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Revista de Salud Pública

versão impressa ISSN 0124-0064

Rev. salud pública v.11 n.6 Bogotá nov./dez. 2009

 

Editorial

La preocupante tendencia hacia la desprotección social

Juan Carlos Eslava C.
Departamento de Salud Pública, Facultad de Medicina. Universidad Nacional de Colombia


Aunque se procure mirar con serenidad la situación presente y se haga caso omiso al hecho de que, como humanidad, no hemos dejado atrás las guerras, el hambre, la exclusión y la desigualdad social, la época actual nos induce, con demasiada facilidad, hacia el pesimismo.

Al decir de varios sociólogos y pensadores sociales, el mundo en que habitamos y la sociedad misma en que nos desenvolvemos han cambiado de manera notoria. Según su diagnóstico, los hombres y mujeres de finales del siglo XX y comienzos del XXI, vivimos bajo la conciencia de estar experimentando el efecto combinado de tres experiencias dramáticas: la inseguridad, la incertidumbre y la desprotección.

La inseguridad que pone en entre dicho nuestra posición social, la capacidad de insertarnos en las dinámicas productivas y el ejercicio real de nuestros derechos; la incertidumbre ante un futuro que se presagia convulsionado y amenazante; y la desprotección que hace que nuestros cuerpos, nuestros anhelos y cualquiera de nuestras posesiones sean cada vez más vulnerables.

La precariedad, por tanto, se erige como característica de la vida contemporánea, a pesar de que el mundo se percibe, de manera paradójica, más opulento, más libre y más fecundo en posibilidades. La precariedad se ha tornado un signo de los tiempos, a pesar del despliegue de las políticas sociales, la existencia de organismos estatales encargados de garantizar la seguridad social y la inversión de enormes sumas de dinero en programas de asistencia y rehabilitación sociales.

La precarización del empleo y la inseguridad en el trabajo han hecho que la vida de millones de personas se torne incierta y su subsistencia sea particularmente dudosa; la precariedad de los lazos comunales ha hecho que las redes de apoyo sean más frágiles y la carga de soledad de los sujetos más angustiante; la precariedad de las formas organizativas ha hecho que se diluyan los viejos vínculos entre el interés colectivo y la acción política; y la precariedad y debilitamiento de la figura del Estado ha roto las defensas frente al poder apabullante de los mercados.

Ante ello, no resulta tan extraño que la opción de los individuos se dirija hacia el desconsuelo, el cinismo o la búsqueda frenética y voraz por la satisfacción inmediata de los deseos. Si la seguridad a mediano y largo plazo se pierde, y la perplejidad es lo único constante, la estrategia de vivir la vida en el momento sin tener en mente el futuro y, por tanto, sin asumir responsabilidad alguna por las consecuencias de los actos, aparece como algo entendible y hasta razonable.

Como se ve, el panorama no es halagador. Pero es el escenario en el cual tienen que moverse la salud pública, la atención primaria, la promoción de la salud, la medicina social y todas aquellas diversas corrientes de pensamiento en el campo sanitario que abogan por el bienestar colectivo y que asumen la génesis social de los procesos de salud y enfermedad. Su labor, por tanto, no sólo es complicada sino tortuosa. Han de enfrentarse, en últimas, a las tendencias perversas de la modernidad tardía. Tarea colosal y puede que ingrata, pero tarea necesaria.

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