Introducción
En el 2001, Gio, de nueve años, se vio forzado a abandonar su región natal, el Naya, en el Pacífico colombiano, debido a una masacre perpetrada por las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC)1. Junto a su familia inició la búsqueda de un nuevo hogar y mejores oportunidades; a los veintidós años llegó a Llano Verde, un barrio periférico de Cali.
En la urbanización, Gio experimentó una mezcla de emociones: nostalgia por dejar su territorio de origen y alegría por encontrarse en un lugar donde las historias de los habitantes eran similares a la suya. Desde el principio, su habilidad para relacionarse le permitió participar con otros jóvenes en actividades comunitarias. Sin embargo, pronto enfrentó los conflictos del barrio: fronteras invisibles2, pandillas, muertes violentas y falta de oportunidades. Estas dificultades lo motivaron a trabajar empecinadamente por la mejoría de las condiciones sociales de sus vecinos, con la ilusión de conseguir el territorio de paz que siempre anheló tras el desplazamiento, y así se convirtió en un líder comunitario.
Para entender lo que Gio vivía, comencé a investigar sobre la configuración de Llano Verde. Encontré que en el 2013 el Estado había otorgado, mayoritariamente a personas víctimas del desplazamiento, viviendas cien por ciento subsidiadas en este barrio. Por esta razón, considero importante referirme a los residentes como personas con trayectorias de desplazamiento, haciendo alusión a las experiencias de los habitantes, a lo largo de sus vidas, con el desplazamiento forzado por el conflicto armado.
En un contexto de desplazamiento y reubicación, la posesión de una casa en Llano Verde generó en los residentes un sentimiento de apropiación y apego a sus infraestructuras. Aunque las viviendas son pequeñas, estas se perciben como una posibilidad de mejora que pone fin al destierro. Al recibir las casas por parte del Estado, las personas pensaron que la reubicación les permitiría vivir en paz. Sin embargo, enfrentaron otro panorama, como lo describe Gio, al encontrar ausencia de oportunidades, de estructuras adecuadas a sus necesidades y de soluciones gubernamentales para el bienestar social.
El alto nivel de desempleo hace que los residentes utilicen las calles, las aceras y los parques para la venta de comidas, y de ese modo forjan una relación con el territorio a través de la cual las personas con trayectorias de desplazamiento buscan resolver sus carencias. En otros casos, venden sustancias psicoactivas. La precariedad en el barrio y la falta de garantía del bienestar social por parte del Estado han favorecido la división del espacio en fronteras invisibles dentro de las cuales las pandillas controlan el territorio. Esto lleva a algunos a encerrarse en sus casas y a la comunidad a organizarse para mejorar la convivencia y tramitar pacíficamente los conflictos. Las problemáticas de Llano Verde y la experiencia con el desplazamiento en el pasado le dan forma al anhelo. Quienes habitan allí no solo imaginan que una vida sin violencia es posible; también emplean acciones concretas (actividades comunitarias, ventas informales y agricultura urbana) para mitigar el daño de la desigualdad y la violencia creando infraestructuras en el espacio público para mejorar sus condiciones sociales y económicas.
Entender la importancia del anhelo para los habitantes me motivó a explorar teorías sobre el tema. Jansen (2015), Mar (2005) y Crapanzano (2003) han identificado que los anhelos y la esperanza ayudan a afrontar el cambio y las dificultades de la violencia, la guerra o la pobreza, incentivando la lucha por objetivos comunes, como la paz y la justicia social. En ese sentido, el concepto se define como “un acto de supervivencia que involucra construir y reconstruir un lugar ideal” (Boym, citado en Dávila Contreras 2020, 7). La búsqueda por el anhelo me llevó a explorar su relación con la territorialidad, entendida como las prácticas y representaciones de un grupo para forjar la apropiación territorial (Haesbaert 2007; Hoffmann 1999). En el caso de estudio, este diálogo se establece con la territorialidad urbana periférica (Ocampo Prado y Martínez Carpeta 2014), por las carencias del barrio y los usos de los habitantes sobre el espacio que pretenden contrarrestar sus dificultades con acciones concretas, para construir su lugar ideal.
Entre las carencias de Llano Verde se cuentan algunas infraestructuras inacabadas, como las zonas verdes. Por esto, los habitantes crean huertas comunitarias, como Sanando Heridas, con las que se espera mejorar la alimentación y fortalecer la solidaridad compartiendo alimentos y relatos del pasado para la sanación de traumas. Al haber vivido en zonas rurales, la relación con la tierra ayuda a las personas con trayectorias de desplazamiento a actualizar estos conocimientos, utilizándolos en beneficio de la comunidad. Aquí, el anhelo les ayuda a trabajar colectivamente por metas comunes, como la unión vecinal, la sanación y el autoconsumo.
Esta etnografía, al enriquecerse con investigaciones sobre las temporalidades, especialmente de las infraestructuras inacabadas, comprende el anhelo de los residentes como una interpretación del devenir (Iparraguirre 2014). Los estudios sobre este tipo de infraestructuras demuestran que los proyectos incompletos de planeación urbana son espacios técnicos y sociales inscritos en procesos continuos, en donde se anudan diversas temporalidades (Guma 2020 y 2022), “con lo que fue, lo que podría ser y lo que podría haber sido” (Carse y Kneas 2019, 14, traducción propia). En estos espacios se forjan relaciones y se transforma el territorio. Por lo tanto, en situaciones en las que el Estado no garantiza el bienestar, las personas reinterpretan y transforman las infraestructuras adecuándolas a sus necesidades (Camargo y Uribe 2022).
Argumento que la temporalidad del anhelo es una experiencia del presente que interactúa con procesos discontinuos del pasado y el futuro. El anhelo conduce a las personas a imaginar una vida próspera y a trabajar por la transformación de las infraestructuras para evitar la repetición de la violencia que ha marcado su historia y, de esta manera, satisfacer sus necesidades de paz y bienestar. Por esta razón, en Llano Verde la territorialidad es dinámica y la temporalidad, discontinua-múltiple-mutable, ya que diversas prácticas y representaciones basadas en el anhelo les permiten a quienes tienen trayectorias de desplazamiento apropiarse del espacio y construir un territorio de paz mediante la creación de infraestructuras propias, como las huertas comunitarias, la organización colectiva y el rebusque.
En el texto, presento los resultados de una investigación cualitativa realizada entre agosto de 2022 y mayo de 2023 en el barrio Llano Verde. Esta investigación tuvo un enfoque etnográfico que combinó la observación participante -realizada en las casas y zonas intermedias mediante el apoyo a los comedores comunitarios, actividades artísticas/deportivas y reuniones creadas por organizaciones de base-, la observación en campo (en una huerta comunitaria), las conversaciones informales, las entrevistas semiestructuradas y la revisión de literatura especializada y fuentes documentales.
Mi inmersión en el barrio fue posible gracias a Gio, mi interlocutor, quien me vinculó con iniciativas comunitarias como las actividades culturales y las reuniones de disertación para mejorar la convivencia, que me permitieron crear relaciones favorables fundadas en la confianza y la cooperación (rapport) con los habitantes (Guber 2004). Con esta inmersión fui aceptada en la comunidad y pude realizar cinco entrevistas3 que fueron robustecidas con múltiples visitas y conversaciones.
El artículo se organiza en cuatro partes. En la primera, se presenta una contextualización social y habitacional del barrio. En la segunda, se analizan la huerta y la vivienda en calidad de infraestructuras donde se anudan temporalidades como las del Estado y las personas con trayectorias de desplazamiento. En la tercera, se identifica el rebusque con la lucha de los habitantes para conseguir lo que no ha llegado a ser en el barrio, en términos de inclusión laboral. En la cuarta, se exploran las temporalidades del presente suspendido y el anhelo en medio de la violencia. Las cuatro contribuyen a entender el anhelo como aquello que hace posible la vida entre complejidades asociadas con la pobreza, la segregación socioespacial y la desigualdad de las personas con trayectorias de desplazamiento en la periferia.
Contexto social y habitacional de Llano Verde
Llano Verde es una urbanización ubicada en el oriente de Cali, en la comuna 15 del distrito de Aguablanca (figura 1)4, que alberga aproximadamente a 26 000 habitantes; un 80 % de ellos es población afro y un 80 % es víctima del desplazamiento forzado (“En Llano Verde” 2020; “Plan de vida ‘Llanoverde’” 2020). Nació en el 2013 a partir de la confluencia de dos políticas habitacionales: el Programa de Vivienda Gratuita (a nivel nacional) y el Plan Jarillón (a nivel municipal). Su configuración, desde la mirada del Estado, buscaba brindar soluciones al déficit habitacional y de acceso a la vivienda de la población más vulnerable (Secretaría de Vivienda y Hábitat 2016). Por ello, entre los años 2013 y 2014 se entregaron 4 319 viviendas totalmente subsidiadas a víctimas del conflicto armado, damnificados por desastres naturales y personas en extrema pobreza (Alcaldía de Santiago de Cali 2020; Gacha Patiño 2016; Ministerio de Vivienda 2012).
Con atributos comunes como las paredes en ladrillo limpio sin repellar (figura 2), dos alcobas, un baño, una cocina, un comedor y una sala que ocupan un área de 46 m², las casas que recibieron los beneficiarios tienen un patrón arquitectónico característico de la vivienda social en América Latina. Su diseño comparte con los complejos de la región la producción a gran escala, la ubicación periférica, el abaratamiento de los costos por el reducido tamaño de las casas y la mirada homogeneizante hacia los pobres (Marichelar 2015; Sugranyes 2005); sin embargo, su construcción suplió un derecho de las personas que habían perdido sus viviendas por el desplazamiento de distintas partes del país, como Chocó, Nariño, Cauca, Valle, Putumayo, Caquetá y Meta (Silva 2017).

Fuente: elaboración propia.
Figura 1 Ubicación de Llano Verde dentro del distrito de Aguablanca en la ciudad de Cali
No obstante, durante los tres primeros años del barrio, el derecho al espacio se vio limitado por la escasa oferta de equipamiento urbano como colegios, centros de salud, centros de desarrollo infantil y comunitario, rutas de transporte y parques destinados a la recreación de los habitantes (Secretaría de Vivienda y Hábitat 2016). Esta ausencia de servicios sociales marginalizó a los residentes racializados, jóvenes y empobrecidos que habían llegado al barrio con la ilusión de mejorar sus condiciones de vida. Por otro lado, el encuentro de personas con distintas culturas y problemáticas previas facilitó la emergencia de nuevas conflictividades y tensiones.
En el 2018, Llano Verde ocupó el sexto puesto entre los barrios con más homicidios de la comuna 15 de Cali (Secretaría de Seguridad y Justicia 2019). Las razones se atribuyen a la delincuencia común y organizada, el microtráfico y las fronteras invisibles, que afectan principalmente a los jóvenes, pero también a líderes y lideresas (Ravelo 2020). Por esta razón, desde el reasentamiento, las condiciones urbanas de alta complejidad obligan a las personas a desplegar estrategias para producir y negociar el espacio que anhelan.
La huerta y las viviendas: infraestructuras donde se anudan temporalidades
En América Latina, las discusiones sobre la eficacia colectiva de la vivienda social se dividen en dos enfoques. Por un lado, hay literatura que sugiere que, en contextos de segregación residencial, mixtura poblacional y aislamiento físico, prevalecen la baja participación comunitaria, la escasa solidaridad y la desconfianza (Álvarez-Rivadulla 2017; Ibarra 2020). Por otro lado, algunos estudios indican que los individuos que comparten situaciones de vulnerabilidad fortalecen su capacidad de actuar colectivamente para mejorar las problemáticas (Hintze 2004; Núñez Padilla 2021; Segovia 2005). En el caso de las personas con trayectorias de desplazamiento, las experiencias territoriales previas y posteriores al desplazamiento les permiten establecer relaciones con el nuevo espacio en Llano Verde. Así, los vínculos y afectos construidos en los lugares que han tenido que abandonar se configuran como referentes en la reubicación y en la producción social del espacio (Lefebvre 2013).
Debido a lo anterior, los habitantes de Llano Verde intentan mantener un lazo con su territorialidad pasada a partir de los recuerdos prósperos y las emociones positivas ligadas a ella. Estos recuerdos motivan la creación de nuevos vínculos comunitarios asociados al interés del grupo por construir un espacio anhelado: reuniéndose en parques y aceras para realizar actividades con los líderes, replicando conocimientos y mejorando las condiciones de vida de los habitantes.
En este marco surgió la huerta comunitaria Sanando Heridas, un espacio creado por la organización de base Semillas de Paz, compuesta por mujeres víctimas del desplazamiento5, con fines de consumo, productividad y sanación para la comunidad. La huerta está ubicada en una zona verde denominada parque de la Virgen. A su alrededor se percibe un ambiente semirrural, con gallos en los andenes y fachadas con arte callejero que denuncia la existencia de fronteras invisibles y de pandillas (notas de campo, 2022).
La huerta es una respuesta de autogestión de la comunidad frente a la institucionalidad, ya que, durante la socialización de entrega de viviendas en el 2013, la Secretaría de Bienestar Social restringió el uso del espacio solo como zona verde. Al principio, las personas se enfrentaron a un suelo improductivo en el que proliferaba la maleza. En el 2022, la comunidad tomó la iniciativa de delimitar el lugar para la huerta utilizando tierra fértil y retomando conocimientos rurales con el fin de obtener autonomía alimentaria y adaptar los modos de vida de una territorialidad pasada como un “referente de ser y hacer en el mundo” (Ocampo Pardo y Martínez Carpeta 2014, 114). La apropiación implicó fertilizar el suelo para, posteriormente, sembrar plantas medicinales y condimentarias, como espinaca, limoncillo, acelgas, ají, lechuga, pimentón, coliflor, perejil, orégano y apio (figura 3).
La realización de este proyecto demuestra cómo interactúan múltiples temporalidades, entre ellas las del Estado y la comunidad. “La tierra es tan importante para esta población desplazada cuando viene de sembrar”. Con estas palabras Norma García, lideresa de la organización y habitante del barrio, se refiere a lo que significa la huerta para ellos en una entrevista hecha por la Alcaldía de Cali (Secretaría de Paz y Cultura Ciudadana 2023). La nostalgia por el pasado refleja la relación de las personas campesinas, negras e indígenas con la naturaleza y la tierra, fundamentada en sus saberes tradicionales. Durante las charlas, las mujeres del Pacífico vinculadas al proyecto me explicaban que en Buenaventura las abuelas les enseñaban el valor de las plantas y los tubérculos para el bienestar de la comunidad y la conservación de la ancestralidad (notas de campo, 2022). Con la llegada a Llano Verde, la relación con la tierra se transformó debido a que el Estado ofreció un acceso limitado a los espacios verdes. Sin embargo, las personas buscaron otras formas de conectar con la tierra a través de la huerta y las plantas.
En la mañana, las mujeres, vestidas con pantalón y botas, se preparan para la cosecha de la huerta. Llevan palas, picas y machetes para “volearle” a la tierra. Aquí, se genera una atmósfera que entremezcla el cotorreo, las risas, el compañerismo y el trabajo arduo para “recoger los frutos en ‘juntanza’”. La laboriosa recolección se convierte en un acto de colaboración e intercambio de experiencias y saberes ancestrales sobre la agricultura. Por ejemplo, una de las mujeres enfatiza en la influencia de las fases lunares para la cosecha, señalando la favorabilidad de la luna llena, mientras que otra destaca la importancia de las plantas medicinales, como el apio y la albahaca, para curar las afecciones estomacales de los niños, así como el valor nutritivo de la acelga (notas de campo, 2022). Al mediodía, la cosecha de la huerta fue utilizada en el comedor comunitario Alimentos con Amor para preparar un sancocho que alimentó a los vecinos. En ese momento comprendí que la huerta proveía alimentos orgánicos para el autoconsumo, enriqueciéndose de un pasado aún vigente (los saberes). Este pasado se actualiza en el proyecto, fortaleciendo las redes de apoyo vecinal y el bienestar de la comunidad, en la medida en que el lugar en el que se desarrolla se convierte en un espacio de sociabilidad (notas de campo, 2022).
La huerta no solo renueva los conocimientos rurales y las prácticas campesinas, también fortalece el tejido social a través de la acción colectiva y la autogestión (Nates Rodríguez 2023; Valoyes 2020). Más que una actividad productiva, esta infraestructura es un espacio que propicia la agencia de la comunidad, permitiéndole apostar por un mejor territorio:
Nosotras sembramos con amor, defendemos la vida y protegemos al territorio. Con nuestros sabores y saberes sanamos la tristeza que nos ha dejado la violencia y el conflicto armado. Nosotras somos mujeres resilientes que demostramos que la juntanza es más fuerte que el odio. (Conversación con Norma, 2022)
Por medio de la solidaridad, las mujeres trascienden el encuentro circunstancial y forman una asociación fuerte para resistir las condiciones de desigualdad y transformar el espacio (Álvarez-Múnera et al. 2020). De esta forma, el anhelo de un territorio digno que se nutre del pasado se proyecta hacia el futuro a través de las iniciativas comunitarias, con la ilusión de construir un mejor lugar.
Como lo expresa Dávila Contreras, “anhelar implica para los individuos en estado de subordinación una dimensión creadora, pues supone actuar con el fin de conseguir el objeto de anhelo” (2020, 7). En este caso, la iniciativa de la huerta se inspira en los recuerdos positivos y en las relaciones de afecto que las personas tenían con la tierra; pero también en el deseo de materializar la idea de que se puede vivir en una comunidad libre de violencia, sosteniendo vínculos de solidaridad y trabajo colaborativo. “Estar acá nos ha ayudado a juntar todas las problemáticas que vivimos y a ayudarnos a tener un entorno digno. Que si un vecino necesita acelga, le damos; que si no tiene pa comer, en el comedor le damos” (conversación con las mujeres de la huerta, 2022). Con el imaginario de que las personas ejercerán acciones que propicien el bien común, se consolidan la territorialidad y la temporalidad del anhelo.
De igual manera, los habitantes, a partir de lo sufrido en sus anteriores territorios, esperan encontrar en Llano Verde un espacio que les permita alejarse de la violencia y la precariedad. Aquí, el anhelo se construye resignificando el pasado y rompiendo tajantemente con experiencias territoriales negativas. Por ejemplo, Rosa, una mujer cabeza de hogar, beneficiaria de una vivienda en Llano Verde, no considera como una opción regresar al casco urbano de Buenaventura, de donde huyó con su familia debido a las amenazas que recibió por parte de bandas criminales. Tras el desplazamiento, Rosa denunció los hechos victimizantes y se radicó en Cali:
Imagínese que, desde el 2008 [cuando la desplazaron] que yo me vine aquí, he ido solamente dos veces a Buenaventura. Me radiqué prácticamente en Cali; no como otras personas que vienen, hacen una declaración [en la Unidad de Atención y Orientación al Desplazado] y vuelven a Buenaventura como si nada. Yo no, mi familia y yo sí nos radicamos, porque vimos que la necesidad que tuvimos sí fue en serio. Le doy gracias a Dios que en parte pude haber salido a tiempo de mi tierra y que puedo darle tranquilidad a mis hijos porque en Buenaventura hay un alza de violencia y se volvió sangrienta nuestra tierra. (Entrevista personal, 2022)
El rompimiento con el pasado se facilitó también por la infraestructura de las nuevas casas. Si bien las viviendas subvencionadas reprodujeron la segregación socioespacial de los desplazados con su estandarización y ubicación periférica, ello no impidió el disfrute por parte de los habitantes. Muchos residentes provenían del Pacífico y otros ya vivían en chozas o cuartos estrechos situados en asentamientos informales y sectores populares de Cali. Por esta razón, las casas nuevas de Llano Verde contrastaron con las dificultades pasadas -como la falta de servicios públicos y viviendas de calidad precaria, elaboradas en madera y techos de zinc-, y sus infraestructuras comenzaron a percibirse como una oportunidad de movilidad social y mejora (Hurtado-Tarazona, Álvarez y Fleischer 2020).
Desde la entrega, el Estado presentó estas infraestructuras como promotoras del progreso y del desarrollo, consolidando su propia temporalidad: la del progreso. Con discursos que catapultaban la vivienda como una “oportunidad de vivir en paz” (Alcaldía de Cali 2013) y una forma de reparar a las víctimas, se fomentó la esperanza en los residentes y, paralelamente, la temporalidad del anhelo. Desde esta temporalidad, el recibimiento de las casas les permitió a los habitantes romper con el destierro, materializando la tenencia y cristalizando un deseo: el de alcanzar el bienestar en el futuro. “Yo decía: ‘Dios, poneme en un lugar [en el que] yo pueda estar tranquila, para darle la oportunidad a mis hijos de no criarse en ese ámbito [de violencia] que yo me crie’” (Rosa, entrevista personal, 2022). Esta interpretación sobre la infraestructura evidencia que el anhelo oscila entre un pasado marcado por el sufrimiento y un futuro soñado de paz:
[Aunque el desplazamiento] fue difícil para mí, la entrega de mi vivienda fue un momento muy emocionante porque estaba pasando por situaciones bastante frustrantes. [Antes de ser beneficiaria de la casa,] vivíamos todos juntos en el Vallado en una sola vivienda y dormíamos todos apeñuscados. En el momento en el que me entregaron mi vivienda sentí que me entregaron una parte de mi vida porque lo anhelé mucho, se lo pedí mucho a Dios. Para mí esta vivienda significa una parte de mi vida porque es lo único que tengo para mis hijos, que no he podido conseguir de pronto de mi lucha de trabajo, pero sí de mi lucha de dejar lo mío, que fue mi tierra. (Rosa, entrevista personal, 2022, énfasis añadido)
En Llano Verde, el deseo de construir un entorno para reivindicar derechos y echar raíces inicia con el acceso a la vivienda, ya que permite mejorar las condiciones de vida de las personas. Esto coincide con las premisas de Quintero Escobar (2021) y Mendoza Hernández (2020a) alrededor de la casa en Llano Verde, de acuerdo con las cuales es un espacio en el que empieza la territorialización, puesto que soluciona las barreras de acceso y produce afectos y apego al lugar circundante. Estos afectos evidencian que las infraestructuras no solo tienen un impacto material, sino también social y emocional en la creación de cohesión social (Camargo y Uribe 2022). La vivienda permite imaginar un territorio anhelado al tomar como referencia las trayectorias de desplazamiento (historias de carencias y despojo), pues proyecta la idea de que se puede transferir la esperanza a otras generaciones y mejorar el porvenir.
El rebusque: la lucha por conseguir lo que no ha llegado a ser
En Llano Verde, aunque las personas con trayectorias de desplazamiento encontraron la posibilidad de superar el daño ocasionado por el conflicto armado con el acceso a la vivienda propia (Mendoza Hernández 2020b), las conflictividades urbanas influyeron en su relación con el barrio. A estos fenómenos, Ocampo Prado y Martínez Carpeta (2014) los denominan territorialidad urbana periférica. Esta territorialidad es una relación en la que los desplazados buscan mejorar su calidad de vida y acceder a bienes y servicios urbanos, reconfigurando algunos de sus conocimientos rurales en la ciudad (como se demostró con la huerta comunitaria); a la vez, es una búsqueda condicionada por lo que el espacio entrega y niega a sus habitantes (Motta González 2009). El espacio social periférico somete a las personas víctimas de desplazamiento a vivir en condiciones de pobreza y exclusión social, pero también fomenta relaciones de solidaridad para combatir las problemáticas mediante el trabajo comunitario.
En Llano Verde, esta territorialidad impacta en las expectativas y las percepciones de seguridad, convirtiendo a las personas en consumidoras excluidas de la ciudad (Gravano 2005), debido a la segregación, la violencia y la desigualdad. Igualmente, moviliza afectos e influye en las iniciativas de los habitantes que apuestan por construir un territorio anhelado.
En cuanto a la segregación, los residentes experimentan la exclusión del mercado laboral por factores como la edad, la raza, la condición de desplazamiento y la obsolescencia del conocimiento y el quehacer rural en la ciudad. Este es el caso de Pedro, un adulto mayor y negro, víctima del desplazamiento, que tenía ingresos rentables en el Chocó y proyectos productivos que le permitían vivir y compartir con su comunidad; pero desde su llegada a Cali ha experimentado el desempleo:
Yo vivía de la agricultura. Yo labraba champa, hacía canaletes. Sembraba papa china. Yo sembraba plátano, maíz, caña, arroz. Yo sembraba hasta seis latas de arroz. Ahora he llegado acá y no, trabajo no me dan. Yo esperaba encontrar que la cosa aquí en la ciudad era diferente. Pero no, esto aquí es duro uno vivir. (Entrevista personal, 2022)
Las dinámicas de poder caleñas, basadas en la hegemonía racial de la blanquitud, limitan la inserción de las personas negras en el mercado laboral (Bonilla 2013; Salazar 2023; Santana-Perlaza 2023). Esto, relacionado con el empobrecimiento y la reubicación por desplazamiento que caracteriza a barrios del oriente de la ciudad, como Llano Verde, agudiza la discriminación. Por eso, Pedro padece la exclusión por el cambio cultural que representa salir de una zona rural del Chocó y llegar a una ciudad principal. Su caso, al igual que el de otros habitantes, demuestra que las expectativas con el reasentamiento en Llano Verde no se limitan a satisfacer la demanda de vivienda y servicios básicos, sino que también implican las demandas relacionadas con el acceso a empleos formales y procesos productivos.
Luz, otra habitante de Llano verde, ha tenido dificultades para acceder al empleo. “Después de que uno trabaje”, dice, “uno soluciona. Usted trabajando puede solucionar pa su salud, pa su educación” (entrevista personal, 2023). Esto coincide con la crítica que hace Álvarez-Rivadulla (2017) a los asentamientos informales de Uruguay, según la cual las infraestructuras y los servicios sociales son insuficientes si no se garantiza la inclusión con equidad en el mercado laboral y en otros sistemas como el educativo y el sanitario. Es en este punto en donde la esperanza de materializar un territorio de paz en Llano Verde “aún no llega a ser” (Bloch, citado en Anderson 2006, 735), debido a que prevalecen la precariedad, la desigualdad y la exclusión.
Las infraestructuras físicas provistas por el Estado, insuficientes para garantizar el bienestar, conducen a las personas a implementar infraestructuras sociales como las prácticas informales en el espacio y las relaciones de colaboración entre vecinos, que ayudan a resistir la adversidad del contexto. Algunas personas de Llano Verde optan por el rebusque para conseguir fines que condensan distintas formas de apropiación y acceder a recursos económicos (Ocampo Prado y Martínez Carpeta 2014). Por ejemplo, Rosa utiliza la esquina de su cuadra como un área de trabajo, vendiendo desayunos y comidas típicas del Pacífico (tintos, hojaldres, masitas y salchichón). Las ventas ambulantes en la periferia son una estrategia de subsistencia permeada tanto por lo que el espacio ofrece -precariedad social- como por lo que niega -empleo y equidad social- (Álvarez Álvarez 2023). En este caso, la experiencia temporal se fragmenta entre la estructura social excluyente y las prácticas tradicionales para anticipar el futuro.
Tal como Rosa se rebusca el sustento con sus saberes culinarios, personas que se vinculan al microtráfico usan los parques, las calles y las zonas verdes para la venta y el consumo de drogas:
Los jóvenes en el barrio están en pandillas. Me puse a ver a un joven, sin juzgarlo, y me di cuenta de que tenía muchas necesidades en su casa y la única manera de conseguir el sustento era vendiendo sustancias psicoactivas. (Gio, entrevista personal, 2022)
La economía ilegal que recorre las calles del barrio permite resolver situaciones de precariedad. Sin embargo, responde a una problemática que trasciende la dimensión económica, como se mostrará a continuación.
El presente suspendido y el anhelo en medio de la violencia
La participación de los jóvenes varones en pandillas y actividades de microtráfico coexiste con los nexos entre los imaginarios predominantes de la masculinidad y la violencia, así como con la marginalidad socioeconómica de las personas racializadas y empobrecidas. En las calles de la periferia, el microtráfico encuentra un terreno fértil porque instrumentaliza a los jóvenes para el mercado; y ellos ceden ante la posibilidad de acumular “capital masculino” para mejorar su estatus, apoyándose en la coacción física y el temor, a semejanza de lo que ocurre con las pandillas en Medellín y Cartagena, como argumentan Álvarez Álvarez (2023) y Baird (2018).
En Llano Verde, la segregación social se relaciona con el racismo estructural a través del reclutamiento de los jóvenes por las pandillas y el incremento de las muertes violentas. Estos fenómenos ubican la violencia de la periferia como el “telón de fondo […] en donde residen los jóvenes negros” (Quintín y Urréa 2000, 256). Con más de doscientos asesinatos desde la configuración de Llano Verde (Secretaría de Seguridad y Justicia 2019), las expectativas de los residentes han menguado y la percepción de inseguridad ha incrementado, lo que afecta el anhelo por alcanzar un territorio de paz. Esto se debe a que emergen sentimientos de miedo hacia los lugares donde se presentan hechos delictivos (Mape Guzmán y Avendaño Arias 2017), como los enfrentamientos entre pandillas, hurtos y asesinatos, que contribuyen al aislamiento y repliegue de los habitantes hacia el espacio privado (Ramírez Kuri 2014).
En agosto de 2022, a dos cuadras del parque principal, estaba realizando entrevistas en horas de la mañana; entre ellas, la de Rosa. Hasta ese momento, las mujeres entrevistadas coincidían en sus relatos al afirmar que la zona donde vivían era objeto de enfrentamientos entre jóvenes vinculados a la pandilla Los Meza y la banda criminal Los Prins (notas de campo, 2022). Poco antes, Rosa había corroborado esta información, agregando que los jóvenes “tiran piedra, no respetan. No respetan que los niños estén jugando en los parques, no respetan si hay un vehículo, no respetan si hay personas reunidas sentadas, sino que pasan por encima” (entrevista personal, 2022). Justo en ese momento se escucharon voces y gritos que provenían de la calle. Rosa, sorprendida por la coincidencia de su descripción y este acontecimiento, se levantó rápidamente de la silla para confirmar sus sospechas y desde el pórtico expresó: “¿Sí ve?, ahí empezaron”. Al comienzo, no pude relacionar los gritos con alguna pandilla y pensé que serían niños jugando; sin embargo, la rapidez con la que Rosa interpretó la situación me hizo comprender que, como habitante, ha adquirido “habilidades” que le permiten leer el territorio y las confrontaciones. Al asomarme, vi niños entre los diez y los trece años escondiéndose detrás de los árboles, lanzando piedras hacia la cuadra de enfrente. Segundos después, Rosa cerró la puerta. Aurora, una joven de veinticinco años beneficiaria del programa de vivienda en Llano Verde, me dijo lo siguiente:
De alguna manera, he revivido los momentos de violencia [en Buenaventura] porque la verdad, últimamente, por esta zona se han visto exactamente las mismas balaceras. A mí me da miedo sentarme allá afuera porque me da miedo que me vayan a robar […], que en cualquier momento lleguen los niños de su barrio, y empiecen con su balacera, su tiraera de piedras [lo dice con un tono de disgusto, haciendo referencia a las confrontaciones que se dan entre dos pandillas al frente de su casa, en una zona verde]. Mi hijo no sale para nada, yo mantengo encerrada. (Entrevista personal, 2022)
Al lado de las infraestructuras de las casas, la huerta y las relaciones entre personas, la continuidad de la violencia implica la aparición de una nueva temporalidad: el presente suspendido (Carse y Kneas 2019). Aquí, la espera paciente y la dimensión creadora del anhelo se perciben como insuficientes, debido a que se prolonga en el tiempo la promesa de paz y la garantía de seguridad, que no ha llegado a ser, por parte del Estado. El limitado alcance de la institucionalidad en los proyectos de bienestar social del barrio (la inexistente atención psicosocial integral para las personas con trayectorias de desplazamiento y la desconexión de los programas deportivos y de empleabilidad frente a las necesidades de inclusión social de los habitantes) conlleva la decepción y la insatisfacción de los habitantes. Aurora es explícita al respecto: “Esperaba encontrar tranquilidad después de todo lo que he vivido, pues yo escuché muchos proyectos y promesas, pero se cumplieron pocos. Yo me hice una gran idea en la cabeza de ilusión” (entrevista personal, 2022). Durante la entrevista, ella mencionó que atribuía su desilusión al incumplimiento del Estado en la implementación de programas sociales para jóvenes.
La distribución de la violencia en el barrio a través de fronteras invisibles puede entenderse en términos infraestructurales, tal y como lo hacen Aguilar y Portilla Rojas (2018) en relación con Potrero Grande6: las calles se constituyen como espacios de miedo y el barrio se fragmenta por las disputas de poder (Bozzano 2017) de la delincuencia común y organizada, que dividen el territorio para controlarlo. En Llano Verde, las fronteras producen insatisfacción residencial, puesto que “somete[n] otros ejercicios de territorialidad de los habitantes, definiendo reglas para sus relaciones cotidianas con el espacio e inhibiendo su uso libre” (Echeverría Ramírez, Rincón Patiño y González Gómez 2000, 102). En relación con esto, Luz afirmaba:
Yo he estado en peligro aquí. A lo primero esto aquí era duro, mami. A mí me amenazaron unos pelados de esas casas, ¡me amenazaron! Y aquí me les quedé. Sí, mami, porque, por ejemplo, si yo soy de este lado [donde se ubica la pandilla Los Meza, zona en la que fueron reubicados los beneficiarios del Plan Jarillón], yo no puedo tratar a los de allá [jóvenes que están vinculados a la banda Los Prins, que se encuentran cerca del parque principal], porque supuestamente uno da información. ¿Cómo así, a la gente qué le pasa? Yo le dije: “Yo no estoy a favor de nadie acá, yo lo único que hago es orarle al Señor, de que no haiga derramamiento de sangre”. (Entrevista personal, 2023)
La violencia contribuye al aislamiento, el encierro y la adaptación de los habitantes a la situación. No obstante, junto a ella coexisten los procesos de integración, paz y convivencia para la resolución de conflictos territoriales. Esto supone un doble efecto: por un lado, la debilitación de la dimensión pública, puesto que inhibe el uso del espacio y, por otro lado, el fortalecimiento de las organizaciones sociales “para intervenir el conflicto, ampliando su participación ciudadana y su presencia en los escenarios públicos” (Echeverría Ramírez, Rincón Patiño y González Gómez 2000, 102). Por esta razón, en Llano Verde el trabajo activo de las organizaciones de base y los líderes sociales permite llevar a cabo acciones colectivas legitimadas por la comunidad que contrarrestan los efectos de la segregación y la violencia.
Como la paz y el bienestar no han sido garantizados con la reubicación urbana, las personas han buscado aquello que no ha llegado a ser y que desean (Dávila Contreras 2020). Aquí, el anhelo actúa como una herramienta de supervivencia que permite vislumbrar un futuro incierto como un tiempo en el que los habitantes habrán resuelto lo que la institucionalidad no ha cumplido en términos de paz territorial. El anhelo motiva acciones en Llano Verde, contrarrestando elementos indeseables como la violencia e imaginando la concreción del bienestar a través de la organización comunitaria. Así, la dimensión creativa, resiliente y autogestora del anhelo genera cohesión en medio de la complejidad, en busca de la transformación en el futuro (Biehl y Locke 2017).
En esa vía, las estrategias para construir un ambiente social digno apuestan por mejorar la convivencia y resolver pacíficamente los conflictos, con lo cual influyen en la apropiación territorial (Segovia 2005). Tales estrategias, que incluyen el trabajo colectivo y los liderazgos sociales, promueven el bienestar comunitario mediante los espacios de diálogo y las prácticas colectivas, que condensan sentidos para transformar el territorio (Rivas 1999). Esto ocurre en los espacios intermedios, como antejardines, huertas y cuadras, donde los líderes convocan a los habitantes para poner en marcha iniciativas apoyadas por la comunidad (figura 4).
Apostando por el fortalecimiento de los procesos comunitarios, una tarde de noviembre de 2022 Gio reunió a un grupo de catorce mujeres entre los doce y dieciséis años para discutir las problemáticas del barrio y sus posibles soluciones. Las jóvenes se acomodaron frente a la casa de Luz, tía de Gio, para atender durante dos horas a la sesión. Gio tomó la palabra y enfatizó: “Necesito que se empoderen, mujeres, y se conviertan en replicadoras de ese conocimiento”. Días después, me confesaría que su trabajo se enfocaba en los jóvenes porque “son ellos los que están en disputa” y quería que llegaran “las oportunidades para ellos”, que se transformaran sus vidas (conversación personal, 2022). Durante la reunión, las jóvenes participaron activamente: debatían sobre el origen de las problemáticas del barrio, los acuerdos que podrían accionarse para su mejoría y sus experiencias sobre la pérdida de familiares por la violencia y el conflicto armado. En ese momento, una joven comenzó a llorar al recordar el asesinato de su padre. Ante la tristeza, Gio trabajó la sensibilidad con el grupo y, junto a Luz, las invitó a hacer una obra teatral basada en las soluciones que querrían ver. Por eso, uno de los dramatizados representó el anhelo de conseguir paz con el cese de la violencia (notas de campo, 2022).
Esto demuestra que el aprovechamiento de los espacios intermedios para la disertación contribuye a plantear soluciones y combatir las problemáticas. Además, evidencia la ilusión de materializar un territorio libre de violencia. Así, la esperanza, entendida como “expectativa anticipada y deseo de ‘algo mejor’” (Mar 2005, 366, traducción propia), hace posible luchar por un objetivo común en el presente. Por esta razón, imaginar el territorio ideal les permite a las personas actuar para superar los conflictos territoriales y alcanzar sus anhelos.
Conclusiones
El entrecruzamiento de la temporalidad del anhelo y la territorialidad urbana periférica surge de la experiencia de los residentes en Llano Verde, marcada por problemáticas sociales como el conflicto armado y la violencia urbana. Las personas con trayectorias de desplazamiento esperan construir un barrio en el cual se materialice su ilusión de un mejor futuro. Por ello, su anhelo se configura como un motor que los impulsa a la transformación del espacio con la acción colectiva. Las experiencias positivas y negativas del pasado cimientan la esperanza de un territorio de paz y bienestar, que se manifiesta en la construcción de infraestructuras e iniciativas propias, como la huerta comunitaria Sanando Heridas. Aquí, los habitantes interpretan el devenir y con ello generan apropiación territorial y cohesión social, por los vínculos que se crean entre los vecinos que trabajan en la huerta en beneficio de la comunidad.
En el barrio, infraestructuras como las viviendas jugaron un papel importante para avivar el anhelo, ya que permitieron imaginar que la reubicación mejoraría las condiciones de vida al garantizar la tenencia de un techo. Sin embargo, esto fue insuficiente para el cumplimiento de la promesa de progreso del Estado; por eso, las personas tuvieron que implementar estrategias como el rebusque (informal e ilegal) y las disertaciones comunitarias en el espacio público para mitigar la violencia, la desigualdad y la segregación socioespacial, buscando autogestionar el bienestar social que la institucionalidad no garantizó en términos de empleabilidad, seguridad e inclusión.
Con esta etnografía se aporta al estudio de temporalidades en infraestructuras inacabadas, al analizar el papel del anhelo en la territorialidad urbana periférica. En el barrio, el anhelo denota tres características:
El origen: las personas con experiencias territoriales marcadas por la desterritorialización y la precariedad imaginan un espacio que diste de estas situaciones y les permita echar raíces.
Las condiciones sociales del barrio: las personas desean una vida digna en Llano Verde. La vivienda propia hace posible materializar parcialmente su ilusión. Sin embargo, las infraestructuras inacabadas y la falta de empleo, oportunidades y seguridad dificultan su alcance. Aquí, conseguir un territorio de paz continúa siendo la ilusión de algo que no ha llegado a ser.
Las capacidades de agencia: la expectativa de construir un territorio de paz, que mejore las condiciones del barrio en el futuro, moviliza acciones de lucha en el presente para resolver conflictos y distanciarse de la violencia y la desigualdad.
De igual manera, en el texto se muestra el carácter discontinuo, múltiple y dinámico de la territorialidad y del anhelo a través de notas de campo y testimonios, exponiendo la complejidad de la realidad social en Llano Verde. Por ello, mientras las personas con trayectorias de desplazamiento trabajan para alcanzar el territorio de paz que esperan, aparecen, en simultáneo, temporalidades en forma de progreso y suspensión. Aquí, las temporalidades del Estado, la comunidad y los individuos se encuentran en medio de infraestructuras físicas y sociales como las casas, la huerta, las fronteras invisibles y el rebusque. Desde ellas, los habitantes buscan resolver el presente, así como lo hace Gio formando a los jóvenes en temas de organización comunitaria y liderazgo social. Sin importar que las iniciativas que movilizan el anhelo tarden en materializar la paz en el territorio, las prácticas y representaciones que persiguen esta ilusión les permiten a él y a otros habitantes imaginar futuros alternativos. Manteniendo viva la esperanza, se construye y reconstruye el territorio sobre la base de un anhelo compartido que se fundamenta en la resiliencia. No obstante, la proyección del futuro no siempre es constante y positiva: puede darse en forma de suspensión, sorteando las dificultades del presente con la evasión del espacio público (como lo describe Aurora en relación con el encierro).
Ese mismo anhelo, que interactúa con la territorialidad urbana periférica, es el que actualmente sigue dándoles sentido a la transformación del territorio y a la creación de infraestructuras en Llano Verde. En las zonas comunes, los habitantes continúan implementando iniciativas comunitarias para disipar la hostilidad del contexto: los líderes utilizan las canchas con el fin de impulsar el fútbol como un oficio para los jóvenes, y los habitantes intervienen los muros y los parques con expresiones artísticas para desactivar las fronteras invisibles y fomentar la resolución pacífica de los conflictos.