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Theologica Xaveriana

versão impressa ISSN 0120-3649

Theol. Xave. vol.66 no.182 Bogotá dez. 2016

 

La constitución del ser humano como sujeto: teología de la liberación y pensamiento crítico
Carlos Enrique Angarita. Bogotá: Facultad de Teología, Pontificia Universidad Javeriana, 2016. 425 pp.

Camilo Castellanos*

*Abogado, Universidad Nacional de Colombia (Bogotá); activista de derechos humanos e investigador.


Descripción de la temática, estructura y contenidos

En un primer gran capítulo, Angarita pone de presente la necesidad de una teología histórica que, con la ayuda de la revelación, descubra desde la experiencia del creyente los designios trascendentales en materia de conservación y acrecentamiento de la vida.

En el segundo capítulo profundiza el estado actual de la teología de la liberación en el campo eclesial y en la percepción que de ella se tiene desde el pensamiento social. Es de destacar la preocupación por que el cristianismo liberador no pierda identidad, por que mantenga su impronta crítica de las idolatrías y asegure así relativizar los logros y profundizar lo conquistado.

En este sentido, cabe toda la razón a Carlos Enrique Angarita, quien —junto con Helio Gallardo— reclama que los cristianos, en el amplio frente por la justicia, mantengan su propio perfil, denunciando sin piedad las idolatrías y los fetichismos. En el cuadro de una alternativa construida desde la diversidad, los cristianos pueden ser el componente que hace que el conjunto de la sociedad crezca en autonomía, conciencia y responsabilidad, como la levadura en la masa.

El tercer capítulo propone un camino para superar el abatimiento por el aparente cierre de los proyectos alternativos y la desesperanza, cuando el poder de los dominadores es tan abrumador que impele a respuestas suicidas. Apoyado en Walter Benjamin y Franz Hinkelammert, Angarita postula que la reflexión de fe aporte a la reconfiguración de las fuerzas para la transformación, recurriendo a la razón mítica y a la memoria mesiánica. Es la forma de hacer teología que nuestro autor denomina "método histórico trascendental".

El último capítulo se centra en la constitución de los pobres como sujeto, la opción más propia del cristianismo liberador. En un mundo en el que los seres humanos son estructuralmente reemplazados por las máquinas y cada vez mayor cantidad de personas pasa a la condición de población redundante, de desechables, la propuesta es retornar al sujeto, a los pobres convertidos en pueblo.

Breve presentación del autor

Carlos Angarita es Doctor en Teología, Magister en Estudios Políticos, Teólogo y Licenciado en Filología y Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana. Desde 1996 ha sido profesor e investigador de Facultad de Teología de esta misma universidad y actualmente está adscrito al Centro de Formación Teológica de la misma. Su campo de reflexión es la teología política. En sus investigaciones enfatiza en el análisis teológico de la realidad y en su carácter práctico en terreno. Es miembro del Grupo Pensamiento Crítico con sede en Costa Rica.

Crítica del trabajo

Desde una perspectiva programática, Angarita se propone contribuir a que el cristianismo liberador recupere el lugar eminente que ocupó en la Iglesia durante una época en la que nuestra América dio lo mejor de sí para el desarrollo del pensamiento y de la acción social transformadora. Con este propósito establece un diálogo entre la teología de la liberación y las corrientes provenientes de Europa, entre la teología y el pensamiento social crítico, entre la reflexión desde la fe y las dinámicas de las comunidades y de los movimientos sociales.

Tras un rastreo de los principales acontecimientos ocurridos desde el nacimiento de la teología de la liberación hasta hoy, Angarita percibe un relativo debilitamiento de la teología de la liberación, tanto en el ámbito eclesial como en el social. En su opinión, "su fuerza autónoma y su capacidad novedosa de diferenciación han entrado en declive", sin que por ello se pueda declarar su disolución. Se viven tiempos de intemperie, de emergencia de nuevos factores estructurales y de nuevas subjetividades que desafían al cristianismo liberador y para cuyo esclarecimiento dedica su trabajo Carlos Enrique Angarita.

Toda la reflexión del profesor Angarita apunta a fundamentar el protagonismo de los pobres como sujetos. Dice con propiedad que esta condición de sujeto es una contribución de la Modernidad. Privado el orden político de toda fundamentación, más allá de la sociedad misma, el Estado termina siendo una creación social producto del acuerdo entre los asociados. Este enfoque se sustenta en el mito del contrato social, un pacto que se pierde en las penumbras de la prehistoria, pero que sirvió para descabalgar a los monarcas de su condición cuasidivina.

Nuestro autor coincide con John Holloway y Franz Hinkelammert en considerar el rechazo al orden injusto, devenido en ley injusta, como el momento constitutivo del sujeto. Es el momento de la negatividad, del principio del disenso de que habla Javier Muguerza. Es el grito de la víctima, cuando el orden afrenta su dignidad y pone en riesgo inminente su propia existencia. En el grito se conjugan la ira, la desesperación y la esperanza. Es la negatividad que abre nuevas posibilidades.

De aquí se deriva que aun desde el primer momento existe la conciencia, así sea embrionaria, de la situación insoportable, de la indignidad vivida y de la esperanza de poder superar el orden y la ley injustas. De este modo, el momento de la negatividad da paso a la configuración de una inteligencia colectiva, de la unión de voluntades, de la forja de capacidades que se configuran como poder en posibilidad de contender con éxito con los detentadores del privilegio. No bastó rebelarse contra el Faraón y pasar el Mar Rojo: se necesitaron cuarenta años de deambular por el desierto para que el pueblo hebreo tuviera las condiciones para conquistar la tierra prometida.

Con todo, en la constitución de los pobres como pueblo es fundamental ir más allá del grito primordial y entender que se requiere poder para transformar la sociedad y que este poder se construye de abajo a arriba, de lo menos a lo más, de las periferias al centro, a partir de un esfuerzo sostenido de autoorganización de las mayorías, en el que serán frecuentes los saltos en calidad, las rupturas y hasta las pérdidas de rumbo. En este proceso se requieren clarividencia y sentido autocrítico en todos los ámbitos del campo popular.

Reconoce el profesor Angarita que las relaciones sociales han cambiado porque algunos factores estructurales, las mentalidades y las formas de organización y de movilización se han transformado. Por ello es necesario tener un cuadro construido con mayor detalle de la economía de los pobres, de sus estrategias actuales de supervivencia, de su horizonte vital, de sus expectativas frente a la política, de sus vivencias del afecto y de la familia, de los usos del tiempo libre, en lo que consideran de valor, entre otros ítems, de manera que los pobres de nuestros días tengan cuerpo concreto. En esto estriba la importancia de que el pobre se piense como sujeto.

Contribución o aporte de la obra

El libro de Carlos Enrique Angarita es rico en sugerir nociones a retomar y posibles iniciativas a promover. Ernesto Laclau planteaba que un texto es más válido, no tanto por la verdad que pueda contener, cuanto por la creatividad que pueda desatar. Quizás este sea el mayor mérito de La constitución del ser humano como sujeto. Franz Hinkelammert dice, en su prólogo, que Angarita no nos entrega una reflexión terminada. Finalizarla será tarea de los lectores que recurran a este trabajo como pie forzado para otros desarrollos.

Una glosa final: las primeras comunidades que vivían la memoria de Jesús elaboraban, ellas mismas, la comprensión de cómo debían testimoniar la vivencia de su fe. No había nada prescrito al respecto y los evangelios y buena parte de las cartas de los primeros apóstoles y el relato de sus hechos son actas de las reflexiones de estas comunidades iniciales. Los redactores eran escribanos de esa experiencia de fe vivida de manera comunitaria.

Tengo la sospecha de que, en los tiempos de conversión de la Iglesia, en esos periodos de reencuentro con las verdades fundamentales, la gente sencilla ha tomado la iniciativa y ha reinterpretado estas nociones conforme a las exigencias de la época y a sus propias vivencias. Los impulsos reformadores provenientes de lo alto de las jerarquías del poder o del saber se tornan ineficaces si no encuentran en la base un eco que los amplifique y los haga históricamente viables. Si arriba está la formalidad de las normas y los protocolos, abajo esta la fuerza viva de quienes solo tienen la satisfacción de vivir su fe. Se dice que el Espíritu actúa donde quiere, a veces también inspira por abajo.

Creo coincidir con Carlos Enrique Angarita en que, en nuestro tiempo, la experiencia de fe vivida comunitariamente se ha venido elaborando desde las mismas comunidades. Acaso los teólogos sistemáticos debieran convertirse en amplificadores y sistematizadores de lo que ellas expresan, poniendo a su servicio el saber erudito, siendo vehículo para compartir las vivencias y proyectar a otros ámbitos las conquistas en materia de reproducir la vida y destruir los falsos ídolos.

Me anima la convicción de que la riqueza primordial de La constitución del ser humano como sujeto estriba en la capacidad de suscitar nuevos conceptos e iniciativas. En consecuencia, le auguro gran fuerza expansiva, pues si bien no están todas las respuestas, sí ubica los problemas de fondo. Lo demás vendrá por añadidura y será obra de quienes lean este libro.

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