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Papel Politico

Print version ISSN 0122-4409

Pap.polit. vol.12 no.2 Bogotá July/Dec. 2007

 

INTERPRETACIONES SOBRE LA CULTURA POLÍTICA DEL PERONISMO EN ARGENTINA*

INTERPRETATIONS ON THE POLITICAL CULTURE OF THE PERONISM IN ARGENTINA

Zenaida M. Garay Reyna**

** Licenciada en ciencia política (UCC). Doctorando en ciencia política (CEA-UNC). Becaria de posgrado CONICET en el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba (Argentina). Correo electrónico: zgaray@hotmail.com

Recibido: 13/08/07 Aprobado evaluador interno: 28/09/07 Aprobado evaluador externo: 16/09/07

 


Resumen

En las democracias contemporáneas, los partidos políticos se han considerado los principales mediadores entre el Estado y la sociedad. Esta característica es la que permite diferenciarlos de otras organizaciones de carácter voluntario, grupos de presión, sindicatos y gremios, ya que no buscan acceder directamente al poder político, sino influir en las políticas gubernamentales. El mundo de los partidos políticos puede ser abordado desde diferentes formas: una estrategia de estudio es analizar la relación del partido político con la estructura social, otra es abordar su relación con la organización interna, pero también la política supone la existencia de creencias en torno a este fenómeno político y las representaciones sociales difundidas en la sociedad. Esta aproximación, la cual se hace desde la cultura política, es la que se propone en este trabajo: indagar las diferentes propuestas teórico-metodológicas de abordaje del fenómeno peronista. En ese sentido, abordaremos tres interpretaciones en torno a: 1- las identidades forjadas desde el peronismo sobre su irracionalidad o racionalidad; 2- las prácticas de intermediación política y 3- la lectura ideológica del peronismo desde el discurso social.

Palabras clave de los autores: partidos políticos, peronismo, cultura política, representaciones sociales, clientelismo político, ideología.

Palabras clave descriptores: peronismo, cultura política, Argentina, política y gobierno, 1943.

 


Abstract

In the contemporary democracies, the political parties the political parties have considered the main mediators between the State and the society. This characteristic is the one that allows to differentte them from other organizations of voluntary character, groups of pressure and unions since they do not seek to accede directly to the political power, but to influence the governmental policies. The world of the political parties can be approached from different forms: a strategy of study is to analyze the relation of the political party with the social structure, other one is to approach its relation with the internal organization, but also the policy supposes supposes the existence of beliefs concerning this political phenomenon and the social representations spread in the society. This approximation that is done from the Political Culture proposes in this work: to investigate the different theoretical-methodologic proposals from boarding of the Peronist phenomenon. In that sense we will approach three interpretations around: 1-the identities forged from the Peronism on its irrationality or rationality; 2-the practices of political intermediation; 3-the ideological reading of the Peronism from the social speech.

Key words authors: Peronism, Political Culture, social representations, political clientelism, ideology.

Key words plus: Peronism, Political Culture, Argentina, Politics and government, 1943.

 


Introducción

En las democracias contemporáneas, los partidos políticos son los principales mediadores entre el Estado y la sociedad. Esto se debe principalmente a las funciones que cumplen, las cuales comprenden desde ser agentes de conflicto, de integración social, o de gobierno, hasta la expresión de la canalización de demandas sociales e identidades colectivas. Esta situación es la que hace difícil encontrar una conceptualización precisa sobre lo que son los partidos políticos, ya que existen tantas definiciones como autores y posturas ideológicas se presenten.

Por consiguiente, definiremos a los partidos políticos, en general, como aquellas agrupaciones voluntarias que tienen como objetivo propio y específico la conquista del poder político. Esta característica permite diferenciarlos de otras organizaciones de carácter voluntario, grupos de presión, sindicatos y gremios, ya que no buscan acceder directamente al poder político, sino influir en las políticas gubernamentales.

Los partidos políticos pueden ser abordado desde diferentes formas: una estrategia de estudio es analizar la relación del partido político con la estructura social, otra es abordar su relación con la organización interna; pero la política no se agota en los procesos y las organizaciones, antes bien supone la existencia de creencias en torno a este fenómeno político y las representaciones sociales difundidas en la sociedad. Esta última opción es la aproximación que se hace desde la cultura política y la que se propone en este trabajo: indagar las diferentes propuestas teórico-metodológicas de abordaje del fenómeno peronista.

1. Sobre la cultura política

A pesar de diferentes tentativas de teorización y operacionalización de la cultura política1 , esta sigue siendo de conceptualización ambigua, por el carácter interdisciplinario de su origen, y porque implica que se evoque tanto a "representaciones" como a "actitudes y opiniones", y a "valores y creencias", todos niveles de diferente grado de abstracción. Por consiguiente, puede entenderse por cultura política al "… conjunto de valores, símbolos, imágenes y representaciones que los individuos tienen sobre su sistema político y sobre su propio papel dentro de dicho sistema…" (Peschard, 997, p. 40); es decir, que los individuos por medio de estos conjuntos de percepciones dan significado a su acción y participación política (comportamiento político).

Hay un aspecto que debe señalarse, y que en otras conceptualizaciones de la cultura política no es explícitamente marcado: esta es consecuencia de un proceso histórico, en el cual se han ido conformando los diferentes referentes políticos; además, no es una capacidad que se adquiera y que acompañe al desarrollo económico o social, sino que se trata de un conjunto el cual constituye una matriz que se construye; se trabaja a sí misma para ser coherente. No es posible negar que haya un proceso de socialización el cual transmite los principios que otorgan una visión totalizadora de la vida política. Esta visión puede ser potenciada o debilitada por sus relaciones con los contextos de referencia de diferentes esferas para: el mundo subjetivo, el trabajo, el mundo cívico, la familia, etc. Estos principios no son normas inscriptas en nuestra personalidad, sino matrices de significación que permiten interpretar la realidad diaria. Una de las maneras de abordar las mutaciones de la cultura política es analizar las matrices ideológicas existentes, para lo cual una opción es la consideración de las ideologías de los distintos partidos políticos. Según Bizberg ( 997, p. 2) se puede pensar que al "…analizar las distintas ideologías partidistas y sus modificaciones, que intentan seguir los cambios en las actitudes de los ciudadanos, tenemos un indicador indirecto, un reflejo especular, de la ideología de los ciudadanos…".

2. Importancia actual de la comprensión de la cultura política peronista

En estos momentos la Argentina es gobernada por un gobierno peronista. A treinta y dos años de la muerte de Perón, el interrogante debe situarse en la capacidad de supervivencia que ha demostrado el peronismo, con sus mutaciones y permanencias a través de sus distintas etapas; estas pueden presentarse a grandes rasgos, así: desde 945 al golpe de 955; la caída de Perón y su exilio; la consiguiente pregunta sobre la supervivencia del peronismo tras la muerte del líder en 974; las distintas facciones que surgieron después y la izquierda de los setenta; el neoliberalismo de Menem y el giro de centroizquierda que está imprimiendo Kirchner. ¿Por qué el peronismo se ha convertido en la fuerza política que mejor ha expresado a la sociedad por más de sesenta años? Una de las posibles respuestas encuentra las claves de la permanencia de este fenómeno político en el tipo de cultura política en que se ha fundado; al respecto pueden esbozarse unas primeras conjeturas provisorias:

• Sus dirigentes poseen gran capacidad de adaptación a los contextos cambiantes.

• Sobre su espectro ideológico: contiene diferentes líneas y por lo tanto cuando una está en el poder, el resto es oposición, pero dentro del mismo movimiento.

• El apoyo de la clase obrera y de otros sectores medios y altos en contextos de futuro imprevisible y crisis.

• La presencia de mitos unificadores y conformadores de identidades colectivas atemporales, los cuales perpetúan la necesidad de los dirigentes de mantenerse en el poder y encontrar legitimidad en su base electoral.

3. Diferentes sentidos del fenómeno peronista

3.1 Primer sentido de la cultura política: identidades forjadas desde el peronismo, racionalidad o irracionalidad

El peronismo, ya sea definido como movimiento o como partido político, se ha caracterizado desde sus orígenes por ser un entramado heterogéneo de cosmovisiones, el cual encontraba su núcleo en la presencia aglutinadora de su líder; no obstante, el peronismo aportó diferentes representaciones sociales a la cultura política nacional2. Una de ellas se refiere a un modelo de ciudadanía, especialmente en el período 940/ 950, que se centró en un imaginario colectivo de posesión de derechos, el ejercicio del voto femenino y la participación sindical en el mundo laboral, mas allá de la garantía concreta del acceso a los derechos y beneficios sociales, porque la garantía misma era su líder, Perón. Otra, era la vinculada a la noción de progreso social, que incorporó contenidos novedosos y se identificó con un nuevo emergente social: la clase trabajadora. A partir de 1945, la representación progresista del desarrollo histórico, de una "Argentina industrial y moderna", la encarna el "trabajador industrial" (Svampa, 2000). Otras representaciones hacen referencia a las percepciones sobre el rol del Estado, las relaciones entre este y la sociedad, el papel de los partidos e instituciones políticas, etc. En síntesis, el peronismo contribuyó a cambiar, o configurar de manera diferente, el contexto de inteligibilidad del juego político.

Las interpretaciones sobre el fenómeno peronista en su primera etapa —hasta la caída de Perón en 955— han sido diferentes. Unas están próximas a las lecturas más ortodoxas o políticas; otras son más sociológicas y en muchos casos reflejan la estructura de sentimientos del momento en que se escribieron.

De Ipola ( 989)3 analiza al peronismo como un fenómeno excepcionalmente mediado por muchos discursos sobre él mismo, a los cuales diferencia sobre el eje de "ruptura- continuidad" de los mismos con su pasado histórico. Así, distingue las miradas más políticas de Jorge Abelardo Ramos ( 957), Gino Germani ( 965, 968 y 973) y Tocuato Di Tella ( 965 y 988), de aquellas más sociológicas de Murnis y Portantiero ( 969). En el primer grupo, el peronismo es visto como un movimiento nacional popular y como un régimen político propio de un estadio intermedio entre el desarrollo económico y social de sociedades tradicionales en transición a sociedades industriales. Se trata de una mirada ortodoxa del fenómeno, porque:

• Se le atribuye al peronismo el carácter de bonapartismo, con un poder que se ubica por encima de los grupos y clases en conflicto; puede ser progresista en el interior y anticolonialista hacia el exterior; posee cierta orientación democrática y busca alcanzar el apoyo de las clases trabajadoras y del campesinado; sobrevalora el poder personal del líder (interpretación de Ramos).

• Se destaca al peronismo como producto de una base social novedosa, una especia de "clase inmadura", un nuevo proletariado. Esto lleva a formular la visión de la irracionalidad de la clase trabajadora y responder en este caso a las teorías elitistas de la política (interpretaciones de Ramos y Germani).

• La irrupción en el campo político de las masas populares es anómala, producto de una movilización no integrada4 cuyos rasgos centrales se concentran en la "…instauración de un régimen político autoritario…"; la interpelación a una identidad colectiva obediente a los designios del líder; y un imaginario político el cual comprende una simbología que resalta los valores de la libertad y los derechos ciudadanos como de carácter formal y subordinados a los valores concretos que encarnan a la justicia social; finalmente, el desarrollo de organizaciones obreras y una central única de trabajadores promovida y controlada desde el Estado. El peronismo "…[como movimiento nacional –popular, su característica más notoria fue su subordinación al poder manipulatorio del caudillo carismático, a cambio (…) de importantes retribuciones en lo que hace a la adquisición de un principio de identidad y de una efectiva participación en la escena política [es decir satisfacciones subjetivas en las clase populares]…" (De Ípola, 989, p. 9; interpretación de Germani). La anomalía en el campo político hace referencia a la adopción del Estado peronista y no a la democracia occidental, la cual se presentaba como la "opción más racional".

• La pre-existencia de una élite anti-statu quo (la élite peronista), que se encuentra empeñada en el proceso de movilización no integrada y se gesta en las fracturas internas, en las desorientaciones políticas de las fuerzas armadas y del empresariado industrial, y aprovecha un esquema de oportunidades políticas (interpretación de Di Tella).

En el caso de la mirada sociológica, el peronismo no puede ser interpretado como un ruptura completa con el pasado; es expresión de una base social determinada, compuesta por la clase obrera (con demandas provenientes de la primera etapa de crecimiento generado por la sustitución de importaciones) y una elite, un sector del empresariado nacional (cuyo desarrollo estaba ligado a la expansión del mercado interno), que gestaron un alianza. Este análisis, el cual aborda las precondiciones del peronismo, se fundamenta en la presencia de asincronías entre el desarrollo económico y la participación en la década anterior al surgimiento del movimiento.

Las características y la supervivencia del peronismo no pueden explicarse solamente en términos del mejoramiento que las políticas peronistas originarias implicaron para el nivel de vida de la clase trabajadora (o si se prefiere, en términos generales, de los sectores populares). Perón les otorgó también una nueva identidad, basada en un intercambio simbólico, al reformular de alguna manera el sistema social de clasificación y organizar un sistema de representaciones sociales que se mostró incomprensible para los sectores conservadores, y más dramáticamente para la clase media. Esto se hizo patéticamente claro el 7 de octubre de 945, cuando diferentes sectores de la sociedad especialmente la clase media) se vieron absolutamente confundidos, sin lograr entender el significado de lo que estaba ocurriendo. El problema del intercambio simbólico nos remite a la cuestión de la identidad peronista.

De esta supuesta edad de oro, como señala Svampa (2004, p. 3 ), poco queda en las subjetividades actuales, porque estas ya no se configuran a partir de los procesos de identificación del mundo laboral o por la pertenencia a un partido político como el peronista. Este fenómeno viene de la mano de los procesos de transformación de los colectivos que generaban identidad desde los años setenta: los sindicatos (en el mundo del trabajo) y los partidos políticos. De este modo, se puede comprender cómo el peronismo debió trasformar sus estrategias de intervención en los sectores populares, en lo que Svampa (2004, p. 32) ha denominado nuevas modalidades de intervención territorial, vía implementación de políticas sociales descentralizadas y focalizadas, en las que ya no intervienen directamente los sindicatos, ni el partido, sino las organizaciones barriales o comunitarias, encargadas de las necesidades básicas de los sectores populares.

Esta situación abre la puerta al "clientelismo efectivo", como forma de política no visible y próxima al desarrollo de liderazgos personalistas —que suponen autorreferencialidad de la política—, perceptible en la independencia del líder y del partido en relación con el electorado:

… el peronismo pudo garantizar su hegemonía en el mundo popular a partir del armado de una densa red de relaciones territoriales cuyo rasgo mayor fue el clientelismo afectivo; (…) vínculo donde convergían la dimensión utilitaria de la política (reforzada por la omnipresencia de las demandas dirigidas hacia las instituciones políticas) y la dimensión afectiva (manifiesta a través de diferentes modalidades de identificación con los líderes: la lealtad y la memoria peronista)… (Svampa, 2004, p. 32).

3.2 Segundo sentido de la cultura política: las prácticas de intermediación política

Javier Auyero ( 997), en un interesante estudio sobre el clientelismo político en el peronismo durante los años noventa (en contextos de desempleo, pobreza y retirada del Estado), trae a la luz elementos de la cultura política del Partido Justicialista, ya no desde la óptica del discurso social de sus líderes, sino desde la construcción de las redes clientelares dentro del partido político. La justificación del estudio de este fenómeno político puede encontrarse en que este partido, como movimiento político y social, ha sido uno de los actores políticos más relevantes en Argentina, ya que ha estado dentro y fuera del poder en los últimos cincuenta años (p. 79).

Las redes de relaciones sociales son un elemento primordial a la hora de estudiar las representaciones políticas; producen en su seno un lenguaje, un código propio que hace inteligible la relación que se gesta entre sus partes integrantes. Desde este lugar es posible comprender cómo se moldean las opiniones políticas, a la luz de las "obligaciones personales, lealtades, sentimientos y confianza" (pp. 9-20) establecidas en estas redes; si se produce la distribución personalizada de favores, servicios y bienes a cambio de apoyo político, en el marco del fenómeno clientelar.

Auyero, tras un repaso de las nociones teóricas sobre el clientelismo político, señala la insuficiencia de ciertos enfoques5 centrados primordialmente en un aspecto de la dimensión objetiva de estas relaciones (la distribución y el intercambio), para captar la existencia real de los "esquemas de apreciación, percepción y acción (…) en las estructuras mentales de los sujetos involucrados en esas relaciones de intercambio…", y cree necesario señalar la importancia de "… la persistencia y transformación de ciertos elementos culturales en prácticas de intermediación política contemporánea…", que se traduce en ultima instancia en términos de cultura política, rescatando la dimensión de las representaciones, percepciones y motivos que explican las razones por las cuales los actores se comportan y deciden de diferentes maneras.

El clientelismo, como mecanismo de articulación entre el Estado, el sistema político y la sociedad, es también una institución social de intercambio, que al rescatar la dimensión transaccional permite dar cuenta de los significados y diferentes lugares de los actores involucrados en las prácticas y lleva a la construcción de identidades relacionales.

De este modo, Auyero distingue a patrones, mediadores y clientes. Se enfoca en el segundo grupo, en su función de facilitadores de las transacciones entre los otros actores de la relación triádica. En el caso de la "red clientelar peronista" examina las perfomances6 o "comportamientos restablecidos" de los actos y palabras de un mito: Eva Perón ( 997, pp. 7 - 73). Los mediadores son los punteros políticos de las unidades básicas del partido, y a la vez son empleados públicos y configuran una red propia, distinguible en dos niveles: uno íntimo, unidos por lazos fuertes de amistad, parentesco y que colaboran directamente en la resolución de los problemas. El otro, es un círculo externo que se constituye con los potenciales beneficiarios de la distribución de favores, círculo íntimo de seguidores; los lazos son débiles. A través de las actuaciones de punteros peronistas, que recrean a esta figura popular, el citado muestra cómo se hace una interpelación inclusiva en el discurso peronista, "manipulado" la identidad de los sujetos; la asociación entre su práctica social, la política y su visión paternalista, al recrearse el imaginario de lo que debe ser una mujer peronista: restaurar el comportamiento original de Eva Perón.

Esta explicación permite darse cuenta de que el intercambio de bienes y servicios por votos puede resultar insuficiente para garantizar un resultado electoral en el peronismo, por lo que debe considerarse al "… conjunto de creencias, presunciones, estilos, habilidades, repertorios y hábitos que acompañan a estos intercambios…" (Auyero, 997, p. 8 ), que en realidad conforman un conjunto de códigos de conducta y de interpretación de la realidad funcionales en cuanto supervivencia de esta institución en particular.

Ahora bien, si cada acción de intercambio se encuentra inserta en una matriz de significación que coincide con una determinada acción (por ejemplo, una acción subjetiva encuentra su sentido en el mundo de las significaciones subjetivas), es posible que los sujetos, en este caso los mediadores, como parte de su táctica, se refieran a otro mundo (el de la familia) para, por ejemplo, distraer la atención de la situación en la que se encuentran, o para tratar de introducir un elemento diferente que les permita obtener una ventaja adicional, y que sea soporte legitimador de sus funciones. Esta suerte de legitimación fáctica de los mediadores se sustenta en las perfomances de ciertas representaciones sociales que se convierten en sinónimos del "intercambio de bienes por votos", y que quita la connotación negativa del acceso informal a los recursos públicos o la amenaza de la privación de los favores y bienes.

Las representaciones sociales que se asocian a las performances, en los casos de clientelismo estudiados por el autor, hacen referencia a la constitución de:

A. La identidad de la ideal mujer peronista ( 997, p. 89), a través de:

• La reproducción de la maternidad como sacrificio, abnegación, vocación por los pobres, personificada originariamente en Eva Perón (y el mito de la "dama de la esperanza7") y extendida a la práctica social y política, pero reinterpretada y resignificada por los mediadores. Estos, en este caso son mujeres que traspolan sus dones o capacidades naturales de la esfera privada a la esfera pública, produciendo "… el efecto de la rutina maternal (…) la personalización del favor o del bien…".

• Como consecuencia de lo anterior, la división del trabajo político según una visión de género. Lo masculino es gobernar y decidir. Lo femenino, es "… otorgar informalmente favores y resolver prontamente los problemas...".

• Sacralización del trabajo político, al otorgarle valor de vocación y misión sagrada, que implica la "pasión por los pobres".

• Disolución de la imagen de organización jerárquica vertical del partido y del poder, al convertir a estas mediadoras en sinónimo de la gente. Ellas son el pueblo, y no trabajan en nombre del pueblo. Se diluyen al sacrificarse en la acción social, transformando su "…identidad como algo colectivo…".

• Utilización del recurso de autoridad para justificar sus acciones sociales de intermediación, al performar a Eva Peón, y erigirse en "…en sinónimos de las cosas y en sinónimos de la gente, produciendo así un efecto de dominación…" ante la amenaza de la privación de los beneficios de la intermediación.

B. Identidad del colectivo pueblo, por medio de la interpelación inclusiva del discurso peronista8, al eliminar la distancia entre lo político y lo social, ya que los beneficiarios del intercambio reciben la impresión de que son "algo especial", porque son parte de la "familia peronista", del "nosotros", del "compañeros", protegidos como hijos por su madre y colaboradores de su líder.

3. 3 Tercer sentido de la cultura política: desde el discurso social, lectura ideológica del peronismo

Desde este sentido, se intenta desentramar la naturaleza del peronismo, el que como fenómeno político actual se encuentra atravesado por una extensiva serie de discursos que él mismo ha producido y produce. Es por esta razón que la indagación desde este enfoque privilegia lo ideológico-discursivo. Dentro de este tipo de interpretaciones podemos ubicar los trabajos realizados por Verón y Sigal ( 986), De Ípola ( 983 y 989) y Laclau ( 986, 2005), autores que poseen vínculos conceptuales.

El análisis de Laclau abre una nueva perspectiva en el tema de la contextualización del peronismo, al desplazar la discusión desde el nivel del análisis de la base social al de la ideología, y al resaltar el populismo de dicho fenómeno político:

…. Ninguna otra ideología populista latinoamericana se constituyó a partir de la articulación de interpelaciones más dispares; ninguna otra tuvo tanto éxito en el esfuerzo por transformarse en denominador común del lenguaje popular-democrático de las masas; ninguna otra, finalmente, fue articulada a tan diversos discursos de clase… (Laclau, 978: 206).

Laclau recupera parte del legado gramsciano y althusseriano —la noción de hegemonía y la distinción pueblo/bloque de poder, en el primer caso, y la tesis de la conformación y disgregación de las identidades políticas por medio de la interpelación constitutiva de los individuos en sujetos, en el segundo— y elabora una síntesis propia. Es la noción de interpelación la que hace posible la complementación de los trabajos de De Ípola y Sigal y Verón. Pero es posible distinguir dos tipos distintos de interpelaciones: una a escala del modo de producción (una interpelación de los agentes en tanto clase), y a escala de la formación social (una interpelación de los mismos como pueblo). Según Laclau, la primera se encuentra en el marco de la lucha proletariado-burguesía, mientras que la segunda se ubica en la lucha popular democrática, u oposición pueblo-bloque de poder, entendiendo por democracia "… nada que tenga una relación necesaria con las instituciones parlamentarias liberales…", sino "… un conjunto de símbolos, valores, etc. —en suma, interpelaciones—, por las que el pueblo cobra conciencia de su identidad a través de su enfrentamiento con el bloque de poder…" ( 1978, pp. 112- 126).

Sobre este esquema asienta Laclau su concepción del populismo. Para él, el pueblo es una instancia objetiva, uno de los lados de la contradicción fundamental de una formación social determinada, y su especificidad teórica radica por ende en su modo antagónico de condensar la pluralidad de interpelaciones no clasistas (políticas, religiosas, estéticas, etc.) frente a la ideología dominante. Así, la noción de populismo queda definida en términos formales: no según un núcleo semántico determinado, sino a partir de un principio articulador que provee unidad a una heterogeneidad, y con base en una síntesis entre la categoría de interpelación y la distinción pueblo/bloque de poder. A este respecto, De Ípola (1 989) se pregunta por el fundamento en el que reposa, en última instancia, la acción unificadora de la ideología. De acuerdo con su lectura, Laclau da a entender que este se encuentra en el proyecto clasista y hegemónico hacia el cual se orienta la articulación que condensa y constituye una determinada ideología.

Es en este terreno, el de la ideología, se encuentra el elemento central que definiría al populismo, porque lo que constituye el principio unificador de un discurso ideológico es el "sujeto" interpelado, y por lo tanto constituido a través de ese discurso. El populismo se definiría por su interpelación al sujeto "pueblo". Pero hay otros discursos ideológicos que también hacen referencia al "pueblo" y que difícilmente pueden ser caracterizados de populistas. Lo que finalmente definiría al populismo sería la manera en la cual la interpelación "democrático-popular" al "pueblo" se articula en el discurso: la presentación de la interpelación popular-democrática como un complejo sintético-antagónico respecto de la ideología dominante.

Para Laclau, la precondición fundamental para la aparición del populismo es la existencia de una crisis en el discurso ideológico dominante9. En efecto, el peronismo logra obtener la hegemonía en el terreno ideológico al recomponer en un nuevo conjunto estructurado y relativamente sólido, el "elemento" popular- democrático con los "elementos" nacionalistas autoritarios, antiliberales, antioligárquicos y antiimperialistas dispersos en dicho terreno, sobre la base de un proyecto clasista en correspondencia con los intereses del capitalismo nacional. En esa rearticulación de diferentes interpelaciones hay elementos específicamente populistas.

De Ípola establece una diferenciación entre las nociones de "ideología" y de "lo ideológico". El primero de esos conceptos refiere a "…. aquellos conjuntos discursivos, en el sentido más amplio posible, a través de los cuales se expresan sistemas de creencias, representaciones, concepciones del mundo, propias de una sociedad o de un grupo social determinado…"; el segundo, en cambio, y en concordancia con la concepción de Sigal y Verón, "… no designa a una clase empíricamente delimitable de hechos de significación, sino una dimensión inherente a toda realidad significante…" ( 1983, pp.135- 136). En otras palabras, también del autor, se trata en este último caso de "…las formas de existencia y de ejercicio de las luchas sociales en el dominio de los procesos sociales de producción de las significaciones…" (p. 173). A partir del presupuesto de la conflictividad intrínseca a lo social, se defiende una noción anclada en las condiciones sociales y materiales que hacen posible la dinámica de la significación. Desde esta base, las tres instancias fundamentales a ser estudiadas son la producción, la circulación y el consumo (o recepción, o reconocimiento) de las significaciones, en su diferencia específica, pero a la vez en su unidad.

Tal esquema triádico sirve para avanzar en el desarrollo de las implicancias teórico-metodológicas fundamentales de las categorías de lo ideológico y de discurso: todo hecho o fenómeno (que posee, por supuesto, su referencia en una dimensión propia de lo real, pero que sólo puede ser conocida en virtud de dicho nivel analítico específico). Desde esta perspectiva, un texto posee exactamente el mismo estatuto respecto de la significación que un artefacto o un acontecimiento: los tres funcionan como medio de trasporte del sentido, y cualquiera de ellos es susceptible de ser examinado por medio de una focalización en lo ideológico.

Al moverse este registro entre los polos opuestos de la producción y la recepción de las significaciones, se torna imprescindible caracterizar dichas esferas. Según De Ípola ( 1983), estas exhiben nítidas disparidades entre sí: mientras que las condiciones de producción son únicas, singulares, irrepetibles y socialmente homogéneas, las condiciones de recepción son numerosas, variadas y de ubicación social heterogénea (e incluso contradictoria). Entre ambas se despliega la circulación, cuya particularidad exige una indagación igualmente específica.

Ahora bien, ¿cómo se expresan dichas condiciones sociales y materiales en el discurso? Retomando una categoría de Verón, De Ípola sostiene que ello se da a través de ciertas huellas que las mismas dejan plasmadas en él, a través de operaciones también discursivas. De lo que se trata, por tanto, es de indagar las características de esa operatoria y sus efectos. Toda esta caracterización de lo ideológico que efectúa De Ípola se superpone con la realizada por Sigal y Verón ( 1986)10. En este contexto general de confluencias, Sigal y Verón explicitan algunos otros supuestos e implicancias del planteo compartido con De Ípola. Según ellos, esta posición obliga ante todo a dejar de lado el postulado de la sociología de la acción social que recomienda al investigador asumir el punto de vista del actor, en beneficio de una teoría de la observación que, por el contrario, le exige posicionarse como observador. Se supone así la interferencia mutua de los diversos discursos presentes en la sociedad y, en consecuencia, el carácter relativamente indeterminado de la significación, por su diferenciada apropiación por múltiples sujetos. Por último, Sigal y Verón desarrollan una dimensión presente en sus análisis concretos del peronismo: la enunciación11 . Este concepto constituye el nexo entre las nociones de discurso y de condiciones sociales de producción, y abre una perspectiva de exploración fundamental.

4. La enunciación peronista

Si se tuviera que hacer una análisis del discurso peronista, este podría ser estudiado conforme diferentes etapas del peronismo, a saber:1 ) la fundación del discurso peronista, en el decenio que gobernó Perón ( 1945/ 1955); 2) la constitución del discurso del general en el exilio, y 3) los conflictos en torno de las decisiones que tomó Perón a su vuelta en 1973, cuando se convierte en lopezreguista, es decir, las disputas entre la izquierda y la derecha.; 4) los herederos de Perón en el poder: Menem, Duhalde y Kirchner.

En función de lo expresado anteriormente, Laclau presta particular atención al intento del discurso de Perón de hacer suyo el símbolo "democracia", levantado por la oposición, y capitalizarlo en beneficio propio. La hegemonía ideológica se decide en esa disputa crucial. En esta línea de análisis, es el de dicha disputa, es posible afirmar que la interpelación hecha al sujeto pueblo desde los diferentes elementos que conformaron el discurso peronista histórico, ha hecho que una de las características centrales del peronismo sea la ausencia de un contenido ideológico concreto 12. Como señala Sigal (2003)13:

Si algo quedó es esa falta de límites precisos en la ideología peronista. El peronismo puede abordarse por todos lados y hoy nadie puede decir quién es un verdadero peronista y quién no, porque ése era un atributo de Perón. Cuando Menem se decía peronista, no mentía, como tampoco mienten quienes se manifiestan peronistas hoy, y son tan distintos. En ese sentido hay una continuidad. Cuando la Juventud Peronista quiso insertar contenidos ideológicos se encontró con una imposibilidad.

En el discurso de Perón la política es una lucha estéril y un terreno carente de verdad, porque el líder es la verdad; siempre será el campo del sin sentido, en tanto que el peronismo será la realización de la verdad en la sociedad, la justicia social, etc. Por eso dentro de dicho movimiento se acepta una pluralidad de ideologías políticas. Más importante que la ideología es la doctrina, cuyo principal objetivo es la unidad nacional.

Gran parte de la vida política del peronismo se desarrolló en torno de la persona de un líder político que hizo de su figura la de un enunciador absoluto, capaz de encarnar y representar colectivos abstractos como patria, pueblo y trabajadores. Juan Domingo Perón construyó una performance de político radial, caracterizada por extensas alocuciones admonitorias posibles gracias a un sistema estatal de medios de comunicación con protagonismo de la radiofonía.

La personalización del discurso no fue sólo patrimonio exclusivo del rasgo carismático del propio Perón (siguiendo, en este caso, los ítems estudiados por Max Weber como el atractivo personal, las conductas que satisfacen demandas colectivas, las proezas particulares, etc.), sino también de su capacidad discursiva para encarnar colectivos abstractos que los peronistas destinatarios del mensaje identificarían sólo con su presencia: nosotros los peronistas, nosotros los argentinos, nosotros los trabajadores).

El lenguaje político de Perón tuvo la capacidad de ampliar el concepto de ciudadanía más allá de los derechos cívico-políticos, para incorporar su dimensión socio-económica: los llamados derechos de tercera generación. A partir de allí se le otorgó al obrero conciencia de grupo, de clase, y no ya de individuo atomizado y aislado.

¿Qué es lo específico del peronismo hasta 974, según Sigal y Verón ( 986)? La enunciación de Perón y sus características centrales: ubicarse fuera del campo político, el vaciamiento de dicho campo, el descentramiento (anulación) del adversario, la homología del líder con la patria y la ubicación de Perón como enunciador abstracto. La ausencia de Perón entre los años 955 y 973 hizo desaparecer del espacio público el acto de enunciación, entendido como la presencia corpórea identificable del emisor del mensaje.

Al amparo de la distancia física de Perón, se multiplicaron los enunciadores políticos que pugnaban por su legitimidad como portadores de la palabra oficial del líder. En el exilio la palabra de Perón ya no podía ser pública (decretos de las dictaduras prohibían que se lo nombrara explícitamente), a diferencia de la suerte de monopolio que durante su gestión presidencial había logrado gestar para sostener su comunicación gubernamental. Aquí se produjo el primer desfase entre el acto de enunciación y el de recepción, que en el discurso de Perón se habían caracterizado por haber coincidido temporalmente.

El acto de enunciación del líder, otrora delimitado en un tiempo y un espacio, se tornó impreciso. La enunciación pública del peronismo de la proscripción fue por momentos, ambigua y hasta ilegítima, según los grupos que buscaban el monopolio de la verdad en la reconstrucción discursiva del movimiento político. La anarquía de representantes y enunciadores debilitó las posibilidades de establecer un contrato de veracidad desde el discurso político. "…Una de las propiedades fundamentales de todo discurso político, el de ser enunciado necesariamente desde una posición de verdad, es constantemente puesta en jaque en la situación de circulación de cartas o instrucciones: cada enunciación puede ser verdadera o no serlo…" (Sigal y Verón, 1986, p. 119).

En la etapa del exilio, de circulación restringida, se exacerban las características de esta estructura enunciativa. Era la patria misma la que estaba ausente, con la consiguiente emergencia de enunciadores segundos, portadores de la palabra oficial de Perón. Es en esta etapa que la juventud peronista, siempre en el campo de la enunciación, reclama una determinación ideológica que Perón, acorde con su estrategia discursiva, no puede o desea pronunciar.

Hoy perdura lo que Verón denomina estilo peronista: "…un modo de negociar, de establecer contacto con la gente, de las camándulas. Significa más, quizás, en el nivel del manejo interpersonal, de los modos de usar las influencias, de cómo plantear las alianzas y los enfrentamientos….". El liderazgo político de Perón cumplió el rol de un operador de mecanismos constructores de relaciones sociales: con sus adversarios, con sus adherentes, con entidades abstractas o imaginarias. Un liderazgo comunicativo que logró operar desde el discurso la idea de alianzas sociales entre sectores diversos, estrategia que fue retomada por Carlos Menem y su consenso social, gracias a los efectos reales y simbólicos de la convertibilidad.

La mutación de las condiciones económicas, tanto locales como internacionales, ha hecho que los cuatro gobiernos peronistas ( 946-55, 973-74 y 989-99 y 2002-) adaptaran sus políticas de gobierno de acuerdo con la posición de poder de otros actores socio-económicos con gran injerencia en el campo político: los sindicatos (la Confederación General del Trabajo), los industriales (la Unión Industrial Argentina), el sector rural (la Sociedad Rural Argentina), la economía regional y mundial (incluidos los organismos internacionales de crédito) y los medios de comunicación. En este sentido, los discursos políticos del peronismo han variado en relación con las condiciones de producción. Sin desdibujar completamente su identidad comunicativa ante la sociedad, el peronismo ha logrado mantener en el tiempo un importante sector de votantes cautivos o tradicionales, a pesar de los resultados económicos que en los noventa empobrecieron objetivamente al sector social beneficiario del peronismo histórico (la clase trabajadora y de menores recursos).

Esto permitió a Menem desmontar buena parte del sistema que Perón había armado y que formaba parte de la mística peronista. Confrontado con serios problemas económicos, el gobierno llevó a cabo una política de liberación de la economía, privatizando la mayoría de los servicios públicos que Perón había nacionalizado en su primera etapa. Al mismo tiempo, su política de austeridad fiscal golpeó con especial rigor a la clase trabajadora. En muchos aspectos, la política social y económica del presidente Menem fue antagónica a la que se podía esperar de un gobierno peronista. Sin embargo, su campaña electoral estuvo organizada alrededor de los temas tradicionales del peronismo. Hasta dónde su popularidad estuvo entre ciertos sectores de la clase obrera basada (al menos parcialmente) en la supervivencia de una mística peronista que puede tornarse más poderosa que la realidad política, es materia de discusión. Lo que es claro es que esta mística fue uno de los componentes más importantes del universo político argentino durante la segunda mitad del siglo xx.

Si el discurso de Perón se caracterizó por la alocución, el modelo de Menem fue el de la conversación, lo cual implicó el desplazamiento de las formas antagónico-argumentativas de la discusión mediante recursos como el sarcasmo, el comentario displicente, la apelación a todo tipo de fórmulas cristalizadas o sentencias pronunciadas como inapelables. Una operación recurrente de la estrategia discursiva de Menem fue el uso frecuente de la autorreferencialidad como instancia última de legitimación de decisiones o actos de gobierno que comprometieron a la sociedad en su conjunto (el uso de la primera persona en sus enunciaciones). Menem logró desacralizar el espacio político inaugurado por la figura conciliadora, mística y siempre por encima de las internas. Con su inclusión en la lógica comunicativa de los medios masivos, reforzó la videopolítica y terminó por secularizar la relación Estado-medios, característica de los precedentes gobiernos peronistas. En el plano discursivo, ya no se propuso encarnar los abstractos absolutos y las entidades imaginarias del discurso de Perón (la patria, los trabajadores, los argentinos, el pueblo), incluso hasta se esforzó por desarticular gran parte del imaginario simbólico del peronismo histórico.

Las elecciones presidenciales de 2003 mostraron la persistencia del peronismo en los sectores populares, augurando una suerte de "peronismo atemporal", frente a la decadencia de los partidos tradicionales. La identidad política del presidente Kirchner, y de muchos de los integrantes de su gabinete, ha rescatado del pasado la histórica discusión que gira en torno a la relación entre los montoneros y Perón, y más generalmente, el rol que jugaron las distintas corrientes políticas enroladas dentro del peronismo en los turbulentos años setenta. Esto es así, porque el peronismo se muestra hoy como la única fuerza capaz de abarcar casi la totalidad del espectro político, en un fenómeno en algunos aspectos similar al de aquellos años. No obstante, es inexacto que el peronismo haya sido (y sea) un fenómeno exclusivamente ideológico; pero es cierto que en sus orígenes y en su posterior consolidación, los aspectos significantes, más específicamente los ideológicos, estuvieron siempre presentes, ya como fundamento del liderazgo carismático, como fuente de inspiración del discurso político peronista, en fin, como causa de contradicciones y conflictos en el interior del peronismo mismo. Contradicciones y conflictos que, en buena medida, perduran hasta hoy.

Si bien las referencias de Kirchner al peronismo y a su líder histórico no son la regla, existieron, y apuntan a retomar las originales banderas del partido, aunque fundiéndolas con los reclamos sociales contemporáneos. Kichner eligió resaltar el costado nacionalista del justicialismo, identificado con un activo rol del Estado en la economía nacional, con independencia en materia de política exterior y soberanía política. En el oficialismo, palabra, acción y composición de imagen resultan tres componentes armónicos que redundan en beneficio del basal criterio de visibilidad del discurso político.

Respecto del pretendido carácter progresista del nuevo capitalismo que encararía Kirchner, ya la doctrina peronista histórica distinguía entre un capitalismo explotador e inhumano y otro progresista, con responsabilidad social, comprometido con el desarrollo de la economía nacional. En el caso de Kirchner, quizá la alianza ya no se plantee con la clase obrera, como en el peronismo de la prima hora, sino con la clase media, su base electoral y destinatario preferencial de su mensaje proselitista.

A modo de conclusiones contemporáneas

El peronismo se enfrenta a una doble vida, a una relación entre el viejo peronismo histórico y el nuevo, rescatado de los años setenta y ligado a la tradición de izquierda; por consiguiente, el escenario actual compromete:

• Gestos de reafirmación de poder y mando mediante la reforma de las instituciones políticas.

• Recreación de la figura presidencial a partir de una autoridad racional que tenga por base el orden legal como única expresión de legitimidad posible, sin desestimar una autoridad carismática, sustentada en la atracción personal.

• Búsqueda de consenso político transpartidario a través de escasas referencias justicialistas en su discurso, apoyado en el argumento de pertenecer a otra generación.

• Recreación de los actores socio-económicos que acompañaron el campo político del peronismo histórico, a saber la burguesía nacional, la clase obrera aliada a un Estado social que le otorgaba identidad colectiva, una élite local conspiradora y un poder extranjero como interlocutor para confrontaciones (FMI, bancos, Estados Unidos).

El nuevo modelo económico que se debate para Argentina luego de la implosión de la convertibilidad, resulta connatural con los principios históricos de la primera experiencia peronista ( 1946- 1955). Como entonces, se trata ahora de generar las condiciones para adoptar un nuevo esquema económico sustentable que permita industrializar una vez más al país; exportar valor agregado; captar los excedentes de la productividad nacional; incentivar el consumo interno masivo; generar pleno empleo; mejorar los salarios; garantizar una adecuada prestación de los servicios públicos; licuar el tema de la deuda externa y, por sobre todas las cosas, garantizar una equitativa distribución del ingreso. Instalados los argentinos en este sendero, la triada vertebral justicialista de soberanía política, independencia económica y justicia social podría con legitimidad reclamar para sí la potestad de representación en las condiciones actuales y los escenarios venideros.


* Artículo de reflexión derivado del trabajo de investigación en el Centro Científico Tecnológico (CONICET) Córdoba, Argentina, en el grupo Centro de Estudios Avanzados, cuya área son las ciencias sociales y humanidades.

1. Sin olvidar la clásica visión de Almond y Verba ( 1963), a la cultura política se la considera como una capacidad que se aprende mediante el aprendizaje (en un sentido parsoniano). Hay una evolución en el individuo de una actitud pasiva hacia una activa. Esto tiene una relación con los enfoques de la modernización, ya que estos tuvieron que ver con el nivel socioeconómico de las diferentes sociedades. Se definen así tres tipos de actitud hacia la política: ) parroquial: el individuo no exige nada de la política, la acepta y la sufre; 2) del "súbdito": implica exigir a la política, entendida como el gobierno, un beneficio a cambio de aceptar las reglas del juego. Es un apoyo pasivo a cambio de un provecho, pero el individuo carece de capacidad para cuestionar la legitimidad del régimen; 3) participativa: el individuo apoya o rechaza al gobierno, con base en la creencia en su legitimidad; además, tiene capacidad para modificarlo.

2 La representación social, de acuerdo con Jodelet ( 99 ), es una forma de conocimiento, socialmente elaborada y compartida, con finalidad práctica, que participa en la construcción de una realidad común en un conjunto social. En su conformación y transmisión participan elementos culturales (valores, modelos, creencias), discursivos y sociales (comportamientos y vínculos sociales), así como elementos del contexto histórico. La elaboración de las representaciones sociales es un proceso dinámico y en constante proceso de construcción. Es, como indica Cocco, un proceso cultural, cognitivo y afectivo (2003, p. 4 ).

3 Además, rescata en cada interpretación la impronta del marco teórico del momento. En el caso de Germani, el estructural funcionalismo y la teoría de la modernización, y en Portantiero, la crisis del estructural funcionalismo y el auge de de la interpretación y conceptualización marxista.

4 De Ipola refiere en una nota al pie que la movilización es "…proceso en virtud del cual grupos o clases sociales que mantenían en el pasado una actitud pasiva asumen un comportamiento deliberativo y de intervención activa, a través de distintos mecanismos, en la vida política. La ‘integración’ es un tipo particular de movilización que se caracteriza por el hecho de que (a) se lleva a cabo haciendo uso de los canales institucionales existentes, lo que le da legitimidad ante el régimen imperante y (b) a su vez los sectores movilizados aceptan de manera explícita o implícita las reglas del juego en vigor y, con ellas, el marco de legitimidad preexistente..." ( 1989, p. 8).

5 En primer lugar, la crítica se dirige primordialmente a la posibilidad de extensión de la teoría de la elección racional al campo del fenómeno clientelar, al asumir que todos los individuos llevan a cabo sus decisiones de manera racional, incluidas aquellas sobre el mundo político. Dicha teoría tiene muy relativa utilidad si tratamos de buscar significados sobre lo político, y en especial al juego entre los protagonistas —"patrones mediadores y clientes"—, quienes son vistos como actores que se mueven entre nociones de estrategia y utilidad en la búsqueda de la mejor oferta, perdiendo de vista otros motores no racionales de la elección, como son los significados compartidos que se sitúan en la base de los comportamientos. Es posible aplicar esta teoría, con reservas, en los estudios dedicados al sufragio. En segundo lugar, se circunscribe a mostrar como las "relaciones clientelares son vistas como arreglos jerárquicos, como lazos de control y dependencia", en vez de ser abordadas como relaciones de dominación complejas, ancladas en la reciprocidad de los actores y en la construcción de un marco de inteligibilidad del juego político entre los agentes.

6 Es una práctica no reflexiva, fuera de la conciencia discursiva, la restauración de un comportamiento original, una "…actividad llevada a cabo por actores en una ocasión dada, que sirve para influir de alguna manera en los otros participantes…" (Auyero, 1997, pp. 183- 184). Si se extiende al espacio público, debe tenerse en cuenta la acción organizada y repetida, por medio de las manifestaciones que actualizan con una acción concreta imágenes que se desea representar.

7 Eva era el ideal femenino, la madre de la nación, que como mujer establecía un lazo afectivo con su pueblo y que se encontraba por fuera de la política, para trabajar en la acción social y resolver los problemas del pueblo, en colaboración con el líder, Perón.

8 "…la definición de sí mismos como parte del universo a la cual son enviados los bienes y servicios coincide con la interpelación peronista. Esta interpelación inclusiva (….) nombra al receptor y, al mismo tiempo, define al emisor como miembros del mismo grupo al cual es dirigido el mensaje…" (Auyero, 1997, p. 195).

9 Esta crisis del discurso es el resultado de una crisis social general que a su vez puede ser consecuencia, bien de una fractura en el bloque del poder, por la cual una fracción del mismo necesita apelar al "pueblo" para poder asegurar su hegemonía, o bien de una crisis en la capacidad del sistema para neutralizar a los sectores dominados. Esta sería la situación existente en la Argentina de principios de la década de 1940.

10 Las confluencias entre Ideología y discurso populista, de Ipola ( 1983), y Perón o muerte (1 986), de Sigal y Verón, se pueden señalar de la siguiente manera: a) se distingue entre "ideología" y "lo ideológico"; b) la problematización teórica gira en torno de este último concepto, entendido como dimensión analítica; c) se postula la centralidad de la categoría de discurso; d) se define a la misma a partir de sus condiciones sociales y materiales de producción; y e) se la estructura según el esquema triádico producción-circulación-recepción, en donde cada uno de los momentos es caracterizado de manera similar. Finalmente, en ambas investigaciones el objeto de estudio es el origen y la naturaleza del peronismo, entendido como fenómeno discursivo, al servicio de cuya comprensión y explicación se dispone toda la conceptualización anterior.

11 En efecto, es en el plano de la enunciación (y no del enunciado) donde se pone de manifiesto lo ideológico, a partir de una doble relación: a) la del que habla con aquello que es dicho por él; y b) la que el hablante propone a su interlocutor por medio de lo que dice. De aquí se desprenden otras dos categorías cruciales para el análisis discursivo, a saber, "enunciador" y "destinatario". Ellas designan respectivamente la fuente y el destino creados por el discurso, cuyo estatuto imaginario permite distinguir claramente a estos del "emisor" y el "receptor" de un mensaje (Sigal y Verón, 1986, pp. 20-21 ).

12 Asimismo, de acuerdo con la lógica del significante vacío de Laclau.

13 Página 2 del 2 de noviembre de 2003, La semiótica más maravillosa, entrevista realizada por Martín De Ambrosio.


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