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Signo y Pensamiento

Print version ISSN 0120-4823

Signo pensam. vol.32 no.63 Bogotá July/Dec. 2013

 

Pensar la violencia desde las mediaciones: retos epistemológicos en comunicación

Thinking Violence from the Mediations: Epistemological Challenges in Communication

Pensar a violência desde as mediações: desafios epistemológicos em comunicação

Johandry Alberto Hernández*

*Periodista graduado en la Universidad del Zulia, magíster en Sociosemiótica de la Comunicación y la Cultura y cursante del Doctorado en Ciencias Humanas de la Universidad del Zulia. Miembro de la Asociación de Investigadores Venezolanos de la Comunicación (Invecom) y jefe del área de Comunicología de la Universidad Católica Cecilio Acosta. Maracaibo, Venezuela. Correspondencia: Edificio del Rectorado, piso 10, Dirección General de Comunicación, Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela. Correo electrónico: johandryhernandez@gmail.com

Recibido: 11 de octubre de 2012 Aceptado: 14 de mayo de 2013
Submission date: October 11, 2012 Acceptance date: May 14, 2013


Resumen

El objetivo es plantear el análisis de la violencia desde la comunicación a partir de una doble perspectiva: indagar qué rol ocupan los medios en las violencias y qué rol las violencias en los medios. Se concentra en el estudio de la violencia desde la subjetividad y por eso se recurre al concepto de las mediaciones de Martín-Barbero (2002, 2003), los estudios de recepción de Orozco (1997) y los trabajos de Imbert (2003, 2004). La violencia reclama una validez de interpretación en términos simbólicos, desde las representaciones mediáticas hasta su construcción en el imaginario colectivo. Esta discusión se perfila como una urgencia académica, pues hace falta constatar si efectivamente los ciudadanos han terminado por naturalizar y legitimar —desde la mediación— la violencia y el crimen en América Latina.

Palabras clave: Violencia mediática, representaciones de violencia en los medios, violencia simbólica, mediaciones sociales, estudios de recepción.

Descriptores: Violencia en los medios de comunicación de masas, América Latina, aspectos sociales, violencia.


Abstract

The purpose of this article is to propose the analysis of violence from a communicative perspective based on a dual perspective: to investigate the role of media in violences and the role of violences in the media. It focuses on the study of violence from the subjectivity and, therefore, it uses the notion of mediations (mediaciones) of Martin-Barbero (2002, 2003), the reception studies of Orozco (1997) and the work of Imbert (2003, 2004). Violence claims a valid interpretation in symbolic terms, from media representations to construction in the collective imaginary. This discussion is emerging as an academic urgency, as it is needed to determine whether citizens have come to naturalize and legitimize - from mediation - violence and crime in Latin America.

Keywords: Media violence, depictions of violence in the media, symbolic violence, social mediations, reception studies.

Keywords plus: Violence in mass media, social aspects, Latin America, violence.


Resumo

O objetivo é traçar análise da violência desde a comunicação a partir de uma dupla perspectiva: indagar qual o papel da mídia nas violências e qual das violências na mídia. Concentra-se no estudo da violência desde a subjetividade e, por tal, recorre ao conceito das mediações de Martín-Barbero (2002, 2003), os estudos de recepção de Orozco (1997) e os trabalhos de Imbert (2003, 2004). A violência reclama validez de interpretação em termos simbólicos, desde as representações mediáticas até sua construção no imaginário coletivo. Esta discussão lobriga-se como urgência acadêmica, pois é preciso constatar se efetivamente os cidadãos terminaram por naturalizar e legitimar —desde a mediação— a violência e o crime na América Latina.

Palavras-chave: Violência mediática, representações de violência na mídia, violência simbólica, mediações sociais, estudos de recepção.

Descritores: A violência nos meios de comunicação, aspectos sociais, América Latina, violência.


Origen del artículo

Este trabajo constituye un punto de partida del autor para la elaboración de su tesis de doctorado en Ciencias Humanas de la Universidad del Zulia, entre marzo y julio de 2011. El trabajo ha contado con la asesoría académica del doctor Guillermo Orozco, de la Universidad de Guadalajara, y del doctor Gérard Imbert, catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid.


Introducción

Difícilmente, alguna teoría política prosperará en América Latina si antes no se asume —entre otras tantas urgencias— una reflexión sobre cómo la violencia está configurando los modos de convivir de nuestros ciudadanos.

Los casos de México, El Salvador, Venezuela y Brasil son expresión de cómo la violencia avanza con el aumento de las cifras de asesinatos cada año1. En un caso particular, el Observatorio Venezolano de Violencia afirma que más del 60% de la población en este país apoya los linchamientos. Se trata, sin duda, de una apuesta por la muerte violenta como vía de control.

Esos atisbos de irracionalidad han motivado a los sociólogos del país a demostrar que el venezolano es hoy un ser mucho más cruel (Moreno, 2007), con una tendencia cada vez más asesina. La hipótesis supone que la violencia debe analizarse como una fuerza psíquica demoledora que atenta contra todo proyecto de convivencia democrática. El miedo ha permeado en las rutinas más cotidianas y es signo de la incapacidad de la modernidad por lograr en nuestros países un contexto de convivencia y de emancipación del espacio público. Ese horror, llamado eufemísticamente inseguridad, constituye el elemento central de una sospecha que engendra el crimen como fuerza dinámica de una sociedad que ya no es sospechosa, sino cómplice.

La violencia ha fracturado todo proyecto civil, desmovilizó la participación para convertirse en inacción, en repliegue. Las señas muy anticipadas de esta realidad ya las ofrecía Engels en su libro Anti-Dühring, en el que dedica todo un capítulo a la teoría de la violencia y explica que el concepto está estrechamente vinculado con la economía política. Resalta la importancia del estudio de las condiciones y de las formas en que la sociedad humana se ha concentrado en la producción y distribución de bienes simbólicos.

García Canclini (2005) ha sustentado todo un trabajo sobre la potencia simbólica de los procesos de mediación en la cultura latinoamericana. En el análisis sobre violencia y su alcance destructor, se debe añadir una perspectiva desde la comunicación que complemente la visión sociológica, antropológica y psicológica que hoy se hace desde las universidades. La comunicación, entonces, debe asumir el análisis de la violencia a partir de la mediación2.

Para esta tarea, resulta pertinente considerar el aporte de Imbert (2004), cuando demuestra que la violencia ha llegado a constituirse en un tema recurrente del discurso social: categoría difusa que todos plantean en términos negativos sin que nadie se lo plantee como expresión social, como objeto significante. Su posicionamiento como un metadiscurso de la vida social hoy obliga a asumir el desafío de entender cómo se está comunicando la violencia simbólica —derivada de la representación mediática de la violencia real— en los espacios de la cotidianidad. "La presencia de la violencia como objeto se traduce de manera casi obsesiva en los mensajes y discursos sociales con la mediatización de la cultura" (Imbert, 2004, p. ii).

La violencia como hecho de representación reclama una validez de interpretación, a partir de su planteamiento en términos simbólicos: cómo se construye el objeto, tanto desde las representaciones de lo mediático como desde la construcción en el imaginario colectivo. La revisión de la violencia desde el ámbito comunicativo ha sido una exigencia académica en los últimos años. El trabajo de Bonilla y Tamayo (2007) pone en relieve tres etapas que deben abarcarse: 1. problematizar la violencia desde los lenguajes, las gramáticas, los dispositivos y contextos que la dotan de significación; 2. emprender estudios que se aproximen a los procesos de comunicación propiamente y no se limiten únicamente al análisis mediático; y 3. investigar los procesos de recepción de la violencia, es decir, los usos y contextos espacio-temporales desde donde son leídas las representaciones mediáticas de la violencia, y verificar los consensos, las resistencias y las tensiones.

Toda esta cartografía obliga a pensar la violencia como espacio intersubjetivo, como tema que debe revisarse desde las mediaciones, porque su contacto directo, penetrante, invasivo ha deconstruido todo un imaginario cultural sobre violencia en las sociedades latinoamericanas.

El acoso del discurso psicótico Estudiar la violencia implica, como acota Jiménez (2007), descifrar una forma de acción social constitutiva en relación con el poder, el derecho, el mito. Durante los últimos años, los trabajos sistemáticos de Imbert (2003, 2004) han demostrado la enorme consistencia simbólica de los medios en la que confluyen los fantasmas sociales y que alimentan retroactivamente el imaginario colectivo. Imbert plantea que, ante el déficit de lo real, los medios transforman la realidad en espectáculo, a través de sus mutaciones en los formatos mediáticos.

En el caso de la violencia y su representación, el autor habla de una lógica de la construcción de la realidad a partir de la distorsión, del desdoblamiento de las representaciones de la identidad (y puesta a prueba del sujeto), junto con la presencia de objetos de fuerte carga simbólica, como la muerte, y por medio de nuevas formas narrativas. Mediáticamente, se ha consolidado un acoso simbólico a la intimidad como el extremo del desorden. Kellner (2004) afirma que el espectáculo ha llegado a ser uno de los principales modos de organización de la economía actual y que no hay espacio de actuación del hombre que no escape a esa lógica, en la que la violencia ocupa un lugar privilegiado en los medios. Rincón (2006) agrega, además, que el mundo del show y su emocionalidad se ha multiplicado y ha llegado a la política, la educación, la religión y —sobre todo— al crimen. La advertencia de Reguillo (1996, p. 24) es aún más clarividente: "La violencia se diversifica y se alimenta del miedo, la incertidumbre, la desesperanza y especialmente de la disolución del vínculo social".

El miedo, como categoría social, es un acercamiento a la angustia como consecuencia de una realidad insegura que existe para los sujetos, que se refuerza en las representaciones mediáticas de la muerte. "Esto sugiere la presencia de un miedo inserto en el entramado social que encuentra su origen en un constructo subjetivado, que pasa por el tamiz de la imagen y del texto, de sus retóricas y sus mitologías" (Roncallo, 2007, p. 147).

La representación de la violencia en los medios produce una dicotomía entre terror-fascinación. Rosenberg (2004) explica que la gente se encuentra aterrorizada, fascinada, obsesionada por el crimen callejero, y se imagina: "podría haber sido yo". Cuando Imbert (2004) habla de una pérdida del valor de la violencia, plantea un elemento para el análisis, que coexiste, tal como expone Vizer (2006), con un proceso multidimensional, coherente e histórico que implica instituciones, interacciones, relaciones sociales e identidad, lo cual supera la intersubjetividad. En esa trama de lo invisible se gestan novedosas percepciones, ideas, lecturas e interpretaciones sobre la violencia y la muerte.

Sobre la violencia cotidiana real vivida y la construcción mediática de la violencia que consumen esas mismas personas es pertinente asumir una distinción crítica, porque en el segundo campo de estudio se da —afirma Vizer (2004)— una construcción del sentido en la vida social y, a su vez, las relaciones de sentido que surgen de la vida cotidiana (y de narrativas y símbolos culturales). La violencia mediatizada y la construcción de una imagen de la muerte adquieren en las audiencias un sentido. Y estas relaciones de sentido construidas en la vida cotidiana de la gente sirven de sustento para el reconocimiento de sí mismos a partir de sus relatos, de las conversaciones de las costumbres con los medios masivos.

Lewkowicz (2004), al referirse a una imagen de la violencia, propone una pregunta desafiante: "¿Nos hemos instalado definitivamente en medio de la violencia social como si lo que se llama violencia social constituyera una condición esencial de nuestra experiencia actual?" (Lewkowicz, 2004, p. 54).

La violencia se corresponde con determinada consistencia con las representaciones, deseos y afectos que forman a quienes se vinculan, en un momento o acontecimiento social, con el fin consciente o no de subvertir el modo natural en que se presentan las cosas. La continuidad y persistencia de la violencia es lo más puramente carente de razón y sume la existencia en el absurdo que es una suerte de incongruencia vital, pero que con la carga de fascinación se vuelve un espejismo de goce, de placer, que instituye al individuo objeto mismo de su propia seducción y contemplación morbosa.

La normalidad de la violencia ha traído consigo una indiferencia moral que amenaza. Citando a Savater (1983), el discurso de la violencia se establece sobre el principio de indiferencia universal. Se trata de lo que muchos autores denuncian como la aventura de la representación, de la estetización general de nuestra cultura. Los nuevos objetos más allá de la estética, los objetos puros, transestéticos, espejos de nuestra desilusión radical. De la aniquilación de lo real por su doble. De una ilusión por otra. La guerra capturada en directo y exacerbada no deja lugar a la ilusión, sino que satura el posible imaginario violento del espectador.

Esta sociedad de la violencia está signada por la ilusión y la emoción. El estatuto central de este tipo de organización social es la garantía de la alteración a partir de la imagen, y el espectáculo se muestra a la vez como instrumento de unificación. "El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes" (Debord, 1967, p. 3).

Este autor señala que parte de la sociedad es expresamente el sector que concentra todas las miradas y toda la conciencia, porque, según dice, es el lugar de la mirada engañada y de la falsa conciencia. La espectacularización de la violencia y de la muerte crece a partir de los mecanismos propios de la mediatización: pruebas, información emocional (Aguaded, Correa y Tirado, 2002, p. 9). Así, la muerte no es solo física, sino también simbólica, tiene su origen en las dinámicas sociales cotidianas y se inscribe dentro de una dialéctica de pulsiones contradictorias. "Es difícil hablar de violencia sin remitir el objeto a una tensión entre orden y desorden porque esta tensión es constitutiva de toda la vida social" (Aguaded, et al, p. 19).

El establecimiento de esta relación ha impedido que se tenga noción de lo que es realmente la muerte. Y coquetear con la muerte es mantener a raya el miedo, se le da un rostro, se crea una relación familiar con el objeto de la angustia, compilado y estructurado en lo que González (1999) denomina el discurso psicótico de los medios. Entender por qué no resulta repulsivo ante la mirada las escenas de cruda violencia en las noticias o en el cine nos remite a Fromm (1994), cuando afirma que los seres humanos generalmente tienen una actitud de miedo ante la muerte, pero siguen fascinados por su complejidad e incertidumbre: "No podemos soportar ni siquiera una conciencia artificial de la muerte" (p. 67).

Esta dinámica mediática ritualiza la muerte, la convierte en espectáculo y la incrusta en una narrativa de entretenimiento que fomenta, sin duda, una representación de la violencia en el adiestramiento del imaginario colectivo, para (re)fundar y (re)fundir una concepción inconcreta —como diría Imbert (2004)— de la muerte, pero arraigada desde la antinomia de la mirada. Así, como dice Zizek (2004) de la pornografía, el espectador es forzado a priori a ocupar una posición perversa: "El espectador ocupa la posición de objeto: los sujetos reales son los actores de la pantalla, que tratan de excitarnos, mientras que nosotros, los espectadores, somos reducidos a la condición de objeto-mirada-paralizada" (p. 183).

Finol explica que la hipervisibilidad remite a la noción de exceso de lo visible, una sobreabundancia de la imagen, de su redundancia y sobreestimulación perceptiva cuantitativa y cualitativa. "Tiene que ver, en lo fundamental, con la transgresión de los límites físicos y fisiológicos de lo visible y de su perceptibilidad" (Finol, 2005, p. 147).

Convertir la muerte en fascinación y en el epicentro de la cultura espectacular denota una propuesta de celebración de la transgresión para adentrarse en las gozosas maneras de ser comunicativos. Estas prácticas expresan unas simbologías para privilegiar el primitivismo de complacerse con la muerte violenta. Proponemos catalogarlo como omofagia mediática, término que permite entender la deconstrucción radical de los valores de la vida que marcan la distancia con la civilización y hacen una aproximación a lo animal, a lo caótico y que es relacional entre audiencia-medio.

Cuando una sociedad asume (implícita o explícitamente) esta premisa, avanza en la transgresión de lo prohibido: tal como el griego Diógenes de Sínope invitaba a consumir carne cruda, los medios de comunicación, en su afán por sustentar el espectáculo de la muerte —a partir de la representación del cuerpo como víctima de la violencia—, incitan a la audiencia a la práctica simbólica de consumir la carne desgarrada que se observa en las imágenes de impacto, de detalle de la herida, del recorrido de la sangre, para alimentar un imaginario de la muerte. No se trata solo de invadir la intimidad, se trata de comerse al otro. Para explicar mejor esta propuesta, es necesario recurrir a la teoría del escándalo de Onfray (2002), según la cual, ante algunos estatutos ontológicos sociales, se plantea un desafío a las prohibiciones de la materia: canibalismo, omofagia, incesto y repudio a la sepultura.

El misticismo recobra una fuerza insospechada en la representación mediática de la violencia: a la audiencia hay que hacerla devota de la muerte. ¿Cómo justificar esta práctica? "Sencillamente, mostrando que todas son variaciones sobre el tema de la materia y que sólo existe una única sustancia que se modifica de diversas maneras" (Onfray, 2002, p. 125).

Alrededor de la violencia se ha codificado una narrativa concentrada en su espectacularización, en la que la muerte deja de tener (o pierde) su carácter destructivo para agudizar un sentimiento de libertad y goce a partir del sufrimiento del otro, lo cual reafirma una subjetividad individual que naturaliza ese dolor desde la postura de espectador.

Se trata de una inmolación de la violencia como paradigma de la sociedad actual. Estas representaciones mediáticas contribuyen a instaurar un imaginario en torno a la muerte.

Indagar desde la razón sensible

Evidentemente, el imaginario colectivo día a día recopila y gesta nuevas significaciones sobre los asuntos de mayor interés colectivo, y ya hemos dicho que la violencia se ubica como el discurso de mayor visibilización mediática; pero ante la proliferación del gran número de trabajos académicos que desentrañan la estructura de este tipo de discurso, otra tarea surge con desafíos tremendos para las ciencias sociales. Nos referimos a comprender cuáles son las ideas, las distorsiones y los sentimientos sobre la violencia que día a día se construyen en los imaginarios sociales. Hace falta indagar desde la sensibilidad de los receptores del discurso mediático de la violencia.

Resulta pertinente plantear tres instancias de análisis desde la comunicación: 1. la reconfiguración de los usos del espacio a partir del repliegue de la ciudadanía hacia otros discursos mediáticos, como los de la violencia, y como resultado de la adulteración del sentido del espacio público; 2. la densificación cotidiana de la comunicación mediática sobre violencia que opera desde y a partir de los dispositivos de visibilización (agenda) e invisibiliza otros; 3. la multidimensionalidad de las interacciones, las temporalidades desde las que el sujeto (individual y colectivo) procesa los discursos, las narrativas, las mitologías y los imaginarios del telever sobre la violencia y la muerte.

Pinto (1995) cataloga los medios de comunicación como empresas de construcción de realidades. Esta conceptualización se refuerza con la explicación de Humanes (2003), cuando argumenta que los mensajes mediáticos son un modo de organización simbólica, pues a través de ellos organiza y reflexiona simbólicamente el mundo en un conjunto de historias dispuestas para ser contadas.

La representación social, como una entidad de la construcción mediática de la realidad, incluye contenidos cognitivos, afectivos y simbólicos que tienen una función de organización de percepciones en los grupos sociales. El mundo de la vida cotidiana es aquel que se da por establecido como realidad y, por tanto, como explica Araya (2002), es una construcción intersubjetiva, un mundo compartido. La acción simbólica y la representación social conducen a la construcción de los imaginarios sociales, que, como dice Pinto (2003), son esquemas, construidos socialmente, para intervenir operativamente en lo que cada sistema social considere como realidad o para confeccionar lo que Schütz (2000) llama la trama de signos y símbolos con su particular estructura de sentido, y que logran, como apunta Rivera (2009), un intercambio social y simbólico que reconfiguran la dinámica de las relaciones sociales.

Martín-Barbero (2007) dice que los imaginarios son comprensibles desde los nexos que enlazan las sensibilidades a un orden visual de lo social. Este proceso aplica en el intercambio simbólico de la violencia y contribuye a la confección de una propia ideología, que organice efectivamente las representaciones sociales que exigen la resistencia y el cambio (van Dijk, 2005). La ideología de la violencia recoge, desde la perspectiva de Althusser (1988, p. 23), un sistema de ideas, de representaciones, que domina el espíritu de un hombre o un grupo social.

Plantearse una revisión de la ideología de la violencia desde la razón sensible de la audiencia indica tomar en cuenta sus múltiples interpretaciones, que han permeado a partir de la representación mediática en el imaginario colectivo.

Para las agencias de rating y empresas comerciales de medios, las audiencias son cifras, segmentos cuantitativos en los que se divide la sociedad respecto a su exposición y preferencias a algún medio. Desde la perspectiva de los anunciantes, las audiencias son potenciales consumidores de los productos y servicios publicitados en los medios, a las que se debe convencer de sus bondades. Una visión más académica y humanística, como la de Orozco (1993, p. 85), define la audiencia como todos los seres del conglomerado social:

Somos todos, con nuestras destrezas cognoscitivas, hábitos comunicativos, pero también con nuestras deficiencias analíticas, carencias informativas, necesidades de comunicación y reconocimiento. Las audiencias somos sujetos capaces de tomar distancia de los medios y sus mensajes, pero también sujetos ansiosos de encontrar en ellos lo espectacular.

Si se toma en cuenta que para la fenomenología la presuposición "ser" implica directamente indagar en "el sentido del ente", entonces la hermenéutica funciona como método para el análisis del sentido, sobre todo cuando la racionalidad insensible impide el acceso a ese sentido. El reto está en explorar, en cartografiar las sensibilidades de la violencia en esos sujetos comunicantes, en esas intersubjetividades.

Barriga y Henríquez (2007) dicen que un fenómeno social es aquel que se trata de un fenómeno sobre el cual diferentes subjetividades comparten. Si revisamos la violencia como un gran espacio intrínseco, implica un desafío: revisar el esfuerzo comunicativo desde el que se construye la violencia en ese espacio de experiencia intersubjetivo, y el investigador deberá remitirse necesariamente a la ontología del espacio mediático y público, porque justo allí circulan los discursos.

Hace ya tres décadas, Martín Serrano (1983) proyectaba la posibilidad de una aplicación fenomenológica al análisis de la televisión y la concebía desde dos ámbitos precisos: el papel en la construcción del conocimiento de la realidad (adscrita a los sistemas de representación) y el análisis de la mediación, referida a la construcción de juicios de valor sobre la realidad. La indagación de las influencias que estructuran los imaginarios sobre violencia y muerte desde las mediaciones sugiere despojarse del carácter positivo de concepción de la audiencia, para adentrarse en un ámbito sensorial. Epistemológicamente, hace falta tomar en cuenta la máxima de Ricoeur (1996) cuando exhorta a considerar la verbalidad de toda experiencia, al tomar en cuenta que toda esa verbalidad fecunda una teoría del sentido. Esto implica ontologizar desde la escucha.

"No se puede desligar del proceso de la vida cotidiana, de la interacción comunicativa y del lenguaje común" (Weber, 1991, p. 247 ). La sociología comprensiva se sustenta en la conexión del sentido, en la que el actor aparece como el fundamento de una conducta. Esta idea nos introduce en la idea del conocimiento desde el imaginario del receptor.

La semiótica y la lingüística proveen herramientas de aprehensión en eso que Husserl (1985) denomina como la experiencia de pertinencia. La fenomenología comienza cuando se interrumpe lo vivido para significarlo. Establecer, vivir, recrear entre las mediaciones implica una interpretación que, sin duda, remitirá al signo desde el que se descifrará la sustancia de las costumbres, el carácter derivado de las significaciones lingüísticas. "La filosofía hermenéutica debe empezar diciendo lo que viene al lenguaje" (Bengoa, 1997, p. 118 ). El análisis debe centrarse —en el caso de las mediaciones de la violencia— en el plano de la percepción.

En tono de confusión, Mafessolli (2004) se refiere a la convivencia de las paradojas más visibles de nuestro continente. Le parece llamativa la convivencia con la ley de la muerte, esa regida por los escupitajos de fuego que no ha podido infligir una disminución de la actitud de fiesta del latinoamericano. Contrario a lo que sucede en Europa, América Latina es escenario de las paradojas y hoy —admite Mafessolli— da lecciones a la sociología europea que le pueden servir de insumo para pensar lo incomprensible de la vida cotidiana.

La articulación del sentido es una objetivación productiva por medio de las significaciones en el discurso, sentido que se antepone a la referencia cognitiva, aquella que se articula de manera hablante. "La articulación del sentido lleva a la impresión, gracias a la aprehensión, y sus significados en el transcurso de lo vivido" (van Kerkhoven, 1998, p. 77). Este texto de van Kerkhoven tiene, sin duda, una conexión filosófica en la articulación del sentido de Ladrière (1986 ) y los retos de la racionalidad. El propio Ladrière apela al concepto de interacciones de la cultura que, desde una dimensión antropológica, se constituye en aspecto funcional y normativo. "La instancia cultural está formada por los sistemas que aseguran el funcionamiento de los significados" (p. 55). La epistemología que lucha por descolonizar los estigmas, las hegemonías, los prejuicios positivos, enerva el ataque contra el aplastamiento de la conciencia, instancia intersubjetiva que ninguna investigación social puede evadir hoy, mucho menos en la comunicación.

Hegel (1985) construye una brújula racional para guiar el tanteo dentro de la incertidumbre: "La conciencia nos da en ella misma su propia pauta, razón por la cual la investigación consiste en comparar la conciencia consigo misma" (p. 36). En esa tónica, Husserl menciona una egología como tribunal supremo del sentido: "Construir en mí y a partir de mí otro se trata del trabajo infinito que el despliegue de los horizontes de las experiencias conlleva" (Husserl, 1985, p. 121). Nadie puede negar que la violencia ha permeado todo el filamento constitutivo de lo social; sus distorsiones en la instrumentación mediática seguramente han ejercido como fuerza de cambio de percepción hacia la violencia misma como objeto omnipresente que puede inspirar, como dice Imbert (2004), conductas violentas e integrar la violencia al universo cotidiano, hacerla consuetudinaria.

El vacío de la representación que señala Baudrillard (1991), irónicamente, guía la comprensión de la realidad a partir de símbolos y narrativas que administran las interpretaciones sobre la violencia. Los destellos de la pantalla se arman de una potencia discursiva sustentada en el espectáculo de la sangre y en la tergiversación del dolor. ¿ Qué toman los lectores, de qué material se aprovechan, cuál desechan, qué se gesta en sus mentes y qué construyen con estos insumos? Ahí, donde la sensibilidad se transfigura, el investigador de las mediaciones sobre violencia debe intentar llegar, no para ofrecer lecturas o análisis totalizantes —como lo hace la sociología estadística—, sino para intentar construir una interpretación distinta sobre la violencia desde la comunicación. Dice Ricoeur (1996) que la reflexión real debe hacerse en el auténtico trabajo de interpretación en una determinada configuración simbólica.

Indagar desde la razón sensible es un planteamiento teórico que alude a la posibilidad de exploración de las conexiones de las audiencias con la violencia, para así verificar las resistencias, simbolismos, mutaciones y nuevas concepciones de este fenómeno en sus comportamientos cotidianos. Su contacto directo con el discurso de la muerte y su espectacularización ha socavado toda noción de orden y ha minado, quizá, las sensibilidades sobre el tema. El reto es verificar la (in)sensibilidad de los receptores sobre este tema.

El imaginario de la violencia

En mayo de 2011, durante su participación como conferencista en el tercer encuentro de los Investigadores Venezolanos de la Comunicación (Invecom), el catedrático Guillermo Orozco comentaba que en América Latina hay un déficit en estudios de mediaciones sobre violencia. Ese diagnóstico alerta sobre una deuda académica, sobre todo cuando se asume el compromiso por contribuir con la resolución de la violencia desde la universidad y desde la comunicación.

Para el acercamiento a la evidencia empírica de las hipótesis planteadas, Orozco (1993) ha sugerido que el análisis debe centrarse en la institucionalidad mediática como agente de mediaciones cognitivo-ideológicas. Para este autor, la mediacidad está constituida por géneros y formatos desde los que cada medio interpela a la audiencia. "Se trata de ubicar esa interacción en la multidimensionalidad simbólica, de racionalidades y emocionalidades, actitudes y expectativas" (Martín-Barbero, 2002, p. 455).

Dice Habermas (1981) que el fenomenólogo tiene que estudiar las condiciones que han de cumplirse para que se pueda alcanzar comunicativamente un consenso. Por eso, explica que las condiciones de validez de las expresiones simbólicas remiten a un saber de fondo, compartido intersubjetivamente por la comunidad de comunicación. En el análisis de la construcción de la realidad, deben tomarse en cuenta las creaciones espirituales, los mitos, las costumbres, la religión, los fenómenos cognitivos. La cultura es esencialmente simbólica y el hombre es un productor de símbolos culturales. En la teoría culturalista de las representaciones y los imaginarios prevalecen metacódigos que designan los pensamientos, los sentimientos, las ideas y las imágenes de la espiritualidad o la mente, no originadas por la conciencia individual, sino en una dimensión diferente, la del inconsciente colectivo, que orienta la actividad de los individuos en la vida social. Esta lógica induce a una correlación sobre nuevos significados (individuales y colectivos) que está provocando la naturalización de la violencia.

Si se asume la hipótesis de Arteaga (2003) sobre el espacio de la violencia como un modelo de interpretación social, deben diseccionarse tres ámbitos de trabajo: la postura del sujeto frente a la violencia simbólica, la significación y los simbolismos que se le endosan, y las formas en que la sociedad venezolana está ¿comunicando? la violencia. Puede que un ciudadano no haya padecido nunca una acción de violencia real y, sin embargo, tiene una concepción propia de violencia, estructurada a partir de múltiples lecturas y mediaciones. En este punto, el camino se bifurca: la violencia es un hecho de representación (probablemente el de mayor potencia semántica y semiótica en el discurso mediático actual) y es un espacio de reinterpretación subjetiva constante desde la que socialmente nos identificamos y reinventamos. ¿Cómo es posible empíricamente estudiar al sujeto de la violencia simbólica a partir de su contacto mediático diario?

La hipótesis propuesta de Wieviorka (2006), que habla de la violencia simbólica como producto de una subjetividad: "Se trata de la definición de violencia a partir de la definición de sujeto, a partir de la subjetividad de la persona violenta o de la persona receptora de esa violencia, de aquella subjetividad que es cuestionada por la violencia" (p. 241). Esta aseveración localiza la violencia en el sujeto, que desplaza la interpretación que hacía Weber sobre un Estado que manejaba el monopolio de la violencia. Si ella tiene sentido por la obediencia a una autoridad o cualquier ente reconocido como legítimo, entonces en sí misma está cargada de sentido. En estos tiempos prevalecen unos límites en la representación de la violencia. Como se dijo antes, los dispositivos instrumentales de la comunicación masiva construyen un discurso de la violencia desimbolizada.

Imbert (2004) se interroga sobre qué entiende el individuo como lícito o ilícito, cuál es su grado de aceptabilidad del hecho violento a través de la proyección de imágenes y relatos, en qué medida se ha enquistado una pérdida del sentido de la violencia. Tales preguntas obligan a mirar una situación comunicativa en un marco social específico. Es preciso indagar si el "sujeto contrariado" ha devenido en una hipersubjetividad de la violencia como negación del reconocimiento en el espacio público y el desplazamiento del consenso a partir de la competencia comunicativa para erigirse como un acto de resistencia destructiva.

El imaginario de la violencia simbólica abre paso al planteamiento de analizar un sujeto que tiene un discurso y una noción del mundo y su contraparte, la existencia de un antisujeto, un individuo que actúa con base en el sadismo, en la crueldad desde la deshumanización del otro para pensarse a sí mismo como humano y poder descargar sobre el otro la potencia destructiva de la violencia subversiva. Adentrarse en la constatación de la anterior afirmación lleva a una revisión de la tesis de banalidad del mal de Hannah Arendt y el concepto de pulsión escópica del psicoanálisis de Freud. Trasladando estos planteamientos al orden simbólico, ¿es posible hablar de un antisujeto mediático o un antisujeto comunicativo? Desde el momento de la exposición y asimilación del mensaje, el receptor idea una noción sobre su mundo inmediato, en cuya complejidad intervienen la dialéctica histórica e intersubjetiva. La mediación, como manifestación de la cultura, de la política, de los géneros, involucra mecanismos de comprensión del complejo proceso de comunicación.

Ese espacio intersubjetivo que son las mediaciones demanda de la comunicación una meditación "proseguida indefinidamente, porque la reflexión es desbordada por las significaciones potenciales de las vivencias" (Bengoa, 1997, p. 121). Al ubicarnos en el plano de la recepción, de la interacción simbólica, el espacio narrativo es vital, como forma de organización de la experiencia. Las vivencias, relatadas en el espacio narrativo, expiden su esencia en la vida cotidiana como el nuevo terreno desde donde se trabajará en las ciencias sociales. La revisión debe hacerse desde el espacio intersubjetivo de la cotidianidad. Benhabib (2006) argumenta que el humano se convierte en ser capaz de habla y de acción solo para aprender a interactuar en una condición humana.

Los estudios de la caracterización de los patrones de interacción social permiten hacerlo desde una praxis de verificación de la interacción. Se toma de Sotolongo (2006) el concepto de los patrones de interacción social de la vida cotidiana, pues son prácticas características de los procesos sociales de comportamiento colectivo que producen y reproducen distintos aspectos de la vida. La intermediación del lenguaje en este estadio de análisis se convierte, tal como plantea Arfuch (2008, p. 135 ), "como tesoro de la experiencia, donde los sentidos y los significados exceden las diferencias opositivas de los signos en tanto han sido amasados con la misma vida".

Una fenomenología de las mediaciones implica la apertura del poder de la experiencia cotidiana en la trama del consumo mediático de la representación con la familia, bajo influencias de amigos, instituciones sociales: en esas instancias sensibles se recogen los significados de la violencia. "La narrativa como cercana a la experiencia, como inspiración, como traza, huella, delinea prioritariamente un espacio ético, que es en realidad norte de su indagación [...] como modo posible —y confrontable— de aproximarse al conocimiento a través de la práctica más extendidamente democrática de la humanidad" (Arfuch, 2008, p. 138 ). La autora pone de relieve un espacio de interlocución que haga posible la inclusión y las pistas para descifrar los fantasmas, los pensamientos, los miedos, los conceptos sobre violencia que hoy tienen nuestras sociedades a partir de su contacto con lo mediático.

En el espacio narrativo hay dos vías: pensar racionalmente o pensar con los sentimientos, tal como propone Márquez-Fernández (2008).

Contra cualquier señalamiento cartesiano, esta actitud de pensar con el corazón adquiere un carácter gnoseológico atribuible a la necesidad de una epistemología capaz de servir como ente político de conciliación entre el investigador, sus objetos y sujetos, y que sean capaces de concebir una investigación en comunicación como una práctica social real. La comunicación —que tanto cientificismo ha intentado endilgarle un carácter positivo e insensible— rescata la idea sobre el mundo y la idea que se percibe en el mundo, en palabras de Bajtín (2002, p. 391):

El acontecimiento en el mundo y la participación en el acontecimiento, en el que un texto vive únicamente en contacto con otro texto (contexto), donde todo lo vivido, el tiempo menor (la actualidad, el pasado reciente y el futuro previsto y deseado), es un diálogo infinito e inconcluso en el cual no muere ni uno solo de los sentidos.

Nuestro planteamiento se centra en la indagación de un imaginario de violencia latente en nuestros países, la autenticación de unas narrativas que permitan conocer su contexto, profundidades y simbolismos.

Aproximación metodológica

La anterior y amplia disertación centra la discusión en la transacción mediática y su relación con el gusto cultural por el crimen en los receptores de los contenidos mediáticos sobre violencia y muerte. En un estudio previo, Hernández (2011) demostró que en el Zulia, uno de los estados más importantes en términos económicos y políticos de Venezuela, la población prefiere la lectura de sucesos en la prensa. Las consecuencias sociológicas del impacto de la violencia en la sociedad venezolana tienen que relacionarse con las mutaciones simbólicas que los grandes medios promueven y que las audiencias asimilan para la interpretación de una realidad cotidiana.

El esfuerzo por la exploración del conocimiento sobre la violencia simbólica parte del abordaje desde otras preocupaciones y otros enfoques teóricos-metodológicos. La comprensión de la interpretación de las audiencias sobre la violencia cotidiana que leen en los medios amerita la comprensión sobre el espacio-tiempo-demandas.

¿Cómo leen la violencia? ¿Cuáles son sus profundos deseos? ¿Cómo llegar al imaginario de violencia, su lógica, dinámicas, percepciones, conceptos, reconfiguraciones ? Si la postura teórica que se asume en este trabajo se ubica en la exploración microsociológica del consumo mediático de violencia, la conexión metodológica se ubica en el análisis del relato de los lectores, porque si cada persona es una síntesis de lo social en lo individual, como apunta Moreno (2007), entonces cada sujeto se acopla al grupo o los grupos en los que convive y relee. Si de la narración de una persona se pueden extraer nociones y concepciones de la sociedad, es el espacio intersubjetivo el lugar en el que el conocimiento se hace posible. Allí se centra la plenitud de su vivencia, se pueden encontrar las mutaciones simbólicas de la violencia mediática y el lugar que ocupan los medios en las violencias sociales.

Los individuos mediatizados se enfrentan a una doble lectura de la violencia: la real física que pueden padecer, sospechar o sufrir en su actuación diaria, y la que presencian y "leen" —en términos semióticos— a partir de la representación mediática. Puede que un ciudadano no haya padecido nunca una acción de violencia real y, sin embargo, tiene una concepción propia de violencia, estructurada a partir de múltiples lecturas y mediaciones. La búsqueda de un método para captar aspectos emotivos y la relectura de contenido mediático sobre noticias de violencia pasa por responder: ¿qué se produce de lo que leen en los medios y qué usos dan a ese contenido ? ¿ Qué mediaciones interfieren, en qué segmentos de audiencia, con qué resultados? Es preciso, entonces, esbozar una alternativa metodológica para indagar sobre los medios en las violencias sociales. "La comunicación del objetivo inmediato de la violencia y la emoción que el acto conlleva son elementos claves para desentrañar situaciones de violencia" (Fernández Christlieb, 2011, p. 6). Para averiguar sus contextos, mediaciones y múltiples interacciones con los medios, dentro de un intento por producir un conocimiento más integral y adecuado de los procesos comunicativos.

El espacio mediático-biográfico

Entre la aún joven tradición de estudios de recepción en América Latina, sigue con vigencia el modelo de la mediación múltiple de Orozco (1993), que estudia a la audiencia por medio de las interacciones, según mediaciones provenientes del género, edad, clase social, ubicación territorial, política, filiación étnica y religiosa, y sus competencias comunicativas. Orozco las llama comunidades de interpretación.

La idea en este punto es establecer un cruce entre lo planteado por Moreno sobre la contextualización de la violencia (realidad de esa violencia) con la mediación de la violencia en las audiencias.

La propuesta metodológica en este trabajo es añadir y complementar el método de Orozco con otras dos nociones: la incidencia del espacio mediático-biográfico, a partir de los trabajos de Sábada (2007) y Arfuch (2002). Sábada dice que nadie duda del carácter transaccional del proceso comunicativo-mediático. Esta autora asegura que la emisión de una noticia es un espacio de simulación de la realidad y se llega al límite entre realidad y ficción en la información; por lo tanto, los productores se presentan en los contextos de recepción, que son múltiples. La transacción simbólica en los medios está vinculada con el espacio y el tiempo de recepción, de lectura del mensaje de los medios. El interés, entonces, es cognoscitivo, vinculado con el análisis del sujeto-receptor a partir de sus condiciones culturales y sociales concretas, referentes culturales, referentes y contextos, resonancias mediáticas, referencias personales.

La herramienta metodológica para aplicar tiene un enfoque conversacional (noción primigenia de la comunicación), por medio de técnicas que se clasifican en la entrevista en grupos de discusión o entrevista personal. "La comunicación es un tipo de actividad social simbólica que implica la producción, transmisión y recepción de formas simbólicas" (Sábada, 2007, p. 208).

Este insumo capturado a partir de la narración de un sujeto a través de una entrevista puede analizarse desde la semiótica, partiendo de la lectura de los medios y su consumo mediático de violencia. Esa narración abarca la categoría de Arfuch (2002) del espacio biográfico. Nuestro interés es la indagación de la vivencia propia, la construcción del imaginario a partir de la experiencia de lo que lee. Entrevistas, conversaciones, retratos, anecdotarios, testimonios, relatos operan en la identificación especular, en la narrativa de la propia idea de mundo-vida, en el compartir sobre hábitos, sentimientos y prácticas constitutivos del orden social. Un sujeto-receptor puede ser espejo de las tramas culturales, la desnudez de los rasgos de nuestras sociedades mediatizadas.

La entrevista como mecanismo de cartografía del receptor indaga en la construcción de los hitos simbólicos. ¿ Cómo se narra la vida a varias voces ?, ¿ cómo se narra la experiencia mediática con la violencia? ¿Cómo se articula lo íntimo con lo público en el caso de la violencia ? ¿ Qué lugar ocupan los medios en las violencias sociales ? ¿ Es posible hacer una lectura de la violencia simbólica a partir de la subjetividad?, ¿la violencia simbólica representa una negación del rol de actor del sujeto en el espacio público (lugar que desplaza la opinión pública)? ¿Es una marca de un sujeto mediáticamente contrariado? ¿Es posible hablar de víctima de la violencia simbólica? ¿Cuáles son los códigos de interpretación de esa violencia?

Si se asume la hipótesis de Arteaga (2003) sobre el espacio de la violencia como un modelo de interpretación social, deben diseccionarse tres ámbitos de trabajo: la postura del sujeto frente a la violencia simbólica, la significación y los simbolismos que se le endosan, y las formas en que la sociedad está ¿comunicando? la violencia.

¿Qué lugar ocupan los medios en la violencia? Conclusión

La cuantificación de los hechos de violencia y su visibilización en los medios mutila un análisis sobre el trasfondo, sobre los espacios complejos de la violencia, sus referentes, las relaciones de poder, legitimidad, consenso y cooperación que se hace desde los medios.

El fenómeno de la adulteración de la violencia y la hipervisibilidad espectacular de la muerte gana cada vez más espacio en los grandes y reconocidos medios. La revisión del referente axiológico y político de los medios debe incluir, en su examen, esta tarea para los próximos años.

La fascinación del desorden se sustenta en la pornografía del horror y trae consigo la instauración de pulsaciones secretas sobre la muerte que despiertan reacciones con alcances insospechados en los destinatarios: la omofagia mediática aparece como nueva lógica de acercamiento a la violencia y como práctica mediatizada individualista y desosegada, que procura la anulación del otro para fagocitar el instinto. Se satisface el sentido más primario como valor de satisfacción privativo.

La crisis en el régimen de la representación se apoya en la reiteración para lograr la desclasificación del valor-signo que el objeto tiene en la cultura y el resultado es el posicionamiento de lo soez como primer elemento de reconocimiento. Se está en presencia de una práctica mediática que no se conforma con la trivialización de la muerte y la violencia, sino que desarrolla una antiética de la prohibición, una moral sin sanción como mecanismos de la transmutación de los valores sociales.

El peligro radica en que se desarrollarán en una sociedad que anula el miedo y disloca la muerte para convertirla en objeto sin valor. Al margen de un discurso apocalíptico de los medios, vivimos en una realidad de signos sin sentidos, de significantes vacíos, libres y arbitrariamente dispuestos, con el propósito de ser sustituidos por nuevas significaciones. Al introducir la violencia y la muerte al universo cotidiano, se convierten en patrón desestructurado sin fundamento simbólico. La emergencia de los nuevos imaginarios en los procesos comunicativos es un problema que debe ser estudiado en sus dimensionalidades y alcances. El significado de la violencia y la muerte, adulterado en su reiteración, se impone y llena los signos vacíos creados por la cultura de la polémica de los medios y se instituye en una falsa cultura garante del desorden infinito del sistema social.

Lo que aquí se plantea es la interpretación de los modos de lectura de los medios y su discurso de violencia, y la construcción de un significado del problema en los individuos. Este desafío significa un acercamiento al "sujeto receptor", que obliga a indagar en su sensibilidad hermenéutica y fenomenológica.

El interés en este trabajo es avanzar en la constatación de una sospecha: la representación de la violencia en la prensa y los medios obedece a una estrategia de legitimación y naturalización de la violencia misma ante la incapacidad del Estado de detener su potencia destructiva. Imbert (2004) plantea una conclusión mucho más agresiva: la representación de la violencia ha provocado una verdadera tentación del suicidio; la creación de una nueva cultura de violencia, el reforzamiento vertiginoso de códigos y símbolos de muerte.

Hace falta constatar —tanto en Venezuela como en los países más violentos de Latinoamérica— una advertencia que en 2009 declaraba el Instituto de Investigaciones Psicológicas de la Universidad Central de Venezuela: los ciudadanos corren el riesgo de naturalizar la violencia.

El siguiente paso pide la interpretación de las influencias que estructuran, organizan y reorganizan la comprensión de la realidad de los individuos, a partir de las narraciones, formulaciones y significados que dan a los discursos mediáticos sobre violencia. Es un paso para analizar más profundamente, desde la subjetividad, cómo podría estar cambiando la representación de la violencia en la sociedad latinoamericana.

La teoría de las mediaciones se convierte en alternativa metodológica (desde la herramienta de la entrevista en el espacio mediático-biográfico) para este propósito, pues evalúa la audiencia a partir de las exploraciones de las interacciones de los receptores con el medio y que toma en cuenta el género de los sujetos, la edad, la clase social, la ubicación territorial, política, étnica, así como sus competencias comunicativas, hábitos y prácticas cognitivas.

Se trata de ofrecer salidas, desde la contribución de la comunicación, al problema de la violencia. Entender el imaginario social implica una lectura sobre cómo la concebimos. Las ciencias sociales deben seguir en la indagación sobre cómo el Estado erige su legitimidad en la producción simbólica de la violencia, pero a la par está la violencia cotidiana, que ha modificado toda ideología de convivencia y racionalidad política para instaurar el derroche, la teatralización del exceso, la desconfiguración de lo informativo en contra de la generación del debate, alimento de eso que Salazar (2009) llama esquizofrenia dilatada. Así, caracteriza el estado anímico de una persona que actúa con espontaneidad, sin tener en su mente el sentido de su acción y con una sensación mediática de permanente miedo, goce y acoso. Una persona que además ha legitimado el uso privado de la violencia como vía de supervivencia.

El control social a través de la violencia se ejerce todos los días desde los medios y se construye en espacios de reconocimiento. Hoy el planteamiento mediático es naturalizar la violencia para convertirla en objeto reprimido, carente de sensibilidad; pero, como decía el escritor Octavio Paz, si la muerte carece de sentido, tampoco lo tuvo la vida. Mirar las mediaciones de violencia permitirá corroborar si América Latina naturalizó el crimen. Y este diagnóstico permitirá contribuir —desde la comunicación— con el exorcismo de este demonio social.


Notas

1Según el informe de la Red de Información Tecnológica de 2008, Latinoamérica es más peligrosa para los jóvenes que otras partes del mundo. El Salvador está en el primer lugar, seguido por Colombia, Venezuela y Guatemala. Estos datos coinciden con un informe del Banco Interamericano de Desarrollo, publicado en el 2000, con el título Asalto al desarrollo, violencia en América Latina, en el que destaca la muerte de 140.000 personas por año y reseña que una de cada tres familias es víctima del crimen. Lo más alarmante del informe es que no se tiene una idea concreta de la magnitud de la violencia, ni de sus causas, y menos aún de la efectividad de las políticas públicas aplicadas para su prevención y control. A juzgar por el informe de 2008 sobre inseguridad y violencia, Venezuela se ha convertido en uno de los países más inseguros del mundo: reportó 14.600 homicidios (un promedio de 36 diarios), índice superior a naciones tradicionalmente violentas, como México, Brasil y Colombia. Más recientemente, en agosto de 2009, Caracas se había convertido en la segunda ciudad más peligrosa de América Latina, según el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública de México, que ubicó a Ciudad Juárez como la más insegura. La ubicación de la capital venezolana en ese ranking de la muerte supera ciudades como El Cabo, en Sudáfrica, y Bagdad, en Irak.
2El maestro Jesús Martín-Barbero, en su obra De los medios a las mediaciones, amplifica el estudio de la comunicación y urge a estudiar el proceso de la recepción del mensaje masivo. Dice que en la instancia de recepción se dan lugar las resistencias y las variadas formas de apropiación de los contenidos mediáticos. Argumenta que la comunicación, como espacio cultural, exige mirar los medios masivos en un contexto más amplio, que abarque las distintas redes que configuran los procesos de recepción del mensaje.


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