SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.61 número172Análisis de la oferta de programas de teología y educación religiosa en Colombia. El reto de la transformación de las licenciaturas índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • En proceso de indezaciónCitado por Google
  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO
  • En proceso de indezaciónSimilares en Google

Compartir


Franciscanum. Revista de las Ciencias del Espíritu

versión impresa ISSN 0120-1468

Franciscanum vol.61 no.172 Bogotá jul./dic. 2019  Epub 22-Ene-2021

https://doi.org/10.21500/01201468.4471 

Reseña

Paula Hunziker. Filosofía, política y platonismo. Una investigación sobre la lectura arendtiana de Kant. Buenos Aires: Prometeo, 2018

*Centro de Investigaciones Jurídicas y Sociales; Universidad Nacional de Córdoba; Córdoba; Argentina.


En la presente reseña crítica me ocuparé de la obra Filosofía, política y platonismo. Una investigación sobre la lectura arendtiana de Kant. Su autora es Paula Hunziker. Ella es Profesora de las cátedras de Filosofía contemporánea y de Ética, en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Desde 2008 es coordinadora de las Jornadas Internacionales Hannah Arendt que se realizan en Argentina en forma bianual. Hannah Arendt es, precisamente, el núcleo de la presente indagación que realiza Hunziker.

Filosofía, política y platonismo es uno de los mejores libros -filosóficos- que he tenido el placer de leer en 2018. Cuando digo «mejor», lo digo en serio. Y el uso del adjetivo no cae en el saco de esas «arrugas» decrépitas que afectan la prosa, como temía Alejo Carpentier en su ensayo El adjetivo sin arrugas. El libro de Hunziker pone de manifiesto una investigación sistemática, profunda y densa sobre la obra filosófico-política y ética de la filósofa alemana.

La obra se estructura en seis capítulos, unas conclusiones y un apéndice. En este último hay observaciones adicionales que enriquecen, sin entorpecer, la lectura del texto central de Hunziker. La bibliografía proporcionada en el libro de y sobre Arendt es copiosa, sistemática y muy exhaustiva. Y estoy convencido, tras la lectura del libro de Hunziker, que Filosofía, política y platonismo es y será una aportación genuina a los estudios sobre Arendt. Y no solo sobre la pensadora alemana de origen judío, como explicaré después.

En lo que sigue desarrollaré dos líneas de acción. Primero, describiré algunos de los principales avances y argumentos desarrollados por Hunziker con relación al pensamiento de Hannah Arendt. En la segunda parte de la reseña voy a desplegar la parte crítica. En dicho marco, voy a concentrarme en dos puntos que considero de la máxima importancia filosófica. El primero de mis puntos, a favor de la obra de Hunziker, será cuestionar una afirmación que se ha vuelto usual hacer en filosofía política; afirmación que se hace sobre John Rawls, un titán de la filosofía política contemporánea. El segundo de mis puntos descansará en un tema central en la obra de Hunziker: la relación entre filosofía y política o entre vita contemplativa y vita activa.

1. La obra de Paula Hunziker

Si tuviera que resumir la aportación de Filosofía, política y platonismo diría que es la siguiente: a través de la figura y el pensamiento de Hannah Arendt, se ofrece un denso y articulado argumento en favor de la participación comprometida de los filósofos en la vida pública.

El tema de la participación del filósofo en la vida pública siempre fue una cuestión difícil. Platón lo sabría en carne propia por dos eventos que tuvo que vivir. Uno el referido a su malograda experiencia en Siracusa con un gobernante que degeneró en tirano. Y la otra con la muerte de su maestro: Sócrates, a causa de calumnias envidiosas1. El mito de la caverna relatado por Platón en República, del que da cuenta analíticamente Hunziker, podría pensarse justamente en clave de interpretación de los dos referidos eventos. El filósofo que sale de la caverna y ve la luz (de la verdad, el bien y la belleza) no será comprendido ni creído por los que están dentro de la caverna. Al parecer quedarían dos caminos abiertos al filósofo: o someter por la fuerza a los hombres encadenados para que se sometan a la verdad por vías coactivas, o bien refugiarse en la contemplación de las ideas, prescindiendo de los avatares de la vida pública, de la vida política. Cuando el filósofo recula hacia un mundo puramente cerrado a la contemplación, consagra una vida puramente teórica, no contaminada por las fricciones políticas2. Se trata de una bios theoretikos aislada respecto de una bios politikos3.

Como Hunziker documenta, el mito de la caverna no quedó atrapado en los relatos del pasado. Una repercusión en el siglo XX se hizo patente con Martin Heidegger. El filósofo que creyó en Hitler hizo, una vez más, que el gobernante siracusano vuelva a través de otro rostro: el del Führer. Si los testimonios de Rüdiger Safranski4 son correctos, Heidegger creyó en el nacionalsocialismo. Y sus ideas existencialistas plasmadas ya en Ser y Tiempo, daban marco a la esperanza heideggeriana en un líder o caudillo que permitiera al Dasein «poder ser» o ser auténtico. Pero como sabemos bien, Heidegger se equivocó brutalmente. El nacionalsocialismo fue una forma de totalitarismo.

Para Hannah Arendt, pensadora judía que vivió la inclemencia del nacionalsocialismo en carne propia, el hecho de que su viejo maestro y amante, Heidegger, torciera sus creencias hacia Hitler, fue no solo motivo de desencanto. También fue motivo para esa reflexión aguda que llevó a cabo en Los orígenes del totalitarismo. Como explica Hunziker, una de las «novedades» que para Arendt traía el totalitarismo, estribaba en su formidable accionar para suprimir la reflexividad de los sujetos. Pero no solo eso estaba en juego. La idea de «ser para sí» que Heidegger había defendido, en términos existencialistas, en Ser y Tiempo, tenía una implicancia peligrosa para las democracias. Y era justamente la defensa de personas que se aíslan de la vida pública. Nuevamente el mito de la caverna regresa. El propio Heidegger, una vez que se haya desencantado lo suficiente respecto del nacionalsocialismo, y de su experiencia malograda como rector de la Universidad de Friburgo, será un ejemplo del filósofo de la caverna. Un filósofo que tras la reflexión sobre el ser, una reflexión remontada al mundo griego antiguo, pierda punto de contacto con la vida política, con el sentido común. Como recuerda Hunziker, para Hannah Arendt, en la polémica interpretación que el propio Heidegger hace del mito de la caverna, se encuentra en ciernes esa separación tajante entre el filósofo y la vida pública o política. El filósofo encarnará la vita contemplativa replegada sobre sí misma.

Hannah Arendt cree que Heidegger olvidó la lección de Sócrates. Esta lección es la que debiera, para la pensadora, llevar inclusive a una reformulación del aparato conceptual de Platón. Sócrates, para Arendt, instauró la idea del «2 en 1»5. Es la noción conforme la cual, el ser en sí heideggeriano, lejos de aislarse de la polis está plenamente instalado en ella. Para el Sócrates arendtiano, Sócrates defendía la idea de seres que reflexionaban sobre sí mismos. Esta reflexión sobre sí mismo, esta recursividad, lleva a que el sujeto reflexivo represente algo así como dos personajes en uno. La idea es esta: cuando pensamos, cuando llevamos el nous hasta todas sus implicaturas, nos imaginamos como conversando con «otro». Ese otro somos nosotros mismos desdoblados. Es como si ese yo hablara con un tú que es parte del mismo yo. Y ese tú, el número dos del diálogo, está impregnado de una vida social o pública6. Esto hace que, como señala sobre Arendt, Paula Hunziker, para la pensadora no sea lo mismo estar solo pensando que ser un ser solitario. Aunque Hunziker no lo diga así, yo agregaría que esto es parte del argumento que Wittgenstein construye en Investigaciones filosóficas en contra del «lenguaje privado». El «ser para sí mismo» de Heidegger, para Arendt, a contrapelo del platonismo reformado a partir de una versión diferente de Sócrates, no está aislado. No pierde sentido de lo público, ni pierde sentido común. No dirá, por ejemplo, ese sujeto, que lo que lo encandila de un líder, como Hitler, son sus «manos», como relata Jaspers al comentar un encuentro en que Heidegger defendía a Hitler contra la acusación de estulticia y bestialidad de la que le acusa Jaspers.

Jaspers es el otro maestro que tuvo Hannah Arendt. Y acabada la guerra, y planteada la derrota alemana y la necesidad de reconstruir dicho país, se dará un intenso período de intercambio epistolar entre Arendt y su otro viejo maestro. Arendt rescatará de Jaspers su carácter «ilustrado», su defensa de la razón frente a la barbarie. Pero ¿de qué clase de «razón» hablamos? Como Paula Hunziker desmenuza en su obra, Arendt aportará al mundo de la filosofía política una original lectura de Kant, previo a su deconstrucción de la figura socrática y de su redefinición de platonismo. El Kant que a Arendt le interesa más es el que escribió la Crítica del Juicio.

Para el filósofo de Könisgerg (hoy Kaliningrado) los juicios pueden ser de dos clases. O bien juicios universales bajo los cuales se subsumen instancias particulares en una relación de tipo deductivo o bien juicios reflexionantes, como los de la crítica del juicio. Como se recordará, esta tercera crítica de Kant está dirigida a mostrar nuestras apreciaciones sobre la belleza. Para Kant tales apreciaciones, juicios, no tienen carácter universal como los juicios de la matemática o la física (formulados en la Crítica de la razón pura), o como los juicios morales de la Crítica de la razón práctica. Sin embargo, las afirmaciones sobre si algo es o no bello, o sublime (para el caso de las afirmaciones sobre la naturaleza), no quedan relegadas al ámbito de lo meramente subjetivo (de gustibus non disputandum est). Los juicios sobre lo bello o lo sublime tienen carácter «intersubjetivo», pues van guiados por lo que Kant llamaba «sensus communis». La novedad que traerá Hannah Arendt será reutilizar juicios típicos de la estética en el ámbito diverso de la política7. Los juicios reflexionantes requieren distancia, reflexividad y sentido común. Estas son las tres condiciones que, para Hannah Arendt, permiten «ponerse en el lugar de los otros». Y es eso lo que les faltó a los filósofos como Heidegger durante la vigencia del nacionalsocialismo. Heidegger y otros intelectuales pervirtieron la Ilustración. Y una manera de mostrarlo es mediante una relectura de Kant (como reza parte del subtítulo de la obra de Hunziker); relectura que se apoya en la tercera crítica. Y es el juicio reflexionante el que puede unirse a su antecesor: el de un Sócrates que defiende el lema «2 en 1». Es ese diálogo con uno mismo, en solitario, pero no en soledad, el dato que explica que la vita contemplativa no esté divorciada de la vita activa. La vita activa o vida del Espíritu, como dirá Arendt, es la vida de la acción. Justamente, en la vida política la acción, canalizada por lo general en una decisión, es fundamental. Pero no puede tratarse de una acción a la que se le amputó la vita contemplativa o reflexiva. La idea ilustrada defendida por Kant de lo que vale en teoría debe valer para la práctica, es otro modo de acercarse a la defensa de una relación estrecha entre filósofos y política.

2. Dos puntos críticos sobre la obra reseñada

Ya reconstruido lo que creo es el principal argumento que recorre transversalmente la obra de Paula Hunziker, quisiera, a continuación, proponer dos temáticas para reflexionar críticamente. La primera, sobre Rawls, podría ser una derivación que va más allá de las intenciones de la autora. No obstante, pienso que su trabajo permite hacer la reflexión en cuestión. La segunda sí que va al corazón de su argumento y se vincula con la relación entre filósofos y política.

2.1. Hasta Rawls, ¿la filosofía política estaba muerta?

Joshua Cohen, uno de los más prestigiosos filósofos políticos actuales, señala, sobre Rawls, una afirmación que se ha vuelto una especie de mantra común:

Si bien su pensamiento no tuvo gran influencia en la política de Estados Unidos, su obra promovió un considerable renacimiento de la filosofía política en ese país y en todas partes (Teoría de la justicia se ha traducido a más de veinte idiomas) y ha sentado las bases de todo el debate posterior sobre las cuestiones fundamentales de la justicia social8.

De la cita me interesa destacar lo que considero es hoy un mantra muy aceptado: La teoría de la justicia de Rawls promovió un «considerable renacimiento» de la filosofía política en ese país y en todas partes. A esto se agregaría que la obra rawlsiana «ha sentado las bases de todo el debate posterior sobre las cuestiones fundamentales de la justicia social».

Pues bien, creo que un libro como el de Paula Hunziker bien podría ayudar a interpelar, desmitificar o cuestionar el mantra común según el cual con la teoría de la justicia rawlsiana la filosofía política tuvo un considerable renacimiento en «ese país» y en «todas partes».

Como Filosofía, política y platonismo testifica, existió una abundante, diría ingente, literatura de «filosofía política» destinada a pensar, a entender, cuáles eran los factores mentales y sociales que permitían explicar el totalitarismo. Hannah Arendt es una de las filósofas «políticas» que está en el centro de esos intentos de explicación, junto a otras figuras como Jaspers.

Hannah Arendt hizo extraordinarios aportes a la filosofía política. A partir del problema del totalitarismo, categorías conceptuales como «acción» (apoyada en la interpretación arendtiana de «praxis» aristotélica), juicio reflexionante (a partir de la relectura de la tercera crítica kantiana y, por qué no, de la noción de phrónesis aristotélica), «pluralismo», para entender la configuración social atravesada por distintas concepciones axiológicas y un largo etcétera. Si por un momento nos detenemos brevemente en la idea de pluralismo arendtiana, no estaremos muy lejos de la noción de pluralismo razonable de Rawls. Por otro lado, si nos detenemos en Jaspers y su idea de que la vida política requiere «conversar con otros» de manera «razonable», tenemos una formidable anticipación a la idea de «diálogo racional» de Habermas y al consenso superpuesto y agentes razonables de Rawls. A este esquema de la filosofía política anterior a Rawls podríamos agregar muchos otros datos. Por ejemplo, Las metamorfosis de la ciudad de Dios de E. Gilson es un tratado de filosofía política. Y por qué no agregar a Leo Strauss. Sus obras sobre filosofía política son bien anteriores a 1971, fecha de publicación de la obra de Rawls. Arendt y Strauss son pensadores, además, que trabajarán justamente en EEUU, país de Rawls.

Si lo anterior es cierto se puede afirmar, sin hesitación, que el panorama de la filosofía política qua disciplina es bien intenso, rico y denso con anterioridad a Rawls. Siendo así, la afirmación de Cohen y de tantos filósofos políticos de estirpe analítica solo puede entenderse como una falsificación histórica. O, para decirlo menos tajantemente, como una verdad a medias, una verdad relativa a la tradición en la que se recuesta el profesor norteamericano. Uno podría pensar, empero, que esa tradición se ciñe a pensadores como Locke o Hume; sin embargo, Rawls hizo de Kant un baluarte para recategorizar su modo de hacer teoría moral. Y Kant, como vimos a través de la obra de Paula Hunziker, es uno de los autores centrales para la revisión política arendtiana.

Si Rawls pudo en 1971 en Teoría de la Justicia proponer una manera racionalmente justa de distribuir bienes primarios y corregir desigualdades surgidas de la lotería natural o social, es porque hubo, como muestra con agudeza Paula Hunziker, buena filosofía política antes. La «democracia de propietarios» de Rawls sería impensable, creo entonces, si antes, países en guerra, no hubiesen podido reconstruir sus bases económicas y sociales, destruidas por el conflicto bélico.

Más aún, y yendo un poco lejos, la idea rawlsiana de que la justicia como equidad es política y «no metafísica» podría remontarse a las amargas experiencias emanadas de filósofos como Heidegger que, tras las veleidades metafísicas y poetizadas del ser, destruyeron las bases de lo justo.

2.2. La problemática relación entre filosofía y política o entre vita contemplativa y vita activa

Como se ha podido atisbar, la obra de Paula Hunziker, al poner en el centro de la reflexión filosófica actual a Hannah Arendt, reinstala un tema que ha sido fundamental en las reflexiones filosóficas de Occidente. Este es un mérito extraordinario de la obra de Hunziker. Pues para Platón o Aristóteles, o para Kant, como vimos, filosofía y política son términos en constante tensión: o bien se alejan entre sí, o bien se acercan. Pero el acercamiento, como se pudo constatar con Heidegger, puede ser letal.

Hunziker es una filósofa que defiende, en clave hermenéutica arendtiana, que la relación entre filosofía política, vida del pensamiento y de la acción, debe ser estrecha. Y no por purismo. Sino porque se apuesta a que la vida del espíritu, bien llevada, evitaría desastres como el totalitarismo, el mundo de los campos de concentración y la «banalidad» del «mal radical» patentizada por Eichmann.

Aunque Hunziker y Arendt, tras diversas maniobras de revisión conceptual, así lo creen, yo tiendo a mantener cierto humor escéptico.

Mi escepticismo tiene como fuente una duda sobre el modo en que uno caracterizaría habitualmente a la filosofía, como tipo de vida, y como disciplina, respecto de la política como mundo de la vida.

Más allá de las diferencias de escuela, de concepción, de enfoque o método, entiendo que todavía se podría seguir defendiendo que el filósofo orienta su actividad por ciertos desiderata que no son contiguos siempre, o armónicos siempre, con el mundo de la política. Ni siquiera con el mundo de la vida pública en general. Por ejemplo, imaginemos este diálogo:

Se cuenta que un astrónomo, un físico y un matemático estaban de vacaciones en Escocia. Asomados por la ventana de un tren vieron una oveja negra en la mitad de un campo. «¡Qué interesante!», observó el astrónomo, «todas las ovejas de Escocia son negras». A esto respondió el físico: «¡No, no! ¡Algunas ovejas escocesas son negras!» El matemático miró al cielo como suplicando y luego entonó: «En Escocia hay por lo menos un campo, en el que hay por lo menos una oveja, uno de cuyos lados por lo menos es negro»9.

Si el lector repasa este insólito diálogo, creo que no le costará mucho identificar a un filósofo tras la figura del matemático. Es lo más próximo a un filósofo el pretender cuantificar una oración a fin de obtener la máxima claridad y rigor posibles. Empero, a una persona común, de la vida pública, y a un eventual político, o a muchos políticos, la frase del matemático-filósofo puede resultarles insoportable.

A cambio de esta versión conceptualista de la filosofía como labor precisa, desde luego, se le podría oponer una versión poetizada de la filosofía como la que sustentaron autores como Heidegger. Aunque considero, como Hannah Arendt misma, según creo, que esta es la peor versión que se puede hacer de la filosofía, no podré ir más lejos de esta afirmación aquí. Sí diré que, si la filosofía es poesía, del tipo construido por Heidegger, u otros epígonos, las cosas no quedan tampoco bien para la relación entre filosofía y política. La poesía filosófica de Heidegger fue de tal «oscuridad», lo contrario a la precisión conceptual de la que hablaba el filósofo cuantificador de mi ejemplo, que un político tendría serios inconvenientes -los filósofos a veces también-, para entender qué quiere decir un poeta filosófico como Heidegger. Incluso más: se podría sospechar, como hizo Rudolf Carnap que, en ocasiones, detrás de frases poéticas como las del filósofo Heidegger, pensemos en su «la nada nadea», se esconde no algo oscuro, sino sencillamente un sinsentido. Así, la filosofía poetizada no puede ser de mucha ayuda para el mundo de la acción. No solo por el hecho de que el filósofo se encierra en la vita contemplativa. Sino porque es un filósofo cuyo aparato filosófico no sirve para fundar de manera cristalina la acción. En todo caso, el fundamento, como muestra Paula Hunziker misma en su revisión, será oscuro y del peor: tal como vimos con las loas heideggerianas al nacionalsocialismo.

Volvamos al punto: que el filósofo se halle cerca del matemático de mi ejemplo, no es invención mía. En realidad, esta sería la versión más puramente «platonista» que podríamos dar del filósofo. Esa búsqueda de precisión se traduce luego en el ámbito objetual del filósofo: los conceptos. Como Frege pensaba, los conceptos existen en la misma forma que existe un área: en forma «delimitada con precisión». Esto no ocurre en la vida pública, ni menos aún en la vida política. Hunziker reformula el platonismo, a través de una relectura de Sócrates que luego permitirá identificar al Kant más interesante para la política. Sin embargo, me da la impresión que no se detiene en esta caracterización platónica que acabo de efectuar. La deja incólume. Y, por lo tanto, podría dar juego a un tipo de escepticismo sobre cuán estrecha pueda ser la relación entre filósofos y política.

A mi pintura platónica, sin embargo, se le pueden, con seguridad, hacer varias objeciones. Una es que no todos los filósofos somos platonistas; menos aún, después de la formidable crítica que Wittgenstein hizo contra la metafísica -la filosofía, para él- de tipo platónico (vía la crítica a San Agustín) en sus Investigaciones filosóficas. Para Wittgenstein, esa metafísica es la responsable de la búsqueda -ilusoria- de conceptos ideales, precisos, delimitados, cerrados. Los conceptos, en cambio, para nuestro filósofo pueden ser borrosos o vagos. Y eso porque forman parte de «mundos de la vida», cotidianos, que así lo son. Por esta razón de «mundanidad», de «cotidianeidad», sobre la que también había llamado la atención Heidegger, la filosofía de la lógica:

No habla de oraciones en ningún sentido distinto de aquel en que lo hacemos en la vida ordinaria cuando decimos, por ejemplo, aquí hay escrita una oración china o no, esto sólo tiene el aspecto de escritura pero es un ornamento10.

Se podría recoger el guante, por un momento, de la crítica de Wittgenstein a una caracterización platonizante de la filosofía. Y se podría robustecer la reconstrucción que Hunziker hace de Arendt, en su reformulación del platonismo. Pero, si se produce este robustecimiento, pareciera que hay mucho más del platonismo filosófico que revisar todavía, más de lo que revisó Arendt, antes de pegar el salto a la aseveración sobre la relación estrecha entre filosofía y vida política.

En contra del lugar apocado que Wittgenstein reserva para la filosofía, una filosofía no platónica que ya no busca explicar sino solo describir y «dejar todo como está», uno podría pensar que los filósofos no queremos dejar todo como está. Si así fuera el nacionalsocialismo debería haber quedado intocado.

La filosofía política tiene una indudable vocación normativa: no quiere siempre dejar todo como está. Quiere cambiar lo que está: porque eso que está es injusto, corrupto, viciado, etc.

Y además de lo anterior, hay que señalar que existen todavía esquirlas platonizantes en la filosofía que aún no han sido desterradas. En general, los filósofos seguimos creyendo estar al servicio de la «verdad». Un nietzscheano, antes que el mismo Wittgenstein, podría reírse de esa aspiración. Nos pediría reemplazarla por una simple perspectiva que encubre una voluntad de poder. Pero, si pudiésemos responder a esta socarronería filosófica, seguiríamos manteniendo que el discurso del filósofo busca «decir las cosas tal como son», o «tal como el filósofo las ve». Y esto para Nietzsche mismo.

Hay algo todavía de verdad guiando esta forma de pensar. En la política, en la vida pública, en cambio el pensamiento suele ser procazmente más «estratégico» que veritativo. Mientras el filósofo busca entender, el político quiere dominar y asentar su interpretación del mundo. Es el político, más que el filósofo, en mi opinión, el que se ajusta a la reconstrucción nietzscheana. Pues el político no puede negar su voluntad de poder.

Si lo anterior se sostiene en algún punto, entonces política y filosofía parecen más lejanas de lo que el argumento arendtiano posibilitaría mantener.

Todavía se podría aducir algo más en contra de la tesis de Arendt: mientras la filosofía apunta a decir algunas cosas «necesarias», que permanezcan, el político está regido por lo contingente, incluso por lo contingente al nivel basto de lo urgente.

Frente a lo anterior, la deriva podría ser acoger la «ironía» con la que Richard Rorty aborda la política. Como sabemos, para el filósofo amante de las orquídeas, la filosofía, como tal, es decir en vena platónica, aquella que aspira a la obtención de conceptos que recojan aspectos «necesarios» del mundo, debería desaparecer. Para «alojar lo contingente», es mejor pararse en otros discursos como el de la literatura, la televisión o el cine11.

O, si se abjura de la ironía, podría optarse por la «noble mentira» del propio Platón, el Platón, registrada magistralmente por Leo Strauss12. Esa mentira que el filósofo urde, por razones morales de orden superior, para ocultar el hecho de la imposibilidad de que la justicia, el bien y la belleza sean factibles en el mundo de lo contingente.

Se me dirá, nuevamente, que esta caracterización filosófica es platonista. Y posiblemente lo sea. Pero, no obstante, estoy apuntando a aspectos de una caracterización platónica de la filosofía que no encuentro desmontados por la argumentación crítica de Hunziker.

Queda en pie un componente más a tener en cuenta en la relación filosofía-política que defiende Hunziker con apoyo en Arendt. Se trata de un componente no considerado y que, de algún modo, va más allá de caracterizar en forma platónica la filosofía. Me refiero al modo en que hacemos filosofía hoy los filósofos.

En rigor, más allá de la búsqueda de formación filosófica integral, los filósofos apenas sí dominamos un conjunto de problemas y, con suerte, una o dos disciplinas filosóficas. No somos los filósofos de un «ser englobante», como decía Jaspers o filósofos de la totalidad del ser, o del espíritu universal de Hegel. Más bien, filosofamos sobre la mente y la metafísica, o sobre la moral y el derecho, o sobre la lógica y la matemática, o sobre estética, o cosas por el estilo. Pero ¿qué ocurre cuando el filósofo es convocado desde el ámbito público o desde el ámbito de la política a dar su opinión fundada sobre algún tema específico? Está lleno de filósofos que hacen un triste papel cuando en el dominio público o político, confiando en su formación, creen poder responder con solvencia preguntas sobre el atraso cambiario y la crisis financiera de un país, la justificación del secreto de estado en materia militar, el cambio climático o la nueva territorialidad de los campesinos. Las respuestas de los filósofos a estas cuestiones, apenas si se diferencian de la doxa ejercitada por los ciudadanos de a pie o los políticos de turno. Contestar a esta crítica, alegando que los filósofos fuimos entrenados en el poder del mejor argumento, no es algo plenamente convincente. Inclusive porque los filósofos podemos cometer falacias argumentativas, deliberadas o no. Y además porque, si somos filósofos, sabemos lo difícil que es tener «episteme», lo fácil que es tiranizar al mundo en virtud de una supuesta episteme y lo fácil que es caer en la doxa más ramplona que cualquier político ya ejercita en la vida pública.

Después de esta última crítica, ¿queda algún lugar para el filósofo en la vida pública? Creo que pese a su aire contundente la respuesta es que sí. Estoy inclinado a pensar que el juicio reflexionante, y el lema «2 en1» socrático de Hannah Arendt son fundamentales, no obstante, las críticas que he efectuado. Ambas categorías, juicio reflexionante y «2 en 1», pueden funcionar para que el filósofo tenga el rol preponderante el «interpelar», molestar o aguijonear a los poderes establecidos. Es allí donde se espera que el filósofo haga lo que se supone hace mejor: pensar y argumentar. Quizás no desde una episteme segura, pero tampoco desde una doxa barbarizada como la que hoy, de manera habitual, suelen desplegar los ciudadanos comunes y los políticos. Las doxai no tienen por qué recaer a un ámbito degradado de la mera «opinología», de aquella opinión carente de las formas lingüísticas adecuadas, de las formas apropiadas y del poder lógico mínimo para dialogar con los otros, como pedía Jaspers.

Lo dicho en el párrafo anterior, reafirma posiciones que, según entiendo, Arendt y Hunziker también admitirían. Si es así, mis críticas, mi humor escéptico, han establecido un contrapunto. Y han dado la vuelta al argumento de Arendt con el solo objetivo de verlo en su justa fuerza y alcance.

Los filósofos podemos, después de todo, hacer algo por la vida pública. Lo que para mí resume parte del espíritu del argumento de Hannah Arendt es esto: que de allí no debemos inferir, a menos de caer en non sequitur, que nuestras intervenciones tienen genéticamente siempre corrección sustantiva y formal de nuestras intervenciones públicas. En otras palabras, para afirmar la relación entre vita contemplativa y vita activa, tenemos que dar varias vueltas conceptuales, incluidas algunas escépticas, para encontrar fortificado el bastión que defienda un lugar público para el filósofo. Algunas de mis críticas, sin son válidas, podrían servir para fortalecer, antes que para socavar. O, al menos, eso deseo.

Si he llegado hasta aquí y si me he atrevido a efectuar estas críticas, es porque el libro de Paula Hunziker tiene como mérito acicatearnos para meditar una vez más sobre la relación entre filosofía y política. Es un libro que nos hace ver lo inquietante que es estar lejos de la vida pública, pero también lo difícil, y a veces triste o peligroso que puede ser que filosofía y vida pública se acerquen demasiado. El antídoto para un acercamiento peligroso y la dosis justa para un encuentro provechoso entre filosofía y política han de ser, como defiende la pensadora alemana, y como destaca la reconstrucción de Hunziker, un filósofo que también ejerza la distancia y ecuanimidad del juicio reflexionante y no deje a un lado el diálogo consigo mismo. Un diálogo desde el cual interpelarse en cada una de sus intervenciones en la vida pública.

Poder arribar a este punto solo ha sido posible de la mano de la lectura de una obra como la de Paula Hunziker que tiene una incontestable densidad teórica, y una riqueza argumental, que así me lo ha permitido.

Hannah Arendt, por la vital mediación de Paula Hunziker, me ha impulsado y explica mi crítica de un libro que, como dije al comienzo, es uno de los mejores libros filosóficos que leí en 2018.

La puntualización temporal, referida a mi lectura en 2018, no me desanima a decir que es un libro que valdrá la pena leer de aquí en más, y por muchos años.

Referencia

Hunziker, Paula. (2018). Filosofía, política y platonismo. Una investigación sobre la lectura arendtiana de Kant. Buenos Aires: Prometeo. [ Links ]

1 Paula Hunziker, Filosofía, política y platonismo. Una investigación sobre la lectura arendtiana de Kant (Buenos Aires: Prometeo, 2018), 109.

2Paula Hunziker, Filosofía, política y platonismo. Una investigación sobre la lectura arendtiana de Kant, 29.

3Paula Hunziker, Filosofía, política y platonismo. Una investigación sobre la lectura arendtiana de Kant, 191.

4Rüdiger Safranski, Un maestro de Alemania. Martín Heidegger y su tiempo (Buenos Aires: Fabula, Tusquets editores), 1995.

5Paula Hunziker, Filosofía, política y platonismo. Una investigación sobre la lectura arendtiana de Kant, 95.

6Paula Hunziker, Filosofía, política y platonismo. Una investigación sobre la lectura arendtiana de Kant, 95.

7Paula Hunziker, Filosofía, política y platonismo. Una investigación sobre la lectura arendtiana de Kant, 160.

8Joshua Cohen, “John Rawls” (México: Letras Libres), disponible en https://www.letraslibres.com/mexico- espana/john-rawls

9Simon Singh, El último teorema de Fermat. La aventura matemática más grande de todos los tiempos (Buenos Aires: Compañía naviera ilimitada), 2018, 182.

10Ludwig Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas (México: Instituto de Investigaciones Filosóficas), 2003, parágrafo 108, 123.

11Richard Rorty, Contingencia, ironía y solidaridad (Barcelona-Buenos Aires-México: Paidós), 1991.

12Sobre esto, es aconsejable ver a Claudia Hilb, Leo Strauss: el arte de la lectura. Una lectura de la interpretación straussiana de Maquiavelo, Locke, Hobbes y Spinoza. (México: FCE), 2005.

**Doctor en Derecho y Ciencias Sociales (con mención en Filosofía del Derecho) por la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). Investigador Independiente del Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET), con lugar de trabajo en el Centro de Investigaciones Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba. Miembro del Programa en Ética y Teoría Política de la misma Universidad. Premio Konex en Ética 2016, actualmente Profesor Visitante del Departamento de Filosofía del Derecho de la Universidad de Alicante. Código ORCID: 0000-0002-3737-5688. Contacto: gclariguet@gmail.com

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons