En muchos países existe una preocupación creciente por uno de los fenómenos oncológicos más relevantes de las últimas décadas, el incremento en la incidencia de cáncer de tiroides (CT)1. Esta neoplasia maligna, originada principalmente de las células foliculares, se caracteriza por ser asintomática, de lenta evolución, potencialmente curable y por tener una letalidad menor al 5%2. Dichas distinciones se confieren al tipo diferenciado, que incluye al carcinoma papilar de tiroides y que representa cerca del 90-95% de todos los CT. A su vez, los no diferenciados, que incluyen los carcinomas anaplásico y medular, tienden a ser más agresivos y con mayor letalidad, pero corresponden a menos del 5% de los casos3.
Según datos poblacionales, el CT es el tumor endocrino más común en el mundo, el sexto cáncer más frecuente en población general y el quinto entre mujeres, con una incidencia global estimada en 6,1 por cada 100 000 mujeres para 20144-6. El Ministerio de Salud y Bienestar de la República de Corea realizó un estudio poblacional que incluyó todas las neoplasias diagnosticadas en el país entre 1983 y 2010, y detectó un incremento del CT de 24,2% anual, por lo que, en enero de 2011, era el tumor más prevalente en mujeres, hombres jóvenes, adolescentes y menores de 12 años7. Por su parte, el estudio EUROCARE-58, que incluyó 87 registros poblacionales de 29 países europeos, lo reporta como el cuarto tumor más común en mujeres desde 2008. Para 2019 se estima que será el tercer cáncer más común en mujeres y en 2030 el cuarto cáncer en población general a nivel mundial1.
Respecto a América Central y del Sur, Colombia ocupa el segundo lugar en prevalencia del CT, después de Ecuador6,9,10. Entre 2007 y 2011, la incidencia ajustada nacional fue de 9,4 por 100 000 mujeres y se ubicó como el quinto cáncer más frecuente en esa población11. Además, presenta una razón de incidencia: mortalidad de 3,5 (por cada 3,5 diagnósticos hay una muerte), elevada si se compara con la de países como Argentina (razón 4,7:1), Cuba (5:1), Japón (6,7:1), Polonia (8,7:1), Islandia (12,7:1) y Estados Unidos (19:1); según datos obtenidos del Global Health Data Exchange12. En otra instancia, el registro poblacional de cáncer para el Área Metropolitana de Bucaramanga estimó una incidencia, entre 2003 y 2007, de 9,7 por 100 000 mujeres13, que para el quinquenio 2008 y 2012 ascendió a 14,514, representando un incremento del 49,5% y convirtiéndose, con una frecuencia 2,4 veces mayor que el promedio mundial, en el quinto cáncer más común en población general y el segundo entre las mujeres. Para mostrar una relación, los dos cánceres más frecuentes, mama y próstata, presentaron reducción durante el mismo período del 1,67 y 19,1%, respectivamente13,14.
Con este panorama, sería esperable una proliferación de estudios desde la academia e instituciones de salud pública para determinar los posibles factores de riesgo, etiopatogenia, distribución epidemiológica y comportamiento del CT en la comunidad. En Estados Unidos se caracterizó la enfermedad histopatológica y molecularmente en el 201415, mientras que otros grupos de investigación de países como China16, Corea17 y Rusia18, realizaron estudios similares y reportaron diferencias significativas en sus comunidades. Esto cobra especial relevancia si se tiene en cuenta que se están desarrollado y estudiando opciones farmacológicas dirigidas hacia blancos moleculares, como el XL281 y el AZD6244, con mayor efectividad y mejor tolerancia que las disponibles en la actualidad2.
En Latinoamérica esta situación es diferente: en la búsqueda realizada en varias bases de datos, como PubMed, Biblioteca Virtual en Salud (BVS), Medic Latina, Medline, Imbiomed, Scientific Electronic Library Online (SciELO) y Science Direct, y en el motor de búsqueda general Google®, no se encontraron estudios de impacto sobre el CT en la región. En Colombia, solo se publicaron dos descripciones histopatológicas19,20 correspondientes a escritos meramente descriptivos y con resultados disímiles. No se encontró, por tanto, ningún estudio analítico ni de correlación entre clínica, histopatología y genética/molecular en el continente.
Es por esto que, al menos por ahora, se deben ofrecer a los pacientes colombianos opciones de manejo basadas en investigaciones realizadas en poblaciones de otros continentes, aun cuando los estudios internacionales demostraron importantes variaciones de presentación y mutaciones entre comunidades. El CT está presentando un ascenso vertiginoso en Colombia y, en particular, en el área metropolitana de Bucaramanga, sin conocerse las posibles causas, el comportamiento clínico y el impacto de este evento en la comunidad. Aunque la situación genera muchas preguntas, la falta de información epidemiológica, clínica y molecular obstaculiza la formulación de hipótesis y estudios que propongan protocolos de seguimiento y manejo efectivos, basados en el perfil poblacional local.
Es quizás la baja letalidad lo que limita el interés público por el CT; sin embargo, no se debe subestimar la morbilidad que genera un diagnóstico oncológico y los costos cada vez mayores para el sistema de salud. Desde el Departamento de Patología de la Universidad Industrial de Santander, en conjunto con el servicio de Genética y las especialidades médicas y quirúrgicas del Hospital Universitario de Santander, se están realizando esfuerzos para generar y expandir el conocimiento basado en la evidencia y la experiencia con la comunidad. No obstante, es necesario proponer trabajos colaborativos cada vez más ambiciosos entre las diferentes instituciones académicas públicas y privadas de la región, y todos los actores del sistema de salud (instituciones, profesionales y pacientes). De esta manera, se podrán obtener datos relevantes que permitan el avance científico y se manifiesten con el desarrollo de estrategias prácticas de prevención, focalización de los recursos para la detección temprana, mayor acceso a tratamientos costo/efectivos y por supuesto, la ampliación del horizonte de conocimiento para una neoplasia cada vez más frecuente.