Introducción y antecedentes
En Latinoamérica puede apreciarse cómo la falta de intervención y de estrategia pública urbana ha limitado la capacidad de los primeros centros de las ciudades, los originales, para adaptarse a los intereses de la ciudadanía. La clase dominante ha dispuesto de los insumos necesarios para desplazarse y generar nuevos centros en los cuales poder realizarse. El resultado son ciudades dispersas con varias centralidades que ameritan intervenciones estratégicas diferenciadas, lo que aumenta el gasto en el diseño y en la ejecución pública. Entender qué llevó a las clases dominantes a desplazarse, en el marco de un ejercicio de revisión de la historia de la ciudad en su correspondiente contexto económico, puede contribuir al diseño de unas políticas urbanas más eficaces y eficientes, y a limitar o a potenciar las centralidades en la ciudad.
Este artículo estudia el caso de Quito y analiza, atendiendo al contexto económico del momento, cómo su centro de gravedad se ha ido moviendo desde que se fundó en función de los intereses de las clases dominantes,2 conformando el espacio urbano actual de la ciudad, y definiendo sus principales retos y oportunidades. En concreto, se examinan las causas que han tenido los estratos más altos para abandonar los barrios en los que vivían y ocupar otros nuevos, a partir de una revisión bibliográfica pertinente y de la sistematización de 81 entrevistas realizadas a personas de la clase dominante de Quito que ocuparon nuevos barrios.
Los resultados muestran que las principales causas para abandonar el barrio en el que vivían fueron evitar la coexistencia con nuevos grupos sociales, el aumento de la densidad, la necesidad de un mayor contacto con la naturaleza y la falta de planificación urbana.
La ciudad es entonces dispersa, con múltiples centralidades que no han logrado realizarse en todo su potencial. Pese al policentrismo de Quito, la dependencia que todavía existe hacia ciertas centralidades, sobre todo económicas, requiere de una participación activa del municipio y de una inversión necesaria en transporte e infraestructura.
Marco teórico
La mayor parte de los trabajos que relacionan clase social y ciudad en Latinoamérica denuncian los cordones de pobreza y los nidos de miseria en las ciudades, y proponen estrategias para revertir la marginalidad (DESAL, 1957; Marín, Nun y Murmis, 1968; Cardoso y Faletto, 1971; Furtado, 1973; Geremek, 1991; Castel, 1998; Minujin, 1998; Paes de Barros, et al., 2008).
Los trabajos que relacionan las clases dominantes y la morfología de las ciudades latinoamericanas se concentran en estudiar cualitativamente el impacto negativo de las urbanizaciones privadas en su desarrollo endógeno (Garnier y Masip, 1976; Janoschka, 2002; Harvey, 2008) o en responsabilizarlas de la evolución física de la ciudad a través de la historia. Todavía está pendiente profundizar en la aportación de las clases creativas (Florida, 2005). En efecto, los trabajos de Urquizo (2006) sobre Lima y Álvarez-Rivadulla (2007) sobre Montevideo hacen referencia explícita a la influencia indirecta, aunque definitiva, de las clases dominantes en el diseño de la ciudad. No obstante, no se profundiza en las causas. Se destaca el trabajo de García (2017) que explica cómo las clases dominantes de Madrid crearon los barrios del Viso y la Piovera, apoyados en la difusión de los automóviles, al huir de la relación con otros grupos sociales.
En el caso de Quito, si bien los trabajos sobre la historia urbana de la ciudad anterior al siglo XX incorporan el papel de la clase dominante (Achig, 1983), son pocos los trabajos sobre la evolución más reciente que recogen su influencia, aunque se destacan los trabajos de Carrión y Erazo (2012), Santillán (2015) y Durán, Martí y Mérida (2016). En general, los análisis sobre la evolución de Quito a lo largo de los siglos XX y XXI se concentran en la pobreza y marginalidad, profundizando tanto en sus causas como en sus consecuencias (Carrión, 1989).
A continuación, se realiza un recorrido por la historia de la ciudad de Quito, atendiendo especialmente al contexto económico del momento y presentando los motivos que llevaron a la clase dominante a generar nuevos barrios.
Metodología
La fuente de información primaria han sido 81 entrevistas a personas de entre 35 y 91 años pertenecientes a la clase dominante que, en su día, ellos o sus padres tomaron la decisión de dejar su barrio para ir a otro para ir a otro barrio nuevo. Del total de las personas entrevistadas, 45 fueron aplicadas a mujeres y 36 a hombres. Se crearon tres grupos en función de si habían dejado el centro histórico para ir a La Mariscal, La Pradera, La Paz o El Quito Tenis, o de cualquiera de estos barrios para ir a los valles. Las entrevistas, de 10 minutos de duración cada una aproximadamente, se realizaron durante 2014. Se les preguntó por las dos razonas principales por las que ellos o sus padres habían tomado la decisión de dejar de vivir en el barrio que habían habitado hasta entonces. En la Tabla 4 se recogen los resultados sistematizados de las entrevistas realizadas.
Además, se acudió a información secundaria, referida a lo largo del texto y detallada en la bibliografía de este documento.
Cómo y por qué las clases dominantes han pasado del centro de Quito a ocupar los valles
Quién y cómo funda y produce el primer centro de Quito
Los pueblos Quitu-Caras fueron la primera civilización reconocida que se asentó en lo que después sería la ciudad de Quito, conquistados en el siglo XV por los Incas. En 1534 el reino de España colonizó el territorio y fundó la ciudad como San Francisco de Quito tras identificarla como un enclave militar fundamental por estar en un valle protegido por dos volcanes al oeste y limitado al norte por la quebrada del río Machángara, lo que permitía tener control sobre los valles que rodean la meseta (Maximy y Peyronnie, 2002).
La ciudad se fundó con 203 habitantes (Achig, 1983) a imagen y semejanza de los pueblos españoles de la época, como puede apreciarse en la Figura 1. Alrededor de la plaza mayor, conocida después como Plaza Grande, dejando en posición especial los espacios religiosos, se ubicaban las calles con los solares ya repartidos entre las familias que vivirían en la ciudad recién fundada (Jurado, 1992).
Tras la fundación de la ciudad, su población comenzó a aumentar al igual que en el resto de ciudades de la época, si bien en Quito el incremento fue mayor al contar con la Diócesis San Francisco de Quito para la evangelización de los indígenas (Ulloa y Darquea, 1975).
En adelante y hasta el siglo XX, Quito creció en población y en dimensiones de la mano del desarrollo de la agricultura, la minería y las industrias. En el siglo XXI, algunas de estas siguen siendo las principales exportadoras del país, como es el caso de la bananera (Banco Central del Ecuador, 2017).
Los miembros de la clase dominante, compuesta por españoles o sus descendientes y blancos, eran los dueños presentes y futuros de los factores de producción con las mayores rentas del país. Eran, sobre todo, los aristócratas latifundistas y, en menor medida, la burguesía exportadora e importadora, y la industrial (Díaz, 1963).
Como preferían vivir cerca entre sí, las familias de la clase dominante residían en la primera estructura de la ciudad que se había fundado, alrededor de la Plaza Grande. Mientras más importante era la familia, más cerca de la Plaza mayor residía. Cuando hacían falta más casas, se construían alrededor de las que ya existían, quedando la Plaza como centro de gravedad de la ciudad y generando así lo que se conoce como el centro histórico de Quito, recogido en la Figura 2.
La herencia española en la fundación de la primera estructura quiteña se mantuvo también en el desarrollo del centro, que seguía los paradigmas andaluces de la época para la construcción. La ocupación de las parcelas comenzaba con la fachada hacia la calle y un patio central de abastecimiento y servicio. A medida que aumentaba y progresaba la familia, la vivienda se expandía hacia el fondo del lote creando patios posteriores que remplazaban al principal, llegando a generarse casas de varios patios. En la última etapa de creación del centro histórico y a medida que se necesitaban edificios de mayor envergadura, comenzaron incluso a tomarse ejemplos del modernismo y de los estilos neoclásico o neogótico, tan de moda en ese entonces en Europa.
En las fincas o fábricas, o alrededor de las residencias de las clases dominantes, es decir, en la periferia del centro, vivía el resto de la población (Hardoy y Moreno, 1972), en su mayoría indígenas que en casi todos los casos trabajaban generando los servicios que requería la clase dominante.
De manera paralela, la iglesia continuaba desarrollando su labor con nuevos espacios para la evangelización en el centro histórico que, una vez cumplida su misión, se convertían en el epicentro de los nuevos católicos. Así, a finales del siglo XVIII, Quito llegó a contar hasta con 40 iglesias y 16 conventos a menos de dos kilómetros cuadrados del centro, como se ve en la Figura 3 (Ortiz, Abram y Segovia, 2007).
Fuente: elaboración propia con base en el mapa de López, 1976 (citado en Ortiz, Abram y Segovia, 2007).
Cómo la clase dominante se desplaza del centro histórico y genera La Mariscal
La tendencia creciente de la población en Quito, que pasó de 40.000 habitantes en 1894 a 80.702 en 1922 (Kingman, 2006), respondió en gran parte al repunte migratorio del campo a la ciudad buscando mejores oportunidades en los años veinte del siglo veinte (Luna, 1992) por los descensos de la productividad del campo (De la Cuadra, 1937) y que la clase dominante enfrentó empeorando las condiciones de los asalariados (Velasco, 1972).
Las clases dominantes comenzaron a buscar otros lugares para vivir fuera del centro, acabando con la forma de organización radical concéntrica que tenía hasta entonces la ciudad (Carrión y Erazo, 2012). Tal y como se desprende de las entrevistas realizadas y detalladas en la Tabla 4, las causas fueron, en efecto, el aumento de la densidad del centro, la cercanía con otros grupos sociales, la búsqueda de una mejor holografía y la falta de ordenamiento urbano.3 Ellos buscaron una zona cercana, amplia y relativamente plana, y ocuparon lo que se conocería después como La Mariscal, una zona que hasta entonces había sido agrícola y de casonas vacacionales, aunque cada vez quedaba más cerca gracias a los primeros automóviles que llegaban a la ciudad.
El desplazamiento del centro a La Mariscal, recogido en la Figura 4, generó una estructura urbana muy parecida a la que se estaba produciendo en los Estados Unidos, que seguía el referente en urbanismo de "ciudad jardín" propuesto por el urbanista inglés Ebenezer Howard (1965), en la que las calles amplias dejaban a lado y lado casas unifamiliares de a lo sumo dos o tres alturas, que incluían aparcamiento y jardín.
La reticencia inicial al cambio de varias de las familias de la clase dominante se disipó al ver cómo la familia Najas construía en 1920 uno de los palacios más impresionantes de la ciudad, el Palacio de Najas. Además, el Conde Jijón y Caamaño, especialmente rico y muy activo en el frente político, reformó y amplió entre 1925 y 1935 su palacio heredado de corte neo clásico, La Circasiana, construido a principios de siglo, y ubicado en pleno centro de La Mariscal (Benavides, 1995).
Además, resultó fundamental la construcción en 1935 de la Ciudadela Simón Bolívar, al otro lado de El Ejido, el parque que ejercía de límite en el sureste del centro. Se trataba de un proyecto de viviendas que ocupaba dos manzanas en lo que hasta entonces había sido una zona agrícola, entre las actuales calles Amazonas, Juan León Mera, Foch y Wilson, y financiado por la Caja de Pensiones (Ponce, 2012). Este era un proyecto destinado a las clases medias que querían alejarse de las clases más bajas y que se sentían atraídas por el tranvía eléctrico, construido por el ayuntamiento en 1914 y que les conectaba con la estación de ferrocarril de Chimbacalle, en el centro sur de la ciudad.
Cada familia de la clase dominante construyó en parcelas similares de alrededor de mil metros cuadrados residencias aisladas de diversos tamaños y estilos. En un claro ejemplo de arquitectura historicista, al igual que en la construcción y reforma del Palacio de Najas o La Circasiana, arquitectos como el mexicano Rubén Vinci replicaron desde el estilo tradicional en el centro, hasta el mudéjar o el medieval, pasando por el nórdico, cumpliendo con todo tipo de expectativas de una clase dominante cada vez más diversa y que, de nuevo, sirvió para atraer al resto de la ciudadanía que trabajaba y trataba de vivir lo más cerca de La Mariscal.
El antiguo centro tendería a la tugurización (Carrión y Erazo, 2012) y un nuevo centro, La Mariscal, aparecería en Quito.
Entre el centro histórico y La Mariscal se construyeron nuevas instituciones como el Palacio Legislativo, el Banco Central, la Seguridad Social y el Palacio de Justicia. Tres parques que hasta el momento se habían considerado periféricos del centro histórico, como El Ejido, La Alameda, o El Arbolito, cobraron cada vez más protagonismo. También se construyeron nuevos espacios para el ocio, como el estadio de fútbol El Arbolito y la plaza de toros Belmonte. Esto atrajo a nuevas instituciones privadas que completaban un conjunto que incluía lo necesario para vivir con espacios amplios y vegetación.
La clase dominante se dispersa, genera tres nuevos barrios y deja de liderar los movimientos poblacionales
En 1967 se inició oficialmente la explotación petrolera en la Ama-zonía ecuatoriana, lo que produjo las primeras ganancias en 1971. Desde entonces, el petróleo lideró las exportaciones ecuatorianas como puede apreciarse en la Tabla 1, dejando en un segundo lugar a los alimentos y generando un aumento sostenido el PIB nacional.
Hasta el momento, la agricultura, la minería y una mínima industria dejaban una cantidad de recursos a las arcas públicas que en pocos años se multiplicó. Se estima que al menos la mitad se destinó a mejorar la infraestructura nacional, el aparato del Estado (Banco Central del Ecuador, 1980; 1986), y el sector privado como el inmobiliario (Banderas, 1967), generando una nueva ola de riqueza que, a su vez, atrajo a más personas del campo.
Según los censos poblacionales, en el período entre 1968 y 1974 llegaron 133.454 personas a la ciudad de Quito, en parte, fruto de la Reforma Agraria que en la década de 1960 trató de eliminar las formas precarias de tenencia de la tierra (Achig, 1983). Como resultado, los minifundistas fueron trasladados hacia zonas menos fértiles y muchos jornaleros perdieron su trabajo, dado que el dueño prefería tener una tierra sin trabajar a perderla (Achig, 1983). Los migrantes se ubicaron en el centro histórico que ya no podía crecer más y en La Mariscal. Las casas de la clase dominante poco a poco fueron remplazadas por torres de apartamentos para la clase media y edificios de oficinas. El nuevo centro se hizo pequeño y ya no permitía a la clase dominante mantener sus casas unifamiliares. En efecto, los entrevistados aseguran que entre las principales causas de la salida de La Mariscal estuvo el aumento de la densidad, la invasión cercana de otros grupos sociales y el cambio de uso del suelo.
El crecimiento del PIB en Ecuador entre 1974 y 1982 fue impulsado por el petróleo y tuvo un promedio de 7,4% anual (Banco Mundial, 2016), lo que generó más nuevos ricos. A la clase dominante existente se sumaron los grandes empresarios de la explotación petrolera, parte de ellos en el gobierno y se asentaron en los barrios La Pradera, La Paz y El Quito Tenis, los cuales habían sido recalificados recientemente para urbanizarse y que venían aumentar el precio de la tierra por encima de la media de la ciudad (Carrión, et al., 1987).
Las zonas más cercanas hacia el norte de La Mariscal eran La Pradera y al antiguo hipódromo de la ciudad, el cual, se convirtió en el parque urbano más importante, resultado del relleno de quebradas y del drenaje de la laguna de Iñaquito que se formaba por la afluencia de las aguas del volcán Pichincha. Esta obra de ingeniería al lado de casas modernas y de lotes grandes contribuyó a crear el estilo de la ciudad jardín tan perseguido por la clase dominante.
También se colonizaron las laderas que bordeaban la laguna hacia el volcán Pichincha, en una parte de la masa montañosa del oeste, generándose el barrio de El Quito Tenis en los terrenos que pertenecían al Quito Tenis y Golf Club, club social de la clase acomodada que fue trasladó hacia el norte y cuyas canchas se convirtieron en lotes de vivienda unifamiliares.
Hacia el este de La Mariscal, al borde de la quebrada del río Machángara, se creó el barrio La Colina, conocido después como La Paz, donde se construyeron también las típicas casas unifamiliares aisladas. El barrio se destacó por generar la avenida González Suárez, la primera calle de la ciudad con edificios de departamentos para la clase dominante y que se convertiría en un referente fundamental para las clases acomodadas en la ciudad hasta el siglo XXI.
La tendencia a construir edificios se siguió también al otro lado de la ciudad, hacia el oeste del hipódromo, actualmente parque de La Carolina, en el barrio que se conocería después como El Bosque, debido a un centro comercial que se construyó en las faldas del volcán Pichincha en 1982.
Los nuevos barrios residenciales de la clase dominante quiteña formaban un triángulo donde La Pradera quedaba en el centro: en un extremo el barrio La Paz, con la González Suárez que, aunque existía como calle no se había poblado todavía, y en el otro lado El Quito Tenis y El Bosque.
Esta vez, el resto de la ciudadanía y los edificios financieros, institucionales y las empresas no siguieron a la clase dominante a su nuevo asentamiento, porque se dio una diversificación en los puestos de trabajo y los empleados podían desplazarse hasta donde necesitaran haciendo uso de los medios de transporte.
La avenida Amazonas, donde estaban los edificios en La Mariscal, se continuó hacia el norte hasta el aeropuerto. La avenida se llenó de edificios de oficinas y bancos, tomando especial importancia en su paso frente al parque de La Carolina, donde se construyeron algunos de los referentes del sistema bancario y financiero. De manera paralela, surgieron algunos centros comerciales alrededor del parque, los cuales aislaban a los compradores y limitaban la creación del espacio urbano compartido mediante los espacios para el consumo, emulando la tendencia de ciertas regiones norteamericanas. Las clases más bajas, que no podían costearse vivir cerca de La Pradera, La Paz y El Quito Tenipero que tampoco podían asentarse en el centro histórico por falta de viviendas disponibles, comenzaron a ubicarse al sur de la ciudad, generando en pocos años barriadas enteras de casas unifamiliares y edificios de pocos pisos como La Magdalena, La Villaflora o Chimbacalle.
A finales de la década de 1970, el petróleo sirvió a los gobiernos ecuatorianos como garantía para endeudarse con entidades financieras extranjeras, sin tener planes de retorno validados. Sin embargo, el descenso del precio de los productos primarios, la principal fuente de exportación de la región y del Ecuador, y el abaratamiento o encarecimiento del dólar a comienzos de la década de 1980, dificultaron la capacidad de pago del país. La deuda externa como porcentaje del INB pasó del 11% del PIB en 1974, al 40% en 1982 (Banco Mundial, 2016), por lo que en dicho año Ecuador se declaró en quiebra.
El Banco Mundial refinanció la deuda en varias ocasiones a cambio de que el gobierno aplicara modelos económicos liberales diseñados por el Fondo Monetario Internacional. El resultado fue una economía que ni creció ni se deshizo de la deuda, en lo que se resume como la "década perdida". El PIB per cápita del Ecuador se mantuvo en torno a los 3.021 dólares per cápita tanto en 1982 como en 1990, mientras la deuda como porcentaje del INB pasó del 43% en 1983 al 87% en 1990 (Banco Mundial, 2016).
La falta de inversión pública se tradujo en una ciudad que aplicaba modelos neoliberales de planificación urbana, que apoyaban todavía más la dispersión de Quito.
La colonización de pueblos aledaños y la dispersión de la ciudad
En la década de 1990 la economía ecuatoriana parecía recuperarse, lo que generó un repunte en el sector inmobiliario. El triángulo de barrios de la clase dominante de la ciudad comenzó a rodearse de barrios de clases media alta que fueron ocupando los espacios vacíos que dejaban los grupos más pudientes. El crecimiento demográfico densificó los nuevos barrios con edificios multifamiliares de seis pisos de altura y comenzaron a venderse las casas unifamiliares de las clases dominantes a las promotoras inmobiliarias para construir edificios de departamentos de clase media alta.
La densidad, la inseguridad, la falta de organización urbana en espacios similares a los europeos y norteamericanos, y el tráfico fueron las causas principales, según las entrevistas realizadas, de la búsqueda de nuevos espacios para vivir.
Los primeros que se marcharon lo hicieron hacia el valle de Los Chillos, al sur este, a 30 minutos de la ciudad, y a 350 metros menos de altura sobre el nivel del mar. El Valle fue también ocupado en poco tiempo por residentes de los pueblos aledaños, y migrantes del campo y de otras ciudades de la sierra atraídos por la nueva movilización de la clase dominante, prestos a no perder el mejor lugar en los terrenos que todavía no se habían encarecido. Los grupos de la clase dominante que inicialmente se habían marchado de Quito quedaron rodeados de grupos de clase media baja y baja, lo que impidió que nuevas familias de clase alta se desplazaran a este lugar.
La clase dominante puso la mirada en el otro extremo de Quito: en los valles de Cumbayá y Tumbaco, a 15 y 30 kilómetros respectiva-mente de la ciudad, y a 400 metros menos de altura sobre el nivel del mar, que hasta entonces habían sido pueblos de campesinos rodeados de casas de fin de semana de las clases altas, haciendas y terrenos de uso agrícola.
Al final de la década estalló una crisis que se venía gestando durante todo el periodo. Al fenómeno del Niño, la guerra con Perú y los terremotos se sumó una crisis política sin precedentes que llevó a la ciudadanía a sustituir a tres presidentes entre 1996 y 1998, salpicados por escándalos de corrupción, nepotismo y abuso de poder. En ese contexto, se descubrió que varios bancos habían falseado los datos en sus sistemas contables y en sus auditorías, tratando de ocultar estados que hubieran implicado provisiones que no podían realizar. El resultado de la ficción en la que vivía la economía ecuatoriana fue la quiebra de varios bancos, un corra-lito y la extrema volatilidad de los precios. Para tratar de frenar la sangría económica y lograr la tan ansiada estabilidad, el país se dolarizó perdiendo la capacidad de realizar una política monetaria.
El siglo XXI comenzaba con algunos de los peores indicadores económicos registrados en el país, como se indica en la Tabla 2, pero que mejoraron sustancialmente durante la primera década.
La crisis ahondó en la falta de recursos para realizar una planificación urbana y mejorar los servicios de los barrios La Pradera, La Paz y El Quito Tenis. Los recursos disponibles priorizaban la dotación de servicios básicos como luz o agua a los nuevos asentamientos ilegales alrededor de la ciudad, que llegaron a ser 443 en 2001 (Ospina, 2010), tratando de mantener el ejercicio del derecho a los servicios básicos en toda la ciudad para evitar la generación de favelas (Clichevsky, 2003). La densidad en La Pradera, La Paz y El Quito Tenis alcanzó las cotas más elevadas hasta entonces que, junto con los sectores populares del sur de la ciudad, llegaron a los 200 habitantes/hectárea (Universidad Andina Simón Bolívar, 2012). Los niveles de delincuencia aumentaron, como se indica en la Tabla 3, sin que se generaran las estructuras públicas y de seguridades necesarias para dar garantía a la ciudadanía.
Cuando comenzó a superarse la crisis económica, la clase dominante retomó su idea de marcharse de sus barrios tradicionales en Quito, densos, sin los servicios necesarios e inseguros. Desecharon la idea de Los Chillos y se concentraron plenamente en los valles de Cumbayá y Tumbaco, que aumentaron su población en un 31% de 2001 a 2010, según el Censo de Población y Vivienda del Ecuador (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, 2010).
El sector de La Carolina en Quito continuó siendo el centro financiero y administrativo de la ciudad, donde los bancos quebrados y rescatados por el Estado se convirtieron en edificios públicos.
En pocos años, Cumbayá y Tumbaco se poblaron de nuevas urbanizaciones cerradas en barrios privados, comercializados al principio como lotes para segunda vivienda o casa de fin de semana. El aumento de la demanda redujo el tamaño de los lotes y de las viviendas, atrayendo cada vez a más personas que sí podían pagar por menos metros. Progresivamente los siguieron diferentes establecimientos que proveen servicios a los grupos con un elevado nivel económico. A los colegios SEK, Menor, Británico y Alemán, y a la Universidad San Francisco se sumaron el Hospital de los Valles, restaurantes, bares, entre otros.
El aeropuerto se trasladó de la calle Amazonas en Quito a Tababela, un pueblo pasando los valles de Cumbayá y Tumbaco. Para llegar al nuevo aeropuerto se construyó una autovía en 2015, la Ruta Viva, que además comunicaba en pocos minutos a los pobladores de los valles con Quito y que durante el periodo en que duró la construcción continuó atrayendo a más personas hacia la zona. La Ruta Viva, desde que empezase a construirse en 2012, supuso también un foco de atracción hacia los valles de Cumbayá y Tumbaco, e incluso hacia pueblos más alejados de Quito como Puembo y Pifo, donde comenzaron a generarse, emulando el desarrollo de los pueblos anteriores, nuevas urbanizaciones cerradas que tratan de aislarse del exterior, buscando cada vez más espacio verde, protegiéndose de la delincuencia y aislándose de la vida en la calle.
A lo largo del texto se han ido recogiendo las causas principales del desplazamiento a otros barrios. En la Tabla 4 se resumen la información obtenida en las entrevistas, pensando en tratamientos futuros por parte de otros investigadores.
Conclusiones
La ruta de las clases altas ha protagonizado la dispersión de la ciudad de Quito, que ha aumentado el uso del suelo la quinta parte de lo que ha aumentado la población. Han quedado múltiples espacios vacíos entre los distintos barrios colonizados y que han quedado como grandes claros en la ciudad y sus aledaños.
Los barrios colonizados han sido abandonando porque no se han adaptado a las necesidades de una población cada vez mayor, que perseguía unas características que, conforme llegaban, se perdía. En consecuencia, la clase dominante ha ido persiguiendo la idea de la ciudad jardín porque para desarrollarla no necesitan de la intervención pública. Además, el aumento de la delincuencia ha reforzado la idea de la urbanización alejada y apartada del resto de la ciudadanía para protegerse. El comercio formal, regido por las clases dominantes, ha pasado de calles vivas comerciales a ubicarse en grandes superficies cerradas, mientras el transporte público es insuficiente en cantidad y calidad, lo que impulsa la adquisición de vehículos. Se reduce el interés para caminar en la ciudad, que se vive desde el coche, limitando la generación de negocios y empresas formales a pie de calle y encareciendo el suministro de servicios en la ciudad.
La clase dominante no ha encontrado la solución a sus problemas en los barrios a los que llega, que en poco tiempo se densifican sin que las autoridades puedan responder al aumento de la población, ni a los cambios en sus motivaciones e intereses. Tampoco se acepta la convivencia con nuevas clases sociales de menor rango. Los barrios que han creado y de los que se han trasladado no quedan vacíos. Son los espacios con el potencial de ser centralidades, que giran en torno a un punto que todavía ejerce atracción en un radio considerable, que quizá no se han desarrollado todo lo deseable al desplazarse la clase dominante y que requieren de una atención especializada para potenciarse.
Es preciso seguir dos líneas de acción. Por un lado, generar el transporte público necesario y de calidad para movilizar a la ciudadanía que vive en una zona altamente dispersa. Por otro lado, potenciar los barrios que ya existen en Quito como resultado del desplazamiento de la clase dominante a lo largo de la historia de la ciudad. Para ello, es indispensable mejorar la seguridad y los servicios de los barrios de Quito que ya existen para que no se siga dispersando la ciudad. La población tiene que percibir que "vale la pena vivir en", por ejemplo, La Pradera, porque es bonito y tiene todos los servicios urbanos que pudiera necesitar en un espacio seguro, lo que no puede darle el campo. Herramientas para eso pueden ser pequeñas operaciones de "acupuntura urbana" (Lerner, 2005) o permitir construir con más altura. No obstante, es preciso desechar la idea de declarar los territorios aledaños como no urbanizables porque se encarecerá todavía más el suelo, impulsando la especulación, y el repunte de los terrenos de engorde y de las viviendas ya construidas, eliminando la posibilidad para las nuevas generaciones de acceder a ellas por medio de la compra y no a través del alquiler.