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Colombia Internacional

Print version ISSN 0121-5612

colomb.int.  no.122 Bogotá Apr./June 2025  Epub Apr 23, 2025

https://doi.org/10.7440/colombiaint122.2025.01 

Análisis

Partidos políticos y mecanismos de vinculación en América Latina: tendencias, desafíos y respuestas

Political Parties and Linkage Mechanisms in Latin America: Trends, Challenges, and Responses

Partidos políticos e mecanismos de vinculação na América Latina: tendências, desafios e respostas

Diego Luján** 

Jennifer Cyr*** 

**Es doctor en Ciencia Política por la Universidad Nacional de San Martín (Argentina) y licenciado y magíster en Ciencia Política de la Universidad de la República (Uruguay). Se desempeña como docente e investigador en el Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República (Uruguay) e integra el Sistema Nacional de Investigadores de Uruguay. Sus investigaciones tratan sobre partidos y sistemas de partidos, comportamiento electoral y elecciones presidenciales en América Latina. Últimas publicaciones: “Assessing Electoral Personalism in Latin American Presidential Elections” (en coautoría), Journal of Politics in Latin America 16 (3): 275-299, 2024, https://doi.org/10.1177/1866802X241250034; y “El encanto del personalismo: explicando el ascenso de Nayib Bukele en El Salvador” (en coautoría), América Latina Hoy 94: e31891, 2024, https://doi.org/10.14201/alh.31891. diego.lujan@cienciassociales.edu.uy https://orcid.org/0000-0002-2045-7652

***Es Ph. D. y M.A. en Ciencia Política por la Universidad de Northwestern, y M.A. en Latin American and Caribbean Studies de la Florida International University. Profesora asociada de Ciencia Política de la Universidad Torcuato Di Tella (Argentina). Sus investigaciones tratan sobre la política en América Latina, partidos políticos, instituciones políticas, democratización y métodos cuantitativos. Últimas publicaciones: Doing Good Qualitative Research (coeditora), (Nueva York: Oxford University Press, 2024); y “Desafíos y reflexiones de las tareas académicas en pandemia desde una mirada feminista” (en coautoría), Iberoamericana 22 (80): 209-242, 2022, https://doi.org/10.18441/ibam.22.2022.80.209-242. jmcyr@utdt.edu https://orcid.org/0000-0001-6453-9046


RESUMEN:

Objetivo/contexto:

Se identifican y caracterizan algunas tendencias recientes en las formas de vinculación entre políticos y ciudadanos en América Latina.

Metodología:

Primero, se identifican algunos desafíos que enfrentan las democracias latinoamericanas y que generan cuestionamientos en cuanto a su capacidad para mantener e incrementar los niveles de vinculación política. Segundo, se sostiene que, como respuesta a esos desafíos, han aparecido formas novedosas para conectar a la política con la ciudadanía.

Conclusiones:

Por un lado, el declive partidista ha dado lugar a conexiones de carácter personalista que se sostienen en una retórica antipartidista que impugna las formas tradicionales de intermediación política. Por otro lado, nuevos segmentos sociales han dado lugar a formas de vinculación no tradicionales, que no siguen los patrones típicos de movilización y adhesión, sino que se sostienen en reivindicaciones parciales, no necesariamente de carácter material.

Originalidad:

Estos procesos ponen de manifiesto una complejización de los mecanismos de vinculación política en América Latina. La actualidad ofrece un paisaje más heterogéneo, volátil y potencialmente conflictivo que el que emergió de las democracias de la tercera ola en la región.

PALABRAS CLAVE: América Latina; democracia; identidades negativas; mecanismos de vinculación; personalismo.

ABSTRACT.

Objective/context:

Recent trends in the linkages between politicians and citizens in Latin America are identified and characterized.

Methodology:

Several challenges facing Latin American democracies are identified, which have called into question their ability to maintain and strengthen political linkages. Second, it is argued that new ways of connecting politics with citizens have emerged in response to these challenges.

Conclusions:

On the one hand, the decline in partisanship has led to personalist connections fueled by anti-party rhetoric that undermines traditional forms of political mediation. On the other hand, new social segments have given rise to non-traditional forms of linkage that do not follow the typical patterns of mobilization and adherence, but are supported by partial claims, not necessarily material in nature.

Originality:

These processes reveal an increasing complexity of linkage mechanisms across Latin America. Today’s landscape is more heterogeneous, volatile, and potentially conflictive than that which emerged from the region’s third wave of democratization.

KEYWORDS: linkage mechanisms; Latin America; democracy; personalism; negative identities.

RESUMO:

Objetivo/contexto:

Identificam-se e caracterizam-se as tendências recentes nos vínculos entre políticos e cidadãos na América Latina.

Metodologia:

São identificados diversos desafios enfrentados pelas democracias latino-americanas, os quais colocaram em xeque sua capacidade de manter e ampliar os níveis de vinculação política. Em segundo lugar, argumenta-se que novas formas de conexão entre a política e os cidadãos surgiram como resposta a esses desafios.

Conclusões:

Por um lado, o declínio da identificação partidária deu origem a conexões personalistas sustentadas por uma retórica antipartidária que desafia as formas tradicionais de mediação política. Por outro lado, novos segmentos sociais têm gerado formas não tradicionais de vinculação, que não seguem os padrões típicos de mobilização e adesão, sendo sustentadas por reivindicações parciais, nem sempre de natureza material.

Originalidade:

Esses processos revelam uma complexidade crescente nos mecanismos de vinculação na América Latina. Hoje, o cenário é mais heterogêneo, volátil e potencialmente conflituoso do que aquele que emergiu da terceira onda de democratização na região.

PALAVRAS-CHAVE: América Latina; democracia; identidades negativas; mecanismos de articulação; personalismo.

Introducción

Durante los últimos años, han tenido lugar una serie de cambios políticos relevantes en numerosos países de América Latina. Luego de consumadas las transiciones a la democracia durante la década de 1980, y verificadas las limitaciones inherentes de esos procesos de transición, las sociedades latinoamericanas han experimentado cambios drásticos en cuanto a los elencos de gobierno y las orientaciones políticas. Al fracaso de las políticas del consenso de Washington le siguió el llamado “giro a la izquierda”, cuyas causas y consecuencias siguen siendo motivo de debate y producción académica (Cameron 2009; Castañeda 2006; Cleary 2006; Levitsky y Roberts 2011; Queirolo 2013; Weyland, Madrid y Hunter 2010). En parte como reacción a este giro, grupos y partidos de tendencia opuesta han dado lugar a un cierto auge de movimientos conservadores que lograron acceder al gobierno en varios países de la región; se ha producido pues, en algunos casos, una situación -a tono con la tendencia global- de auge de la derecha e incluso de la extrema derecha (Hunter y Power 2019; Kestler 2022; Luna y Rovira Kaltwasser 2014, 2021 ; Mayka y Smith 2021; Vommaro 2019). En la actualidad, varios países de la región se debaten entre la resistencia (el eventual retorno de experiencias progresistas) y el ascenso de líderes disruptivos con discursos antipolíticos y formas de movilización extrainstitucionales.

En este contexto, algunos conceptos y abordajes teóricos tienen limitaciones para dar cuenta de esos fenómenos. Las formas tradicionales mediante las cuales la política se ha vinculado con la sociedad se han visto alteradas por los importantes cambios recién reseñados, pero también por transformaciones en la estructura social y en el mercado del trabajo, a causa de la irrupción y la masificación de la tecnología de la información y los medios digitales de comunicación. Estas transformaciones desafían la capacidad de los vínculos tradicionales -en muchos casos, formas partidistas de intermediación- para mantener lazos sólidos y estables con individuos y grupos. En su lugar, se han desplegado una serie de mecanismos alternativos o variaciones de los anteriores, que han dado lugar a formas de vinculación novedosas. Asimismo, los discursos antipolíticos y antipartidistas -anclados en las dificultades que muchos gobiernos han mostrado para lograr una provisión suficiente de bienes públicos de calidad- han llevado a que la ciudadanía se desvincule cada vez más de la política y los partidos (Meléndez 2022). Cabe preguntarse, entonces, ¿cómo han evolucionado las formas de vinculación entre la política y la sociedad en América Latina en años recientes? ¿Qué mecanismos han privilegiado los políticos para vincularse con nuevos y viejos votantes en tiempos de declive partidario y desconfianza hacia la política?

En este artículo se busca hacer un recuento e identificar algunas tendencias recientes en los procesos de vinculación entre políticos y ciudadanos en América Latina. Para ello, se identifican, en primer lugar, algunos desafíos específicos que enfrentan las democracias latinoamericanas, y que tensionan la estabilidad de los sistemas políticos y cuestionan su capacidad para mantener e incrementar los niveles de vinculación entre políticos y votantes (Morgan y Meléndez 2016; Sánchez-Sibony 2024). En segundo lugar, se sostiene que, como respuesta a esos desafíos, han surgido formas novedosas para conectar a la política con la sociedad. Por un lado, el declive partidista ha dado lugar a conexiones de carácter personalista que se sostienen sobre una retórica antipartidista que impugna las formas tradicionales de intermediación política. Asimismo, la debilidad partidista y el auge personalista han fomentado distintas manifestaciones de campaña negativa (Garzia y Ferreira Da Silva 2024); se promueven las vinculaciones en sentido negativo, es decir, la construcción de lealtades y adhesiones con base en la oposición a ciertos políticos o ideas particulares (Samuels y Zucco 2018).

Por otro lado, nuevos segmentos sociales, producto de la activación de issues específicos, nuevas identidades y grupos sociales emergentes de transformaciones del mercado laboral y la estructura social, han permitido formas de vinculación no tradicionales. El auge de las tecnologías de la información y de los medios digitales, en particular de las redes sociales, ha facilitado estos procesos de renovación que no siguen los patrones típicos de movilización y adhesión partidaria o sindical, sino que se sostienen en reivindicaciones parciales, no necesariamente de carácter material. Estas reivindicaciones parciales han sido particularmente importantes, en algunos casos, en relación con la forma en que las nuevas generaciones se han vinculado con la política: a partir de la identificación de issues específicos que son suficientes para movilizar el apoyo de votantes jóvenes, sin vincularlos necesariamente con agendas integrales.

Este conjunto de procesos muestra una complejización de los mecanismos de vinculación política en América Latina. La actualidad ofrece un paisaje más heterogéneo, volátil y potencialmente conflictivo que el de las democracias de la tercera ola en la región. La importancia de dar cuenta de estas transformaciones se verifica al menos en dos planos: desde el punto de vista académico, es necesario reconsiderar el alcance de algunos conceptos y su adaptación al nuevo contexto -en ese sentido, proponemos una serie de ideas que puedan contribuir en ese sentido-; y, desde el punto de vista de la gobernabilidad democrática, el agotamiento o declive de formas tradicionales de vinculación ha venido de la mano con la crisis de representación, el malestar, la falta de confianza y de satisfacción con la democracia, lo que, en última instancia, hace posible formas variadas de recesión democrática (Haggard y Kaufman 2021; Mainwaring y Pérez Liñán 2023).

Este número especial busca hacer una contribución a la actualización y la expansión de los estudios sobre la vinculación política en América Latina. El volumen se compone, además de la presente introducción al tema, de seis artículos que tocan desde distintos ángulos esa línea de estudios en direcciones novedosas y complementarias. En la siguiente sección, se repasan los distintos desafíos que enfrentan las formas tradicionales de vinculación política en la región, y se enfatiza en las consecuencias de estos desafíos sobre los partidos políticos y la democracia latinoamericanos. A partir de un repaso de la literatura reciente y de una sistematización de datos de opinión pública, se identifican algunos nudos problemáticos. A continuación, se presentan algunas líneas de análisis sobre las respuestas a dichos desafíos, bajo formas novedosas de vinculación entre la política y la sociedad, y en particular se repasa el personalismo electoral, el rol de las tecnologías de la información y la comunicación, los medios digitales y las redes sociales, y las nuevas identidades políticas en América Latina. En la tercera sección se resumen y ponen en perspectiva los hallazgos y las principales contribuciones de los artículos que integran el presente número temático, para presentar algunas conclusiones preliminares y destacar algunas líneas para una posible agenda de investigación.

Desafíos a los mecanismos de vinculación en América Latina

Durante el fin del siglo XX y los primeros años del XXI, varios países de América Latina atravesaron severas crisis económicas y, en algunas ocasiones, políticas. Las transiciones a la democracia y a la economía de mercado llevaron a cambios estructurales de gran envergadura y a una insatisfacción popular que, solo en algunos casos, pudo canalizarse por la vía partidaria (Roberts 2014). A estos cambios siguió una crisis de representación que, a su vez, llevó al colapso de los sistemas de partidos y a un declive generalizado del partidismo. Sin duda, la crisis de la membresía de los partidos políticos -el vínculo más duradero, quizás, de los que puede haber entre partido y sociedad- ha sido generalizada a nivel mundial (Van Biezen, Mair y Poguntke 2012; Whiteley 2011). Sin embargo, en América Latina la crisis se vivió con más intensidad: fue puntuada por un rechazo profundo de distintos sistemas de partido en la región y, en algunos países, por su colapso (Cyr 2017; Morgan 2011; Seawright 2012).

El ciclo de gobiernos de izquierda que siguió a esta crisis logró revertir, en parte, el deterioro económico y social en varios países, y consiguió niveles de crecimiento económico sostenidos, así como la reducción de los niveles de desigualdad (Feierherd et al. 2023; Sánchez-Ancochea 2021). Sin embargo, esa reversión fue efímera, y dependía de los recursos provenientes de los altos precios de las materias primas exportables de los países de la región. En algunos países que experimentaron con gobiernos de partidos de izquierda o progresistas, hubo una reacción que llevó al poder nuevamente a partidos o candidatos conservadores, como Argentina o Brasil. En otros países, como Venezuela o Nicaragua, la reacción conservadora fue contenida por un endurecimiento de los regímenes que lograron sobrevivir a costa de un dramático deterioro democrático. En cualquier caso, la insatisfacción ciudadana emergió nuevamente como una amenaza contra la gobernabilidad y la calidad democrática. La pandemia del COVID-19 no hizo más que deteriorar las condiciones sociales y económicas de los países de la región, y por ende aumentó los niveles de insatisfacción de la ciudadanía con los gobiernos y con la política en general (Bull y Rivera 2020; Cyr et al. 2021).

Producto de estos sucesos, la confianza ciudadana en los partidos políticos latinoamericanos ha fluctuado en las últimas décadas de forma significativa. Como han anotado otros estudios (Coppedge 2001; Lupu 2014; Roberts 2014), la confianza en los partidos y la identificación partidaria han seguido patrones de deterioro similares a los que se han dado en otras regiones del mundo; se habla desde hace tiempo del fenómeno global del declive de los partidos políticos (Dalton 2000; Van Biezen, Mair y Poguntke 2012; Webb 1995). La tesis del declive de los partidos políticos ha sido, no obstante, desafiada. Algunos estudios sostienen que, antes que declive, se ha verificado un proceso de adaptación partidaria (Coppedge 2001; Cyr 2016; Levitsky 2007). En cualquier caso, el declive o la adaptación de los partidos los ha llevado a convivir con una ciudadanía cuya confianza en ellos se ha ido deteriorando con el paso del tiempo.

La figura 1 muestra los niveles de confianza en los partidos políticos a partir de datos de Latinobarómetro, para un periodo de casi treinta años. La serie anual de la suma de quienes expresan “mucha” y “algo” de confianza en los partidos muestra una variación significativa. Se parte, a mediados de la década de 1990, de niveles de confianza de entre el 20 % y el 30 % (con un máximo en el año 1997), y luego hay un descenso sostenido hasta el año 2003, en el que se llegó a niveles del 10 % como valor mediano. A partir de entonces, se verifica un fuerte repunte con valores que superan la mediana del 20 % y que se mantienen estables hasta los primeros años de la década de 2010. A partir de entonces, se verifica un nuevo declive que muestra niveles de confianza partidaria nuevamente en valores cercanos al 10 % desde 2017.

Fuente: elaboración propia con base en datos de Latinobarómetro.

Figura 1. Confianza en los partidos políticos en América Latina, 1995-2023 

Esta trayectoria de la confianza partidaria muestra un escenario de inestabilidad y deterioro. Además de las consecuencias que este fenómeno tiene para la posibilidad de creación de nuevos partidos exitosos y el sostenimiento de los partidos ya existentes, también muestra, en cierta forma, el agotamiento de la vinculación política basada en los partidos. Dada esta tendencia, es válido preguntar hasta qué punto el espacio que los partidos han ido perdiendo en la confianza ciudadana ha sido ocupado por nuevas formas de vinculación entre la política y la sociedad.

Este agotamiento puede observarse, complementariamente, en la identificación o cercanía a los partidos políticos. La figura 2 muestra el porcentaje de encuestados que se consideran cercanos a algún partido político en los dieciocho países de América Latina durante el periodo 2010-2023. Si bien la serie es más acotada que en el caso de la confianza en los partidos, también se puede apreciar una erosión en el nivel de partidismo. Mientras quienes se consideraban cercanos a algún partido político eran aproximadamente el 45 % de los encuestados en 2010, esa cifra llegaba a un 30 % en 2023. Por supuesto, detrás de esta tendencia general a la baja existe una importante variación nacional pues, en países como Uruguay, República Dominicana, y en menor medida, Paraguay y Honduras, quienes se sienten cercanos a algún partido político han superado a quienes no lo hacen, sea en toda la serie o en parte de ella. Sin embargo, el panorama general muestra un deterioro en los niveles de partidismo, incluso en los países mencionados como excepciones, en los cuales la brecha se reduce o directamente se invierte.

Fuente: elaboración propia con base en datos de Latinobarómetro.

Figura 2. Cercanía a algún partido político, total América Latina, 2010-2023 

El declive de los partidos políticos, ya sea en la forma de partidismo o en la percepción que los ciudadanos tienen de ellos, alimenta una serie de transformaciones en la manera en que se vinculan política y sociedad. Por otra parte, durante las últimas décadas, se han producido cambios relevantes en la forma en la que los líderes políticos y candidatos apelan a los votantes. La irrupción de las tecnologías de la información y los medios digitales ha dado lugar a un debilitamiento en el rol histórico que los partidos políticos han jugado; es decir, fundamentalmente, constituirse como herramientas eficientes de transmisión de información. En la lógica de Downs (1957), los partidos políticos son instrumentos necesarios para los políticos, ya que permiten transmitir con facilidad posicionamientos ideológicos, y son la historia del gobierno o de la oposición.

El auge de las redes sociales, las plataformas de microblogging y la preponderancia de los medios digitales han permitido que la transmisión de información y de posicionamientos (no solo ni principalmente ideológicos) se dé de modo directo, sin intermediación de estructuras y autoridades partidarias (Kluknavská, Havlík y Hanzelka 2024; Metz et al. 2020). En los últimos años, el acceso a internet y el uso de redes sociales se ha multiplicado varias veces. A modo de ejemplo, en el año 2022, el 95 % de los hogares de América Latina y el Caribe tenía acceso al menos a un teléfono inteligente con conexión a internet. A su vez, en promedio, dos tercios de los hogares latinoamericanos tienen conexiones fijas a internet (Banco Mundial 2022). Las campañas centradas en medios digitales permiten sortear los filtros partidarios y centrarse en estrategias basadas en las características de los candidatos.

En conjunto, los cambios reseñados han vuelto conveniente, para los políticos interesados en competir electoralmente, basar sus campañas en estrategias no partidarias. Tanto el debilitamiento de los partidos como el auge de las campañas centradas en los candidatos se relacionan con el auge del personalismo electoral en América Latina (Luján y Acosta y Lara 2024). Por un lado, el declive de los partidos políticos debilita las apelaciones colectivas e impide el cumplimiento -o solo parcialmente- del supuesto que dicta que los avales partidarios son bonus para los candidatos. Por otro lado, las campañas centradas en medios digitales de comunicación favorecen las apelaciones individuales y las campañas centradas en los candidatos.

Dado el creciente nivel de desconfianza hacia los partidos, el hecho de que un candidato sea apoyado por un partido puede ser penalizable a ojos de los votantes. Como ha sostenido Aldrich, “las elecciones contemporáneas, centradas en el candidato, han llegado a ser más deseables para los candidatos ambiciosos que las elecciones tradicionales ‘centradas en los partidos’” (2012, 102). Cuando un político ambicioso quiere disputar un cargo electivo, tradicionalmente encuentra conveniente hacerlo bajo la etiqueta de un partido consolidado, lo que le provee, no solo una base de votantes fija (producto de la reputación del partido), sino también una serie de recursos necesarios para la movilización y la persuasión en la arena electoral (Aldrich 2012). Sin embargo, en contextos en los cuales los partidos políticos están fuertemente desprestigiados en la opinión pública, la búsqueda de cargos dentro de partidos consolidados puede comportar, antes que una base de votantes cautivos, una base de detractores que ven a los partidos como un mal público. En estas condiciones, un político ambicioso encontrará más conveniente huir de los partidos y buscar canalizar su ambición mediante formas de nominación independientes (véase, por ejemplo, Levitsky y Cameron 2003) o con la creación de partidos nuevos como meros vehículos para viabilizar su candidatura (Levitt 2012).

Como ha sostenido originalmente Key (1964), los partidos cumplen ciertas funciones en tres ámbitos: el electoral, el del gobierno y como organizaciones. En consecuencia, el debilitamiento de los partidos puede afectar principalmente a algunas de estas funciones antes que a otras, dando lugar a su debilitamiento asimétrico. Al discutir la tesis del declive partidario, autores como Dalton y Wattenberg (2000) han mostrado, precisamente, que la reconfiguración de los partidos políticos obedece a cambios en las diferentes funciones que estos llevan adelante.

Dadas las distintas funciones cumplidas por los partidos políticos, su declive es asimétrico, pues afecta de forma diferente a cada una de esas funciones. Este declive asimétrico de los partidos se refleja en la relativa facilidad con que los vínculos partidarios pueden reemplazarse en la arena electoral, a la vez que en la continuidad de los partidos como agentes necesarios para garantizar el apoyo legislativo a los presidentes. Esta asimetría lleva a que los partidos se vean amenazados en su función de movilización y persuasión electoral, pero que todavía se les exija en cuanto articuladores de mayorías de gobierno.

Dicho de otro modo, un político puede prescindir de los partidos a la hora de impulsar su candidatura en la medida en que cuente con otros activos electorales como una personalidad destacada o un alto nivel de activismo en el universo de la comunicación digital; sin embargo, una vez que alcanza el poder, el gobernante necesita de los partidos, pues requiere de apoyo para hacer avanzar sus medidas de gobierno, si es que va a mantenerse dentro de la institucionalidad democrática. Como demuestran los casos de Bukele en El Salvador o de Milei en Argentina, es posible llegar al poder sobre la base de vínculos personalistas y del repudio a los partidos, pero una vez alcanzado el objetivo del acceso, tanto Bukele como Milei debieron planear estrategias para garantizarse el apoyo partidario en el legislativo. En el primer caso, Bukele accedió a la presidencia con un contingente legislativo menor, producto de la separación de las elecciones legislativas y las presidenciales, y recién pudo obtener el apoyo necesario cuando su partido obtuvo un notable éxito electoral en las legislativas de 2021. En el caso de Milei, debió acordar con partidos establecidos, como el PRO y la UCR, para lograr avanzar su agenda de reformas en el Congreso. Hasta el día en que escribimos estas líneas, la gobernabilidad de su gestión se encuentra en discusión en la medida en que ha debido recurrir en más de una oportunidad al veto presidencial para evitar que el Congreso le imponga sus preferencias.

Fuente: elaboración propia con base en datos de Latinobarómetro Nota: a los encuestados se les pregunta: “¿Con qué frase está Ud. más de acuerdo? 1. La democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno; 2. En algunas circunstancias, un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático; 3. A la gente como uno, nos da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático”.

Figura 3. Apoyo a la democracia (%), total América Latina, 1995-2023 

Otro desafío importante en relación con la vinculación política tiene que ver con el desgaste democrático en varios países de la región. En 2023, aproximadamente la mitad de los ciudadanos latinoamericanos apoyaba a la democracia sin condicionamientos, cuando entre 1995 y 2015 este número oscilaba entre el 60 % y el 70 %. A su vez, el declive iniciado en 2015 no se dio a expensas del apoyo a un gobierno autoritario frente a determinadas circunstancias, sino a la indiferencia frente a la posición democracia/autoritarismo, que es la respuesta que crece en espejo al descenso del apoyo a la democracia desde 2015 (ver figura 3).

Por otro lado, la satisfacción con la democracia en el país muestra un panorama similar. En promedio, y como se observa en la figura 4, desde el año 2010 se observa un deterioro sistemático en este indicador, en particular un ascenso constante entre 2010 y 2020 de quienes dicen estar “nada satisfechos” con el desempeño de la democracia en su país. Ese deterioro se da a expensas de un continuo descenso del número de quienes se manifiestan “más bien satisfechos”. Este aspecto es importante, pues la literatura ha identificado los problemas vinculados con el desempeño de los gobiernos como uno de los determinantes en el deterioro de los vínculos programáticos (Kitschelt et al. 2010, 45). En efecto, las frustraciones sucesivas con las prestaciones que los ciudadanos reciben de las democracias latinoamericanas pueden ser la base del debilitamiento de las formas de movilización relacionadas con posiciones programáticas; a su vez, esas frustraciones pueden ser el origen de las vinculaciones de carácter personalista o clientelar.

Fuente: elaboración propia con base en datos de Latinobarómetro.

Figura 4. Satisfacción con la democracia en su país (%), total América Latina, 1995-2023 

Si no hay intermediación partidaria, ¿qué hay?

La personalización de la política y de las estrategias electorales

El auge del personalismo es, en cierta forma, resultado del proceso de debilitamiento asimétrico de los partidos, y la arena electoral es el principal escenario del declive. Sin embargo, el personalismo está lejos de ser una novedad en América Latina y, de hecho, ha sido identificado como una tendencia global (Frantz et al. 2021; Garzia, Ferreira Da Silva y De Angelis 2021; Kendall-Taylor, Frantz y Wright 2017; Rahat y Kenig 2018). Son varios los estudios que observan el personalismo como un rasgo característico de la política latinoamericana, y aparece habitualmente asociado con otros calificativos como populismo o caudillismo. A menudo, estas caracterizaciones implícitamente asimilan dos dimensiones diferentes que es conveniente mantener diferenciadas: como sostienen Luján y Acosta y Lara (2024), una primera dimensión se relaciona con la arena gubernamental, es decir, con la forma en la que los líderes políticos ejercen el poder como gobernantes. En este caso, el ejercicio puede estar concentrado en la figura del líder o disperso en actores colectivos como instituciones de gobierno, partidos políticos y distintos colectivos representativos. La personalización del poder implica entonces la concentración del poder político en la persona del líder gobernante. Una segunda dimensión se relaciona con la arena electoral y, a diferencia de la anterior, no refiere al ejercicio del poder, sino a su búsqueda por parte de líderes políticos y candidatos. En este caso, la búsqueda por el poder puede centrarse en apelaciones colectivas como identidades partidarias o ideológicas; o, por el contrario, en apelaciones individuales centradas en la figura del líder, con las que se busca exaltar sus cualidades personales como su simpatía, trayectoria empresarial, juventud o cualquier otro atributo personal cuya valoración se juzgue positiva por parte del electorado.

Una de las consecuencias principales de la respuesta personalista a los desafíos contemporáneos relacionados con la formación y reproducción de vínculos políticos es la fluidez de las identificaciones políticas. En efecto, la identificación de los ciudadanos con políticos individuales permite, en el mejor de los casos, la movilización de sectores amplios en tiempos electorales y, en no pocos casos, ha permitido el éxito electoral (Bolsonaro, Bukele, Milei). Sin embargo, sin una construcción colectiva bajo la forma de una etiqueta partidaria, la capacidad de gobernar bajo formas democráticas está seriamente debilitada. En consecuencia, los gobernantes que acceden al poder mediante el personalismo electoral pueden seguir dos caminos: en primer lugar, si sus gestiones tienen éxito en alguna dimensión relevante (seguridad pública, estabilización económica, lucha contra la corrupción, entre otras), pueden sostenerse en el poder y construir capital político mientras su performance sea visto con buenos ojos por la ciudadanía; alternativamente, y en ausencia de tal desempeño, un gobernante que accedió al poder sobre la base del personalismo electoral tendrá fuertes incentivos para socavar los controles y contrapesos propios de la democracia liberal, lo que dará lugar a procesos de erosión democrática. En cualquier caso, los vínculos personalistas implican mayor inestabilidad, tanto en las identificaciones políticas como en el propio régimen democrático.

Otra consecuencia de la vinculación personalista tiene que ver con el uso de campañas negativas como estrategia de diferenciación electoral. Ejemplos recientes como los de Bolsonaro en Brasil (Amaral 2020; Rennó 2020; Setzler 2021), Bukele en El Salvador (Luján y Puig Lombardi 2024) o Milei en Argentina (Sendra y Marcos-Marne 2024) muestran hasta qué punto líderes personalistas en busca de votos pueden acudir a dañar la imagen de sus adversarios, sus partidos o la política en general. El uso de retórica antipartidista y la impugnación de la política tradicional vuelve particularmente difícil el surgimiento y la reproducción de las formas partidistas de vinculación, en un proceso de autoreproducción de los vínculos personalistas. De hecho, sistemas previamente institucionalizados y estructurados sobre la base de vínculos ideológicos pueden súbitamente devenir en sistemas organizados en torno a las identificaciones personalistas con un líder, como muestra el caso de El Salvador.

A su vez, el personalismo no es únicamente un mecanismo alternativo a las vías partidarias de vinculación. También puede convertirse en una fuente de identificación política, capaz de forjar identidades profundamente arraigadas, capaces de sobrevivir por años, como muestra Andrews-Lee (2021). En efecto, los liderazgos carismáticos tienen una capacidad genética para construir identidades políticas de larga duración, similares a las identidades basadas en vinculaciones programáticas u organizacionales (Andrews-Lee 2021, 205). De hecho, los liderazgos personalistas son capaces de generar identificaciones positivas y negativas basadas en lealtades y el afecto hacia líderes individuales, pero que generan un verdadero “clivaje personalista” alrededor del cual se estructuran las identidades y los comportamientos políticos. Esta característica de los liderazgos carismáticos y personalistas está en la base de las identificaciones políticas en situaciones de baja valencia de los partidos.

El rol de la tecnología en las formas de vinculación: el activismo digital

La existencia de nuevas tecnologías -y, sobre todo, de las redes sociales- exige que los partidos políticos reconsideren cómo se pueden establecer nuevos vínculos con los ciudadanos. Las personas pasan cada vez más tiempo en las pantallas, indicio de la creciente “individualización” de la sociedad (Bauman 2013). La importancia cada vez mayor de las redes sociales puede indicar que estas se están constituyendo en un filtro a través del cual los individuos entienden el mundo a su alrededor. Para nuestro propósito, se puede destacar que, si bien el uso de las redes sociales en la política representa una posible oportunidad para los partidos políticos, actualmente son más los desafíos para los partidos.

Es importante destacar que una falta de vinculación con los partidos políticos no representa una falta de compromiso con la política. De hecho, el campo virtual ha abierto un nuevo espacio en el que los ciudadanos -y sobre todo los jóvenes- pueden expresarse políticamente. Estos “networked young citizens” (Loader, Vromen y Xenos 2014) utilizan las redes sociales para articular sus opiniones y preferencias. Como consecuencia, el uso de las redes sociales termina demostrando una relación estadísticamente positiva con el engagement político (Gil de Zúñiga, Jung y Valenzuela 2012; Zhang y Lin 2018). Las personas que pasan más tiempo en los medios sociales tienen mayor tendencia a compartir noticias políticas en línea, participar en debates políticos, votar (Lee, Shi y Hong 2018) y participar en protestas (Valenzuela et al. 2016).

Sin duda, esta relación entre la participación digital y el compromiso político podría representar una oportunidad propicia para que los partidos políticos establezcan nuevos vínculos con la ciudadanía digital. Dicho eso, la relación entre ciudadano y partido no sería la misma. Entre otras cosas, el rol de los locales partidarios y de otros recursos organizativos (Cyr 2017) sería menor, ya que la relación digital no precisa de ningún espacio físico. De hecho, las redes sociales han modificado la forma en que se socializa con los partidos políticos. Hay “miembros” que interactúan con su partido casi exclusivamente a través de redes (Scarrow 2014 los llama cyber-members). Gibson, Greffet y Cantijoch 2017, por su parte, identifican a tres nuevos “modos de afiliación” partidarios gracias a estas nuevas tecnologías digitales: el activista digital, el amigo (friend) y el público. Cada modo corresponde a las particularidades de las relaciones que existen en las redes, y ninguno necesariamente implica alguna relación presencial. Al final, las posibilidades de movilizar y canalizar las preferencias de la membresía en las redes son distintas. Sin embargo, dado el debilitamiento generalizado de la organización partidaria en el siglo XXI, habría que preguntar si los partidos políticos están a la altura de las circunstancias y si han logrado adaptarse a esta nueva realidad.

El récord empírico sugiere que no ha sido el caso hasta la fecha. De ese aumento en la participación política atribuido a las redes sociales, es notable que no se ha visto ningún aumento parecido en la participación en los partidos políticos per se. En ese sentido, una mayor participación política en el campo digital no parece reflejarse en un aumento correspondiente en la vinculación con los partidos políticos. Al contrario, y de acuerdo con lo que se expuso anteriormente, el uso de las redes sociales ha ayudado a exacerbar la personalización de la política. Entre otras razones, gracias a medios como Instagram, X y TikTok, los candidatos políticos pueden hablar directa y constantemente con la ciudadanía sin tener que depender de ninguna estructura partidaria (Kluknavská, Havlík y Hanzelka 2024; Metz et al. 2020).

De hecho, la literatura existente afirma que el uso de las redes sociales por parte de los candidatos y las candidatas puede terminar obviando la necesidad de los partidos políticos como actor imprescindible -al menos en el diseño de las campañas electorales (Sánchez-Sibony 2024, 12)-. Las distintas apps se han convertido en “bastiones digitales” (Tarullo y Fenoll 2023, 95) de los políticos y las políticas. El uso de ellas ha sido efectivo sobre todo para los candidatos populistas, cuya popularidad se basa en parte en el rechazo de los vínculos partidarios tradicionales (Bene et al. 2022). Así ha sido, por ejemplo, con el presidente Javier Milei de Argentina. Su campaña electoral se definió como “algorítmica” en el país, pues “explotó y capitalizó con acierto las herramientas de las redes sociales en detrimento del anclaje territorial de la política tradicional” (Montero 2024, 3). En vez de reforzar los vínculos partidarios, la campaña de Milei pareciera haberlos minado.

Finalmente, y a nivel más abstracto, sabemos que la desinformación cada vez más preponderante en las redes sociales ha logrado intensificar la falta de confianza por parte de la ciudadanía hacia las instituciones políticas (Sánchez y Middlemas 2022). Este hallazgo es particularmente dañino para los partidos políticos, que ya sufrían de una falta de confianza generalizada a lo largo de la región.

Aún entre los que argumentan que el efecto negativo de las redes sociales sobre la democracia en América Latina ha sido mínimo (Mitchelstein, Matassi y Boczkowski 2020), se reconoce que el rol de la tecnología ha sido el de amplificar tendencias preocupantes ya existentes entre la sociedad y los partidos políticos. Las redes sociales no parecen ser neutrales cuando se trata de entender la evolución de los vínculos partidarios; en realidad, han cambiado la estructura de incentivos para los políticos ambiciosos, al reducir -al menos en el corto plazo- la necesidad del partido político de organizar y ganar una campaña electoral.

A pesar de este análisis poco auspicioso sobre la relación entre tecnologías digitales y los partidos políticos, es importante señalar que, como cualquier regla, hay excepciones a tomar en cuenta cuando se trata de entender el rol de las redes sociales en fortalecer o debilitar los vínculos partidarios. Sin duda, hay ejemplos del uso exitoso de ellas por parte de partidos. En España, por ejemplo, el partido político basado en movimientos sociales, Podemos, utilizó de manera exitosa las redes para movilizar a miles de españoles a su favor en la década de 2010. Los partidos Demócrata y Republicano en los Estados Unidos han organizado campañas digitales de base (grassroots digital campaigns) para expandir sus bases de apoyo y recaudar grandes sumas de dinero mediante una miríada de pequeñas donaciones.

No es imposible, en otras palabras, que los partidos se adapten a la nueva realidad digital. Como nos dicen Chadwick y Stromer-Galley (2016), las “fronteras organizativas” de los partidos políticos son “porosas” (285) y, en teoría, los partidos en América Latina también podrían abrirse y reestructurarse “desde afuera para adentro” y en función del nuevo activismo digital (283). Hasta la fecha, son pocos los estudios que han examinado de manera sistemática el rol de las redes en el desarrollo partidario en la región (Piñeiro-Rodríguez et al. 2024). Aún falta mucho, entonces, para entender cómo estas tecnologías van a incidir en la vida de los partidos políticos de la región. Parte del desafío es tratar, de manera sistemática, las múltiples diferencias organizativas que marcan los partidos de la región, igual que sus distintos niveles de institucionalización.

La antiidentidad: el rechazo hacia actores políticos como posición política

Una tendencia más preocupante en cuanto a la capacidad representativa de los partidos políticos es la emergencia de agrupaciones de individuos que sostienen fuertes sentimientos de rechazo hacia un partido o movimiento político (o varios de ellos), y que además, no se identifican de manera positiva con ningún otro partido o movimiento. Estas personas parecieran tener una antiidentidad política fuerte. Sienten una hostilidad intensa hacia un grupo/partido político (Bankert 2020) y, como consecuencia, saben por quién nunca votarían (Medeiros y Noël 2014). Son personas cuyos comportamientos y actitudes políticas son definidos por su hostilidad intensa, y no son animadas necesariamente por ningún afecto o identidad positivo.

La existencia de antiidentidades o negative partisans no es un fenómeno nuevo. El mismo tema ha sido tratado en la literatura desde hace décadas (véase, por ejemplo, Campbell et al. 1960; Converse 1969) y por la psicología social (Greene 2004; Tajfel 1978; Turner et al. 1987). En la región de América Latina, no se puede dar un panorama completo de la historia política de distintos países sin hablar, por ejemplo, del antiperonismo en el caso de Argentina o del antiaprismo en el Perú.

La literatura existente ha demostrado, de manera contundente, que la antiidentidad puede surgir de manera independiente de cualquier identidad partidaria positiva, y que la antiidentidad tiene un impacto autónomo sobre el comportamiento y las actitudes políticas de las personas que la tienen (Cyr y Meléndez 2016; Medeiros y Noël 2014; Samuels y Zucco 2018). Además, las antiidentidades tienen presencia en múltiples países de la región: se trata de un fenómeno generalizado.

Hay varias razones por las cuales deberíamos preocuparnos por la existencia de la antiidentidad en la región. Primero, es importante enfatizar que una falta de vínculo partidario no implica, a su vez, falta de un vínculo con la política (véase, por ejemplo, Haime y Cantú 2022). La antiidentidad tampoco es sinónimo de apatía política (Samuels y Zucco 2018). De hecho, por el contrario, las personas que cuentan con una antiidentidad política tienden a estar bastante involucradas en la política, pero son motivadas por su propio rechazo hacia un candidato o un partido. Es así que esas personas tienden a votar de manera regular (Caruana McGregor y Stephenson 2015; Mayer 2017), y que su antiidentidad termina siendo un factor clave para determinar su voto (Medeiros y Noël 2014; Vlachová 2001). Asimismo, la antiidentidad tiende a motivar a que ellas participen en distintos actos políticos -por ejemplo, protestas, activismo digital, firmas de peticiones-, siempre y cuando estos terminen perjudicando al candidato o al partido rechazado (Caruana McGregor y Stephenson 2015).

Segundo, la literatura existente sugiere que la relación entre la antiidentidad y la estabilidad del régimen democrático muy probablemente sea negativa. En algunos casos -Brasil, por ejemplo-, la antiidentidad está vinculada con una menor confianza en el sistema democrático (Samuels y Zucco 2018; véase Haime y Cantú 2022 para otra perspectiva). Por otro lado, las personas con una antiidentidad tienden a estar menos satisfechas con el funcionamiento del régimen democrático (Aldrich et al. 2020; Ridge 2020). El efecto de la antiidentidad sobre la satisfacción con el régimen aumenta cuando el partido rechazado está en el poder (Ridge 2020).

Finalmente, hay una clara relación entre la antiidentidad y la polarización afectiva, o la animosidad entre partidarios de distintos partidos (Iyengar et al. 2019, 130). En los últimos años, el resentimiento, el rechazo y hasta el odio por parte de un grupo de partidarios hacia otro grupo han aumentado, y esto ha ocurrido sin, necesariamente, polarización ideológica correspondiente (Levendusky y Malhotra 2016). Esta polarización emotiva no se restringe a gente partidaria. Puede existir entre grupos que se oponen ideológicamente o en cuanto a algún tema político en particular. En suma, es un fenómeno “inter-ciudadano” (Areal 2022, 3), uno que está creciendo de una manera “alarmante” (Areal 2022, 1) en varios países del mundo. Es así que vemos a antichavistas frente a chavistas en Venezuela; antifujimoristas en Perú; antiuribistas en Colombia; antipetistas en Brasil; y antiperonistas y (cada vez más) antimileistas en Argentina, solo para nombrar algunas de estas antiidentidades.

La antiidentidad encaja bien en una situación de polarización afectiva y hasta puede fortalecerla en ciertos contextos políticos. Por un lado, la antiidentidad es una identidad política sostenida por el rechazo hacia algún candidato, partido o movimiento político: es una identidad que se nutre por la misma emoción negativa que ayuda a definir la polarización afectiva. Por otro lado, nuestro entendimiento de la antiidentidad se basa en teorías de psicología social que subrayan el rol del out-group para definir y refinar el contenido del in-group (Turner et al. 1987). Según esta literatura, lo que no soy ayuda a definir lo que sí soy. Lo interesante de la antiidentidad, en contra de las expectativas de esta literatura más tradicional, es que, bajo ciertos contextos de fluidez partidaria y partidos poco institucionalizados, es posible que una persona sepa por quién no votaría sin saber con quién sí se identifica (Cyr y Meléndez 2016; Zhong et al. 2008). Por ejemplo, el antiperonista se nutre del peronismo, sabiendo qué es lo que no es, sin necesariamente saber quién sí es. Se ha creado un “ellos” sin crear un “nosotros” correspondiente (Areal 2022). La hostilidad hacia el otro es más profunda en esta situación (Leonardelli y Toh 2015) y la polarización afectiva (la animadversión hacia el otro) se intensifica. En el caso extremo, la antiidentidad puede fomentar la “deshumanización” del otro (Samuels y Belarmino 2024).

Es evidente el impacto negativo que puede tener la antiidentidad sobre la estabilidad democrática en un país. Los ciudadanos que saben por quién jamás votarían sin saber a quién apoyar representan un grupo de personas motivadas políticamente, con posiciones políticas (negativas) establecidas, pero que no cuentan con ningún candidato, partido o movimiento que logre canalizar sus opiniones y preferencias de manera positiva. En un contexto de vínculos partidarios cada vez más débiles, la posibilidad de que estos individuos establezcan alguna conexión con un partido político -sea este viejo o nuevo- parece baja. Por otro lado, la experiencia reciente en América Latina sugiere que es mucho más probable el surgimiento de algún líder extremo, radical o populista para movilizar a estas personas, un líder que utilice una retórica antagonista, antisistema y que muestre un compromiso débil con la democracia -como ha sido el caso de Jair Bolsonaro en Brasil, de Javier Milei en Argentina y de Nayib Bukele en El Salvador-.

Consideraciones finales. Los vínculos entre la política y la sociedad en América Latina en el siglo XXI

Algunos de los procesos identificados y reseñados brevemente en las secciones anteriores muestran los desafíos que enfrenta la política contemporánea para vincularse con la sociedad. La emergencia de discursos antipolíticos y la irrupción de movimientos y líderes que llegan al gobierno basados en el repudio de la política muestran hasta qué punto estos desafíos pueden tener consecuencias políticas relevantes. En primer lugar, la desvinculación de sectores sociales de la política puede tener efectos sobre los procesos de retroceso democrático. No es de extrañar que varios países de América Latina y el mundo estén atravesando un proceso de recesión democrática (Mainwaring y Pérez-Liñán 2023).

En segundo lugar, las respuestas que la política ha conseguido dar a tales desafíos han sido heterogéneas y no necesariamente coordinadas o consistentes. Por un lado, a la debilidad de los partidos políticos para ofrecer vínculos genuinos de representación le ha seguido el surgimiento y el auge de líderes personalistas que han hecho de tal debilidad su principal activo político. El encanto electoral del personalismo ha llevado, desde el repudio de los partidos y la política establecida, a la exaltación de políticos individuales con ideologías y ambiciones diversas (Luján y Puig Lombardi 2024). Asimismo, el auge de las tecnologías digitales de comunicación ha contribuido a debilitar los vínculos partidarios formales y a reforzar el fenómeno anterior. De esta forma, se crean oportunidades de vinculación virtual y no mediada entre ciudadanos individuales y la política.

Finalmente, la complejidad del panorama que reseñamos deja en evidencia la resiliencia de algunas formas de vinculación tradicionales, a la vez que ha dado paso a nuevos fenómenos que apenas alcanzamos a vislumbrar. Por un lado, la mutación de los vínculos partidarios ha propiciado, como hemos señalado, las identidades negativas y la construcción de nuevas formas de identificación política que se definen por el rechazo de los “otros”. Como analiza el artículo de Cavieres, Guzmán-Castillo y Meléndez (2025) para el caso de cinco países latinoamericanos, la presencia de identidades partidarias negativas puede tener vinculación con afinidades ideológicas, pero no necesariamente es el caso en países como México y Chile, donde no existe un patrón ideológico o programático que las cohesione. En estos casos, las identidades negativas podrían no tener la misma capacidad para reordenar el sistema partidario que aquellos casos en los que sí existe cohesión ideológica.

A su vez, como muestra el artículo de Berman et al. (2025) sobre los casos de Chile y España, las mutaciones ideológicas, en este caso entre partidos de derecha, también han formado parte de las transformaciones partidarias que han buscado adaptarse a contextos democráticos luego de experiencias autoritarias. En ese pasaje, la moderación ideológica ha jugado un rol relevante en la respuesta que estos partidos han dado para mantener y actualizar sus vínculos con la ciudadanía en contextos de democratización.

Pero las respuestas de la política a los desafíos que enfrentan las formas tradicionales de vinculación no se agotan en las identidades negativas o en las mutaciones ideológicas. El artículo de Dosek y Pozada (2025) aborda el estudio de una de las formas de vinculación que ha sido señalada como tradicionalmente vigente en América Latina, como son los vínculos particularistas, en especial el clientelismo y la compra de votos. En su artículo, los autores demuestran, a partir del metaanálisis y de la comparación de los casos de Paraguay y Guatemala, que dichos fenómenos han sufrido cambios relevantes producto del debilitamiento de los partidos. En este caso, las respuestas han ido desde el clientelismo de base partidaria, propio de contextos en donde los partidos gozan todavía de un importante anclaje social y territorial, hacia la compra de votos con base en líderes territoriales que no necesariamente tienen vínculo con los partidos. Así, la personalización de la política que señalamos en las secciones precedentes tiene un correlato local en la figura de líderes individuales que pueden disponer de recursos económicos o de coacción para garantizarse apoyo político y electoral.

A su vez, las novedades en los vínculos entre política y sociedad también alcanzan la relación de las formas tradicionales y partidarias de vinculación con los movimientos sociales. Las estructuras y formas organizativas de los partidos pueden favorecer o entorpecer la relación entre estos y los movimientos sociales y, por tanto, afectar la densidad y la calidad de los vínculos políticos. El estudio de Rocha-Carpiuc y Pérez Bentancur (2025) muestra cómo, en el caso de la lucha por el aborto legal en Bolivia, fue fundamental el rol que jugaron algunas legisladoras del partido de gobierno, cuyos nexos con el movimiento feminista permitieron avanzar una agenda reformista de incierto destino bajo otros formatos organizacionales. De esta forma, se puede pensar en que los diseños institucionales, ya sean de nivel nacional, subnacional o partidario, pueden impactar decididamente sobre las formas de vinculación política.

Además de las mujeres y los movimientos feministas, otros colectivos sociales tienen formas específicas de vincularse con la política, y por tanto no están exentos de transformaciones. En el caso de los jóvenes, se ha sostenido que han sido proclives a desvincularse de la política o a seguir formas alternativas de vinculación, como la cibermilitancia. De hecho, el comportamiento político de las nuevas generaciones, sobre todo en el plano electoral, se ha estudiado para explicar fenómenos como el ascenso de líderes como Javier Milei en Argentina. Diversos estudios muestran que los jóvenes (especialmente varones) inclinaron su apoyo electoral hacia su figura. El artículo de Clerici, Kessler y Vommaro (2025) muestra cómo han evolucionado las evaluaciones y actitudes entre los jóvenes en Argentina, Brasil, Colombia y México. Su artículo muestra que los jóvenes se vinculan con la política crecientemente desde valores neoautoritarios, posiciones más conservadoras en términos morales y menor apoyo a la democracia. Bajo esas condiciones, no es extraño que los jóvenes encuentren en líderes como Milei una alternativa para reconectarse con la política.

Por último, es necesario ampliar el panorama de los vínculos entre la sociedad y el gobierno a actores menos convencionales y, quizás, más preocupantes normativamente hablando. Estos nuevos grupos aparecen para llenar el vacío que se deja cuando los partidos políticos dejan de cumplir con su rol representativo. En el artículo de Badillo Sarmiento, Trejos Rosero y Rodríguez Rodríguez (2025), por ejemplo, se demuestra cómo las organizaciones criminales pueden resistir y perdurar en el tiempo a través del establecimiento de vínculos locales fuertes y duraderos. Específicamente, vemos que la creación de un “régimen de gobernanza criminal altamente arraigado en la comunidad” ha permitido que las Autodefensas Conquistadores de la Sierra Nevada (ACSN), en el norte de Colombia, resistan la incursión de otros grupos armados que buscaban arrebatarles el control social y territorial. En otras palabras, como estrategia de supervivencia, las ACSN lograron asumir las funciones de gobernar y representar, volviéndose las “autoridades” en la comunidad.

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CÓMO CITAR: Luján, Diego y Jennifer Cyr. 2025. “Partidos políticos y mecanismos de vinculación en América Latina: tendencias, desafíos y respuestas”. Colombia Internacional 122: 3-30. https://doi.org/10.7440/colombiaint122.2025.01

Recibido: 05 de Marzo de 2025; Aprobado: 11 de Marzo de 2025

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