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Lingüística y Literatura

versión impresa ISSN 0120-5587

Linguist.lit.  no.66 Medellìn jul./dic. 2014

 

DUBOIS, JACQUES. LA INSTITUCIÓN DE LA LITERATURA. TRADUCCIÓN DE JUAN ZAPATA. MEDELLÍN: EDITORIAL UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA, 2014, 154 P

 

En la introducción a La institución de la literatura, el crítico belga Jacques Dubois lanza una afirmación que a la vez funciona como premisa y resultado de su investigación: «[e]l análisis de la institución revela que la literatura en cuanto tal no existe, sino toda una serie de prácticas especiales y singulares que se llevan a cabo tanto en el lenguaje como en el imaginario» (19). Premisa porque sólo en un horizonte reflexivo donde la literatura ha perdido su condición de valor intrínseco es posible desplazar la pregunta por las condiciones de posibilidad del hecho literario al terreno de la institución. Resultado porque para llegar a la negación de la literatura «en cuanto tal» es necesario reconstruir las bases de su «existencia real» a partir del estudio de las mediaciones y las prácticas institucionales. La afirmación sirve además como indicio de las dificultades y la relevancia de un trabajo que, desde su aparición, se ha convertido en referente importante dentro del dinámico campo de la sociología de la literatura.

Jacques Dubois es profesor emérito en la Facultad de Filosofía y Letras de la Université de Liège, en Bélgica. Su amplia trayectoria como crítico literario se ha extendido por cinco décadas y cuenta con más de una docena de volúmenes publicados cuyo enfoque gira alrededor de la literatura francesa de los siglos XIX y XX, la sociología de las instituciones culturales y las relaciones entre sociología y literatura. La institución de la literatura, libro aparecido por primera vez en 1978 y reimpreso en varias ocasiones, es quizás su exploración más sólida e influyente sobre las dinámicas institucionales de la literatura. Esta es la primera traducción completa del texto al castellano, en versión preparada por el investigador y especialista en estudios literarios Juan Zapata. Es de notar la fluidez con que se lee la traducción de Zapata, la cual viene además acompañada de un aparato crítico bien documentado y de una introducción que ayudan al lector no familiarizado a navegar en el complejo contexto intelectual franco-europeo en el que se inserta la obra Dubois.

Indagar hoy sobre el estatus de lo literario, o sobre la especificidad de aquello que a veces irreflexivamente designamos con el nombre de literatura, resulta simultáneamente problemático y pertinente. En las últimas décadas hemos visto la emergencia de diferentes paradigmas teóricos y analíticos representados por los llamados «estudios» (culturales, poscoloniales, queer, étnicos, ecocríticos, etc.), para los cuales la pregunta por los mecanismos constituyentes del hecho literario parece ser mucho menos urgente que, digamos, la pregunta por las relaciones entre literatura y subjetividades políticas, la desestabilización de los imaginarios imperiales, el estudio de saberes marginalizados y de prácticas culturales subalternas, o la genealogía crítica de categorías tales como raza, género, sexualidad, clase o nación en contextos históricos y geográficos específicos. En la actualidad el epicentro de estos giros disciplinarios se encuentra en la academia angloamericana, pero sería erróneo afirmar que se limitan a dicho contexto, pues no es difícil encontrar enfoques similares (muchas veces desarrollados independientemente) en ámbitos académicos de otras latitudes. Por otra parte, los mecanismos institucionales que caracterizaron el funcionamiento de la literatura en el ciclo moderno, de los cuales Dubois hace un minucioso análisis, parecen haber perdido su fuerza en tiempos del capitalismo tardío. A diferencia de lo que pasó durante el amplio período que va del Romanticismo a las Vanguardias, hoy no hay escuelas literarias con programas estéticos definidos ni verdaderas pugnas por el poder simbólico de la literatura entre los agentes productores. Los mecanismos de consagración se han vuelto difusos y el mercado tiende a ejercer una influencia dominante en el posicionamiento de los nuevos escritores. La reciente producción literaria suele desbordar las antiguas fronteras entre literatura legítima y marginal, o entre alta y baja cultura (fronteras que le eran inherentes a la institución), privilegiando en cambio la hibridación de géneros, el reciclaje de temas, estilos y lenguajes, para insertarse en lo que la crítica argentina Josefina Ludmer acertadamente ha calificado de «fabricación del presente». A su vez, como sostiene Fredric Jameson, la dinámica de las rupturas, que fuera tan esencial en el proceso de formación y consolidación de la literatura moderna, no sólo ha perdido actualmente su efectividad sino que parece haber quedado en suspenso, desplazándose al terreno de las disputas teóricas en los círculos académicos.

De esta manera, si para cuando Dubois escribió su libro todavía era posible afirmar que «el análisis de la institución revela que la literatura en cuanto tal no existe», hoy quizás estemos obligados a replantear los términos de esa ecuación para decir que «el análisis de la literatura revela que la existencia de la institución en cuanto tal está puesta en duda». Y decimos «puesta en duda» porque no nos encontramos ante la desaparición efectiva de las mediaciones institucionales, sino ante el debilitamiento o la crisis de su monopolio en la constitución contemporánea del hecho literario -algo que, por cierto, ya Dubois anticipa en su estudio-. Es cierto que la categoría de «literatura» sigue siendo operativa dentro de diferentes instancias tradicionalmente asociadas con el funcionamiento institucional (el sistema educativo, las academias, los premios, la prensa), pero dicha operatividad, conviene precisar, ya no es exclusiva a la lógica autotélica de la institución sino que debe responder también a la inmensa presión ejercida por la industria cultural y la cultura global del espectáculo.

Pero es a la luz de estas nuevas condiciones que la contribución de Dubois en La institución de la literatura adquiere una inusitada vigencia. Primero porque al ofrecernos un detallado panorama descriptivo y conceptual de la configuración institucional, esto es, del lugar específico de la literatura en la modernidad, su análisis nos proporciona el contraste necesario para comprender los cambios que ese lugar experimenta en nuestro tiempo. Y en segundo término porque si, como fue anotado, hoy asistimos a la crisis de la institución, el estudio de Dubois demuestra que aun en aquellas épocas cuando ésta ejercía una influencia monopolizadora las mismas tensiones que la atravesaban hicieron de la crisis su modo particular de existencia. Como sostiene el autor, «la institución literaria [...] no termina aún de poner en marcha todos sus engranajes, cuando ya empieza a ser corroída por los fermentos de la crisis» (39). Al final, Dubois nos deja con la imagen de una institución literaria siempre inestable, conformada por prácticas y contradicciones que la hacen inseparable de una suerte de ruina constitutiva cuyas consecuencias para una lectura del momento actual todavía están por ser pensadas.

El libro consta de ocho capítulos, además de un anexo donde el autor ilustra su teoría mediante el examen de casos específicos. En la introducción y los dos capítulos iniciales, Dubois presenta un cuadro general de los propósitos de su investigación, sentando las bases conceptuales que intervienen en la noción de institución con el fin último de criticar la construcción de la literatura como «una esencia universal amputada de toda base histórica y social» (19). Para el crítico belga la institución nombra el lugar específico de la actividad literaria así como también el principio de unificación y legitimación de las prácticas literarias (18-19). Este postulado intentaba resolver un gran vacío dejado por la sociología de la literatura de orientación marxista representada principalmente por los trabajos de Georg Luckács y Lucien Goldmann. Tal corriente partía de establecer una relación directa entre literatura y modo de producción, lo cual no sólo implicaba pasar por alto la especificidad de las mediaciones institucionales, sino que, de manera determinista, reducía el texto al problemático estatus de «reflejo» de la estructura socio-económica. De ahí la importancia inicial que autores como Jean Paul Sartre, Roland Barthes y Pierre Bourdieu tienen en el análisis de Dubois, ya que éstos habrían sido los primeros en reconocer el proceso de autonomización de la esfera literaria (es decir, el momento en que la literatura genera sus propias reglas de funcionamiento y de legitimación), el cual ocurre en los años posteriores a la Revolución Francesa, específicamente entre 1800-1850, con el ascenso de la burguesía y la división del trabajo que le es inherente al sistema de producción capitalista.

Sin embargo, Dubois señala que ninguno de estos tres pensadores llega a darle un «verdadero estatuto» a la noción de institución y, en consecuencia, no pueden explicar los vínculos entre dicha esfera autónoma y el sistema social que en principio hace posible la autonomización. Ni siquiera la noción bourdieuana de «campo», que pareciera guardar muchas similitudes con la de institución, resulta adecuada para los propósitos de Dubois, pues si bien a Bourdieu le corresponde el mérito de haber sistematizado la autonomía del campo de producción cultural, su teoría permanece contenida en la descripción de fenómenos internos, privilegiando la visión de una «estructura pura que se reproduce según su lógica particular» (51). Así, reconocer la autonomía de la esfera literaria no implica renunciar al estudio de sus interacciones con la formación social, pues son estas interacciones las que precisamente definen su carácter institucional. Pero, entonces, ¿cómo funciona la institución y cómo se entiende el hecho literario desde dicha perspectiva? La institución funciona ante todo como un «sistema socializador» (educa a los individuos dentro de un régimen de normas y valores) y también, en el sentido althusseriano, como un «aparato ideológico» (asegura la hegemonía ideológica de las clases dominantes y la reproducción de las relaciones sociales) (35-36). La literatura, en tanto institución, se ve involucrada en ambos niveles a través de diferentes instancias operativas que van desde el rito iniciático de la lectura hasta el sistema escolar y los círculos más especializados de legitimación del producto literario. Esto, por otra parte, no debe ser interpretado como una recaída en el elemental esquema de la subordinación de la literatura a las exigencias de la ideología, dado que la autonomía institucional genera siempre una reelaboración de los determinantes ideológicos. Ya en el capítulo tercero, donde Dubois se ocupa de las «funciones» de la literatura, esto es, de las modalidades como ésta interviene en lo real, el autor sostiene que la literatura «somete la ideología a un trabajo, a una transformación» (56), elaborando a su vez «ficciones» y «estructuras significantes» que constantemente mediatizan o trasponen «las intenciones de orden moral o político que esta expresa en ocasiones» (58). Por tal razón, para Dubois, los textos no tienen una función ideológica unívoca, y la división tan común entre «literatura reproductora del orden social» y «literatura crítica» carece de validez desde su perspectiva.

Una vez planteados los fundamentos teóricos, los siguientes capítulos de La institución de la literatura buscan ilustrar de modo más concreto los mecanismos de mediación institucional. El capítulo cuarto examina las instancias de producción y legitimación del producto literario. Por instancia debe entenderse, según Dubois, «todo engranaje institucional que cumpla una función específica en la elaboración, la definición y la legitimación de una obra» (70-71). El autor distingue entre instancias pertenecientes a la formación social e instancias específicas del sistema literario. Las primeras incluyen, por ejemplo, la familia y la biblioteca familiar (en la medida en que esta es un espacio iniciático de lectura); las formas de censura impuestas por el aparato judicial o el código moral de un colectivo; y también, los modos de circulación y consumo que el mercado impone sobre las obras literarias. Las segundas, en cambio, aparecen conformadas por los salones y las revistas literarias, las academias, la crítica y el sistema educativo. A partir de estas instancias, y sin que ello implique una sucesión lineal, se pone en marcha todo el proceso de emergencia, reconocimiento, consagración y canonización de las obras y los agentes productores (74).

Los capítulos quinto y sexto tratan, respectivamente, del estatuto del escritor y de las condiciones de legibilidad. Dubois afirma que el estatuto del escritor, en un sentido específico, se define por su posición dentro del sistema literario y por los roles o posturas que debe asumir como parte del juego de posicionamientos. Pero esto igualmente depende de determinaciones externas que lo condenan a una existencia contradictoria: su oficio, simultáneamente sobreestimado y subvalorado por la sociedad, debe además asumir la tensión entre su origen social, las exigencias de la economía de mercado y las expectativas creativas propias de la institución. La posición del escritor , nos dice Dubois, es ante todo una «traducción» (que se manifiesta en la escogencia de géneros, temáticas y estilos) de determinaciones externas al interior de la lógica institucional (92). En cuanto a la lectura y las condiciones de legibilidad, Dubois defiende la premisa de que las «prácticas de lectura» están siempre situadas históricamente y corresponden a posiciones sociales específicas (94). No hay ningún valor universal subyacente al acto de leer, razón por la cual las concepciones humanistas de la lectura, que en última instancia remiten a posiciones dogmáticas sobre la naturaleza humana, deben ser cuestionadas. La legibilidad de las obras literarias, por lo tanto, sólo puede entenderse como un proceso de «adecuación» entre el código de lectura dominante en un contexto determinado y la competencia, por parte de quien lee, para asimilarlo, reformularlo e incluso subvertirlo.

En el capítulo séptimo el autor se ocupa de las llamadas «literaturas minoritarias », es decir, de aquellos productos que se ubican al margen de lo que la institución reconoce como legítimo. Dubois las divide en cuatro categorías: «literaturas proscritas», «literaturas regionales», «literaturas de masa» y «literaturas salvajes». La marginalización de ciertos productos literarios puede resultar de la censura ideológica, del alejamiento de los centros de consagración, o de una situación de relativa exterioridad respecto al sistema literario, como sucede en el caso de las literaturas salvajes, las cuales se despliegan en prácticas espontáneas y desbordantes llevadas a cabo por agentes ajenos a los canales convencionales producción. Pero a pesar de su situación subordinada, las literaturas minoritarias son necesarias al proceso general de autoafirmación de la institución y, en consecuencia, son también «tributarias de la literatura legítima» (105). Por último, el capítulo final examina el estatuto del texto, partiendo de una crítica a las metodologías inmanentistas que, como sucede en algunas variantes de la sociocrítica, tienden a desconocer los condicionamientos históricos de la literatura y a privilegiar el análisis textual interno. Aquí Dubois nos invita a interpretar las jerarquías entre diferentes géneros (drama, novela, poesía, etc.), la situación de enunciación que fija la índole literaria de una obra, y las elec ciones temáticas y estilísticas de un autor, como expresiones (o «metáforas») de las posiciones de los agentes productores en el sistema institucional.

La arquitectura argumental que Dubois erige en La institución de la literatura es sin duda muy sólida, aunque no carece de algunas limitaciones. Por ejemplo, el corpus que el autor utiliza para ilustrar su teoría se reduce a la literatura francesa del siglo XIX y principios del siglo XX. Esta parcialidad, que el mismo Dubois reconoce en la introducción, resulta comprensible por cuestiones de economía expositiva, pero deja abierta la pregunta por la validez general de una teoría de la institución literaria cuyas formulaciones permanecen confinadas al caso particular francés durante un período específico de su desarrollo. De otro lado, el acento que el análisis institucional pone en las condiciones de producción y mediación de las prácticas literarias pareciera relegar los contenidos de las obras a un plano secundario. Los contenidos se convierten en fichas funcionales dentro de la inmensa red de instancias y posiciones, con lo cual se corre el riesgo de descuidar su estatus como objeto de pensamiento y de reflexión en sí mismos. No obstante lo dicho, el aporte de Dubois en La institución de la literatura es de una importancia innegable, y no sólo por la lucidez con que ilumina los modos de constitución del hecho literario, sino porque, como sucede con todo estudio teóricamente arriesgado, nos incita a pensar más allá de sus propios postulados.

Alejandro Quin
University of Utah