Introducción
Este artículo aborda las narrativas de algunos viajeros que recorrieron el Antiguo Caldas1, con el fin de demostrar cómo estas contribuyeron a construir la idea de una región homogénea, como principio ordenador de un modelo sociocultural en el que se pretendía encuadrar a los nuevos territorios producto de la colonización antioqueña, y en el que se pusieron en juego principios y clasificaciones en las que se interceptaron nociones de raza, género, familia y geografía.
Especial importancia se le otorga a la configuración del sur de la provincia de Antioquia, de la que emerge Manizales como epicentro político y comercial de una región que fue descrita con atributos que permitieron su asociación con una matriz identitaria común. Cabe señalar que el Antiguo Caldas alude a la entidad territorial que se creó en 1905, durante la administración de Rafael Reyes, con el nombre de departamento de Caldas, la cual fue segregada del estado de Antioquia (provincia del sur) y del estado del Cauca (provincias de Marmato y Robledo).
La región, para propósitos del análisis, se define como una comunidad imaginada y una construcción social (Anderson, 2007)2, y las narrativas de los viajeros se conciben como artefactos literarios, constructos ideológicos sobre los lugares recorridos y descritos3. Como dice Said (2014: 46) este tipo de textos como otros tantos son ante todo "representaciones" y "discursos" que se elaboran para describirlos. Basta señalar que la región se construye a partir de representaciones, que, como lo plantea Bourdieu (1993), constituyen órdenes que nominan y clasifican. De ahí que las narrativas de los viajeros se aborden como discursos destinados a construir representaciones que se nutren de categorías socioculturales que dan lugar a prácticas y, sobre todo, a relaciones desiguales de poder (Ceballos, 2009)4.
Se le concede un énfasis importante al proceso de colonización antioqueña, por considerar que esta constituye una de las pautas de ocupación del territorio del siglo XIX que permitió, entre otras cosas, la configuración del Antiguo Caldas como una región socioculturalmente definida, y a Manizales, constituirse en epicentro sur de la provincia de Antioquia5, que fue asociada con una matriz sociocultural similar debido a su geografía y de las características raciales de la población.
El artículo se divide en cuatro partes. La primera se refiere a la llegada de los viajeros extranjeros al país, desde mediados del siglo XVIII hasta inicios del XIX, cuyos viajes se enmarcaron en los ideales de la Ilustración, la modernidad y el progreso. La segunda parte analiza el fenómeno de la colonización antioqueña, entendida como un proceso de expansión de fronteras que contribuyó a configurar territorialmente la región del Gran Caldas, y como marco o contexto en el que se inscriben las narrativas de los viajeros. La tercera parte se concentra en las narrativas de los viajeros sobre el territorio y la población, cuyas descripciones contribuyeron a crear imágenes de diferenciación regional que se apoyaron en nociones de raza, género, familia y geografía, para construir clasificaciones y representaciones sobre la región. Finalmente, la cuarta parte aborda a Manizales, población situada en el extremo sur de la provincia de Antioquia, como epicentro de una región a la que se le otorgaron patrones comunes en los que se entretejieron diferentes rasgos que operaron como atributos esencialistas y naturalizados.
Los primeros viajeros extranjeros en Colombia6
Desde mediados del siglo XVIII, las ideas de la Ilustración, aunadas a los intercambios comerciales, fortalecieron el camino de la ciencia y del comercio, en busca de universos nuevos. Europa aspiraba a extender sus fronteras comerciales e intelectuales, y un grupo de hombres, amantes de la idea de la ciencia7 y conocidos como viajeros, emprendieron nuevos viajes de exploración. En efecto, en los inicios del siglo XIX, Oriente, África y los Andes se convirtieron en destino de estos viajeros, quienes, incentivados por la expansión comercial de las grandes potencias mundiales, iniciaron sus viajes.
En particular, durante los primeros años de este último siglo se desplegó un sostenido esfuerzo por la ciencia y, especialmente, por la geografía, como práctica científica que se constituía en un medio que permitiría la exploración de los recursos naturales, el desarrollo de la agricultura, la industria y el comercio, como puntales de la riqueza y la prosperidad (Castaño; Nieto; Ojeda, 2005). En efecto, durante este período y hasta las cuatro primeras décadas del siglo XX, se organizaron misiones y comisiones que realizaron cartografía, geografías, inventarios de flora y fauna, cuadros de descripciones de las costumbres y el folklore, que respondían a "unas ciencias taxonómicas, normativas, descriptivas de recolección e inventario" (Becerra; Restrepo, 1993: 1).
A este propósito contribuyeron algunos de los viajeros extranjeros y otros colombianos que participaron en misiones científicas o de manera independiente, colaborando, a través de sus recorridos y exploraciones geográficas, con el levantamiento de mapas y la realización de inventarios que incluyeron la identificación de nuevos productos para el comercio de exportación. En el Cuadro 1 se presentan los nombres de los principales viajeros extranjeros que recorrieron Colombia entre mediados del siglo XVIII y las primeras décadas del XX, con el fin de brindar una información puntual sobre su origen, profesión y principales recorridos.
Fuente: elaboración propia, basada en Acevedo-Latorre (1968), Jaramillo-Uribe (2002), Melo (2001) y Riviale (1996).
Durante la época colonial, Charles Marie de La Condamine, miembro de la Academia de Ciencias de París y primer viajero extranjero, llegó al Virreinato de la Nueva Granada, en 1736. Según Pascal Riviale (1996), de la Condamine participó en la primera misión científica del Nuevo Mundo, encargada de medir la longitud de L'Arc O en Ecuador, y de experimentar las nuevas teorías de Newton sobre la forma y talla del globo terrestre (Centre des Archives Diplomatiques de Nantes-Bogotá, 1936). Si bien es cierto que esta misión fracasó, ya que la mayor parte de sus integrantes murieron, de La Condamine sobrevivió y exploró la desembocadura del río Amazonas, llegando hasta el istmo de Panamá, sobre el cual escribió, en 1744, la obra La América meridional, canal de Panamá.
Hacia finales del siglo XVIII, llegó Alexandre Humboldt, prototipo del hombre de ciencia de la época, quien, en compañía de Bonpland, permaneció en América del Sur entre los años 1799 y 1803. Durante los primeros años de su estadía, estos viajeros bordearon la frontera oriental de la Nueva Granada, y delinearon los cursos de los ríos Orinoco y Casiquiari, pero fue en 1801 cuando llegaron hasta Cartagena, desde donde se desplazaron hacia Santa Fe de Bogotá y Popayán, hasta llegar a Quito y Lima. A Humboldt se le reconoce haber inaugurado el viaje científico o un "modelo de viaje de exploración" (Pratt, 1997: 198), considerado como "transicional y fundador", ya que logró el "control sobre la documentación y la recopilación del saber" (Melo, 2001: 2). Por ello, sus conocimientos se constituyeron en un referente obligado para la observación, descripción y estudio de la naturaleza8.
En particular, a Humboldt se le atribuye la introducción de un nuevo sentido artístico en la representación de la naturaleza que se inscribe en la "estética espiritualista del romanticismo" (Pratt, 1997: 220). Este sentido da cuenta no solo de su fuerte fascinación por la naturaleza, sino también de su atracción por los aspectos subjetivos del observador (Puig-Samper; Maldonado; Fraga, 2004).
Durante el siglo XIX, como respuesta a la oleada desatada por las independencias y al impacto que estas tenían en Europa, se despertó el interés de las potencias comerciales de la época por dirigirse hacia las nuevas repúblicas independientes, las cuales se transformaron en un espacio privilegiado para la exploración científica y comercial9.
Para los viajeros decimonónicos, no solo extranjeros, sino también colombianos, el territorio se constituyó en un lugar para recorrer y observar, que los atraía por la posibilidad de explora, observar, describir y clasificar la flora, fauna y riqueza de los recursos naturales y de la sociedad. Sin duda, la exploración científica fue una respuesta a la expansión de las potencias europeas y, en este contexto, a la necesidad de vincular los países suramericanos con la economía mundial, lo cual requería la identificación de las posibilidades de expansión de los capitales, la tecnología y las mercancías, para lo cual era fundamental, entre otros aspectos, la búsqueda e inventario de recursos explotables e información sobre condiciones de trabajo y posibilidades de diferentes emprendimientos (Prat, 1997; Loaiza-Cano, 2014).
Los viajeros que llegaron luego de la Independencia al territorio suramericano se interesaron, según Jaramillo-Uribe (2002), en adelantar proyectos de inversión y establecer intercambios comerciales con Inglaterra, Francia y, en menor medida, con Suecia y Alemania. Jaramillo-Uribe (2002) destaca cómo en Colombia estos viajeros disponían de información acerca de la riqueza en minas de oro y plata, y de sus condiciones de mercado para intercambiar manufacturas procedentes de Europa y, por esta vía, acceder a productos agrícolas y a recursos mineros que demandaba la sociedad europea10. Adicionalmente, agrega que, como expresión del interés comercial, algunos de estos viajeros se orientaron a conocer las políticas económicas y comerciales de la naciente república colombiana.
Por su parte, Melo (2001) agrega que, en los viajeros posteriores a 1850, predominaron los intereses en proyectos prácticos. Asimismo, Morner (1982) puntualiza que, en América Latina, a partir de mediados del siglo XIX, se desplegaron nuevas y más sólidas expectativas económicas provenientes del mundo exterior, las cuales, ligadas a los avances en las comunicaciones y a la ampliación de los libros y lectores de relatos de viajes en los países de Occidente, fueron factores que incentivaron una nueva oleada de viajeros extranjeros.
Especialmente en la coyuntura de la mitad del siglo XIX en Colombia, la Comisión Corográfica, uno de los proyectos científicos más ambiciosos, permitió el levantamiento cartográfico del país, así como la identificación de los recursos naturales y humanos, el estado de los caminos, los intercambios comerciales entre diferentes provincias y descripciones textuales y visuales que contribuyeron a la construcción de una idea de nación a partir de regiones diferenciadas. Fue en este contexto que los conocimientos geográficos, mapas, censos, inventarios, registros, descripciones, ilustraciones, y clasificaciones físicas y de tipos humanos subrayaban la particularidad de cada provincia. De acuerdo con Appelbaum (2017: XXV), esas narrativas acentuaban las diferencias y, por tanto, los estereotipos raciales y de género ligados a identidades regionales.
La colonización antioqueña y la conformación de la región
La colonización antioqueña se enmarcó en un proceso amplio de expansión de la frontera que tuvo lugar en Colombia, en las tierras templadas y cálidas, durante el período comprendido entre finales del siglo XIX y las postrimerías del XX (LeGrand, 1988). Este movimiento no se redujo, en el caso antioqueño, al desplazamiento poblacional en sentido sur, sino que también se orientó hacia el noroccidente, el centro oriente y el suroeste del territorio colombiano (Jaramillo, 1985). El siguiente mapa sobre territorios de la colonización antioqueña visualiza claramente este proceso de expansión (Figura 1).
El desplazamiento en sentido sur tuvo como origen los centros coloniales de Rionegro, Abejorral y Sonsón, desde donde los colonos se dirigieron a ocupar las tierras de Arma, situadas en el extremo norte de la provincia de Popayán, que correspondían al confín sur de la provincia de Antioquia. La disponibilidad de tierras por ocupar y adquirir, junto con el desarrollo de la actividad minera, agrícola y comercial, contribuyó, entre otras condiciones, a configurar una subregión que, en poco tiempo, se constituyó en un importante nicho para la expansión y consolidación de dichas actividades, las cuales tuvieron expresión en un territorio más amplio, con un itinerario marcado por la apertura de tierras y la fundación de poblados en las faldas de los Andes y sus valles interandinos11.
El crecimiento demográfico de la población, la erosión del suelo y a la fragmentación o subdivisión de la tierra en las regiones altas colonizadas en el siglo XVII, son las razones que, entre otras, explican el movimiento poblacional y la ampliación de la frontera; un proceso que, como se ha dicho antes, se inaugura en las primeras décadas del siglo XIX y culmina en las dos primeras del XX, irradiándose desde Antioquia hasta el Antiguo Caldas, epicentro de una economía minera y agropecuaria que, en las últimas décadas del siglo XIX, comenzó a ser jalonada por el cultivo del café (López, 1991; Vallecilla, 2002).
El sur de la provincia de Antioquia: un espacio vacío12
Tanto Antioquia como la Nueva Granada, hasta mediados del siglo XIX, eran prácticamente un territorio escasamente urbanizado y analfabeta, al cual apenas conocían los habitantes de sus pequeñas aldeas (Restrepo, 1999). En general, el territorio de la provincia se percibía cubierto de selva, y como un espacio por ocupar y dominar. En la muy importante memoria de la provincia de Antioquia (1807), catalogada como el primer tratado de geografía de este territorio, el abogado José Manuel Restrepo, de la Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá, escribía:
La provincia de Antioquia, una de las más fértiles y ricas del Nuevo Reino de Granada, ha sido hasta el presente desconocida de todos los geógrafos: su posición geográfica, sus principales ciudades, sus ríos navegables, sus bosques y montañas no existen en los mapas, o están situadas con mil equivocaciones (...). Las selvas cubren la mayor parte de la superficie de la provincia de Antioquia. De las 2,200 leguas cuadradas que tiene de área, apenas habrá 250 pobladas de gramíneas, y sesenta cultivadas perpetuamente. Lo demás está lleno de bosques de antiguos árboles corpulentos, pocas palmas y espesas matas. Por todas partes la más rica vegetación anuncia la fertilidad de un suelo digno de ser recorrido por algún sabio naturalista. (Restrepo, 1985: 51-57)
Con base en lo anterior, y retomando las palabras del geógrafo antioqueño Manuel Uribe-Ángel (1985: 361), puede afirmarse que, hasta las primeras décadas del siglo XIX, la parte meridional del territorio era un circuito "desconocido para los antioque-ños", situación que, aunada a su localización geográfica y a su condición selvática, le otorgó un carácter periférico y marginal. En particular, el sur de la provincia era un territorio desconocido, despoblado y aislado que, en consecuencia, requería ser conocido, poblado, colonizado e integrado al circuito político-administrativo del estado de Antioquia, en proceso de formación.
Al referirse a la situación de las poblaciones situadas hacia el sur, Uribe-Ángel (1985: 73) agrega: "si me transporto a los confines de la provincia de Popayán, hallo en medio de las selvas las parroquias de Arma, las de Santa Bárbara, Sabaletas y Sonsón, todas ellas aisladas, con poca agricultura y casi ningún comercio".
De hecho, el sur de los valles de Rionegro se representaba como un espacio vacío. En los siglos XVII y XVIII, la referencia a este territorio era marginal, porque se consideraba solo como un lugar de tránsito entre Arma Viejo y Cartago, dos poblaciones localizadas en el límite de Antioquia con el Cauca, entre las que había un amplio espacio cubierto de "selva primitiva" (Giraldo, 2012: 126).
Hacia mediados del siglo XIX, la Comisión Corográfica, en su descripción de la provincia de Córdova -principal escenario de la colonización antioqueña en sentido sur- y del cantón de Salamina, anotaba que la parte llana -en clima cálido- se encontraba desértica, con excepción de las medianías, en donde observaba que el "hombre" empezaba a "descuajar" por la parte occidental de la cadena de los Andes, mientras que la oriental era casi "desconocida" (Comisión Corográfica, 1959: 52).
Al respecto, dice Parsons (1979: 46), geógrafo norteamericano, que:
las recientes tierras volcánicas del sur de [los departamentos de] Antioquia, de Caldas y el Tolima, estaban cubiertas de selvas casi hasta las márgenes del Río Cauca y los áridos llanos del Tolima. Durante trescientos años detuvieron la colonización, permaneciendo desconocidas e inhabitadas hasta que fueron abiertas durante el último siglo por los colonizadores antioqueños. Sólo se hallaban privadas de la selva las colonias bajas que bordean el Río Cauca a través de Caldas, donde la destrucción probablemente se debía al desmonte y a las quemas de los indígenas.
Uno de los principales rasgos en la descripción de esta colonización, en las entonces llamadas tierras del sur, se relaciona con el proceso de ocupación del territorio y su representación como desierto; es decir, como un espacio vacío por conquistar y civilizar13. En ese momento, se consideraban desiertos aquellas extensiones de tierra que se representaban como deshabitadas por personas y sociedades; desiertos eran "los lugares en los cuales las sociedades no habían logrado imponer su huella, en donde la naturaleza primaba sobre la historia" (Villegas-Vélez, 2013: 455).
Frente a la naturaleza percibida como un imperio selvático, los colonos antioqueños pioneros -sus principales ocupantes- fueron equiparados con los conquistadores y, debido a su hazaña, se les atribuyeron particulares rasgos de personalidad: virilidad, energía, laboriosidad, generosidad y altruismo (Robledo, 1905: 176). En cualquier caso, se consideró que estos primeros colonizadores habían desafiado la naturaleza, al vencer los innumerables obstáculos que esta ofrecía: "la selva inmensa, de temperatura ardiente y pletórica de amenazas, los ríos tormentosos, las serpientes traidoras, los miasmas deletéreos y los bichos venenosos e implacables" (López, 1944: 19).
En estos términos, la colonización antioqueña fue considerada como un proceso de expansión de la civilización y de afrenta del colono contra la naturaleza, que se vio favorecido, a pesar de las vicisitudes relacionadas con el deficiente estado de los caminos, por las condiciones adecuadas del clima que, a diferencia de las tierras bajas e insalubres, posibilitaba una mejor adaptación de la población inmigrante, pero también la incorporación de la periferia selvática al centro, al progreso. La singularidad de este proceso provenía de las características de una naturaleza agreste dominada por selvas y montañas ignotas que, como contraparte, requería ser dominada y doblegada. Desde esta perspectiva, la colonización fue vista, ante todo, como un proceso civilizador y como una epopeya o leyenda que involucró una amplia gama de actores: concesionarios, colonos independientes y colonos organizados, en torno a los cuales se suscitaron distintos tipos de conflictos por la titulación y distribución de la tierra (Palacios, 1983).
Finalmente, cabe subrayar que la historia del Antiguo Caldas se narra en torno a la colonización antioqueña, entendida esta como el cimiento de la configuración de la región caldense durante el siglo XIX. A este proceso se le ha otorgado un papel fundacional en un espacio que fue representado como vacío o desierto y que fue ocupado por los antioqueños, a quienes se les atribuyeron especiales comportamientos y características que se trasladaron a las zonas colonizadas14. En suma, no solo se trataba de colonizar, sino también de ampliar el modelo sociocultural a los nuevos territorios.
Las narrativas de algunos viajeros sobre el territorio y la población en el Antiguo Caldas
Como se explicita en el resumen, este artículo se apoya en la revisión de las memorias e informes de los viajeros seleccionados que recorrieron el Antiguo Caldas, entre los cuales se privilegian algunos extranjeros, sin excluir la referencia a otros nacionales y a fuentes bibliográficas que contextualizan, complementan o amplían dichas narrativas. A continuación (Cuadro 2), se identifican los nombres de los viajeros escogidos con su origen, profesión y obra referenciada.
Fuente: elaboración propia, basada en Acevedo-Latorre (1968), Jaramillo-Uribe (2002), Melo (2001) y Riviale (1996).
Los viajeros que llegaron al Antiguo Caldas recorrieron el territorio entre 1822 y 1911. Gosselman y Boussingault realizaron sus viajes en la segunda década del siglo XIX, mientras que Saffray, Schenck, Röthlisberger y Hettner lo hicieron después de la mitad del siglo, entre 1861 y 1882; y Serret, en las primeras décadas del siglo XX.
Inaugurada la vida republicana, los viajeros extranjeros comenzaron a describir el territorio y la población a través de narrativas que le otorgaron, a la figura del colono antioqueño, determinados comportamientos, muchos de ellos explicados por las características del clima. Así, por ejemplo, el viajero sueco Carl August Gosselman (1981), en su recorrido por la provincia de Antioquia, realizado entre 1825 y 1826, aludía al "carácter honrado de estas gentes" -se refería a los peones- y agregaba que esa cualidad se hacía más plausible "debido a su pobreza", rasgo que, sin explicación alguna, hizo extensivo a todos los habitantes de la provincia, independientemente de la clase social y del origen étnico. Precisamente, a los colonos antioqueños les otorgó el apelativo de montañeses debido a su situación en la geografía, y al aislamiento y la conservación de las costumbres15.
Pero no solo resaltó su honradez, sino que, de algunos pueblos del oriente montañoso de la provincia, exaltó la blancura de la piel de sus pobladores, hecho que explicó por el frescor del clima y que contrastó con la de los peones y habitantes de las tierras bajas. Y a la par que distinguió entre los habitantes de una u otra zona en función del color de la piel, a los primeros les atribuyó "formas de vida" y "costumbres" que asemejó, en parte, a las de Europa, cercanía de la cual gozaban solo los más "pudientes", pero que, en definitiva, tampoco los hacía portadores de "una cultura superior" conforme a su visión eurocéntrica16 (Gosselman, 1981). Además de relacionar su particular geografía con el fenotipo de sus pobladores, de su descripción etnográfica de las tierras altas también emergió el conjunto familiar, pero de la élite local, la que también diferenció por la blancura de la piel, por la cultura material y el boato en la vida doméstica e íntima, pero que no escapó a la absurda imitación, de acuerdo con sus referentes de distinción.
Asimismo, el francés Jean Baptiste Boussingault, quien visitó varias de las poblaciones de Antioquia, en 1825, de manera persistente recurrió en su narrativa al contraste entre la "civilización avanzada" y las "regiones salvajes"17 Con relación a las tierras cimeras de esa provincia, destacó sus características raciales, las altas tasas de fecundidad y el elevado tamaño de las familias, comportamiento demo gráfico que generalizó y atribuyó a los hábitos alimentarios de raíces culturales. Pero, además, sus descripciones raciales las articuló a determinados estereotipos de género. Boussingault (2008) estableció diferencias entre el comportamiento de las mujeres antioqueñas y de las caucanas: mientras a las primeras, en su condición de blancas, las califico de "bonitas" y "buenas madres" -pese a que puso en duda su apelativo de esposas virtuosas-, a las segundas, las negras y mulatas caucanas, que habitaban las zonas mineras y calientes, las percibía apetitosas y, por lo general, las recreó en escenas de seducción18.
Más adelante, en 1851, la Comisión Corográfica, reconocida como la primera misión o el proyecto más importante que ofreció una visión de conjunto de la geografía física y humana del país, cuyos integrantes recorrieron la provincia de Antioquia y sus diferentes cantones, describió el tipo humano característico de la montaña, es decir, el hombre antioqueño blanco, a partir del cual se construyó un patrón o modelo sociobiológico de larga duración. A este arquetipo masculinizado de la raza antioqueña le otorgó el calificativo de emprendedor, activo, el cual opuso a la población de raza africana que habitaba la provincia del Chocó, a quienes, en razón del clima y su poca orientación al trabajo, les aplicó el adjetivo de indolentes (Restrepo, 1999: 48). Y acorde con su visión de progreso, propuso que los antioqueños, y luego los extranjeros, podrían encaminarlos para que saliesen de su letargo, pues, a través del estímulo, despertarían en ellos el deseo de comodidades19.
De igual manera, la Comisión Corográfica, en sus variadas y recurrentes comparaciones, se orientó a mostrar -en su trabajo descriptivo- la diversidad geográfica y poblacional del país20. En cuanto al antioqueño, lo consideraba:
el más dedicado a las especulaciones comerciales, porque es aquel que más se esmera en aumentar su fortuna, porque es aquel también que más prontamente forma nuevas familias, ama la decencia y el bienestar de ellas, es trabajador, sobrio, fuerte, robusto, posee inteligencia y riqueza. (Comisión Corográfica, 1959: 20)
Pero las descripciones del territorio y de la población, a través de narrativas que le otorgaron particularmente a la figura del colono antioqueño ciertas características y comportamientos, no fueron realizadas exclusivamente por viajeros extranjeros ni por los integrantes de la Comisión, sino también por los ilustrados criollos. Este fue el caso del político liberal Manuel Pombo (1992), quien emprendió, en 1852, un viaje desde Medellín hacia Bogotá, y enriqueció su diario con nuevos rasgos actitudinales y morales que asoció al tipo humano antioqueño. Además de progresistas, ágiles y emprendedores, les adicionó el de toscos, obstinados, hospitalarios, refractarios a la mugre y a la pereza, y amantes de la religión21. Pero también acentuó, en su narrativa, el "espíritu de asociación" que relacionó con el "instinto" para los negocios y la actitud especulativa; características que naturalizó y encuadró en la llamada "raza antioqueña", a la que también calificó como "pueblo antioqueño" (Pombo, 1992). Pero, además, y acorde con su referente de progreso, les aplicó el apelativo de yanquis, factores raciales y de comportamiento que asoció con la emergencia de un ethos individualista.
Pombo no solo contribuyó a la construcción de un imaginario de diferenciación sociorregional, sino que también, al igual que otros, utilizó nociones de género y familia para configurarla. Por ejemplo, en uno de los poblados de la zona fría, destacaba la importancia y singularidad de la familia, pues anotaba que: "todos vivían en familia, formando una sola comunidad", y, al recrear una escena de la vida cotidiana y conyugal, señalaba la actitud "hacendosa", "vigilante" y "metódica" de la esposa (Pombo, 1992: 67). Y a la par que destacaba la alta fecundidad de las mujeres, llamaba la atención sobre el carácter endogámico de las uniones22.
A la familia, en su connotación biológica, se le otorgó un papel clave en la transmisión de rasgos que se naturalizaron y fueron estimados como hereditarios23. Pero no solo eso, el matrimonio fue visto como una necesidad social, garante del orden, sustento del puritanismo de las costumbres, de su peculiaridad racial y, por ende, del progreso. No en vano, Kastos (1972), a mediados del siglo XIX, explicaba la moralidad de las costumbres de los antioqueños por la "pasión" que tenían por la vida familiar y lo "popular" que era entre ellos el matrimonio.
Posteriormente, el viajero francés Charles Saffray (como se citó en Acevedo-La-torre, 1968), luego de la guerra civil de 1860, catalogó a los habitantes de las tierras altas como honrados e industriosos y, en algunos de estos, resaltó la salubridad del clima. Años más tarde, en 1882, el viajero alemán Friedrich von Schenck (2008), en su desplazamiento por el estado de Antioquia, en dirección sur, se refirió a Manizales como plaza de importancia estratégica desde el punto de vista geopolítico, comercial y de comunicaciones; posicionamiento que explicó en gran parte por ser receptora de los dinámicos y continuos "inmigrantes" y "aventureros" antioqueños.
En este mismo sentido, el viajero alemán Alfred Hettner (2008: 201), quien visitó el estado de Antioquia entre 1882 y 1884, hizo referencia a los antioqueños como una "raza peculiar" y, de manera explícita, aludió al mestizaje que dio como resultado "una compenetración absoluta de la sangre blanca con india" y la desaparición del "indio puro". A ese tipo peculiar encarnado en el antioqueño, le imputó una "fisonomía, a menudo típicamente judía que hoy nos impresiona" (Hettner, 2008: 201)24. Además de referirse a ellos como "independientes", en razón de su aislamiento "por montañas" y "montes" del resto de la población, los situó en la cúspide con relación a las demás regiones del país y, en virtud de ello, les hizo portadores de un acentuado regionalismo; rasgos todos ellos que hizo extensivos al comportamiento económico, político y familiar: comerciantes "ultra astutos", conservadores en su afiliación partidista, y en cuanto a la vida doméstica: una "intimidad del hogar", "pura y patriarcal". Y agregó: "inmune a las influencias extrañas, e indiferente a lo que pasa fuera de su montaña, el antioqueño continúa viviendo con la ideología de sus antepasados, conservador en su carácter, sus costumbres y su tradición" (Hettner, 2008: 202).
En 1884, el viajero suizo Ernest Rõthlisberger (1963: 346-347), de nuevo contribuyó a esta representación o imagen, cuando afirma que: "los antioqueños son casi enteramente blancos o blancos por completo, en particular las mujeres, solo el trabajo al aire libre les ha bronceado la piel"; a sus sobresalientes rasgos físicos marcados por la belleza les atribuyó otras características como su rechazo a la pobreza, su interés por el lucro, su neutralidad política, su acentuado catolicismo y, en especial, el amor por el trabajo, característica que le valió su equiparación con los pueblos protestantes y su asimilación al yankee, al "perfecto granjero"25.
Pero, además, el viajero sueco se refería al antioqueño como una raza fuerte en lo moral e intelectual, lo que conducía a "una especie de predominio sobre los demás grupos étnicos del país" (Rõthlisberger, 1963: 389). De igual manera, destacaba que este conservaba su "estilo patriarcal"; en cuanto a la vida familiar, la consideraba "ejemplo de perfección", y en lo que respecta a las mujeres, resaltaba su virtuosismo, su retiro de la vida pública y el trabajo. Finalmente, agregaba que el comportamiento
prolífico de la familia antioqueña [es] pues, de lo más natural que la voluntad de ser y figurar de estas clases de doce, quince y dieciocho hijos se haga efectiva, también en forma de colonización y, que haya emprendido su expansión por las tierras "meridionales próximas". (Röthlisberger, 1963: 391)
Años más tarde, en la primera década del siglo XX, el viajero francés Félix Serret (2008), quien viajó por Colombia entre 1911 y 1912, no escatimó en criticar a los antioqueños por "su excesivo egoísmo y su falta de hospitalidad" y, además, señalaba algunos de sus defectos, los cuales no opacaron sus principales cualidades: "prolíficos", "industriosos", "enérgicos" e "inteligentes". En fin, para él, la "naturaleza de los antioqueños" explicaba su actividad colonizadora, la que se debía a la estrechez en la provincia, al exceso de "virilidad" y a la "desbordante actividad comercial" que, en efecto, debía desplegar más allá de sus fronteras (Serret, 2008: 254).
De acuerdo con Wade (1997, como se citó en Giraldo, 2012: 135), el mito de la raza antioqueña buscaba homogenizar racialmente a Antioquia para suprimir lo negro, lo indígena. De otra parte, la identificación de una región geográfica con un determinado tipo étnico muestra, tal como lo plantea Appelbaum (2007), cómo las categorías geográficas fueron "racializadas" e inscritas en el ordenamiento territorial del naciente Estado nación. Así, la raza antioqueña se asoció "a la blancura" y a las zonas de colonización. En este sentido, al apelativo de raza se ligaron diferentes características y comportamientos, en los cuales se interceptaron nociones de género, familia y geografía, las cuales, además de connotar jerarquías, se consideraron naturales. En este orden de ideas, la identificación de una región geográfica con un determinado tipo étnico y racial contribuyó, de un lado, a la construcción de una fuerte identidad regional y, del otro, a reforzar el contraste con otras regiones del país.
Pero no solo eso, a la par, se construyó un modelo de familia blanca, patriarcal, que, como comunidad imaginada, se nutrió de jerarquías de género y raza que sirvieron de soporte a la idea de una familia antioqueña numerosa, portadora de particulares comportamientos socioculturales, que fue ampliada a las zonas de colonización. Fue en este marco que las narrativas de los viajeros exaltaron al antioqueño como un tipo humano característico, y a Antioquia como una región con componentes raciales y culturales homogéneos que la situaban en la cúspide del progreso, en comparación con otras regiones del país.
El resultado fue la construcción de una narrativa consistente e integrada de homogeneización, pero, a la vez, de diferenciación regional, la cual se asoció a determinados comportamientos económicos, sociales y políticos. A partir de allí:
Antioquia fue comparada y contrastada con otras regiones, especialmente con el Cauca y en virtud de su singularidad, se explicó su posición prominente en el concierto colombiano, primero como mineros, luego como comerciantes y finalmente, como industriales. En efecto, al éxito económico de los antioqueños se aunaron determinados rasgos que sirvieron para construir su identidad. (Giraldo, 2012: 136)
Manizales: epicentro del sur de la provincia de Antioquia y modelo sociocultural en expansión
Al núcleo del cual se desprendió el movimiento migratorio en sentido sur, denominado colonización antioqueña, se le estimó "mejor seleccionado" por haberse iniciado a partir de una "cepa bastante noble", radicada en el oriente antioqueño (López de Mesa, 1942). Algunos sostenían que esta zona por su "suave clima" fue el lugar preferido por "la raza blanca no mezclada" y, en virtud de ello, se le atribuyeron costumbres sociales más refinadas y distinguidas maneras (López, 1972: 19).
Esta jerarquía sociorracial fue planteada, inicialmente, por la Comisión Corográfica (1959: 20) para referirse a los colonos antioqueños del sur de Antioquia como representantes de una "raza blanca, vigorosa y sana". Tal visión fue reproducida, hacia mediados del siglo XX, por el geógrafo estadounidense James Parsons (1979: 46), quien sostenía que la "sangre negra" era menor en el oriente, región que proporcionó gran parte de los colonizadores de Caldas, Tolima y del occidente más allá del Cauca. Esta representación, sin duda, compartía los presupuestos de un modelo antioqueño en expansión, en el que se pretendían encuadrar los nuevos territorios colonizados. No en vano, a los pobladores del sur se les imputó, debido a la geografía y sus características raciales, similares rasgos.
En efecto, unos años después de la fundación de Manizales (1848), se destacaba que el poblado compartía las ventajas de las zonas montañosas que "son generalmente sanas", pues, como lo anotaba Saffray (1948: 104), el poblado se encontraba situado en "el límite de las regiones templadas y frías", y, precisamente en razón de su localización y clima, Hettner (2008: 201), quien visitó la ciudad entre 1882 y 1884, exaltaba también el influjo que este último tenía "sobre el carácter como sobre la actividad y la fuerza de la población".
Con base en su geografía montañosa, al poblado se le otorgó un lugar "en las montañas andinas" y, a partir de la dicotomía entre tierras altas y tierras bajas, asociadas, respectivamente, con la civilización y la barbarie, se le atribuyeron ciertos niveles de progreso y de moralidad que la asemejaron a una matriz identitaria similar26. No en vano, uno de los intelectuales más representativos de la comarca, destacaba en las primeras décadas del siglo XX la influencia favorable del clima en el progreso intelectual, físico y moral de los individuos, y anotaba que Manizales "sin el calor sofocante del llano ni el frío riguroso de los nevados (...) se ha desarrollado (...) de una manera lógica y del mismo modo que los organismos inteligentes: primero ha atendido a su fortaleza física y a su incremento material para luego atender con mejor éxito a su desarrollo intelectual" (Robledo, 1905: 175-186).
En consecuencia, por su localización andina, el clima y sus características raciales, heredadas de sus antecesores antioqueños, a sus habitantes o pobladores se les atribuyeron similares patrones socioculturales y niveles de moralidad que la asemejaron a una misma matriz identitaria y, en concordancia con lo anterior, se explicó la continuidad de determinados comportamientos y rasgos de personalidad. Así lo expresaba López (1944: 83):
Dominados los inmigrantes por aspiraciones expansivas y por el ansia de prosperidad, caminaron unos en pos de otros, no para odiarse y destruirse, sino a guisa de infiltración que venía a vigorizar el núcleo de los precedentes, para formar mediante las fuerzas morales del hogar cristiano, las afinidades de la familia, la tierra común, la historia, el éxito y aun la misma adversidad, una asociación orgánica ligada por los mismos vínculos.
A partir de un modelo de sociedad de colonos y de pequeños propietarios, que se encuadraba en el ideario liberal de la época, se le otorgó al trabajo y a los vínculos de familia un papel clave sobre la base de una relación prolongada del individuo con la tierra, lazos y relaciones sobre los cuales se imaginó la comunidad aldeana y también la región.
Sobre esas bases emergió Manizales, población situada en el extremo sur de la provincia de Antioquia, en la segunda mitad del siglo XIX, la cual, en virtud de su inscripción en el modelo sociocultural antioqueño y de su localización geográfica estratégica en la frontera, logró, en poco tiempo, un vertiginoso progreso, gracias a la actividad comercial, lo que condujo a que, posteriormente, la ciudad fuese equiparada con las nuevas urbes norteamericanas y catalogada como una "sociedad selecta" por la "cultura de sus maneras" y su "moralidad", según términos de Uribe-Ángel (1985).
Luego, cuando surgió el departamento de Caldas (Antiguo Caldas), en 1905, como entidad político-administrativa independiente de Antioquia, con Manizales como capital, se continuó legitimando su procedencia antioqueña y su prolongación racial, aunque, como lo refería Röthlisberger (1963: 392),
el caldense (...) se jacta de ser una nueva raza, y procura en toda clase de asuntos, eclipsar a sus hermanos mayores. En su gran mayoría, los de Caldas son labradores y cultivadores de plantaciones y siguen siendo más despreocupados en sus modales y más ahorrativos del tiempo que se dedica a satisfacer las propias necesidades o a cumplir obligaciones de orden social.
Ambos departamentos, Caldas y Antioquia, según el viajero sueco, compartían el sentido de la vida familiar, la disciplina y el orden, su dependencia de la iglesia y el clero. Lo que los distinguía de los demás departamentos era la "alta estima" que le brindaban a la familia, lo que los protegía de la "laxitud de vínculos tan extendida en Colombia, [que] apenas se ve en estos dos departamentos" (Rõthlisberger, 1963: 392).
Caldas fue narrada como una sociedad conformada por colonos libres y cultivadores de procedencia antioqueña, que estaba llamada no solo a emularla sino a constituirse en el centro de las regiones cafeteras del país, lo que la conduciría a un rápido progreso.
Conclusiones
Las narrativas de los viajeros contribuyeron a una representación de Antioquia como una región homogénea y predominantemente blanca, asociada a determinados comportamientos que configuraron un modelo sociocultural soportado en determinadas características geográficas, raciales, de familia y género, que fue ampliado a los nuevos territorios colonizados en virtud de la procedencia de los pobladores a quienes se les atribuyeron similares rasgos.
En particular, a los pobladores del sur de la provincia, se les imputó, debido a la geografía y a sus características raciales, similares atributos de moralidad y progreso, como resultado de una común matriz identitaria. De ahí que, el sur de Antioquia y luego el Antiguo Caldas, fuese representado como antioqueño y percibido como la prolongación de un modelo en el que predominó la idea de una región homogénea y blanca, a la cual, debido a factores de localización y climáticos, se le atribuyeron rasgos socioculturales que le aseguraban un lugar destacado en el ámbito regional.
De igual manera, la familia patriarcal fue ponderada de manera explícita en las narrativas de los viajeros, quienes utilizaron nociones de raza y género para describirla. En suma, este tipo de familia se convirtió en un atributo naturalizado de la cultura antioqueña ampliada, la cual brindó el soporte a un modelo sociocultural en expansión como símbolo de continuidad.