Respetado editor:
La enseñanza médica remota durante de la pandemia de COVID-19 ha sido ampliamente discutida y analizada por la comunidad científica. La mayoría de las veces desde la perspectiva docente. Hoy es también pertinente analizar dicha experiencia desde la óptica estudiantil.
El aprendizaje remoto ha representado un reto mayúsculo en la academia de los galenos contemporáneos; sin embargo, la solución no fue parar, sino reinventarse. El estudiante adaptó su forma de aprender y se convirtió en el garante principal de su aprendizaje. Ha enfrentado varios desafíos: comunicación, uso de herramientas tecnológicas, gestión del tiempo, estrés por la enfermedad emergente e incertidumbre por la calidad de su aprendizaje (1).
La pandemia deja un mensaje claro: es necesario graduar generaciones de médicos de forma ininterrumpida; por eso, la educación médica no se debe suspender (2). Los estudiantes son conscientes de ello y persiguen, a toda costa, la calidad de sus conocimientos: retroalimentan la docencia, sugieren nuevas y más eficientes prácticas pedagógicas, son analíticos y cada vez más responsables.
Algunas competencias asistenciales del médico ameritan educación presencial. El reto es volver a los hospitales y clínicas. Durante el retorno gradual hay preocupación por el contagio, suspensión abrupta de la presencialidad por inestabilidad epidemiológica, rotaciones cortas y prolongación del tiempo de terminación académica (3). El estudiante también lo ha sorteado exitosamente.
En el mundo, los estudiantes de medicina han hecho historia. Y esperamos, confiadamente, que esta experiencia haya formado médicos determinados, más capaces y, quizá, mejores docentes para el futuro.