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Co-herencia

versão impressa ISSN 1794-5887

Co-herencia v.6 n.11 Medellín jul./dez. 2009

 

 

Crónicas sobre la construcción de la ciudad*

Chronicles about the city construction

 

Juan Luis Piñón

jlpinon@hotmail.com

Catedrático de Urbanismo en la ETS Arquitectura de la Universidad Politécnica de Valencia, España.

Recibido: febrero 11 de 2008. Aprobado: julio 14 de 2008

Este texto deriva de la investigación La construcción de la ciudad global, desarrollada en el marco del Taller de urbanismo, del Departamento de urbanismo de la Universidad Politécnica de Valencia, España.


Resumen:

La ciudad, desde la estructuración del Estado Moderno, se ha venido consolidando como el resultado del delicado equilibrio entre los sectores públicos y privados. Equilibrio que se ha visto quebrado por la nueva realidad socio-económica, causa de que el statu quo político haya cedido todo su poder al sector privado. Tarea que se llevará a cabo a través del despliegue: bien de medidas desreguladoras en materia de urbanismo, o bien del uso y abuso del denominado marketing urbano, práctica que ayudará a disolver la práctica del urbanismo, lo reducirá a su dimensión arquitectónica y centrará su interés en la arquitectura llamada del espectáculo: la racionalidad de la ciudad se desvanece entre gestos y logos.

Palabras clave: Urbano, urbanismo, ciudad, arquitectura, política, globalización.


Abstract:

The city, since the consolidation of the Modern State, has become consolidating like result from the delicate balance between publics and privates sectors. Balance that has been broken by the new socioeconomic reality, cause of which political status quo has yielded all his power to the private sector. Task that
will be carry out trough the unfolding: either of the desregulators measures in urbanism subjects, or as well through the use and abuse of the denominated urban marketing, practice that will help to dissolve the urbanism practice, will reduce it to its architectural dimension and that will focus its interest into the architecture called show: the city rationality vanish between gestures and logos.

Key words: Urban, urbanism, city, architecture, policy, globalization.


 

I

Aunque los modelos urbanísticos y arquitectónicos impuestos por la cultura dominante siempre han jugado un papel principal en la configuración la ciudad, hoy su influencia parece diluirse por la presión del nuevo orden mundial, tanto en el "primer mundo" como en los países menos desarrollados. Antes las ciudades se movían en la órbita cultural de los países centrales: Inglaterra, EE.UU., Francia, Portugal, etcétera; eran su extensión natural. La arquitectura y los modelos de ciudad constituían instrumentos silenciosos de dominación. Se partía de un acuerdo tácito y de unos modelos avalados por una historia trashumante de corte barroco. Los recelos pululaban fuera de la órbita de las propias relaciones de poder y la dependencia había que buscarla en otro lugar, probablemente en las relaciones comerciales, porque lo que se imponía era la representación de una idea de Estado diseñado a imagen y semejanza de la metrópolis y, por tanto, libre de toda sospecha.

La forma de Nueva Delhi, Canberra, Río de Janeiro, Goiania o Bello Horizonte, si bien dan cuenta de una manera de hacer y de entender la construcción de la ciudad, sus trazados permanecen ajenos al sistema de relaciones que se establecen entre ellas y el capital corporativo de los países centrales. A finales del ochocientos nada inducía a pensar que entre esas ciudades y las ciudades capital de los países centrales pudiese desarrollarse un comercio asimétrico, ni que dicha asimetría se reproduciría en ciclos cada vez más cortos que darían pie a desarrollos urbanos informales como los que empiezan a desplegarse a mediados del siglo pasado. Sin embargo, siguiendo pautas de proyecto más ajustadas a los nuevos tiempos, allá en los años cincuenta los reajustes superestructurales -ideológicos, políticos y culturales- sí que influirán sobre la forma de construir la ciudad, y lo harán sustituyendo los modelos de tradición Beaux Arts por otros más modernos y universales cuya influencia alcanzará, no sólo los espacios y edificios emblemáticos del poder -en los que se resume la idea de Estado-, sino que se alinearán con las estrategias del capital corporativo y darán pie a conglomerados urbanos en los que será difícil distinguir las exigencias de los propios Estados de las del capital.

 

II

Un excelente caldo de cultivo en el que germinará el tránsito de una idea de ciudad concurrente -modulada por precisas relaciones entre los sectores público y privado, a imagen y semejanza de los países centrales- a otra unidimensional, arbitrada por el capital y tutelada por su lógica. Dos visiones cuya confusión servirá para alimentar el productivismo ideológico que orienta gran número de ciudades y las predispone a participar en la última gran competición entre ellas, la convocada por la globalización y arbitrada por la productividad y las tasas de beneficio; aunque se trate a veces de beneficios difíciles de rastrear por el oscurantismo que suele envolver las contabilidades municipales o por los intereses vinculados al statu quo político.

Ahora bien, la naturaleza compleja de la ciudad impide que los engranajes que mueven el mundo lo hagan libremente. Se abre de este modo un debate sin límites precisos en cuyo punto de mira aparecen, no sólo los anónimos gestores de la ciudad sino los nuevos escenarios diseñados por la globalización, cuya resonancia se ve amortiguada por el intervencionismo de las instituciones dispuestas a colaborar en el diseño de esa comedia que envuelve a la ciudad global, cuyas reglas del juego se ocultan tras el escudo que desde hace aproximadamente tres décadas proporcionan los Planes estratégicos y la locuacidad de una adjetivación basada en la competitividad, la innovación, las tecnologías de la información o la productividad.

Se trata de un juego en el que las cartas están marcadas, en el que se conoce de antemano el ganador, pero no se quiere reconocer ningún perdedor aunque formen parte consubstancial del mismo. Una contradicción propia de una sociedad esquiva, que no sólo impone las reglas sino que lo decide todo: los jugadores, los ganadores y los perdedores; y para mayor escarnio, exige al perdedor hacer acto de presencia en los fastos del poder, participar en los espectáculos que cuidadosamente programa, rendir pleitesía y manifestar admiración, y a la vez ocultar sus verdaderos sentimientos, su desazón, su tristeza o indignación. Un juego trucado en el que cada actor juega su papel, sin interferencias, con complacencia y siempre con la convicción de que más pronto o más tarde recibirá la parte del premio que le corresponde a través de una mano invisible que, como la de A. Smith, beneficiará a todos. Sin embargo, la perfección del método exige una puesta en escena adecuada, verosímil, comprobada, suficiente, rigurosa, de forma que cada cual pueda asumir su papel con absoluta lealtad, de forma positiva, convencido de que con su aquiescencia está colaborando al engrandecimiento de su "patria". Se perfila de ese modo un entreguismo ciego que exigirá a todo ciudadano, tanto la renuncia a ejercer su facultad de juicio como la pérdida de la conciencia, pérdida que lo sumirá en un estado de completa alienación y que comportará a la vez cierta inflexión sentimental, así como la inculcación de suficientes dosis de desesperanza para pensar de acuerdo con los dictados del nuevo ordenamiento mundial. Dicho de otro modo, sólo se les permitirá asistir a los ceremoniales que las nuevas democracias formales ofrecen a los "ciudadanos libres".

 

III

Si a mediados del siglo XX las argucias utilizadas por el poder para el adormecimiento de la población ya habían sido ampliamente experimentadas, en pleno siglo XXI, con la tradición acumulada en décadas anteriores y sin la nebulosa que representaba el muro de Berlín, las acciones de dominación suscritas por los Estados más poderosos alcanzarán sus cotizaciones más altas. La normalización política a la que estamos asistiendo -bajo la cobertura del pensamiento único-, amparada en la reducción de los procesos de adoctrinamiento político a sus homónimos mercantiles, invita a la formulación de nuevas tesis y a la incorporación de nuevas variables. Tesis que permitirán pensar, no sólo en la consagración del marketing1 como forma de pensamiento político, sino en el cambiante sistema de relaciones que el nuevo orden mundial impone.

En efecto, si bien el marketing en sus orígenes se concibe como la fórmula más adecuada para acercar el producto -ciudad, en nuestro caso- al consumidor, hoy, tras varias décadas de elaboración y perfeccionamiento su cometido se distancia del original, centrando su interés no ya en la información sino en el desarrollo de su potencial mixtificador y en su capacidad para deformar la realidad o, lo que es lo mismo, para fabricar realidades virtuales capaces de satisfacer la demanda, no tanto de consumidores -ciudadanos- de productos manufacturados -arquitectura-, sino de idearios de orden político, tarea que sobrepasa los planteamientos iniciales vinculados a la existencia y naturaleza de la ciudad y se sitúa en órbitas de las ideas políticas, económicas y sociológicas que la envuelven. En este contexto los productos son lo que son en tanto que apariencia, la misma que se manifiesta a través de su traducibilidad en imágenes, marcas y logos. De forma que la manipulación de que son objeto los productos y su posterior conversión en símbolos de una realidad instrumental, inauguran un nuevo juego en el que se despojan de sus atributos, del mismo modo que los consumidores dejan de ser los individuos libres de los manuales de filosofía. Reducciones en todos los casos interesadas y arbitradas por la presión mediática impenitente, ejercida por una nueva clase de burócratas integrada por todo tipo de artistas, periodistas, intelectuales y críticos formados en los límites del marketing de ciudades y en su capacidad de transformar la ilusión en negocio. Espacio en el que los arquitectos entran de lleno en el juego.

De este modo, una vez resuelto el problema logístico y aislados sus protagonistas, sólo hace falta encontrar la fisura que permita manejar la ciudad, atender sus pretensiones provincianas o fomentar su disposición a participar en el ranking de ciudades más activas; tarea que recae sobre las acciones que tratan de confundir la ciudad con sus símbolos -impuestos por las agencias de marketing-, la idea de participación ciudadana con la democracia formal, la arquitectura con la ciudad, el arte con la ocurrencia y la historia con el relato. Se busca confundir, además, la creatividad y el rigor con el esperpento o la extravagancia. La ciudad, ante la sequía de ideas encargadas de informar su recomposición, la dificultad para resolver sus problemas de gobernanza -como gusta decir ahora- o los apuros para corregir los abusos derivados de su abandono institucional, se ha convertido en el oscuro objeto de deseo del nuevo capitalismo global, el mismo que amparado en las nuevas tecnologías y el beneficio a corto plazo, no tiene reparos en hacer gala de una gran incultura, ni en desdeñar el patrimonio que a lo largo de años ha legado la humanidad. Pero lo que desde una perspectiva participativa sólo sería una desiderata, se convierte en algo más grave cuando observamos cómo el proceso de apropiación de la ciudad por el capital suele estar apadrinado precisamente por la misma clase política que debería fijar los límites de esa apropiación. La misma que siempre vemos dispuesta a ocultar la verdad, a negar la evidencia y a echar la culpa de todos los males de la ciudad a los propietarios del suelo; es decir, a los propietarios de los suelos agrícolas que rodean las ciudades, los mismos que, herederos de otro modo de producción, se dice, tratan de exprimir y atajar las conquistas del nuevo capitalismo. La misma clase política que legisla y crea las condiciones para que la especulación no sea un mito, sino una realidad.

Así, la ciudad en manos de sus nuevos gestores políticos se convierte en un monstruo bifronte en el que cada una de sus caras refleja intereses contrapuestos: por un lado, los del capital inmobiliario, el mismo que directamente o a través de la gestión de las administraciones del Estado acaparó los mejores suelos para edificar, comprándolos a precios irrisorios y con la mejor financiación con el único objetivo de maximizar sus beneficios. Y, por otro lado, los intereses de una sociedad civil preocupada por la calidad física y medioambiental de la ciudad, por la razonabilidad y calidad de sus espacios, por la transparencia de la gestión política o por el tipo de relación que les permite participar en los procesos y en las tomas de decisión política. Una situación de difícil sostenimiento, debido sobre todo a la presión del capital y a las continuas huidas hacia adelante propiciadas por la clase política.

Ahora bien, ese equilibrio inestable exige una revisión de los principios éticos sobre los que descansa, a la vista cada vez más evidente entre las fuerzas económicas y las políticas instrumentalizadas por el poder político para el gobierno de la ciudad, lo que desemboca en un nudo gordiano. Hay entonces una relación siempre compleja entre la estructura económica y la superestructura ideológica, y en última instancia lo ideológico es determinado por lo económico. Situación responsable de que la ciudad se nos presente cada vez más vacía, fragmentada, inconexa, atomizada, y sin otros atributos que los que desde la ignorancia le imprimen sus promotores previa lobotomización de la demanda, tarea reservada a unos medios de comunicación cada vez más solícitos con el poder. Unos mass media diligentemente adiestrados -por los partidos de uno u otro signo- y siempre dispuestos a concertar estrategias a corto plazo -y sin salirse del guión previamente acordado- sobre la naturaleza de los fenómenos emergentes de la ciudad. Esta es una visión que imperceptiblemente va calando en la sociedad y constituye el principal obstáculo en los procesos de regeneración urbanística. Procesos cada vez más necesarios como se desprende de las condiciones de vida de sus habitantes, a menudo perdidos entre las prédicas de los políticos y la espesura de los mensajes de aliento lanzados desde las altas instancias del poder económico a través de la prensa escrita, de la radio y de la televisión. Prédicas y mensajes a todas luces insuficientes para despejar los rumores y la amenaza de un futuro cada vez más incierto, impregnado del desasosiego producido por la aceleración de los cambios y la fatuidad de sus conquistas, tal como se desprende de esa nueva organización urbana trufada de condominios de cuarzo2 o del cada vez más preocupante cambio climático. Mientras tanto, las clases populares se ven sometidas a la indignidad de tener que avalar con su voto las cada vez peores condiciones de vida a la que se ven sometidos.

 

IV

Pero, del mismo modo que ese nudo gordiano al que nos hemos referido se resiste a su desentrañamiento, sus componentes se muestran transparentes. Cada agente económico juega su papel sin temor alguno, amparado como lo está por el orden legalmente constituido, sin preocuparse por los límites que enmarcan sus actuaciones, consciente de que el denostado "Estado protector", excediéndose en el ejercicio de su deber, acudirá en su ayuda a través de los medios que le son propios. Y se ocupará de recubrir con un nuevo manto de legalidad las prácticas más oscuras, así como de desviar la atención de los verdaderos problemas que acosan a la sociedad hacia espacios menos comprometidos, como el que ocupa, por ejemplo, en la actualidad, el problema de la vivienda.

En este sentido es notable comprobar la facilidad con la que se habla de la especulación del suelo para explicar la carestía de la vivienda, sin dar la menor opción a reflexiones de otro tipo, más sociales y comprometidas con los procesos urbanos. No hay más que acudir a la historia para entender el proceso. Sólo tenemos que invertir el planteamiento para entender los hechos. A finales del XIX, en Alemania (Mancuso, 1980: 76 y ss.), se formulaba la siguiente pregunta: ¿es el alto precio de los terrenos el que obliga a construir Mietkasernen o, viceversa, es la posibilidad de construirlos lo que ha hecho que los terrenos tengan tan alto precio? La respuesta era y es obvia. Ahora bien, aunque es la administración la encargada -a través de sus decisiones articuladas en torno al planeamiento- de regular en primera instancia el valor del suelo, ésta no actúa sola. Del mismo modo que la ciudad de otros tiempos siempre fue un reflejo de su planeamiento, hoy comprobamos que su implementación depende de factores mucho más aleatorios, tales como la desregulación urbanística -libertad de construir lo que se quiera donde se quiera-, la financiación agresiva de raíz hipotecaria -cuya innovación radica en prorrogar las hipotecas hasta los cincuenta años-, el crédito de alto riesgo -con la repercusiones a corto plazo sobre el resto de la economía- o el encarecimiento del suelo a causa de su concentración en pocas manos -generalmente en manos del capital de promoción-, circunstancias que dan cuenta de la complejidad del problema y de los inconvenientes de su segmentación.

Por lo anterior, y a tenor de los hechos, se puede afirmar que estamos ante un problema cuyos límites desbordan las particularidades del mercado y que afectan no solo a la calidad de la ciudad y del espacio público, sino también las políticas sociales, económicas o monetarias, por citar las más visibles. Este es un problema cuya solución trasciende la influencia de cualquier ley -del suelo o de lo que sea- y apunta a la propia concepción del Estado. Si no, ¿cómo entender la promulgación de leyes dirigidas a corregir movimientos especulativos cuando, como hemos visto, el suelo está -desde hace años- en manos del capital de promoción? Tesitura que nos invita a pensar que muchas de las fórmulas arbitradas para atajar los problemas de la ciudad apenas constituyen ejercicios de pura retórica administrativa o de política ficción, sobre todo por su alejamiento de los problemas y distancia de las soluciones; apreciación que perfila un modelo de comportamiento político que, lejos de intentar frenar la inquietud del ciudadano medio con políticas urbanísticas ecuánimes, viene apostando por la sinrazón, por la inseguridad que producen los bandazos de los partidos políticos o cambios de sentido propiciatorios de jugadas urbanísticas de mayor enjundia, como las llevadas a cabo, por ejemplo, a través del Forum 2004 en Barcelona, o la American's Cup, en 2007, en Valencia3 . Apuestas que ratifican los vicios del modelo y la naturaleza de los vínculos que atan a los responsables políticos al capital de promoción. De hecho, desde hace unas décadas no sólo venimos asistiendo -con el asombro de todos- al espectáculo ofrecido por las leyes desregularizadoras, origen de los movimientos especulativos más visibles de los dos últimas décadas en España, sino también de las continuas y disparatadas apuestas arquitectónicas, no menos espectaculares, en las que hemos visto comprometidas inversiones millonarias -de capital público desvalorizado- con el único objetivo de valorizar el capital privado, construyendo en su caso obras faraónicas, con la única contrapartida de la satisfacción del ego de algún presidente, alcalde… o la financiación encubierta de determinados sectores económicos vinculados a la industria del turismo y de la construcción.

 

V.

Sin embargo, la fórmula con la que se trata de vender los modelos de desarrollo urbano no basta para convencer al ciudadano-votante, todavía capaz en su duermevela de discernir la verdad del engaño; exige, por lo demás, poner en marcha la maquinaria publicitaria y afinar los métodos del marketing urbano más sofisticados para despejar de una vez por todas las dudas razonables que pesan sobre la gestión de la propia ciudad. Una tarea ardua y compleja que se pretende conseguir -y de hecho se consigue- con la rehabilitación de un gremio, el de los arquitectos, cuya renuncia a los saberes de la Arquitectura no les ha negado su participación como maestros de ceremonia en los más grandes eventos que la ciudad es capaz de promover -grandes, sobre todo, en inversión. Y es esta rehabilitación profesional la que conduce a esa pléyade de arquitectos (Norman Foster, Jean Nouvel, Santiago Calatrava, Renzo Piano, Richard Rogers y, por supuesto, Koolhaas)4 , que con más resonancia social que otros animadores urbanos: coreógrafos, diseñadores gráficos, publicistas, decoradores, etcétera, con el soporte ideológico que les brindan las administraciones del Estado, las instituciones del poder -centros universitarios incluidos- y, sobre todo, los medios de comunicación, ocupan la cresta de la ola de la popularidad, ejerciendo de famosos e irradiando su "arte" sin mácula, aunque tan "irreprochables", "sublimes" y "locuaces", como funcionales, disciplinados y serviles del nuevo orden económico.

Planteamiento éste que nos enfrenta a un fenómeno en el que lo importante no es tanto la especificidad o la calidad del trabajo cuanto la proyección e impacto mediático del producto; es decir, su potencial publicitario, ya que desde la arquitectura se pueden matar varios pájaros de un tiro. En primer lugar, se puede asumir la difícil tarea de las suplantaciones reiteradas, principalmente las que tratan de reducir la ciudad a emblemas arquitectónicos -o de otro tipo. Actitud que mueve, principalmente a los alcaldes, a acumular objetos de "arte" sin sopesar el valor de los mismos, a través de compras compulsivas a lo Mickel Jackson, en los nuevos bazares del espectáculo donde se diseñan a medida los productos que la prensa diaria y las revistas de divulgación se encargaran de poner de moda. Así, vemos a alcaldes y presidentes de gobierno o de grandes empresas, entre otros, encargar sus disfraces -urbanos- a una serie de estudios convenientemente programados para satisfacer una demanda ávida de símbolos y emblemas de marca, sin distinguir la innovación del esperpento. Tomando gato por liebre, en general, y con la única pretensión de figurar entre los grandes, o entre las grandes ciudades globales, aunque se sepa de antemano que se trata de una misión imposible. En segundo lugar, permite desplegar la cada vez más valorada ideología de la novedad, de la innovación, de la puesta al día, aunque, en realidad, a los edificios más recurrentes se les puede atribuir cualquier cosa menos su condición de novedosos. Al contrario, podemos afirmar que enfrentamos a una cultura dominada por el remake y el "más de lo mismo", aunque quienes tienen la última palabra, es decir, los críticos de los más influyentes medios de comunicación de masas, sean incapaces de valorarlo. Y, en tercer lugar, fomentar y financiar de forma encubierta la reconstrucción de muchos espacios baldíos de la ciudad provocando una transferencia considerable de plusvalías desde el sector público al privado.

Pero un plantel de arquitectos insignes como los que nos ocupan no surgen de la noche a la mañana. Hay que fabricarlo, y en eso colaboran no sólo algunas universidades -anglosajonas, en general, y estadounidenses, en particular- sino también una serie de premios creados a imagen y semejanza, si no de la arquitectura sí de las instituciones a las que representan. Así, no es difícil encontrar entre las nuevas estrellas mediáticas transeúntes de Harvard, premios Pritzer5 , premios Príncipe de Asturias, doctores Honoris Causa; avales que les legitiman, tanto para expedir los correspondientes certificados de calidad cuanto para opinar sobre lo divino y lo humano; en nuestro caso sobre la ciudad y su arquitectura. Pero tras la aureola que envuelve a estas estrellas de la arquitectura hallamos auténticos genios de las finanzas, hombres de negocios, conspicuos agentes comerciales cuya capacidad olfativa para los negocios les hace recorrer el planeta acaparando hasta la última migaja, el ultimo encargo del último alcalde de provincias, siempre de acuerdo con las reglas del juego impuestas por el marketing, aunque este juego les conduzca hasta la indignidad6 . Perfil que no pasa por alto un sector importante de la crítica especializada ni del profesorado universitario que, a pesar de la mordaza que les impone los medios de comunicación y el statu quo político, todavía respira y goza de buena salud, aunque su medio natural de comunicación sean las catacumbas de la cultura del siglo XXI.

Estamos, pues, ante lo que Friedman (2006: cap. 2) podría incorporar como el aplanador número 11, es decir, una nueva forma de homogeneización cultural basada en su funcionalidad política. Un aplanador cuya visibilidad no dependería tanto de las nuevas tecnologías ni sistemas organizativos internos de la profesión, cuanto de la forma -coordinada- en que esa constelación de profesionales acude en tiempo real a la llamada del poder para cubrir algún tipo de evento relacionado con la arquitectura, sobre todo de aquellos cuya dimensión política esconden intereses de proyección a corto plazo, una legislatura por ejemplo. Amén de servir como coartada a cuantiosas inversiones inmobiliarias, y todo eso sin otro esfuerzo que el que exige una cierta retórica postmoderna adobada por alguna que otra lucubración ingenieril.

Por eso podemos afirmar que la arquitectura que se prodiga desde el poder político y económico está más relacionada con la naturaleza de la mercadotecnia que con la propia naturaleza de la arquitectura. Su modo de producción lo sanciona. Da la impresión que se proyecta para y desde la mercadotecnia, aparcando sus atributos para mejor ocasión. O lo que es lo mismo, se asiste a una reducción de la arquitectura a su condición de instrumento connotativo de primera magnitud, fácilmente digerible y con la suficiente entidad para referir determinadas ideologías políticas o prácticas económicas. Eso sí, se trata de una técnica basada en una publicidad mucho más cara que otras, en la medida en que la fantasía se funde con la realidad. Se trata de una publicidad en la que el escenario en vez de ser de cartón piedra es de verdad. Un fenómeno que desborda su propia realidad para situarse en otra órbita, la del delirio, pero con una vocación deliberada de confundir la esencia con la apariencia de los hechos. Un ceremonial basado en la impostura y en la ficción, alevoso, y siempre arbitrado por la firma contratante.

Pero, en este proceso -mistificador- la realidad se venga condenando al demiurgo a reproducir siempre los mismos arquetipos, los mismos gestos, los mismos tópicos, negándoles la entrada en el Wahalla (morada de héroes y dioses en las óperas wagnerianas). Las copias y repeticiones, la indiferencia locacional, la mismidad de las trasgresiones, la veleidad tecnológica, la desmesura, y sobre todo el arraigo publicitario que las envuelve, apenas diferencian los nuevos asaltos de la arquitectura, de las campañas de cualquier producto fetichista. Lo que nos mueve a concluir que la calidad arquitectónica, por supuesto, habrá que buscarla en otros lares, donde no exista otra finalidad que la propia de la arquitectura y donde las prestaciones mercantiles no interfieran en el proceso productivo de la mercancía. Y cuando hablamos de calidad arquitectónica nos estamos refiriendo a una calidad en sentido amplio, integradora, exenta de mistificaciones, de referencias y de símbolos, comprometida con la propia naturaleza de la arquitectura y de la ciudad. Una calidad en cuya naturaleza no cabe la distinción entre arquitectura y ciudad.

 

VI.

Ahora bien, en tiempos marcados por la uniformidad y el estereotipo (en todos los países se consumen los mismos productos, se implementan las mismas democracias y se consienten las mismas trasgresiones) en los que el pensamiento único se pretende sin fisuras, las similitudes se conjugan en su mismidad y unas cuantas marcas acaparan el mercado -a través del libre comercio, el cambio tecnológico y las nuevas comunicaciones-; no cabe la indulgencia ni la comprensión, porque si bien el primer mundo se puede permitir el lujo del despilfarro, del derroche, de la malversación de fondo, de la desigualdad y hasta de la democracia formal, los países en vías de desarrollo tienen que velar hasta el último peso, o el último sol, o el último real, o el último sucre, o el último Bolívar.

Cuando todo el mundo está 'repensando' todo -fórmula estúpida para referirse al conocimiento-, conviene abrir los ojos y mirar al rededor para pensar en libertad, para reconocer en el presente no el final de una etapa sino el comienzo de otra. Es decir, el comienzo de una etapa marcada tanto por la creciente desigualdad como por su capacidad de alejar no sólo la ciudad del campo (de aquel campo humillado una y mil veces por los capitales foráneos, que no han dejado de presionar a los campesinos forzando sus desplazamiento y peregrinación) sino de aislar a los habitantes de esas impresionantes y populosas ciudades "globales", crisoles de sentimientos encontrados e hijas espurias de las mismas migraciones causantes de ese tejido informal incapaz de abrirse camino en la espesura de la miseria.

Pero mientras esto sucede, como un tumor imparable la economía de mercado va erosionando y socavando las frágiles estructuras sobre las que descana la sociedad informal, doblegándola, disgregándola y crispándola sin tregua. Inaugurando un proceso en el que la tan traída y llevada democracia hace mutis por el foro y se desentiende de los problemas que aquejan tanto a la sociedad como a la propia ciudad, y en la que sus políticos apuran sus mandatos deambulando entre el simulacro y la perversión en los cada vez más solícitos terrenos de juego marcados por la globalización. Las ciudades, miopes ante la realidad que las acoge, se guiñan los ojos entre sí con gesto de complicidad, desde lo alto de los rascacielos, satisfechas de sus conquistas; pero la prepotencia con la que irrumpen esos ya viejos símbolos del poder económico en el medio urbano no basta para ocultar la realidad, la misma que lejos de percibirlos como destellos de esperanza, sólo son capaces de distinguir en ellas el reflejo de la miseria.

Cuando ya nadie duda de que las ciudades, dejadas al libre albedrío y bajo la influencia del espectáculo, sucumben irremisiblemente y se deslizan entre los vértigos que produce el hambre y la indignidad, comprobamos que las fuerzas que podrían contrarrestarlos propiciando las correcciones oportunas, aparcan su compromiso esperando tiempos mejores. Y así, vemos como, en primer lugar, y como venimos diciendo, las políticas públicas lejos de plantar cara a los problemas se vienen dejando llevar por los dictados de la economía, aceptando el neoliberalismo como ideología y el mercado como única práctica, o como no-política. Una tesis que no hace más que corroborar el principio de no intervención -minimización- del Estado en temas económicos.

En segundo lugar, comprobamos la inoperancia de los reductos universitarios que, si bien por naturaleza deberían arrojar luz sobre los problemas y las soluciones a arbitrar en la ciudad, apuestan por el sector privado, desnaturalizando sus prioridades y convirtiéndose en apéndices cualificados del mundo empresarial a través de la I+D+i. O lo que es lo mismo, la Universidad velada por los oropeles que un día rubricaron sus señas de identidad, se ha convertido en un socio de conveniencia de las más altas esferas del poder: bien, a través de sus silencios, bien sancionando con sus programas académicos el ideario impuesto por la economía de mercado, en la medida que su comportamiento se asemeja cada vez más a esa suerte de medios de consumo colectivo expresamente diseñados para la reproducción de una clase profesional a veces redundante.

Y, en tercer lugar, debemos hacer mención de la sociedad civil, la misma que con más corazón que agudeza crítica ha optado por discurrir por los encrespados caminos que le marca el capital: bien a través de la burocratización de las grandes ONGD y asociaciones de todo tipo, cuya proximidad y convivencia con el poder político las está reduciendo a meros apéndices o extensiones de los aparatos del Estado; bien cubriendo los huecos que abren las malas administraciones sin profundizar en las razones, potencial y dimensión política de sus acciones.

Pero, aunque las cosas sucedieran de otro modo y asistiéramos a un nuevo renacimiento de la cultura crítica, la tarea no sería fácil. Sin duda el peso de las instituciones acabaría aplastando cualquier reclamación. Habría en todos los casos que recomponer el sistema de relaciones que vincula los entes público y los privado, o las relaciones que subyugan la sociedad civil a la política, tarea que si bien está en la mente de muchos, pocos son los que se atreven a plantearla. Al menos eso es lo que está sucediendo en muchos países en vías de desarrollo, en los que la ciudad no deja de "pensarse" y "repensarse" según las pautas prefijadas por los países ricos, sin mediar reajuste alguno y con la única pretensión de abandonar las condiciones de subdesarrollo en las que viven, ignorantes de que lo único que están haciendo es reproducir los esquemas de dominación de los subdesarrollados por los países dominantes y, por extensión, el modelo económico en el que se apoyan.

 

VII

En contexto de los países en desarrollo es el responsable de la proclamación de un conocimiento y divulgación de trabajos como los que pudimos ver hace unos años, en Lima, del arquitecto Huidobro, estrellas de otros tiempos, en el inigualable patio de su Museo de Arte.

En efecto, durando dos largas horas pudimos ver un sinfín de proyectos de rascacielos proyectados en su estudio para todo el mundo, siempre en los límites de un profesionalismo marcado por la repetición y por la identidad de sus objetivos. En Lima, precisamente; en ese laboratorio de pobreza y desigualdad en el que los pobres y los ricos se escrutan sin apenas mirarse, y a fuerza de negarse apenas se reconocen en sus hechos.

Pero, lejos de lo que debería constituir la razón y motivo de mil debates en la ciudad de Lima: la Ciudad Informal, bajo el paraguas de la ideología que con grandes dosis de cinismo continúa proclamando el fin de la historia, las fuerzas vivas prefirieron no doblegarse ante la evidencia de los hechos y quisieron que Lima recibiera a todos los Huidobros -los de ayer y los de hoy- llamados a sancionar las bondades de la ideología del ganador, del héroe virtual del capitalismo, de ese hombre -se quiera o no- producto de una historia sin historia. De la misma forma que hoy la irritante carrera hacia la nada, una emblemática llamada a navegantes, ha sonrojado a los colombianos torciendo su soberbia, o lo que es lo mismo, la estructura metálica del rascacielos que en Cartagena de Indias se estaba construyendo.

Un rascacielos de setenta plantas de altura al que nunca se le debió dar licencia por razones obvias. Pero seguro que para su consecución alguien, algún día, debió esgrimir como argumento a favor de su construcción el ser el rascacielos más alto de Colombia o de Ibero América. Pero, con su construcción no sólo no se estaba dando un paso hacia delante, sino que se estaba retrocediendo. Colombia olvidó su condición de país dependiente y quiso emular a los dioses, y los dioses la castigaron, y la condenaron a repetir la historia, pero de otro modo.

Ahora acaba de aparecer en la primera página de los periódicos de todo el mundo la noticia de la construcción de un nuevo rascacielos en Centroamérica, en México DF.

Su autor, una estrella mediática: Rem Koolhaas. Un nuevo rascacielos de setenta plantas que sin duda resistirá, porque el arquitecto pondrá toda la carne en el asador para evitar cualquier problema, pero que en ningún caso su arquitecto, ni su promotor, ni el alcalde de la ciudad podrán convencernos de que se trata de un edificio importante. Que se trata de un edificio inmenso es algo que nadie dudará. Que se trata de un edificio muy alto, tampoco. Y que será muy caro es algo que todos damos por supuesto. Pero, fuera de estos atributos, mirado con el filtro de la buena arquitectura sólo podemos decir -a partir de la información de que disponemos- que se trata de un edificio torpe y carente de interés. En esta ocasión no cabe justificación -teórica- alguna, como nos tiene acostumbrados Koolhaas. Atrás queda la "teoría de tubos"7 con la que pretendía fundamentar la nueva arquitectura.

Ahora, nos dice, se trata de un tragaluz que atraviesa el edificio permitiendo el paso de la luz natural. Re-pensando la arquitectura y probablemente con-fundiendo -en un ataque de ansiedad- los rizomas con el rizar el rizo, el insigne arquitecto parece haber re-descubierto el patio de luces. Nada nuevo bajo el sol. Koolhaas nunca decepciona. Pero sobre cualquier contingencia la obra se proyectará como el rascacielos más alto de Latinoamérica, al menos así reza en la noticia de prensa que con todo lujo de detalles nos ofrece el periódico El País de España.

Pero, si el edificio carece de atractivo desde el punto de vista arquitectónico, la noticia arrastra la aflicción que suele inflingir la falta de ideas. Como en cualquier otro país, fiel a la cultura dominante, el alcalde de México DF no ha dejado de asegurar que "el nuevo edificio cambiará la faz de la ciudad y la colocará a la vanguardia de la competitividad"8 . Una frase tan sin sentido como cínica y alejada de la realidad, cuya enjundia sobrepasa los límites de lo tolerable. Frases como ésta las vemos reproducidas a diario en la prensa local de la mismas ciudades que, como México DF, reciben la visita de cualquier multinacional. La vemos tanto en ciudades de veinte millones de habitantes como de uno, dos o cuatro millones. Las frases se repiten, los argumentos -cuando median- son siempre los mismos; sin embargo, la sonroja es inevitable en todos los casos. Una sonroja que invita, por lo demás, a la lucubración, a la duda y a la sospecha, y no tanto por la entidad del proyecto cuanto por la desmesura de los planteamientos. Es muy difícil cambiar la ciudad, eso lo sabemos todos y mucho más lo debe saber el alcalde de México DF, pero en todos los casos aceptar la hipótesis del cambio no presupone el aplauso de la vía exhibicionista, y menos aún cuando la exhibición parte de un poder corporativo ajeno a los problemas de la ciudad y cuyo interés se circunscribe a la apropiación de las particulares condiciones económicas del país en el que se pretende invertir.

Ante apreciaciones como las esgrimidas por el Alcalde de México DF, sólo cabe recomendarle que no navegue por internet y, sobre todo, que no se detenga donde se dan las cifras sobre los rascacielos construidos y en construcción en ciudades como Hong Kong, Shangai o Dubai, básicamente para que no caiga en depresión. Es cierto que nuestro Koolhaas ha pretendido con su diseño distanciarse del futurismo de los rascacielos de los países emergentes, pero no lo es menos que su diseño tampoco participa de la tradición más culta de la arquitectura. Y una prueba evidente la hallamos en la genealogía que orienta su proyecto, según podemos leer en el periódico El País9 , cuando trascribe el sentido de su proyectista: "el rascacielos no hace ascos a la cultura mexicana, sino todo lo contrario: tendrá forma de dos pirámides que se unen en las bases, inspiradas en el sitio prehispánico de Chichén Itzá (Yucatán) declarado recientemente maravilla del mundo".

Afirmación interesante y abierta en la medida que en otro lugar podemos leer: "Según el arquitecto, el proyecto se inspira en la Pirámide del Sol, situada en el complejo arqueológico de Teotihuacán".

Los mexicanos pueden estar satisfechos, su cultura está a salvo. Koolhaas dixit. Las fuerzas mediáticas, además, la avalan. Koolhaas ha tendido el puente definitivo entre la historia y la ciudad sin historia, o lo que es lo mismo: ha cuadrado el círculo10 .

Pero la declaración del Alcalde de México DF va más allá. Parece más inspirada en la bíblica multiplicación de los panes y de los peces que en otra cosa. Sólo un milagro puede hacer que un solo rascacielos cambie la faz de la ciudad. Lo que desde la ideología no deja de remitirnos al género de los milagros, los juegos de cifras -tan denostados como demagógicos- tampoco arrojan luz sobre la importancia, no tanto del edificio proyectado cuanto de la inversión prevista. Uno puede preguntarse, ¿qué son seiscientos millones de dólares norteamericanos en una ciudad de casi veinte millones de habitantes, con más de diez millones de pobres? La respuesta es inmediata: con esos seiscientos millones se podrían autoconstruir más de 100.000 viviendas y crear las condiciones para que se desarrollara económicamente un barrio de 500.000 habitantes. Pero la siguiente pregunta obligada sería: ¿Qué alcance mediático tendría dicha operación? La respuesta en este caso también es presumible: una operación como la que apuntamos, por su peso relativo frente a los 20 millones de habitantes que tiene la ciudad [1 a 40], podría pasar sin pena ni gloria y su impacto mediático tender a cero, aunque en todos los casos, en los tiempos que corren, una apuesta de tal magnitud podría tener un efecto mediático cuanto menos como la reciente noticia referida a la inversión de 500 millones de euros en mejoras barriales propuesta por Sarkozy para resolver los conflictos de la periferia parisina.

 

VIII

Quizás el alcalde de México DF debiera ser más respetuoso con sus ciudadanos y no menospreciarlos prodigando frases como la transcrita, porque si su ciudad no cambia no es por culpa de los más pobres en su continúa mendicación de la supervivencia, sino por el desinterés de los políticos en atajar los problemas y su incapacidad para valorar la fuerza de trabajo disponible en la Ciudad Informal. Sin embargo persisten en la defensa de tesis como la que mantiene el papel redentor de la arquitectura del espectáculo. La miseria se viste de lujo mientras la ciudad se recluye entre los resortes de la globalización, se aplana hasta confundirse con el plasma que le presta su virtualidad. La ciudad desaparece entre los distintivos, enseñas y estandartes que la envuelven y en los que parecen concentrarse los atributos del presente. Quizá dentro de una década la gente reconocerá el rascacielos de Koolhaas, el holandés, o en algún otro edificio de su clan, pero seguro que cada vez serán más los que desconocerán el sentido de las pirámides en las que se inspiró. México se identificará con el holandés y la cultura Maya será el epígono de una historia que nunca existió. La razón política se habrá impuesto una vez más a la razón histórica con la misma insolencia que la clase política se permite despreciar las razones urbanísticas. Los medios de comunicación habrán demostrado junto a su tosquedad crítica su inigualable eficacia. El capital corporativo se hará fuerte en la ciudad, usurpando la imagen de uno de los espacios verdes más elocuentes de México DF. El proyecto se publicará en las revistas oportunas, habrá muchas inauguraciones, ocupará portadas, será objeto de loas, aplausos y felicitaciones. La arquitectura del espectáculo habrá conquistado otra cima, las acciones de los estudios de los arquitectos mediáticos subirán, pero una vez más la arquitectura saldrá perdiendo y la ciudad con ella. Sólo los millones de habitantes de sus barrios marginales, en su adormecida existencia, permanecerán ajenos a los festejos del poder, los que de una u otra forma constituyen la causa de su infortunio.

Y será esa reducción de la ciudad a gestos, símbolos y emblemas la que permitirá ver su perdida de sentido, y comprobar los efectos de la planificación del planeta, los vértigos que despiertan las sombras de la globalización, las consecuencias de las nuevas modalidades de colonización o las secuelas de una publicidad ignominiosa basada en la ocultación, la confusión o la mentira.

Una situación en la que el problemático presente no consigue desprenderse de los estigmas del poder. Ni la tutela de la comic-ciudad de la arquitectura11 ni el nuevo sistema de relaciones público-privado consiguen frenar las crecientes desigualdades urbanas, ni su empobrecimiento ni su informalización. Situación que, por lo demás, sólo parece afectar a la dignidad de sus habitantes, los que probablemente algún día dirán "basta". Momento en el que las cosas quizá podrán cambiar, y la ciudad con un poco de suerte podrá recobrar los valores que nunca debió perder, los mismos que un día guiaron su construcción, como la solidaridad, la integración, la cooperación o la cultura, y todos aquellos que a lo largo de los siglos nos brindaron la oportunidad de reencontrarnos con nosotros mismos. O, quizá, su desesperanza les impedirá decir: ¡No!, en espera de no se sabe bien qué, dejando que las cosas se corrompan hasta el arribo del juicio final.

 

Notas al pie

1 Sobre cómo el marketing ha llegado a suplantar cualquier otro procedimiento de difusión de las ideas políticas, véase (Hamilton, 2006: cap. 5).

2 La lectura del libro de Mike Davis, La ciudad de cuarzo, puede darnos una idea de los límites del fenómeno. Lo que ayer sucedía en Los Ángeles -espejo del capitalismo avanzado- lo vemos fielmente reproducido en las ciudades más dispares de todo el planeta. El miedo a los desórdenes urbanos, las medidas de protección -electrificación de parcelas, vigilancia policial, etc.- son tan frecuentes en la costa oeste de EE.UU. como en Lima, Bogotá, Caracas o cualquier otra ciudad europea (Davis, 2003).

3 Sobre la naturaleza de estos importantes proyectos, puede consultarse: (Piñón, 2004: 23 y ss.).

4 Citados en El País, a través de Gamboa, director general del grupo Danhos el 03-08-2007.

5 El diario El País se encarga de recordarnos que el Pritzer de arquitectura -premio en posesión de Koolhaas y de los demás arquitectos convocados-, es una especie del Nobel de la Arquitectura. Ver: (Relea, 2007).

6 Como botón de muestra basta recordar el paripé que montaron algunos de los arquitectos citados en el acto de presentación del proyecto de Nouvel para el Litoral Valenciano -España. Paripé en el que no faltaron videos laudatorios ni mensajes de apoyo a un proyecto que con toda probabilidad desconocían, para una ciudad que seguro no sabrían situar en un mapa mudo, causando más de un sonrojo entre el público asistente.

7 Nombre con el que el autor subraya determinadas concepciones del espacio postuladas por Koolhaas. Ver: (Piñón, 2004: 19 y ss.).

8 Frase citada por Frances Relea en El País, "Trescientos metros de controversia", 3 de agosto de 2007.

9 Íbídem.

10 Pero parece que las referencias al pasado no son privativas de Koolhaas, también forma parte de los montajes de Norman Foster, quien ahora parece inspirarse en la historia para rematar sus edificios. Las últimas referencias a Gaudí y a los símbolos patrios catalanes para justificar la envolvente del nuevo Camp Nou, en Barcelona, no dejan lugar a la duda. Foster dijo: "Hay aquí una influencia de Gaudí. Los colores de Cataluña y Barcelona envuelven de forma simbólica el estadio con un tejido de baldosas. Tendrá efectos muy bonitos por el día y muy dramáticos por la noche" (Foster, 2007).

11 Como se refleja en las obras de Calatrava, Celaya o Goméz Pioz, visionarios donde los haya.

 

Bibliografía

1. Hamilton, Clive (2006) El fetiche del crecimiento. Pamplona: Laetoli.

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2. Davis, Mike (2000) City of Quartz. Los Angeles, capitale du futur. Paris: La Découverte

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3. Mancuso, Franco (1980) Las experiencias del zoning. Barcelona: Gustavo Gili.

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4. Piñón, Juan Luis (2004) "Las infraestructuras, la arquitectura y la construcción de la ciudad". En: Registros 4. Facultad de arquitectura Urbanismo y Diseño, Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina.

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Fuente de las imágenes

Ortoplano de la ciudad de Lima en el que se puede observar la proximidad de los asentamientos humanos del cerro de San Cristóbal al Palacio Presidencial y a la Plaza de Amas Google Herat

Torre del Bicentenario. Arquitecto Rem Koolhaas. http://mexfiles.files.wordpress.com/2007/07/350px-bicentenario_mexico_tower11.jpg

Torre del Bicentenario. Entorno. http://img527.imageshack.us/img527/5773/killerpreviowp4.jpg

Detalles en los que se trata de mostrar la naturaleza del patio de luces. http://idealogo.net/projects/torrebicentenario/images/contenido/lam6.jpg

Chichén Itzá http://i186.photobucket.com/albums/x131/Quisqueyano_2007/chichen-itza.jpg

Pirámide del Sol. Teotihuacan. http://img509.imageshack.us/img509/4563/151995494f9ef6c5c6ebty9.jpg

Ortoplano del Teotihuacan. Google Herat

 

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