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Praxis Filosófica

versão impressa ISSN 0120-4688versão On-line ISSN 2389-9387

Prax. filos.  no.55 Cali jul./dez. 2022  Epub 26-Set-2022

https://doi.org/10.25100/pfilosofica.v0i55.12480 

Editorial

Nota editorial

François Gagin1 

1 Universidad del Valle, Cali, Colombia


Querido Lector,

Los tiempos cambian, se suele decir, se suele percibir; ¿acaso cambia la condición humana? La vida íntima y su sociabilidad siguen su curso, acompañando a unos, arrastrando a otros y en ese fluir heraclíteo algunos tendrán la sensación de que participan, de algún modo, de su regulación. En todo caso, uno no deja de sorprenderse al tempo de la vida que es así misma profundamente irónica. Una de las características que confiere al hombre su extraña especificidad en el concierto de las diversas especies se da por su extraña subjetividad o, en otras palabras, por enunciarse como un ser de deseo. Alimentar ese deseo es inscribirse en la vida e imprimirla, de algún modo. El objeto de ese deseo se teje en pro de una esperanza política que conllevaría a una suerte de cambio; algunos lo celebrarán y otros lo temerán. Si el motor de la Historia son a la vez las circunstancias en su modo contingente y fortuito al mismo tiempo que las acciones emprendidas, ya sean individuales o colectivas, en medio de ellas, el porvenir servirá de pronunciamiento sobre esas pasiones exaltadas en relación con dicha esperanza, tanto en el momento de su enunciación como en el de su devenir. Operar un distanciamiento crítico sobre un ahora -o una actualidad- calificado usualmente de histórico no es tarea fácil; esto que se da en el filosofar requiere de condiciones y de una aptitud, de un modo de ser que el entorno social no favorece plenamente. Acudir a unos clásicos y a unos métodos discursivos y prácticos, que han sido objeto de pruebas diversas a lo largo de la historia de la filosofía, bien podría ser una ayuda de cara a la perspectiva enunciada, como también podría serlo la provocación que Usted conforma en la lectura pasional -quizás emocional- en relación con los artículos que Praxis Filosófica le ofrece. La orientación misma de esta lectura que pensamos que es altamente aprehensiva y, de algún modo expresiva, responde a unas inquietudes personales y existenciales en el marco de nuestra sociabilidad, no lo dudamos. Es nuestro deseo y los testimonios recibidos en y fuera de Colombia nos lo demuestran. Nuestro sincero agradecimiento por ello.

Más generalmente ese deseo humano en el entorno académico que nos constituye a la vez que lo figuramos por nuestros ímpetus investigativos y otros, se da por una solicitud dirigida a la filosofía, más aún en un entorno en crisis que se puso más evidente para quienes no podían o no querían durante la pandemia darse cuenta de la infamia que procuraba la diferencia abismal socio-económica entre unos y otros. Esa solicitud se torna a veces en un reclamo en pro de soluciones frente a lo que afecta a nivel individual o cívico, ora a veces en un alimento de la esperanza que una transformación puede operarse como una suerte de consuelo, de alivio o de cura en medio de los males contemporáneos. Es así como se renueva la pregunta ingenua y no menos provocadora sobre la utilidad y la vigencia de los efectos de la filosofía. Actual y eterna pregunta que se da como una buena oportunidad, para la filosofía misma, de afianzar su reflexividad y de medir su disponibilidad hacia una alteridad que la observa e incluso que la ignora. Esa tensión del filosofar que sobrepasa a los profesionales de esta disciplina es la de ayer y es la de hoy. ¿Lo será en un futuro lejano? Arrojado, Lector, por la celeridad de unas innovaciones técnicas sin precedente alguno en la historia de la humanidad, por la premura de una actualidad mediatizada y mundializada, y por el reclamo angustiante de una generación hacia otra, Usted sin duda se cuestiona sobre ese porvenir incierto; Usted sabe, por el hecho de que esos años se inscribieron carnal y espiritualmente en su vivencia y en su entorno, que no hemos medido a plenitud y en conciencia los efectos de la pandemia y, en el caso nacional, del (¿impropiamente?) llamado estallido social. De seguro, la filosofía no puede estar ajena a esas inquietudes y a esos reclamos, más aún cuando provienen de unos ímpetus juveniles y su presencia debería darse con unas creaciones e invenciones que susciten la curiosidad y, sobre todo, el asombro en y fuera del Alma Mater.

Que lo dicho sea una bella ocasión para celebrar la memoria del profesor Rodrigo Romero, fallecido hace poco, y que fue una figura importante en la constitución de nuestro Departamento de Filosofía. Su amable disposición para enfrentar cuestiones relativas a lo político y la política desde el conocimiento hondo de unos clásicos en la materia le permitía arrojar unos diagnósticos e hipótesis sobre el entorno nacional. Su lectura audaz de Harendt o de Hobbes, entre otros, eran pertinentes. Recuerdo en particular -hablemos en primera persona con efecto de asentar en esas breves páginas algo de su personalidad intelectual- hace ya varios años, un seminario de lectura sobre El Leviatán ofrecido generosamente a todos los colegas del Departamento. La referencia al original inglés, acoplada a varias traducciones al castellano y estudios críticos de renombre, no revelaba para nada una suficiencia o una vanidad académica -vanas y tristes pasiones que son en el lote común en el mundillo académico- sino una real intención participativa de filosofar. Su pensamiento en devenir explicitaba la historicidad del autor y de su obra, la relevancia de argumentos, nociones y conceptos a la par que ofrecía una comprensión posible del modus vivendi de lo político en Colombia con efecto, por ejemplo, de validar o invalidar ahí la existencia del Estado en consonancia con nociones que le son atribuidos -esto desde el pensamiento hobbesiano- a saber, la seguridad y la justicia. Quiénes lo conocieron lo pudieron verificar en más de una ocasión, sobre todo, en conferencias públicas que ofreció en diferentes instituciones con carácter universitario con esa bella disposición en pro del arte de la conversación. De hecho, su habilidad retórica y didáctica le propiciaba un acceso fácil hacia los intereses filosóficos de sus interlocutores como también les permitían la posesión de unos medios teóricos para seguir el hilo de su reflexión. Habría que añadir que él vivía espiritualmente -si así sirve el adverbio empleado- la Universidad del Valle en sus loables aspiraciones como en sus crisis que ponían, por momentos, a prueba la institucionalidad. Su carácter eminentemente valluno con comprensión honda del entorno local añadido a una disposición al universalismo -en definitiva, he aquí una suerte de humanismo- hacía de él una figura destacable y amable en nuestro ámbito académico. Sin duda, esta es una de las razones por la cual, una vez jubilado, siguió ofreciendo unos seminarios hasta sus últimos días, antes de estar acosado por problemas graves de salud. Por lo menos, la nueva generación estudiantil pudo beneficiarse de su presencia y de su conocimiento. Su huella queda, si sabemos cultivarla en un diálogo crítico con las interpretaciones que ofreció de los clásicos, a la par que deseamos cultivar los aportes que dejaron los profesores Adolfo León Gómez y Lelio Fernández, de los cuales también lamentamos la partida cuyo recorrido académico hemos recordado en notas editoriales anteriores.

¡Que el inquietante deseo filosófico lo acompañe una vez más, desde este número, y que encuentre en su lectura algo que avive sus ánimos y sentimientos en pro, por lo menos, de una jovialidad intelectual, Estimado Lector!

¡Hasta pronto de nuestras noticias recíprocas!

François Gagin.

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