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Franciscanum. Revista de las Ciencias del Espíritu

versión impresa ISSN 0120-1468

Franciscanum vol.57 no.163 Bogotá ene./jun. 2015

 

El Matrimonio. Ámbito salvífico para la pareja y la familia*

The Marriage. Salvific Area for the Couple and the Family

Andrea Sánchez Ruiz Welch** y Ángela M. Sierra González***

* Se pueden abordar muchos temas de Familia, sin embargo, consideramos importante centrarnos en el matrimonio ya que constituye la columna vertebral de la misma. A propósito del Sínodo de Obispos. «Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización».

** Licenciada en Teología por la Universidad Católica Argentina. Profesora de Enseñanza Primaria por el Instituto Pedro Poveda, Catequista de niños, adolescentes y adultos por el Centro María Auxiliadora. Se desempeña en la tarea docente en la Universidad Católica Argentina, en la Universidad de San Isidro, en el Profesorado de Ciencias Sagradas Padre Elizalde y en otros centros de formación teológica y catequística. Argentina. Desde el año 2000 participa en grupos de reflexión sobre mujeres y teología y ha presentado en distintos foros la temática sobre mujeres, género y teología. Miembro de la Institución Teresiana y del Programa Teologanda. Contacto: andreasrw@hotmail.com.

*** Licenciada y Magíster en Teología por la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Profesora asistente de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana.Bogotá, Colombia. Miembro del grupo de investigación «Teología y mundo contemporáneo». Miembro fundador de la Asociación Colombiana de Teólogas. Contacto: angela.sierra@javeriana.edu.co.

Para citar este artículo: Sánchez Ruiz Welch, Andrea y Sierra González, Ángela M. «El Matrimonio. Ámbito salvífico para la pareja y la familia». Franciscanum 163, Vol. LVII (2015): 361-416.

Enviado: 12 de marzo de 2014
aceptado: 6 de junio de 2014


Resumen

La experiencia del amor atraviesa toda época. Sin embargo, hoy visualizamos que los modos de compartir el amor en pareja, de expresar la vincularidad y la comunión, no se ciñen a los modelos heredados. En estas páginas esbozaremos, en primer lugar, algunos de los rasgos de la realidad cambiante en la que estamos inmersos/ as y el eco eclesial ante los desafíos que presentan. Seguidamente se desarrollarán algunas de las dimensiones antropológico-teológicas del sacramento del matrimonio para, finalmente, cuestionarnos acerca de su alcance pastoral. Creemos que una teología del matrimonio renovada puede ofrecer a la praxis eclesial un suelo fértil donde germine la semilla del anuncio y el acompañamiento cercano.

Palabras clave : Matrimonio, sacramento, familia, dimensiones teológicas, pastoral.


Abstract

The experience of love goes through every age. However, today we envision that the ways to share love with friends, to express the interconnectedness and communion, are not constrained by legacy models. In these pages then, we will first outline some of the features of the changing reality in which we are immersed and the ecclesiastical echo to the challenges that are present. Then some of the anthropological and theological dimensions of the sacrament of marriage will be developed to finally question about its pastoral outreach. We believe that a renewed theology of marriage may offer to the ecclesial praxis, a fertile soil in which the seed of news and close accompaniment, germinates.

Keywords : Marriage, Family, Sacrament, Theological dimensions, Pastoral, Anthropology.


Introducción

Los desafíos del contexto presente

Te tomo la palabra Julieta.
Llámame solo “amor mío”
y seré nuevamente bautizado.
W. Shakespeare, Romeo y Julieta.

Quien ha estado enamorado/a entiende la profundidad de estas palabras. Gracias al latir del «amor mío», que nos es devuelto como un don a nuestra entrega, somos capaces de descubrir quiénes somos, renaciendo a una nueva vida, vivida de a dos. La experiencia del amor atraviesa toda época. Amores eternos, imposibles o frustrados. «Amores» que enferman o matan. Amores fugaces o duraderos. Amores capaces de transformar la existencia, que testimonian una auténtica comunión en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad. Sin embargo, hoy visualizamos que los modos de compartir el amor en pareja, de expresar la vincularidad y la comunión, no se ciñen a los modelos heredados.

En estas páginas esbozaremos, en primer lugar, algunos de los rasgos de la realidad cambiante en la que estamos inmersos/as y escucharemos la voz de los pastores ante los desafíos que presentan. Seguidamente se desarrollarán algunas de las dimensiones antropológico-teológicas del sacramento del matrimonio para, finalmente, cuestionarnos acerca de su alcance pastoral. Creemos que una teología del matrimonio renovada puede ofrecer a la praxis eclesial un suelo fértil donde germine la semilla del anuncio y el acompañamiento cercano.

El amor después del amor1

Las jóvenes generaciones, y algunas no tan jóvenes, ensayan nuevas formas de convivencia2 donde se privilegia lo informal sobre lo institucional, el «mientras dure» frente al «para siempre». Las instituciones o los mandatos sociales ya no alcanzan para mantener unidos a quienes consideran que la convivencia se ha deteriorado con el paso del tiempo, por tanto, es la experiencia de un amor que se ha escapado la que pone fin a la convivencia y no la muerte. Aunque sería otro tipo de muerte, la muerte del amor, que deja a su paso dolientes tácitos, desde los miembros de la pareja, sus hijos si los tienen y su contexto familiar y social, el cual, indirectamente, también se ve afectado.

Entre las múltiples causas que parecieran ocasionar esta situación, los y las especialistas nos ofrecen algunos aportes para la reflexión3. La prolongación de la adultez, con una maximización de la calidad de vida, ha ampliado la convivencia en pareja. El tiempo que media entre el casamiento y la muerte, cada vez se hace más largo, erosionando, muchas veces, los vínculos. En sectores socioeconómicos favorecidos se observa que los y las jóvenes dilatan su independencia del núcleo familiar permaneciendo solteros/as en la familia de origen. Esto ha generado que la decisión de contraer matrimonio se postergue. Las nuevas parejas prefieren convivir un tiempo antes de casarse o tener hijos. La liberalización de las relaciones sexuales ha desculpabilizado a las personas de los cánones morales de las religiones que supeditaban la vida sexual de la pareja al matrimonio. Las parejas provenientes de ambientes empobrecidos generalmente organizan su vida en pareja precozmente teniendo rápidamente hijos, muchas veces antes de formalizar la relación o de contraer matrimonio.

La presencia de las mujeres en todos los ámbitos de la vida social, con el consiguiente desempeño en múltiples funciones laborales, profesionales, ha incidido significativamente en la nueva configuración de las parejas. La familia y la maternidad ya no constituyen su principal o único proyecto de vida. La convivencia genera negociaciones permanentes para ajustar las demandas entre el hogar y el trabajo de ambos cónyuges. El nuevo rol de las mujeres provoca, en no pocos varones, un cambio respecto de lo vivido como hijos, ocasionando tensiones, a veces insuperables4. Ahora ellas también toman decisiones en el trabajo y en la casa y opinan y disponen sobre la economía familiar, la distribución de tareas. Esto plantea nuevas dinámicas interesantes y renovadas pero también desafiantes5.

La sociedad ha dejado de estigmatizar a las madres solteras, a quienes deciden no casarse, a los/las que prefieren la convivencia y a quienes después de un experiencia malograda, se separan o divorcian.

Las parejas, frente a las dificultades que conlleva la vida compartida, manifiestan un bajo umbral de creatividad y perseverancia en la búsqueda de soluciones conjuntas. El individualismo que privilegia el yo, quiebra el frágil nosotros, socavando las bases de una relación, que si no se cuida, puede derrumbarse. Los datos confirman esta descripción.

En Argentina hubo más de medio millón de divorcios en la última década. Como señala Evangelina Himitian:

En los 80 se producían 114 divorcios diarios. En la década del 90 pasaron a ser 87 por día. En cambio, entre 2001 y 2010, hubo a razón de 172 divorcios diarios. Entonces, ¿cuánto dura el amor? Menos de seis años. Según estadísticas en la ciudad de Buenos Aires el 54% de las parejas que se divorciaron durante 2010 llevaban menos de diez años juntos; el 34%, menos de seis. La tasa de separación y divorcio creció 300% en solo 30 años: en 1980 había 423.000 personas divorciadas en todo el país. Según el último censo, hoy son 1.764.400. Aun así, los divorciados siguen siendo un porcentaje bajo de la población: menos del 5,8% de los argentinos (teniendo en cuenta tanto divorciados como separados), contra 33,5% de solteros, 18,2% de personas en pareja y 35,6% de casados, entre otros estados civiles. En 2001, los casados eran el 40,8%; los divorciados, el 4,8%; los solteros, 33,9%, y los unidos, 13,9 por ciento. En la Capital, por cada dos casamientos hubo un divorcio6.

En el caso de Colombia se reportan los siguientes datos no tanto respecto a los divorcios en sí sino al número de parejas que se casan. El apartado refleja tácitamente el miedo que tienen las parejas de asumir compromisos duraderos y temor al fracaso:

Según el Dane, el número de parejas que viven en unión libre se acerca cada día más al de quienes han celebrado un matrimonio. Hace apenas dos años, dice el notario, en el 2010, se reportaron 131.447 matrimonios civiles en todo el país. Pero en el 2011 la cifra bajó a 79.636, lo que significa una rEDUCCión del 26 por ciento en un solo año. Un año después la situación fue aún más dramática: en el 2012, que acaba de terminar, la Registraduría Nacional del Estado Civil, inscribió únicamente 38.073 matrimonios nuevos. Todo eso quiere decir, ni más ni menos, que en dos años, del 2010 al 2012, la cifra de matrimonios en Colombia se redujo en un 71 por ciento7.

Además, si bien es cierto que un gran número de parejas recurren al rito católico para formalizar su relación en muchas ocasiones, solo por un compromiso social,

La Iglesia Católica anuló este año unos 650 matrimonios por las diversas causales contempladas en el Derecho Canónico, informó el presidente del Tribunal Eclesiástico Nacional, monseñor Libardo Ramírez Gómez. Dijo que la cifra representa un leve aumento frente al registrado el año pasado y reconoció que el mayor porcentaje de casos se refiere a hechos contemplados en el Canon 1095 de la Iglesia, referente a hechos como la «amencia» a falta de raciocinio, la falta de discreción de juicio y la incapacidad para asumir el compromiso8.

Las cifras señalan la crisis. No es este el momento de hacer un análisis de este fenómeno dado el objetivo de nuestro trabajo. Sí tendremos que preguntarnos qué hacer, para ofrecer desde la reflexión y la práctica pastoral, espacios de anuncio, evangelización, acompañamiento y formación a las familias.

En la actualidad la pastoral matrimonial y familiar habría de estar en condiciones de acompañar a los matrimonios y a las familias en las múltiples transformaciones que están viviendo, ensayando nuevas estrategias para acercar la renovación teológica a la vida de las personas y auscultando el sentir y saber del pueblo de Dios con solicitud y premura. Así podrá discernir cuidadosamente lo que se aleja del Evangelio como también recibir con gozo los valores que ofrece el tiempo presente. Se ve del todo necesaria una pastoral laical encarnada y renovada, capaz de entablar un diálogo entre la fe y la vida, capaz de incluir a todos/as. Esta renovación implicará necesariamente un diálogo interdisciplinar con otras ciencias, como la psicología, la educación, la antropología, la sociología, etc., así como el trabajo conjunto de laicos y laicas, religiosos y religiosas y el clero.

Un amor fiel y total 9

El impacto de la realidad también preocupa a la Iglesia. No solo en lo referente a los divorcios, sino también en relación con la caída de nupcialidad tanto religiosa como civil que se verifica en varios países del mundo10.

Enrico Nenna, director de la Oficina Central de Estadísticas Eclesiásticas del Vaticano, señala que en los últimos 20 años hubo un incremento de fieles católicos del 29 %. Sin embargo, los datos referidos a la práctica sacramental muestran un incremento mucho más débil de lo que debería haber sido, teniendo en cuenta el crecimiento del número de católicos. Esto lo lleva a afirmar que, según los últimos datos recogidos, se observa un claro debilitamientos de la práctica católica en todo el mundo. A modo de ejemplo consigna que en Europa, en los últimos 20 años, las confirmaciones decrecieron un 18 %. La disminución en el número de bautismos y la declinación del número de casamientos, puede ser el resultado entre otras causas, de una rEDUCCión de la baja de la tasa de natalidad en ciertas regiones específicas y de la falta de certezas económicas, respectivamente11.

En Argentina, las causas de este fenómeno, entre las nuevas generaciones de católicos, se atribuyen a que los y las jóvenes prefieren postergar la concreción de su matrimonio para más adelante, temor a asumir un compromiso definitivo, la marcada tendencia a convivir primero antes de celebrar el sacramento y una vivencia individual de la creencia religiosa que deja de lado el cumplimiento de las normas de la Iglesia12.

En Colombia es evidente la falta de preparación para asumir compromisos, fortaleza para afrontar las situaciones difíciles y en el caso de los matrimonios urbanos una gran soledad social pues no cuentan con el apoyo de sus familias, amigos o Iglesia, en la difícil tarea de conformar una familia, por las dinámicas que establece la ciudad en términos de tiempo, trabajo, stress etc.

Sin embargo, algunos analistas señalan que si bien cada vez menos parejas celebran el sacramento del matrimonio, las que lo hacen manifiestan un sentido religioso más profundo, libres de presiones familiares o ajenos a hacerlo por dar una imagen social13.

Los Episcopados latinoamericanos han sintonizado con esta situación reflejando en su magisterio su permanente compañía a los fieles. En las últimas cartas pastorales, de muchos episcopados, se describe con preocupación la realidad actual de las familias y se proponen algunos cauces de acción para renovar la pastoral matrimonial y familiar.

Los obispos chilenos señalan: «Ciertamente los rápidos cambios que se están produciendo conmocionan todos los aspectos de la vida familiar. Por eso queremos que la Iglesia sea un apoyo a todas las familias en su insustituible misión de educadoras de la humanidad»14.

Los obispos uruguayos resuelven «promover una auténtica “ecología espiritual”, proponiendo a las nuevas generaciones la belleza del matrimonio indisoluble y su apertura a la vida, en sintonía con las exigencias más profundas del corazón y la dignidad humanas»15.

Por su parte, los obispos paraguayos, en sus orientaciones para el año de la fe, proponen seguir «anunciando en nuestra sociedad paraguaya, los principios fundamentales del Evangelio de la Familia, fundada esta sobre el Sacramento del matrimonio, con el fin de renovar la vida cristiana en este santuario de la vida y esperanza de la sociedad, reafirmando su vocación eclesial y social»16.

Del mismo modo el Episcopado boliviano, reunido en la 93.ª Asamblea Plenaria en vísperas del VII Encuentro Mundial de la Familia, subrayó «la importancia capital de la familia en nuestra sociedad y de las amenazas que se ciernen sobre ella»17.

El Episcopado argentino ofreció a fines del 2009, el nuevo Ritual de la Celebración del Matrimonio18 y un documento llamado «Aportes para la Pastoral Familiar en la Iglesia en la Argentina», que se propone como un instrumento de reflexión y trabajo que inspire iniciativas nuevas en el acompañamiento pastoral de la realidad familiar19. En estos últimos años, con ocasión de la promulgación de las leyes del matrimonio entre personas del mismo sexo (2010) y de identidad de género (2012) y ante el debate suscitado en torno a la reforma del código civil, la Conferencia ha puesto de manifiesto su postura constante sobre estabilidad del matrimonio20, su índole heterosexual21 y el significado objetivo del dato biológico para comprender la sexualidad humana22.

Para la Iglesia entera, la propuesta del Evangelio para las familias resulta particularmente urgente y necesaria. «La evidente crisis social y espiritual llega a ser un desafío pastoral, que interpela la misión evangelizadora de la Iglesia para la familia, núcleo vital de la sociedad y de la comunidad eclesial»23. Por lo tanto, el Papa Francisco ha convocado a la celebración de un Sínodo de Obispos para reflexionar acerca de los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización. Para ello ha establecido un itinerario de trabajo en dos etapas: la primera, la Asamblea General Extraordinaria del 2014, ordenada a delinear el «status quaestionis» y a recoger testimonios y propuestas de los Obispos para anunciar y vivir de manera creíble el Evangelio de la familia; la segunda, la Asamblea General Ordinaria del 2015, para buscar líneas operativas para la pastoral de la persona humana y de la familia.

Transitando la primera etapa de este itinerario trazado por el Papa, se vuelve necesario auscultar las voces de la realidad tanto como seguir anunciando la Buena Noticia sobre el matrimonio y la familia con la cercanía del amor de Jesús y la creatividad de su pedagogía.

En preparación al Sínodo, el Instrumentum Laboris publicado ya en el Vaticano24, recoge las respuestas al cuestionario del Documento preparatorio, dado a conocer públicamente en el mes de noviembre de 201325. En él se ofrece un cuadro amplio de la situación actual de las familias, de sus desafíos y reflexiones que la misma suscita.

El lenguaje de las fiestas

El incremento de los fracasos matrimoniales se ha convertido en un hecho cotidiano, una realidad que supera fronteras y culturas. Así como fracasan los matrimonios civiles, tristemente y en número igualmente impactante fracasan los matrimonios celebrados en la Iglesia católica.

Como señalábamos anteriormente, las comunidades eclesiales se ven impactadas por los cambios que se han operado en la convivencia de pareja y familiar, también por las dificultades de sostener vínculos duraderos. Es inútil querer responder a estas demandas con las propuestas pastora-les que la Iglesia ofrecía en otros contextos, nos urge ser especialmente audaces para encontrar nuevos caminos de evangelización inculturada26.

Generalmente la atención pastoral de la Iglesia a la vida matrimonial está vinculada, entre otras acciones, a la catequesis prematrimonial. Pero, cada vez menos parejas cristianas deciden contraer matrimonio celebrando su boda en la comunidad eclesial. Pareciera, que en la sensibilidad actual existe una tendencia a leer secularmente la experiencia matrimonial sin referirla a una realidad trascendente aun cuando históricamente el hecho de casarse fuera una costumbre ligada a las creencias religiosas. Incluso, en ámbitos cristianos, también se suscita la pregunta acerca de qué le agrega al matrimonio civil el sacramento: por qué casarse «por Iglesia» para que la unión entre los esposos tenga sentido. Para los creyentes, el matrimonio es un sacramento, pero no siempre es vivido en referencia a Dios y a Cristo en la comunidad eclesial y con el compromiso que suscita la fe.

Cuando les preguntamos a los futuros cónyuges por qué se casan «por Iglesia», las respuestas son ambiguas: queremos la bendición de Dios, es una tradición en nuestra familias, fuimos bautizados, tomamos la primera comunión, nos confirmamos, ahora nos toca casarnos en la Iglesia, algunos realmente son conscientes de lo que significa el sacramento, aunque no siempre saben expresarlo, lo intuyen y lo desean27. Otros optan por celebraciones «hechas a medida». En el salón de la fiesta algún familiar o amigo/a les toman los votos, se trasladan al lugar donde se conocieron y allí hacen un pequeño rito significativo para ellos.

El matrimonio no ha dejado de ser considerado una fiesta. Sin embargo, la experiencia señala que su celebración no siempre implica una maduración sobre la sacramentalidad del vínculo, una decisión comprometida por vivir el Evangelio en la realidad familiar, por asumir el matrimonio como vocación a la santidad. Para muchas parejas de novios sigue siendo una tradición familiar y religiosa la celebración de la boda en la Iglesia. Para otras, el rito tal cual es ofrecido no expresa del todo su sentir. La vida cotidiana, el contexto cultural parecen estar íntimamente implicados en la forma de celebrar y en la celebración misma, lo que produce que, en ciertos ámbitos, la liturgia del matrimonio esté alejada de las vivencias de las jóvenes parejas perdiendo su hondo significado, volviéndose para algunos un mero acontecimiento social.

Recuperar las experiencias vitales en torno a la situación de casamiento puede ser un paso inicial para acompañar a los novios que desean celebrar su boda como miembros de la comunidad eclesial, para luego orientar el itinerario de preparación hacia un diálogo más propositivo.

Para las parejas próximas a la boda el matrimonio sigue teniendo un significado profundo que reclama la participación comunitaria en el compromiso que asumen. No ha perdido su fuerza interior: hay amor, hay decisión, hay responsabilidad para lanzarse a la vida compartida con lo que depare.

Por eso es necesario no solo recibir en las comunidades a quienes desean celebrar sacramentalmente su matrimonio y acompañarlos en la preparación de la liturgia, sino también iniciar una «pastoral de la propuesta», en virtud de la cual se invite a los novios al encuentro con Cristo en el sacramento del matrimonio y se los acompañe y apoye para edificar la vida matrimonial y de familia28. Proponer hoy la fe a las parejas «no es tanto pretender darles cursos cuanto sugerirles itinerarios de vida, invitarlas a dar algunos pasos en el sentido del evangelio (…) Y todo ello con acompañamiento»29.

La preparación al matrimonio puede convertirse en un espacio evangelizador que ponga en diálogo la vida con la fe de los novios de modo que pueda descubrirse que en el matrimonio Dios quiere hacernos partícipes de su vida. De ahí la importancia de profundizar en el núcleo central de la sacramentalidad del matrimonio y cuestionarnos acerca de su naturaleza. Si pudiéramos percibir la dinámica interna del signo matrimonial, estaríamos en condiciones de superar la inmediatez del rito y la verdadera vida sacramental aparecería diáfanamente ante nuestra libertad para impregnar la vida matrimonial, familiar y social, verdadero sentido de la eclesialidad30.

1. Dimensiones antropológico-teológicas del sacramento del matrimonio

1.1 Dimensión antropológica

La experiencia del amor humano

En la vida de pareja la experiencia paradójica del amor no solo se circunscribe a la tensión del yo/nosotros, es decir, a la tensión de vivir en una simbiosis que reduzca al yo a la invisibilidad y al silencio o, por el contrario, un individualismo tan fuerte que disocie el yo del nosotros conyugal31.

La experiencia paradójica del amor conyugal también se inscribe en la dinámica del amor pascual, aún quienes no son cristianos, saben que el amor puede quedar sepultado por el dolor o surgir de los sufrimientos de esta vida, transformado, resucitado.

La sacramentalidad del matrimonio se enraíza en la experiencia del amor humano. Experiencia de entrega, gratuidad, respeto al tú en su completa integridad, placer sexual y donación mutua, fecundidad, disfrute y dolor en la vida compartida, incondicionalidad y prolongación en el tiempo. Este amor vivido de a dos puede convertirse, en una situación de honda significatividad que cambia radicalmente el curso de la existencia: tú y yo, somos un nosotros decidido a compartir la vida entera.

La trama vital del amor humano vivido en pareja se inscribe en la condición relacional de la persona. Somos quienes somos en relación. Sin los «tús» con quienes nos hemos encontrado a lo largo de nuestra historia, no seríamos este «yo» que vamos siendo. El ser humano se experimenta como persona en relación: es un «yo-en-relación» que está siendo en devenir y comunión, en búsqueda por sí mismo en el encuentro con un «tú», con todos los «tú», por eso la persona es un sujeto capaz de encuentro.

Entre las diversas formas de encuentro interpersonal, hay algunas que son significativamente decisivas. Caracterizar estos encuentros permitirá distinguirlos de otros. En primer lugar son únicos en un doble sentido. Porque el «tú» que está conmigo es singular y no hay otro como él y porque la relación que se establece es exclusiva en el camino de la búsqueda de mi «yo». Estos encuentros son mutuos y libres, se establecen en aceptación recíproca como don del uno al otro. Finalmente, el «encuentro contigo» es creador porque el encuentro de nuestras libertades provoca que seamos mutuamente transformados. Somos gracias a otros, porque nos recibimos de un «tú» como don. Y esta vida que brota del encuentro se amplía al «nosotros», capacitándonos para la comunión32.

En palabras de Barbara Andrade: «Soy para ti, porque tú te me regalas y porque solo por tu don llego a ser la autopresencia que soy. Mientras pueda decirte “tú”, porque tú también me dices lo mismo en el encuentro contigo, soy sanado. A partir del ser sanado que tú me regalas, puedo decir “tú” en apertura a otros»33.

Esta experiencia fundante, que en la vida de pareja se realiza hasta expresarse en la comunión recíproca, en la circularidad del amor, en la entrega total, es espacio fecundo, dilatado, abierto al misterio que desborda lo cotidiano.

La existencia humana, en su devenir histórico, está atravesada por encrucijadas que la descorren y reposicionan en el camino transitado. La vida misma ofrece algunas experiencias de tal densidad vital que ponen en juego las propias opciones hasta el punto de re-definir el rumbo que se había emprendido. Estos momentos álgidos o nudos existenciales34 suponen un tránsito, un cambio «en la vida personal y social comunitaria; que por su intensidad y conmoción se convierte en punto de partida para un nuevo porvenir, en cifra de trascendencia, en interpelación y llamada que nos abre a nuevos horizontes del ser en el Ser»35.

El encuentro del tú amado y la decisión de formar una pareja estable, a lo largo de las culturas, desde tiempos inmemoriales, se comprendió y también hoy se comprende, como una situación que implica un paso, que pone en juego la libertad y redefine el mundo vincular, que conlleva cierta discontinuidad respecto de la cotidianeidad y comporta una clara repercusión social y comunitaria celebrada en ritos y fiestas. En estas encrucijadas, la presencia del misterio trascendente se percibe de un modo significativo en el misterio de la propia existencia, conmocionada por la urgencia del cambio, por una profundidad que pareciera superar lo humano. Antropológicamente, estas experiencias vitales son un espacio fecundo para la manifestación y el encuentro con Dios ya que ofrecen el sustrato propicio para que Dios, al brindarse gratuitamente en su bondad infinita, sea recibido por quien lo anhela.

En síntesis, como el ser humano es capaz de descubrir en lo creado la presencia de Dios, y sus huellas impresas en el cosmos, en la vida cotidiana, en su propio palpitar, este desvelamiento se da principalmente en las experiencias de paso, en momentos que desbordan lo rutinario y que están cargados de conmoción, ambigüedad y contrastes. Uno de ellos es la situación de matrimonio, que siendo una realidad auténticamente humana, tiene una capacidad inherente de referir a algo-alguien más allá de sí haciéndolo presente y actuante. Esta referencia generalmente queda expresada en un gesto, una palabra, un rito profano-sagrado o establecido por una creencia religiosa. Aquí se sitúa la relación sacramentalidad-Sacramentos.

La palabra de Dios sobre el amor conyugal

La experiencia del amor de pareja toma cuerpo en la Sagrada Escritura como testimonio de alianza interpersonal.

En tiempos de matrimonios convenidos entre las familias, cuyo objeto fundamental era la prolongación del nombre en los hijos (varones) en la tierra que ellos heredarían, las mujeres casadas tenían un papel preponderante en el ejercicio de su maternidad, aunque la mayoría de las veces, eran consideradas una posesión del marido. Sin derechos propios, pasaban de la sumisión al jefe del clan o de la familia de origen, a la sujeción hacia su cónyuge, y si su conducta no se adecuaba a los cánones culturales de la época, podía ser repudiada: «Si no se comporta según tu voluntad, apártala de tu lado» (Eclo 26, 26)36.

Con todo, en este ambiente poco favorable para la mujer, donde los arreglos familiares dependían de los mayores y no de los involucrados, es posible descubrir en la Escritura algunas manifestaciones de amor esponsal37.

Isaac encuentra sosiego en el amor de Rebeca: «Isaac introdujo a Rebeca en su tienda, tomó a Rebeca, que pasó a ser su mujer y él la amó. Así se consoló Isaac por la pérdida de su madre» (Gen 24, 67). Jacob, enamorado de Raquel, trabaja siete años sin descanso para hacerla su esposa «que se le antojaron como unos cuantos días de cuánto que la amaba» (Gen 29, 20). Elcaná preocupado por la tristeza de su mujer que no concebía le pregunta: «Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué estás triste y no comes? ¿Acaso no valgo para ti más que diez hijos?» (1 Sam 1,8).

También los sabios de Israel exhortaban a vivir con pasión y alegría la vida esponsal: «Disfruta con la esposa de tu juventud, cierva querida, gacela encantadora, que sus pechos te embriaguen siempre y continuamente te apasiones con su amor» (Prov 5, 18-20). «Al volver a casa descansaré a su lado pues su compañía no produce amargura, ni su intimidad entristece, sino que contenta y alegra» (Sab 8,16)38.

El testimonio más explícito del amor humano vivido apasionadamente es la poesía del Cantar de los Cantares39. En ella, los amantes confiesan sus sentimientos más hondos con el lenguaje desbordante de la pasión que alude a una relación igualitaria, única, fiel, encarnada. Se descubre el tesoro de un amor recíproco capaz de conmover y transformar la vida en la mutua pertenencia: «Mi amado es mío, yo soy para mi amado» (Ct 6, 3). Los cuerpos se buscan, se presienten, se descubren y describen con metáforas llenas de color: «tu talle es como palmera, tus pechos los racimos, pienso subir a la palmera y cosechar sus dátiles» (Ct 7, 9). El amor busca perdurar en el tiempo, dejando una huella permanente en los enamorados incapaz de borrarse: «ponme como sello en tu corazón» (Ct 8, 6).

Estos amores y sus delicias, se comparan en Isaías, con el gozo de Dios por Jerusalén: «como se casa un joven con una doncella, se casará contigo tu edificador y con gozo de esposo por su novia se gozará por ti tu Dios» (Is 62, 5). Así, el amor esponsal se convierte en símbolo del amor de Dios para con el pueblo, un amor fiel, entrañable, misericordioso40.

La primera comunidad cristiana también evoca está metáfora para aplicarla a las relaciones con Jesús. El autor de la carta a los Efesios exhorta a los maridos a amar a sus esposas como Jesús ama a su Iglesia (Ef 5, 21-33)41, la medida del amor esponsal es entonces el amor pascual de Jesús: un amor capaz de entregar la vida, un amor capaz de recuperarla.

Consultado Jesús sobre el divorcio, ancla su respuesta en la palabra fundacional de la Torah: «Al principio de la creación, Dios los hizo hombre y mujer; y por eso dejará el hombre a su padre y a su madre para unirse con su esposa, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino uno solo» (Mc 10, 6-8).

Estas palabras de Jesús transmitidas en las comunidades manifiestan que los textos del Génesis que abren la Biblia son para los creyentes una enseñanza para todos los tiempos. En ellos encontramos un fundamento antropológico que no deja lugar a dudas sobre la igual dignidad de varones y mujeres, creados a imagen y semejanza de Dios y de su llamado a la comunión recíproca en la unidad del amor manifestada en el encuentro sexual.

El ser humano, en íntima interconexión con el cosmos, se yergue de la tierra bajo el aliento de su Dios. La fragilidad del barro encuentra su fuerza en la vida que Dios le insufla llamándolo a la comunión. La soledad no es buena para un ser abierto al diálogo, Dios le ofrece una ayuda a su altura, alguien que frente a sí le permita encontrarse como uno distinto y a la vez semejante. El tú de la mujer, lleva al Adam, a reconocerse a sí mismo como varón, que exclama gozoso: ¡esta vez sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne! (Gen 2, 24). La alegría de quien descubre en otro/otra alguien con quien vivir en comunión e intimidad: una sola carne, un solo ser. «En esta relación de intimidad y de alianza es donde nace la reciprocidad, el intercambio, la relación personal, que permite nombrar al otro y nombrarse a sí mismo»42, reconociendo al mismo tiempo la igualdad (es carne de mi carne) y la diferencia en la semejanza (ish/isshah)43.

Esta recíproca comunión interpersonal solo es posible en el marco de la igual dignidad de varones y mujeres afirmada en Génesis 1, 26-28: «Dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que tenga autoridad sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo, sobre los animales del campo, las fieras salvajes y los reptiles que se arrastran por el suelo”. Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Macho y hembra los creó».

La tradición bíblica, que como vimos, fue retomada luego por Jesús y la Iglesia primitiva, afirmaba (y sigue afirmando) que la especie humana diferenciada en dos sexos: «macho y hembra», fue creada a imagen y semejanza de Dios, como su representante, señor y administrador/a de la creación44. Los vocablos zakhar y nequebab, macho y hembra, quieren expresar tanto la igualdad básica como la complementariedad entre los sexos, ya que zakhar alude a un elemento puntiagudo y nequebab a un hueco, una perforación45. A la vez, el ejercicio de la representación de Dios en relación con lo creado se realiza como señorío: el significado dominar viene quizás del pisar que indica rdh en Joel 4,13 describiendo el pisar de los lagares. Con esto se señala una actividad con poder para cambiar. Como interpreta Kölher, la tarea de la cultura46.

La pareja humana es, por tanto, reflejo del Dios de la vida. La misteriosa tensión entre el sí mismo, varón y mujer y el nosotros: una sola carne, insinúa la unidad triuna del Dios revelado en Cristo.

Por tanto, el sacramento del matrimonio es capaz de simbolizar magníficamente el amor de Dios manifestado en toda la historia de salvación, desde la creación hasta la plenitud revelada en Cristo. Como punto fontal y final de toda experiencia sacramental, Cristo, con su encarnación y pascua liberadora, configura la experiencia del matrimonio cristiano de un modo radicalmente nuevo y lo hace formar parte del itinerario salvífico del pueblo de Dios, que a la vez evoca.

1.2 Dimensión cristológica

La Buena Noticia de Jesús

Dios sale al encuentro del ser humano, para darse a conocer. La naturaleza misma de sus interlocutores, que Él mismo ha creado, reclama una comunicación adaptada a su condición natural y sensible, comunicación que se realiza gracias a la mutua implicación de gestos y palabras. La historia de nuestra salvación es ejemplar en esta dinámica. Ya la creación es lenguaje y acontecimiento que manifiesta al mismo Dios. La realidad cósmica remite a su creador como lenguaje expresivo y desvelante, como símbolo que «e-voca, pro-voca y con-voca»47 y que conduce hacia un sentido último que habrá que interpretar.

Aquello que comenzó en la creación llegó a su plenitud en la encarnación del Verbo. Por eso en Jesucristo, nos encontramos con aquel que, estando en el seno del Padre, puede hablarnos de lo que conoce (Jn 1, 18). La encarnación sintetiza ese encuentro divino-humano, a la vez kenotico, a la vez transformante. Manifiesta la índole sacramental de las intervenciones salvíficas de Dios a lo largo de la historia, que se «desarrolla en una correspondencia y complementariedad permanente entre palabra y signo, entre anuncio profético y acontecimiento salvífico, entre promesa y realización»48.

Cristo mismo es el intérprete cualificado del misterio de Dios revelado parcialmente en el cosmos y en la historia, ya que su presencia actúa la palabra que Él mismo es. Él mismo constituye la máxima epifanía de Dios hacia nosotros. Por esto, cada uno de sus actos y en especial aquellos en los que se revela la presencia operante de Dios, son sacramentales, porque glorifican a Dios y santifican al ser humano.

El advenimiento de Cristo, ha hecho nuevas todas las cosas. «Pasó lo viejo, todo es nuevo» nos dice San Pablo (2Co 5, 17). Por tanto el matrimonio también beberá de estas aguas. Intentaremos explicar la cualificación cristológica que opera en la alianza de amor esponsal, para que la realidad del matrimonio, en el claroscuro de su existencia, no solo manifieste el Misterio que la trasciende sino también realice la salvación que Jesús nos ofrece en su Pascua.

Si bien en el Nuevo Testamento no abundan los testimonios ni las enseñanzas explícitas de Jesús sobre la vida matrimonial, se deja traslucir en las narraciones que «el matrimonio era un acontecimiento digno de ser celebrado»49. La importancia concedida a las fiestas de boda nos da la pauta de que se concedía al matrimonio una relevancia significativa para la vida comunitaria. Sin embargo, es muy poco lo que se encuentra en los textos neotestamentarios sobre parejas casadas concretas50 y no hay datos explícitos sobre recomendaciones de Jesús para la vida matrimonial, más bien alerta sobre las posibles vicisitudes que entraña. La enseñanza de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio provoca en los oyentes dudas acerca de la conveniencia de casarse sin la posibilidad de divorciarse (Mt 19, 10). Sus propuestas alternativas sobre la familia, (hermanas, hermanos, madre: Mc 3, 31-35 y paralelos, Mt 23, 8-9) la invitación a dejarlo todo por el Reino (Mc 10, 29-30 y paralelos), la referencia a los orígenes (y no al cumplimiento de las leyes israelitas) al hablar del matrimonio (Mt 19, 9), podrían ser un indicio de que la familia patriarcal y el matrimonio inscripto en ese marco no son necesariamente fuente de vida plena51.

Un texto fundante para la sacramentalidad del matrimonio es la referencia de Pablo a su valor salvífico52. En un contexto inmediato complejo, Pablo responde las preguntas de la comunidad de Corinto sobre la conveniencia de casarse o permanecer solteros/as.

Usando un vocabulario significativo: la mujer no creyente quedará santificada por su marido (creyente) 7, 14; ¿Qué sabes tú mujer si salvarás a tu marido? 7, 16, Casarse en el señor 7, 39; Pablo, reconoce e indica el valor salvífico y santificante del matrimonio en el Señor. Quienes han sido bautizados en el Señor, viven su matrimonio de acuerdo al ambiente cultural, pero esa experiencia conyugal está enraizada en la corriente liberadora de Cristo y ha de ser asumida en la fe. Así, «el amor redentor de Cristo se actualiza en la intersubjetividad del matrimonio y lo hace bajo la forma de la vida conyugal»53. El seguimiento de Jesús se hunde en la trama de la vida cotidiana, los cónyuges se santifican en el matrimonio, no a pesar del matrimonio.

Enraizadas en las condiciones de la época, las exhortaciones de los códigos domésticos de Efesios (5, 21-35), Colosenses (3, 18-25) y 1Pe (3, 1-7) dan cuenta de que la vida esponsal estaba llamada a vivirse en Cristo. De hecho, el contexto grecorromano y judío, reclamaba a las mujeres obediencia a sus maridos y a los varones tan solo una coexistencia pacífica54. El pedido del autor de la carta a los Efesios, al exhortar a los maridos que amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia, trastoca el orden establecido y supera con creces la exigencia que les imponían las buenas costumbres. Lamentablemente la historia enfatizó una costumbre propia de la época, la sumisión de las mujeres, y la estableció como norma55, mientras que olvidó lo realmente importante, que las relaciones entre los cónyuges están llamadas a realizar el amor pascual. El amor de Cristo a la Iglesia, es modelo de la entrega incondicional que llega hasta dar la vida56.

En continuidad con la historia de salvación, el matrimonio es un símbolo de las relaciones de Cristo con su Iglesia en la línea del «misterio» (Ef 5, 43). Hasta llegar a Cristo la simbólica esponsal se ha ido desplegando anticipadamente en las alusiones del Génesis, en torno a la creación del varón y la mujer, en la predicación profética a través de la alianza de Dios con su pueblo y, finalmente, en la relación Cristo-Iglesia. Entonces, el matrimonio es capaz de actualizar en la vida cotidiana la salvación ya realizada.

Cristo, fundamento de la entrega mutua del varón y la mujer

Haciéndonos eco de la definición de matrimonio de los prenotandos del Ritual del matrimonio (1-2), podemos decir que el «matrimonio cristiano es un signo sacramental viviente de la Alianza de amor que Dios ha hecho con la humanidad en Cristo Jesús y que expresa, actualiza y realiza de manera permanente la unión inefable, el amor fidelísimo y la entrega irrevocable de Jesucristo el esposo, a su Esposa, la Iglesia, en el compromiso de amor de sus miembros bautizados»57. El Concilio afirma que mediante el sacramento del matrimonio «el auténtico amor matrimonial es asumido en el amor divino y es dirigido y enriquecido por la fuerza salvadora de Cristo y la mediación salvífica de la Iglesia…»58. El matrimonio de los esposos cristianos, que por el bautismo han sido insertados en el misterio de Cristo y en su pascua, es una unión amorosa que no puede quedar al margen de este misterio sino que, unida a él, es salvada y destinada a reproducir humanamente el misterio del amor de Cristo y la Iglesia.

La unión esponsal de Cristo y de la Iglesia no destruye sino al contrario realiza lo que el amor conyugal del hombre y de la mujer anuncia a su modo, implica o ya realiza de hecho: la comunión y la fidelidad. En efecto, el Cristo de la cruz realiza la perfecta oblación de sí mismo, que los esposos desean realizar en la carne aunque sin conseguirlo nunca perfectamente. Por su parte, la resurrección de Jesús en la potencia del Espíritu revela que la oblación que hizo en la cruz produce sus frutos, en esta misma carne en que fue realizada, y que la Iglesia amada por él hasta morir, puede iniciar al mundo en esta comunión entre Dios y los hombres, de la que se beneficia como esposa de Jesucristo59.

Como sacramento permanente la acción salvífica de Cristo se prolonga a lo largo de la vida matrimonial actuando la santificación mutua de los esposos. La gracia sacramental del matrimonio es la presencia actuante en la eficacia simbólica del misterio de amor y unidad de Cristo con la Iglesia, que se realiza específicamente en la esponsalidad, es decir, en ser don recíproco el uno para el otro para ser comunidad de a dos en amor y fidelidad. El amor de los esposos queda consagrado y santificado y podrá expresarse en una vida sexual integrada en orden a la realización personal, la creatividad y la fecundidad.

El matrimonio como testimonio de la presencia pascual de Cristo

Está claro que «después del acontecimiento pascual el matrimonio se ha cristologizado, se ha llenado del misterio de la Pascua y alianza nuevas»60. Cuando se contempla el amor matrimonial bajo el signo de la cruz es cuando se comienza a vivir de la donación, del perdón, a partir de comienzos constantemente nuevos. Y así como Cristo ama a la Iglesia, aún como Iglesia de pecadores, y como tal la purifica y la santifica, de la misma manera los cónyuges habrán de aceptarse mutuamente en todos los conflictos, deficiencias y culpabilidades que les vayan saliendo al paso. Sin embargo, no hay que olvidar las palabras de Tomás de Aquino «Si todos los Sacramentos reciben su eficacia de la pasión de Cristo el del matrimonio no se conforma a la pasión de Cristo en cuanto al dolor o a la pena sino en cuanto al amor por el que Cristo padeció para poder unirse a su esposa»61. Ese crecimiento y esa transformación en el amor solo les será posible a los cónyuges en la medida en que su experiencia conyugal esté unida íntimamente a la experiencia cristiana que surge de la vida de la gracia, que es vida del Resucitado, es decir, triunfo pascual del Amor de Dios que supera cualquier infidelidad o desamor de los hombres.

Hans Gruber explica que la intención fundamental del sacramento del matrimonio es facilitar la experiencia de Cristo en la realidad vital de la pareja:

El matrimonio cristiano vive del misterio de Jesús. La comunión entre un varón y una mujer se inserta en el misterio salvífico de Dios en Jesús que gira en torno a la muerte y resurrección del Mesías. Es una actualización, un símbolo real de la gracia de Jesucristo. La interpretación del matrimonio desde la resurrección hace posible una imagen más ajustada a la realidad concreta de la vida de pareja que la analogía Jesús-Iglesia. Al matrimonio como a la resurrección pertenece la muerte, el fracaso. Insertado en el misterio pascual el amor de los cónyuges se presenta a la luz de la esperanza y de la salvación. Un tal amor no se resigna ante los conflictos. Un amor forjado en la esperanza escatológica es consciente de que hunde sus raíces en Dios. Un matrimonio que prospera es signo especial de la gracia de Dios que expresa un anticipo escatológico de la salvación divina. Y no solo eso, como todo sacramento expresa realmente la salvación de Dios y la promete62.

Vivido en Cristo el matrimonio compromete a recrear en la cotidianeidad el espíritu y la conducta histórica de Jesús, recibiendo, afirmando y promoviendo la dignidad de la persona amada63. Como afirma Gruber, la vida conyugal no siempre refleja la vida plena que nos regala el Maestro, pero al contemplarla desde el triunfo esperanzado de la resurrección, lo definitivo no es el fracaso sino la posibilidad de recomenzar.

El matrimonio sacramental implica un amor donativo oblativo (misterio pascual), que comprende todo lo auténticamente humano (misterio de la encarnación) vivido en el espíritu (Pentecostés). Solo por la fuerza de Cristo el matrimonio puede ser vivido como misión divina y casarse debe ser un acto de confianza orante en Cristo64.

1.3 Dimensión pneumatológica y trinitaria del matrimonio

Comprendido desde el misterio pascual, el matrimonio hará más patente su actualización cuando se deje animar por la fuerza del Espíritu que brota de Cristo crucificado y resucitado.

La pascua de Cristo culmina con la efusión del Espíritu, por tanto, si el sacramento del matrimonio recuerda, actualiza y anuncia la pascua, también en él actúa el Espíritu no solo como causa y virtud, sino también como fruto y don.

Con el don del Espíritu y solo con Él los esposos serán capaces de desarrollar la vocación a la que fueron llamados con el compromiso que implica. Consagrados desde el bautismo en el Espíritu, los cónyuges impulsados por Él, madurarán su amor y su unión, serán fieles en las alegrías y en las adversidades, gestarán la comunión familiar, renovarán sus fuerzas y su creatividad, serán capaces de perdonar. El Espíritu actúa en el matrimonio como fuerza vivificante y gracias a su presencia dinamizadora será Iglesia doméstica, templo vivo.

El matrimonio como símbolo de la pascua evoca eficazmente el amor desbordante de Dios a la humanidad, del Hijo que se entrega para salvarnos y del Espíritu que se dona para dar vida a la comunidad y a los creyentes.

Si el «nosotros trinitario» creó el «nosotros interpersonal matrimonial» a su imagen y semejanza para ser una sola carne, no hay duda de que puede afirmarse la semejanza analógica entre el matrimonio y la Trinidad. Existe una semejanza analógica entre la relación interpersonal matrimonial-familiar y el misterio de la relación interpersonal trinitaria65.

El nosotros conyugal se vuelve así imagen del nosotros trinitario. Siendo creados a imagen y semejanza de un Dios comunión, el sacramento del matrimonio es también icono de la comunión trinitaria: la unidad en la diversidad, el amor circulante y vivificante.

El matrimonio es imagen de la vida trinitaria, cuando refleja la coigualdad trinitaria y la autoentrega recíproca, cuando esposo y esposa son mutuamente relativos el uno al otro, cuando cada uno habita en lo más íntimo del otro expresando a su vez, cada uno, la totalidad del amor. En el matrimonio ambos pueden exclamar con alegría: «todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío» (Jn 17, 10), sabiéndose el uno para el otro, reconociendo la mutua pertenencia en la intimidad de su amor.

La dinámica interna de los vínculos conyugales puede muy bien, expresar y realizar la misma vida de la Trinidad, haciendo del matrimonio su lugar sacramental, porque nos revela la identidad y esencia unitiva de Dios tanto como su comunión diferencial.

El fundamento trinitario y pneumatológico del matrimonio permite entonces, desplegar en la vida matrimonial una dimensión nueva, creativa, que suscita la mutua inhabitación en comunión recíproca y una experiencia de amor vivificante que impulsa con esperanza a un futuro que quiere ser cada vez más pleno.

1.4 Dimensión Eclesiológica

La familia está inserta en la vida de la Iglesia mediante el sacramento del matrimonio. Y por ello está llamada a confesar y celebrar la fe. El matrimonio, a través de la familia ofrece a la Iglesia de nuevos cristianos y nuevas vocaciones. Los cónyuges, por el bautismo, tienen una misión sacerdotal: el hogar debe ser «altar» de santificación mutua.

Un amor que construye Iglesia

La dinámica del auténtico amor no es fácil, supera el romanticismo, el facilismo o la amalgama obtusa entre dolor y sufrimiento en la cual insisten las películas y las canciones. El amor responde a una opción que requiere fortaleza, disciplina y valentía. Responde también a unas condiciones indispensables para que sea una sólida y permanente decisión. Se requiere de madurez, verdad y libertad como disposiciones sin las cuales es imposible que se mantenga y cuyas consecuencias responden a la fecundidad, la fidelidad, la permanencia y la exclusividad. La solidez en las relaciones permite una urdimbre que resista los embates del contexto y las propuestas de los espejismos del amor tendientes al facilismo y la ruptura66.

Pero esta columna vertebral «amor de pareja», no acontece en el aire, para que se evidencie se debe construir en lo cotidiano. Muchas uniones llenas de ilusión en un principio ven cómo el interés se agota lentamente, porque no asumen su opción como un ser dinámico, con vida propia que debe caminar paso a paso de la comunicación a la comunión en medio de problemas y satisfacciones.

Si hay una entidad que construye Iglesia en lo cotidiano, esa es el matrimonio, porque en su vivencia diaria se conjuga lo social, lo cultural, lo religioso incluso lo práctico, «la pareja como entidad autónoma, es un sistema con su propio funcionamiento»67. Como ser unitivo e integrado por este amor dinámico posee las dimensiones propias de un ser personal.

En muchos documentos eclesiales, y ya explicitada en la dimensión cristológica, se afirma que el compromiso sacramentado es análogo a las nupcias entre Cristo y su Iglesia, sin embargo, este ideal resulta inalcanzable si no lo aterrizamos en la construcción diaria de la relación en medio de fragilidades y aciertos. Por eso, más allá de las analogías es importante situar los esponsales de Cristo-Iglesia cómo fuente inagotable de donde beben diariamente la pareja sacramentada.

La relación nos sitúa en la semejanza, no en la indiferencia o el desinterés por el otro. En esa relación se experimenta una disposición a ponerse al servicio del otro: una responsabilidad y una promesa de fidelidad. La relación es una forma de trascendencia. Esta relación o acercamiento a Dios sucede a través del prójimo: la semejanza a Dios se manifiesta en el tú y no en el yo68.

Este punto es esencial para comprender la dimensión eclesial, es precisamente el tejido de una estructura sólida lo que permite a los miembros de una pareja permanecer en el tiempo. Ser fiel, fecundo y maduro no es algo que surja como por arte de magia, es el resultado diario de ejercer la paciencia, el diálogo y la espiritualidad69.

Una opción que se hace testimonio

El amor verdadero de una pareja que se hace testimonio se alcanza cuando se conjugan dos aspectos fundamentales: la amistad70y la eroticidad71. Si alguno de los dos falta, pierde su especificidad, vivir solo uno de los aspectos u omitir alguno es atentar contra la ontología de la pareja.

La misma teología y antropología reconocen el valor positivo del eros en el ser humano. Supuesta la diferenciación sexual, «eros» es esa fuerza del hombre, que arranca de la atracción de los sexos y que nos impulsa al encuentro con el otro, como capaz de saciar nuestra tendencia. Precisamente por eso, se dice que eros necesita del «ágape», es decir, del amor verdadero. De un amor que no mate al eros, sino que lo encauce y dé sentido, que le ofrezca el verdadero marco de realización. Pues bien este eros y este ágape son parte integrante del sacramento del matrimonio. Es en el eros y en el ágape de Dios, manifestado en Cristo en (pasión y muerte por amor), donde encuentran su último sentido el eros y el ágape humanos72.

«Es el amor conyugal, el que integra la amistad y lo erótico. Si la amistad es un amor imperfecto porque le falta lo erótico y el eros es un amor imperfecto porque le falta lo amistoso, con su firme y sosegada libertad la vida conyugal aúna los elementos en la unidad del amor conyugal»73como revelación de un proyecto que no se agota en sí mismo sino que es signo de realidades más profundas y humanizantes.

Es un amor que marca la diferencia, no es lo mismo el amor de amigos, de hermanos, que aquel que se profesa un matrimonio. Debe tener un matiz que los distinga, ciertamente es un amor amistoso y erotizado que señala en sí mismo la profundidad de un amor que realiza y permite percibir la plenitud de la totalidad, con la salvedad que también se hace nostalgia de un amor trascendente aún no cumplido tal y como lo describe Roccheta en su libro sobre la teología de la corporeidad. Por eso es signo sacramental, es el indicador de algo más que supera la inmediatez humana74.

Iglesia doméstica: la escuela del Amor

Una función ineludible del matrimonio es la de formar personas maduras y responsables. La pareja frente a los hijos no puede delegar el tema de los valores, la sexualidad y la religión, aunque a veces hipotecamos esta función a las instituciones educativas. Es deber de los padres educar a los hijos hasta la mayoría de edad.

Es un tema en el que no solo insiste la Iglesia católica sino que es una preocupación social. Los altos índices de violencia tienen su origen en el mismo momento de la concepción del ser humano. La responsabilidad de tener o no tener hijos es grande y no puede responder solo a una cuestión de métodos anticonceptivos sino, a una toma de conciencia de aquellos que tengan la capacidad de acompañar a crecer hasta culminar una verdadera personalización, proceso que demanda un compromiso serio y permanente de quienes lo asumen75.

Otra función de la familia como Iglesia del amor lo constituye la dimensión celebrativa, la vida familiar alimentada por el compromiso matrimonial es una oportunidad invaluable para comprender la importancia de lo sacramental en el contexto eclesial.

Como Iglesia doméstica la familia, motivada desde el matrimonio, recoge, vive, celebra los momentos más importantes de todos y cada uno de sus miembros, por eso cuando no hay tiempo para la comunicación y para la celebración, se comienzan a diluir y debilitar las relaciones. El aprendizaje del lenguaje sacramental se inicia en la familia, a través del diálogo entre la vivencia cotidiana y la expresión ritual transversal a los ciclos vitales. Si la pareja vive desde este referente, espontáneamente y sin forzarlo, convierte su «nosotros conyugal» en sacramento matrimonial y su vida se transforma en ambiente sacramental, siendo posibilidad de testimonio para los hijos y para otras parejas, lo cual facilita la construcción tanto de lo de lo social como de lo eclesial.

Habría que recuperar lo sacramental de la existencia, valorar de nuevo, lo importante que resulta comer juntos, el significado de los gestos, las sonrisas e incluso las molestias. Porque es allí en lo sutil, en los detalles, en donde se recupera lo humano y donde lo simbólico adquiere significado.

Existe una coherencia existencial entre la realidad existencial y la oferta sacramental de la Iglesia. Entre el proceso de la vida y los ritos sacramentales hay una correspondencia básica y fundamental, los Sacramentos no son añadiduras extrañas o simples ceremonias accidentales a la vida humana, que toda explicación y configuración formal de los Sacramentos deberán fundarse y tener en cuenta también aquello que constituye la misma raíz antropológica sacramental76.

Como pequeña Iglesia, la familia, sostenida en el sacerdocio de los cónyuges, transita la historia vital jalonada por los signos sacramentales, acontecimientos que explicitan la íntima comunión de Dios con su familia humana y expresan la respuesta confiada y agradecida de su pueblo.

El sacramento está alimentado por diferentes fuentes que surgen de lo humano, una de ellas es el componente celebrativo: «el ser humano necesita celebrar para vivir y esta necesidad la experimenta de modo especial en los momentos álgidos, en las situaciones decisivas de la vida»77.

Celebrar la vida no es solo placentero sino necesario, una vida que no hace un alto para festejar y redimensionar lo vivido, se agota, se convierte en carga pesada ocasionando la pérdida de sentido. En vida de pareja la celebración es fuerza y alimento; siempre habrá motivos para celebrar, entre otros el crecimiento mutuo, la superación de las dificultades o simplemente el hecho de haber permanecido juntos teniendo la esperanza de continuar unidos.

Por eso cada momento sacramental, y en este caso el matrimonio, no es un sacramento aislado, la pareja de bautizados que celebran el sacramento del Matrimonio no hacen más que interpretar y proyectar su amor humano dentro de su fe cristiana78. Este sacramento tiene una estrecha relación con los demás, pues hace parte de la dinámica humana, del ciclo vital que acontece en la existencia. De hecho los Sacramentos son siete y «siete significa la unidad en la diversidad, la totalidad de la existencia, la plenitud del don de Dios, la variedad de aplicación a las diversas situaciones de la vida»79.

1.4 Dimensión apostólica

El Concilio Vaticano II, en el documento Gozo y Esperanza, anticipa el contenido del «nosotros conyugal», al definirlo como una comunión de vida y amor80que requiere de un clima de benévola comunicación, unión de propósitos entre los cónyuges y una cuidadosa cooperación81.

Desde la comprensión del sacramento del matrimonio como proceso humano y proceso de gracia en la comunidad eclesial, el matrimonio no es una realidad estática que se identifica con la boda. Es una realidad dinámica que se inicia en el noviazgo, se realiza sacramentalmente en la liturgia esponsal y se prolonga en el estado matrimonial que nace por la permanencia del vínculo y subsiste en cuanto signo de una realidad que lo trasciende. «Aunque el matrimonio se concluye de una vez por todas y el acto sacramental ha pasado ya, el sacramento permanece como realidad viva en el mismo lazo conyugal, en el estado de casados, o sea en toda su duración ulterior, ejercicio efectivo de una consagración sacramental»82.

Por tanto el matrimonio, como «pequeña Iglesia»83o Iglesia Doméstica84, está llamado a participar de la misión de la Iglesia y a compartir las riquezas espirituales con otras familias. Esto implica que el esposo y la esposa son por excelencia, protectores y promotores de la vida (cocreadores). Son los primeros predicadores y educadores en la fe (palabra y ejemplo). La oración y el ejemplo son el camino de formación a la vida cristiana. A través del testimonio son profecía de esperanza de una vida salvadora que se extiende a la comunidad que los recibe y los envía.

Por tanto los cónyuges, como ministros del sacramento, son administradores de la salvación de Cristo en la Iglesia a lo largo de su vida esponsal. Encarnada en lo cotidiano, la presencia liberadora de Dios se experimenta desde la realidad misma de la conyugalidad.

El matrimonio es una realidad espiritual, esto significa que un hombre y una mujer se unen en la vida no solo porque experimentan un profundo amor mutuo, sino también porque creen que Dios los ama con un amor infinito y los ha llamado para ser testigos vivos de este amor85.

De este modo la vida espiritual en el matrimonio se recorre de a dos. Dos que reciben un llamado, una vocación: testificar con su vida el amor desbordante de Dios.

La espiritualidad conyugal -don y tarea-

Los cristianos y cristianas, que han concretado en el matrimonio la vocación laical, están invitados a descubrir en este llamado a la vida compartida, el espacio de la realización personal y la vocación a la santidad, siguiendo a Jesús resucitado animados por su Espíritu en lo cotidiano de la existencia; sin estridencias, con perseverancia y creatividad.

La vida misma de una pareja ofrece la oportunidad de descubrir el valor de la cotidianidad como espacio de salvación compartida. Allí Dios se manifiesta, sale al encuentro y recrea la vincularidad que expresa justamente su comunión desbordante. El esposo y la esposa, son Sacramentos de la presencia de Dios, mutuamente y, si los hay, también para los hijos e hijas y la familia más amplia86. Las vivencias de una pareja incluyen la progresiva armonización de las historias, costumbres, educación, tradiciones de los cónyuges, nunca la uniformidad. También, si son creyentes, la dimensión espiritual.

La vida esponsal es una bella y ardua tarea. Con grandes satisfacciones y alegrías y, a la vez, con circunstancias y adversidades que ponen a prueba el amor conyugal. Es en esta realidad compleja, en que los cónyuges cristianos han sido llamados al seguimiento de Jesús. El Maestro lo ha invitado a vivir la fe como esposo-esposa, en familia. Por tanto, para los casados en el Señor, la vocación a la santidad se inscribe en la vocación matrimonial, vivida en el mundo presente, en camino esperanzado hacia el encuentro con Dios Trinidad a cuya imagen han sido creados/as. Así lo expresan los padres conciliares en el Vaticano II.

Una misma es la santidad que cultivan en cualquier clase de vida y de profesión los que son guiados por el espíritu de Dios y, obedeciendo a la voz del Padre, adorando a Dios y al Padre en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, para participar de su gloria. Según eso, cada uno según los propios dones y las gracias recibidas, debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que excita la esperanza y obra por la caridad87.

Por tanto la vida espiritual de los cónyuges, consiste en el seguimiento de Cristo, en la fe, esperanza y amor, animados por el Espíritu, para participar de la gloria del Padre. La espiritualidad conyugal es por tanto, trinitaria, exige la escucha de Dios, la configuración a Cristo. Es dinámica, implica un itinerario, convicciones firmes y se sustenta en los dones y gracias recibidas del Espíritu, no solo en las capacidades naturales de marido y mujer. La espiritualidad conyugal está llamada a hacer experiencia de Dios, de a dos, en pareja.

Veremos, entonces, cómo vivir el seguimiento de Jesús en el matrimonio, encarnando el amor de Dios que circula entre los cónyuges con la fuerza del Espíritu, a través de algunas notas de la espiritualidad conyugal, para que la pareja sea realmente testigo del amor de Dios88.

Espiritualidad laical, encarnada

Ante todo la espiritualidad conyugal es una espiritualidad laical, encarnada en los contextos, en la historia. Los esposos, como todo bautizado, están llamados, por el sacerdocio común, a la santificación del mundo. Las realidades de este mundo lejos de ser un obstáculo para desplegar la vida creyente son su lugar privilegiado.

«El matrimonio es fuente de santificación permanente y los esposos están llamados a santificarse el uno al otro. Cuando se vive sinceramente el sacramento, algo importante sucede en su vida, que lo conmueve desde lo más profundo de su ser. El símbolo radica en que cuando marido y mujer se aman en la totalidad de su ser, están expresando el mismo amor de Dios, están recordándose lo grande que es el amor de Dios con los hombres y con ellos en especial»89.

Así, en la vida esponsal, lo humano se vive plenificado por el don de Dios que todo lo transforma. Todo lo humano, las vivencias más íntimas, la comunión sexual, las limitaciones propias de cada uno/a, las crisis y desencuentros, son alcanzadas por Dios y se convierten en espacio para su acción. Por tanto en la vida de los cónyuges nada queda afuera del camino de santidad. Ni el trabajo más simple, ni los esfuerzos más arduos, ni los gozos más profundos, ni el placer más disfrutado. Todo, absolutamente todo, es espacio de salvación.

Espiritualidad vivida de a dos

Ahora bien, esta espiritualidad laical, en el matrimonio se realiza con la singularidad de la vida común, es una espiritualidad que se vive en pareja, de a dos. El matrimonio, como alianza de vida, comunidad de amor, está llamado a vivirse de modo tal que pueda integrar y desplegar la propia vocación personal, con el proyecto de vida común. Por esto, como afirma Rojas: «Lo esencial para lograr una vida en común es el delicado equilibrio entre la autonomía y la dependencia, entre la libertad y el camino que ha de recorrer una al lado del otro, la inmanencia y la trascendencia»90. Esto requiere saber equilibrar los espacios personales, las demandas de la vida común, negociando sin imponer, promoviendo el crecimiento del cónyuge, aunque implique ciertas renuncias.

Espiritualidad de comunión

La espiritualidad que se vive en el nosotros conyugal está llamada a abrirse al nosotros más amplio de la familia y de la comunidad. Como Iglesia doméstica, recrea en pequeño, animada por el Espíritu, lo que la Iglesia es como signo del amor de Dios en Cristo. Se abre a otros tú generando espacios hospitalarios, de solidaridad y de comunión, capaz de abrazar a todos, de adelantarse a las necesidades, de construir gracias y en la diversidad. La espiritualidad matrimonial también se despliega ad extra en la misión eclesial, que convoca a los esposos para trabajar en la comunidad. Los esposos y la familia encuentran en las comunidades eclesiales el espacio celebrativo, evangelizador y de servicio.

Espiritualidad dinámica

Otro rasgo de la espiritualidad es su dinamismo. «La pareja no es estática: ella avanza o retrocede diariamente»91. Los matrimonios transcurren en el tiempo. La vida matrimonial conoce etapas vitales, atraviesa crisis, acompaña las edades de los hijos y sus experiencias cambian a lo largo del tiempo. No se vive de la misma manera el seguimiento de Jesús cuando transcurren los primeros años de casados, cuando los hijos/as son pequeños, adolescentes o mayores. Muchas veces los padres y madres con hijos pequeños se ven desbordados por las demandas familiares, por las exigencias del trabajo y creen que su vida espiritual es tibia porque no tienen tiempo para la oración o no pueden participar atentamente de la liturgia. Ni los hijos ni el trabajo son obstáculos para la vida cristiana. Como decíamos anteriormente la espiritualidad matrimonial está encarnada en la realidad y cada experiencia de vida es espacio donde Dios nos encuentra para transformarlo en espacio de santificación. Lo mismo podría decirse de otras etapas vitales, las crisis adolescentes, el casamiento de los hijos, la vivencia de mayores, de volver a ser dos.

Espiritualidad festiva

También la espiritualidad matrimonial es festiva. Celebra en lo cotidiano la vida, el amor mutuo, el trabajo, la salud. La capacidad de gozar con los dones que Dios nos regala es un rasgo fundamental de la espiritualidad esponsal. Disfrutar de la naturaleza, de la vida en común, del compartir el pan, de la amistad son signos de vidas centradas que saben reconocer en lo cotidiano las manifestaciones de Dios. En este sentido la vida sexual de la pareja, también comporta un aspecto de su espiritualidad. La comunión sexual no solo manifiesta el amor y la ternura sino que también los recrea. Los esposos/ as se reconocen valiosos el uno para el otro, y lo expresan, se aceptan tal cual son con sus límites y virtudes, se ofrecen mutuamente un espacio de diálogo e intimidad donde lo importante es el nosotros. Mantienen viva la esperanza de seguir juntos y de contribuir a la obra creadora de Dios siendo fecundos.

Espiritualidad pascual

La espiritualidad matrimonial es pascual porque vive del amor que ama hasta el extremo. En la experiencia vital de la esponsalidad, los cónyuges se reconocen viviendo el uno para el otro, en una donación recíproca que los hace pertenecerse mutuamente. Son enriquecidos por la vida del esposo/esposa, son salvados de la soledad, sanados de sus heridas, dignificados al ser recibidos en la gratuidad que no pone condiciones, porque los acepta tal cual son. Esta experiencia se hace visible en los gestos, entregas, renuncias, de la vida conyugal. Para los esposos y esposas creyentes no pasa inadvertida la presencia eficaz de Dios cuando se saben amados por el cónyuge, cuando saben lo que cuesta ese amor, cuando perciben todo lo que deja el otro/a para amar. El amor se vuelve pascual, porque es entrega generosa de la propia existencia en obediencia a la promesa del sí. Aunque parezca costar la vida, siempre hay resurrección.

Espiritualidad trinitaria

La espiritualidad matrimonial no solo es pascual sino también trinitaria, porque en ella se plasma la entrega recíproca, se anhela la comunión enriquecida por las diferencias, porque se nutre de un amor afianzado sobre los vínculos permanentes vividos perijoréticamente, porque cada uno/a es relativo al otro/a, cada cónyuge habita en lo más íntimo del otro/a expresando a su vez, cada uno/a, la totalidad.

Las fuentes de la espiritualidad

La vida en común exige una madurez inicial que irá creciendo a lo largo de la vida de casados. Al matrimonio se llega con heridas no siempre cicatrizadas, con deseos no siempre realizados, cada cónyuge trae su historia, su educación, sus costumbres y modo de ver la existencia. La vida en común no implica uniformidad sino comunión en la diversidad. Por tanto el diálogo es la dinámica que permite en encuentro, el entendimiento y la toma de decisiones. Un diálogo que no es imposición, que no es agresivo ni busca el propio interés. El camino de diálogo es el camino de la sanación interpersonal, de toma de decisiones que favorezcan a todos, de la libertad. A través del diálogo los novios llegan a conocerse, deciden compartir juntos la vida, los esposos profundizan su relación y la hacen madurar. La familia se entiende procurando el desarrollo pleno para cada miembro.

El diálogo también se convierte en oración. La escucha de la palabra, la Eucaristía compartida son espacios donde la vida espiritual se nutre y fortalece. Preparar y celebrar los Sacramentos de los hijos e hijas le da a la vida familiar sentidos nuevos. Celebrar los tiempos litúrgicos educa y hace madurar la fe. También festejar aniversarios reúne a la familia y la convoca en torno al recuerdo de acontecimientos significativos.

La vida al aire libre, en contacto con la naturaleza favorece el encuentro con Dios en lo sencillo y cotidiano del descanso familiar. Los encuentros con amigos y amigas, con la gran familia, son espacios de renovación y gratuidad que también hacen crecer en el compartir familiar.

Esta espiritualidad laical, encarnada, descubre en cada momento de la vida la oportunidad de seguir a Jesús animados por su Espíritu. Allí cuenta estar atentos/as para dejarse encontrar por Dios que no deja de buscarnos y atraernos.

1.5 Dimensión soteriológica

La dimensión soteriológica del matrimonio constituye el eje teológico transversal del sacramento y el verdadero sentido cristiano del matrimonio. Este es el ámbito para entender cómo la relación de pareja, concebida y vivida desde la conyugalidad se transforma en lugar de salvación. La dinámica de amor en una pareja se transforma en topos tou théou (lugar de Dios).

En la liturgia sacramental el símbolo central del matrimonio es el consentimiento mutuo, se da el «sí», se da la Palabra92y en ella se fecunda el compromiso de «construirse como unidad», que no solo significa permanecer juntos. Un «sí» creyente que se traduce en oferta de gracia para actualizar la fidelidad de Dios revelada plenamente en Jesucristo en una realidad humana concreta.

De este modo, como señala Henao: «El amor entre hombre y mujer, es un signo actualizante del amor y la fidelidad de Dios. En el misterio creativo del hombre y la mujer se hace presente el misterio entre Cristo y la Iglesia: La dimensión de la creación del matrimonio se convierte de una manera nueva, en dimensión de salvación»93.

Lo específico de la pareja cristiana consiste en la posibilidad de ser símbolo de Cristo, para el otro y así, salvarlo y ser salvado, es vivir a fondo las palabras de la cruz. «En tus manos Señor…nos encomendamos» (Cf. Lc 23, 45), suspenderse en este amor confiado y dejar que sea fecundo y salvador.

El matrimonio es el sacramento que requiere de dos creyentes, conscientes de la compañía de Jesús para continuar su proyecto, sorteando dificultades y disfrutando de las alegrías. Esto trae como consecuencia una vida en paz, que construye con fortaleza el presente y mira con esperanza el futuro, en ellos resuenan fuertemente las palabras del Maestro: «No tengan miedo» (Lc 6, 9).

En esta perspectiva, la alegría es fruto de la esperanza. Cuando tengo una confianza profunda en que Dios está hoy realmente conmigo y me mantiene a salvo en su abrazo divino, guiando cada uno de mis pasos, puedo liberarme de la ansiosa necesidad de saber cómo será el día de mañana, o qué ocurrirá el mes que viene o el año próximo. Puedo estar enteramente donde estoy y poner mi atención en tantos signos del amor de Dios como encuentro dentro de mí y a mi alrededor94.

Así, en el matrimonio Dios nos mantiene a salvo en el cálido abrazo del cónyuge. El amado, la amada son signos de la presencia de Dios. El esposo y la esposa confían el uno al otro y juntos esperan el futuro realizando en lo cotidiano de sus vidas su misión. Se puede afirmar, entonces, que el ideal del matrimonio cristiano es ser sacramento de Dios en el mundo95. Es decir, ser para otros, signo eficaz de su amor liberador.

La esencia del cristiano consiste, por tanto, en ser de Dios en su mismo ser humano, en llevar un tesoro divino en una vasija de barro. Debe ser sacramento por su obrar, por su comportamiento ético, por su testimonio; al ser sacramento debe unirse el aparecer como tal sacramento en medio de la comunidad creyente y en medio del mundo. La autenticidad de la vida, el compromiso han de ser una real manifestación visible de la verdad misteriosa y escondida del ser cristiano96.

Conclusión: para tu amor solo tengo eternidad97

Cerrando ya nuestra reflexión es el momento de sintetizar la respuesta a la pregunta acerca de la naturaleza sacramental del matrimonio. El matrimonio en el conjunto de la vida eclesial y personal se constituye como Symballein98 o articulación con el Amor pleno. Como afirma Borobio: «Detrás del placer y del goce, más allá, de la bondad de la física relación, hay siempre una llamada a la felicidad sin límites, una aspiración a la infinitud que permanece sin reducirse a un momento pasajero»99.

El amor humano vivido con autenticidad remitirá siempre a un amor más perfecto, convirtiéndose en nostalgia de plenitud. «La unión conyugal entre hombre y mujer lleva un cierto empeño de totalidad, un deseo y una búsqueda de lo definitivo y eterno; por eso en casi todas las culturas el matrimonio se celebra con símbolos religiosos»100. Esos símbolos religiosos dan cuenta de la referibilidad del amor humano a lo Absoluto. A la luz de la revelación, el misterio de Dios esclarece y da sentido a la alianza esponsal y, a la vez, la alianza esponsal es lenguaje capaz de decir a Dios.

El matrimonio cristiano simboliza la historia de un amor personal que comenzó en la creación, alcanzó su suprema realización en Cristo y llegará a su pleno desarrollo en la escatología. Pero aquí lo central es el acontecimiento pascual (pasión-muerte-resurrección) que nos da la clave de interpretación para el sacramento cristiano: por medio de él se vence el egoísmo y abre camino a la esperanza definitiva, donde el matrimonio es como un memorial permanente de esta gracia pascual don del Espíritu Santo101.

Esta permanencia, este ser y estar del hombre para la mujer, y viceversa, en un compromiso y donación permanentes, expresados de múltiples maneras, no constituye, algo que haya llegado a su perfección plena. El matrimonio siempre está en deuda consigo mismo, para que el amor no perezca. Siempre hay que revivir la promesa de fidelidad. El diálogo fluido, la oración compartida, el perdón que circula reiniciando cada vez el camino, la mesa familiar, la participación conjunta en la Eucaristía, con la conciencia de que en ella se actualiza el misterio de la Nueva Alianza, nutren, sostienen y realizan en el día a día, la decisión de seguir caminando juntos, enteramente el uno para el otro. Es decir, el compromiso de vivir a fondo, la unión indisoluble que regala la gracia sacramental102.

Por eso el matrimonio es una aventura que debe descubrirse y realizarse cada día. De este modo el matrimonio es «sacramento permanente», pues tiene una estructura de alianza que se realiza al modo de la alianza de Dios con su pueblo: es decir, en continuo perfeccionamiento y dinamismo103.

Este dinamismo inherente a la realidad histórica y encarnada del matrimonio se realiza en tensión al misterio divino que lo atrae. El Matrimonio vivido con autenticidad desvela el rostro de Dios y se hace vivo en medio de la comunidad capacitando y animando a otros para que sean también revelación de Dios para el mundo. En este sentido el matrimonio sacramental es mystagógico104 como todo sacramento, ya que abre los ojos de la fe al misterio que devela. Como señala Espeja, «el matrimonio humano es símbolo real del mismo Matrimonio de Dios con la humanidad»105 (Cf. Os 2, 4).

También el matrimonio por ser una realidad vivida de a-dos, una comunidad interhumana, es signo elocuente de la Iglesia, de su verdad, de su amor y de su unidad. Esta mutua implicación supone que el matrimonio y la familia tienen unas tareas semejantes a la Iglesia: engendrar y educar a los hijos en la fe; iniciarlos a la Palabra, la oración, guardar la unidad y la caridad internas106. El amor esponsal vivido como Iglesia al mismo tiempo la construye. Así el matrimonio y la familia son sacramento de salvación ante el mundo.

Pero la sacramentalidad no se agota en sí misma, es decir, la acción salvífica del sacramento estará referida también a lo escatológico. El goce de una vida feliz en pareja, es la anticipación concreta de lo que esperamos como cielo, un disfrute previo del ágape divino.

De hecho, el Reino es comparado con el ambiente festivo de una boda: «El Reino de Dios es como un rey que hizo una fiesta para la boda de su hijo. Mandó a sus criados que fueran a llamar a los invitados pero ellos no quisieron asistir. Entonces el Rey se enojó mucho (…) Entonces dice a sus criados “Vayan, pues, ustedes a las calles principales e inviten a la boda a todos los que encuentren”» (Mt 22, 2-3, 7-9).

Lo absoluto y definitivo es el Reino y en este camino el matrimonio es signo de esperanza, de tiempos nuevos, anticipación del Misterio, aquí y ahora.

En el sacramento del matrimonio irrumpe el Reino en la historia, los bienes prometidos se hacen presentes en la comunidad cristiana que se inicia y camina según el Evangelio. Si los esposos son sacramento del encuentro con Dios esto significa que ninguno de los dos pueden ser «dios» para el otro, es decir, un ser absoluto y perfecto107.

Por lo tanto esta dimensión tiene dos caras, por un lado es signo de salvación, por otro, y como realidad humana, necesita ser salvada. El «ya pero todavía no» con el cual la Iglesia expresa y vive su poseer la gracia pero no en plenitud mientras sea Iglesia de este mundo, también se aplica al matrimonio. Hay una verdadera tensión entre lo que se es y lo que se está llamado a ser. Es esta una tensión no puramente negativa en el sentido en que pone de manifiesto contradicciones y cruces; es una tensión que orienta y encamina a los esposos a una plenitud «esperada».

Entonces, la gracia actúa como camino de posibilidad para vivirla con sentido y profundidad, lo cual indica que la construcción del matrimonio, en perspectiva sacramental, conlleva un compromiso con la salvación integral del otro con quien se es pareja. Salvación integral por cuanto no es solo una referencia espiritual sino que implica toda la persona y afecta a la comunidad. El cultivo del amor encarnado y pascual en lo cotidiano108, es la fuente más concreta para hacer posible dicha transformación.

Si las parejas cristianas afrontamos el desafío de vivir a fondo nuestra vocación, seremos capaces de irradiar la belleza de la vida compartida a las jóvenes generaciones. Ellas necesitan referentes y modelos que les muestren que es posible un amor para siempre vivido con alegría en un itinerario vital también atravesado por el dolor.

Un gran desafío se abre para la pastoral matrimonial y familiar: anunciar con el testimonio de una experiencia matrimonial encarnada en el evangelio y con la palabra que la explicite y la confirme, que el sacramento del matrimonio es una vocación de seguimiento y discipulado vivido de a dos y abierto al nosotros más amplio.

No solo desde la proclamación sino desde la experiencia afectiva y efectiva de la fe, viendo y escuchando a los testigos, las generaciones más jóvenes podrán sentir la motivación, la atracción y el reconocimiento de la vocación al matrimonio como Iglesia, como decisión de dos bautizados que siguen al Maestro en la vida de casados.

El universo de las ideas, las declamaciones ya no conforman. El informe del Sínodo de los Obispos señala el escaso conocimiento de las enseñanzas de la Iglesia a través de los documentos del Magisterio109. Hace falta una pastoral renovada, una nueva evangelización, que no solo acerque a los documentos sobre el matrimonio sino, principalmente, a Jesucristo. Una pastoral para matrimonios que han fracasado es solo una parte de la acción evangelizadora de una Iglesia maternal que cuida a sus hijos e hijas dolientes. Es necesario articular una pastoral familiar que proponga el encuentro con Jesús, para que en la medida que se descubra su persona y su enseñanza, atraídos por el Evangelio, estén dispuestos a seguirlo también en la vida compartida del matrimonio.

Como afirmábamos al inicio de esta reflexión, estamos convencidas de que una teología del matrimonio renovada, puede ofrecer a la praxis pastoral un suelo fértil donde germine la semilla del anuncio y el acompañamiento cercano.

Notas

1 Tomado de Fito Páez, cantautor argentino.

2 Entre los múltiples modos de convivencia presentes en nuestras realidades podemos distinguir, a quienes celebraron el sacramento del matrimonio, a quienes optan por el matrimonio en otra creencia religiosa, a quienes se han casado civilmente, a las/los separados -con o sin hijos- a las familias ensambladas, monoparentales, a los/ las convivientes, a parejas que no conviven diariamente, a las uniones entre personas del mismo sexo, etc.

3 Carlos Avellaneda, La danza del amor. La fe vivida de a dos (Buenos Aires: Guadalupe, 2011); Carlos Avellaneda, Libres para amar (Buenos Aires: Guadalupe, 2012); Silvio Botero, Pareja y familia: una realidad un ideal (Bogotá: San Pablo, 2000); Mabel Burin e Irene Meler, Género y familia (Buenos Aires: Paidós, 2006); Elizabeth Jelin, Pan y afectos (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2004); Ángela Sierra González, Unidad conyugal, esperanza para la familia (Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2007); Marciano Vidal, El matrimonio. Entre el ideal cristiano y la fragilidad humana (Bilbao: Desclée De Brouwer, 2002); Catalina Wainerman, Familia, trabajo y género (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2003).

4 Para los varones ha sido más complejo asumir el rol del hogar. Aunque hay avances significativos al respecto y ya hay comerciales publicitarios en medios gráficos y en la televisión de papás cambiando de pañal a su hijo o preparando la comida, aún falta mayor equilibrio de funciones y de roles.

5 La mujer ha asumido roles sociales de una manera rápida y eficaz. De hecho en nuestras universidades el porcentaje de mujeres ha aumentado considerablemente, superando el número de los varones en varios programas y carreras. Así mismo en el medio laboral. En la actualidad es posible que la mujer consiga trabajo más rápido que su esposo o compañero. Esto aplica para todos los estratos sociales.

6 Evangelina Himitian, «En Argentina hubo más de medio millón de divorcios en la última década», La Nación, Versión digital, 4 de marzo de 2012, consultada enero 11, 2013, www.lanacion.com. ar/1453694-hubo-;mas-de-medio-millon-de-divorcios-en-la-ultima-decada. La periodista señala que la relación dos matrimonios un divorcio cambia según la provincia: en ciudades como Córdoba o Rosario, hay un divorcio cada tres casamientos. En cambio, en provincias como Salta o San Juan, hay uno cada diez, según un estudio que hizo la jueza María Virginia Bertoldi de Fourcade, vocal de la Cámara de Familia de 1° Nominación de Córdoba.

7 Juan Gossaín, «Yo no me caso, compadre querido…», Colombia ocupa el primer lugar de los países donde la gente menos se casa, según The Economist, 10 de febrero de 2013, consultada en Julio 24, 2013. http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12587116.

8 Libardo Ramírez Gómez, «Iglesia Católica anuló este año 650 matrimonios», consultada en enero 4, de 2014, www.caracol.com.co/noticias/actualidad/Iglesia-catolica-anulo-este-ano-650-matrimoniosen-colombia/20081222/nota/735411.aspx.

9 Benedicto XVI, «Homilía del Santo Padre en la celebración eucarística del VII Encuentro Mundial de las Familias», Milán, junio de 2012, consultada en enero 14, 2013. www.vatican.va/holy_father/ benedict_xvi/homilies/2012/documents/hf_ben-xvi_hom_20120603_milano_sp.html.

10 Países tradicionalmente católicos como Italia y España verifican mayor cantidad de matrimonios civiles que católicos. La edición del 2012 del Anuario estadístico italiano, publicada los días pasados por el ISTAT, ha documentado que por primera vez, en Italia del norte, los matrimonios civiles han superado a los matrimonios religiosos en una proporción del 51,7 frente al 48,3 cada cien matrimonios. Sandro Magister, «La Iglesia frente a la “crisis del matrimonio”», La Opinión, Versión digital, 31 de diciembre de 2012, consultada en enero 14, 2013, http://opinion.infobae.com/sandro-magister/author/smagister/. El Instituto Nacional de Estadística de España refleja esta tendencia: el número de matrimonios civiles (48.417) ha superado el de matrimonios católicos (24.188) en el primer semestre de 2012, tendencia que se verificó por primera vez en 2009. Instituto Nacional de Estadísticas «Movimiento natural de la población. Datos avanzados: primer semestre 2012 Matrimonios», consultada en enero 14 de 2013, /www.ine.es/jaxi/tabla.do?path=/t20/e301/provi/l0/&file=03008.px&type=pcaxis&L=0.

11 Documentation, Information, Catholiques, Internationales, «Déclin constant de la pratique religieuse des catholiques dans le monde», dici n.° 260, 14 de septiembre de 2012, consultada en enero 11, 2013, http://www.dici.org/actualites/declin-constant-de-la-pratique-religieuse-des-catholiques-dans-lemonde.

12 Sergio Rubin, «En Capital, cada vez hay menos casamientos por Iglesia», Diario Clarín, 20 de octubre de 1997, consultada en marzo 15, 2013, http://old.clarin.com.ar/diario/1997/10/20/e-04001d.htm. Entre 1992 y 1997 en la Capital Federal los casamientos por Iglesia cayeron un treinta por ciento. Los datos surgen de las estadísticas del Arzobispado de Buenos Aires.

13 Ídem.

14 Comité permanente de la Conferencia Episcopal Chilena, «Carta Pastoral Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile», Capítulo V, Especial preocupación por la familia y la educación, Santiago, 27 de septiembre de 2012, consultada en enero 15, 2013, http://www.Iglesia.cl/cartapastoral2012/texto.php.

15 Conferencia Episcopal Uruguaya, «Carta pastoral de los Obispos del Uruguay en ocasión del Bicentenario 1811-2011», Florida, 8 de noviembre de 2011, Capítulo IV, En el principio era la familia, consultada en marzo 15, 2013, http://www.celam.org/mision/documentos/docu504e504521365_10092012_340pm.pdf.

16 Conferencia Episcopal del Perú, «Carta pastoral “El año de la fe renueva a las familias y a la Iglesia. Los Apóstoles dijeron al Señor: auméntanos la fe” (Lc 17,5)», Capítulo III: Las orientaciones para el año de la fe, Asunción, 9 de noviembre de 2012, consultada en marzo 15, 2013, http://www.episcopal.org.py/nota/916/carta-pastoral-el-ano-de-la-fe-renueva-a-las-familias-y-a-la-Iglesia-quotlos-apostoles-dijeron-al-senor-aumentanos-la-fe-quot-lc-175.html.

17 Secretaría General de la Conferencia Episcopal Boliviana, «Familia patrimonio de la humanidad», La Paz, 23 de mayo de 2012, consultada en marzo 15, 2013, www.infodecom.net/destacados/item/2664-familia-patrimonio-de-la-humanidad-comunicado-de-la-ceb.html Ver también la carta Pastoral del año 2011, Conferencia Episcopal Boliviana, «Carta Pastoral, Los católicos en la Bolivia de hoy: presencia de esperanza y compromiso», consultada en marzo 15, 2013, http://www.Iglesia.org.bo/media/com_guiaecle/documentos/2011.04.12_cpas_LosCatolicosEnLaBoliviadehoy.pdf.

18 Conferencia Episcopal de Argentina, Rito de la celebración del matrimonio (Buenos Aires: Oficina del Libro, 2009).

19 Conferencia Episcopal de Argentina, Aportes para la Pastoral Familiar en la Iglesia en la Argentina (Buenos Aires: Oficina del Libro, 2009).

20 Conferencia Episcopal de Argentina, «Documento sobre la reforma del Código Civil reflexiones y aportes sobre algunos temas vinculados a la reforma del código civil», 27 de abril de 2012, consultada en enero 15, 2013, http://www.uca.edu.ar/index.php/site/index/es/uca/facultad-derecho/cartelera/cea-codigo/.

21 Conferencia Episcopal de Argentina, «Declaración sobre el bien inalterable del matrimonio y la familia», 20 de abril de 2010, consultada en enero 15, 2013, http://www.pastoral.com.ar/index.php?option=com_content&task=view&id=184&Itemid=100108 y Comisión Ejecutiva del Episcopado, «Declaración sobre los proyectos de ley de matrimonio homosexual», 5 de noviembre de 2009, consultada en enero 15, 2013, www.aicaold.com.ar//index2.php?pag=ceacomisionejecutiva091105.

22 Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina, «Declaración sobre la Muerte digna e Identidad de género», 16 de mayo de 2012, consultada en enero 15, 2013, www.episcopado.org/portal/component/k2/item/648-declaraci%C3%B3n-de-la-comisi%C3%B3n-ejecutiva-de-la-cea.html.

23 Sínodo de los Obispos, «III Asamblea General Extraordinaria: Los Desafíos Pastorales de la Familia en el Contexto de la Evangelización. Instrumentum Laboris», Ciudad del Vaticano 2014, consultada en enero 15, 2013, http://www.vatican.va/roman_curia/synod/documents/rc_synod_doc_20140626_instrumentum-laboris-familia_sp.html.

24 Ídem.

25 Ídem.

26 El Papa Francisco lo expresa claramente en la Exhortación Apostólica sobre la Evangelización en el mundo actual: «la pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del “siempre se ha hecho así”. Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades. Una postulación de los fines sin una adecuada búsqueda comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada a convertirse en mera fantasía. Exhorto a todos a aplicar con generosidad y valentía las orientaciones de este documento, sin prohibiciones ni miedos. Lo importante es no caminar solos, contar siempre con los hermanos y especialmente con la guía de los obispos, en un sabio y realista discernimiento pastoral». Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (Buenos Aires: Paulinas, 2013), 33.

27 Las autoras con sus maridos han acompañado la catequesis prematrimonial en sus respectivas parroquias durante años.

28 Cf. Conferencia Episcopal Francesa, «Proponer la fe en la sociedad actual», en Proponer la fe hoy, comp. D. Martínez; P. González; J. Saborido (Santander: Sal Terrae, 2005), 76-78. Conferencia Episcopal de Argentina, Aportes para la Pastoral Familiar en la Iglesia en la Argentina, op. cit., 106-119. El seguimiento de las parejas jóvenes casadas también es una preocupación del Episcopado argentino, Ibíd., 120-128. Sin embargo, quienes llevamos años de casados somos conscientes del déficit de acompañamiento eclesial a los matrimonios.

29 Asamblea de Obispos de Québec, «Proponer hoy la fe a los jóvenes», en Proponer la fe hoy, op. cit., 171.

30 Sínodo de los Obispos, «III Asamblea General Extraordinaria: Los Desafíos Pastorales de la Familia en el Contexto de la Evangelización. Instrumentum Laboris», op. cit., 19, 105 y 109.

31 Silvio Botero, op. cit., 96.

32 Barbara Andrade, «Pecado original» -¿o gracia del perdón? (Salamanca: Secretariado Trinitario, 2004), 69.

33 Barbara Andrade, Dios en medio de nosotros. Esbozo de una teología trinitaria kerigmática (Salamanca: Secretariado Trinitario, 1999), 475.

34 Leonardo Boff, Los Sacramentos de la vida (Santander: Sal Terrae, 1999), 71-73.

35 Dionisio Borobio, Sacramentos y familia. Para una antropología y pastoral familiar de los Sacramentos (Madrid: Paulinas, 1993), 16.

36 Como afirma Mercedes Navarro Puerto, el matrimonio en Israel, aun cuando no fuera homogéneo su desarrollo en la historia del pueblo, era patriarcal y jerárquico. Mercedes Navarro Puerto, «El matrimonio en el A.T. ¿Símbolo de la alianza?», Estudios Trinitarios 28 (1994): 29-65, 63. «No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo» (Ex 20,17).

37 Andrea Sánchez Ruiz Welch, «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia La felicidad de los cónyuges: sacramento del Amor», Nuevo Mundo12 (2010): 193-210.

38 Eclo 15,1-6 y Prov 31,10-31. Cf. Mercedes García Bachmann, «Mujer de valor…» (Prov 31,10-31), Proyecto 45 (2004): 119-132; Luis Alonso Schöckel, Símbolos matrimoniales en la Biblia (Estella: Verbo Divino, 1997), 259-279.

39 Ana Anderson y Gilberto Gorgulho, «Cantar de los Cantares» en Armando Levoratti, Comentario Bíblico Latinoamericano, Antiguo Testamento, Volumen II (Estella: Verbo Divino, 2007), 825- 833; Pablo Andiñach, Cantar de los Cantares - El fuego y la ternura (Buenos Aires: Lumen, 1997); Santos Benetti, Sexualidad y erotismo en la Biblia (Buenos Aires: San Pablo, 1994); Nancy Cardoso Pereira, «Ah…amor en delicias», Ribla 15 (1993): 59-74; Jesús Luzarraga, Cantar de los Cantares (Estella: Verbo Divino, 2005); Gianfranco Ravasi, Il Cantico dei Cantici (Bologna: Edizioni Dehoniane, 1992), 46-60; Paul Ricouer, «La metáfora nupcial», en André Lacocque y Paul Ricouer, Pensar la Biblia (Barcelona: Herder, 2002), 275-311; Luis Alonso Schöckel, El Cantar de los Cantares o la dignidad del amor (Estella: Verbo Divino, 2000).

40 La metáfora funciona de acuerdo al modelo conyugal propio del contexto en el que el marido tiene la iniciativa y la preeminencia en el amor. De hecho en los textos señalados los autores bíblicos adoptan una perspectiva androcéntrica que invisibiliza las experiencias de las mujeres.

41 También en los evangelios Jesús es presentado como el novio: Mt 9,14-15, Mc 2, 18-22, Lc 5, 27-32, Jn 3, 28-30, Mt 22, 1-14 y 25,1-13, Ap 19,6-9 y 21,1-2. Cf. Luis Alonso Schöckel, Símbolos matrimoniales en la Biblia, op. cit., 33-107.

42 Teresa Porcile, La mujer espacio de salvación (Madrid: Claretianas, 1995), 162.

43 Imposible de traducir al castellano, devienen de la misma raíz: issh /isshah nuestro varón-mujer. Para lograr el efecto algunas biblias tradujeron con el inexistente «varona» la palabra isshah, mujer, la pareja es varón/ «varona». Como refiere Gómez Acevo: El adam, ser primordial, está incompleto y por eso tuvo que idear Dios algo nuevo que acabara con esa deficiencia, una ayuda adecuada (ezer neged). Conocer lo que significa la palabra «ayudante», ezer, supone recorrer el Antiguo Testamento en busca de lugares donde aparece esa misma palabra. Hay muchos lugares que hablan de la ayuda del mismo Dios pero el término ezer es un vocablo relacional pero que no especifica el tipo de ayuda que demanda, por eso necesitamos analizar el adjetivo neged que lo acompaña. Los diccionarios que analizan este término son categóricos: «un ser que esté a su altura». Cf. Isabel Gómez Acebo (ed.) Relectura del Génesis (Bilbao: Desclée de Brouwer, 1997), 30-39.

44 Gn 1, 26-28. Todos los miembros de la especie se ven favorecidos igualmente por la identidad teológica de imago Dei. Somos teomorfos, teomorfas. Cf. J. L. Sicre, El Pentateuco. Introducción y textos selectos (Buenos Aires: San Benito, 2004), 84-88; E. Johnson, La que es (Barcelona: Herder, 2002), 102-103; M. C. Bingemer, Um rostro para Deus? (Sao Paulo: Paulus, 2005), 106; H. Wolff, Antropología del Antiguo Testamento (Salamanca: Sígueme, 1975), 216-219.

45 Cf. Clements, «zakhar», en G. J. Botterweck; H. Ringgren; http://www.amazon.com/TheologicalDictionary-Old-Testament-Set/dp/0802823386H Fabry, Ed., Theological Dictionary of the Old Testament IV (Michigan: Wm. B. Eerdmans Publishing, 2006), 82-87 y Schabert, «nequebab», Ibíd., 551-553.

46 Cf. H. Wolff, op. cit., 216-221. La raíz rdh también refiere a las leyes de los reyes se traduce en el texto por someter mientras que kush, que también es pisar, supone el dominio con connotación de fuerza. Cf. T. Porcile, op. cit., 195-196. Ver también, Andrea Sánchez Ruiz Welch, «¿Poner a la mujer en su lugar? Neurociencias y perspectiva de género en el debate antropológico», en Sociedad Argentina de Teología, Discursos científicos y discursos teológicos (Buenos Aires: Agape, 2013), 341-356.

47 Para una lectura más profunda Cf. Leonardo Boff, op. cit., 10-38.

48 Dionisio Borobio, La celebración en la Iglesia I (Salamanca: Sígueme, 2000), 374.

49 Gonzalo Flórez, Matrimonio y familia (Madrid: BAC, 1995), 78. Desde una perspectiva simbólica, Juan Mateos y Fernando Camacho, Evangelio, figuras y símbolos (Córdoba: El Almendro, 1992), 70-72. Mt 9, 14-15 y paralelos, Jn 3,29, Mt 25,1-13, Ap 19,6-9 y 21,1-2.

50 Se mencionan sus nombres pero no se describe el afecto conyugal aunque en algunos casos pueda suponerse: María y José (Mt 1, 18-25; Lc 2), Isabel y Zacarías (Lc 1), Juana y Cusa (Lc 8, 3); Priscila y Aquila (Hch 18, 1-3.18.26; 1Cor 16, 19, Rom 16,3-5, 2 Tim 4,19), Andrónico y Junia (Rom 16,7), Ananías y Safira (Hch 5,1-11).

51 Se puede ampliar la temática en: Halvor Moxnes, Poner a Jesús en su lugar (Estella: Verbo Divino, 2005), 64-91 y 201-23; Francisco Reyes Archila, Otra masculinidad posible. un acercamiento Bíblico-Teológico (Bogotá: Dimensión Educativa, 2003), 87-114; Mercedes Navarro Puerto, Exégesis y hermenéutica feminista de la Biblia (Córdoba: Parresia, 2009), 310-325.

52 Schillebeeckx señala que «podríamos descubrir aquí una primera percepción inmediata implícita de lo que la Iglesia llamaría más tarde la sacramentalidad del matrimonio». Eduard Schillebeeckx, El matrimonio, realidad terrena y misterio de salvación (Sígueme: Salamanca, 1970), 143.

53 Ibíd., 141.

54 Ana María Fernández señala que en el matrimonio griego «no existía intención amorosa, más allá de que se consideraba deseable para una coexistencia amable entre los cónyuges» ni «la exigencia de fidelidad recíproca del discurso cristiano», Ana María Fernández, «Violencia y conyugalidad, una relación necesaria» en La mujer y la violencia invisible, ed. Eva Giberti y Ana María Fernández (Buenos Aires, Paidós, 1989), 156 y 155 respectivamente. Puede consultarse también: Carolyn Osiek, Margeret Macdonald y Janet Tulloch ed., El lugar de la mujer en la Iglesia primitiva (Salamanca: Sígueme, 2007).

55 Schickendantz afirma «No debe minusvalorarse la importancia que ha tenido su interpretación en la historia de la formación del discurso y de las praxis correspondientes, sobre sexualidad y género, en particular, sobre el lugar y rol de la mujer en la sociedad y en la Iglesia. Ha colaborado a modelar la mentalidad y la conducta de infinidad de generaciones». Carlos Schickendantz, «¿Subordinación funcional de las mujeres? El símbolo nupcial en la carta a los Efesios», en Feminismo, género e instituciones, ed. Carlos Schickendantz (Córdoba: EDUCC, 2007), 183. Los trabajos de Mónica Ukaski y Rachel Starr se refieren a ello. Mónica Ukaski, «Violencia conyugal y discursos teológicos», en Rachel Starr, El hogar, ¿lugar de hambre y violencia o espacio de hospitalidad y fiesta?, Actas del 1o Congreso de Teólogas Latinoamericanas y Alemanas, San Miguel, 2008. El llamado del autor de la carta a los Efesios, a someterse unos a otros, se inscribe en la kenosis de Cristo, de Filipenses 2. Teniendo los mismos sentimientos de Cristo, nunca ese estar sometidos mutuamente, implicaría dominación de uno sobre otro. Juan Pablo II en el número 25 de Mulieris Dignitatem lo expresa de este modo «Mientras que en la relación Cristo-Iglesia la sumisión es solo de la Iglesia, en la relación marido y mujer, la “sumisión” no es unilateral sino recíproca». Juan Pablo II, Carta apostólica Mulieris dignitatem, sobre la dignidad y la vocación de la mujer con ocasión del año mariano, consultada en enero 15, 2013, http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_letters/documents/hf_jp-ii_apl_15081988_mulieris-dignitatem_sp.html.

56 Dice bellamente Juan Pablo II: «Los esposos son el recuerdo permanente para la Iglesia de lo que aconteció en la cruz: son el uno para el otro y para los hijos, testigos de la salvación, de la que el sacramento los hace partícipes», Exhortación Apostólica Familiaris Consortio (Buenos Aires: Paulinas, 1981), 13. Ver también Eduard Schillebeeckx, op. cit., 120.

57 En la versión del nuevo ritual argentino: por el sacramento del matrimonio los cónyuges cristianos significan y participan en el misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo y la Iglesia. Conferencia Episcopal Argentina, Rito de la celebración del matrimonio, op. cit., 14.

58 Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual, n. 48, consultada en febrero 19, 2013. http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19651207_gaudium-et-spes_sp.html.

59 Comisión Teológica Internacional, «Dieciséis tesis de cristología sobre el sacramento del matrimonio», Criterio 1797 (1978): 577.

60 Dionisio Borobio, «Sacramentalidad e indisolubilidad del matrimonio», Phase 124 (1981): 279.

61 Citado por Gonzalo Flórez, Matrimonio y familia, op. cit., 160.

62 Hans-Günter Gruber, «Divorcio y nuevas nupcias», Selecciones de Teología 139 (1996): 216-217.

63 Jesús Espeja señala la importancia de referir la vida esponsal a la conducta histórica de Jesús. Jesús Espeja, Los Sacramentos cristianos. Encuentros de gracia (Salamanca: San Esteban, 2003), 190-197.

64 Para completar la perspectiva ver: Eduard Schillebeeckx, «El matrimonio es un sacramento», Selecciones de Teología 13 (1965): 121-234.

65 Dionisio Borobio, La celebración en la Iglesia II (Salamanca: Sígueme, 1994), 575.

66 Cf. Isabel Corpas, Pareja abierta a Dios (Bogotá: Universidad de San Buenaventura, 2004), 102-117.

67 Nelly Rojas, ¿Qué nos une? ¿qué nos separa? (Bogotá: Planeta, 1998), 175.

68 Dionisio Borobio, Sacramentos y etapas de la vida (Salamanca: Sígueme, 2000), 40.

69 Este tema será ampliado en la última parte del artículo.

70 Es un componente que afecta directamente al psiquismo de la persona. Abarca el ancho mundo de la humana afectividad y alcanza a todas aquellas personas y cosas con las que la persona está o puede estar relacionada. Es principalmente en este campo en el que la persona humana logra su madurez, aprendiendo a discernir sus sentimientos y a adaptarlos a la realidad de su vida, a conjugarlos con sus deseos y proyectos. La necesidad de recibir y de comunicar afecto es muy superior al instinto genital, que depende de la capacidad biológica del individuo. Ver Gonzalo Flórez, Matrimonio y familia (Madrid: BAC, 2001), 18-23.

71 Eroticidad entendida como vitalidad y placer de vivir que se enriquece a través del proyecto de amistad.

72 Dionisio Borobio, Sacramentos en comunidad (Bilbao: Desclée de Brouwer, 1993), 217.

73 Marciano Vidal, op. cit., 117 y 143.

74 Carlo Rocchetta, Hacia una teología de la corporeidad (Madrid: Ediciones Paulinas, 1993).

75 Se ha puesto de moda ser madre soltera por opción. Desde la opción cristiana y en diálogo con otras ciencias humanas se afirma la importancia de la crianza en pareja, mucho más eficaz que cuando un adulto asume solo el proceso.

76 Dionisio Borobio, Sacramentos y etapas de la vida, op. cit., 15.

77 Dionisio Borobio, Sacramentos en comunidad, op. cit., 18.

78 Jesús Espeja, op. cit, 187.

79 Dionisio Borobio, Sacramentos en comunidad, op. cit., 43.

80 Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual, op. cit., n. 48.

81 Ibíd., n. 52. Este concepto está perfectamente elaborado en: Dionisio Borobio, Sacramentos y etapas de la vida, op. cit., 93-99. Silvio Botero, op. cit., 95.

82 Eduard Schillebeeckx, «El matrimonio es un sacramento», op. cit., 126.

83 San Juan Crisóstomo acuña esta expresión. Cf. Gonzalo Flórez, matrimonio y familia (Madrid: BAC, 1995), 255.

84 Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, n. 11, consultada en febrero 14, 2013, http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19641121_lumen-gentium_sp.html.

85 Henri Nouwen, Aquí y ahora (Madrid: San Pablo, 1995), 132.

86 Pablo VI, «Peregrinación Apostólica a Bogotá, Homilía del Santo Padre Santa Misa para los campesinos colombianos», consultada en noviembre 20, 2013, http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/homilies/1968/documents/hf_p-vi_hom_19680823_sp.html.

87 Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, op. cit, n. 41.

88 Los matrimonios que intentan vivir día a día la experiencia de pareja en clave de seguimiento de Jesús, saben, porque lo experimentan, que cuando existe amor verdadero, Dios no está ausente. Por tanto, aquellos matrimonios que han visto derrumbarse sus proyectos, que se han formado después de rupturas irreparables, también descubren la presencia del amor salvífico de Dios en sus familias y se saben fortalecidos, consolados y animados por el Espíritu del resucitado.

89 Cf. Jesús Espeja, op. cit., 212-214.

90 Nelly Rojas, El amor se construye (Bogotá: Planeta, 2003), 17.

91 91 Ibíd., 18.

92 Sería interesante profundizar en el significado de la Palabra dentro del matrimonio, pues, de hecho toda la actitud creyente y la construcción de comunidad se realizan precisamente en torno a «la escucha de la Palabra». La Salvación está dada precisamente porque Dios ha revelado su Palabra definitiva en Jesucristo.

93 Jorge Humberto Henao, El matrimonio. Diplomado en Pastoral Familiar, material fotocopiado (Bogotá: ITEPAL, 2003), 60.

94 Henri Nouwen, op. cit., 29-30.

95 «Muchas son las consecuencias de esta capacidad de transignificación de la experiencia de pareja (…) Dios se hace presente en la historia de la humanidad: amor gratuito, fiel, definitivo, que perdona y salva, amor que va más allá de la unión para realizar la comunión de la pareja. Pero para que esta transformación tenga lugar es preciso que exista, como requisito, el ingrediente indispensable del amor humano y no alguno de sus espejismos, que los esposos reúnan las condiciones de madurez sicológica y afectiva para amar de verdad, que estén abiertos a la acción de la gracia y no absoluticen su amor cerrándole la puerta a Dios en su experiencia», Isabel Corpas, op. cit., 317.

96 Cf. Dionisio Borobio, Sacramentos en comunidad, op. cit., 14.

97 Juanes, cantautor colombiano, «Para tu amor».

98 Symballein: significa poner algo en relación, juntar, unir, intercambiar, articular, venir a un pacto. El símbolo tiene una función mediadora entre lo sensible y lo externo entre lo espiritual e invisible. El símbolo supone, pues, la unión de dos sentidos, de dos intencionalidades, es la mejor forma que tenemos los hombres de conocer lo desconocido, de correr el velo misterioso. En Dionisio Borobio, Sacramentos en comunidad, op. cit., 40.

99 Ibíd., 210.

100 Jesús Espeja, op. cit., 185-186.

101 Cf., Ibíd., 218.

102 Cf. Dionisio Borobio, Sacramentos en comunidad, op. cit., 220.

103 Ibíd., 219.

104 Los lugares donde se manifiesta el misterio, la contingencia del ser, la entrega de la vida en el enfrentamiento con la injusticia, la plegaria y el perdón; el símbolo que hace posible que demos razón del carácter fronterizo del ser humano, del ser límite. En: Dionisio Borobio, Sacramentos y etapas de la vida, op. cit., 46. Los Sacramentos cristianos están en continuidad con la sacramentalidad existencial. El hombre vive y se encuentra de modo permanente con las fronteras, los límites o los topes de su existencia: son aquellos momentos que le hacen toparse o encontrarse con su propio misterio, que llevan a experimentar de forma especial su incapacidad o imposibilidad de explicación, su contingencia físico-psíquica o relacional, y que le remiten a un «más allá» incógnito, misterioso, numénico, trascendente, sobrenatural o divino. Cf. Jesús Espeja, Para comprender los Sacramentos (Navarra: Verbo Divino, 1994), 132-135.

105 Jesús Espeja, Los Sacramentos cristianos. Encuentros de gracia, op. cit., 197.

106 Cf. Dionisio Borobio, Sacramentos en comunidad, op. cit., 19.

107 Cf. Walter Kasper, Teología del matrimonio cristiano (Santander: Sal Terrae, 1984), 61-64.

108 Un crecimiento en pareja y la vivencia de lo sacramental se realiza en la vida diaria, no se espera como un ideal, sino que se construye día a día con esfuerzo, dedicación y fe.

109 El conocimiento de los documentos conciliares y posconciliares del Magisterio sobre la familia, de parte del pueblo de Dios, en general es escaso. Ciertamente, los entendidos en ámbito teológico los conocen. Sin embargo, al parecer estos textos no impregnan profundamente la mentalidad de los fieles. También hay respuestas que reconocen con franqueza que, entre los fieles, dichos documentos no se conocen en absoluto. Sínodo de los Obispos, «III Asamblea General Extraordinaria: Los Desafíos Pastorales de la Familia en el Contexto de la Evangelización. Instrumentum Laboris», op. cit.


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