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Signo y Pensamiento

Print version ISSN 0120-4823

Signo pensam. vol.28 no.54 Bogotá Jan./June 2009

 

Convergencia tecnológica :síntesis o multiplicidad política y cultural

Technological Convergence: Synthesis or Political and Cultural Multiplicity

ROCIO RUEDA ORTIZ*

* Rocío Rueda Ortiz. Colombiana. Doctorado Interinstitucional en Educación, Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá, Colombia; doctora en Educación, Universidad de las Islas Baleares, España. Magíster en Tecnologías de la Información Aplicada, Universidad Pedagógica Nacional. Docente-investigadora. Correo electrónico: rruedaortiz@yahoo.com.

Submission date: October 29, 2008 Acceptance date: November 7, 2008

Recibido: Octubre 29 de 2008 Aceptado: Noviembre 7 de 2008


This article critically examines the current tendency of technological convergence from a communicative, cultural, and political point of view, a field whereby, nowadays, the relationship between technology and society take place. In fact, it argues on behalf of the importance of understanding the processes of technological convergence within the context —and complex interactions— of cognitive, cultural, and political transformations taking place in our societies. Herein we explore a manifest return to subjectivity as well as the agency of social actors when facing the crisis of traditional institutions and, consequently, the power but also the threats involved in a double process of cultural and technological convergence in current societies.

Keywords: Technological convergence, digital convergence, politics, culture, information technologies, communication.


Desde una perspectiva comunicacional, cultural y política —terreno en que se ubica la relación de las tecnologías con la sociedad—, este artículo analiza críticamente la actual convergencia tecnológica. En efecto, plantea la necesidad de comprender los procesos de convergencia tecnológica en el contexto (y en compleja interacción) de las transformaciones cognitivas, culturales y políticas de nuestras sociedades. Se explora aquí la vuelta a la subjetividad y a la agencia de los actores sociales frente a la crisis de las instituciones y, en consecuencia, la potencia, pero también el peligro, que encierra un doble proceso de convergencia tecnológica y cultural en las sociedades actuales.

Palabras Clave: Convergencia tecnológica, convergencia digital, política, cultura, nuevas tecnologías, comunicación.


Origen del artículo

Este artículo hace parte de las reflexiones del proyecto de investigación Cultura política, ciudad y ciberciudadanías, que actualmente adelantamos entre la Universidad del Valle (Grupo de Educación Popular) y la Universidad Pedagógica Nacional (Grupo Educación y Cultura Política), con la cofinanciación de Colciencias (contrato colupn, No. 201306).

Nuestro punto de partida es que la convergencia tecnológica hoy, igual que en otros momentos de la historia de las tecnologías de la información y la comunicación, está estrechamente ligada a procesos sociales, tanto de poder como de contrapoder, de dominación y de resistencia (Briggs y Burke, 2002; Castells, 2007). En efecto, consideramos que las nuevas tecnologías, en cuanto espacios de socialización, han extendido la esfera pública, convirtiéndose en un soporte nada despreciable para la producción social de significado (desde lo privado a diversas esferas de lo público, de lo local a lo global, de medios de comunicación masiva unidireccional a múltiples y cada vez más convergentes y multimodales tecnologías). Así mismo, tanto las relaciones de poder que en general constituyen a las sociedades, como aquellas institucionalizadas —por ejemplo, en los partidos y política convencional—, están siendo desafiadas y decididas en el campo de la comunicación. Por lo tanto, interesa aquí un abordaje desde el campo cultural y comunicativo, pues se trata de una batalla que se da en el terreno de las mentes, las ideas, los valores y las normas, que pujan por imponerse y convertirse en dominantes.

No se trata sólo de una transformación tecnológica (de viejas a nuevas tecnologías, o de su convergencia digital), sino que ésta se produce en el contexto de, por lo menos, cuatro tendencias en compleja interacción:

1. Transformaciones tecnocognitivas de la cultura contemporánea, en un proceso de fuerte individualización de la subjetividad (Beck, Giddens y Lash, 2001), que implica tanto la desintegración de certezas de las instituciones tradicionales configuradoras de la identidad, como nuevas expresiones de subjetividad, de agencia, en redes de ensamblaje de intercambios maquínicos que crean múltiples y diferenciadas interdependencias (Tirado, 2001; Rueda, 2008b).

2. Una extendida vacuidad política de las instituciones y su respectiva crisis de legitimidad en la mayoría de los países del mundo, así como la emergencia no-institucional de lo político y de formas "menores" de política, o de subpolítica (Lazzarato, 2006; Virno, 2003; Lewkowicz, 2004).

3. La emergencia de una nueva forma de comunicación relacionada con la cultura y la tecnología de la red, sustentadas en redes horizontales de comunicación y en la emergencia de lo que Castells ha denominado como "autocomunicación de masa" (refiriéndose a espacios como los blogs, los wikis).

4. El uso tanto de la comunicación masiva unidireccional como de la "autocomunicación de masa" en la relación entre poder y contrapoder en la política formal, en la política insurgente y en las manifestaciones y movimientos sociales (Castells, 2007; León, Burch y Tamayo, 2001). En suma, diremos que en el actual contexto social y tecnológico, las relaciones de poder y, en consecuencia, las formas de cultura política, son cada vez más dependientes de procesos de comunicación que no están necesaria o exclusivamente ligados a instituciones (políticas o de medios), sino que están diseminadas en un entorno altamente complejo, socializador y socializado de convergencia de viejos y nuevos medios y tecnologías, donde se configura una novedosa cibercultura (Lévy, 2007, 1999)1.

Así las cosas, sugerimos, entonces, pensar en un doble proceso de convergencia: una tecnológica, y otra cultural y política.

De la tecnológica, si bien nos exigiría hacer un trabajo extendido sobre las cualidades técnico-tecnológicas de tal convergencia y los intereses que hay detrás de éstas en el mercado, para efectos de este texto, sólo diremos aquí que se trata de un proceso donde las alianzas y fusiones entre los sectores de la telecomunicación, los medios de comunicación y la industria de medios en general, así como la integración de soportes que propicia la digitalización, son los ámbitos donde se registra la mayor actividad relacionada con la convergencia (Becerra, 2000). Es decir, como plantea Castro (2002), la convergencia supone la homogeneización de los soportes, productos, lógicas de emisión y consumo de las industrias infocomunicacionales, incluidas la prensa escrita y la edición, así como las telecomunicaciones, la informática y la industria audiovisual.

Las fusiones de gigantescas corporaciones mediáticas obedecen a esa necesidad de vincular, por una parte, continentes con contenidos (Internet con empresas productoras de información, por ejemplo); y, por la otra, explorar tecnológicamente las potencialidades de las tecnologías de la información y la comunicación para ofrecer servicios que sean "transparentes" para el espectador: éste los recibe sin darse cuenta de cómo, en una misma plataforma, convergen diversas tecnologías; por ejemplo, recibir música, mensajes escritos o videos a través del teléfono portátil de tercera generación y, en tiempo real, responderlos o enviarlos a múltiples correos electrónicos. Es decir, diversas tecnologías, creadas de manera separada en sus inicios, convergen en un solo canal.

En este sentido, el mercado y la economía se fundamentan, cada vez más, tanto en la convergencia tecnológica para la entrega personalizada de mensajes y productos, como en una red vertical de la industria multimedia, donde desempeñan un rol clave la segmentación y concentración de los medios masivos en la producción de la cultura y la competencia oligopólica de las corporaciones de medios. También, se produce un proceso de incorporación individualizada y adaptada a las necesidades —y posibilidades de consumo— de dichas tecnologías, especialmente en sectores integrados de las sociedades contemporáneas2.

Ahora bien, la historiografía de los medios, como las realizadas por Briggs y Burke (2002), nos ponen de presente que en cada una de las "eras" de los distintos medios se plantearon problemas similares en relación con su propiedad, con su contenido, del contenido con la estructura y de la estructura con la tecnología, y, en particular, con la innovación tecnológica; pero, en definitiva, todo estaba ligado al control. Es decir, en todas las épocas, la necesidad de información se ha asociado con la necesidad del control del presente y del futuro, por razones personales, políticas y económicas. Por ello, hoy las tecnologías de la información y la comunicación y su convergencia requieren comprenderse en un complejo proceso cultural que propicia formas organizacionales, reconfigura las instituciones, los roles y las prácticas de saber y de poder, al tiempo que se transforman y producen subjetividades y colectivos sociales.

De la convergencia cultural diremos, por ahora, que se produce, principalmente, por medio de comunidades de consumo, reforzadas por "tipologías transfronterizas de estilos de vida o de 'mentalidades socioculturales'" (Mattelart,1997, p. 13), donde, por una parte, a medida que se comparten referencias y símbolos de forma cada vez más universal y convergente, el mercado de contenidos e imágenes se fortalece gracias a su segmentación, a una individualización del consumo y a una uniformización de la cultura, de los conocimientos y de los valores, que carcome la creatividad social. Pero, por otra parte, también se origina en un movimiento que no se deja atrapar por dicha uniformización, un movimiento de minorías y que se constituye de manera diferente, no sin contradicciones y ambigüedades, en contraposición de tales modelos, donde la dinámica cultural marca el ritmo de la multiplicidad y la potencia de las sociedades.

En cuanto a la convergencia política, diremos que los actores políticos tradicionales encuentran tanto en los medios masivos como en las nuevas redes de "autocomunicación de masas" el espacio propicio para establecer puentes entre estos diferentes sistemas de comunicación, para maximizar su influencia en la opinión pública. Pero, también, en este mismo tipo de tecnologías y redes, han encontrado gran resonancia movimientos y activistas sociales que ven en éstas una posibilidad de resistencia, de rebeldía frente a los oligopolios de medios y, en general, frente a los poderes instituidos local y globalmente. Tal condición, como lo ha señalado Castells (2007), siendo optimistas, provee múltiples vías de información y nuevas oportunidades para los ciudadanos de desafiar el control de las élites o los asuntos políticos. Pero también habría que ser escépticos de las habilidades de los ciudadanos comunes para hacer uso de estas nuevas posibilidades tecnosociales y, por supuesto, sospechar aún de las múltiples vías de comunicación e interacción, pues ellas también están formadas por estructuras de poder político y económico.

En los siguientes apartados desarrollaremos de manera más detallada las implicaciones de esta convergencia tecnológica expresada en el ámbito de las subjetividades, en particular desde las transformaciones tecnocognitivas que están marcando diferencias en la configuración perceptual y cognitiva de las generaciones que han crecido en la interacción con tecnologías de la información y la comunicación —especialmente aquellas que tramitan imágenes y sonidos, y permiten la acción a distancia—, para ir tejiendo desde allí aquellas que se producen en los ámbitos de la cultura y de la política, donde se propone mirar críticamente esta interacción entre tecnologías y sociedad, tanto en sus riesgos como en sus potencialidades.

Transformaciones tecnocognitivas3

La relación tecnologías de la mente y cognición se ha observado, desde la tesis de la dependencia recíproca, entre las metamorfosis de los modos de comunicación y la estructuración de la percepción. En esta relación se modifican órdenes epistémicos, la organización perceptual del espacio-tiempo asociados a ésta, los procesos de codificación de modelos (presentes, pasados y futuros) del orden social y, por supuesto, la atmósfera cultural dominante (en esto son clásicos los trabajos sobre cultura oral y escrita de Ong y Chartier, entre otros).

Así, por ejemplo, el ataque sistemático de Platón contra las formas orales de transmisión de conocimiento inauguró una lucha tecnológico-cultural entre modos alternativos de percibir y argumentar la realidad, lo cual logra su mayor desarrollo con la imprenta, que fue la gran homo-geneizadora en este lento e irreversible proceso de metamorfosis cognitiva. No obstante, la oralidad y la escritura no agotan el espectro de las tecnologías y las máquinas de comunicar. Muy pronto, la primacía de la argumentación racional —resultado y condición de la mecanización de la escritura— se ve amenazada por la proliferación de imágenes, y de estilos de sistematización y recuperación de la información, intratables por las herramientas distintivas del saber racional clásico. Lo que la imagen promete, y exige, son nuevos modelos de generación, procesamiento y consumo de información, que pueden llegar a poner en cuestión las bases mismas del discurso racional, invitando a generar otros modos de relacionarnos con la información, y de argumentar.

Ahora bien, con la introducción de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación se construyen nuevas relaciones con lo visible, que convierten la percepción en una cuestión logística. Frente a la imagen-espectáculo, propia de las tecnologías audiovisuales de los siglos xviii y xix, el simulacro interactivo cambia las relaciones constitutivas de la imagen clásica con lo real y obliga a revisar la problemática de la representación. En lugar de consistir en una capa más en el desarrollo acumulativo de la historia, el espacio electrónico implica una ruptura abrupta en el ya diferenciado marco psíquico del pensamiento humano. La imagen deja de ser lo visto para convertirse en lo construido, en lo simulado. Estamos, pues, ante una nueva dimensión epistemológica y, más aún, ontológica de relación con la realidad.

Podemos decir que nos enfrentamos, si bien no de una manera homogénea, pero sí con una tendencia creciente y dominante, a nuevas generaciones que han aprendido más palabras de una máquina (televisión, computador, video) que de sus padres. Como señala Berardi "Bifo" (2007), una parte decisiva de su configuración emotiva y cognitiva deriva más de una exposición a la semiosis de la máquina y a su lenguaje visual y digital que a interacciones con el núcleo familiar. Así, pareciera que los mundos generacionales comienzan a constituirse como conjuntos cerrados, inaccesibles, lo que genera brechas de comunicación y reconocimiento del otro, por una suerte de intraducibilidad de los sistemas de referencia interpretativos. De hecho, esta generación, los llamados nativos digitales (Pren-ski, 2001)4 , establecen una relación imaginaria con sus coetáneos de todo el planeta, con las modas culturales, consumistas, musicales, etc., entrando así en circuitos globales, incluso antes de haber formado una sensibilidad localizada.

Se trata de escenarios de socialización deste-rritorializada (y reterritorializada), que se insertan en una matriz cultural de intercambio simbólico altamente mediatizado por tecnologías, que activan un nuevo sujeto heterogéneo y complejamente conexo a un entorno múltiple: virtual y actual, selectivo y masivo, local y global, posicional y nómada al mismo tiempo. Entorno donde, más que producir sujetos a partir de una lógica de encierro, como lo fue el régimen de tecnologías de la escritura y la escuela, lo que busca, precisamente, es generar socialidades, nuevos formatos de expresión que integran diversos lenguajes, con potencia interactiva y conectiva, y nuevas experiencias de libertad aunque estén controladas; una explosión de subjetividades atravesadas por el consumo.

En consecuencia, señala Tirado (2001), en nuestras actuales sociedades pierde interés como objetivo la constitución de entramados de categorías gruesas sobre los cuales modelar nuestras subjetividades, y lo que importa, fundamentalmente, es la conexión y el movimiento productivo por redes de información. Dicho de otro modo, que nuestro circular genere la información suficiente —acerca de prácticas, gustos, formas de vida, hábitos, etc. — como para desplegar tras ella un plan de atención individualizado que trate nuestros ticular, porque si la sociedad industrial construía máquinas de represión de la corporeidad y el deseo, la sociedad postindustrial funda su dinámica en la movilización constante de este último.

Es un deseo que vive el desgarre de una exacerbación de socialidad, de modulación y de gobierno de la libertad, en una dromología o "catástrofe temporal" (Virilio, 1999) que la velocidad produce en nuestra experiencia diaria, en función de la aceleración tecnológica llevada a cabo en todos los sectores (Virilio, 2005). Esta situación genera la preocupación constante de estar a la moda o de tener el último modelo, y la consecuente preocupación por la obsolescencia tecnológica y, al mismo tiempo, la singularización de los dispositivos tecnológicos de acuerdo con las problemas particulares o que ofrezca con anticipación el producto específico a nuestros deseos y necesidades (de ello saben muy bien la publicidad y el mercado). Los individuos pasamos, por tanto, a definirnos, a cobrar relevancia, en función de nuestra conectividad, de nuestra capacidad para devenir "biodatas" y participar en una especie de superficies de ensamblaje que tienen un fuerte carácter de "autocomunicación de masa", de interdependencias múltiples (elegidas o no) y en las que se participa en temporalidades que no son fijas, en un espacio flexible de presencialidades a distancia.

Pero no es un pasaje tranquilo; tiene, por el contrario, disturbios, angustias y ansiedades que están vinculados directamente con la sensibilidad, con el sufrimiento y con la felicidad, vividos, en carne propia, por los jóvenes que están "integrados" o conectados, y con capacidad de consumo de nuevos repertorios tecnológicos. Y esto, en par posibilidades económicas de cada quien, donde el consumo de éstos representa una opción de participación simbólica (Muñoz, 2007). Se trata de una situación compleja que produce grandes insatisfacciones y angustias, pues la paradoja es que cuanto más tiempo dedicamos a la adquisición de medios para poder consumir, tanto menos tiempo nos queda para poder disfrutar, gozar, experimentar y vivir el mundo disponible que estas mismas tecnologías nos ofrecen como libertad.

En efecto, debemos ser veloces, actuar con rapidez, con eficiencia; ésta es una de las condiciones de la subjetividad o, en otras palabras, una de las cualidades para ser en la actualidad. Y su reverso ciertamente amenaza con el peso de la violencia y la exclusión simbólica (Hopenhayn, 2005), con el destierro de todos los elementos y sectores a partir de los cuales se forjan los rumbos mundiales de existencia contemporánea. Por supuesto, estas características de velocidad, de capacidad de aprendizaje permanente, de adaptación al cambio, son las condiciones de una subjetividad capitalista, donde la cultura se ha integrado a los procesos de producción y valoración económica en las sociedades contemporáneas y es su fuerza vital (Blondieu, 2004).

El análisis de E. Raymond (2004) es ilustrativo si nos situamos en las generaciones que están totalmente integradas a este nuevo modo de producción y a las nuevas tecnologías, a través de dos modos de producción de software: la cátedra y el bazar. Aquél se inscribe en la lógica tradicional de la división técnica del trabajo, de su planificación y de su organización racional, que privilegia la aproximación centralizada y jerárquica. El software es concebido como catedrales, esmeradamente elaborado por desarrolladores aislados o por pequeños grupos de magos que trabajan separados del mundo. Al contrario que en la construcción de catedrales silenciosas y llenas de veneración, la comunidad Linux parece, más bien, asemejarse a un bazar, hervidero de rituales y de aproximaciones diferentes. La idea es distribuir rápidamente una versión abierta, no acabada del software e implicar, por medio de una dinámica cooperativa, a un número importante de usuarios en el trabajo de mejora del producto. La paralelización, que desarticula los tiempos y espacios de producción, propone un espacio público de cooperación en el que la presencia del otro es, a la vez, instrumento de trabajo. Estos dos modelos responden a dos prácticas sociales, a dos modelos comunicativos, a dos modalidades políticas de relación social. Claro, también tienen que ver con un modelo económico, pero cuando las relaciones sociales no están basadas en la competencia predatoria y se inscriben en una lógica de emulación y de cooperación reticular, de movilización colectiva de las inteligencias, estamos pensando en unas prácticas culturales y políticas que trastocan las relaciones sociales y la propia subjetividad.

Sin embargo, en el interior de estas prácticas de cooperación, emulación y movilización colectiva de inteligencias, también se producen relaciones de dominación. Por ejemplo, la industria de la producción de videojuegos es la arena principal para la experimentación del trabajo en equipo, el liderazgo, los empleos de tiempo flexible, las oficinas abiertas, las jerarquías suaves, una gestión participativa de los recursos humanos y una ética del "trabajo como juego". Pero esto implica dirección soft, cooptación cool y explotación mistificada, horarios sin fin, agotamiento físico y mental e inseguridad crónica, organizada fuera de toda tradición sindical y de protección social estable; no obstante, percibido por las nuevas generaciones como un trabajo interesante y mejor remunerado que el trabajo en cadena de la generación anterior.

En consecuencia, una transformación fundamental de nuestras sociedades es producto de una estrecha relación entre tecnologías, cultura y sociedad: la cultura y la economía no son más campos aislados, ni externamente relacionados; sino que cultura, comunicación, creación lingüística, construcción social de saberes son medios de producción y productos. Es decir, la cultura se ha integrado a los procesos de producción y valoración económica en las sociedades contemporáneas, es la fuerza vital del capitalismo actual. Cambio al que le precede una transformación en las maneras de sentir, que hacen posibles las mutaciones económicas.

Se trata, pues, de un capitalismo que llega primero con las palabras, los signos, las imágenes; esto es, por máquinas de expresión que son la potencia y el poder de las sociedades de control. Se trata de un capitalismo cognitivo, que designa el desarrollo de una economía basada en la difusión del saber y en la que la producción del conocimiento pasa a ser la principal apuesta de la valorización del capital (Rueda, 2008a). Este capitalismo se traduce, entonces, en una inversión política y epistemológica. Como concepto político, señala la transformación de un modelo técnico que pone a trabajar una nueva constelación expansiva de saberes y conocimientos. En su dimensión epistemológica, se trata de un capitalismo relacional y afectivo que supera e integra el modo de producción disciplinario (Rodríguez y Sánchez, 2004, p. 14).

Pero, también, añadiríamos, se trata de un nuevo régimen técnico, de una nueva tecnicidad (Martín-Barbero, 2005a), en la que se sustituye el carácter exterior y de prótesis de la relación del cuerpo del obrero con la máquina, inaugurando una aleación de cerebro e información, por medio de tecnologías del tiempo y de la memoria, que actúan a distancia sobre los hábitos mentales, las fuerzas que los componen, los deseos, los afectos y las creencias (Lazzarato, 2006). Así, el espacio tiempo que constituye subjetividades se transforma y se conforma por medio de una nueva gramática de formación continua, permanente, configurada por diversos espacios de socialización, escuela, empresa, fábrica, ciudad, medios masivos y, en general, nuevos repertorios tecnológicos, capaces de ensamblar viejos medios y tecnologías en un solo entorno multimodal, interactivo, cada vez más móvil y sin cables.

En suma, hemos descrito antes las nuevas formas de trabajo vinculadas a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, como nuevas formas de vida y de constitución de subjetividades. No obstante, la potencia de la agencia no siempre es capturada por los mecanismos de control, también se produce una intensa actividad política que lucha por romper los modelos institucionalizados de la familia, la escuela, la ciencia, y aparecen lo que denominamos "formas de política menor" o de "subpolítica", donde vemos la posibilidad de reconocer otros espacios-tiempos que se fugan o, al menos, cuestionan el sistema capitalista y sus novedosas formas de control, hoy sutilmente desplegadas en múltiples y convergentes espacios on-line y off-line, que se nos ofrecen como posibilidad de libertad y elección permanente.

Comunicación, cultura y política

Hemos caracterizado antes, brevemente, algunos de los rasgos sobresalientes de las transformaciones tecnocognitivas y de las maneras como se configuran subjetividades que viven cambios vertiginosos en los procesos de aceleración del tiempo, en los espacios de socialización, en los lenguajes, en las formas de acción. Pues bien, en este apartado nos interesa introducir la relación con otras transformaciones en la comunicación, la cultura y la política de las sociedades contemporáneas.

Como ha señalado Castells (2007), el carácter singular, en términos comunicativos, de los actuales repertorios tecnológicos, es que se permiten una nueva forma de comunicación socializada o de "autocomunicación de masas" (mass self-communication en el original), que si bien se produce a partir de entornos personales, como los blogs, wikis, vlogs, etc., y puede no tener otra intención que ser una "autocomunicación" —en cierta práctica autista—, alcanza potencialmente a audiencias globales, a través de redes de conexión de Internet. Son tecnologías de carácter multimodal, en cuanto la digitalización de los contenidos (de diversa procedencia y lenguajes) y el uso de software tipo open source permiten reformatear casi cualquier contenido y nuevamente distribuirlo en la red. Se trata de contenidos autogenerados y autodirigidos en su emisión, autoseleccionados en la recepción, por muchos que se pueden comunicar con muchos.

Así, en medio de una ilimitada diversidad y de un origen autónomo de la mayoría de los flujos de comunicación, se genera un proceso de construcción y reconstrucción de la producción de significado en la mente pública a escalas local y global. Es decir, la convergencia tecnológica se constituye en una infraestructura tecnosocial, cuyo lenguaje es digital y cuyos procesos de comunicación se caracterizan por emisiones que están globalmente distribuidas, y son global y localmente interactivas.

Ahora bien, al lado de estos procesos de transformación del ecosistema comunicativo y de la convergencia tecnológica, en nuestras sociedades se están produciendo unos cambios en la esfera de lo político que interactúan con dichos procesos de múltiples maneras. Como ha señalado Valderrama (2007), hoy enfrentamos la expansión del concepto de ciudadanía, que pone en tensión aquélla centrada en el ejercicio de derechos y deberes, y en las estructuras de clase en un territorio o nación, con procesos de globalización, donde el territorio ya no es el espacio de concentración de los poderes ni tampoco el principal referente identitario; por el contrario, aparecen nuevas formas de construcción de comunidades trasnacionales, o de una "ciudadanía planetaria", en cuanto afirmación de la diferencia y la diversidad.

Así mismo, son tiempos en los que se afirma la "individualidad" (Beck, Guiddens y Lash, 2001), de permanente toma de decisiones y búsqueda de autonomía, en el día a día y en la cotidianidad, de aceleración del espacio-tiempo, como señalamos en el apartado anterior. Por supuesto, a estos nuevos tiempos se acoplan las tecnologías de la información y la comunicación en, por lo menos, dos direcciones, que, a su vez, reconfiguran subjetividades, relaciones sociales y prácticas culturales j y políticas. Una, referida a las transformaciones | tecnocognitivas, donde, como hemos / planteado anteriormente, se procura un * tipo de subjetividad que exige nuevos modelos cognitivos de generación, procesamiento y consumo de información más cercanos al tratamiento de imágenes, a la narratividad y a la exaltación de los sentidos, que tensionan aquéllos provenientes del discurso racional y del pensamiento paradigmático y sus tecnologías de la escritura. Y, la segunda, en relación con la "acción a distancia", donde la ausencia tiende a predominar más que la presencia, a causa de la reestructuración del espacio, en un ciberespacio, global e interconectado (Lévy, 2007).

En efecto, en términos de la política de estas nuevas ciudadanías o 'ciberciudadanías' —con las ambigüedades que encierra este término—, diremos que se trata, más bien, de prácticas ciudadanas incidentales y no estructurales (como fue el caso del movimiento de los pingüinos en Chile o el del 13-M en Madrid, o recientemente en diferentes ciudades de Colombia). La energía y el entusiasmo que se invierte en discusiones en espacios como los blogs y los foros resaltan, también, la profunda necesidad de una cierta comunidad y del intercambio de ideas y de interpretación que la gente tiene.

En efecto, como lo han mostrado diversos trabajos (Castells, 2000; León, Burch y Tamayo, 2001; Sanpedro Blanco, 2005), para los nuevos movimientos sociales, Internet, la telefonía móvil y en general su convergencia tecnológica, ofrecen una plataforma clave para el debate, para la acción de la mente colectiva, y son, además, una potente arma política5. De hecho, como lo fue para los zapatistas en México y como lo viene siendo por estos días para los indígenas del Cauca colombiano, las tecnologías de la información se convierten en una alternativa para la "contrainformación", para elevar sus voces frente a las versiones oficiales de los grandes medios, así como la posibilidad de movilizar redes nacionales y globales de apoyo y solidaridad para proteger sus vidas.

Para el caso de nuestra investigación6, hemos encontrado un flujo de interacciones entre acciones presenciales y otras a distancia, o interacciones off-line y on-line. En algunos casos, se trata de colectivos cuyas redes sociales están previamente constituidas al uso de nuevos repertorios tecnológicos, y donde las decisiones y planes de acción se definen en encuentros presenciales, que luego se traducen en acciones con intervenciones urbanas (manifestaciones, performances en las calles, contrainformación en diferentes medios alternativos). Las tecnologías cumplen una doble función, antes y después de las acciones de los colectivos. Una se refiere a ayudar a la comunicación interna y externa del colectivo, a la coordinación de acciones y de la agenda, y, la otra, a darle una continuidad a las acciones locales en un flujo global en otras redes, por medio de páginas web, blogs, correos electrónicos. Adicionalmente, hay una presencia e integración de diversos lenguajes, desde boletines escritos, collages, performances, emisiones de radio, hasta páginas web; así como el uso de la ironía, el humor, las metáforas y los objetos, que buscan el juego como otra formas de comunicación, educación y expresión política.

web, los blogs, los entornos wikis, plataformas de software libre, proyectos editoriales y musicales de creative commons y, en general, lo que podríamos denominar una contracultura de la cibercultura (Rueda, 2008b).

Así, las cuestiones sobre el libre acceso a la información, las formas de inteligencia cooperativa y un malestar hacia formas dominantes anteriores y actuales de la cultura y la política, los mueve a crear mundos posibles de afectos y amistad —aunque éstos sean de duración corta y siempre en tensión con los proyectos personales—; donde nuevos lenguajes y artefactos, así como acciones 'en minoría', suelen cuestionar prácticas de control y modelos culturales uniformizantes.

Quizá sea ahora prematuro saber si se trata de la producción de nuevas ciudadanías en el ciberespacio o de otras prácticas ciudadanas, como ha señalado Hermes (2006). No obstante, se trata de un terreno bastante ambiguo y ambivalente, donde estas prácticas ya no son fáciles de encuadrar en el ideal de la ciudadanía moderna, en la militancia de partido político, en el "estar bien informado", y exhibir competencias argumentativas y deliberativas. Se trata, pues, de cambios en las prácticas de los "estilos de vida" que pueden ser subversivas respecto a sistemas políticos y sociales abstractos. Por tanto, se trata de una participación nómada, situada, de consensos parciales, de información para la coordinación de acciones que pasan por los

Sin embargo, también existen colectivos con más esporádica y corta interacción presencial, y cuya actividad se produce, principalmente, en y desde la red (aunque la mayoría de éstos también acuden a otros medios y tecnologías como forma de expresión e intervención urbana). En estos casos, muchos de sus miembros no se conocen físicamente, sino por medio de sus nicknames; se coordinan acciones o se trabaja en proyectos comunes que son finitos y variables; su ámbito natural, como "nativos digitales", son las páginas fectos; donde otros lenguajes, como la imagen, la música, las artes digitales, están abriendo nuevas perspectivas de pensamiento y acción de un nosotros.En términos políticos, se trata de configurar la sociedad "desde abajo", desde lo que puede la agencia. No obstante, es importante señalar que la mayoría de los colectivos que hemos acompañado durante este tiempo tienen resueltas ciertas condiciones estructurales de vivienda, alimentación, salud, educación y trabajo, que diremos, les permiten participar de forma deliberada y ‘reflexiva’ en estos proyectos de contracultura.

Pero, al mismo tiempo, nos hace ver que a medida que la sociedad civil, la propia esfera pública, se superpone a las estructuras de información y comunicación, la exclusión de ellas se convierte en una "exclusión de ciudadanía", en una exclusión política y cultural. Se trata ya no de una ciudadanía social, sino predominantemente de una cultural, donde el problema no es sólo el acceso a estas estructuras, sino el lugar que los conocimientos y saberes ocupan, y las acciones que se realizan dentro de ésta, como receptores, consumidores, productores o creadores; el lugar que los conocimientos, "otros", ocupan en ella (Rueda, 2008b). Es decir, estamos hablando de una ciudadanía que puja por una democracia intercultural, de una "demodiversidad", tomando las palabras de Boaventura de Sousa (1998, 2003), en la que modos de vivir y producir significación, "otros", puedan coexistir y complementarse en cuanto virtualidades que se actualizan como política cultural.

Por otro lado, dichos movimientos y, en general, la acción colectiva, no existe exclusivamente en Internet. De hecho, en nuestro estudio sobre colectivos de mujeres, indígenas y jóvenes en la red, hemos encontrado que las radios y estaciones de televisión locales, grupos autónomos de producción de video, boletines impresos, murales y grafittis, hacen parte del ecosistema comunicativo de dichos colectivos, que, junto con los nuevos dispositivos tecnológicos, constituyen una red que conecta al movimiento consigo mismo, a los actores sociales con la sociedad en general, la local y la global, y con el campo de la expresión cultural.

Adicionalmente, la mayoría de estos colectivos están estrechamente vinculados a procesos de redes sociales, territoriales, a una vida localizada de interacción cara a cara, que, en muchos casos, orienta una acción política de resistencia frente a las instituciones locales -aunque, también, frente a las globales, como las corporaciones y multinacionales. Por ello, diremos, más bien, que la acción propia de estos colectivos se produce en una "ciudad de flujos" que es también de los lugares, como ha señalado Castells (2000, 2007), en el que interactúan procesos off-line con procesos on-line, en un espacio global hecho de flujos, lugares
y múltiples interacciones, y donde esa subjetividad que está sometida a cierto direccionamiento, a un totalizador del sistema capitalista, también encuentra posibilidades de fuga y de sub-versiones, de los espacios-tiempos que ésta configura7.

En consecuencia, en las sociedades contemporáneas, viejas prácticas e identidades pueden sobrevivir y traslaparse por más tiempo, pero es evidente que nuevas prácticas están tomando un lugar inesperado. Frente a las culturas letradas, ligadas a la lengua y al territorio, las electrónicas y audiovisuales, se basan en comunidades hermenéuticas que responden a identidades de temporalidades menos largas, más precarias,pero, también, más flexibles, dotadas de una elasticidad que les permite amalgamar ingredientes que provienen de mundos culturales muy diversos y, por lo tanto, atravesadas por discontinuidades y contemporaneidades en las que conviven reflejos con gestos atávicos (Martín-Barbero, 2005). Esto nos exige entender la ciudadanía mucho más amplia que aquélla restringida a la acción política de partidos, al voto, a la esfera pública del periódico y de las noticias.

Las nuevas formas de comunicación del ciberespacio están propiciando la construcción de nuevas identidades ciudadanas que nunca más serán entendidas como algo fijo, sino en su carácter móvil y nómada. Ahora bien, las formas de protesta reiterada y compromiso político se fundan en una ambivalencia que desafía las antiguas categorías de claridad política y que, frente a la crisis de las instituciones, participan de procesos de autoorganización de narrativas vitales, contradictorias, fragmentarias y frágiles. Es por ello que en América Latina, Martín-Barbero (2005b) nos plantea el desafío de asumir la heterogeneidad como un valor articulable en la construcción de un nuevo tejido colectivo, de nuevas formas de solidaridad, que incluye la demanda por la justicia social y el reconocimiento político cultural de nuestras gentes.

Este desafío nos plantea, a su vez, otro reto: que la convergencia tecnológica no se traduzca en convergencia cultural uniformizadora. Nos referimos aquí, como ya lo hemos señalado en otros lados (Rueda, 2008a), a los riesgos de la hegemonía de un monoculturalismo (o de un multiculturalismo que converge en una cultura formal, universal y dominante). Esto significa un reconocimiento de los silencios, vacíos, omisiones dentro y entre sistemas hegemônicos y contrahegemónicos. De aquí la importancia que hoy tiene el areconocimiento de múltiples voces de los que han sido históricamente marginados, para ser entendidas no como culturas dadas, ni esenciales, ni asimiladas, sino en su radical diferencia. Por eso, requerimos un interculturalismo basado en el reconocimiento del otro, como productor de conocimiento; en el diálogo, en la reflexividad y en la interacción sin esencialismos o uniformizaciones multiculturales.

Boaventura de Sousa nos propone, entonces, el conocimiento como emancipación—en cuanto se develan relaciones de saber y de poder—, para reconstruir la idea de acción social emancipatoria, para investigar formas específicas de socialización, educación y trabajo colectivo, para promover la creación social y la libertad por encima de conformismos.

Pero ello implica reconocer, además, que la convergencia tecnológica y cultural se produce bajo la superposición temporal/espacial de diversos momentos sociales y culturales, que hoy se acaballan en un nuevo modelo de producción globalizante, que, a su vez, presupone también la pugna por una cultura política dominante, que, sabemos, en Occidente comparte las referencias al racionalismo, universalismo e individualismo. Estos principios, como señala Arturo Escobar (2003), han sido apropiados de manera contradictoria en América Latina, sobre la base de una exclusión política y social, así como de una desigualdad e intensa jerarquización en diversos órdenes. Exclusiones, invisibilizaciones, desconocimientos que se producen en/desde las prácticas cotidianas, que siguen reforzando relaciones de saber/poder coloniales, aunque ahora tengan una piel tecnológica de bits y bytes.

En nuestros estudios sobre las prácticas de uso de las tecnologías de la información y la comunicación en la escuela (Rueda y Quintana, 2004; Rueda, Rozo y Rojas, 2007), no sólo vimos las condiciones de desigualdad frente a los "bienes comunes" en que se encuentran jóvenes de sectores populares respecto a jóvenes de capas medias y altas, sino las exclusiones e inequidades que se han "racionalizado" y "naturalizado" en las relaciones de género entre las y los jóvenes frente a las tecnologías, y, detrás de ellas, las otras exclusiones de raza, de región, de conocimientos, otros, que no han entrado a la academia y, por ende, siguen reproduciendo las relaciones de poder y las prácticas sociales que devienen de éstas. Por supuesto, no es posible la creatividad social ni la libertad si nuestras apuestas sociales, y hoy diríamos, tecno-sociales, no se preguntan por el tipo de cultura que estamos construyendo y por cómo hacemos frente a las diversas y cada vez más sutiles formas de dominación y de poder que se ejercen sobre individuos y pueblos enteros.

En suma, podemos decir que hay dos tendencias culturales y políticas en las que se insertan las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, y su convergencia tecnológica: la totalización y universalización del proyecto moderno que parece insistir y desplegarse de manera mucho más compleja, de modo que distintas entidades humanas y no humanas resulten subordinadas, conectadas y coordinadas en otra única nueva. Se trata de una tendencia a la uniformización social y cultural que se expresa en formas de gobierno que tienen mayor necesidad de control rápido y eficaz de las poblaciones. Pero, también, está aquella que supone un manejo de la información y de la comunicación diferente, jalonado por colectivos y movimientos del software libre, del creative commons, de la contracultura, movimientos sociales en la red, y, en general, sujetos colectivos que ven en los nuevos repertorios tecnológicos, la posibilidad de universalización, sin totalización, de expandir un modelo de creación cooperativa y colectiva, desde abajo, desde la articulación de conocimientos provenientes de diferentes sujetos y campos.

Aquí la información tiene una importancia clave, pero en interacción dialógica entre diversos actores sociales, lo cual supone una organización más compleja, así como un gasto de energía más alto en la interacción. En cualquier caso, se trata de un ejercicio cultural y político, que es,por cierto, contradictorio y ambiguo en sus acciones, donde se pone en juego la transformación de la cotidianidad, de la vida social, en sus valores y objetivos prioritarios, así como la capacidad de convertir algo en global desde la habilidad de ensamblar información diversa y generar nuevas configuraciones de sentido, en lo que podríamos llamar convergencia cultural (que siempre puede darse en un caso para totalizarlo, y, en otro, para estallar su multiplicidad).

Un cierre por las divergencias y multiplicidades

El doble proceso de globalización y el surgimiento de las identidades comunales, al lado del proceso de individuación de las sociedades, está desafiando nuestras ideas sobre la subjetividad, de cultura y política. En palabras de Beck, Guiddens y Lash (2001), se trata de dos caras de un mismo proceso de "modernización reflexiva", donde la individualización significa la desintegración de las certezas de la sociedad industrial y, al mismo tiempo, la compulsión de encontrar y buscar nuevas certezas para uno mismo y para quienes carecen de ellas. Pero, también, significa nuevas interdependencias, incluso interdependencias globales.

Los límites del Estado-nación como la unidad relevante para definir el espacio público también tambalea; sin embargo, esto no quiere decir que el Estado-nación desaparezca, sino que su legitimidad ha disminuido y ha cedido terreno a una gobernabilidad global que se apoya en gobiernos que permanecen nacionales. El principio de ciudadanía entra en conflicto con el de autoidentificación. El resultado, en parte, es la crisis de legitimidad política, y esta crisis involucra otra: la de las formas de sociedad civil. En términos sociales, diremos que hay un creciente poder de los actores sociales, de la agencia, en relación con la estructura; pero, también, el lugar de las viejas estructuras sociales está siendo transformado, si no desplazado, en gran medida por estructuras informativas y comunicativas. De ahí que la nueva esfera pública parece estarse constituyendo en el nuevo escenario comunicacional que proveen las diferentes tecnologías de la información y la comunicación y su convergencia tecnológica, que configura una esfera pública global.

De esta manera, señala Castells (2007) que, como en otros momentos históricos, la emergencia de esta nueva esfera pública está enraizada en procesos de comunicación y ligada a un tipo de tecnología que no está predeterminada en su forma por ninguna clase de "predestinación" histórica o necesidad tecnológica, sino que será el resultado de una vieja lucha de la humanidad por la libertad de nuestras mentes.

Finalmente, diremos que el debate sobre la convergencia tecnológica tiene que ver, como lo hemos expresado en este texto, con una comprensión sobre cómo tecnologías y sociedades nos vamos coconstruyendo y transformando. Por ello, es urgente superar los debates dualistas "optimistas" contra "pesimistas", pues sólo dan una visión del panorama, o, en otras palabras, nos llevan a tener una versión única del problema: superar la dualidad y actuar reactivamente. Aquéllos no ven el sufrimiento físico, la miseria económica, las condiciones desiguales e inequitativas de acceso y participación en el ciberespacio por género, raza, región; el problema ambiental de reciclaje tecnológico que acompaña la difusión de las tecnologías digitales y su convergencia, que está recayendo, principalmente, en los países del sur; las dislocaciones que produce la aceleración del tiempo en nuestras vidas y las formas de trabajo a destajo en maquilas, pero, también, en las oficinas de yuppies informáticos y programadores.

Los "pesimistas o "tecnófobos" suelen plantear declaraciones morales, fundadas en valores humanistas o sociales que oponen valores pasados con el cambio en curso (la pérdida de la centralidad del libro y del hombre, o de una esencial "humanidad", el carácter apolítico de las prácticas culturales, etc.). Ambas posturas no nos ayudan a comprender cómo las condiciones de la subjetividad hoy están fuertemente comprometidas con un agenciamiento con tecnologías de la mente, de la virtualidad, y, en consecuencia, no nos permiten ver las competencias y potencias cognitivas, éticas y estéticas que están amenazadas, pero, tampoco, las que están emergiendo.

En nuestras regiones, donde somos principalmente consumidores, apropiadores de tecnologías —que no productores de ellas—, no podemos mantener determinismos tecnológicos como los de las actuales políticas de incorporación de tecnologías, ni seguir ideologías o ficciones que ocultan sospechosamente tanto los peligros como las posibilidades que se nos están abriendo. Pero tampoco podemos olvidar las luchas de pueblos cuya lengua y cultura están amenazadas, y no precisamente por el uso de Internet, sino por ejercicios de poder abstrusos. De ahí que invoquemos aquí una convergencia tecnocultural como una síntesis —y no una simplificación (teórica o tecnológica) — que nos permita comprender lo que implica la síntesis de códigos culturales, políticos y tecnológicos, esto es, cómo se está produciendo dicha síntesis en sociedades con desigualdades e inequidades estructurales como las nuestras, con sus destiempos culturales. Quizá dicha síntesis, producto de la aplicación de unos códigos a otros, en interdependencia, posibilite una "tercera entidad" todavía desconocida, no apalabrada, por performar y que no deviene en alternativas excluyentes, duales, sino que está siempre abierta a las posibilidades de la multiplicidad, de las divergencias.


1.. Se trata, como lo han señalado Beck, Giddens y Lash (2001), de un contexto de "modernidad reflexiva", en el que se producen de manera paralela procesos de globalización y excavación de la mayoría de los contextos tradicionales de acción y donde se altera el equilibrio entre tradición y modernidad. Así, mientras la tradición controla el espacio mediante su control del tiempo, con la globalización ocurre al revés. Ésta es, esencialmente, "acción a distancia"; la ausencia predomina sobre la presencia, no en la sedimentación del tiempo, sino en la reestructuración del espacio. Diremos, además, que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación son el espacio-tiempo propicio para esta reestructuración.

2. Por sectores integrados se hace referencia, justamente, a aquellos que están mejor ubicados para el acceso, consumo y producción de dichas tecnologías en las sociedades contemporáneas. Por supuesto, en nuestros países no podemos olvidar los grandes sectores de población que están por fuera de procesos de "producción" y "creación" con dichas tecnologías, e, incluso, por fuera de las infraestructuras de acceso a éstas. Ello nos obliga a tomar con cierta precaución ciertas aseveraciones sobre las tendencias predominantes en términos tecnológicos, pues detrás de éstas vienen —se prologan— las exclusiones sociales y culturales.

3. Este apartado retoma algunos aspectos planteados en la ponencia preparada a propósito del lanzamiento del libro Para una pedagogía del hipertexto: una teoría entre la deconstrucción y la complejidad (Rueda, 2008c).

4. Marc Prenski, en su famoso texto sobre Nativos e inmigrantes digitales, nos dice: "Today's average college grads have spent less than 5,000 hours of their lives reading, but over 10,000 hours playing video games (not to mention 20,000 hours watching TV). Computer games, email, the Internet, cell phones and instant messaging are integral parts of their lives" (2001).

5. Son cada vez más conocidos los estudios alrededor del uso de tecnología móvil a través de mensajes (msm), listas de correo y videos con la última generación de telefonía celular, que permite publicar fotos, audio, video desde movilizaciones o intervenciones ciudadanas a los sitios web de los colectivos o movimientos sociales. Véase http://www.mobileactive.org.

6 El estudio contempla una aproximación cualitativa por medio de observaciones participantes, entrevistas en profundidad, historias de vida y sistematización de la experiencia de seis colectivos que han incorporado tecnologías de la información y la comunicación en sus prácticas culturas y políticas, en lo que hemos denominado apropiación social de tecnologías. Dentro de los colectivos seleccionados se encuentran dos de mujeres (uno en Bogotá y otro en Medellín), uno de indígenas en el Cauca, dos de jóvenes que realizan trabajos de tecnoarte (en Bogotá) y uno de jóvenes universitarios (Bogotá). Si bien hay una localización territorial de los colectivos, todos pertenecen a otras redes y/o movimientos sociales a escalas nacional y global.

7. No obstante, es importante señalar que esta transformación de lo político no acaba las instituciones, y deja intactas las élites de poder que no han sido sustituidas por otras nuevas.

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