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Tabula Rasa

versión impresa ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.39 Bogotá jul./set. 2021  Epub 31-Mar-2022

https://doi.org/10.25058/20112742.n39.11 

Artículo de investigación

ESCALAS NARRATIVAS: LA ESPACIALIZACIÓN DE LA MEMORIA EN TERRITORIO MAPUCHE1

Narrative Scales: Spacializing Memory on Mapuche Land

Escalas narrativas: a espacialização da memória em território mapuche

Mariel Verónica bleger1 
http://orcid.org/0000-0001-6417-1544

1. Doctoranda en Antropología Social. Universidad de Buenos Aires.Conicet / Universidad Nacional de Rio Negro, Argentina marubleg@gmail.com


Resumen:

A partir de distintos trabajos emprendidos con comunidades mapuche que se encuentran atravesando conflictos territoriales, se despliegan en este trabajo estrategias y modos de resistencia. Así como la superposición de tres escalas narrativas que los territorios albergan. Por un lado, la narrativa del Estado-nación y sus mecanismos de expropiación. En segundo lugar, la escala narrativa de cada una de las familias mapuche que han podido sobrevivir al genocidio de comienzos del siglo XIX. Y, en tercer lugar, la narrativa que recoge las trayectorias individuales de quienes en la actualidad se encuentran recuperando territorios ancestrales. La idea de escalas narrativas como una manera de entender las trayectorias nacionales, comunales y personales como forma de espacializar los trabajos de memoria. Donde lo que está en disputa, para el pueblo mapuche, no es solo el territorio sino el modo de entenderlo.

Palabras clave: escalas; memoria; mapuche; mujeres; territorio; ontología.

Abstract:

Drawing from several works carried out with Mapuche communities immersed in territorial conflicts, this work deploys resistance strategies and modes, along with the overlapping of three narrative scales those territories contain. Firstly, the nation State narrative and its expropriation mechanisms. Secondly, the narrative scale of every Mapuche family who was able to survive ethnic cleansing undertaking in early 19th century. Thirdly, the narrative gathering the individual paths of those who are devoted to recover their ancestors’ territories. The notion of narrative scales helps us understand national, community, and individual paths, spacialize the works of memory, where Mapuche people are not only fighting over territory itself, but also how they figure it out.

Keywords: scales; memory; Mapuche people; Mapuche women.

Resumo:

A partir de diferentes trabalhos feitos com comunidades mapuche que vivem conflitos territoriais, propõem-se nesse trabalho estratégias e modos de resistência. bem como a superposição de três escalas narrativas que os territórios contêm. Por um lado, a narrativa Estado-nação e seus mecanismos de expropriação. Em segundo lugar, a escala narrativa de cada uma das famílias mapuche que tem podido sobreviver ao genocídio de princípios do século XIX. E, em terceiro lugar, a narrativa que recolhe as trajetórias individuais de quem se encontra recuperando territórios ancestrais na atualidade. A ideia de escalas narrativas como uma maneira de entender as trajetórias nacionais, comunais e pessoais, enquanto forma de espacializar os trabalhos de memória, onde o que está em disputa não é apenas o território, mas o modo de entendê-lo, segundo o povo Mapuche.

Palavras chave: escalas; memoria; Mapuche; mulheres.

Introducción

En el año 2018 participé por primera vez en la construcción de un informe histórico antropológico a pedido de una comunidad mapuche, que se encontraba disputando su territorio ancestral a latifundistas privados de Norpatagonia. A partir de esa experiencia que llevamos adelante con el Grupo de Estudio en Memorias Alterizadas y Subordinadas3, los abogados indigenistas, así como las comunidades con las que hace años trabajamos, comenzaron a pedirnos con mayor frecuencia este tipo de trabajo que implicaba -como todo género literario-, un registro determinado, así como la ponderación de unos énfasis narrativos por sobre otros. Estos informes suelen hacerse bajo la urgencia de un desalojo, o las consecuencias palpables de una represión orquestada por las elites de los lugares, incluso bajo la mirada atenta de los medios de comunicación locales, que suelen estigmatizar las luchas por la defensa de los territorios en manos de las comunidades mapuche. Pese a la imposición de velocidades coyunturales, los informes suelen llevar un año de trabajo profundo que implica desde viajar al lugar para realizar entrevistas en profundidad, revisar los archivos familiares, hacernos de los legajos judiciales, rastrear toda la información vigente en las instituciones estatales sobre dichas familias (juzgado de paz, hospitales, escuelas, etc.), y recorrer el territorio georreferenciando los usos ancestrales que las comunidades recuerdan o que aún siguen realizando. En suma, distintos lenguajes y temporalidades se ponen a dialogar para lograr contar la historia de una comunidad respecto a un territorio en sus propios términos.

Al interactuar con archivos, legajos y jergas judiciales, se hacen evidente distintos grados de desigualdades, en lo que respecta al acceso a derechos por parte de estas comunidades. Es decir, que más allá de las desigualdades estructurales e históricas de los pueblos indígenas respecto al acceso a derechos de otros grupos sociales, aquí también aparece una escucha selectiva -por parte del poder judicial o las elites de época- que se vale de las nociones de espacialidad que el Estado argentino y los grandes estancieros presentan por sobre las concepciones de territorio y relación con el mismo que cada pueblo manifiesta. En palabras de Zusman & Minvielle:

La formación de diferentes unidades nacionales estatales en América latina ha implicado procesos de diferenciación e integración políticos, culturales, económicos y sociales. En este sentido, la delimitación de un territorio de dominación es parte constituyente del proceso de cohesión interna y de diferenciación externa. (Zusman & Minvielle, 1995, p.1 )

En este escenario de diputas históricas por determinados territorios, es donde se evidencian más fácilmente estas desigualdades auditivas mencionadas más arriba. Puesto que la misma idea de territorio entra en disputa. Tal como advertí, los informes histórico-antropológicos implicaron al equipo procesos que llevaron a cartografiar la memoria. Es decir, recorrer los lugares que tienen sentido en las historias personales y comunitarias de cada comunidad, para así georreferenciarlos en imágenes satelitales (Cardin, 2018) y poder discutir las dimensiones reales de un territorio en los términos de cada comunidad.

Se volvieron transversales a las reflexiones sobre aquello que los relatos y recuerdos iban delineando como territorio «en disputa» las lecturas por un lado de Gregory (1994) en relación al imaginario geográfico, mediante el cual analiza las herramientas y representaciones culturales producidas por nuestros interlocutores al delimitar y construir el espacio del cual hablan. Por otro lado, la mirada de Haesbaert (2013) respecto a las discusiones y usos implicados en la idea de desterritorialización desde la academia y los grupos hegemónicos. Planteando la posibilidad de que «para construir un nuevo territorio hay que salir del territorio en que se está, o construir allí mismo otro distinto» (Haesbaert, 2013, p.2 ). Es entonces desde la combinación del espacio como una construcción social y la posibilidad de pensar un territorio que albergue distintas territorialidades en su interior desde donde nace este artículo.

Definir al territorio como una construcción social, móvil y emocionalmente comprometida, permite pensar los relatos y memorias que lo moldean como una suerte de corpus originario que nos permite analizar, en términos de Trouillot (2011), las vocalidades de nuestros interlocutores, sean personas humanas o no humanas (De la Cadena, Risør & Feldman, 2018; Tola, 2016). En este sentido gracias a la porosidad entre los límites de ciertas disciplinas como la geografía y la antropología, tanto los problemas estudiados como los conceptos que utilizamos para abordarlos se vuelven útiles para análisis, lo que no hubiésemos imaginado con anterioridad (Dogan & Pahre, 1993). Es así como en la forma de escuchar historias personales y comunitarias la idea de escala se hizo presente. Admito que esa primera idea estuvo más asociada a lo que el sentido común (o sesgo disciplinar de la antropología) me decía que era una escala (asociándola a dimensiones y análisis comparativos). Es a partir de lecturas como las de Valenzuela (2006) quien propone pensar este concepto como la definición de distintos niveles de análisis sobre un mismo objeto. Así como la propuesta de Mosquera-Vallejo (2018) donde nos invita a pensar la escala como una red que permita la conexión con otros modos de construir y percibir el territorio o las cartografías que definen los sistemas culturales en los que están inmersos. Este artículo pretende pensar los territorios en general, pero el mapuche en particular, como el resultado de la combinación de distintas escalas narrativas.

En este sentido, en los apartados venideros presento aportes teóricos, desde donde me posiciono para pensar la idea de escala como una herramienta útil para generar un ordenamiento en lo discursivo, capaz de ayudar a objetivar esas vocalidades en los territorios que recorremos. Para pasar, en un segundo momento, a describir tres escalas narrativas que moldean los territorios en disputa, que como antropólogas recorremos. Una primera escala, que responde a un discurso abonado por la academia y grupos activistas en el que se discute la historia oficial, propuesta por el Estado argentino, que habla de un país con indígenas aniquilados, desiertos donde había poblaciones enteras e inmigrantes como primeros pobladores. Una segunda escala, que implica un grado mayor de acercamiento, donde se analizan las historias comunitarias. Las historias de las familias que resistieron y viven en la actualidad en los territorios desde el que se nos habla. Las contadas por cada familia sobre por qué son mapuche, y por qué defienden ese territorio en disputa. Por último, una tercera escala narrativa que hace foco en las historias individuales, en las cotidianidades de determinadas personas mapuche que en sus narrativas biográficas y diarias dan cuenta de los modos en el que el territorio también se define por como cada quien lo encarna.

Escalas y geografías

En las últimas décadas, la agenda de los estudios geográficos no se ha mantenido al margen de los intercambios y escenarios enmarcados en discusiones más amplias como el feminismo, los movimientos contrahegemónicos, los estudios poscoloniales y las expresiones construidas como respuesta a las lecturas promovidas desde Occidente hacia un supuesto oriente homogéneo (Spivak,2003; Mohanty, 1984). A través de este flujo de ideologías e intercambio disciplinar, propongo a continuación un recorte y análisis sobre algunos de los conceptos que más me han servido para pensar -en la última parte de este apartado- la cuestión de las escalas narrativas respecto a la conformación de la territorialidad.

Es Lawrence Grossberg quien aborda la noción de territorio como una «organización expresiva de configuraciones socio-espacio-temporales» (Grossberg, 2010, p.20). Es decir que, en tanto realidad física, incluye las subjetividades de las personas, a la vez que se desarrolla en un tiempo dado, constituyendo «la posibilidad misma de la existencia de una heterogeneidad o multiplicidad simultánea» (Grossberg, 2010, p.18). Para Grossberg el territorio no es algo fijo y estático, sino que implica movimiento producido por las trayectorias diversas a través de sus igualmente heterogéneos modos de circular en él. En este sentido -y de suma importancia para pensar a posteriori la construcción de escalas narrativas-, Grossberg define a la trayectoria en relación a los modos de entender el territorio. El mismo es, según este autor, el resultado de «territorializaciones» -construcción de lugares disponibles, accesos limitados y posibilidades asimétricas para conectar lugares- como de «diferenciaciones» -construcción de matrices de alteridad (briones, 1998) desde las cuales los lugares y los sujetos que los ocupan son evaluados y definidos-. Sumando a esta lectura, De Certeau (1984) utiliza la metáfora del autobús para ilustrar la idea de movimiento, nos dice que, al movernos, al recorrer y al viajar estamos llevando nuestros propios espacios con nosotros. Los espacios se pueden relatar y los relatos pueden atravesar espacios, ya que todo relato es un viaje. Estos espacios relatados y practicados producen «geografías de acciones», pues son los propios pies de los caminantes los que orientan y organizan el viaje. En esta geografía distingue lo estático y la fijeza del poder, de lo que involucra la movilidad y la acción transgresora. Es decir, la geografía con el tiempo y con su permeabilidad ha devenido en una disciplina capaz de construir nuevas categorías y saberes a partir de «pesadas herencias coloniales». Es Gregory (1994), quien llama «ansiedad cartográfica» a la fijeza o determinación con la que se ha evitado cuestionar el término de escala en la academia geográfica. Pero es este autor quien nos invita a pensar al territorio -complementario al pensamiento de Lefebvre y Gossberg- como una yuxtaposición de sucesos ocurridos en distintos tiempos. En palabras de Reboratti en alusión a la acumulación de eventos en una misma territorialidad

Estos rastros se han desarrollado a lo largo del tiempo, lo que nos obligaría a incluir en nuestra preocupación por las escalas no solo la territorial, sino también la temporal. (Reboratti, 2001, p.87 )

El tema de las escalas no ha escapado a discusiones al interior de la disciplina. Ha logrado devenir en una categoría porosa a propuestas y modificaciones, llegando a tomar una esencia que la piensa, no tanto como una forma de recortar un espacio y limitarlo a la lectura comparativa, sino que las mismas se han vuelto una suerte de epílogo, para interpretar cómo las personas describen y viven realidades espaciales determinadas. La escala, como una conjunción de relatos que nos permitan delinear un «espacio territorio» a través del tiempo. La escala narrativa como la conjunción de relatos agrupados según sus tramas de relaciones y sus redes de conexiones (Mosquera-Vallejo, 2018).

Al revisar las conversaciones y discursos circulantes cuando realizamos informes histórico-antropológicos, tal como advertí en la introducción, se vuelven evidentes para mí, tres escalas narrativas, que, al combinarse, irán delimitando el espacio que cada comunidad defiende, vive y entiende como territorio. Ahora bien, es necesario exponer aquí que la definición de territorio de muchas de las comunidades mapuches con las que trabajamos, es distinta a la propuesta por el poder judicial, o los mapas de los catastros, incluso de los datos obtenidos de relevamientos territoriales estatales. En el pueblo mapuche, el territorio no puede pensarse como algo separado de las personas. Hay una conexión directa y recíproca entre el territorio, las fuerzas (nieng) que en él habitan, los animales, la vegetación y los humanos. No es mi intención explayarme sobre este punto, sin embargo, considero útil tener esta información presente para hablar de las escalas narrativas identificadas en el discurso cuando se narra un territorio ancestral mapuche.

La primera escala discursiva que presento en este trabajo, responde a una narrativa más general que da cuenta de los procesos de expropiación y usurpación sufridos por las comunidades indígenas en Norpatagonia, durante las campañas militares de 1880. Este tipo de relato suele enfocarse más en los vínculos entre poder y territorio, haciendo que el corpus discursivo que produce pueda relacionarse con muchos de los aportes teóricos de la rama de la geopolítica crítica, donde las preguntas de esta rama indagan sobre los imaginarios de las clases gobernantes y élites de época que impulsaron dichas campañas militares.

Asimismo, en esas grandes narrativas, con el paso de los años, también han comenzado a salir a la luz historias de comunidades, o contadas ;relatos; de abuelos sobreviviendo a los campos de concentración estatales y los modos en los que llegaron a poblar los territorios que ahora habitan. Estas narrativas son las que en este artículo se presentan como una escala más pequeña (la idea de poder acercarnos a un nivel de detalle o narrativa que la anterior desdibujaba). En este sentido, son los aportes de la corriente llamada antigeopolítica la que coloca en el centro de la escena las agencias de los actores sociales que no responden a grandes poderes o discursos hegemónicos. Sino más bien que a partir de cartografiar ciertos procesos va dando cuenta de sus vocalidades y modos de subjetivarse políticamente (Koopman, 2011, p.275 ).

Siguiendo con esta línea al comenzar a circular espacios públicos, las experiencias y procesos de recuerdo y olvido, que muchas de las comunidades habían producido en la construcción de una historia comunal, que escapase de lo homogeneizante, también comenzaron a circular historias de vida más ancladas en el presente de mujeres que venían llevando adelante las recuperaciones territoriales. Con las particularidades de cada una, pero con la perspectiva de género encarnada en sus recuerdos. Aquí es donde comienza lo que establecimos como tercera escala. Y es en la que más me detendré, puesto que implica lo que desde la geopolítica feminista se describe como la atención sobre los cuerpos, que viven las ideas que las grandes narrativas entienden y distribuyen bajo los nombres del progreso la propiedad privada. En este sentido, son las geógrafas feministas quienes alientan a una agenda de investigación que haga foco en las vidas cotidianas y el rol que las mujeres cumplen (o desobedecen), en el devenir de procesos que son a la vez globales y locales (Mountz & Hyndman, 2006).

Historia de expropiaciones: escalas porosas

Al comenzar los informes histórico-antropológicos sobre la historia de una comunidad mapuche en particular, partimos de la idea de un pasado trágico compartido. A fines del siglo XIX el Estado-nación argentino se expandía más allá de los lugares que su incipiente burocracia alcanzaba. Y fue este afán de expansión lo que inició sus políticas genocidas hacia las comunidades indígenas mapuche y mapuche-tehuelche que vivían en el territorio que hoy se llama Patagonia, que hasta ese entonces había sido de la soberanía de estas comunidades. Es a partir de 1872 que el gobierno argentino comienza a emitir leyes para «ocupar espacios vacíos» (Zusman & Minvielle, 1995). Entre 1890 y 1920 las familias mapuche y mapuche tehuelche fueron «desparramadas»4, asesinadas, llevadas a campos de concentración o como mano de obra barata a estancias. Se profundizó a partir de todos los aparatos estatales existentes la idea de desierto y de exterminio de los salvajes. Es en este entramado de una historia creada por los propios grupos de elite que invadieron los territorios donde aparece como una irrupción silenciosa la primera escala narrativa que aquí presento.

Quienes sobrevivieron a las campañas militares comenzaron a regresar de los campos de concentración o de los lugares en los que se habían escondido por las persecuciones militares (Ramos & Delrio, 2011). Ese regreso, en la mayoría de los casos, fue relatado entre familias, al mismo tiempo que se callaron muchas cosas por miedo a las represalias y discriminaciones. Así fue que los abuelitos y abuelitas parecían no querer compartir los recuerdos tan dolorosos de esos días, o que los hijos e hijas de ellos no podían reconocerse mapuche como un modo de sobrevivir ante tanto despojo. Sin embargo, esos silencios comenzaron a convertirse en narrativas capaces de disputar «la historia oficial» que afirmaba que no había más indígenas en la Patagonia. O que los mapuches eran «chilenos o invasores» (Lenton et al., 2015). Y, es en las respuestas que se fueron construyendo, frente a la imposición de verdades emblanquecidas, donde aparece la primera escala narrativa: «somos parte de un pueblo que sobrevivió».

Esta historia pasada ocurrió hace tan solo 150 años, por lo que los recuerdos de aquellos días o «el tiempo de los abuelos» o «las historias tristes» como se los suele llamar en los relatos que hacen alusión a esos años, se narran en primera persona por haberlo escuchado o haber heredado este recuerdo de algún pariente cercano (Ramos, 2010).

Esta escala del relato ha ido encontrando lugares comunes o compartidos que van generando ciertos modos de pensar aquel pasado como un tiempo en donde la violencia y la tristeza fueron moneda corriente, pero también lo son los relatos que dan cuenta de cómo esos abuelos y abuelas cuando regresaban de sus prisiones o «desparramos» buscaban la manera de atravesar los territorios hasta reencontrarse con sus parientes y así poder volver a «vivir tranquilos» (bleger & Fiori, 2019).

vaya a saber de dónde venían corriendo esos abuelos… venían con otros que eran como ellos… era más así… era más entre todos... me acuerdo patente que nos decían que andaban descalzos siempre, con hambre… eso era la pobreza. Pero mi abuelita la mamá de mi abuela no hablaba nada nada en español… ella hablaba la lengua. Le cantaba al agua, a las plantas de estos lugares. (R.Ñ. Lonko territorial de zona de Esquel y alrededores, mayo 2018)

Hay en este extracto de entrevista un silencio narrado que impugna la historia oficial de la que venimos hablando. La posibilidad de reconocer que esos abuelos vienen escapando de algún lado, está investido en una verdad que se vuelve pilar en esta escala narrativa: «estamos en esta tierra porque volvimos a sobrevivir». Esta memoria habla de un pueblo, de unos «otros que eran como ellos y desde allí se vuelve a habitar ese desierto ficticio impuesto por una clase dominante en complicidad de las elites de época. Esta forma de recordar y presentarse como un pueblo que ha sobrevivido en ese territorio irrumpe una narrativa que los invisibiliza o demoniza. Es a través de las memorias compartidas donde se evidencia la primera escala narrativa que albergará a las otras venideras. Tal como propone Cox (1980) la escala deja de ser un espacio circunscripto. Para pasar a ser una forma de vincular y albergar luchas locales, eventos nacionales y formas de identidades en un mismo territorio.

Esta escala narrativa se enmarca en el reconocimiento de un pueblo que sobrevivió no solo a las políticas genocidas de aquel entonces, sino a las estrategias resignificadas en el presente para defender y definir el territorio que describen.

Mi abuelita nos contaba... a veces... cuando ella quería. Le daba la tristeza cuando lo hacía, pero yo me acuerdo como que le venían de pronto los recuerdos, las imágenes. Y así no iba contando todo lo ;que; ellos vivieron. Malos años pasaron, mucho sacrificio era vivir antes bien… mucho tuvieron que hacer para que hoy podamos saber de dónde venimos. (entrevista a I.H., Lonko de comunidad mapuche cercana a San Carlos de bariloche, 2020)

El sacrificio y la pobreza de la que hablan da cuenta de los avatares que debió sufrir el pueblo mapuche. La vida en los márgenes de un territorio del cual fueron despojados, pero al que volvieron. Aquello que sucedió en ese pasado, en esos tiempos de abuelos hoy performa y constituye la vida de las comunidades mapuche de la región.

Será desde este presente más cercano y tangible el escenario para presentar la segunda de las escalas narrativas que comenzaron a cobrar mayor protagonismo en los escenarios públicos.

Historias de comunidades: la escala performativa

Mientras que la primera escala narrativa hace alusión a aquellos relatos que traen al presente las luchas y resistencias que el pueblo mapuche emprendió, esta segunda escala se centra en los modos en que cada comunidad delinea su historia familiar reconociéndose como parte de un pueblo, pero con las particularidades de cada familia y comunidad. Esta escala siempre ha estado presente, por relatos de madres a hijos o de abuelos a nietos. La posibilidad de saber de dónde proviene tal o cual apellido, que corresponde a tal o cual territorio es algo que según las conversaciones ha aparecido a lo largo del acontecer familiar. Lo característico de esta escala narrativa es el modo en que se ha ido organizando frente a determinados eventos, o audiencias (bauman & briggs, 1990). Esta escala es performativa, en tanto y en cuanto durante años se mantuvo en un nivel que Das (2008) llama subterráneo. Algunas abuelas transitan sus historias y memorias, mientras otras las silenciaban en parte por miedo y en parte para proteger a su familia después de tanto dolor. Es decir que el recuerdo de los relatos «aparece» en ocasiones con mayor o menor fuerza según la historia de cada persona.

A partir de distintos reclamos y acciones promovidas por los pueblos indígenas, en nuestro país, desde el año 2006 comenzaron una serie de relevamientos territoriales (amparados en la Ley 26160) con el objetivo de delimitar el espacio territorial de una ocupación actual, pública y tradicional de las comunidades indígenas (Guiñazú, 2017). Sin embargo, varias familias nucleadas en comunidades comenzaron a organizarse contando otras historias diferentes a las que allí quedaban reflejadas. Es decir, más allá del laborioso trabajo por parte de quienes llevaron adelante la empresa de recorrer y relevar comunidades indígenas en general, pero mapuche en particular, algunas de las familias que habían sido relevadas a partir de conversaciones y trabajos de memoria emprendidos en trawn (reuniones) y talleres comenzaron a dar cuenta del desfase entre esa tierra habitada en el presente y las grandes extensiones que supieron poseer antes de las campañas militares y sucesivos despojos (que suelen incluir robo de tierras, engaños por alcohol, y sometimiento con armas de fuego).

Por momentos no sé cómo explicar que ahí dónde me han puesto el alambrado mi mamá nos bañaba a todos mis hermanos en fila… yo me sé los recovecos de todo el arroyo, este agua que bordea otras casas era todo nuestro. Acá nos bañamos, más allá pescábamos, atrás de aquel árbol buscábamos el agua para tomar... y ese árbol que quedó casi del otro lado de lo que nos alambraron tiene la forma de mi hermana... ella se sentaba ahí a esperar que mami vuelva de trabajar... todo el territorio tienen nuestras historias acá guardadas, los alambres vinieron después. (Entrevista a S.C. Inan Longko, comunidad mapuche ubicada en el ejido municipal de San Carlos de bariloche, 2020)

La posibilidad que nos da este extracto de entrevista es la de ver cómo esta familia en particular tiene una historia de relacionalidades con el territorio. Una narrativa que escapa de la propuesta por los alambres y límites estatales. «todo el territorio tienen nuestras historias acá guardadas» dice mientras recorre en su cabeza los límites impuestos con el tiempo. El territorio guarda las historias porque para esta familia no es sólo un espacio en disputa. Sino que el territorio es también concebido como una de las partes que está dando pelea a esos «alambrados que vinieron después».

La idea de que los alambres tengan su propia temporalidad, nos habla también de una disputa por los pasados que dan cuenta de una ocupación del territorio. En este sentido es Zusman (2013) quien propone trabajar con la idea de una «imaginación geográfica» que nos permita entender las nociones de espacio, territorio y tiempo que conviven en un momento determinado de la historia, para poder así «comprender las luchas por la apropiación espacial» ( Zusman, 2013, p.53)

La cartografía y la producción de datos que la misma genera, cargan en su haber una herencia que hasta el presente muestra sesgos de su matriz colonizadora. Son muchos los geógrafos identificados como partes de la corriente crítica (ver Harley, 2005 Harvey, 2017; Gonçalves,, 2001) que han invertido gran parte de sus producciones académicas en evidenciar cómo los mapas han funcionado históricamente como instrumentos de poder, generando una realidad que aparece como natural (ver Cuenca-López, Molina-Puche& Martín-Cáceres, (2018); Colectivo de Geografía Crítica, 2017). Sin embargo, hay en el territorio descrito durante el extracto anterior un indicio de agenciamiento desde la palabra. Algo así como una subversión al relato cartográfico dado. El territorio como poseedor de memorias capaces de ser narradas. Y desde esas experiencias identificadas comienza a divisarse la posibilidad de una «otra forma» de cartografiar territorios y resistencias en el mismo. «Por momentos no sé cómo explicarlo» dice esta mujer que resiste desde hace sesenta años en ese territorio donde «los alambrados parecieran moverse de noche». Y es que ese no saber habla de la sordera selectiva mencionada también en la introducción. La posibilidad de emitir un discurso que sea legible para el sistema judicial, para el Estado nación y para los grupos latifundistas o vecinos de las comunidades que manejan distintas nociones de propiedad. Esta palabra no intenta amoldarse a un catastro dado, incluso los elementos externos al territorio recordado (de la infancia, o la juventud) no impiden dar cuenta de sus extensiones y con estas de sus modos en que lo han vivenciado. En este punto es donde lo que llamamos escalas narrativas empiezan a forcejear entre sí imponiéndose las unas sobre las otras. Por un lado, una escala que implica la narrativa de una historia de despojo nacional que aloja otras expropiaciones o sus consecuencias en el presente. Y por el otro una escala que profundiza por un lado en los relatos heredados, silenciados y a su vez defendidos. Así como en el modo en los que estos actualizan, subvierten y crean nuevas formas de disputar las representaciones del territorio. Ahora bien, la tercera y última escala toma estas narrativas familiares y las desglosa en trayectorias individuales desde un presente que, al ser mis interlocutoras mujeres mapuche en proceso de recuperación territorial, se presenta transversalizado en clave de género.

La historia propia: la escala desafiada

Las escalas anteriormente descritas son construcciones teóricas realizadas a partir de los recorridos y entrevistas surgidas en territorios que se encuentran en disputa. En este contexto nos encontramos con equipos de abogados que nos solicitan peritajes para litigar por un territorio, jueces que buscan escuchar un informe para decidir sobre órdenes de desalojos, hasta convocatorias por parte de las mismas comunidades buscando un trabajo en colaboración para reconstruir su historia.

La llamada reconstrucción de «La historia de la comunidad» muchas veces se compone por trabajos de archivos y algunos relatos de los integrantes de la misma. Es aquello que sucede cuando se apaga el grabador o la cotidianidad tomaba la performance de un «relato fundacional» por asalto lo que funcionó como elemento iluminador (Gijón, 1990). En mi caso, fueron las mujeres quienes comenzaron a compartir sus historias de vidas donde deslizaban que habían sido ellas quienes sostuvieron en el tiempo las recuperaciones territoriales y las tradiciones familiares. Lo hicieron irrumpiendo con una fuerza que ha resistido los distintos mecanismos de invisibilización ejercidos por el poder. En las narrativas estas mujeres han podido pasearse entre un relato más comunitario y sus trayectorias personales. Al hacerlo inauguran nuevas formas de entender esta organización en los relatos o tramas que venimos analizando. Al contar sus propias historias se generan nuevas negociaciones que tiran por la borda acuerdos anteriores de jerarquizaciones o urgencias en los relatos.

yo siempre buscaba pedacitos de papel para escribir lo que me iba pasando, desde chiquita que se leer y escribir. La historia de mi familia, de mi comunidad. La historia de cómo llegaron acá. Pero esto que usted me pregunta, que me dice si yo recuerdo. Estas cositas chiquitas que son mi vida no pensé que eran importantes hasta que empezaron a ser recuerdos… hasta que sirvieron para entender nuestra historia. (entrevista a S. C., Inan Lonko de comunidad cercana a la ciudad de San Carlos de bariloche, 2020)

Hacer visible lo invisible ha sido uno de los lemas más potentes del incipiente feminismo académico de los años 70. En este extracto de entrevista, esas «cosas chiquitas» se transforman en recuerdos y devienen en cosas importantes. Larguía & Dumoulin (1976) mencionan cómo el reconocer y nombrar otorga existencia social y al obtenerla comienza un proceso de reivindicación. De algún modo hay una revisión de lo cotidiano en clave de reivindicaciones de su ser mapuche. En este movimiento se deja ver como allí, en lo antiheroico, está la trama cosmológica que sostiene y reproduce (Jelin, Motta & Costa, 2020). En algún punto la escala más micro que ha implicado siempre los estudios sobre la vida privada o sobre las resistencias cotidianas ha empezado a cobrar tal relevancia que parecieran estar exigiendo a los estudios y discursos políticos un lugar en sus agendas. En este sentido, como dice Marta Lamas (1986), aprovechar que «lo que aporta la categoría de género sirva de insumo para construir una nueva manera de plantearse viejos problemas».

La perspectiva de género en estas memorias está presente todo el tiempo. Passerini (1992) aporta una reflexión sobre el trabajo con memorias ancladas en la perspectiva de género. Se pregunta si es posible pensar los diálogos y las entrevistas también desde un posicionamiento feminista. Trabaja sobre las metodologías utilizadas por las entrevistadoras, que se distancian del denominado «paradigma masculino de la entrevista» para poder empezar a pensar una reconstrucción histórica que parta de trabajos de memorias emprendidos por mujeres y sus historias de vida. ¿Quiénes se quedaban en los territorios durante el tiempo de esquila?, ¿qué estrategias tenían para apalear el hambre y el frío?, ¿de dónde habían sacado el conocimiento de una huerta o una sanación?, ¿qué implicaba ser empleada doméstica y volver al territorio?, ¿quiénes cocinaban, lavaban, y defendían?, ¿cómo sobrevivieron los recuerdos entre tanta violencia estatal?, ¿qué recuperan estas mujeres al recuperar un territorio? Darles lugar a estas preguntas es sin duda una manera de plantear nuevas escalas al interior del propio proceso de producción académica.

claro que pienso que somos las mujeres las que siempre estamos, los hombres se iban por largos periodos... no siempre por trabajo. Y nos quedamos acá haciéndonos cargo de los animales, de nuestros hijos, de nuestros ríos, de nuestros árboles… la mujer mapuche sabe de los silencios y del frío... yo creo que en parte por eso nos enseñan a tejer y cantar desde chicas... para no estar solas… para estar en el territorio. (M.C. entrevista en Lago Rosario, 2018)

Hacerse cargo de todos los seres vivos por igual, cuando quedaban solas en el territorio, habla de una concepción del cuidado que va más allá de los entendimientos occidentales. Cuando en los quehaceres cotidianos se deslizan frases como «mi abuela no dejaba que nadie ensucie este río» o «guardaban las semillas en servilletas, las cuidaban hasta que estuvieran listas y después nos llevaban a recorrer el territorio en busca de un buen lugar para hacer nacer un árbol» o «buscaba las ramas de radal para hacernos muñequitas» (todas frases extraídas de entrevistas realizadas a mujeres que recuperan territorios durante 2019 y 2020), los trabajos de memoria están marcando el camino para pensar los pasados y los futuros porvenir. Pero también devienen en proyectos y posicionamientos políticos para erguirse como interlocutoras formadas para argumentar cuando lo que está en juego no es solo el territorio sino lo que se entiende por el mismo.

Las mujeres con las que trabajo entrelazan sus propias vivencias con conocimientos ancestrales, que las performan en su manera de construir y reproducir la realidad desde dónde hablan. Al escucharlas se nos devela una trama de significados e interlocutores que no nos eran audibles hasta que estas mujeres deciden ponerlos a hablar. Los dolores, el río, la maternidad, el frío, el viento, el fuego, los árboles, las semillas son parte del territorio que estas mujeres están defendiendo.

A mí del territorio me van a sacar muerta, yo vine acá porque es nuestro derecho. Y porque nos merecemos vivir bien, con los pies en la tierra para ceremonear, rodeada de árboles. Y en paz. Soy una mujer mapuche muy fuerte, porque así debimos ser siempre. (M.N., Lof cercano a bariloche)

Tal cómo se lee en este último extracto, lo que está en juego no es solo la posibilidad de un buen vivir sino también la certeza de que ya no se está dispuesta a un mal morir. Y esto cobra aún mayor dimensión cuando se entrelazan con las dos escalas anteriores. La historia de un genocidio por un lado y la reconstrucción realizada por cada comunidad, dando cuenta de los mecanismos que tuvieron que utilizar para «volver a levantarse» por el otro.

Palabras finales

El riesgo de ponernos a dialogar con categorías y conceptos de otras disciplinas, implica que puede ser que los mismos se nos vuelvan inabarcables y fallar en el intento. Sin embargo, fue una de las autoras más utilizadas por distintas disciplinas la que me motivo a hacerlo. Es Spivak quien dice no ser lo «suficientemente erudita para ser interdisciplinaria, pero puedo romper reglas» (Spivak, 1999). La idea de este trabajo es presentar las escalas narrativas como una herramienta para el agenciamiento por parte de las comunidades sobre determinados temas y conceptos como la idea de territorio. Un espacio territorial habitado y reconstruido por la intersección de distintas percepciones y memorias. Las de un Estado-nación, las de un pueblo, las de una familia y las de personas (mujeres en este trabajo) al interior de cada grupo familiar. Trayectorias que limitan y exponen las formas de percibir y entender la territorialidad. Y es en este punto donde nuevamente cobra vigencia la pregunta realizada por Spivak sobre si realmente los subalternos pueden hablar. Estas escalas narrativas hablan memoria y territorio, pero lo hacen desde un discurso impregnado por una cosmovisión y una manera de ser y habitar el mundo que por momentos no parece legible para el poder judicial, los latifundistas e incluso la academia. Es decir, en los términos de bajtin, su palabra no «adquiere estatus dialógico» (Hernández, 2011). Deben disputar su lugar como interlocutores en un mundo que los invisibiliza y silencia con categorías o cartografías que no admiten otros modos de percibir los territorios.

Cuando el recuerdo se transforma en memoria y esta deviene en un derecho como el que implica la posibilidad de «vivir bien, con los pies en la tierra para ceremonear, rodeados de árboles», los trabajos de recuerdo y olvido que las comunidades mapuche, con las que vengo trabajando, realizan cobran dimensiones más grandes. Puesto que no sólo hablan desde lo visible y audible por la justicia, o los medios, o la academia. La memoria misma se ha transformado en una suerte de escala que deslinda todo lo que sí debe tenerse en cuenta cuando se cuenta la historia del territorio mapuche.

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1 Este trabajo se da en el marco de mi investigación doctoral, titulada: «Tener a alguien que es gente (Niechenben): experiencias del parto y memoria en la constitución de subjetividades políticas de mujeres mapuche», como becaria del Conicet e integrante del Grupo de Estudios de Memorias Alterizadas y Subordinadas (GEMAS).

3El Grupo de Estudios sobre Memorias Alterizadas y Subordinadas es una red de investigadores (docentes y alumnos), pertenecientes a distintos centros universitarios del país. Desde su conformación en el año 2008 se ha venido desarrollando en espacios formales de investigación y extensión, así como en espacios informales de participación política e intercambio de conocimientos.

4En las entrevistas, los nietos de quienes sobrevivieron los ataques del ejército nacional hablan de desparramo al referirse a los modos en que se reubicaba a las familias a la fuerza o se las llevaban a campos de concentración (Fiori, 2019; Briones & Ramos, 2016)

2Instituto de Investigaciones en Diversidad y Procesos de Cambio —IIDyPCA—.

Recibido: 30 de Noviembre de 2020; Aprobado: 11 de Mayo de 2021

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