SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 issue58Territorial Voice, Dispossession, and Resistance to the Expansion of Coal Extractivism in Southern La GuajiraWomen Who “Are Walking”: Translocalization and Aymara Mobility in Northern Chile (Arica and Parinacota Region) author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • On index processCited by Google
  • Have no similar articlesSimilars in SciELO
  • On index processSimilars in Google

Share


Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

Print version ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.58 Bogotá Jan./Mar. 2025  Epub Jan 16, 2025

https://doi.org/10.7440/antipoda58.2025.05 

Panorámicas

Conceptos para el estudio del agro latinoamericano: campesinos y agricultores familiares*

Concepts for the Study of Latin American Agriculture: Peasants and Family Farmers

Conceitos para o estudo do agro latino-americano: camponeses e agricultores familiares

Eloy Gómez-Pellón** 

**Doctor en Historia, licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras, es director del Departamento de Ciencias Históricas de la Universidad de Cantabria (España) y responsable de su programa de Doctorado en Geografía e Historia. Es miembro de honor del Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca. También ha sido profesor invitado de la Universidad de Burdeos en el curso 2000-2001 y, más adelante, de la Universidad de San José (Estado de Santa Catarina, Brasil) y de la Universidad Nacional Agraria de Nicaragua. https://orcid.org/0000-0003-1352-0200 - jose.gomezp@unican.es


Resumen:

El inmenso agro latinoamericano es el escenario en el que despliegan su actividad más de 17 millones de explotaciones agropecuarias, cuyo denominador común viene determinado por el hecho de que su organización social del trabajo es familiar. Son unidades productivas que se hallan en un continuum entre la agricultura campesina de subsistencia y la agricultura familiar empresarial, con un tipo intermedio de agricultura familiar de transición. Para referirnos a los actores sociales que se encuentran en el seno de esta tipología reservamos en la actualidad la denominación agricultores familiares, sucesora de otra previa, pero discutible en términos de sinonimia, que es la de campesinos, la cual aún no ha perdido su vigencia por entero. El objetivo del artículo consiste tanto en examinar las razones que provocaron la sustitución progresiva del viejo concepto de campesinado por el de agricultura familiar, como en determinar la viabilidad teórica y práctica de este último en el ámbito latinoamericano. El presente ensayo emplea una metodología consistente en analizar y comparar el significado que adquirió el campesinado para los agraristas en general, los populistas rusos, los anarquistas rusos (Kropotkin) y los marxistas que, junto a los marxistas renovadores (Luxemburg, Bujarin, etc.) y los agrónomos sociales (Bulgákov, Chayanov) integran la llamada antigua tradición de los estudios campesinos. También se revisa el valor de la llamada nueva tradición estadounidense (Kroeber, Redfield, etc.) de los estudios campesinos. Finalmente, se repasa la literatura de referencia sobre la agricultura familiar latinoamericana (Schejtman, Maletta, Schneider, etc.). Se concluye mostrando el afianzamiento de la noción de agricultura familiar y la atención que merece por parte de las agendas gubernamentales y supraestatales, debido al valor que representa en orden a la producción de excedentes, la seguridad alimentaria, la sostenibilidad ambiental y la generación de un ingente empleo en el medio rural latinoamericano.

Palabras clave: agricultura campesina; agricultura familiar; América Latina; campesino; pequeña producción agraria; producción familiar.

Abstract:

The vast agricultural landscape of Latin America is home to more than 17 million agricultural enterprises, all sharing a common characteristic: family-based social organization of labor. These production units span a spectrum from subsistence peasant agriculture to entrepreneurial family farming, with an intermediate type often referred to as transitional family farming. Today, the term family farmers is generally used to describe the social actors within this typology, gradually replacing the older term peasants, although the latter remains relevant in certain contexts. This article explores the reasons behind the gradual shift from the term peasantry to family farming and to assess the theoretical and practical implications of this shift in the Latin American context. The methodology involves an analysis and comparison of the concept of the peasantry as understood by various historical and ideological schools: agrarian scholars, Russian populists, Russian anarchists (e.g., Kropotkin), Marxists, reformist Marxists (e.g., Luxemburg, Bukharin), and social agronomists (e.g., Bulgakov, Chayanov), who represent the old tradition of peasant studies. It also reviews the contributions of the new American tradition in peasant studies (e.g., Kroeber, Redfield) and examines the relevant literature on Latin American family farming (e.g., Schejtman, Maletta, Schneider). The study concludes by underscoring the consolidation of the concept of family farming and its significance for policy agendas at both governmental and supranational levels. Family farming plays a crucial role in surplus production, food security, environmental sustainability, and rural employment generation in Latin America, making it an essential area for continued attention and support.

Keywords: Family farming; family production; Latin America; peasants; peasant agriculture; small-scale agricultural production.

Resumo:

O imenso agro latino-americano é o cenário no qual operam mais de 17 milhões de propriedades agropecuárias, cujo denominador comum é determinado pelo fato de sua organização social do trabalho ser familiar. São unidades produtivas que se situam em um continuum entre a agricultura camponesa de subsistência e a agricultura familiar empresarial, com um tipo intermediário de agricultura familiar de transição. Para nos referirmos aos atores sociais dentro dessa tipologia, usamos agora a expressão “agricultores familiares”, sucessora de um termo anterior, mas possivelmente sinônimo, “camponeses”, que ainda não perdeu totalmente sua relevância. O objetivo deste artigo é examinar as razões da substituição progressiva do antigo conceito de campesinato pelo de agricultura familiar e determinar a viabilidade teórica e prática deste último na América Latina. Este ensaio emprega uma metodologia que consiste em analisar e comparar o significado que o campesinato adquiriu para os agraristas em geral, os populistas russos, os anarquistas russos (Kropotkin) e os marxistas que, juntamente com os renovadores marxistas (Luxemburgo, Bukharin etc.) e os agrônomos sociais (Bulgakov, Chayanov), formam a chamada “velha tradição dos estudos camponeses”. O valor da chamada “nova tradição americana” (Kroeber, Redfield etc.) de estudos camponeses também é analisado. Por fim, analisa-se a literatura de referência sobre a agricultura familiar latino-americana (Schejtman, Maletta, Schneider etc.). Conclui-se mostrando o fortalecimento da noção de “agricultura familiar” e a atenção que ela merece nas agendas governamentais e supraestatais, devido ao valor que representa em termos de produção de excedentes, seguridade alimentar, sustentabilidade ambiental e geração de grandes empregos na zona rural latino-americana.

Palavras-chave: agricultura camponesa; agricultura familiar; América Latina; camponês; produção agrícola em pequena escala; produção familiar.

América Latina y el Caribe tienen una inmensa superficie de tierra dedicada a la actividad agropecuaria. Según el Banco Mundial (2023), la agricultura de la región ocupaba en 2021 una superficie de más de 20,5 millones de km2, de los cuales más de 66 millones de hectáreas se destinan a la producción de cereales. Las tierras agrícolas representan el 33 % de la superficie total, entendiendo por ellas las tierras arables, las de cultivo permanente, las praderas y los pastos permanentes. Estas explotaciones familiares, que constituyen el sustento de 60 millones de personas, forman parte del extenso medio rural latinoamericano, en el cual viven más de 120 millones de personas. El 81,4 % de los 16,5 millones de unidades productivas existentes en el agro latinoamericano son integrantes de una agricultura familiar. Se calcula, sin embargo, que sólo 1 de cada 4 hectáreas forman parte de la agricultura familiar, la cual genera, según los países, entre el 27 % y el 67 % de la producción alimentaria de la región. Además, la agricultura familiar es la principal fuente de empleo del sector agrario, puesto que ocupa a 63 millones de personas, en un segmento que se halla entre el 57 % y el 77 %, del empleo agrario, también según los países (Cepal, FAO e IICA 2023; FAO 2023).

Si descendemos al detalle particular de cada país, nos daremos cuenta de que, en algunos de ellos, como Honduras, la agricultura familiar supone el 97,2 % del total de las explotaciones agrarias, en Haití el 93,9 %, en Paraguay el 93,1 % y en Chile el 92 %, frente al 75,7 % de México o el 78,4 % de Colombia. En todo caso, el porcentaje de las explotaciones de la agricultura familiar se halla siempre por encima del 70 % del total de las explotaciones, salvo en países como Uruguay, donde ronda el 47 %, y Argentina donde alcanza el 65,6 %. En términos generales, la agricultura familiar tiene un peso porcentual similar en el conjunto de Latinoamérica, que se halla entre el 83,9 % del total de las explotaciones agrarias existentes en los países del Cono Sur y el 78,6 % del conjunto de las explotaciones agrarias que se contabilizan en Centroamérica y México (Banco Mundial 2023; Leporati et al. 2014). Más aún, la agricultura familiar constituye el modo de vida fundamental del medio rural, capaz de proporcionar empleo a una gran parte de la población, aunque sea en el contexto de una pobreza que, según los datos de la Cepal, en 2018 alcanzaba a cerca de la mitad de los habitantes del campo latinoamericano, concretamente al 45,2 %, correspondiendo el 20,7 % a la pobreza extrema (Cepal 2019). Ha sido así como el concepto de agricultura familiar ha terminado por subsumir en su seno una multiplicidad de estrategias y estilos destinados a la explotación de los recursos agrarios, entre los cuales se halla la agricultura de subsistencia, e incluso la de transición, susceptibles de encuadrar en la tradicional denominación de campesinado, de modo que sólo la agricultura familiar consolidada quedaría fuera de esta última.

El objetivo de este artículo consiste tanto en examinar las razones que provocaron la sustitución progresiva del viejo concepto de campesinado por el de agricultura familiar, como en determinar la viabilidad teórica y práctica de este último en el ámbito latinoamericano. A pesar de las numerosas dudas que suscitó en el pasado, la noción de campesino había ocupado desde el siglo XIX un espacio de privilegio en la literatura especializada, debido a su fuerza identitaria para amalgamar a un numeroso grupo de actores sociales ligados a la tierra, pero también como consecuencia de ser un referente político y académico. Sin embargo, y de una manera un tanto inesperada, en los años que cierran el siglo XX, la agricultura familiar se erigió en una noción fundamental, en primer lugar, como consecuencia de la capacidad que mostró para atraer a otras denominaciones que estaban en su mismo campo semántico, y, en segundo lugar, por el hecho de haberse convertido, simultáneamente, en un elemento dotado de una gran proyección en las agendas gubernamentales y supraestatales, todo lo cual contribuye a entender la fuerza heurística y analítica que ha adquirido en los últimos años.

El primer apartado del presente artículo está dedicado a repasar la importancia que adquirió el campesinado, tanto para la llamada antigua tradición de los estudios campesinos en el último cuarto del siglo XIX y en los primeros años del XX, especialmente en la vieja Rusia, como para la nueva tradición que se inaugura a finales de la década de 1920. El segundo apartado examina el surgimiento de un término que emerge a finales del siglo XX, que es el de productor o agricultor familiar, propio de una concepción renovadora y optimista de la actividad agraria, desprovisto de la carga política y del estigma de la pobreza asociados a la tradicional noción de campesino. El último de los apartados trata de realizar una breve aproximación a la polisemia del término agricultura familiar, capaz de acoger la rica variedad de situaciones que caracterizan la vastedad del agro latinoamericano, sin menoscabo de la sustancia conceptual.

Cuestiones teóricas: sobre el ser campesino

Existe una vieja discusión inacabada acerca de la ontología del campesino que, lejos de atenuarse, se ha intensificado con el paso del tiempo. Si bien hay cierto acuerdo en la sustancia de la noción de campesino, no sucede lo mismo con la concreción del concepto. La diversidad de ciencias intervinientes en el estudio de los campesinos y la multiplicidad de enfoques han complicado hasta límites insospechados la posible convergencia entre los investigadores, tanto en el pasado como en el presente. Así, la variedad de situaciones históricas y la heterogeneidad de los escenarios en los que los campesinos han visto, y siguen viendo, transcurrir sus vidas, constituyen variables que acentúan la controversia, de forma análoga a como ponen de manifiesto Devine, Ojeda y Yie (2020), en el interesante número monográfico sobre Dinámicas y debates actuales sobre el campesinado en América Latina publicado en esta misma revista.

En la década de 1920 emerge en los Estados Unidos un interés inusitado por los aspectos ontológicos del campesinado (Gómez-Pellón 2012, 2011 ), al tiempo que Latinoamérica se convierte en el laboratorio de la antropología estadounidense. El hecho queda en evidencia muy especialmente en la confluencia de los trabajos de Kroeber ([1923] 1948) , Redfield (1965, 1956) y Steward (1955), a los que, por afinidad temática y teórica, se irán añadiendo otros muchos autores (véase, entre otros, Cancian 1991; Foster 1967; Mintz 1973; Roseberry 1991; Sahlins 1972; Wolf 1966). Lo que, inicialmente, surgió al calor del funcionalismo norteamericano y de distintas concepciones materialistas, pronto se enriqueció con el aditamento de la traducción inglesa en 1966 de la obra del célebre agrarista ruso Chayanov (1974). De este modo, se produce el engarce de lo que se puede denominar la nueva tradición de los estudios campesinos, que había surgido en Estados Unidos, con lo que se ha llamado la antigua tradición de estos, que aceró una profunda reflexión sobre el ser del campesinado en Europa, y particularmente en Rusia, en el último cuarto del siglo XIX y en los primeros años del XX. Se trató de un agrio enfrentamiento en el cual intervienen notables agraristas, como Hertz ([1899] 2000) y Kautsky ([1903] 1974) , relevantes marxistas (Engels [1894] 1974 ; Lenin [1893-1922] 1981-1988 ; Lenin et al. [1922-1930] 1974 ), populistas rusos, anarquistas (Kropotkin [1909] 1967 ), marxistas renovadores (Bujarin 1974; Luxemburg [1912] 1985, [1925] 1978 ), agrónomos sociales (Bulgákov [1897] 2014 ; Chayanov 1981, [1925] 1974 ), sociólogos rusos (Kovalevski 1879), etc. También en Europa retoñará la afección hacia el tema campesino, y prueba de ello serán los escritos de Shanin (1973, 1971) , Galeski (1977) y otros autores.

La mayor reducción del concepto de campesino la encontramos en aquella definición que sitúa el requisito fundamental en el hecho de que se trate de un productor agrario independiente, que produce primordialmente para el consumo de la familia campesina. Es esta una definición que resultó más operativa en el pasado, cuando aún el “sistema mundo” no había llegado a todos los intersticios del planeta, a diferencia de lo que sucede en el presente. Se trata de una definición tan estricta que reduce a la mínima expresión la condición de campesino al caracterizarlo como self sufficient peasant. Por supuesto, no ha de ser necesariamente propietario de la tierra, sino que la definición contempla la posibilidad de que pueda ser tenedor de ella, es decir, arrendatario o aparcero. Esta es la noción manejada por De la Peña (1979), Shanin (1971), Warman (1988) y otros. Desde este punto de vista, es la finca familiar, escenario por excelencia del cultivo de la tierra y, a menudo, de la cría de animales, la que da sentido a un modo de vida y a una cultura específica y tradicional Shanin (1973) .

La posición que se acaba de esbozar es diferente de otra muy conocida, según la cual la nota definitoria del campesino es la actividad de una unidad doméstica que, convertida en fuerza de trabajo o en mano de obra, cultiva una parcela proporcional a sus necesidades, independientemente de que la producción sea destinada al consumo o al mercado. Por tanto, la clave no es el destino de la producción, sino la unidad doméstica convertida en auténtica unidad productiva que produce tan sólo de acuerdo con sus necesidades. Esta definición adquirió un gran interés entre los agraristas rusos de comienzos del siglo XX (Bulgákov [1897] 2014 ; Chayanov 1981, 1974) , Más aún, estos autores, por lo general, contemplaban la posibilidad de que, en algunas épocas del año, la familia recurriera a contratar temporalmente algún trabajador externo y, análogamente, que algún miembro de la familia se convirtiera en mano de obra asalariada, ajena a la explotación, ocasionalmente.

Algunos teóricos ensanchan el concepto y logran que sea, quizá, más realista. En la actualidad, son cada vez menos los campesinos que viven en régimen de subsistencia y, por el contrario, cada vez más los que lo hacen con un propósito mercantil, de pequeña escala, para lo cual recurren a la comercialización de pequeños excedentes. Para precisar más la definición, se utiliza la expresión productor mercantil simple (Amin 1977), que es el viejo término acuñado por Engels ([1894] 1974) , o de “productor mercantil tout court”. Bartra (1974), que es uno de los teóricos de la definición, amplía en consecuencia el concepto precedente del campesino, caracterizado como self sufficient peasant, para incluir también a los pequeños productores o a los productores mercantiles simples. ¿Qué significa producción mercantil simple? Se entiende por tal la propia producción del campesino que produce sobre todo para el mercado sin trabajadores asalariados, de forma que los medios de producción están bajo el control íntegro del campesino. Dicho de otra manera, se basa en la propiedad privada de los medios de producción, la cual se articula con el trabajo personal de los productores, que elaboran artículos destinados a la venta en el mercado. Más aún, algunos autores introducen una variante, que consiste en que la sustancia del campesino radica en la producción para el sustento de la familia campesina, independientemente del grado de comercialización al que se acoja. Realmente, este es el modelo contemplado por Chayanov (1981, 1974) , similar al de algunos escritores rusos como Bulgákov ([1897] 2014) .

Si la familia campesina despertó el interés de las ciencias sociales fue debido, entre otras razones, a que su filosofía no responde a la de la empresa capitalista. Así, y en el marco de la organización económica de la unidad productiva, la mano de obra familiar incorpora valor, tanto mayor cuanto más alto sea el número de los miembros del grupo familiar que intervienen como productores. En el caso de que se trate de agricultura familiar de mera subsistencia, la aportación de trabajadores contratados entre los miembros de la unidad familiar se detendrá una vez alcanzado el objetivo de la supervivencia, desaprovechando con ello la potencialidad de esta mano de obra (Chayanov [1925] 1974 ). La asimilación de una gran porción del discurso chayanovista por parte de Sahlins (1972), a propósito de su Stone Age Economics, aumentó, si cabe, el interés por la esencia del campesinado. Cuando el objetivo no sea la mera subsistencia, la aportación acumulativa de unidades de trabajo realizada por los miembros de la unidad será susceptible de convertirse en beneficios procedentes del intercambio de mercado.

Sin embargo, la gran discusión se ha dado, desde hace largo tiempo, por la posibilidad de incluir a los farmers o granjeros modernos dentro del concepto de campesino. El farmer sería un empresario agropecuario que cuenta con procedimientos mecanizados, tal y como sucede a menudo en Europa y en Norteamérica, y que hace del mercado el objetivo fundamental de su producción. Mientras que distintos teóricos rechazan la posibilidad de inclusión de los farmers, al considerarlos productores exclusivamente mercantiles, otros muchos optan por incorporarlos en el seno del campesinado. Realmente, ya Engels ([1894] 1974) , igual que hicieron después Bulgákov ([1897] 2014) , Kautsky ([1903] 1974) y Chayanov ([1925] 1974) incorporaron a los pequeños farmers, y hasta a los medianos al campesinado. Solo exigían como requisito, para que el farmer fuera considerado como campesino, que continuara siendo un trabajador agrario que explota la parcela para poder vivir de ella con mayor o menor comodidad, de manera que la maquinización de la granja constituye un dato de escasa trascendencia. Algunos teóricos, como el economista austriaco Hertz ([1899] 2010) , supeditaron el término de explotación campesina a aquella unidad en la cual trabajan el campesino y su familia, incluyendo, como máximo, uno o dos obreros. Se deduce que tal definición implica, al menos, a los farmers pequeños o medianos. Es decir, el granjero o farmer, según algunos de estos teóricos, hace parte del campesinado, negando, al mismo tiempo, el hecho de que la mecanización tenga una significación especial.

Pero no es menos verdad que otros autores han sido reticentes al hecho de incluir al farmer o granjero en el concepto de campesino. El caso más ilustrativo es el de Wolf (1966), quien entendía que estas explotaciones agrarias, tipo granja, eran pequeñas empresas en las que primaba la orientación capitalista: factores de producción adquiridos en el mercado se orientan a la producción de excedentes. Similar observación está presente en la obra de Galeski (1977), cuando distingue la granja tradicional de la moderna, de suerte que la última no reuniría los requisitos para ser considerada como explotación campesina por las razones que se acaban de señalar (Calva 1988). En esta misma distinción abunda Shanin (1971). Para estos últimos, la clave que permitiría desechar a los modernos granjeros como campesinos se halla, por un lado, en que su producción deja de presentar los característicos perfiles de autarquía que se aprecian en el campesinado tradicional, mientras que, por otro lado, la comunidad aldeana deja paso a una suerte de individualismo que está en la sustancia del moderno farmer.

Quizá el problema mayor que introducía la inclusión del farmer en el concepto de campesino consistía en la ruptura de una idea perdurable, entre todas las que se ocuparon de los campesinos hasta bien superado el ecuador del siglo XX (Foster 1967; Mintz 1973). Se basaba en suponer a los campesinos integrando sociedades o comunidades homogéneas, estáticas y autosuficientes, con una orientación interior, como ponía de manifiesto Cancian (1991). Esta orientación interior, que había convivido, un tanto contradictoriamente, con otra orientación exterior hacia los pequeños mercados externos, como mostraban Kroeber y Redfield, entre otros muchos, se trastorna un poco cuando Wolf (1966), sin abandonar la idea de comunidad, introduce una especie de paradoja al sugerir la existencia de comunidades campesinas cerradas y corporadas, resistentes a las desigualdades sociales y celosas con los límites del grupo frente a las comunidades abiertas. No fueron pocos los antropólogos, y Roseberry (1991) y Cancian (1991) constituyen excelentes ejemplos que, progresivamente, introducen una crítica a estos modelos homogéneos, y estáticos al mismo tiempo, de sociedades campesinas que, finalmente, han resultado muy cuestionados.

Es evidente que la investigación propia de las ciencias sociales arroja pruebas copiosas sobre la existencia de campesinados con distintas relaciones de producción, con diferentes tipos de organización social, con variados bagajes culturales, etc. Quizá por esta razón los campesinos han sido contemplados de maneras muy diferentes, siendo algunas de las más acusadas las que ponen énfasis en el hecho de constituir un modo de producción abocado a la “inevitable desaparición” (Engels [1894] 1974 ), un tipo de economía (Chayanov [1925] 1974 ), una forma de producción mercantil simple e imprescindible (Luxemburg [1912] 1985 ), un segmento de la sociedad mayor, o parte sociedad, parte cultura (Kroeber [1923] 1948 ), una cultura propia de un tipo de sociedad (Redfield 1965, 1956 ), una forma de sociedad (Foster 1967), un modo de vida subordinado, identificable con agricultores explotados (Wolf 1966) etc. Tal vez, el error se halle en que cada uno de estos autores reduce al campesino a un modelo único que permanece en la historia (Calva 1988).

Durante mucho tiempo existió el convencimiento, desde el punto de vista de la teoría marxista y desde la perspectiva del pensamiento liberal, de que el campesinado era un grupo que terminaría por extinguirse, y con más razón el campesinado con actividad económica de mera subsistencia. En el caso de los afectos a la teoría marxista, porque pasaría a engrosar el proletariado, por simple evolución de la sociedad capitalista, y en el caso de los partidarios del paradigma liberal, como resultado de un mero proceso de modernización. De ahí que según avanzaba el siglo XX y no se cumplía el resultado esperado, el debate se fuera tornando cada vez más difícil y abierto a nuevas interpretaciones. Solo los seguidores del campesinismo cooperativista de Chayanov ([1925] 1974 ) defendían, como lo había hecho el célebre intelectual ruso, la permanencia del campesinado más allá de las contingencias históricas. También algunos marxistas críticos afines al pensamiento de Rosa Luxemburg pensaban lo mismo. En esta situación, según Sevilla y González de Molina (2004), era imprescindible definir una categoría que permitiera explicar la pervivencia del campesinado y, de paso, su capacidad de metamorfosis para llegar hasta esta orilla de la historia. Después de esbozada esta reflexión, se entenderá mejor que Latinoamérica se situara en la óptica de las ciencias sociales muy pronto, debido al peso social de este modo de vida y a la acusada variedad de campesinos (Edelman 2022; Schejtman 1980), sin que por el momento haya dejado de ser un objeto privilegiado de conocimiento.

En torno al enfrentamiento entre los campesinistas y los descampesinistas se cernió un intenso debate, especialmente en países como México, que en parte era trasunto del viejo debate entre los campesinistas, mayoritariamente herederos del pensamiento chayanovista, y los descampesinistas, divididos entre los defensores del liberalismo capitalista y los partidarios de las ideas del marxismo agrario. Warman (1988) encarnó las posturas campesinistas, igual que Bartra (1982) y Esteva (1978). Por el contrario, Bartra (1974) y De la Peña (1979) defendieron la idea de la progresiva evolución del campesino latinoamericano hacia la condición del trabajador asalariado, aunque nunca han faltado los matices. Shanin (1973), atisbando la difícil salida de la controversia, no dudará en afirmar que resultaba un tanto infértil definir con precisión a un grupo social que existió en el pasado y existe en el presente, de modo que es bien conocido por todos. No obstante, la observación resultaba insatisfactoria porque no resolvía el problema acerca de quiénes eran auténticamente los campesinos. ¿Todos los pequeños productores dedicados a la explotación de la tierra?, ¿también los europeos actuales? Los mismos Sevilla y González de Molina (2004, 1993) proponen una definición: el termino campesinado haría referencia, más que a una categoría histórica o a un sujeto social, a una forma de manejar los recursos naturales, atada a los agroecosistemas locales de cada lugar, que utilizan su conocimiento sobre los correspondientes entornos, de acuerdo con el nivel tecnológico de cada momento histórico, lo cual se traduce, siguiendo las palabras de Sevilla y González de Molina (2004, 33) , en la existencia de “distintos grados de campesinidad”.

El siglo largo de discusiones entre marxistas ortodoxos y marxistas del ámbito narodnista (Bujarin [1897] 1974 ; Luxemburg [1912] 1985 , etc.), y los debates que habían tenido lugar alrededor de la obra de Chayanov, y de la de Bujarin en menor medida, en el contexto de la nueva tradición estadounidense (Kroeber [1923] 1948 ; Redfield 1965, 1956 ; Steward 1955), no habían sido suficientes para fijar un concepto compartido y generalmente aceptado (Gómez-Pellón 2012, 2011 ). De la exposición de Chayanov parecía desprenderse que los campesinos se hallaban en sociedades en las que la población rural es mayoritaria, el desarrollo capitalista débil y, consecuentemente, el sector industrial escaso, lo cual explica el fuerte peso de la subsistencia, la importancia de la producción artesanal, la dispersión de los mercados locales y la práctica ausencia del crédito. Sin embargo, bastaría con asimilar la noción de campesino a la de pequeño productor que explota directamente la tierra, aprovechando la mano de obra familiar, sin hacer de ella un simple negocio, para ampliar considerablemente la idea del campesinado y apreciar que, en alguna medida, encontramos campesinos en todo el ámbito latinoamericano.

En los países más australes de América del Sur faltan los rasgos característicos de los países que se nutren de una amplia masa de campesinado en el sentido más estricto del término. Hallaríamos un campesinado abundante, por el contrario, en México, en todos los países del área centroamericana, y en la mayor parte de América del Sur, si bien con una incidencia muy acusada en Ecuador, Perú, Brasil y Bolivia, así como en Colombia y Venezuela. En todos los casos, se trata de países con un componente indígena muy evidente, aunque no necesariamente, con un nivel de industrialización escaso y con una dedicación generalizada, zonalmente o por entero, a la explotación primaria de la tierra. Pero siempre teniendo en cuenta que es imprescindible acotar el concepto de campesino e introducirlo en un marco temporal e histórico que le otorgue pleno sentido. Archetti (1981) explica que, cuando hablamos del campesino, al menos estamos aludiendo a los siguientes significados: a) a un tipo de productor agrario que utiliza tecnología sencilla y fuerza de trabajo familiar; b) a un modo de producción en el cual los campesinos son propietarios de la tierra, la población rural es mayoritaria y el sector capitalista es débil o muy débil; c) a un término meramente descriptivo que alude a productores agrícolas que, desde el punto de vista de la economía política, tienen menos en común progresivamente con lo que tradicionalmente se ha denominado campesinos, pero que aún deben ser considerados como tales atendiendo a que practican un modo de vida uncido a la tierra y sustentado en el trabajo exclusivamente, o casi exclusivamente, familiar.

En consecuencia, en los años que cierran el siglo XX y los que abren el XXI comienza a adquirir carta de naturaleza la expresión productor familiar. Ello sucedía por varias razones, entre las cuales se hallaba la del nuevo significado que estaba adquiriendo la agricultura. En América Latina, el pequeño productor campesino asociado con la pobreza estaba dejando paso a un pequeño productor que era contemplado con criterios sociales, pero también ambientales, y que podía producir excedentes, esto es, como un agricultor familiar. Así, mutatis mutandis, el concepto de campesino, incluso en las definiciones más inflexibles, estaba cada vez más abierto a un significado menos problemático, como era el de productor familiar. El trabajo de Fernandes (2002) acerca de la cuestión agraria brasileña sitúa la implantación de la noción de agricultura familiar en el Brasil de mediados de la última década del siglo XX, cuando, durante el Gobierno de Cardoso, se institucionaliza la llamada agricultura familiar, paradigma de la agricultura incardinada en los mercados, en detrimento del concepto de campesino, asociado, en su mayoría, a la agricultura de la pobreza. Aunque, realmente, otros términos similares, y hasta el mismo y exitoso concepto de agricultura familiar, habían corrido por Latinoamérica y otras partes del mundo en los años precedentes, no es menos cierto que la fuerte institucionalización de la expresión, atada a las políticas del naciente Programa de Fortalecimiento de la Agricultura Familiar (Pronaf), le dará pábulo para expandirse por toda América Latina y por el mundo.

Qué es ser agricultor familiar

Cálculos pormenorizados de Cepal, FAO e IICA (2023) cifran en cerca de 17 millones el número de explotaciones agrarias familiares de América Latina, del total de 20,4 millones de explotaciones existentes. Más aún, es posible que sea esta forma de agricultura la que provea una parte muy relevante de la producción alimentaria de América Latina (Berdegué y Modrego 2012; Valencia 2017). Solo en países como Brasil y México existen 4,3 y 4,1 millones de explotaciones familiares respectivamente. En Perú hay 1,7 millones de explotaciones familiares y 1,5 millones en Colombia. Pero hay países en los cuales, a pesar de su reducida extensión, como Haití, hay cerca de un millón de explotaciones familiares. Es cierto, sin embargo, siguiendo los datos que proporciona el Banco Mundial (2023), que mientras en Uruguay y El Salvador esta superficie alcanza y supera el 80 % de las tierras agrícolas, en algunos países del Caribe, como Belice y Las Bahamas, apenas llega al 10 %, aunque el común denominador de los diferentes países es que, por regla general, constituye el modo de vida de muchas personas. Este es el espacio en el que se ubica en la actualidad una agricultura familiar cuya superficie, en su conjunto, supone cerca de la cuarta parte de la superficie agropecuaria total de América Latina y el Caribe (Leporati et al. 2014; Rodrígues, Dirven y Parada 2015).

Cuando examinamos las magnitudes particulares de la superficie de las explotaciones de cada país, observamos que las diferencias son muy notables. De hecho, decir que, por término medio, la superficie de la explotación familiar en América Latina es de 13,6 hectáreas, es muy poco, porque la disparidad es considerable. Es una superficie media que se halla entre la estrechez de las explotaciones del Caribe, a menudo inferiores a una hectárea, y el mayor tamaño de las de Centroamérica (3,13 hectáreas) y los países andinos (3,09 hectáreas). Ahora bien, en Centroamérica hay países, como Guatemala, donde las explotaciones de la agricultura familiar son de muy escasa superficie (1,2 hectáreas por término medio), pero fronterizo con este último se halla México, cuyas explotaciones tienen una superficie que, por término medio, es de 6,8 hectáreas. Sin embargo, cuando reparamos en las explotaciones familiares de Chile, en el Cono Sur, nos daremos cuenta de que rondan las 46 hectáreas, y, más aún, las de Argentina, que llegan en promedio a las 107,45 hectáreas.

Ni siquiera el carácter que adopta la tenencia de la tierra presenta una uniformidad mínima. Al contrario, en unos casos los agricultores familiares son propietarios de la tierra que trabajan, mientras que en otros son arrendatarios, y en otros aparceros, e incluso precaristas. En ocasiones trabajan tierras con suelos fértiles, de regadío y, en otras, acaso en el número mayor, laboran tierras de suelos pobres y de secano. Una vez realizada esta breve aproximación, nos daremos cuenta de que, si bien hablamos de agricultores familiares en todos los casos, las diferencias entre ellos son tan grandes que las comparaciones son de dudosa efectividad. Se comprende, después de todo lo dicho hasta aquí, que la denominación de agricultura familiar adolezca de cierta imprecisión. Hay coincidencia, sin embargo, en que se trata de un concepto difuso que, a falta de otro más certero, cuenta con las garantías suficientes para ser usado con cierto rigor.

Podríamos decir, aun así, que el uso de un término tan lábil dificulta el establecimiento de analogías, y más todavía teniendo en cuenta que es de uso reciente en América Latina, y que sólo comienza a generalizarse a finales del siglo XX, probablemente al calor de las políticas del presidente Cardoso en el Brasil de 1995, aunque, en el fondo, lo fuera como resultado no sólo de una determinada coyuntura política, sino también de los intereses de las grandes instituciones internacionales, muy necesitadas de una noción analítica que les permitiera aprehender la realidad agraria en el mundo. A decir verdad, el ámbito académico no rehuyó la posibilidad de contar con un instrumento heurístico que revistiera la mayor utilidad posible. No obstante, el concepto agricultura familiar todavía tardaría algún tiempo en alcanzar viabilidad plena, hasta el extremo de que en América Latina este momento no se produce hasta 2004 (Salcedo, De la O. y Guzmán 2014). Curiosamente, la expresión era de curso habitual en Europa y en Norteamérica desde hacía medio siglo. Cabría preguntarse cómo se había cubierto el vacío de esta noción antes, e inmediatamente hay que responder que con otros conceptos no menos difusos que, en ocasiones, se habían ido cargando ideológicamente hasta adquirir profundas connotaciones políticas. Este es el caso de los de campesino y familia campesina, que desde el siglo XIX, y tras ser utilizados de maneras muy diversas, habían sido forzados hasta la saciedad. En la segunda mitad del siglo XX se utilizaron también expresiones como pequeños productores, producción simple, etc., igual de difusos que los anteriores, y con mucha frecuencia asociados a la pobreza, la miseria, la desigualdad, la explotación y a una pléyade de caracterizaciones negativas. El riesgo de omitir estos conceptos, aunque solo sea a efectos de posibilitar los estudios comparativos, ha aconsejado conservarlos en alguna medida, incluyéndolos en ocasiones en el seno de la tipología que se ha perfilado a propósito del estudio de la agricultura familiar, principalmente desde que la FAO y el Banco Interamericano de Desarrollo efectuaran, en la primera década del siglo XXI, uno de los grandes trabajos de sistematización de la actividad agraria en Latinoamérica (Schejtman 2008).

No han sido pocos los que se han preguntado el porqué del auge de la noción agricultura familiar, y han sido muchas las respuestas, ninguna de las cuales es excluyente. La mayor democratización de las sociedades latinoamericanas ha redirigido la mirada política hacia los sectores más pobres de la población rural, que son los que se corresponden con la llamada agricultura familiar. Así, para la práctica totalidad de los países de la región, el combate a la pobreza rural y la atención a la agricultura familiar van parejos, y así seguirán yendo durante mucho tiempo. Esto se ha llevado a cabo gracias a fórmulas muy variadas de desarrollo puestas en práctica en América Latina, por lo regular bajo la supervisión de los grandes organismos internacionales (Guzmán y Salcedo 2014). Este hecho no es extraño, si se tiene en cuenta que la agricultura familiar es una pieza fundamental de las economías locales, tanto por su capacidad para generar bienes destinados a la subsistencia, como por la cualidad simultánea de producir bienes dirigidos a los mercados, por su potencia para aportar mano de obra a las industrias y a los servicios locales, y aun por su capacidad para demandar, a efectos de consumo, bienes y servicios producidos por otros.

Se acaba de mencionar la cualidad productora de bienes de la explotación familiar, y ello no es asunto menor. Se considera que la agricultura familiar puede contribuir a garantizar la seguridad alimentaria de América Latina, igual que la de otras partes del mundo, y particularmente en relación con problemas que acechan a las sociedades actuales, tales como el cambio climático, pero también respecto a los problemas inherentes a sociedades, como las latinoamericanas, que aún no han concluido la transición demográfica (Bélières et al. 2013). Estas unidades productivas de pequeña escala, debido a su potencial productivo y a su versatilidad, se han vuelto fundamentales para el mantenimiento de una población que sigue creciendo a buen ritmo. A todo ello habría que añadir, en lo que respecta a la agricultura familiar, el papel de los actores sociales, en general, y en especial el de los movimientos sociales, reivindicando la atención de las ayudas públicas, para ocupar un espacio social y económico de mayor significación que el que, tradicionalmente, se les ha asignado (Schneider 2014).

Mas, ¿qué es la agricultura familiar? Las definiciones abarcan un arco considerable de respuestas, dependiendo de la perspectiva que se adopte. Es posible que en América Latina el concepto de agricultura familiar, aun siendo sustancialmente neutro, remita indefectiblemente al sector más débil de la población agraria, a ese colectivo que está frente al grupo de grandes propietarios latifundistas (Carmagnani 2008). Obviamente, dentro de los agricultores familiares hay muchos tipos, y no es tarea sencilla elaborar una tipología. Esta última incurrirá en errores si se realiza a partir de un solo criterio, como podría ser el relativo a la superficie del predio. Hay coincidencia en señalar para el conjunto de América Latina que unas pocas hectáreas en suelos fértiles pueden ser mucho más productivas que decenas o centenas de hectáreas de suelos lóbregos, pedregosos o esteparios. Nada digamos de la comparación entre terrenos de regadío, como los utilizados por los arroceros chilenos, y terrenos de secano en grado extremo. En otras ocasiones, el peso de las actividades extraprediales introduce modificaciones en la clasificación, a sabiendas de que el peso de estas actividades es muy dependiente de la climatología, del azar genealógico de la familia, de los precios agrarios y de los de la mano de obra, así como de otras variables, hasta el punto de adquirir una significación relativa.

Schneider (2014) sugiere distintas sendas de aproximación al concepto de agricultura familiar, a partir de la propuesta realizada por Van der Ploeg (2010), una de las cuales es la que consiste en buscar un marco teórico de referencia, para lo que es imprescindible la elección de una vía epistemológica que remita a nociones que sean lo más sólidas posible, las cuales permitirán indagar en la realidad. Esta vía, que supone una reflexión ardua, y que en otro tiempo estuvo condicionada por factores ideológicos y políticos, cuenta en la actualidad con notables consensos, gracias a que no se pone en duda el sentido que pueda tener la existencia de las distintas formas de producción ligadas a la agricultura familiar. Dicho de otra manera, y con palabras propias del debate de los años setenta y ochenta, la descampesinización no forma parte de la sustancia de la discusión actual. Por otro lado, se han desbrozado buena parte de los conceptos que conducen al ser de la agricultura familiar, de modo que existe un acuerdo general respecto a que las unidades de la agricultura familiar ni son necesariamente pequeñas -tal como se ha visto atrás-, ni están ligadas generalizadamente a la subsistencia, ni son ajenas a los mercados, ni sempiternamente pobres como a menudo se ha sostenido. La rica tipología de explotaciones familiares de Latinoamérica nos sitúa ante una gran variedad de tipos, susceptibles de agruparse en cuatro o cinco clases, a efectos de clasificación.

De hecho, una manera distinta de proceder para definir la agricultura familiar consiste en utilizar un criterio normativo, casi siempre de base estadística, que es el preferido desde la mirada administrativa. Se trata de adoptar criterios empíricos, que permiten clasificar las explotaciones deslindando, en primer lugar, la agricultura familiar con respecto a la empresa agropecuaria, y categorizando posteriormente los distintos tipos de agricultura familiar. En este caso, se sustituyen los criterios teóricos por criterios exclusivamente prácticos. Constituye una senda muy socorrida, al estar ligada a los planes de desarrollo elaborados por los Estados y a las ayudas derivadas. También es un criterio que permite reducir a expresiones cuantitativas los valores de la agricultura familiar. Más allá de los efectos prácticos que genera, no entraña una reflexión ontológica sobre los productores agrarios de pequeña escala. Ahora bien, los efectos prácticos facilitan, por ejemplo, zonificar la región latinoamericana y trazar analogías a partir del deslinde de homogeneidades previas.

Todavía resta otra forma más de aproximación a la realidad de la agricultura familiar, y es la que Schneider (2014) asocia con la construcción social de la realidad. No hay duda de que son los actores sociales, y muy especialmente los movimientos sociales, los que construyen el concepto mediante autoadscripción. Así, en los años que abren el siglo XXI muchas personas en Latinoamérica comenzaron a sentirse agricultores familiares, por oposición a los empresarios agropecuarios, dedicados a la agricultura de gran escala. Más aún, la forma de proceder de la administración en los distintos países consistió a menudo, y consiste en el presente, en separar a los agricultores destinatarios de las ayudas públicas en categorías que, por un lado, generan sentimientos contradictorios entre los administrados y, por otro lado, acentúan la identidad colectiva.

Aun así, el problema principal del uso del concepto de agricultura familiar es el cruce de intereses que concurren en él. A pesar de que en el contexto académico se privilegian las elaboraciones teóricas y se consideran las construcciones sociales, el peso de las definiciones normativas condiciona el quehacer científico. Estas últimas, consecuentes con los marchamos introducidos por las organizaciones internacionales, están afectadas, a su vez, por las definiciones propias de cada Estado, con el riesgo de ofuscar el término. La extensión de la finca, la mano de obra extrafamiliar, el tratamiento fiscal, la residencia del titular o de la familia, la naturaleza de la producción (grado de excedentes destinados al mercado), el porcentaje mínimo de los beneficios generados por la actividad agropecuaria, la naturaleza jurídica de la explotación, el valor de los activos, la responsabilidad de la gestión y otros, son criterios que ordinariamente concurren en la definición, los cuales son graduados por los Estados y, en ocasiones, por sus unidades territoriales. En países en los que la variedad de ecozonas es grande, los módulos fiscales oscilan considerablemente, y sirva como ejemplo el caso de Brasil, donde los módulos oscilan entre 5 y 110 hectáreas. También, la mano de obra extrafamiliar es extremadamente variada, y así algunos países reconocen la posibilidad de que estos trabajadores contratados sean permanentes (dos asalariados permanentes en el caso de Uruguay o el equivalente a 500 jornales anuales), y en otros países tan solo se contempla la mano de obra en el marco de la estacionalidad (llegando a los 20 trabajadores temporales en casos como el de Paraguay).

Ahora bien, sea cual fuere la vía adoptada, el elemento que proporciona esencialidad a la agricultura familiar consiste en el hecho de que la mano de obra es fundamentalmente familiar. Es la familia la que, con su trabajo, opera sobre los recursos que componen la explotación familiar con el ánimo de producir. Esos recursos están formados por la tierra, los animales, la maquinaria, las construcciones y el conocimiento práctico (know how) que, en parte, ha llegado a los miembros de la unidad de explotación mediante la tradición, alimentando un rico patrimonio cultural. Complementariamente, se cuenta con que, cuando las circunstancias lo requieran, puedan actuar trabajadores asalariados externos, al socaire de las necesidades periódicas que se van presentando en la explotación.

Se acaba de poner de manifiesto la atracción de mano de obra ocasional que experimenta la agricultura familiar, pero las nuevas ruralidades latinoamericanas (Gómez-Pellón 2015) ofrecen valiosas oportunidades. Así, la agricultura familiar también constituye una fuente de mano de obra en aquellos momentos en los cuales esta se hace prescindible para la explotación. Al igual que sucedió en el pasado en Europa, en América Latina la agricultura familiar se ha convertido en proveedora de trabajadores contratados en las áreas rurales, y aun en los espacios periurbanos y urbanos, gracias al interés que ha adquirido la pluriactividad. Los integrantes de la unidad familiar pueden vender mano de obra en algunas épocas del año, o, incluso, algunos de sus miembros la pueden ofrecer de manera permanente. Los integrantes de estas unidades productivas, que ofrecen periódicamente su mano de obra en los mercados locales y extralocales, también la pueden vender periódicamente en el extranjero. Las remesas de los migrantes se han convertido en una de las fuentes de ingresos de la agricultura familiar latinoamericana. Estas remesas pueden introducir las explotaciones familiares en procesos de modernización, de crecimiento y mejora de los medios de producción, permitiendo así que los más jóvenes accedan a una mejor formación que aporte valor añadido a los recursos humanos.

Muchas agriculturas familiares

Después de lo dicho hasta aquí, parece evidente que la agricultura familiar tiene una gran fuerza en toda Latinoamérica. El trabajo de Schneider (2014) muestra con meridiana claridad que las explotaciones de la agricultura familiar especializada constituyen el grupo mayoritario. Por otro lado, la agricultura familiar en Latinoamérica, frecuentemente, es pluriactiva, o, si se quiere, a tiempo parcial, en cualquiera de sus tipos. Si bien es cierto que los ingresos extraprediales no son altos, en general, sí constituyen un complemento muy relevante para el sostenimiento de la agricultura familiar. Schneider (2014) señala, confirmando la apreciación contenida en otro de sus trabajos (Schneider y Escher 2011), que, aun cuando se trata de una agricultura especializada, algunos miembros de la familia generan ingresos familiares por la realización de tareas que no son agrarias. En todo caso, se trata de una tendencia que no es distinta a la que se comenzó a dar en Europa en la década de 1970. Y, al igual que sucedió entonces, los ingresos extraprediales suponen un complemento indispensable para la supervivencia de la explotación familiar, con independencia del grado de especialización de esta.

En América Latina, y según los distintos países, se han elaborado tipologías de la agricultura que reflejan las importantes diferencias entre explotaciones que sustantivamente se denominan agrarias. Los tipos de explotaciones agrarias se han construido utilizando criterios básicos, como el volumen de los activos, los ingresos por explotación, el capital de trabajo, la mano de obra, la producción y el tipo de tenencia de la tierra (Schejtman 2008). De este modo, se ha definido y deslindado la agricultura patronal-empresarial, separándola de otra que en la actualidad se denomina agricultura familiar. A su vez, los tipos de agricultura familiar han sido perfilados en cada Estado con arreglo a criterios diferenciadores muy variados, sin correspondencia exacta entre ellos. Ni sus denominaciones ni su contenido son exactamente comparables.

Los tipos de agricultura familiar existentes en cada país, que en los documentos oficiales son entre tres y cinco regularmente, son representados a efectos analógicos y académicos, casi siempre, mediante tres que resultan homologables en alguna medida. Así, hay un tipo de agricultura familiar de subsistencia, a veces llamada también de autosuficiencia, periférica, marginal y con otras denominaciones por el estilo, que está presente en todos los países. En el extremo contrario se halla un tipo que es llamado agricultura familiar especializada, consolidada, excedentaria y de otras maneras similares según los países. Entre uno y otro hay uno más que, en general, tiene denominaciones como agricultura familiar en transición, diversificada, pluriactiva, intermedia, agricultura con potencial, etc.

La tipología trazada por Maletta (2011) para el conjunto de Latinoamérica, a la zaga de la elaborada por Kay (2007), y a la propuesta para el caso chileno por Echenique y Romero (2009), tuvo la virtud de aquilatar los tipos que se hallan en América y de crear una caracterización extraordinariamente útil, con la que concuerdan en lo sustancial otros autores (Echenique 2019). El trabajo de síntesis realizado por Schneider (2014), a partir de los datos sobre la agricultura familiar proporcionados por seis países de Latinoamérica (Brasil, Colombia, Ecuador, Chile, Guatemala y México), descubre importantes diferencias en el seno de la agricultura familiar en América Latina, aunque no renuncia al reto de establecer analogías. Una de estas dificultades consiste en que todos los Estados, en mayor o menor medida, cuentan con programas de apoyo a la agricultura definida por el empleo de mano de obra familiar, aunque no son pocos los que reducen esta agricultura a la que podríamos denominar estrictamente campesina, esto es, a la dedicada a la producción doméstica de subsistencia y a la caracterizada por la pequeña producción de mercancías, descartando la agricultura familiar con una producción de excedentes destinada mayoritariamente a la comercialización. Unas diferencias tan acusadas entre países en la concepción de la agricultura familiar lastra los análisis comparativos. Los programas de ayuda a los diferentes tipos de agricultura familiar también son muy distintos en Latinoamérica. Sin embargo, y a pesar de los obstáculos, Schneider (2014) halla semejanzas que son muy notables, por más que estas, en parte, se pudieran prever a priori. De pronto, en este estudio de Schneider se confirma que una metodología rigurosa para el estudio de la agricultura familiar en Latinoamérica ha de tener en cuenta la variable del tipo de fuerza de trabajo utilizada, y esta ha de ser puesta en relación con la residencia y las diferentes fuentes de ingresos.

Las explotaciones agrarias de subsistencia serían aquellas orientadas al autoconsumo, que utilizan trabajadores asalariados familiares de forma permanente y exclusiva, debido, sobre todo, a la escasa superficie de tierra que trabajan. Por esta última razón, sus miembros, siempre que las circunstancias lo permitan, pueden vender mano de obra en algunos momentos del año, e incluso de manera permanente. Dicho de otro modo, a falta de poder comercializar los bienes de su producción, venden servicios. Esta razón explica que no sean necesariamente pobres, y también explica que las explotaciones agrarias de subsistencia comporten un sector más dinámico de lo que a menudo se supone. La oferta de su mano de obra nutre una parte apreciable de la demanda de las industrias y los servicios locales y extralocales. También son las explotaciones que pueden alternar la dedicación a la actividad agraria con otra no agraria en el propio predio, quizá mediante la elaboración de manufacturas de uso ordinario, artesanías, etc. (Gómez-Pellón 2015). En definitiva, son explotaciones que impulsan la deseable pluriactividad del medio agrario.

En el otro extremo se encuentra una agricultura familiar consolidada o integrada, o capitalizada, o con potencial. Se trata de una agricultura en la que la familia cuenta con tierra suficiente para su mantenimiento, sin necesidad de vender mano de obra. También se caracteriza por ser una agricultura con buena disposición de capital, y con un apreciable desarrollo tecnológico, que le permite generar excedentes, debido a que el objetivo de la unidad de explotación es la producción para el mercado. Esta dimensión mercantil es la clave de una notable generación de renta, que explica la constante capitalización de la unidad de producción. Es una agricultura que, además de ser productiva, se caracteriza por la productividad. También es una agricultura que, de forma temporal o permanente, realiza contratación de trabajadores, las más de las veces procedente de la agricultura de subsistencia, y, por supuesto, lleva a cabo contratación de maquinaria que por su alto coste, o por su uso estacional, entrañaría riesgos económicos para la explotación si fuera adquirida en propiedad.

Entre la agricultura de subsistencia y la consolidada, tal como se ha señalado, hay una agricultura de transición, susceptible de dividirse en dos o más segmentos. Es una agricultura en la cual la extensión y la producción del predio le permiten contar con una apreciable dependencia de la producción propia. Es una agricultura que, manteniendo parcial o totalmente el autoconsumo, se orienta hacia el mercado. De hecho, y de ahí el nombre, es una agricultura transitiva, para la cual la producción de excedentes convive con el autoconsumo. La variedad de explotaciones que van desde las que logran producir escasos excedentes hasta las que se sitúan cerca de la agricultura familiar consolidada es enorme. Además, es una agricultura que se mueve entre la oferta y la demanda de la mano de obra. A lo largo del año hay explotaciones que pasan por ambas situaciones. No es una agricultura familiar con la suficiente fortaleza para ser autónoma del todo, debido a sus muchas debilidades, pero tampoco es una agricultura subordinada por entero. Cuando se hace diferenciación de situaciones dentro de esta agricultura familiar, se distingue entre la agricultura familiar propiamente dicha y la agricultura comercial o de transición. Ambas producen para el autoconsumo y para el mercado, pero mientras en la primera la producción para el mercado tiene un peso aún escaso, en la segunda esta producción de excedentes presenta los perfiles de una agricultura mercantil.

Conclusión

El concepto de agricultura familiar se convierte en una categoría al uso en América Latina a finales del siglo XX, al socaire de la necesidad de apoyar y proteger una forma de entender la agricultura que, no habiendo sido privilegiada en el pasado, despertaba un progresivo consenso en cuanto a su eficiencia. Las razones de este consenso se hallan en la singular utilidad analítica que tenía el término para las organizaciones internacionales y los gobiernos y, al mismo tiempo, en el indudable valor heurístico que comportaba en el ámbito científico y académico, a todo lo cual se unía su escasa o nula carga política e ideológica. Otras razones no fueron menos importantes y, entre ellas, la del desgaste del concepto de campesino, sobre el que pesaba una notable carga ideológica, junto con la propiciada por el hecho de que, a finales del siglo XX, las políticas de los gobiernos latinoamericanos se proponen alcanzar el objetivo de que la pequeña producción agropecuaria trascienda la mera subsistencia para insertarse en los mercados.

De esta manera, y no sin dificultades, fraguaría una noción que cumplía, al menos, con los requisitos mínimos para definir la agricultura familiar, como actividad encaminada a la producción de alimentos, en un marco familiar. Quedaba perfilada, por tanto, una expresión destinada a suplantar a las que se habían empleado previamente, y cuya aparente amplitud no presentaba riesgos de desbordamiento. Se trata de una categoría alusiva a la forma de vida característica de sujetos sociales diversos, que van desde los que producen reduciendo los excedentes a lo mínimo, e incluso prescindiendo de estos, en el ámbito básico de la subsistencia, tales como los campesinos tradicionales, hasta los agricultores dedicados a la producción simple de mercancías que se canalizan, en su mayoría, hacia el mercado. La evidente amplitud del concepto queda, sin embargo, supeditada a la condición de que la mano de obra sea sustantivamente familiar, pero deja abierta la posibilidad de que se complemente con otra mano de obra externa, siempre que esta última cumpla con un criterio de proporcionalidad que preserve el carácter familiar de la explotación.

Si la noción de agricultura familiar no adquiere curso en América Latina hasta finales del siglo XX es debido a que resultaba prescindible, dada la preferencia histórica de los Estados por la gran producción agraria destinada a alimentar el comercio exportador. A lo sumo, algunos Estados se limitaban a garantizar una supuesta competencia perfecta, habida cuenta de la debilidad de la agricultura familiar para participar en la liza del mercado. Sin embargo, al terminar el siglo XX, por vía de la filosofía política, al amparo de las grandes organizaciones internacionales, se fue haciendo notoria la necesidad de promover el desarrollo de una agricultura que era modélicamente compatible con el medio ambiente, que velara por la seguridad alimentaria y que proporcionara un empleo seguro y de bajo coste, en un marco de baja conflictividad como era el de la familia, a millones de personas en América Latina. Las políticas de desarrollo de la agricultura familiar, aun siendo insuficientes por el momento, se hallan extendidas en toda la región, bien con un sentido generalista, de manera que se protege más a la agricultura que a la agricultura familiar, bien con un sentido transversal, de modo que, al mismo tiempo que se protegen otros ámbitos socioeconómicos, se protege también el de la agricultura familiar, o bien el apoyo a la agricultura familiar se produce con un efecto distributivo, específico y determinado, mediante programas que están cada vez más consolidados.

De todo lo dicho en el presente trabajo se colige que el concepto de agricultura familiar constituye una potente herramienta en el orden teórico y en el metodológico, que puede permitir a los investigadores ahondar en el estudio de la heterogeneidad de unidades productivas agrarias que se desparraman por la enormidad del agro latinoamericano. Incluso, reconociendo la utilidad de los términos anteriores, y el de campesino constituye el mejor ejemplo posible, el nuevo de agricultura familiar representa una categoría socioproductiva que reduce considerablemente las limitaciones de los anteriores, debido a su singular potencia integradora, en cuanto atiende por igual la producción subsistente y la mercantil. Se trata de un término que, gracias a su neutralidad descriptiva y a su fuerza amalgamadora, servirá a los investigadores para revisar los nuevos procesos productivos que recaen sobre la agricultura familiar de América Latina y de otras partes del mundo, pero también para entablar un diálogo enriquecedor con las construcciones teóricas precedentes, y particularmente con las que hicieron del campesino una noción nuclear. Por último, una virtud más del término agricultura familiar, y nada accesoria, reside en el hecho de ser contemplativa y respetuosa con los actores sociales que, históricamente, habían reclamado su tanto de participación expresa en la producción campesina, y, sobre todo, por lo que se refiere a las categorías indígenas y afrodescendientes, en aras de una pluralidad cultural que acabaría por ser constitucionalmente reconocida en América Latina en la última década del siglo XX.

Referencias

Amin, Samir. 1977. “El capitalismo y la renta de la tierra”. En La cuestión campesina y el capitalismo, editado por Samir Amin y Kostas Vergopoulos, 9-58. Ciudad de México: Nuestro Tiempo. [ Links ]

Archetti, Eduardo. 1981 “Una visión general de los estudios sobre el campesinado”. En Campesinado y estructuras agrarias en América Latina, editado por Eduardo Archetti, 13-48. Quito : Centro de Planificación y Estudios Sociales (Ceplaes). [ Links ]

Banco Mundial. 2023. Agricultura y desarrollo rural. América Latina y el Caribe. Grupo Banco Mundial, acceso 27 de octubre de 2024. https://datos.bancomundial.org/tema/agricultura-y-desarrollo-rural?locations=ZJLinks ]

Bartra, Armando. 1982. La explotación del trabajo campesino por el capital. Ciudad de México: Macehual. [ Links ]

Bartra, Roger. 1974. Estructura agraria y clases sociales en México. Ciudad de México: Editorial ERA. [ Links ]

Bélières Jean-François , Philippe Bonnal, Pierre-Marie Bosc, Bruno Losch, Jacques Marzin, Jean-Michel Sourisseau, Vincent Baron, Jacques Loyat, Gilbert Etienne, Christine Lutringer, Nicolas Faysse y Eric Léonard. 2013. Les agricultures familiales du monde: définitions, contributions et politiques publiques. Montpellier: Cirad. [ Links ]

Berdegué, Julio A. y Félix Modrego Benito , eds. 2012. De Yucatán a Chiloé: Dinámicas territoriales en América Latina. Buenos Aires: Teseo; Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural (RIMISP). [ Links ]

Bujarin, Nicolai. (1897) 1974. Economía política del rentista. Barcelona: Laia. [ Links ]

Bulgákov, Serguei. (1897) 2014. Sobre el problema de los mercados en la producción capitalista. Buenos Aires: Mimeo. [ Links ]

Calva, José Luis. 1988. Los campesinos y su devenir en las economías de mercado. Ciudad de México: Siglo XXI. [ Links ]

Cancian, Frank. 1991. “El comportamiento económico en las comunidades campesinas”. En Antropología económica, editado por Stuart Plattner, 177-234. Ciudad de México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes; Alianza Editorial. [ Links ]

Carmagnani, Marcello. 2008. “La agricultura familiar en América Latina”. Problemas del Desarrollo 39 (153): 11-56. https://doi.org/10.22201/iiec.20078951e.2008.153.7720Links ]

Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe). 2019. Panorama social de América Latina. Santiago: Naciones Unidas. https://www.cepal.org/es/publicaciones/44969-panorama-social-america-latina-2019Links ]

Cepal, FAO e IICA (Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura e Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura). 2023. Perspectivas de la agricultura y del desarrollo rural en las Américas: una mirada hacia América Latina y el Caribe 2023-2024. San José: Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA). https://repositorio.cepal.org/server/api/core/bitstreams/6eed817e-f9c7-449a-913f-76bb41c13375/contentLinks ]

Chayanov, Alexandr Vasilevich. 1981. “Sobre la teoría de los sistemas económicos no capitalistas”. En Chayanov y la teoría de la economía campesina, compilado por José Aricó, 49-79. Ciudad de México: Siglo XXI . [ Links ]

Chayanov, Aleksander V. (1925) 1974. La organización de la unidad económica campesina. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión. [ Links ]

De la Peña, Sergio. 1979. “De cómo desaparecen las clases campesina y rentista”. En Polémica sobre las clases sociales en el campo mexicano, coordinado por Luisa Paré, 51-67. Ciudad de México: Macehual . [ Links ]

Devine, Jennifer A., Diana Ojeda y Soraya Maite Yie Garzón . 2020. “Formaciones actuales de lo campesino en América Latina: conceptualizaciones, sujetos/as políticos/as y territorios en disputa”. Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología 40: 3-25. https://doi.org/10.7440/antipoda40.2020.01Links ]

Echenique, Jorge. 2019. “Evolución de la economía campesina en América Latina”. En Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano: un homenaje a Alexander Schejtman, editado por María Ignacia Fernández, en línea. Buenos Aires: Editorial Teseo. https://www.teseopress.com/perspectivasparaeldesarrollo/chapter/evolucion-de-la-economia-campesina-en-america-latina/Links ]

Echenique, Jorge y Lorena Romero. 2009. Evolución de la agricultura familiar en Chile, 1997-2007 . Santiago de Chile: Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). [ Links ]

Edelman, Marc. 2022. “¿Qué es un campesino? ¿Qué son los campesinados? Un breve documento sobre cuestiones de definición”. Revista Colombiana de Antropología 58 (1): 153-173. https://doi.org/10.22380/2539472X.2130Links ]

Engels, Friedrich. (1894) 1974. “El problema campesino en Francia y Alemania”. En Obras escogidas, Karl Marx y Friedrich Engels, 260-269, vol. III. Moscú: Progreso. [ Links ]

Esteva, Gustavo. 1978. “¿Y si los campesinos existen?”. Comercio Exterior 28 (6): 699-713. [ Links ]

FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura). 2023. FAO en América Latina y el Caribe 2022. Santiago de Chile. https://doi.org/10.4060/cc5487esLinks ]

Fernandes, Bernardo Mançano. 2002. “La cuestión agraria brasileña a comienzos del siglo XXI”. Scripta Nova 6 (121): en línea. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=496889 Links ]

Foster, George M. 1967. “Peasant Society and the Image of Limited Good”. En Peasant Society. A Reader, editado por Jack M. Potter, May N. Díaz y George M. Foster, 300-323. Boston: Little Brown and Company. [ Links ]

Galeski, Boguslaw. 1977. Sociología del campesinado. Barcelona: Península. [ Links ]

Gómez-Pellón, Eloy. 2015. “Aspectos teóricos de las nuevas ruralidades latinoamericanas”. Gazeta de Antropología 31 (1): art. 11. http://www.gazeta-antropologia.es/?p=4770Links ]

Gómez-Pellón, Eloy. 2012. “Antropología y compromiso en los estudios campesinos latinoamericanos de las décadas centrales del siglo XX”. Revista de Antropología Experimental 12: 373-388. http://hdl.handle.net/10902/24779Links ]

Gómez-Pellón, Eloy. 2011. “El intrincado debate acerca de los campesinos y del campesinado”. En Culturas y mestizajes iberotropicales, editado por Ángel Espina Barrio, 560-584. Recife: Fundação Joaquim Nabuco; Editora Masangana. [ Links ]

Guzmán, Lya y Salomón Salcedo. 2014. “Marco teórico de la institucionalidad para la agricultura familiar”. En Agricultura familiar en América Latina y el Caribe: Recomendaciones de política, editado por S. Salcedo y L. Guzmán, 409-422. Santiago de Chile: Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). [ Links ]

Hertz, Friedrich Otto. (1899) 2010. Die Agrarischen Fragen Im Verhaltnis Zum Socialismus (1899). Viena: Kessinger Publishing. [ Links ]

Kautsky, Karl. (1903) 1974. La cuestión agraria. Estudio de las tendencias de la agricultura moderna y de la política agraria de la social democracia. Barcelona: Laia . [ Links ]

Kay, Cristóbal. 2007. “Enfoques sobre el desarrollo rural en América Latina y Europa desde mediados del siglo XX”. En La enseñanza del desarrollo rural: enfoques y perspectivas, compilado por Edelmira Pérez, 49-111. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana. [ Links ]

Kovalevski, Maxime. 1879. Modern Customs and Ancient Law of Russia Being the Ilchester Lectures for 1889-90. Londres; Edimburgo: Ballantine Hanson and Co. [ Links ]

Kroeber, Alfred L. (1923) 1948. Anthropology. Nueva York: Harcourt Brance Co. [ Links ]

Kropotkin, Piotr. (1909) 1967. La gran revolución. Ciudad de México: Nacional. [ Links ]

Lenin, Vladimir Ilich. (1893-1922) 1981-1988. Obras completas, 55 vols. Moscú: Editorial Progreso. [ Links ]

Lenin, Vladimir Ilich, Lev Trotsky, Evgueni Preobrazjenski y Nikolai Bujarin. (1922-1930) 1974. Debate sobre la economía soviética y la ley del valor. Ciudad de México: Grijalbo. [ Links ]

Leporati, Michel, Salomón Salcedo , Byron Jara, Verónica Boero y Mariana Muñoz. 2014. “La agricultura familiar en cifras”. En Agricultura familiar en América Latina y el Caribe. Recomendaciones de Política, editado por Salomón Salcedo y Lya Guzmán, 35-55. Santiago de Chile: Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). [ Links ]

Luxemburg, Rosa. (1912) 1985. La acumulación de capital. Barcelona: Orbis. [ Links ]

Luxemburg, Rosa. (1925) 1978. Introducción a la economía política. Ciudad de México: Siglo XXI . [ Links ]

Maletta, Héctor. 2011. “Tendencias y perspectivas de la agricultura familiar en América Latina”. Documento de Trabajo n.º 1. Programa Conocimiento y Cambio en Pobreza Rural y Desarrollo. Santiago de Chile: Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural (RIMISP). https://rimisp.org/america-latina-tendencias-y-perspectivas-de-la-agricultura-familiar-en-america-latina/Links ]

Mintz, Sidney W. 1973. “A Note on the Definition of Peasantries”. The Journal of Peasant Studies 1 (1): 91-106. https://doi.org/10.1080/03066157308437874 Links ]

Redfield, Robert. 1965. The Little Community and Peasant Society and Culture. Chicago: University of Chicago. [ Links ]

Redfield, Robert. 1956. Peasant Society and Culture. Chicago: University of Chicago. [ Links ]

Rodrígues, Mónica, Martine Dirven y Soledad Parada, coords. 2015. Indicadores para el seguimiento del Plan Agro 2015. Actualización 2007. Santiago de Chile: Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal); Organización de las Naciones Unidas (ONU). https://hdl.handle.net/11362/3608Links ]

Roseberry, William. 1991. “Los campesinos y el mundo”. En Antropología económica, editado por Stuart Plattner, 154-176. Ciudad de México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes & Alianza. [ Links ]

Sahlins, Marshall. 1972. Stone Age Economics. Chicago: Aldine-Atherton. [ Links ]

Salcedo, Salomón, Ana Paula de la O. Y Lya Guzmán . 2014. “El concepto de agricultura familiar en América Latina y el Caribe”. En Agricultura familiar en América Latina y el Caribe. Recomendaciones de política, editado por Salomón Salcedo y Lya Guzmán , 17-33. Santiago de Chile: Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). [ Links ]

Shanin, Teodor. 1973. “The Nature and Logic of the Peasant Economy: A Generalisation”. The Journal of Peasant Studies 1 (1): 63-80. https://doi.org/10.1080/03066157308437872Links ]

Shanin, Teodor. 1971. “Introduction”. En Peasant and Peasant Societies, editado por Teodor Shanin, 11-19. Harmondsworth (UK): Penguin. [ Links ]

Schejtman, Alexander. 2008. “Alcances sobre la agricultura familiar en América Latina”. Diálogo Rural Iberoamericano, San Salvador, septiembre. Documento de Trabajo N.º 21. Programa Dinámicas Territoriales Rurales. Santiago de Chile: Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural (RIMISP). https://www.rimisp.org/wp-content/files_mf/1366379894N21_Alexander_Shejtman_doc21.pdfLinks ]

Schejtman, Alexander. 1980. “Economía campesina: lógica interna, articulación y persistencia”. Revista de la Cepal 11: 121-140. https://doi.org/10.18356/d3b74c62-esLinks ]

Schneider, Sergio. 2014. La agricultura familiar en América latina. Un análisis comparativo. Informe Síntesis. Roma: Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA); Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural (RIMISP). https://mundoroto.wordpress.com/wp-content/uploads/2014/07/la-agricultura-familiar-en-amc3a9rica-latina.pdfLinks ]

Schneider, Sergio y Fabiano Escher. 2011. “El concepto de agricultura familiar en América Latina”. En Agricultura familiar en Latinoamérica: continuidades, transformaciones y controversias, compilado por Clara Craviotti, 25-56. Buenos Aires: Editorial Ciccus. [ Links ]

Sevilla Guzmán , Eduardo y Manuel González de Molina. 2004. Sobre la evolución del concepto de campesinado para el pensamiento socialista: una aportación para vía campesina, en Seminario sobre campesinado. Brasilia: Vía Campesina. [ Links ]

Sevilla Guzmán , Eduardo y Manuel González de Molina, eds. 1993. Ecología, campesinado e historia. Madrid: La Piqueta. [ Links ]

Steward, Julian. 1955. Theory of Culture Change. The Methodology of Multilinear Evolution. Urbana: University of Illinois Press. [ Links ]

Valencia, Mireya. 2017. “Análisis transversal de los estudios realizados”. En Políticas públicas y marcos institucionales para la agricultura familiar en América Latina, coordinado por Alberto Adib y Fátima Almada, 14-37. Santiago de Chile: Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA). [ Links ]

Van der Ploeg, Jan Douwe. 2010. Nuevos campesinos. Campesinos e imperios alimentarios. Barcelona: Icaria. [ Links ]

Warman, Arturo. 1988. “Los campesinos en el umbral de un nuevo milenio”. Revista Mexicana de Sociología 50 (1): 3-12. https://doi.org/10.2307/3540501Links ]

Wolf, Eric. 1966. Peasants. Englewood: Prentice-Hall. [ Links ]

*El presente artículo es resultado de una investigación financiada por el gobierno de Cantabria (España) y gestionada por la Universidad de Cantabria (España), por medio de la Convocatoria Puente 2022. El artículo corresponde a un proyecto en curso titulado “Los actores sociales en las estrategias de desarrollo”. El autor agradece a los revisores ciegos y al editor sus acertados comentarios sobre borradores anteriores. Asimismo, el autor declara no tener intereses conocidos ni relaciones personales que pudieran haber influido en el contenido de este texto. El análisis se ajustó a las normas éticas de un estudio de revisión de la literatura académica sobre el tema en discusión, así, el artículo cumple con las políticas éticas requeridas en Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología.

Cómo citar: Gómez-Pellón, Eloy. 2025. “Conceptos para el estudio del agro latinoamericano: campesinos y agricultores familiares”. Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología 58: 107-130. https://doi.org/10.7440/antipoda58.2025.05

Recibido: 15 de Mayo de 2024; Aprobado: 26 de Septiembre de 2024

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons