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Fronteras de la Historia

Print version ISSN 2027-4688On-line version ISSN 2539-4711

Front. hist. vol.30 no.1 Bogotá Jan./June 2025  Epub Jan 01, 2025

https://doi.org/10.22380/20274688.2794 

Sección especial

Festejos por la Tregua de Niza en la Nueva España: La conquista de Rodas y La conquista de Jerusalén (1539)

Celebrations for the Truce of Nice in New Spain: The Conquest of Rhodes and The Conquest of Jerusalem (1539)

Festas pela Trégua de Nice na Nova Espanha: A conquista de Rodes e A conquista de Jerusalém (1539)

aUniversidad de Alicante, España. beatriz.aracil@ua.es • https://orcid.org/0000-0002-4982-1817


Resumen

La Tregua de Niza, firmada entre Carlos V y el rey de Francia en mayo de 1538, fue celebrada en Nueva España meses más tarde con fastos que incluyeron representaciones de “moros y cristianos”, entre las que destacan La conquista de Rodas (en la ciudad de México) y La conquista de Jerusalén (en Tlaxcala). La elección de los temas de ambas obras (justificada por el contexto de nueva cruzada contra el turco) y el desarrollo de sus puestas en escena fueron una demostración de poder y de fidelidad al imperio por parte de las élites novohispanas. Pero tanto esas obras como los festejos que las albergaron reflejaron asimismo los conflictos surgidos entre las dos máximas figuras del virreinato: el conquistador Hernán Cortés y el representante del poder real, Antonio de Mendoza.

Palabras clave: festejos novohispanos; teatro mexicano del siglo XVI; Hernán Cortés; Carlos V; moros y cristianos

Abstract

The Truce of Nice, signed between Charles V and the King of France in May 1538, was celebrated in New Spain months later with festivities that included “Moors and Christians” performances, most notably The Conquest of Rhodes (in Mexico City) and The Conquest of Jerusalem (in Tlaxcala). The themes of these plays, chosen within the context of the new crusade against the Turks, and their staging were demonstrations of power and loyalty to the empire by the Novo-Hispanic elites. However, both the plays and the festivities in which they were featured also reflected the conflicts between the two main figures of the viceroyalty: the conquistador Hernán Cortés and the representative of royal authority, Antonio de Mendoza.

Keywords: Novo-Hispanic festivities; 16th-century Mexican theatre; Hernán Cortés; Charles V; Moors and Christians

Resumo

A Trégua de Nice, assinada entre Carlos V e o rei de França em maio de 1538, foi celebrada na Nova Espanha meses depois com festas que incluíram representações de “mouros e cristãos”, entre as quais se destaca A conquista de Rodes (na cidade do México) e A conquista de Jerusalém (em Tlaxcala). A escolha dos temas de ambas as obras (justificada pelo contexto da nova cruzada contra o turco) e o desenvolvimento da sua encenação foram uma demonstração de poder e fidelidade ao império por parte das elites do vice-reino. Mas tanto essas obras como as celebrações que as acolheram também ecoaram os conflitos entre as duas maiores figuras da Nova Espanha: o conquistador Hernán Cortés e o representante do poder real, Antonio de Mendoza.

Palavras-chave: festas na Nova Espanha; teatro mexicano do século XVI; Hernán Cortés; Carlos V; mouros e cristãos

Introducción

En mayo de 1538, el papa Paulo III logró que el emperador Carlos y Francisco I de Francia firmaran en Niza una tregua de diez años. El tratado, con el que se daba fin a la tercera de las guerras que enfrentaron a ambas Coronas durante los reinados de estos dos monarcas2, era un requisito indispensable para los propósitos del sumo pontífice y del propio Carlos V, que en febrero de ese mismo año habían constituido la Santa Liga, no solo con el objetivo de defender las tierras italianas del ataque del Imperio turco, sino también como un proyecto de cruzada que aspiraba incluso a la conquista de Constantinopla3. Las amistosas relaciones entre Francia y Solimán el Magnífico, que habían provocado este último enfrentamiento con el Imperio español, parecían ser entonces el único obstáculo de ese ambicioso proyecto, de manera que la Tregua de Niza se interpretó como un paso previo imprescindible para mantener esa pax christiana4 que implicaría a su vez el triunfo sobre el turco.

A la firma del tratado, que los dos reyes realizaron por separado, le sucedió un verdadero encuentro entre ambos, favorecido en este caso por Leonor de Austria (hermana de Carlos y esposa de Francisco), que tuvo lugar en Aigües Mortes en el mes de julio. A pesar de los recelos iniciales del emperador, aquellos días fueron -como señala Manuel Fernández Álvarez- no “de negociaciones, sino de fiestas y banquetes”5, de regalos y muestras de afecto; un verdadero respiro en medio de las hostilidades.

La noticia de estos acontecimientos debió llegar a Nueva España en enero de 1539, tal como consta en el “Testimonio de los acuerdos que tomó el ayuntamiento de la ciudad de Antequera [Oaxaca] para festejar la paz concertada entre España y Francia”, documento que comienza transcribiendo una carta del virrey Mendoza:

Muy virtuosos señores.- En los navíos que últimamente en este mes de enero llegaron a esta Nueva España, entre otras cosas me hizo su majestad saber el asiento concordia e amistad que entre él y el rey de Francia se asentó, y lo que después en la vista de entrambos pasó, de que tanto bien ha redundado a la cristiandad.6

En los meses siguientes, se desarrollaron fiestas “repentinas”7 que incluyeron danzas, juegos de cañas, toros y, por supuesto, representaciones de “moros y cristianos”8, tal como era propio de los fastos cortesanos peninsulares, sobre todo desde el siglo XV, cuando este tipo de festejos, en los que la ciudad agasajaba a sus reyes, adquirieron un importante papel social y político9, y cuando, como parte de estos, los espectáculos que recreaban enfrentamientos entre cristianos e infieles empezaron a contar con una trama argumental que reafirmaba a un tiempo la adhesión a la Corona y la defensa de la religión cristiana.

Las paces que -según el propio virrey- tanto bien habían “redundado a la cristiandad” fueron el pretexto para idear en las ciudades novohispanas argumentos propios de este tipo de escenificaciones que reavivaban el espíritu de cruzada, sobre los cuales tenemos información más o menos pormenorizada. Así, en el mes de febrero, en la citada ciudad oaxaqueña, el ayuntamiento organizó con este motivo “toros y juego de cañas y mandaron hacer en la plaza de Santa Catalina de esta ciudad una fortaleza de madera donde hubiese moros y cristianos que la combatiesen”10. Pocas semanas después, en la ciudad de México, el cabildo colaboró en los festejos organizados por “el virrey don Antonio de Mendoza y el marqués del Valle y la real audiencia y ciertos caballeros conquistadores”11, que acordaron recrear la conquista de Rodas, isla cuya toma por Solimán el Magnífico en 1522 había supuesto un duro golpe para los dominios cristianos en el Mediterráneo oriental12. En Tlaxcala, los nobles indígenas, que “quisieron primero ver lo que los españoles y los mexicanos hacían”, decidieron esperar a la solemne festividad del Corpus Christi para representar la conquista de Jerusalén. Guiados sin duda por los misioneros franciscanos, ofrecieron, como en la capital novohispana, un argumento proyectado hacia el futuro13, en esta ocasión vinculado al originario espíritu de cruzada que había movido las grandes expediciones a Tierra Santa entre 1099 y 1254, aunque en esta imaginaria cruzada sería el propio emperador Carlos V el encargado de emprender tan anhelado proyecto junto a su recién aliado, el rey de Francia, y a Fernando I de Hungría, miembro, como Carlos, de la Santa Liga14.

El presente trabajo se centra en estas dos últimas representaciones, La conquista de Rodas llevada a cabo en la ciudad de México y La conquista de Jerusalén puesta en escena en Tlaxcala, así como en los festejos que sirvieron de marco a estas. Observaremos cómo la elección de ambos temas, justificada por el contexto de nueva cruzada contra el turco, y el desarrollo de sus puestas en escena sirvieron (aunque de distinto modo) para mostrar en estas obras la proyección del poder político y religioso del Imperio español en la Nueva España y para exaltar a la élite dominante organizadora del evento. Asimismo, plantearemos de qué modo estos festejos, y específicamente las dos obras que nos ocupan, pudieron reflejar los conflictos de poder que marcaron la realidad novohispana en esos años de conformación del primer virreinato americano; conflictos que tuvieron como protagonistas al conquistador Hernán Cortés y al virrey Antonio de Mendoza, pero también a la única figura que podía dirimir entre ambos: el mismísimo emperador Carlos.

Los festejos de 1539 en México y Tlaxcala según las fuentes documentales

Las fiestas celebradas en la ciudad de México hacia el mes de marzo de 1539, en las que se representó La conquista de Rodas, fueron consignadas en las Actas del Cabildo de la ciudad15 e incluso en alguna fuente indígena como el Códice Aubin16, y descritas tanto por fray Bartolomé de las Casas en la Apologética historia sumaria17 como por Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España18, donde señala además que, dada su importancia, “destas grandes fiestas hobo dos coronistas que lo escribieron segund y de la manera que pasó, y quiénes fueron los capitanes y gran maestre de Rodas, y aun lo enviaron a Castilla para que en el Real Consejo de Indias se viese”19.

A pesar de los intentos de Bartolomé de Las Casas por destacar el papel de un buen número de indígenas como músicos, artesanos en la elaboración de los decorados e incluso actores en la representación misma de La conquista de Rodas, los festejos fueron sobre todo una muestra de ostentación por parte de la élite española. Según Bernal Díaz, un caballero romano llamado Luis de León organizó juegos e invenciones, “como se solían hacer en Roma cuando entraban triunfando los cónsules y capitanes que habían vencido batallas”20; entre el selecto público reunido en la plaza del Zócalo en aquellos días había “muchas señoras, mujeres de conquistadores” que portaban “riquezas […] de carmesí y sedas y damascos y oro y plata y pedrería”21; se hicieron “dos solemnísimos banquetes” que tuvieron como anfitriones al marqués del Valle y al virrey Mendoza22; y no faltaron los juegos de cañas, toros, disfraces y muchas farsas23.

Por lo que se refiere en concreto a la puesta en escena de La conquista de Rodas, que tuvo como protagonista al propio Hernán Cortés, del testimonio de los cronistas se deduce que la palabra debió ceder casi íntegramente su papel a la espectacular puesta en escena: Bernal Díaz y Las Casas coinciden en referirse a la minuciosa construcción del decorado que configuraba la ciudad de Rodas en madera, “con sus torres e almenas y troneras, y cubos y cavas, y alrededor cercada”24, y en que, rodeando la isla daban vueltas “cuatro navíos con sus masteles y trinquetes y mesanas y velas”25 que “navegaron por la plaza como si fueran por agua, yendo por tierra”26. Aunque estos navíos mostraron su artillería, esta debió servir solo a una demostración del poderío cristiano, porque, si la memoria de Bernal no falla, en realidad lo que se representó no fue una hipotética conquista por parte de la armada española. La escena inició al parecer con la isla ya en poder de “cient comendadores” cristianos, recorriéndola “muchos dellos a caballo a la jineta, con sus lanzas y adargas [...] y otros a pie con sus arcabuces” liderados por el “Maestro de Rodas” (Hernán Cortés). Lo que se escenificó entonces fue el enfrentamiento entre estos y unos turcos que poco tenían que ver con el poderoso Solimán y que, en cambio, sí podrían equipararse a vulgares bandidos, fácilmente expulsados por los cristianos:

estaban [los turcos] en celada para hacer un salto y llevar ciertos pastores con sus ganados que pacían en una fuente [...]. Ya que se llevaban los turcos los ganados y pastores, salen los comendadores y tienen una batalla entre los unos y los otros, que les quitaron la presa del ganado, y vienen otros escuadrones de turcos por otra parte sobre Rodas y tienen otras batallas con los comendadores, y prendieron muchos de los turcos.27

Sobre los festejos que tuvieron lugar en Tlaxcala el día del Corpus Christi de ese año, la fuente principal (más detallada que las referidas a los de la capital) es la Historia de los indios de la Nueva España de fray Toribio de Benavente, Motolinía, quien incorpora, en el capítulo 15 de la primera parte de la obra, la relación de dichos festejos como una carta exenta dirigida por “un fraile” a su prelado fray Antonio de Ciudad Rodrigo28. Tanto si ese anónimo fraile fue en realidad el propio Motolinía como si la relación corrió a cargo de alguno de sus compañeros del convento franciscano de Tlaxcala, lo cierto es que este documento revela el papel esencial que desempeñaron los misioneros seráficos en el desarrollo de dichos festejos (y del resto de los organizados por esos años en la ciudad indígena).

La representación, siguiendo uno de los modelos habituales de las escenificaciones de “moros y cristianos” como eran los asaltos a castillos, fue concebida como simulacro de una gran batalla cuyo argumento pudo ser seguido por el numeroso público asistente gracias a la lectura de las cartas que los personajes principales se enviaban entre sí y a los parlamentos que los ángeles dirigieron a los ejércitos en sus intervenciones sobrenaturales. En el amplio escenario preparado en la plaza principal de la ciudad, se reunió un gran número de “señores y principales” tlaxcaltecas para representar al ejército español, capitaneado por don Antonio Pimentel, conde de Benavente (a quien Motolinía dedica su Historia), y al de Nueva España, capitaneado por el virrey don Antonio de Mendoza, poniendo cerco a una Jerusalén dominada por el Soldán (Hernán Cortés). En enfrentamientos sucesivos, el ejército español y el náhuatl combatieron a los “moros y judíos” que se habían apoderado de Tierra Santa, pero no lograron rendirlos hasta que se unió a ellos el emperador Carlos y el papa los apoyó con sus oraciones. La última ofensiva, en la que Carlos V dirigió al ejército español, encabezado por Santiago apóstol, y al náhuatl, con san Hipólito a la cabeza, supuso el triunfo definitivo sobre los moros que, instados por el arcángel San Miguel, mostraron su obediencia al emperador, se convirtieron a la nueva fe y pidieron el bautismo.

Finalizada esta impresionante puesta en escena con ese bautismo (real, por parte de un sacerdote) de “muchos Turcos o Indios adultos que de industria tenían para bautizar”, la procesión prosiguió recorriendo arcos triunfales y “capillas con sus altares y retablos”, situados en distintos puntos de la ciudad hasta llegar al patio del convento franciscano, en el que había “tres montañas contrahechas muy al natural con sus peñones, en las cuales se representaron tres autos muy buenos”: La tentación del Señor, La predicación de san Francisco a las aves y El sacrificio de Abraham. “Y con esto volvió la procesión a la Iglesia”29.

De acuerdo con los datos comentados, las puestas en escena de La conquista de Rodas y La conquista de Jerusalén pueden verse como claros ejemplos del traslado al contexto novohispano de la tradición de “moros y cristianos”, tal como esta se integra en el fasto cortesano. Un fasto que -como nos recuerda Joan Oleza- “busca perpetuarse en la memoria, instalarse en la fama, de ahí la importancia de la desmesura, las exigencias de la invención, el despilfarro de recursos”30. Dicho acontecimiento tiene lugar en la plaza Mayor de la ciudad, espacio público por excelencia, con una indudable finalidad lúdica, pero también como una forma de exaltación de la minoría dominante31, aunque, en un caso, dicha minoría la constituyan “conquistadores y burócratas” españoles y, en otro, la nobleza tlaxcalteca. Es esa élite la que asume los papeles principales en la representación y los encarna ataviada con los más lujosos trajes32. Y es asimismo la que traslada al conjunto de la población un mensaje de lealtad a la Corona33.

Ahora bien, en el contexto tlaxcalteca, necesariamente marcado por el proceso de evangelización de la población indígena emprendido por la orden franciscana, todos esos rasgos se subordinan a su vez a un propósito religioso que se hace más evidente desde el momento en que se decide trasladar la celebración del festejo al día del Corpus Christi. Esa elección no se debe solamente a la voluntad de “la hacer más solemne” que señala Motolinía34, sino también (y de manera especial) a la carga simbólica de una fiesta del calendario litúrgico específicamente destinada a reafirmar la fe católica que empezaba a adquirir singular relevancia también en el territorio novohispano.

En definitiva, nos encontramos ante dos grandes espectáculos, concebidos como parte de unos festejos más amplios con los que se pretende celebrar el mismo hecho histórico, que comparten los rasgos propios de la tradición de “moros y cristianos” y una temática aparentemente similar, pero que muestran asimismo marcadas diferencias respecto a sus organizadores, los actores y el público al que van dirigidos, y los propósitos esenciales de su puesta en escena ante ese público. Todas estas diferencias afectan a su vez la imagen que habrían proyectado ambas obras del Imperio español en relación con la propia realidad novohispana.

La exaltación del Imperio español en el contexto novohispano

Hemos señalado ya que las paces entre Carlos y el rey de Francia fueron interpretadas en Nueva España en estrecha vinculación con el espíritu de cruzada que alentó la política imperial en esas décadas. Imaginar una próxima conquista de Rodas o de Jerusalén fue un modo de mostrar el poder de ese imperio que, debido a la lucha contra el turco, se proyectaba también sobre el Mediterráneo. Al proponer como tema para su representación la conquista de Tierra Santa, los franciscanos de Tlaxcala recrearon una utopía que se había convertido en lugar común para el cristianismo desde que la ciudad de Jerusalén cayera por primera vez en poder del Imperio turco en el año 1078 y que tenía plena vigencia en el contexto político español de las primeras décadas del siglo XVI35. Sin embargo, imaginar a Carlos V “determinado de tomar a Jerusalén y a todos los otros lugares santos, o morir sobre esta demanda”36 excedía los objetivos de la Santa Liga y del propio emperador. Hay que recordar, en este sentido, que Carlos V fue ante todo un hombre de Estado que aunó la defensa del cristianismo y sus intereses políticos. Ello explica que su propósito no fuera tanto invadir el territorio turco como defender a los reinos cristianos de la amenaza enemiga, y también que, al decidirse a emprender ofensivas contra los infieles, no escogiera como objetivo Tierra Santa, sino lugares estratégicos para el dominio en el Mediterráneo como Túnez, Argel o la propia Constantinopla37.

Por estos motivos, resultaba más acorde con la política del emperador el tema abordado por los conquistadores españoles en los festejos de la capital novohispana: la pérdida de Rodas en 1522 había supuesto un marcado debilitamiento del poderío cristiano en el Mediterráneo oriental y la oportunidad para Solimán de iniciar la operación militar en Hungría, que había acabado con la derrota y muerte de Luis II en 1526. Con su recuperación, los Estados cristianos habrían logrado dominar de nuevo un importante espacio estratégico.

Rodas, sin embargo, no era solo uno de los más recientes enclaves del Mediterráneo arrebatado por los turcos. Era también una isla y, como tal, evocaba la configuración de la ciudad de México, rodeada por la laguna. En este sentido, los barcos que parecían navegar “a la vela por mitad de la plaza” en aquella representación debieron centrar la atención de actores y espectadores, españoles e indígenas, y evocar en ellos el triunfo todavía reciente sobre Tenochtitlan, de manera muy semejante a como lo hacían ya por entonces los trece bergantines utilizados en dicho asedio, que Cortés había definido como “la llave de toda la guerra”38 y que habían quedado en las atarazanas de la ciudad “ad perpetuam Rei memoriam, puestos por su orden”39. Los imponentes navíos construidos para la puesta en escena de 1539, con “su artillería y trompetería”40, simbolizaron el poder del imperio, también proyectado hacia el contexto novohispano; y quizá, como los bergantines verdaderos, sirvieron asimismo para advertir a la población indígena que cualquier intento de sublevación sería fácilmente sofocado, como había ocurrido en escena con la incursión turca.

En La conquista de Jerusalén, la alusión a la caída de Tenochtitlan es ya explícita, pero adquiere un significado muy diferente, vinculado al papel de la Nueva España, y en concreto de la población tlaxcalteca, en la conformación de ese imperio de la cristiandad que se muestra triunfante en escena41. Dicha alusión tiene lugar hacia el final de la representación, justo antes de que “el ejército de los Nahuales” emprenda el ataque final a Jerusalén, junto a los españoles, a las órdenes de Carlos V. Es en ese momento en el que un personaje celestial anima a estos nuevos cristianos a combatir para recuperar Tierra Santa: “Dios ha oído vuestra oración, y luego vendrá en vuestro favor el abogado y patrón de la Nueva España San Hipólito, en cuyo día los Españoles con vosotros los Tlaxcaltecas ganasteis a México”42.

Transformar a los indígenas en cruzados defensores de la “verdadera fe”43 confirmaba la idea de la rápida y probada conversión de estos al cristianismo (conseguida gracias a la labor franciscana)44. Además, la referencia explícita al ángel de la conquista de México y, en concreto, al fundamental papel asumido en ella por los tlaxcaltecas como aliados de los españoles45 reafirmaba esa condición de vasallos ejemplares de la Corona que les había valido en 1535 la obtención del título de “leal ciudad” y el escudo de armas correspondiente46.

Conscientes de que -como explica el propio Motolinía- esa merced aún no se había hecho “con otro ninguno de indios, sino con éste, que lo merece bien porque ayudaron mucho cuando se ganó toda la tierra, a don Hernando Cortés, por su Majestad”47, los señores y principales que hicieron el papel del ejército indígena lucieron ese escudo de armas, asimismo, en el alarde con el que salieron a escena (“Iba en la vanguardia Tlaxcallan [y] México; éstos iban muy lucidos y fueron muy mirados; llevaban el estandarte de las armas reales”)48. Ahora bien, aunque dicho privilegio les había sido concedido porque “ayudaron [...] a don Hernando Cortés, por su Majestad”, el estandarte que acompañó en ese alarde al de los tlaxcaltecas no fue el del marqués del Valle, sino “el de su Capitán General, que era don Antonio de Mendoza, visorrey de la Nueva España”49. En cuanto al conquistador, que en la puesta en escena de La conquista de Rodas había sido la figura esencial al interpretar en persona al líder de los cristianos, el Gran Maestro de los Caballeros de Rodas50, ahora entraba a formar parte de la trama (ya no como actor, sino como personaje)51 encabezando a los vencidos infieles. En este aspecto se ha centrado especialmente la atención de la crítica en torno a esta obra.

Los festejos en su propio contexto: conflictos de poder en los inicios del virreinato

La mayor parte de los investigadores que han abordado el papel (en apariencia sorprendente) de Cortés como “Gran Soldán de Babilonia, y tlatoani de Jerusalén”52 lo han interpretado como un agravio hacia el conquistador. Autores como Fernando Horcasitas, Othón Arróniz o Helia Gloria Betancourt han visto en ello la intención de los propios indígenas, que habrían mostrado así el rencor del vencido53; otros, como Adam Versényi o Berta Ares, apuntan hacia los franciscanos que organizaron el evento, quienes se habrían permitido tratar así a su antiguo protector y abogado y colocar como jefe de las tropas conquistadoras al virrey porque “su supervivencia política demandaba que se disociaran de Cortés y encontraran un medio de coexistencia con la autoridad secular del momento”54. No faltan, sin embargo, voces que valoran positivamente este papel de adalid de los infieles, siendo quizá la más destacada a este propósito la de Carmen Corona, quien lo interpretó como un velado homenaje al conquistador, ya que los franciscanos, apoyados por los tlaxcaltecas, le asignaron el único papel que estaba “en posición de equivalencia al del emperador cristiano. El símil entre las dos imágenes de poder evidenciaría el secreto deseo de los misioneros de que Cortés fuera la suprema autoridad en la Nueva España”55.

Si bien no es nuestro propósito valorar detenidamente estas propuestas críticas56, sí consideramos necesario apuntar que los argumentos aducidos en favor de una velada crítica a Cortés por parte de los indígenas resultan poco convincentes respecto a los tlaxcaltecas, quienes precisamente por entonces estaban ya forjando esa historia “deformada” de los hechos ocurridos a partir de la llegada de Cortés en 1519, que encubría las batallas iniciales contra los españoles, para insistir, en cambio, en la política de alianza posterior que permitió el triunfo sobre México- Tenochtitlan57; además, los indígenas debieron desarrollar estos festejos bajo la estricta supervisión de los misioneros. En cuanto a los franciscanos, su estrecha relación con el marqués del Valle, ampliamente documentada58, fue destacada por el propio Motolinía, quien dijo de él en su Historia que había “tanto que decir de sus proezas y ánimo invencible, que de sólo ello se podría hacer un gran libro”59.

Así pues, quizá sea más apropiado volver a la línea interpretativa abierta por Carmen Corona y, sin llegar a afirmar que los misioneros pudieron albergar deseos de la vuelta de Cortés al poder, sí considerar que su papel en la obra como Soldán moro pudo haberse propuesto a manera de homenaje, sobre todo si admitimos que, en las representaciones de “moros y cristianos” peninsulares, encabezar a los infieles era un honor reservado a caballeros importantes y que hay testimonio del paso de dicha costumbre a Nueva España60. Desde esta perspectiva, que incide en la equiparación en escena entre el conquistador y su rey, podrían entenderse de manera favorable las palabras con las que Cortés/Soldán admite su derrota en la obra:

como Dios del cielo me haya alumbrado, conozco que tú solo eres capitán de sus ejércitos: yo conozco que todo el mundo debe obedecer a Dios, y a ti que eres su capitán en la tierra. Por tanto en tus manos ponemos nuestras vidas, y te rogamos que te quieras llegar cerca de esta ciudad, para que nos des tu real palabra y nos concedas las vidas, recibiéndonos con tu continua clemencia por tus naturales vasallos. Tu siervo. -El Gran Soldán de Babilonia, y Tlatoani de Jerusalén.61

Esas palabras, que sin duda sirvieron al mensaje edificante que los frailes pretendieron trasmitir (reforzando la idea de superioridad del Dios cristiano), podrían haber remitido asimismo a la obediencia a la Corona demostrada reiteradamente por el conquistador, rubricada con esa firma, “Tu siervo”, que lo situaba finalmente como vasallo ejemplar de Carlos V.

Cabría admitir, entonces, que la intención de los frailes no habría sido desprestigiarlo, sino otorgarle un lugar significativo en una trama que mostraba en escena a las más importantes figuras del contexto novohispano. Sin embargo (o precisamente por este motivo), tampoco debemos pasar por alto un aspecto que surge en diversas aportaciones críticas sobre la cuestión: la posibilidad de entender el personaje de Cortés, y en general el desarrollo de esta obra, “a la luz del conflicto político latente durante esos años en la Nueva España, en el cual se dirimía la instauración efectiva de la jurisdicción real sobre aquellos territorios y sus gentes frente a las tendencias de tipo señorial de Cortés y, en general, de los conquistadores”62. Este conflicto tenía entonces como cabeza visible del poder real a Antonio de Mendoza, personaje destacado -como hemos visto- de la representación tlaxcalteca y figura clave en los festejos de la capital novohispana (aunque no interviniera en la puesta en escena de La conquista de Rodas).

Con el fin de observar cómo “estas fiestas y batallas teatrales también son ocasión y reflejo de festejos y combates personales” entre Cortés y Mendoza63, podríamos volver a la imagen más destacada por los cronistas respecto a La conquista de Rodas: la de los “cuatro navíos con sus masteles y trinquetes y mesanas y velas” que, a las órdenes del Maestro, Cortés, parecían navegar “por mitad de la plaza”, porque si bien hemos comentado que dicha imagen debió evocar al público asistente la propia toma de Tenochtitlan, también pudo asociarse a hechos más recientes, en concreto referidos a la actividad que ocupaba de manera obsesiva por entonces al marqués del Valle: sus expediciones por el mar del Sur.

En julio de 1530, Cortés había presentado al cabildo de Veracruz sus provisiones como capitán general de Nueva España y provincia del mar del Sur. Era este el único cargo político obtenido en su reciente viaje a España64, y el conquistador, que había mostrado su interés por explorar el Pacífico al menos desde 152265, estaba dispuesto a sacar el máximo partido a los derechos que le otorgaba la capitulación real para “descubrir, conquistar y poblar cualesquier isla, tierras y provincias que hay en el Mar del Sur de la Nueva España”66. En 1532 partió la primera de las cuatro armadas que organizaría alrededor de las costas de California67 y, en noviembre de 1535, cuando el virrey Mendoza hizo su entrada en la ciudad de México, él mismo se encontraba dirigiendo en persona la tercera de dichas exploraciones. A pesar de que, como las anteriores, la expedición fue un rotundo fracaso (y provocó nuevos pleitos con Nuño de Guzmán, gobernador entonces de Nueva Galicia)68, en 1538 se encontraba ya planeando un nuevo viaje, esta vez capitaneado por Francisco de Ulloa, que se iniciaría en julio de 1539.

El hecho de que en marzo de ese mismo año Cortés fuera mostrado en La conquista de Rodas dominando un amplio mar, con esas enormes naves bajo su mando, no debió pasar desapercibido al virrey. Aunque a inicios de 1538 parecía querer cooperar con el conquistador en sus descubrimientos69, por las fechas que nos ocupan Mendoza estaba también dispuesto a emprender exploraciones propias e incluso a limitar los poderes de Cortés en el Pacífico, haciendo uso de la cédula real que le había sido concedida a este propósito tras su nombramiento70. Precisamente en marzo de 1539, el virrey envió a fray Marcos de Niza (en este caso por tierra) a Cíbola (en el actual estado de Nuevo México) en busca de las míticas siete ciudades, lo que provocaría meses después un duro enfrentamiento con Cortés por los derechos de exploración de ambos71, pero las más ambiciosas de esas expediciones fueron las emprendidas en el Pacífico, iniciadas en 1540, cuando ya había logrado apartar definitivamente a Cortés de la carrera marítima. En este sentido, como explica Alberto Santacruz, la “progresiva monopolización que impulsará el virrey del Pacífico tendrá un punto de inflexión en agosto de 1539 -un mes después de comenzado el viaje de Ulloa-, cuando Mendoza ordena que se hagan registros de todos los navíos que salgan de los puertos del mar del Sur”72.

La confiscación de uno de los barcos de Ulloa y la paralización del astillero que Cortés tenía en Tehuantepec por orden del virrey supusieron una hostilidad definitivamente manifiesta, pero no fueron la única causa de una rivalidad que hubiera surgido de cualquier modo entre dos figuras tan destacadas de la sociedad novohispana y que, de hecho, había dado ya diversas muestras desde la llegada misma del virrey, primero por algunas cuestiones protocolarias73 y, más tarde, por temas de mayor calado, como el cálculo de los vasallos que correspondían al marquesado74. A esta rivalidad alude Bernal Díaz al referirse en concreto a la celebración de la tregua entre los reyes europeos, ya que -como ha apuntado Arbolay-, “establece un paralelo con la tregua local entre el líder de la conquista y el virrey de la Nueva España”75:

vino nueva a México que el cristianísimo emperador nuestro señor, de gloriosa memoria, fue a Francia y el rey de Francia, don Francisco, le hizo gran rescibimiento en un puerto que se dice Aguas Muertas, donde se hicieron las paces y se abrazaron los reyes con grande amor [...]. En esta sazón habían hecho amistades el marqués del Valle y el virrey don Antonio de Mendoza, que estaban algo amordazados sobre el contar de los vasallos del marquesado y sobre que el virrey favoreció mucho a Nuño de Guzmán para que no pagase la cantidad de pesos oro que debía a Cortés desde el tiempo que fue el Nuño de Guzmán presidente en México. Y acordaron de hacer grandes fiestas y regocijos.76

Los banquetes que ofrecieron tanto Cortés como Mendoza en esos festejos (descritos con detalle por el propio Bernal)77, donde los dos anfitriones intentaron destacar en lujo y abundancia, debieron simbolizar de algún modo esa pugna entre ambos que acabó dando la primacía al virrey y, por tanto, reafirmando su autoridad como cabeza visible de la Nueva España78.

En cuanto a la representación tlaxcalteca, la ya citada participación del personaje del virrey Mendoza encabezando las tropas novohispanas y al servicio del monarca, enfrentado al Soldán/Cortés, quizá pudo haberse interpretado asimismo como un signo del cambio de los tiempos: definitivamente, el poder virreinal se había impuesto al de los viejos conquistadores; y ello había sido posible gracias la política de Carlos V, quien había ido restringiendo los cargos y privilegios otorgados a dichos conquistadores en favor de las estructuras propias del imperio.

A modo de conclusión

A lo largo de estas páginas hemos observado cómo la Tregua de Niza entre Carlos V y Francisco I fue celebrada en la Nueva España con festejos que trasladaron al conjunto de la población un mensaje de lealtad a su rey, al tiempo que ensalzaban a la élite dominante. Tanto la puesta en escena de La conquista de Rodas en la capital novohispana, a cargo de los caballeros españoles (con Hernán Cortés a la cabeza), como la de La conquista de Jerusalén, llevada a cabo en Tlaxcala por parte de la nobleza indígena (bajo la atenta tutela de los misioneros franciscanos), recrearon temas propios de la tradición de “moros y cristianos”, vinculados al espíritu de cruzada propio de estos, con el fin de mostrar el poder del Imperio español en el Mediterráneo. Cada una, a su modo, proyectó también sus argumentos hacia el contexto novohispano surgido a partir de esa otra gloriosa cruzada que había sido la conquista de Tenochtitlan, generadora de los privilegios de los que gozaban tanto los caballeros conquistadores como sus aliados indígenas.

Ahora bien, el papel asumido por algunos personajes reales en estas representaciones, y de forma especial el de Soldán moro atribuido a Cortés en la obra tlaxcalteca, sugiere también la posibilidad de aproximarnos a estos festejos como reflejo de conflictos internos en el seno de la élite novohispana, y en concreto de los que enfrentaron al conquistador con Antonio de Mendoza. El triunfo en esta pugna le correspondería claramente al virrey. Por ello, la imagen de Hernán Cortés que se mostró en la puesta en escena de La conquista de Jerusalén, enfrentado a todo un imperio con el propio monarca a la cabeza (asistido a su vez por Mendoza), fue de algún modo premonitoria de lo que acabaría sucediéndole al marqués del Valle en los años siguientes79.

Una última reflexión. En la representación tlaxcalteca, el personaje de Cortés/Soldán moro se humillaba ante Carlos V admitiendo su derrota (“yo conozco que todo el mundo debe obedecer a Dios, y a ti que eres su capitán en la tierra”). Sus palabras, sin embargo, no cancelaban las cualidades heroicas de quien se había mostrado como digno contrincante del mismísimo Carlos V, había vencido al ejército de Mendoza y se convertía ahora de nuevo en perfecto vasallo, en “siervo” de la Corona española. Quizá ficción y realidad se confundían de nuevo para dar cuenta de la complejidad de ese entramado social y político que había dado origen al primer virreinato americano.

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2Los dos reyes europeos se enfrentaron en cuatro ocasiones. La primera de estas guerras, declarada por Francia en 1521, finalizó con el triunfo español en la batalla de Pavía y la captura de Francisco I. Con el apoyo del papa Clemente VII, el rey francés inició en 1526 un segundo enfrentamiento, durante el cual tuvo lugar el Saco de Roma (6 de mayo de 1527), que finalizó con la Paz de las Damas (firmada en Cambray el 29 de junio de 1529). Tras la que nos ocupa, comenzada con la invasión de Francia por parte de las tropas españolas en 1536, aún tendría lugar una última guerra, que declaró Francia en 1542 (rompiendo el Tratado de Niza) y concluyó con la Paz de Crépy de 1544.

3Sobre la constitución de la Santa Liga y el fracaso de dicho proyecto, véanse, entre otros, los trabajos de Manuel Fernández Álvarez, La España del emperador Carlos V (Madrid: Espasa-Calpe, 1982), 641-645 y Carlos V, el césar y el hombre (Madrid: Espasa-Calpe, 2000), 569-587; y de María José Rodríguez Salgado, “¿Carolus Africanus?: el emperador y el turco”, en Carlos V y la quiebra del humanismo político en Europa (1530-1558), vol. 1, coord. por José Martínez Millán e Ignacio Javier Ezquerra Revilla (Madrid: Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2001), 508-514.

4Sobre el concepto español de paz cristiana, véase la introducción de Ramón Menéndez Pidal a Fernández Álvarez, La España.

5Fernández Álvarez, Carlos V, 566.

6Testimonio de los acuerdos que tomó el ayuntamiento de la ciudad de Antequera para festejar la paz concertada entre España y Francia. Antequera, 11 de febrero de 1539”, en Epistolario de la Nueva España 1505-1818, t. 3, ed. por Francisco del Paso y Troncoso (Ciudad de México: Antigua Librería Robledo, 1939), 243-244. La información de este documento coincide además con el testimonio de fray Toribio de Benavente Motolinía, quien afirma que “las nuevas vinieron a esta tierra antes de cuaresma pocos días”. Historia de los indios de Nueva España, ed. por Georges Baudot (Madrid: Castalia, 1985), 203.

7Asumimos aquí la terminología establecida por Hugo Hernán Ramírez, quien a su vez se basa en la distinción que había realizado a inicios del siglo XVII fray Juan de Torquemada, en su Monarquía indiana, entre fiestas solemnes (insertas en el calendario litúrgico) y repentinas, esto es, “las que los emperadores, reyes y señores mandan celebrar, en las repúblicas, por algunas particulares razones y causas; conviene a saber, por alguna victoria militar, que ha tenido de sus enemigos o por haberse casado”. Citado en Hugo Hernán Ramírez, Fiesta, espectáculo y teatralidad en el México de los conquistadores (Madrid; Frankfurt: Iberoamericana; Vervuert, 2009), 29.

8Sobre este tipo de espectáculos y su evolución en la Península hasta el siglo XVI, véanse, entre otros, Joan Oleza, “Las transformaciones del fasto medieval”, en Teatro y espectáculo en la Edad Media, ed. por Luis Quirante Santacruz (Alicante: Instituto de Cultura Juan Gil Albert; Diputación de Alicante; Ajuntament d’Elx, 1992); y los trabajos de Teresa Ferrer, La práctica escénica cortesana: de la época del emperador a la de Felipe III (Londres; Valencia: Tamesis Books Limited; Institució Valenciana d’Estudis i Investigació, 1991), 19-47, y Noblezay espectáculo teatral (1535-1622) (Valencia: UNED; Universidad de Sevilla; Universidad de Valencia, 1993), 39-44, y Arturo Warman, La danza de moros y cristianos (Ciudad de México: SEP Setentas, 1972), 17-65.

9Recordemos que el fasto medieval tenía “por objetivo la celebración magnificente de un hecho trascendental para la vida de un pueblo o de su príncipe, y por efecto expresar los vínculos de toda una comunidad, reunida, organizada y solidaria en la fiesta” (Oleza, “Las transformaciones”, 61). Sobre los elementos que constituían estas fiestas civiles, que fueron trasladadas al contexto novohispano desde fechas tempranas, véase Octavio Rivera, “Recursos teatrales en el fasto y la representación teatral en Nueva España en el siglo XVI” (tesis doctoral, El Colegio de México, 2006), 161-165.

10“Testimonio de los acuerdos”, 244. Fiestas repentinas muy similares debieron tener lugar en la Península unos meses antes. Así, por ejemplo, en las actas del Concejo de Caravaca (Murcia), reunido el 15 de agosto para tratar este asunto, el archivero Francisco Fernández García localizó el acuerdo por el que dicho concejo recibió “la noticia de que el emperador Carlos regresaba a España tras haber firmado un tratado de paz con el rey Francisco I de Francia, que establecía una tregua de diez años entre ambos reinos, [...] con gran satisfacción y júbilo ya que la población se encontraba extenuada con tanta contribución y servicio” y decidió “elaborar un completo programa de actos, tanto civiles como religiosos”, entre los que se incluyeron juegos de toros, cañas y fiesta de moros y cristianos. Francisco Fernández García, “20 de agosto y 2 de septiembre de 1538: toros y moros. Celebración de la Paz de Niza”, El Noroeste, 14 de agosto, 2013, https://elnoroestedigital.com/20-de-agosto-y-2-de-septiembre-de-1538-toros-y-moros-celebracion-de-la-paz-de-niza-2/

11Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, ed. por Luis Sáinz de Medrano (Madrid: Planeta, 1992), 841.

12Véase Fernand Braudel, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, t. 2 (Ciudad de México: FCE, 1976), 24. Sobre el dominio cristiano de la isla de Rodas hasta 1522, véase Juan A. Magaz Van Ness, “Rodas 1309-1523. La defensa del cristianismo en el Mediterráneo oriental”, en La Orden de Malta, la mar y la Armada, ed. por el Instituto de Historia y Cultura Naval (Madrid: Instituto de Historia y Cultura Naval, 2000), https://armada.defensa.gob.es/archivo/mardigitalrevistas/ cuadernosihcn/37cuaderno/cap03.pdf

13Así lo expresa el principal cronista de esta puesta en escena, el ya citado fray Toribio Motolinía, cuando aclara que “determinaron de representar la conquista de Jerusalén, el cual pronóstico cumpla Dios en nuestros días”, Historia, 203. En la Península también contamos con ejemplos de espectáculos cuyos argumentos recrearon imaginarios triunfos de los cristianos, como ocurrió en la Navidad de 1493 cuando el condestable Miguel Lucas de Iranzo, junto a más de doscientos caballeros, representó una fingida victoria sobre el rey de Marruecos. Véase Beatriz Aracil, “Primeras adaptaciones del fasto peninsular al contexto novohispano: la representación de La conquista de Jerusalén (Tlaxcala, 1539)”, en El tablado, la calle, la fiesta teatral en el Siglo de Oro, ed. por Miguel Zugasti y Ana Zúñiga (Castellón: Universitat Jaume I, 2021), 19-22.

14Por esos años, la Corona de Hungría estaba partida entre Fernando I de Habsburgo y Juan I de Zápolya, quien, para mantenerse en el poder frente a los Habsburgo, pidió protección al rey otomano.

15“Jueves 27 de marzo de 1539 años”, en Ignacio Bejarano, ed., Actas del Cabildo de la ciudad de México, t. 3 (México: Aguilar, 1889), 165.

16Véanse la traducción del fragmento y la explicación del dibujo que lo acompaña realizadas por Fernando Horcasitas en El teatro náhuatl. Épocas novohispana y moderna (Ciudad de México: UNAM, 1974), 501.

17Fray Bartolomé de las Casas, Apologética historia de las Indias, vol. 1 (Madrid: BAE, 1958), 214.

18Díaz del Castillo, Historia verdadera, 840-850. Bernal sitúa los festejos en 1538, probablemente por su vinculación con el hecho histórico que los motiva, pero los documentos, como hemos visto, dan la razón a Las Casas al fecharlos en 1539. Véase Beatriz Aracil, El teatro evangelizador. Sociedad, cultura e ideología en la Nueva España del siglo XVI (Roma: Bulzoni, 1999), 197-200.

19Díaz del Castillo, Historia verdadera, 847. Ramírez ha llamado la atención sobre la existencia de estas dos relaciones, hoy perdidas, que no solo nos hablan del esplendor de estos festejos, sino también de la necesidad de exaltar las ciudades novohispanas a través de la descripción de celebraciones que obedecían a modelos y temas europeos. Ramírez, Fiesta, espectáculo, 147.

20Díaz del Castillo, Historia verdadera, 841.

21Díaz del Castillo, Historia verdadera, 843.

22Díaz del Castillo, Historia verdadera, 844-846.

23Díaz del Castillo, Historia verdadera, 846.

24Díaz del Castillo, Historia verdadera, 842. Las Casas nos da una idea de la envergadura de esta construcción efímera al explicar que, “cuando se hacía la ciudad y los dichos edificios, andaban cincuenta mil hombres oficiales [indios]”. Apologética, 214. Sobre este tipo de construcciones en los festejos novohispanos, véase Rivera, “Recursos teatrales”, 208-210.

25Díaz del Castillo, Historia verdadera, 842.

26Las Casas, Apologética, 214. Sobre los festejos acuáticos en la ciudad de México durante el siglo XVI, véase Juan Chiva Beltrán, “Fiestas acuáticas en el Virreinato de la Nueva España”, en El rey festivo: palacios, jardines, mares y ríos como escenarios cortesanos (siglos XVI-XIX), ed. por Inmaculada Rodríguez Moya (Valencia: Universitat de València, 2019), 257-261.

27Díaz del Castillo, Historia verdadera, 843.

28Véase Motolinía, Historia, 202-215.

29Motolinía, Historia, 213-215.

30Oleza, “Las transformaciones”, 61.

31Como apunta Óscar Armando García Gutiérrez, el “uso de las plazas principales de México y Tlaxcala, en incipiente traza, evidencia la clara intención por resignificar el espacio público como un área de concentración de los poderes civiles y religiosos”. “México y Tlaxcala (1539): escenificaciones imperiales de la Conquista”, en La metrópoli como espectáculo: la Ciudad de México, escenario de las artes, ed. por Gustavo Curiel (Ciudad de México: UNAM, 2013), 105.

32En México, Bernal Díaz del Castillo habla de “cient comendadores con sus ricas encomiendas todas de oro y perlas”. Díaz del Castillo, Historia verdadera, 842, mientras que en Tlaxcala los señores “sacaron sobre sí lo mejor que todos tenían de plumajes ricos, divisas y rodelas”. Motolinía, Historia, 204-205.

33Como apunta Octavio Rivera, el tipo de fiesta pública que inician estos festejos en el contexto novohispano tiene fundamentalmente un propósito político: “subrayar el poder real, promover una identidad nacional y, en el virreinato, además, enfatizar el poder del Estado y la Iglesia, a través de sus representantes”. Rivera, “Recursos teatrales”, 158.

34Motolinía, Historia, 203.

35Pensemos en los sueños de cruzada del cardenal Cisneros hacia 1506 o en el mesianismo mostrado por Alfonso de Valdés tras el triunfo de Carlos V en la batalla de Pavía de 1525. Véase Marcel Bataillon, Erasmo y España (Ciudad de México: FCE, 1986), 52-53 y 226-230; recordemos asimismo los escritos de Cristóbal Colón, quien apuntó ya en el diario del primer viaje: “protesté a Vuestras Altezas que toda la ganancia de esta mi empresa se gastase en la conquista de Jerusalén, y Vuestras Altezas se rieron y dijeron que les placía, y que sin esto tenían aquella gana”. Cristóbal Colón, Los cuatro viajes del almirante y su testamento, ed. por Ignacio B. Anzoátegui (Madrid: Espasa-Calpe, 1991), 113, https://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmch70d3

36Motolinía, Historia, 209. Sobre las esperanzas escatológicas de los franciscanos en la Nueva España del siglo XVI, siguen siendo de especial interés los trabajos de Georges Baudot, Utopía e historia en México. Los primeros cronistas de la civilización mexicana (1520 1569) (Madrid: Espasa Calpe, 1983) y La pugna franciscana por México (Ciudad de México: Alianza; Conaculta: 1990); Elsa Cecilia Frost, “El milenarismo franciscano en México y el profeta Daniel”, Historia Mexicana 26, n.º 1 (1976), https://historiamexicana.colmex.mx/index.php/RHM/article/view/2801); y John Phelan, El reino milenario de los franciscanos en el Nuevo Mundo (Ciudad de México: UNAM, 1972).

37En realidad, la actitud de Carlos respecto al Imperio turco tuvo muchos matices y contradicciones, incluso durante ese periodo clave que va desde la concepción de una verdadera cruzada tras la reunión con el papa en Bolonia (1530) hasta el desastre de Argel (1541). Rodríguez Salgado ha estudiado ampliamente esta evolución en la política del emperador que lo llevaría más tarde a “negociar con Solimán en 1545 y a romper con su hermano Fernando en 1550 por resistirse este último a abandonar la contienda contra el turco”. Rodríguez Salgado, “¿Carolus Africanus?”, 489.

38Hernán Cortés, Cartas de relación, ed. por Ángel Delgado (Madrid: Castalia, 1993), 148.

39Francisco Cervantes de Salazar, Crónica de la Nueva España (Ciudad de México: Porrúa, 1985), 323.

40Díaz del Castillo, Historia verdadera, 843.

41Es cierto que el público tlaxcalteca que asistió a la representación debió interpretar también lo ocurrido en escena como una explicación de su propia derrota en las batallas emprendidas en 1519 contra los españoles (que antecedieron a la alianza contra el imperio de Moctezuma), ya que, al igual que entonces, en la obra el “Dios verdadero” triunfa frente a los falsos dioses. Véanse Berta Ares Queija, “‘Moros y cristianos’ en el Corpus Christi colonial”, Antropología: Revista de Pensamiento Antropológico y Estudios Etnográficos, n.º 7 (1994): 93-94, http://hdl.handle.net/10261/33133, y Aracil, El teatro evangelizador, 299-301. No debemos olvidar que el teatro misionero en su conjunto obedece a “una función ideológica clara, la que tiene que ver con el sometimiento de los indios”. Kathleen Shelly, “El teatro en la América hispana durante el siglo XVI”, Revista Canadiense de Estudios Hispánicos 7, n.º 1 (1982): 95. Sin embargo, nuestro interés se centra ahora en la interpretación político-religiosa que los tlaxcaltecas dieron a su propio papel en el desarrollo de la trama, ya como defensores de la fe cristiana.

42Motolinía, Historia, 210.

43Sobre las implicaciones políticas de esta presentación en escena de un ejército indígena equiparable al español y también a las órdenes del emperador, véase Ares Queija, “Moros y cristianos”, 94-95; y Aracil, El teatro evangelizador, 475-481.

44Lizandro Arbolay ha llamado la atención sobre la necesidad de leer la descripción de estos festejos en relación con el conjunto de la Historia y, en concreto, los capítulos anteriores, lo que permite observar la intención, por parte de Motolinía, de mostrar “el avance espiritual que han logrado los esfuerzos evangelizadores de los franciscanos”. Lizandro Arbolay, “Las conquistas de Rodas y Jerusalén: descripción e interpretación de dos fiestas novohispanas”, Letras Hispanas: Revista de Literatura y de Cultura 11, n.º 1 (2015): 49.

45Como advierte Roland Baumann, el ángel “presenta específicamente a los tlaxcaltecas como los únicos artífices nativos de la conquista. Se dirige a ellos como tlaxcaltecas, no como genéricos indios cristianos”. Roland Baumann, “Expresión tlaxcalteca de autonomía y drama religioso en el siglo XVI”, en El teatro franciscano en la Nueva España, coord. por María Sten (Ciudad de México: UNAM; Conaculta, 2000), 199.

46Sobre los privilegios otorgados a Tlaxcala a lo largo de ese siglo, véase Charles Gibson, Tlaxcala en el siglo XVI (Ciudad de México: FCE; Gobierno del Estado de Tlaxcala, 1991), 219-223. El escudo ha sido estudiado pormenorizadamente por Luis Fernando Herrera Valdez en “Origen y significado del escudo de Tlaxcala”, Potestas. Estudios del Mundo Clásico e Historia del Arte, n.º 8 (2015), https://dx.doi.org/10.6035/Potestas.2015.8.5

47Motolinía, Historia, 195.

48Motolinía, Historia, 205.

49Motolinía, Historia, 205.

50La Orden de San Juan había defendido Rodas desde inicios del siglo XIV hasta su citada caída a manos de Solimán II en 1522. El Gran Maestro era la máxima figura del poder político y religioso en ella. Véase la estructura de la orden en la isla en Magaz, “Rodas 1309-1523”, 62.

51Según el testimonio recogido por Motolinía, todos los que intervinieron en esa puesta en escena (como en el resto de las representaciones misioneras de las que se tiene noticia) fueron indígenas, salvo el sacerdote que, como ya se ha indicado, bautizó a “muchos Turcos o Indios adultos que de industria tenían” para ello. Motolinía, Historia, 213.

52Motolinía, Historia, 212.

53La postura de estos autores puede resumirse en las palabras de Horcasitas: “¿Será que el indígena hallaba satisfacción en ver derrotado a su propio conquistador por un ejército nativo? Sólo de esta manera se puede explicar el misterioso papel en que se le hace aparecer en la representación de Tlaxcala”. El teatro náhuatl, 508; cfr. Othón Arróniz, Teatro de evangelización en Nueva España (Ciudad de México: UNAM, 1979), 83; y Helia Gloria Betancourt, “Teatro franciscano de evangelización en Nueva España” (tesis doctoral, University of Pennsylvania, 1990), 117-119. Max Richard Harris va más allá en esta línea y afirma que los indígenas, apelando a su recién adquirida condición cristiana, habrían llegado incluso a cuestionar el derecho de los españoles sobre México derrotando en escena a los “infieles” Cortés y Alvarado. Max Richard Harris, “Reconciliaciones disfrazadas: voces indígenas en los comienzos del drama misionero franciscano en México”, en El teatro franciscano en la Nueva España, coord. por María Sten (Ciudad de México: UNAM; Conaculta, 2000), 256-259.

54Adam Versényi, “En el pellejo de los aztecas: teatro evangelizador en el Nuevo Mundo”, en El teatro franciscano en la Nueva España, coord. por María Sten (Ciudad de México: UNAM; Conaculta, 2000), 239. Cfr. asimismo Ares Queija, “Moros y cristianos”, 187.

55Carmen Corona, “El auto La conquista de Jerusalén: Hernán Cortés y la trasgresión de la figura”, en El escritor y la escena, t. 3, ed. por Ysla Campbell (Ciudad Juárez: Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 1995), 84.

56Un estudio más detenido de estas aportaciones críticas, también sobre el papel de sus capitanes Andrés de Tapia (que aparece aquí al servicio de Mendoza) y Pedro de Alvarado (como capitán general de los moros) es el de Aracil, El teatro evangelizador, 484-496; cfr. Ramírez, Fiesta, espectáculo, 159-160.

57Véase Charles Gibson, “Significación de la historia tlaxcalteca en el siglo XVI”, Historia Mexicana 3, n.º 4 (1954), https://historiamexicana.colmex.mx/index.php/RHM/article/view/542. Sobre la traslación de estas ideas a los festejos tlaxcaltecas a lo largo del siglo XVI, véase Beatriz Aracil, “Conquista y conversión religiosa en el Coloquio de los cuatro reyes de Tlaxcala”, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, n.º 92 (2020): 83-92.

58A este respecto es fundamental el artículo de Fidel de Lejarza, “Franciscanismo de Cortés y cortesianismo de los franciscanos”, Missionalia Hispanica, n.º 13 (1948). Cfr. asimismo Baudot, Utopía e historia, 253-255 y 272.

59Motolinía, Historia, 328.

60Véase Aracil, El teatro evangelizador, 495-496.

61Motolinía, Historia, 212.

62Ares Queija, “Moros y cristianos”, 95. Esta línea interpretativa, iniciada por Alfonso Reyes (“Los autos sacramentales en España y América”, en Capítulos de literatura española. Segunda serie [Ciudad de México: El Colegio de México, 1945], 124), ha sido recogida con diversos matices, además de por los ya citados Versényi y Ares Queija, por otros autores como Jerome Williams, “El teatro de evangelización en México durante el s. XVI: reseña histórico literaria” (tesis doctoral, Universidad de Yale, 1980), 144-145, o Baumann, “Expresión tlaxcalteca”, 199-200.

63Arbolay, “Las conquistas”, 56.

64Recordemos que Cortés había regresado a Nueva España con un título nobiliario, el de marqués del Valle de Oaxaca, pero sin posibilidad de volver a la gobernación del territorio. Véase José Luis Martínez, Hernán Cortés (Ciudad de México: UNAM; FCE, 2003), 510-512.

65Véase Cortés, Cartas de relación, 432.

66José Luis Martínez, ed., Documentos cortesianos, t. 3 (Ciudad de México: UNAM; FCE, 1991), 78 (documento completo en 78-85). Esta capitulación de 1529 es reiterada en 1531 (280-281).

67Las cuatro expediciones fueron: la dirigida por Diego Hurtado de Mendoza, que partió de Acapulco a inicios de 1532; la encabezada por Diego Becerra y Hernando de Grijalva, que zarpó de la bahía de Manzanillo en 1533; la que emprendió el propio Cortés en abril de 1535 desde Chametla, y la que salió del puerto de Acapulco en julio de 1539 bajo el mando de Francisco de Ulloa. Sobre estas expediciones son de especial interés: Miguel León-Portilla, Hernán Cortés y la mar del Sur (Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1985); José María Ortuño Sánchez-Pedreño, “Las pretensiones de Hernán Cortés en el mar del Sur. Documentos y exploraciones”, Anales de Derecho, n.º 22 (2004); Esteban Mira Caballos, “La expedición enviada por Hernán Cortés al mar del Sur en 1532: noticias inéditas”, Alcántara: Revista del Seminario de Estudios Cacereños, n.º 70 (2009); y Alberto Santacruz, “Informaros Heis”. Exploración y escritura sobre el Pacífico novohispano (1522-1543) (Roma: Bulzoni, 2022).

68Véase Santacruz, “Informaros Heis”, 49-57.

69Véase su carta a Cortés escrita en México el 14 de febrero de 1538, en Martínez, Documentos cortesianos, 4: 181-182. Cortés, en efecto, hablaba de él en ese tiempo como “muy mi señor y mi amigo”. “Carta de Hernán Cortés, al Consejo de Indias, acerca de la preparación de sus armadas, la dilación en la cuenta de sus vasallos y el sistema tributario del México antiguo”, 20 de septiembre de 1538, en Martínez, Documentos cortesianos, 4: 185.

70Véase la “Cédula del emperador limitando los poderes de Hernán Cortés”, Barcelona, 17 de abril de 1535, en Martínez, Documentos cortesianos, 4: 145.

71Como advierte Alberto Santacruz, “Cortés, que desconocía las dimensiones continentales del norte de la Nueva España, apoyaba su argumentación en una identificación equivocada de las tierras que había visitado fray Marcos”. Santacruz, “Informaros Heis”, 64. Por ello, en realidad este conflicto no tuvo injerencia en sus descubrimientos en la costa, pero en su resolución se vieron afectados todos los que pugnaban por el dominio del Pacífico novohispano (62-65).

72Santacruz, “Informaros Heis”, 65.

73Véase Juan Suárez de Peralta, Tratado del descubrimiento de las Indias (Ciudad de México: Conaculta, 1990), 138-139.

74Véase Martínez, Hernán Cortés, 645-647.

75Arbolay, “Las conquistas”, 55. Este autor ha llamado la atención además sobre cómo en el texto de Bernal los “capítulos que preceden a las fiestas presentan los conflictos entre los viejos conquistadores y la nueva burocracia”.

76Díaz del Castillo, Historia verdadera, 840-841.

77Díaz del Castillo, Historia verdadera, 844-846.

78Como advierte Peggy K. Liss, precisamente la mayor afirmación de autoridad del virrey desde su llegada a Nueva España fue “haber metido en cintura” al marqués del Valle: “Mendoza redujo el número de súbditos y aldeas de Cortés, restringió el alcance de su cargo de capitán general, compitió con él en cuanto a poderío y estimación entre los españoles y también en el terreno de las exploraciones, y en 1540 orilló al marqués a comparecer ante la corte española para buscar justicia”. Peggy K. Liss, Orígenes de la nacionalidad mexicana. 1521-1556 (Ciudad de México: FCE, 1986), 110-111.

79Ni el memorial de agravios redactado en Madrid en junio de 1540 ni los interrogatorios que propuso contra el virrey en 1543 para que fueran formulados por el licenciado Francisco Tello de Sandoval sirvieron para minar el poder de Antonio de Mendoza. En cuanto al emperador, el marqués acabo siendo para él solo un molesto litigante; las cartas personales que le envió hasta 1544 solo merecieron un vejatorio silencio. Véase Martínez, Hernán Cortés, 727-762.

1Doctora en Filología Hispánica, especialista en Literatura Hispanoamericana Virreinal y profesora titular de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Alicante, España. Sus principales líneas de investigación giran en torno a la crónica de Indias y el teatro novohispano de los siglos XVI y XVII. En la actualidad es directora del Centro de Estudios Literarios Iberoamericanos Mario Benedetti.

Recibido: 09 de Marzo de 2024; Aprobado: 27 de Mayo de 2024

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