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Colombia Médica

versión On-line ISSN 1657-9534

Colomb. Med. vol.53 no.4 Cali oct./dic. 2022  Epub 30-Dic-2022

https://doi.org/10.25100/cm.v53i4.5447 

Ventana al pasado

La melancolía como estrategia saludable en tiempos de grandes crisis humanas

Eduardo Botero Toro1  2 
http://orcid.org/0000-0001-6237-4348

1 Universidad del Valle, Cali, Colombia.

2 Universidad Libre, Cali, Colombia


¿Qué es lo que acontece en nuestro pensar y en nuestro sentir, cuando visitamos cierto momento histórico del pasado, nos encontramos con referencias, situaciones y pensamientos que nos hacen pensar en el presente?

El tango compuesto por Enrique Santos Discépolo, Cambalache… ¿asegura la atemporalidad de las desgracias del mundo? Sin embargo… al precisar que es en “el 506 y en el 2000 también”, deja un margen de historia por fuera de la sentencia. Discépolo no pretende ser historiador, más bien filósofo. Y un filósofo del escepticismo como pocos, pues nos permite cantar su filosofía desde que la dio a conocer al público.

Pero esto no es más que un rodeo deliberado para señalar que, en el tango opera como radical expresión de la similitud compartida, por la gran variedad de cosas y personajes que insisten en repetirse a lo largo de la historia. Este ensayo procura pensar, no en la continuidad sino en lo que es discontinuo y, de paso, interrogar las nociones de libertad y utopía. Poder situar la libertad ya no en el campo de ideal sino en el de su gestación, al tiempo que se interroga la noción de libertad como ideal, permitirá sustentar la idea de libertad como ejercicio posible.

Lo que me propongo es revelar que la idea de final del mundo siempre ha existido a lo largo de la historia, pero que la misma ha sido puesta en cuestión por ejercicios de libertad creadores de condiciones de resistencia, que protegieron a sus practicantes de sucumbir a la resignación menesterosa. En tiempos donde dicha idea se establece como casi hegemónica en el campo de la cultura, surgen personajes o sucesos que demuestran posibilidades de situarse en la misma, sin impregnarse del pesimismo reinante y estableciendo un modo de vida consistente; cierto grado de amargura convertida en método, o, al decir de algunos: estrategia melancólica para trascender la vida.

Historia y medicina

Heródoto, considerado el Padre de la Historia, vive entre el 484 y el 425 a. de C. Cinco años antes de morir, hacia el 430, da a conocer su obra Historias (también conocida como 9 Libros de historias), cada una dedicada a una musa en particular. Ya en ella se insinúan dos direcciones conceptuales revolucionarias para su época: la primera, que en los acontecimientos humanos los dioses no intervienen (planteamiento que radicalizaría después Tucídides, dadas ciertas vacilaciones al respecto en Heródoto) y, la segunda, que del conocimiento del pasado podemos extraer valiosas lecciones para el presente. De hecho, su obra comienza de este modo:

“Heródoto de Halicarnaso presenta aquí los resultados de su investigación para que el tiempo no abata el recuerdo de las acciones humanas y que las grandes empresas acometidas, ya sea por los griegos, ya por los bárbaros, no caigan en olvido; da también razón del conflicto que enfrentó a estos dos pueblos” 1.

Por lo demás, en sus relaciones con la filosofía de la época, Heródoto simpatiza con Heráclito y ambos llaman a que el lector de sus obras participe con criterio propio de lo que ambos exponen 2. Toda una apelación antigua que tendrá su revelación magistral, futura, en Kant, a propósito de su Qué es la ilustración3.

Por su parte, Hipócrates, llamado el Padre de la Medicina, vive entre el 460 y el 370 a. de C. Nace, pues, 24 años después de Heródoto. Su obra cumbre, como médico destacado de la escuela de Cos, será recopilada en el llamado Corpus hippocraticum, que contiene la colección de 70 obras médicas y, aunque se discute la participación de más autores en dicha obra, terminó por adjudicarse autoría única al médico de Cos.

Sus relaciones con otros saberes privilegiaron a Demócrito y Gorgias. A propósito, existe una leyenda que relaciona a Hipócrates con los abderitanos ciudadanos habitantes de la ciudad de Abdera, lugar de residencia de Demócrito y con una supuesta enfermedad de este, atribuida por sus conciudadanos:

“Se cuenta, por ejemplo, que los habitantes de Abdera, una ciudad situada en Tracia, en la costa norte de la actual Grecia, a orillas del Egeo, acudieron muy preocupados a Hipócrates pidiéndole que fuese a ver a Demócrito, quien 'al parecer se había vuelto loco...' Existen diferentes versiones sobre por qué llamaban loco al filósofo atomista. Una dice que dedicaba tanta atención a sus estudios y reflexiones que permanecía ajeno a cualquier otra cosa y ni siquiera respondía cuando le llamaban. Otra, que pasaba el día riéndose de todo y de todos. El doctor Reverte Coma recoge una versión más, la de que 'iba a los cementerios de noche para sacar cadáveres llevándolos a su casa', y explica que Hipócrates: 'Comprendió que no podía 'curar' [al filósofo] de la manía de aprender y tampoco pudo convencer a sus paisanos de que Demócrito no era un enfermo sino un hombre por encima de lo normal dedicado a investigar, lo que no podía considerarse como una enfermedad. Y rechazó la paga que los habitantes de Abdera le querían entregar por su trabajo” 4.

Tal vez, no vuelva a repetirse jamás, en la historia humana, el caso de una ciudad entera preocupada por la salud de uno de sus filósofos. El modo de proceder Hipócrates se sostiene prácticamente en las mismas dos premisas con las que Heródoto justificó su Historia: 1) En las enfermedades humanas no intervienen los dioses y, 2) del conocimiento del pasado podemos extraer conocimientos que hagan comprensivo el presente de la enfermedad. Para una medicina amparada en rituales propios de la teúrgia (suspensión de la racionalidad e invocación de las energías) y de la religión procedente de los seguidores de Esculapio, la “invención” hipocrática y de toda la escuela de Cos representaba un cambio de paradigma fundamental y, repitámoslo, no eximido de la relación con otros discursos, como la Historia y, la Filosofía.

Heródoto e Hipócrates practican un ejercicio de libertad por el cual pueden crear algo que revela del mundo, otras cosas no detectables, mientras predominaban concepciones diferentes. Y, por tanto, otras posibilidades para procurar su transformación.

Mal de muchos: ¿consuelo de tontos?

Ninguno de los dos autores ha prometido que con su método la humanidad conocerá la paz ni la ausencia absoluta de enfermedad. Lo suyo no es ideología, lo suyo es, si se quiere, proto ciencia. Lo cierto es que, al situar las cosas en el orden de lo humano, el hallazgo de lo falible en la determinación de los acontecimientos y de las enfermedades, establece un principio de realidad acorde con la racionalidad del momento y situará la fantasía en el campo que le corresponde.

Hoy sabemos que, al reconocer las causas verdaderas y probables de una enfermedad, se avanza en la posibilidad de por lo menos atenuar las consecuencias de esta, hasta donde sea posible. Y, en la subjetividad, tales descubrimientos, operan produciendo alivio en el sufrimiento. Una parte de ese alivio se deriva del hecho de que el médico ofrece al paciente un conocimiento que lo pone al tanto de no estar solo, de que otros como él, también la padecen. Un conocimiento que rompe la inquietud imaginaria de suponerse víctima primera y única de la injuria.

Se trata de descubrir ni más ni menos una fatalidad insalvable. Pero, por eso mismo alivia: en el no habiendo más remedio que aceptarla, permite disponer de las energías en direcciones diversas, tal y como asumiríamos la certeza de que nacemos para la muerte. No obstante, siendo en el inconsciente inmortales, la contradicción entre lo sabido y lo deseado, nos exige vivir en comunidad con otros y, la comunidad y la cooperación entre iguales surge en la evolución humana como manera de atemperar, si no eliminar, los efectos nocivos que se derivarían de asumir la adversidad individualmente.

Por lo menos, nos privamos de la desolación, aunque el alivio sea precario y hasta frustrante si convertimos la salud absoluta en ideal posible. En forma humorística alguien decía que la vida era una enfermedad de origen sexual que se cura con la muerte. Y otro, de la misma manera, señalaba que la gran ilusión de este tiempo era la de morirnos aliviados. La noción griega de affectio societatis manifiesta la voluntad de vivir en sociedad, con el fin de preservar a la sociedad misma. Pero la voluntad de vivir, al eximirse de exigirle a la vida la solución definitiva de todos los males, también implica que solo con la muerte ello sea posible. El descubrimiento de que no estamos solos ante la adversidad, o de que las adversidades actuales no ocurren por primera vez en nuestra historia, nos hace resistentes a la desolación que otros, aquellos que se suponen elegidos por el mal destino, declaran insuperable.

Entrar en comunidad con otros que comparten adversidades semejantes a las de nuestro tiempo, nos posibilita acceder también a los modos como algunos de esos otros han superado la contingencia, llevándola a otro nivel; ya no solo soportable sino también útil para la continuidad de la vida.

Actualidad de ciertas antigüedades

Pero en el inconsciente tampoco existe la temporalidad. Ni la contradicción, ni la temporalidad, ni la muerte. Cierta idea de lo que es la libertad, quizás pueda extraerse de una experiencia como la que se anunciaba al comienzo de este ensayo y que nos llevó por el rodeo ya presentado.

La idea de que “viajamos a través del tiempo” porque, memoria obligada, lo inolvidable es a la par que potencia, certeza de que estamos vivos. Existe una tendencia a representarnos los actuales tiempos como lo que algunos pronostican con una certidumbre asombrosa: probable final de la especie, el concurso de pandemias, guerras nucleares, empobrecimiento acelerado de las poblaciones, reducciones en las tasas de natalidad, incremento de las violencias, elevación marcada de las tasas de enfermedad, depresión, suicidio, etc. Todo esto, sumado a los efectos del calentamiento global, desprendimiento de los casquetes polares, incremento de la contaminación, inundaciones, etc.

Si nuestra representación del actual tiempo nos lleva a suponernos víctimas primeras de los hechos, víctimas primeras de la amenaza del fin del mundo, probablemente eso explique tanto la popularidad del mal humor reinante, como el ascenso vertiginoso de la desconfianza con los valores de la democracia, a los que el desarrollo tecnológico estaría dando el combustible necesario, para tornarla en vía hacia el precipicio. Existe una historia de la idea del fin del mundo y esa historia nos remite a tiempos de crisis que guardan algunas semejanzas con nuestro tiempo.

Marguerite Yourcenar y Umberto Eco son dos autores que, con sus obras destacadas, Memorias de Adriano5 y El Nombre de la Rosa6, novelan tiempos remotos durante los cuales la idea del fin del mundo hizo carrera en la cultura de modo extenso e insidioso.

Memorias de adriano

Yourcenar toma de Flaubert la frase con la que ella presenta sus Memorias: “Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta

Marco Aurelio, en que solo estuvo el hombre” 7.

Esa Roma tardorrepublicana en la que la ciudad y sus viejos valores ya no daban respuesta a las inquietudes de la población y, todavía sin conseguir otros valores nuevos, en tiempos de levantamientos populares, de multiplicación de grupos sediciosos conspirando contra Roma (“Un día, el líder de uno de esos grupos ocupará el trono del Emperador y heredará uno de sus títulos, el de Sumo Pontífice”…), de hambrunas y de migraciones forzadas, Yourcenar elige a Adriano como a ese hombre que estando solo, al mismo tiempo, estuvo vinculado con todas las cosas. Y en el mismo cuaderno de notas escribe:

“Experiencia con el tiempo: dieciocho días, dieciocho meses, dieciocho años, dieciocho siglos. Inmóvil permanencia de las estatuas que, como la cabeza de Antínoo Mondragón en el Louvre, viven aún en el interior de ese tiempo muerto. El mismo problema considerado en términos de generaciones humanas: dos docenas de pares de manos descarnadas, unos veinticinco ancianos bastarían para establecer un contacto ininterrumpido entre Adriano y nosotros” 7.

Se trata pues, de un hombre más cercano a la modernidad renacentista y al mundo helenístico antiguo del que fue admirador. Le entusiasmaba estudiar las cosas en profundidad el cuerpo humano, por ejemplo; visitante asiduo de la disección de cadáveres, proponiéndose, a la vez, establecer los múltiples vínculos entre las cosas.

La experiencia que ofrece la lectura de esta biografía novelada es múltiple. En primer lugar, es obvio que Yourcenar escribe en el presente y elige a un personaje, valida de la impresión que tiene de la soledad del Hombre, en un tiempo dado. Es un ir a donde ya sucedió una vez, lo que en la actualidad está sucediendo. Algo que estaba ya no está y lo nuevo no se avizora. Es quizás, por eso mismo, que podemos derivar para nosotros sensaciones y afectos que, referidos al pasado, resuenan también con nuestro presente de modo nítido. La personalidad “de” Adriano, es la personalidad que Yourcenar presenta tal y como lo hace, una personalidad transhistórica, no porque ella se repita hoy mediante metamorfosis en alguno de los gobernantes de los imperios, que todavía son legión, sino porque todavía tiene cosas para decirnos desde el tiempo del Imperio Romano, en plena decadencia, próximo en unos cuantos siglos a convertirse en Imperio de la Cristiandad.

En segundo lugar, después de la teoría de la relatividad presentada en 1917, el tiempo y la distancia dejan de ser absolutos y dependen del observador. Yourcenar escritora y nosotros sus lectores, descubrimos un ejemplo de cómo se puede vivir la vida en tiempos de incertidumbre absoluta. Con la salvedad favorable de que ni ella ni nosotros tengamos las responsabilidades propias de un Emperador, gozamos de una relación con el tiempo, que nos dispone a una libertad posible, que nos demanda, la creatividad de la novelista, nuestro deseo por ligar nuestra angustia personal al horizonte de época y a la tecnología que hizo posible llegar a nuestras manos el libro.

En tercer lugar, fue también el tiempo de multiplicación de sectas, casi todas ellas pregonando el final del mundo y el advenimiento del apocalipsis. Tiempo de connatos de sublevación, en los que la mano de Adriano no tembló para conseguir su aplastamiento, mientras su espíritu se convencía de la imposibilidad de llevar a cabo la aniquilación total.

El nombre de la rosa

El siglo XIV, es el tiempo que elige Umberto Eco para ambientar los acontecimientos que novela: la investigación realizada por el Inquisidor Guillermo de Baskerville y su ayudante Adso, a propósito de los crímenes que se cometen en una abadía, situada en el norte de Italia. Siglo turbulento como pocos: guerras entre nobles y entre monarcas, la Peste Negra eliminó a un 50% de la población europea, una llamada Pequeña Edad de Hielo asoló los cultivos y condenó a la hambruna a la población, proliferación de predicadores anunciando el fin del mundo por castigo divino…No obstante, también pretérito inmediato al surgimiento del renacimiento. Guillermo de Baskerville da testimonio de haber recibido el arsenal griego que los árabes habían conservado; su racionalidad se impone sobre la ignorancia de monjes y de teólogos: habiendo asistido a una reunión de franciscanos con delegados del Papa, en plena discusión de los primeros acerca de la pobreza, considerada herética por dominicos y el Vaticano, se encuentra con la ocurrencia de una serie de crímenes, en cuya investigación aplica ese método que pretende enseñar a su discípulo, Adso de Merk, por medio del uso del aforismo y el refrán, nuevos totalmente para el muchacho. El siglo XIV, con el debilitamiento de cadenas de vasallaje y el avance de la agricultura, así como del comercio, es el comienzo de una transición, la del feudalismo al capitalismo; con el surgimiento del salario y las transformaciones en las relaciones sociales de producción y de distribución, las monarquías tendieron al absolutismo y, al mismo tiempo, en la institucionalidad eclesiástica se abrió una verdadera lucha entre cardenales y curas pobres, que dio origen a la comunidad franciscana, entre otras, pregonera de una actitud crítica frente a la autoridad papal y su apoyo dominicano.

La reunión de los delegados papales (encabezados por el inquisidor dominico Bernardo Gui) con los delegados franciscanos, entre los que se encuentra Guillermo, tratará, justamente, acerca de si la concepción franciscana de la pobreza es o no una herejía 8.

En aquel tiempo aún no se ha inventado la imprenta y al libro solamente acceden los eruditos. Fue sobre una cantidad inmensa de libros que el palimpsesto retomó la literatura griega perdida, conservada por los árabes. Un libro, el de la Risa, atribuido a Aristóteles, es considerado por Jorge de Burgos, monje de aquella abadía, “instigador de impiedad y de disminución del debido temor de Dios”. Impregnando con veneno las esquinas de las páginas, que los monjes pasarán humedeciendo su lengua, termina Burgos siendo descubierto por Guillermo de Baskerville, al tiempo que la reunión entre franciscanos y delegados papales, termina con altas probabilidades de declarar herejes a los primeros.

La novela anuncia lo que vendrá y de lo cual somos herederos culturales en occidente. La personalidad de un Guillermo de Baskerville reporta las posibilidades de instalarse en un mundo difícil, también pletórico en anuncios sobre el final de los tiempos. Y la imprenta traerá posibilidades impensadas, toda vez que la relación de cada lector con el libro sagrado y con otros libros, creará un nexo directo con aquella palabra, anteriormente mediada por lectores cultos y de acceso restringido a ellos.

Tal vez eso explique que, como lectores actuales de esos acontecimientos novelados, sintamos que allí se habla de algo de lo que también se habla hoy en estos tiempos aciagos. Por esa misma razón, la relación entre un Guillermo y su ayudante Adso, es sea una relación susceptible de ser pensada para épocas como esta, testimonio de lo que un aprendiz sabe hacer con la relación, que ha tenido con un maestro. Un maestro lejano del sabio todopoderoso, que cifra su método de enseñanza en la burla o el desprecio por el alumno y la cantinela de que todo tiempo pasado fue mejor.

¿Y del barroco qué?

Pero si existe un tiempo más semejante a los actuales que vivimos, ese es el Barroco. Bolívar Echeverría es quizás el autor que más ha profundizado en este tema en Latinoamérica. Un comentario de su libro, La Modernidad de lo Barroco 9, expresa como síntesis:

“En sus páginas, sugerentes y vertiginosas, la actitud barroca se percibe como una extrema tensión moral, una extrema dificultad de vivir en el mundo, una torturada búsqueda de conciliaciones imposibles: complicidad y vergüenza, conformismo y rebelión, máscara y éxtasis. El tema se vincula con varias claves de nuestro ser y de nuestra historia.”

Alonso Quijano y Miguel de Unamuno

Es lo que Bolívar Echeverría, en otro de sus textos 10, toma del análisis que don Miguel de Unamuno 11 hacía de ese personaje situado entre el Renacimiento y el Barroco, Alonso Quijano, el Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. También afectado por los tiempos en los que vive, Miguel de Unamuno yendo en contracorriente de estos, es decir, practicando un verdadero ejercicio de libertad, elige a un personaje también situado en tiempos de malestar generalizado.

Los tiempos de don Miguel:

“…la vida social de España, a la que percibía hundida en el pragmatismo más plano y opaco, en una sensatez hostil a todo vuelo metafísico, enemiga del mito, afirmadora a su manera de ese "desencantamiento" propio del mundo moderno descrito por Max Weber, repetidora del discurso cientificista iniciado en el Siglo de la Luces y anquilosado en el positivismo del siglo XIX” 12.

Los tiempos de Alonso Quijano, representados en su sobrina, “dechado de cordura y realismo, manipuladora de curas, barberos y bachilleres, enemiga de la poesía: la misma que, ya en el siglo XX, espantada ante la amenaza comunista, cobijará el pedido de auxilio al generalísimo Franco.”

Por supuesto, que en lo referente a los tiempos de la sobrina no se restringen a su época, se extienden hasta nuestro presente… como reafirmando la idea de que el hoy y el pasado ha sido una relación de siempre, no una novedad. Pero sigamos con lo que Echeverría destaca del ensayo de Unamuno. ¿Qué va a decir Unamuno de don Alonso Quijano?

Miguel de Unamuno hace significar la acción del personaje de Cervantes como expresión de resistencia contra ese mundo:

“Don Quijote, esto es, la locura de Alonso Quijano, es para Unamuno el resultado de la resistencia de este hidalgo al enterramiento de la España heroica inspirada por el "sentimiento trágico de la vida", la España abierta al mundo y a la aventura”.

Una teatralización es lo que sería el personaje de don Alonso Quijano, personaje, a su vez, de Cervantes. Para tiempos difíciles, tiempos de guerras, pestes, Contrarreforma, multiplicación de visiones y de mensajes apocalípticos, inculpación del libro y de la lectura, de semillas de la Ilustración en curso, de la visibilización del universo con Galileo, el Quijote sería la forma de establecer un “más allá” imaginario en la persona de don Alonso Quijano y, por supuesto, en la de Cervantes.

Un cierto psicoanálisis asegura que debería dejarse de lado el tema de la libertad como ideal y más bien “(tomarla) como aquello que es susceptible de ejercerse y cuya puesta en acto espanta y suscita un movimiento de retroceso, de desistimiento” 13. En esta vía, se trataría de una “estrategia melancólica para trascender la vida” propia de don Quijote, no una forma de evasión. Debemos recordar que para el psicoanálisis la locura es una defensa que rige el ejercicio de una libertad. Para él, la consistencia imaginaria del mundo transfigurado poéticamente -del mundo escenificado con la ayuda de las novelas de caballería-se ha vuelto, como mundo de la vida, mil veces más necesaria y fundamentada que la del mundo real del imperio de Felipe XI, mundo necesario en virtud del oro y basado en la fuerza de las armas.

El desencanto con lo que existe se transmuda en imaginación vivaz, creativa y, a la par, consiguiendo una sugestión en los lectores, que solo se explica por el hecho de que el contenido y la forma de la novela resuenan con las inquietudes, en las que se baten al tenor de las adversidades de su tiempo. Cervantes lo que hace es ejercer su libertad de imaginar “un más allá”, posible para la imaginación, pero de probabilidad incierta, como si ignorase la siembra que está haciendo, para que en el futuro se asiente una nueva utopía.

Un poema de Quevedo y Villegas

Desde la Torre es un soneto escrito por don Francisco Quevedo y Villegas, publicado en 1648, tres años después de su muerte 14. Lo que hay de barroco en ese poema es prácticamente todo, pero para nuestro propósito, el poema revela una forma de ejercicio de la libertad del escritor, en medio de la paz de un desierto, donde se retira del bullicio del mundo en que vive:

Desde la torre

Retirado en la paz de estos desiertos

con pocos, pero doctos libros juntos,

vivo en conversación con los difuntos y

escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,

o enmiendan o fecundan mis asuntos,

y en músicos callados contrapuntos

al sueño de la vida hablan despiertos.

Las grandes almas que la muerte ausenta,

de injurias de los años, vengadora, libra, ¡oh

gran don Iosef!, docta la Imprenta.

En fuga irreparable huye la hora,

pero aquella el mejor cálculo cuenta

que en la lección y estudio nos mejora.

Retirarse en este caso quiere decir cualquier cosa posible, menos evadir. Quevedo, con su acto por “la lección y estudio”, mejora ¿De qué mejora? Del malestar que le producen las turbulencias de su tiempo, así deba elegir la paz del desierto, pues le era condición necesaria para acceder a una lectura atenta. Quevedo también funda para sí un modo de ejercicio de la libertad, favorecido por la imprenta, para “conversar con los difuntos” y “escuchar con mis ojos a los muertos”.

Cuando los autores atan el malestar con su época al saber de los autores del pasado, a lo que sirven es al sueño de la vida de todos, con esto que enmiendan o fecundan de sus propios asuntos. ¿Cómo no rememorar aquí La Vida es Sueño, del también escritor del Barroco don Pedro Calderón de la Barca? Es ese “un más allá” posible que, como mencionaba atrás, resulta ser un mundo de la vida, tanto o más fundamentada que la realidad del momento.

Conclusiones parciales

Lo que debemos destacar de estos “casos” citados es que son ejercicios de libertad en tiempos difíciles, con el fin de hacer vivible lo invivible, de ser insumisos con las exigencias de la época. Es esta la verdadera práctica radical del pensamiento crítico, oculta tras la magnificencia de sus ornamentaciones, en clave para lectores atentos: dar curso al deseo, a la necesidad imperativa por conseguir un mundo mejor. He ahí, el verdadero acto de resistencia.

Los autores escogidos se corresponden con tiempos difíciles, como se suele representar a los actuales. La tecnología ha introducido nuevas formas de relacionarnos entre nosotros y de cada uno con el conocimiento. Las reacciones frente a esto se extienden por todo el espectro que delinean pesimismo y optimismo. Discursos como el psicoanálisis se ven interrogados por lo que, pareciendo novedoso no lo es y, por lo que pareciendo permanente resulta novedad. Tiene pues, el psicoanálisis, la exigencia de aceptar su condición inestable, que contrasta con momentos de fulguración innegables.

Para la intensa y exasperante popularidad que tienen las pasiones tristes, traducidas en ejercicios de odio, guerras, violencias diversas, retorno de valores autoritarios del pasado, propongo una actitud quevediana que, ligada al ideal del yo, serviría para hacernos a una ficción que haga vivible lo que de invivible tiene nuestra propia realidad.

La “amargura como método” 15 o “la estrategia melancólica para trascender la vida”, son modos de proceder para vivir más allá de la mera supervivencia. Método o estrategia que nada tienen que ver con la resignación menesterosa del siervo vocacional 16 y, mucho menos, con considerar que las ciencias sociales deban adaptarse al mundo, tal cual, para conseguir autorización y legitimidad. Otro modo de proceder necesario es el pensamiento crítico: por la acción desiderativa contra los propios prejuicios, por la decisión de articular la angustia personal con las trazas que definen el horizonte de la época y, finalmente, por la renuncia a esperar mesías redentores, que predican la acción basada en la determinación puramente voluntarista. Estamos en condiciones de ofrecer aptitudes creativas, cuyo fin sea justamente producir modos de vivir “un más allá” y reconocer la imperiosa necesidad de no representarnos la libertad y la utopía como fines y sí como prácticas posibles.

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