologización de las comunidades barriales, precisamente por no tener en consideración una perspectiva de la ciudad como totalidad. Es decir, una lógica comunitaria tradicional-conservadora plantearía cosas tales como que un barrio es pobre o tiene escasos servicios porque las personas que le habitan tienen malos hábitos, en vez de cuestionarse acerca de las razones de la concentración espacial de determinados fenómenos.

En primer lugar, un análisis del aspecto material en esta escala, implicaría cuestionar las formas de delimitación interna de la ciudad. ¿Por qué se ha determinado ciertos polígonos para definir las unidades barriales? ¿Quién los ha definido? ¿Con base en qué criterios? ¿Qué implicancia han tenido dichas delimitaciones en las políticas y normativas respecto de asuntos sociales o urbanos? También en función de lo material, es necesario identificar cuáles son los instrumentos que ordenan el territorio y cómo lo hacen. Cabe también aquí referirse a la actividad económica e industrial que moldea el espacio, generando desigualdades (piénsese en la localización de la actividad industrial en las metrópolis, a modo de ejemplo).

En segundo lugar, en esta escala el aspecto subjetivo podrá dar lugar a procesos de levantamiento de información sobre identidades barriales, recuperación de memoria y análisis de las percepciones de los habitantes respecto del resto de los barrios de la ciudad, así como de los procesos de estigmatización barrial que pueden marcar fuertemente la vida de las personas.

En tercer lugar, lo social implica referirse a las relaciones entre barrios (aunque también puede ser de utilidad un análisis dentro de cada barrio), ya que la localización de los tomadores de decisión no es homogénea. Los análisis del nivel educativo, ingresos, tipo de ocupación y de clase social en general, muestran que la distribución espacial a escala meso es marcadamente desigual (Saravia, 2018). Es decir, el poder se concentra espacialmente y los habitantes de ciertos sectores tienen escasas posibilidades de incidir respecto del devenir de su propio entorno. ¿Dónde viven el intendente, los gobernadores, los alcaldes y los concejales, los dueños de las empresas más importantes de la ciudad? ¿Dónde están ubicadas las oficinas de cada una de esas reparticiones públicas y empresas? ¿Dónde se ubican en cambio, las zonas de desperdicios industriales?

Adicionalmente, es interesante notar que no todos los lugares de la ciudad tienen la misma notoriedad pública, por lo que la capacidad de incidir está mediada por el acceso a dichos lugares que, en la mayor parte de nuestras ciudades, es el centro urbano. Por esta razón, para poder realizar gestiones exitosas a escala regional, los alcaldes de las zonas rurales de la región deben viajar comúnmente a las capitales, lo mismo que los estudiantes de zonas periurbanas y rurales que buscan movilidad educacional en sus trayectorias (Saravia, 2018b; Díaz, Farías, Tralma y Saravia, 2018; Riquelme, 2017) o la población semirrural y rural en general (Riquelme, 2018). Ni alcaldes de comunas rurales, ni estudiantes universitarios de zonas periurbanas, cuestionan normalmente el hecho de tener que desplazarse para lograr sus fines. Es algo propio del espacio vivido que debe ser develado en el análisis a realizar.

Análisis socioespacial a escala micro

Veamos, por último, el análisis socioespacial micro. En esta escala puede resultar útil buscar aportes desde disciplinas tales como la arquitectura, la antropología, o la psicología ambiental y su utilización del concepto “lugar”, tal como el trabajo de Akesson et al. (2017) lo propone.

Ahora bien, en realidad lo micro podría dar lugar a dos subtipos de escalas socioespaciales. Una en el que el objeto de análisis es un lugar que se habita y, otra, en la que el objeto es el cuerpo. Ambas se encuentran entrelazadas, pero el cuerpo es sin duda, la base de toda experimentación de algún lugar (microespacio) y también de la configuración de los niveles espaciales meso y macro.

En cuanto a los lugares, estos pueden ser de distinta naturaleza. Tenemos la vivienda o el hogar propio, que es vista por autores como Bachelard (1965) o Giannini (2013), como una metáfora del útero materno, a la que regresamos cotidianamente para el encuentro consigo mismo, en la búsqueda de intimidad. La vivienda, por tanto, constituye un micro-espacio crucial en la experiencia vital. Para el levantamiento de información sobre esta, el trabajo social ha ocupado históricamente la visita domiciliaria como instrumento. Esta nos permite acceder a una descripción material de la vivienda, las representaciones que de esta pueden tener los sujetos que le habitan y de las relaciones sociales que se desarrollan en su interior, en gran parte condicionadas por las anteriores dimensiones indicadas. Un ejemplo de este tipo de análisis es hecho por Jeyasingham (2018) en el contexto británico. Una reflexión sobre lo microespacios deberá develar las relaciones de poder en su interior que pueden asociarse a categorías como sexo/género, rango etario (especialmente el trato hacia niños, niñas y adultos mayores), condiciones de discapacidad u otras.

Otro tipo de microespacios son las edificaciones donde funcionan aquellas organizaciones que Erving Goffman denomina instituciones totales, es decir, aquellas en que transcurre la mayor parte de la vida de ciertos individuos: cárceles, hospitales psiquiátricos, hogares infantiles y de personas de tercera edad, etc. Quizá con excepción de los psiquiátricos, el trabajo social tiene una amplia tradición en cada una de estas. Sin embargo, al parecer, poco se sabe desde la disciplina, respecto de cómo el espacio configura los fenómenos con que trabajamos en estos contextos. Un análisis de dichos espacios deberá considerar también un enfoque trialéctico. En cuanto a la materialidad, se podrá hacer referencia a la localización, que en el contexto urbano puede dar luces respecto de la posición social simbólica que tiene el conjunto de población al que dicha institución atiende. En el caso de las cárceles, por ejemplo, esto es muy claro, ya que tienden a ubicarse en los suburbios de las ciudades, generalmente en sectores de baja plusvalía. Se trata de un fenómeno social que no quiere ser exhibido, ni tampoco visto. A su vez, los reos comparten dicha marginación socioespacial, aun después de haber cumplido condena.

Pareciera que las instituciones totales permean la experiencia vital de los sujetos que las habitan, generando efectos de largo plazo, que se mantienen a pesar de que pueda existir movilidad espacial. Ello se produce dentro de estos microespacios, por lo que no basta solo un análisis de la localización, sino de la configuración interna de estas unidades espaciales.

¿Qué materiales se utilizan en las construcciones? ¿Cómo se distribuyen los espacios internos en términos de límites, accesos a lugares específicos, facilidad de desplazamiento, tiempos y rutinas asociadas? ¿Cómo la materialidad de las edificaciones condiciona el acceso a (y las características de) la luminosidad, el paisaje y la acústica?

A estos elementos materiales se asocian subjetividades y emociones. ¿Cómo se experimenta el habitar en estos lugares? ¿Qué emociones se encuentran asociadas? ¿Qué formas de diferenciación simbólica operan en su interior? ¿De acuerdo con qué códigos culturales?

Por último, materialidad y subjetividad se entrecruzan también con relaciones de poder. ¿Qué asimetrías en dichas relaciones caracterizan el lugar? ¿A qué condiciones materiales o subjetivas responden dichas asimetrías? ¿En qué maneras se expresan? ¿Son experimentadas de forma acrítica o son puestas en cuestión?

En cuanto a la corporalidad en tanto unidad espacial mínima, se entenderá que esta es la vía de acceso a la experimentación del espacio y, al mismo tiempo, un territorio en sí mismo, aunque como plantea Haesbaert (2020), también es posible concebir el territorio como cuerpo o el cuerpo como una extensión del territorio. En el primer sentido, deberá atenderse al hecho de que el cuerpo es objeto de restricciones socioespaciales; la forma en que la corporalidad se vincula con el espacio está mediada por aspectos materiales, subjetivos y sociales. En lo material, un buen ejemplo lo constituyen las desigualdades que afectan a las personas en situación de discapacidad física en su experimentación de la ciudad, ya sea en el acceso a lugares que no cuentan con accesibilidad universal, así como en la experiencia de movilidad espacial cotidiana dadas las características de la locomoción pública latinoamericana y la infraestructura pública urbana como las veredas, plazas, juegos públicos, etc. En lo subjetivo nos referiremos a la forma en que la cultura, las representaciones sociales e imaginarios condicionan el acceso de los cuerpos al espacio y la forma en que este se da. Por ejemplo, la relevancia subjetiva e intersubjetiva que es dada por una sociedad a la accesibilidad universal constituye un elemento que condiciona la experimentación del espacio de un grupo importante de personas. Otro ejemplo es que ciertas normas culturales asociadas a la vestimenta pueden condicionar la forma como determinados grupos de población experimenten el contacto físico con el espacio. En algunos países ciertos grupos étnicos acostumbran a transitar en la ciudad descalzos (lo que podría estar asociado a cosmovisiones que valoran el contacto directo del cuerpo con la tierra), lo que no se amolda a las normas culturales asociadas a sectores de la población de clases sociales más altas. En este sentido, ello podría constituir una restricción a cómo el espacio es experimentado por estos grupos. Por último, en lo social, la experimentación del espacio es condicionada por relaciones de poder más o menos explícitas. Por ejemplo, en una sala de clases la ubicación física de profesores y estudiantes es diferenciada según el rol de cada uno de estos, igualmente en la iglesia o lugares que consideramos democráticos, pero que están afectos al influjo del mercado, como el lugar que se puede ocupar en un concierto, un teatro, un avión o un bus, lo que dependerá de la capacidad de pago. Inclusive en una playa, una plaza o lugares que podríamos denominar espacios públicos es posible identificar patrones diferenciados de uso según estratificación social.

En el segundo sentido, que concibe el cuerpo como un territorio en sí mismo, debe entenderse que este tiene -como todo territorio- soberanía y determinaciones respecto de su uso (para qué se puede utilizar, cuándo, por quienes, etc.). En esta línea argumental se entra en conexión con el desarrollo intelectual feminista y un abordaje serio de ello requiere una lectura rigurosa del amplio corpus de producción intelectual sobre esta materia, lo que excede este trabajo. Sin embargo, a modo de ejemplos provisorios se puede plantear que -teniendo en consideración que el cuerpo como territorio también debe ser analizado desde una lógica trialéctica-. En lo material, la soberanía respecto del propio cuerpo-territorio puede vulnerarse debido a ciertas condiciones materiales que configuran escenarios espaciotemporales que así lo facilitan. El caso del uso de los medios de movilidad pública por parte de mujeres lo ilustra. Especialmente claro es el caso del uso del metro en metrópolis como Santiago de Chile o Ciudad de México, en los que las mujeres comúnmente son acosadas sexualmente por hombres que se aprovechan de la multitud y del inevitable contacto directo entre cuerpos en dicho contexto en horarios punta (Soto, Aguilar, Gutiérrez y Castro, 2017; Soto, 2018). Lo subjetivo se asocia a ciertas representaciones mentales masculinas acerca de la legitimidad del acceso al cuerpo de las mujeres en dicho contexto socioespacial y, en lo social, a relaciones de poder asimétricas, cristalizadas en una institucionalidad policial o judicial que minimiza el fenómeno y cuestiona los relatos de las mujeres afectadas por violencia sexual. Otros ejemplos de la corporalidad en tanto territorio pueden darse en relación a la experimentación del cuerpo por parte de niños, niñas, adolescentes, adultos mayores, o personas en situación de discapacidad. Un desarrollo más variado a este respecto resulta un desafío que debe ser enfrentado por la investigación en trabajo social.

Reflexiones finales

Este trabajo buscó desarrollar una reflexión sobre cómo incorporar la dimensión espacial en el análisis que debe fundamentar las intervenciones sociales, desde una perspectiva crítica del espacio. Esta implica pensar el espacio desde una trialéctica que considere aspectos materiales, subjetivos y sociales, los que son susceptibles de ser analizados en distintas escalas. Un buen análisis no tomará por separado estas escalas y elementos, sino que se referirá a cada uno en términos analíticos, para luego generar una síntesis diagnóstica que les entrecruce y les conecte también con otros componentes que un análisis socioespacial debe contemplar, a saber: un encuadre teórico del asunto, análisis de los actores implicados y del contexto político institucional; aspectos que, aunque no han sido abordados en este trabajo, son relevantes para una comprensión adecuada de la realidad socioespacial.

Para el diseño de intervenciones concretas, resulta útil tener en consideración cómo la síntesis del análisis realizado permite tomar decisiones teórico-metodológicas, tales como la definición del objeto de intervención o la identificación de los factores causales asociados a dicho objeto en los que deberá enfocarse la intervención.

En suma, el trabajo aquí presentado constituye una aproximación general que ofrece un esbozo de una perspectiva teórico-metodológica crítica en el abordaje del análisis socioespacial, potencialmente útil para el quehacer del trabajo social. Esta puede ser fundamento para el desarrollo de intervenciones sociales que superen perspectivas conservadoras respecto del territorio o del espacio en general. No obstante, es claro que se requiere de una profundización en cada uno de los fenómenos específicos con que el trabajo social se encuentra en su quehacer profesional. En este sentido, lo relevante de esta propuesta es que deja claro que lo espacial o territorial no constituye meramente un nivel del quehacer profesional, que pudiera en ocasiones no tener que ser considerado; al contrario, en tanto es consustancial a lo social, se trata de una dimensión ineludible de cualquier intervención social.

Dicha aseveración hace surgir un conjunto relevante de desafíos que han sido ya descritos por Saravia (2020), en lo relacionado con la formación profesional, la investigación y el desarrollo de intervenciones sociales. De estas, una que destaca es que la labor académica de las escuelas de trabajo social en América Latina debe ser orientada para que se conviertan en verdaderos laboratorios de experimentación de nuevas formas de concebir e intervenir lo socioespacial en alianza con organismos abocados a la intervención social, movimientos sociales y territoriales; con el fin de incidir en las formas en que hoy el Estado interviene los grupos subalternizados y cuestionando las lógicas neoliberales que imperan en parte importante de políticas y programas.

Es importante que futuros trabajos avancen en el desarrollo de propuestas que hagan el vínculo entre perspectivas teóricas críticas, propuestas metodológicas coherentes y el diverso cúmulo de herramientas técnicas con que es posible abordar el análisis socioespacial y el impulso de intervenciones socioespaciales críticas. Este trabajo no ha pretendido ser acucioso en este sentido, sino demarcar un área de desarrollo para la profesión y disciplina en la que es necesario seguir trabajando.

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1 No se pretende aquí una aplicación rigurosa de la trialéctica del espacio planteada por Lefebvre, que considera espacio vivido, espacio concebido y práctica espacial. Se retoma la idea propuesta por él de la consideración de las dimensiones material, social y subjetiva, en términos amplios.

* El presente artículo es producto de la reflexión sistemática realizada en el marco de la preparación de la cátedra “Intervención Social Territorial y Comunitaria 1 y 2” en la carrera de trabajo social de la Universidad del Bío-Bío. Se agradecen los comentarios que este documento recibió de la colega María Belén Ortega y evaluadores pares anónimos, que enriquecieron este trabajo.

Como citar este artículo: Saravia, F. A. (2021). Análisis socioespacial en trabajo social. Revista Eleuthera, 23(1), 338-354. http://doi.org/10.17151/eleu.2021.23.1.18.

Recibido: 26 de Marzo de 2020; Aprobado: 12 de Octubre de 2020

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