Introducción
Son abundantes los trabajos precedentes sobre la fiesta barroca en los antiguos territorios de la monarquía hispánica. Víctor Mínguez e Inmaculada Rodríguez señalan: “como ninguna otra manifestación artística [la fiesta representa] los valores ideológicos y culturales de una sociedad, e igualmente se manifiesta en todas las posibilidades creativas: arquitecturas efímeras, lienzos, esculturas, literatura, teatro, paradas, entretenimientos, músicas”3. Para Verónica Salazar, “gracias a las aportaciones de la historia cultural y de la historia política realizadas a uno y otro lado del Atlántico, este campo de investigación goza en la actualidad de enorme popularidad y un creciente desarrollo teórico”4. Este artículo intenta aproximarse a dos fiestas barrocas de la Compañía de Jesús, escenificadas en el siglo XVII con continuidades en el XVIII, en la ciudad de Tunja en el Nuevo Reino de Granada.
Las fiestas religiosas del calendario festivo del Nuevo Reino se constituyeron en oficiales de la monarquía, dada su principal característica de católica y defensora de la religión bajo los postulados del Concilio de Trento. La mayoría de los recursos simbólicos, rituales, artísticos y estereotipados del poder “fueron trasplantados desde la península” y fueron “permeables a las manifestaciones mestizas” 5, como se ve en las fiestas jesuitas en Tunja. En el Nuevo Reino, como en otros territorios de la monarquía católica, las fiestas dividían el tiempo, marcaban el calendario, ayudaban a recordar los preceptos eclesiásticos y permitían fijar los valores del altar y el trono. Eran una oportunidad para que distintos estamentos de la ciudad se cohesionaran en la fiesta que se escenificaba en el espacio urbano6.
Sobre la inclusión de la población indígena en el sacramento de la eucaristía, el Sínodo Provincial de Santafé de 1556 la había prohibido, mientras que Trento la impulsaba. Con las Constituciones Sinodales de Santafé (1606), dirigidas por el arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero, “los reformadores de 1606 hicieron clara su posición: era la práctica central de la Iglesia tridentina y la población indígena debía ser admitida”7 para luchar contra las idolatrías.
Los jesuitas fueron abanderados de los postulados tridentinos de la Contrarreforma. En ciudades y pueblos de indios, la Compañía, a través de procesiones festivas, contribuiría a la difusión de los postulados tridentinos, a la evangelización, la lucha contra las idolatrías y la organización de la sociedad en torno a las ciudades del Nuevo Mundo.
Luego del establecimiento de la Compañía en Santafé y la fundación del seminario de San Bartolomé (1604), los jesuitas se instalaron en la vecina Tunja (1611). La ciudad de los encomenderos no perdía el esplendor ni la pujanza económica, ambiente que le pareció propicio al provincial Gonzalo de Lira para establecer el noviciado de la provincia y un colegio. De aquí inició la penetración de la Compañía en territorio de frontera de los llanos del Orinoco y los márgenes de la Capitanía General de Venezuela.
Los jesuitas incorporaron los postulados tridentinos en los programas iconográficos y en el calendario festivo en el que participaban toda la ciudad y los pueblos de indios. En Tunja, una de las fiestas más importantes de la Compañía fue la del Nombre de Jesús, al iniciar el año, asociada con la fiesta de la Circuncisión, la de la primera sangre derramada por Jesús8. El nombre y la sangre de Cristo se unen, en sentido iconográfico, para la exaltación de la eucaristía, como se aprecia en la barroca portada de la iglesia de la Compañía en Tunja.
Antes de llegar los jesuitas, el cabildo de Tunja estableció (1575) su calendario festivo con siete fiestas: la del apóstol Santiago, la de la Inmaculada, la de san Felipe, la de san Pedro, la de san Pablo, la natividad de la Virgen y san Laureano9, este último jurado como abogado de la ciudad por el cabildo (1566)10.
Los jesuitas en América crecieron en número, riqueza e influencia en los primeros dos siglos, en tanto que las órdenes mendicantes sufrieron escisiones. Mientras estas últimas creaban confederaciones de provincias autónomas donde el superior se escogía periódicamente, la Compañía era gobernada por un padre general, elegido de por vida, que residía en Roma y nombraba a los provinciales y a los rectores de los colegios11.
Formados en los ejercicios espirituales de san Ignacio, los jesuitas meditaban sobre “la larga y oscura vida de Cristo en Nazaret antes de imaginar, con los ojos del espíritu, una vasta llanura […], donde el supremo Capital General del bien es Jesucristo y en otra […] el jefe del enemigo es Lucifer”12. En esta guerra entre dos estandartes, Satanás envía un innumerable ejército de demonios a depravar y subvertir las naciones de la Tierra, mientras que Cristo confía en sus apóstoles y soldados de Dios bajo la bandera de la cruz, para llevar el Evangelio a todos los rincones del orbe. Sobre los novicios de Tunja, el jesuita José Cassani (1741) dice:
Los soldados rasos para el trabajo, y los golpes a declarar abiertamente la guerra al demonio, emprendiendo ganar terreno y conquistar aquellas tierras que tenía tiranizada su dominio, entrando valerosos soldados a pelear cuerpo a cuerpo con el enemigo común y a derribar su trono enarbolando el estandarte de la cruz.13
Ignacio de Loyola exhortó a los jesuitas a sostener prácticas devocionales del catolicismo medieval, y fomentó la veneración de las reliquias, la utilización de velas e imágenes sagradas, la práctica de la comunión, así como la asistencia frecuente a misas, procesiones y peregrinaciones14.
El Barroco se dio en el contexto de la renovación del poder de la Iglesia católica y la centralización del poder político15. San Ignacio forjó la Compañía con los nacientes ideales de la monarquía al servicio de una Iglesia universal. El Barroco utiliza elementos profanos en intrincados programas iconográficos: “no solo en el contenido sino en la forma de representación. Los efectos sensacionalistas del teatro, con el súbito cambio de escenarios, efectos musicales y luminosos […] escenario de un teatro religioso”16.
Las iglesias de la Contrarreforma son espaciosas, iluminadas. Pintores, escultores, arquitectos, dramaturgos y compositores sumaron fuerzas para hacerlas como un teatro en el cual “un concierto de las artes hacía sonar un preludio de las delicias de la bienaventuranza celestial futura”17.
La reafirmación de los dogmas de Trento se convirtió en misión del Barroco como arte de propaganda, de persuasión. El artista se dirigía a la emocionalidad del espectador: “la gloria del martirio, las visiones y los éxtasis de los santos, inflamados de intensa emoción y presentados con todos los recursos de un lenguaje retórico de gestos y expresiones se hicieron temas comunes para pintores y escultores”18.
Los jesuitas emplearon el Barroco para cumplir el propósito evangelizador señalado por su fundador y por Trento. La orden contrarreformista “tuvo más en cuenta los problemas iconográficos que los estilísticos, ya que se trataba de imponer unos conceptos dogmáticos en aquel momento de tensión doctrinal”19.
La iconografía jesuita sigue, al pie de la letra, los postulados de Trento, que ayudó a elaborar. Desde su centro matriz, la iglesia del Gesù de Roma, pasando por los templos alrededor del mundo, se replicó este modelo centralista, en el que se distinguen dos temas principales: el primero se refiere a la Compañía y alude a la vida de Jesús, en tanto que el segundo está relacionado con el combate contra la herejía, en el que se empleaban las reliquias de los mártires cristianos y de los recién beatificados y canonizados santos jesuitas20.
Al primer grupo pertenece el tema del Nombre de Jesús, cuya cofradía de indios y negros era la principal del templo jesuita de Tunja. Al segundo, la fiesta de san Francisco de Borja, patrón jurado contra los temblores del Nuevo Reino, uno de cuyos nietos era el presidente de la Audiencia, en la que participaban las autoridades reales en Santafé y Tunja.
Este artículo aborda dos procesiones festivas jesuitas del colegio de la Compañía de Tunja. La primera y más importante, la del Nombre de Jesús, está asociada a su vida, y la segunda, a la del patrón de los temblores, san Francisco de Borja. Por medio de fuentes primarias, cartas anuas, crónicas de la Compañía, concilios y fuentes secundarias de historia eclesiástica, del arte, de la salud, de los desastres y de la Compañía, se reconstruyen estas dos importantes y barrocas procesiones festivas de los jesuitas en los siglos XVII y XVIII en el centro de Tunja.
Sobre todo, el nombre de Jesús
El Nombre de Jesús, fiesta patronal del templo de la Compañía en Tunja, era llevada a cabo a principio del año, el 3 de enero. Era la fiesta más importante de los jesuitas en la ciudad. La celebración quedó incluida en el calendario festivo del Nuevo Reino desde la llegada de la Compañía. La fiesta aparece dentro de los jubileos de la iglesia de la Compañía de Tunja como obligatoria de sermón, con las fiestas de Francisco de Borja, Ignacio de Loyola y Francisco Javier, según el libro de la sacristía de 171721.
La exaltación de la infancia de Jesús, y la relación creada entre la primera sangre derramada, obtenida al practicarle la circuncisión, con la futura sangre derramada en la pasión de Cristo es un tema originado en el arte barroco de la Península22 que se extendió rápidamente a América:
El arte cristiano se deleitó proyectando sobre la infancia inocente de Jesús la sombra de la cruz. El contraste entre la feliz despreocupación de un niño y el horror del sacrificio al cual estaba predestinado fue concebido para conmover los corazones.23
Único vestigio de esta fiesta procesional jesuita y de la cofradía del Nombre de Jesús en el templo de la Compañía en Tunja, que demuestra su importancia, es la portada del templo que, con la torre, se realizaron cuando la iglesia del colegio salió a la calle a inicios del siglo XVIII. En la barroca portada tunjana aparece la clave del programa iconográfico jesuita desaparecido del interior, relacionado con el nombre de Jesús, en medio de la portada, encima del cual, en nicho abovedado, está un Salvator Mundi niño con uvas y haces de trigo, meditación plástica sobre el misterio eucarístico y el triunfo del Nombre de Jesús (figura 1).

Fuente: fotografías de Luis Antonio Buitrago Bello, 2022.
Figura 1 Portada y detalle de la parte superior con la clave del programa iconográfico jesuita. Iglesia de la Compañía de Jesús de Tunja, ca. 1717
El Nombre de Jesús sintetiza el momento en el cual el niño recibe su nombre, que coincide con la fiesta de la Circuncisión y con el nombre adoptado por Ignacio de Loyola para la Compañía:
La asociación del Nombre de Jesús con su sangre en la Circuncisión fue el hecho central de la predicación jesuita, como se señala en el libro Imago primi saeculi [...]: “Este día el nombre de Cristo ha sido asociado a su sangre; por ese motivo, nosotros los jesuitas, debemos estar dispuestos a dar nuestra sangre por este nombre”.24
En las Anuas y en la Historia de Mercado se destaca la fiesta como la más animada y concurrida de Tunja. La cofradía del Niño Jesús, integrada por indios y negros25, celebraba el día de la Circuncisión el 2 de enero26, aunque en el calendario figura el 1.º, el octavo día después de la Navidad y, al día siguiente, el 3, se conmemoraba el Nombre de Jesús.
La cofradía fue instituida por el provincial Gonzalo de Lira (1613), quien nombró al padre Juan Manuel, que hablaba la lengua muisca e impuso a los cofrades acudir a la capilla del colegio los domingos para aprender la doctrina; confesaba a menudo a los cofrades indios y negros y estableció que al menos cinco veces al año comulgaran en las fiestas. A la cofradía pertenecieron indios e indias de los arrabales de Tunja, que trabajaban en las casas encomenderas y eran moradores de pueblos vecinos. “Con estas confesiones y comuniones se ha visto una gran reformación de costumbres en los indios y en los negros […] ya no se embriagan”, sostiene Mercado27.
Para la fiesta de la primera sangre, los cofrades adornaban la iglesia y sobre la calle, donde estaban el colegio y el noviciado, disponían arcos de ramas con flores con muchas aves, otros animales y los danzantes que llevaban la imagen del patrón, un Niño Jesús de bulto.
Se ubicaban altares en la calle, que nacía en la esquina suroccidental de la plaza Mayor e inicio de la Calle Real. En los altares se disponía el Santísimo Sacramento, al mejor estilo tridentino, que acompañaba la solemne y festiva procesión. Los cofrades cantaban villancicos y lanzaban alabanzas al nombre de Jesús, patrón de la cofradía y del templo28.
La anua de 1642 a 1652 relata la fiesta del Niño Jesús como de las más lucidas de los partidos de Indias29. La fiesta de los indios el día de la Circuncisión “es la más majestuosa en aparatos de iglesia y de públicos adornos en nuestra calle (por donde da vuelta la procesión)”30. La mejor descripción de esta fiesta barroca, tridentina y jesuita tunjana está en las anuas:
El día que los congregantes celebran con mayor solemnidad es el de la Circuncisión del Señor; ese día, en el cual se recuerda la institución de la Eucaristía, es de admirar el cuidado con que organizan en las plazas altares, adornados maravillosamente, lo mismo que las calles que se visten de flores y las fachadas con ramas y matas frescas.31
En el altiplano de los Andes orientales, enero es el mes más soleado, caluroso y seco del año. La ciudad de Tunja, ubicada a 2 800 m s. n. m., batida por los vientos, sobre una meseta árida, era el lugar donde los jesuitas se dedicaban a recrear, en el siglo XVII, una selva tropical con plantas y animales, en alabanza a la unión de dos fiestas: la de la Circuncisión, que enlazaban con la eucaristía, y al día siguiente la del Nombre de Jesús y de la Compañía, parte del programa barroco escenificado en estas fiestas y tierras que incluye elementos naturales autóctonos:
Para que sea más vívido el ambiente de selva, en las ramas colocan aves y animales silvestres; y ciertamente logran recrear la amenidad de la selva, logrando que la gente se una al espectáculo y que también los habitantes de los pueblos circunvecinos vengan a ver la selva instalada y a asistir a la sagrada rogativa.32
Para las procesiones festivas, los jesuitas contrataban músicos de los pueblos de indios o traían de las encomiendas “músicos que canten, por la mañana y por la tarde, los cantos penitenciales de la liturgia y motetes apropiados durante la celebración de la misa”33. Cuando los jesuitas, a mediados del siglo XVII, cambiaron la doctrina de Duitama por la de Tópaga, vital para su extensión hacia los llanos, se construyó una bella iglesia. Frecuentemente, indios cantores y músicos de Tópaga iban a Tunja para realzar las festividades jesuitas34.
La cofradía del Niño Jesús era la de mayor culto y la más popular en Tunja y sus alrededores, porque a fines del XVII no solo podían pertenecer los indios, literalmente diezmados por la catástrofe demográfica35 y los esclavos; también podían ser cofrades los criollos. Tenían una capilla propia36, en la cual la “imagen colocada sobre el altar tiene sus vestidos entretejidos con oro y plata. El altar está dotado de abundantes ornamentos”37.
La fiesta del Nombre de Jesús, la Inmaculada y la sangre derramada
Las fiestas de inicio del año celebradas por la Compañía en Tunja y Santafé, ubicadas entre la Navidad y los Reyes Magos, sirvieron para enfrentamientos teológicos y físicos con otras órdenes religiosas del Nuevo Reino. De hecho, la otra imagen que era parte central del programa iconográfico de los jesuitas en los templos de las dos ciudades neogranadinas era la de la Inmaculada Concepción, creencia debatida y generalmente aceptada en el ámbito católico a partir del siglo XVIII, que será declarada dogma de fe en 1854.
José Manuel Pacheco escribe que en 1615 se hizo la defensa de la Inmaculada Concepción en Sevilla, donde se celebraron fiestas en su honor. Noticia y fiesta llegaron a Cartagena de Indias con la flota de galeones que arribó en 1616. En Santafé pusieron carteles en las calles que decían: “Alabado sea el Santísimo Sacramento y la Inmaculada Concepción de la Virgen Nuestra Señora, concebida sin pecado original”38.
El 8 de diciembre de 1616, en la fiesta de la Inmaculada, predicaron en la catedral de Santafé los jesuitas Santillán y Lira, lo que desató un enfrentamiento con los dominicos. La Real Audiencia intervino prohibiendo los sermones sobre la concepción inmaculada de la Virgen. El 1.o de enero de 1617, Lira predicó en la Compañía39. Ese mismo día se predicó en la iglesia franciscana de Tunja en honor de la Inmaculada, evento que terminó en una pelea a puños entre franciscanos y dominicos. Posteriormente, los jesuitas predicaron sobre la Inmaculada en el convento concepcionista e intervinieron en la polémica.
El día de la Circuncisión de 1617 se llevó a cabo la fiesta del Nombre de Jesús en la iglesia de la Compañía, con presencia de franciscanos, agustinos y del beneficiado de la iglesia matriz. Mientras todos se encontraban en el coro, se presentó una confusión y uno de los franciscanos empezó a cantar las coplas concepcionistas de Manuel Cid: “todo el mundo en general/ a voces, reina escogida,/ diga que sois concebida/sin pecado original”40, lo que ocasionó una nueva pelea a puños entre franciscanos y agustinos, que sirvió a los dominicos de Santafé para decir que “en la Compañía se derramaba sangre, más no de la Compañía, como en Tunja”41.
El presidente de la Real Audiencia, Juan de Borja, remitió al rey un informe sobre las desavenencias entre franciscanos, jesuitas, dominicos y agustinos, así como los hechos en Santafé, Tunja y Cartagena por los enfrentamientos42 teológicos a puños.
En 1618, el arzobispo Arias de Ugarte recibió una real cedula de Felipe III para que no se predicara públicamente contra la Inmaculada, con un decreto de Paulo V en el mismo sentido. En julio de 1618 se hizo una fiesta de desagravio a la Limpia Concepción por los hechos ocurridos en la fiesta central de la Compañía43.
Las fiestas en honor del patrón de los temblores, las sequías y los partos difíciles
Las fiestas de la Circuncisión y de Francisco de Borja, beatificado en 1624, en enero y octubre respectivamente, fueron institucionalizadas en el Concilio Provincial de Santafé de 1625, en el cual se estableció el calendario festivo religioso que debía seguirse en el Nuevo Reino de Granada44.
Las anuas de 1638 a 1643 relacionan lo sucedido con el tercer general de la Compañía Francisco de Borja45, quien fue designado patrón del reino, beato y luego santo jesuita, socorrido en caso de temblores46 y sequías, y era abogado de los partos difíciles, tanto en el Nuevo Reino como en la gobernación de Popayán47. Al beato se le hizo una solemne fiesta con motivo de la promulgación de la bula de su beatificación y, además, por ser su nieto el presidente de la Audiencia.
Fueron nueve días de fiesta eclesiástica solemne con una procesión de velas encendidas con su imagen, festividades que las anuas califican de “reales y suntuosas”. En la capital del reino se celebraron fiestas civiles con mascaradas, juegos de cañas y toros. No menos solemnes fueron las fiestas de Tunja que “duraron ocho días y a las misas y sermones se unieron las corridas de toros, carreras de caballos y juegos pirotécnicos”48.
Al tercer y “gran general de la Compañía”, fundador de las misiones en Indias, le hicieron grandes festejos seculares y eclesiásticos, en recuerdo de las dos facetas de su vida. En Tunja, durante nueve días se celebraron solemnes vísperas, misas con música, sermones y “una procesión de mucho concurso que con velas encendidas en las manos acompañaba la imagen de este grande de entrambas cortes de la de Madrid y la del cielo”49. En lo secular, de noche, “hicieron fuegos artificiales, se encendieron luminarias, pasearon la plaza y calles con vistosas máscaras. De día jugaron toros y corrieron a caballo”50.
El voto del Nuevo Reino al patrón se efectuó el 1.o de octubre en Santafé y Tunja, desde la época en que el fallecido duque de Gandía fue beato, mientras su nieto era el presidente de la Real Audiencia de Santafé. En Tunja, para que no se arruinaran los edificios con los temblores y murieran los vecinos, tomaron por “patrón y abogado contra los temblores […] hicieron voto de hacerle fiesta y de guardarla todos los años en reconocimiento de que para el dicho efecto lo elegían por su abogado”51.
Era obligación de las autoridades eclesiásticas, que designaba el arzobispo, acudir al templo de la Compañía “a rendir culto a san Francisco [de Borja] que tutelaba la ciudad contra los terremotos en virtud del voto al que todos estaban obligados”52. La anua registra la llegada de la pintura de Borja a Tunja desde Chitagoto53.
Mercado y Nieremberg refieren que un encomendero residente en Tunja, Sebastián de Moxica Buitron54, puso un cuadro del beato Francisco de Borja que le vendió un indio para la iglesia de su encomienda de Chitagoto; la imagen sudaba y el sudor tenía efectos taumatúrgicos: “frecuentemente sudaba, y habiéndose hecho no pocas experiencias siempre se reconoció que era milagroso el sudor y se veía en los efectos, pues lo recogían en algodones y aplicándolos a varias enfermedades cobraban los dolientes la salud”55. Trento y los jesuitas insistían en que las imágenes de los santos se debían venerar y debía dárseles sagrado uso.
Se instituyó una cofradía del santo jesuita en el pueblo. Los devotos reportaron que, antes de una desgracia o un desastre natural, el rostro pálido del santo se volvía más pálido, lo que interpretaban como presagio de mal augurio. Además, percibían movimientos en el cuadro al abrirse y cerrarse la mano del beato que tenía el crucifijo56.
El arzobispo de Santafé mandó a hacer averiguaciones de los milagros, en particular los de mayo de 1627, relacionados con el sudor de la imagen, descubierto por el hijo del encomendero. Al arreglar el altar, él vio en la pintura unas menudas gotas que cubrían la frente, las mejillas, la nariz, las manos, el vestido y el crucifijo, que el santo tenía en su mano izquierda, del cual manaban abundantes gotas57.
Las informaciones recogidas por el arzobispo incluyen milagros realizados a indios y mulatos de Chitagoto y Sátiva58. En Santafé, las informaciones sobre el milagroso cuadro que sudaba tuvieron gran acogida, en especial por parte del nieto del beato, presidente de la Audiencia, quien a pesar de los milagros falleció veinte días después de llegar la información a Santafé, en febrero de 162859.
Al morir el encomendero Moxica, su última voluntad fue que el cuadro de Borja fuera llevado al colegio de la Compañía en Tunja, de donde salieron los jesuitas en procesión al pueblo, guiados por el rector. En Chitagoto cantaron dos misas. Al cantar, el doctrinero de Sátiva notó que “empezó a variar colores la imagen destilando gran copia de sudor”60.
El cuadro fue trasladado a Tunja con gran despliegue, incluidas paradas en varios pueblos de indios. Cerca de Duitama, que fue doctrina jesuita, salieron a recibir el cuadro con pendones y chirimías, y la procesión se detuvo allí tres días. Cargado en andas, el cuadro fue llevado a Tuta, donde le imploraron que trajera las lluvias y acabara con la sequía que agobiaba a la población61.
Cerca de Tunja, la gente salió a recibir la imagen, unos a caballo, otros a pie: “A una legua de distancia pusieron los alcaldes y personas de más estimación la imagen sobre sus hombros”, y caminaron hasta la entrada de la ciudad donde pusieron el cuadro de Borja sobre andas ricamente aderezadas con joyas. Los sacerdotes, tomándolo en hombros, lo llevaron “a boca de noche con gran copia de luces que la esclarecían” a la iglesia del convento franciscano de la Magdalena, donde fue ubicado en un rico altar y le dieron la bienvenida con música. Lo mismo hicieron las monjas de Santa Clara, en cuyo convento estuvo luego la imagen, que velaron una noche con oraciones y “músicas angélicas”62.
Al día siguiente, la víspera, se llevó la imagen en solemnísima procesión a la iglesia mayor de Santiago, donde la recibió el vicario, y los miembros del cabildo secular “gustaron de que se celebrase la fiesta del santo como patrón”. Un jesuita y el provincial franciscano hicieron la prédica. En la tarde, la imagen fue llevada al convento concepcionista, donde le hicieron un altar “con grande copia de luces y le cantaron angélicamente muchos motetes”63.
En religiosa procesión, el lienzo milagroso llegó a la iglesia jesuita y fue ubicado en el altar de las reliquias: “Aquí quedó la imagen debajo de sus velos; y apenas ha habido día en que la devoción del pueblo no le haya visitado, dicho misas, encendido luces y hecho novenas y ofrecido votos”64 (figura 2).

Fuente: Curia Arzobispal de Tunja, con modificaciones de elaboración propia.
Figura 2 Plano de la ciudad de Tunja de 1623. La iglesia y la plaza Mayor marcan el centro del mapa de repartición de parroquias de 1623, sobre el que se reconstruyen los recorridos de la fiesta del Nombre de Jesús (rojo) por la calle del colegio de la Compañía, y la recepción en la ciudad del cuadro de Francisco de Borja (verde). Se numeran el templo de la Compañía (1), la iglesia mayor de Santiago (2), el real convento de Santa Clara (3), la ermita de Las Nieves (4), en el límite norte de la ciudad, el convento franciscano de la Magdalena (5) y el convento concepcionista (6).
Se hizo un tabernáculo que se dispuso en un lugar principal de la iglesia, y a su lado ubicaron las esculturas de los jóvenes jesuitas Stanislao Kotska y Luis Gonzaga65. Con la llegada del milagroso cuadro a Tunja aumentaron los ejercicios espirituales y las actividades de las cofradías de la Anunciata y del Niño Jesús del colegio, la romería y la fiesta anual del santo66. Las anuas precisan que la festividad no se celebraba en todos los colegios de la provincia, y era característica particular de los colegios de Tunja y Santafé, “en los que se celebra con misa solemne, panegírico y oraciones de petición”67. A continuación, se hace referencia a la procesión organizada en Tunja por el clero:
que va del templo de Santiago Apóstol hasta el nuestro y a la cual asiste todo el clero, el magistrado urbano y muchísimos de los nobles de la Ciudad. El clero de Tunja, que es el que organiza la procesión, lo hace con toda solemnidad y, después de una oración en el sitio de salida, se dirigen ordenadamente a nuestro templo.68
Y se continúa con la procesión más solemne, en la capital virreinal:
se celebra con mayor solemnidad, porque a la procesión que se organiza desde la Catedral hasta nuestra Iglesia, asiste el clero, el cabildo metropolitano y el Arzobispo, además del Magistrado de la ciudad, el regio Senado y toda la nobleza. Celebra la misa uno de los Canónigos prebendarios que llega a nuestro templo revestido de capa.69
Durante el siglo XVII, el cabildo de Tunja continuó con la fiesta de san Laureano, primer patrono de la ciudad. No obstante, en septiembre de 1649 reconoció la obligación de celebrar la fiesta del abogado contra los temblores: “Esta ciudad tiene elegido por patrón y abogado al santo San Francisco de Borja de la Compañía de Jesús, para que por su intercesión y patrocinio nuestro se sirva librar a esta ciudad de los temblores”70.
Fue especial el caso de un arcipreste71, a finales del siglo XVII, quien no quiso ir al templo en procesión a rendir el voto al santo de la Compañía, por lo cual la noche de vigilia, antes de la fiesta del patrono contra los sismos, se presentó un temblor en Tunja que hizo al arrepentido arcipreste exclamar: “San Francisco de Borja perdonadme que no solo iré a la procesión, sino que cantaré la misa y haré cuando fuerédes servido”72. Al día siguiente, el arcipreste se presentó en el templo y dio cuantiosa limosna para el patrón de Tunja contra los temblores. La anua refiere que Pamplona, ciudad ubicada en la provincia de Tunja, no hizo el voto, y por tanto sufrió devastadores terremotos73.
Mercado agrega que en el pueblo de indios de Siachoque, cerca de Tunja, hubo un temblor el 23 de abril de 1643. El corregidor de Tunja y su esposa llevaron un cuadro del santo a la iglesia del pueblo, ante el que se arrodillaron durante la celebración de una misa. El cura que oficiaba notó “una celestial fragancia” en el momento de la consagración y advirtió que salía “un sudor de la mano en que tenía el santo la imagen del crucifijo y que las gotas de sudor formaban una cruz”. El domingo se le hizo al santo una fiesta muy ostentosa74.
Francisco de Borja era recomendado por los jesuitas del colegio de Tunja como santo patrón y abogado en el caso de los partos complicados. Las mujeres “apretadas con muy dificultosos partos y con mucho riesgo de perder la vida” se encomendaban a san Francisco de Borja, en fechas anteriores a su beatificación75, para pedir la divina protección, recurriendo al poder taumatúrgico del santo jesuita.
Otro libro del jesuita Mercado, escrito para el hospital de San Juan de Dios de Santafé, Recetas del Espíritu para enfermos del cuerpo (1680), propone invocar a san Francisco de Borja a los que padecen gota, pues “toleró este mal y lo tenía por amigo, porque afligía al cuerpo, su enemigo”, y a los que tienen problemas dentales, pues el santo “vino a perder las muelas [...] con muchos dolores”76.
La iglesia de la Compañía de Tunja perdió gran parte de su mobiliario y su programa iconográfico tras la expulsión de los jesuitas en 1767. Los hospitalarios de San Juan de Dios fueron encargados de los bienes y la iglesia. En las visitas de la administración hospitalaria (1778 -1822) aparece un cuadro viejo de san Francisco de Borja, en sitial dorado en el altar del cuadro de gran formato la Visión de Storta, tras el desplome de la nave norte donde estaba originalmente. En el inventario aparece la escultura del Niño Jesús (de una vara de alta), que también pasó de un lugar central inicial a uno lateral77.
En el inventario de la iglesia de San Agustín, convertida en iglesia del hospital San Juan de Dios, de 1832, a donde los hospitalarios llevaron imágenes de la Compañía, la escultura del Niño Jesús aparece en el altar mayor con imágenes hospitalarias, agustinas y jesuitas. El cuadro de Borja tenía un altar a los pies de la iglesia de una sola nave. A partir de aquí, el paradero de los titulares de las fiestas jesuitas más importantes de Tunja, el Niño Jesús y san Francisco de Borja, como el de muchas otras imágenes que estuvieron en los templos de la Compañía y de San Agustín, sigue siendo incierto78.
Los votos a san Francisco de Borja fueron renovados en Santafé el 24 de octubre de 1743, a causa de nuevos temblores. Se acordó que todos los años harían procesiones en honor de la “divina Majestad que nos libertó de la gran ruina”. Tras el terremoto de Lisboa (1755), el 14 de octubre de 1765, se destaca que, según lo acostumbrado, se realizó la procesión al lograr Santafé tranquilidad y sosiego por “los terremotos con que a sido amenasada”. Se reiteraron los votos al santo patrón de los temblores en 1766 y 176779, y ya durante la Primera República, en 1814, la capital siguió celebrando rogativas y procesiones en honor al abogado contra los temblores80.
A pesar de ser una celebridad jesuita, san Francisco de Borja “no extendió su patronato ante terremotos más allá del Nuevo Reino de Granada en Hispanoamérica, aunque al presente continúe siendo el abogado ante los temblores en Colombia, en una demostración más de la nacionalización de los rituales anteriores a la nación”81.
Reflexión final
En ciudades y pueblos de indios del Nuevo Reino, la Compañía, con sus procesiones festivas, difundió los postulados de Trento, la Contrarreforma, la evangelización y la lucha contra la idolatría, en el marco de la monarquía católica.
La principal fiesta barroca jesuita de Tunja del siglo XVII fue la que unió la Circuncisión, la Eucaristía y el Nombre de Jesús, cuya cofradía era de indios y negros. Vestigio de esta fiesta jesuita y de la cofradía en el templo de la Compañía de Tunja es la barroca portada con la clave del programa iconográfico desaparecido del interior, relacionado con la Eucaristía, Trento y el triunfo del Nombre de Jesús. En estas fiestas barrocas, en las que participan los estamentos urbanos en el escenario público, se incluye el uso de elementos de la fauna y la flora neogranadinas.
San Francisco de Borja fue patrón contra los temblores de Tunja y Santafé, años antes de que lo fuera de Nápoles, a fines del siglo XVII, y de Málaga y Medellín, a mediados del XVIII, y continuó en Santafé, en los albores de la Independencia, lo que pudo estar relacionado con la presencia de algunos de sus nietos en el Nuevo Reino de Granada en el siglo XVII, y con la misma importancia de la familia Borja, que representa la unión de la monarquía y la Compañía de Jesús. El santo jesuita, además de proteger contra temblores y sequías, desempeñó una importante actividad taumatúrgica, impulsada por los jesuitas. Su condición de abogado de los partos difíciles en el Nuevo Reino pasó, tras la expulsión de la Compañía, a la medieval Santa Librada.
En la actualidad, tanto el cuadro sudoroso del patrón de los temblores como la escultura de la cofradía del Niño Jesús se encuentran en paradero desconocido, como desaparecieron también las barrocas procesiones festivas.