La interculturalidad, antes que ser un método o una teoría para comprender el mundo y la humanidad que somos, constituye una dimensión fundamental del proceso histórico por el que el mundo y la humanidad desarrollan sus formas de realidad y de convivencia en el tiempo. En ese sentido, la interculturalidad es la sustancia de la que se nutren mundo y humanidad para ser históricamente reales y, además, representa el lenguaje por el que ambos comunican que su devenir real acontece de manera plural.
Como sustancia y lenguaje de la diversidad del mundo y de la humanidad, la interculturalidad deja hablar al mundo y a la humanidad en y por las manifestaciones de los múltiples lugares que contornan contextualmente sus correspondientes realidades históricas. Pero la interculturalidad debe leerse como un signo de convocación, y no como una expresión de dispersión o de confusión, que induciría a experiencias de mundo y de humanidad semejantes a la que se narra en la historia de la Torre de Babel. La interculturalidad, justo por manifestar la pluralidad por la que hablan mundo y humanidad, nos confronta -más bien- con el llamado del mismo lenguaje del mundo y de la humanidad a ser escuchado en todos los tonos de su diferenciada sonoridad, para buscar en ellos la trama relacional que los hace respectivos justo en cuanto versiones históricas del mundo y de la humanidad.
La filosofía intercultural nace como respuesta a ese llamado del lenguaje del mundo y de la humanidad. De forma que comprende su quehacer reflexivo como una tarea de interpretación y traducción de la densa sonoridad polifónica por la que el mundo y la humanidad dejan oír la historia de las variadas formas en que acontece su realidad integral.
Por tanto, cuando en este número de la Revista Guillermo de Ockham se habla del “mundo contemporáneo” como un desafío para la filosofía intercultural, se debe tener en cuenta que lo que en ese mundo contemporáneo representa un reto para una labor reflexiva y práctica en perspectiva intercultural no es el hecho de ser mundo, sino de ser escasamente mundo; el hecho de ser un mundo en el que se hace escasa la sustancia de mundo y se silencia el lenguaje del mundo. Con ello, me refiero a que el mundo contemporáneo del que aquí se habla como desafío para la filosofía o el pensamiento intercultural es el mundo en la forma de su configuración histórica actual según el diseño de la civilización capitalista y mecanicista que se expande, hoy, por todas las regiones del planeta como la única alternativa de mundo real que cuenta en verdad para una vida y una convivencia humanas “a la altura de los tiempos”.
Sin duda alguna, hoy también, en medio de la hegemonía planetaria de la civilización capitalista y mecanicista, hay más mundo que ese de la civilización hegemónica. Prueba contundente de ello la tenemos en la lucha de los pueblos por sus territorios y la defensa de sus formas de vida y sabidurías. Pero innegable es, igualmente, que esa forma de mundo reducido y mudo de la civilización capitalista y mecanicista cae, hoy, sobre territorios y pueblos como una pesada superestructura que, con el apoyo de todo tipo de tecnologías, amenaza con la aceleración de la homogeneización del mundo y de la humanidad; es decir, con el debilitamiento y el silenciamiento de la diversidad de la vida humana y sus mundos de vida.
Por esta razón, esa forma de mundo se destaca aquí con el nombre de “mundo contemporáneo”, como un desafío para la filosofía intercultural. Y es que la expansión de dicha forma de mundo responde, en el fondo, a la puesta en marcha de un proceso de substitución de los mundos de vida de territorios y pueblos. La sustancia intercultural del mundo, que da lugar a los muchos lugares donde el mundo encuentra casa y ofrece hogar de diferente manera a la humanidad, estaría siendo substituida por la construcción mecánica y artificial que llamamos (no sin cierta ingenuidad) civilización moderna.
Así se podría resumir el desafío central que plantea ese “mundo contemporáneo” a la filosofía intercultural. Lo que quiere decir que uno de los focos principales en el trabajo de la filosofía intercultural está precisamente en la crítica al mecanicismo que se difunde con la expansión de esa forma de “mundo contemporáneo”, porque ahoga, con el ruido de las funciones de su maquinaria, la sonoridad del lenguaje del mundo como tejido orgánico de lugares de vida, de relaciones y de referencias que arraigan y comunican a la vez. En otras palabras, el desafío central para la filosofía o el pensamiento intercultural es, hoy, hacer manifiesta la verdadera -orgánica- sustancia del mundo y hablar del mundo con el lenguaje polifónico del mundo. Dicho todavía de otra manera, si la modernidad occidental, en la opinión de Max Weber, conllevó -como una de sus consecuencias fundamentales- el “desencantamiento del mundo”, se trataría de reencantar nuestras experiencias de mundo escuchando justamente el canto coral del mundo.