La gran renovación que la teología experimentó en la primera mitad del siglo xx con el llamado «giro antropológico», exige pensar la revelación del Dios de Jesús de Nazaret a partir de las condiciones históricas, sociales y culturales del creyente. Siguiendo los planteamientos de teólogos como Karl Rahner, solo se puede hacer experiencia creyente en el transcurso de la historia, esto porque el mismo Dios se hace manifiesto en la historia, la cual es lugar teológico, espacio de encuentro y condición de posibilidad para la salvación del ser humano.

Es a partir de ello que a una teología, que sigue el principio de la encarnación, le corresponde, consecuentemente, una espiritualidad histórica, encarnada, social y culturalmente situada que es capaz de dialogar con las realidades del mundo¹1. En este marco es donde se ubica la propuesta del profesor de religión, psicólogo organizacional y licenciado en catequética, el chileno Javier Díaz Tejo. El autor nos invita a pensar, articular y vivir una espiritualidad en el presente concreto en vistas a un desarrollo humano integral y sostenido. Es interesante cómo el título de la obra marca lineamientos profundamente actuales: no podemos vivir la espiritualidad al margen de los grandes procesos que nos demarcan como sociedad. En los conceptos de desarrollo humano, integral y sostenido resuena toda la reflexión eclesial de la Doctrina Social de la Iglesia, de las actuales referencias del Laudato Si’, del Magisterio Latinoamericano y de otras instancias enmarcadas en las ciencias humanas y sociales.

El libro se compone de cinco capítulos, precedidos por un prólogo escrito por el Dr. Hosffman Ospino del Boston College de Estados Unidos y al que le sigue una breve introducción a cargo del autor del libro. Finaliza todo con un apartado titulado «Conclusiones».

El autor del texto es consciente de las actuales críticas que son realizadas a las instituciones religiosas, críticas que muchas veces conllevan el abandono de estas. Pero, a pesar de la salida y de la baja en los índices de participación, pertenencia e identidad creyente, Díaz Tejo sostiene -y quizás ese es el argumento central del texto- que las prácticas de espiritualidad no han dejado de estar presentes en la cultura. Por ello, el autor habla continuamente de los «exploradores del espíritu»²2, no identificando en primera instancia el «espíritu» con la tercera persona de la Trinidad. Espiritualidad, para Díaz Tejo, es dar mayor relevancia a las búsquedas humanas más trascendentes, como son la construcción de una «sociedad más fraterna, más sana, más humana»³3.

Un segundo aspecto por rescatar de la obra es cómo el autor invita a que los lectores aprehendan la necesidad de hacer dialogar las diferentes experiencias de lo sagrado, de lo religioso y de las espiritualidades. Javier Díaz no propone una única espiritualidad, sino que tiende puentes para que las distintas tradiciones puedan dialogar en vista a la generación de nuevos modos de vivir y convivir en el espacio público. Por ello, el autor pone acentos en la educación, en la práctica de la paz, en los niveles de felicidad, de armonía con la creación, en la vivencia de la confianza, de los derechos humanos o de la propia relación con Dios. La espiritualidad dice algo a la cultura, y la cultura expresa su espiritualidad a partir de distintas formas.

Con ello es que terminamos comprendiendo con Díaz Tejo que la espiritualidad nace dentro de un contexto humano y cultural determinado. Las circunstancias históricas van haciendo que las grandes búsquedas humanas se orienten al logro de una nueva forma de estar en el mundo. Esta capacidad de trascendencia impulsará, a juicio del libro, a un renovado vivir bien desde el amor, el cual, y para la fe cristiana, ha tomado un Rostro concreto: Jesús de Nazaret, hombre libre y liberador que invita a los hombres y mujeres a entregarse por entero a los demás en las prácticas de la compasión, la fraternidad y la justicia, patrimonio común a toda la humanidad.

Finalmente, recomiendo adentrarnos en una obra con una prosa amena, una obra con temas actuales y sugerentes, y de la cual podremos extraer novedosas herramientas para hacer dialogar nuestra fe con las distintas formas culturales propias de nuestro tiempo. Solo desde el diálogo y el reconocimiento de la pluralidad, nuestras espiritualidades podrán comprenderse como instancias de humanización y no como prácticas de dominación.