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Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud

Print version ISSN 1692-715XOn-line version ISSN 2027-7679

Rev.latinoam.cienc.soc.niñez juv vol.8 no.2 Manizales July/Dec. 2010

 

 

Primera Sección: Teoría y metateoría

 

 

Apuntes sobre socialización infantil y construcción de identidad en ambientes multiculturales*

 

Apontamentos Sobre a Socialização Infantil e a Construção de Identidade em Ambientes Multiculturais

 

Notes on Child Socialization and Identity Construction in Multicultural Environments

 

 

María Dilia Mieles1, María Cristina García2

1 Universidad del Magdalena, Colombia. Licenciada en Psicología Educativa y Filosofía, Especialista en Teoría, Métodos y Técnicas de Investigación Social, Magistra en Educación. Directora del Grupo de Investigación en Educación Infantil.Correo electrónico: mariadilia61@gmail.com

2 Doctorado en Ciencias Sociales Niñez y Juventud Cinde-Universidad de Manizales, Colombia. Psicóloga, Maestría en Investigación Curricular, Doctorado en Educación. Correo electrónico: mariacristinagarciav@yahoo.com.

 

 

Primera versión recibida enero 21 de 2010; versión final aceptada julio 28 de 2010 (Eds.)

 


Resumen:

Los procesos de socialización y construcción de identidad de los niños y niñas, vistos desde la multiculturalidad y las actuales problemáticas que los afectan, son tema central de reflexión en este artículo. En este empeño se retoman aspectos teóricos y conceptuales de importantes investigadores e investigadoras sociales que han convertido en objeto de reflexión y comprensión estos cruciales temas. Así mismo, se retoman diversos aspectos de los grupos sociales, sus características culturales y su incidencia en la formación de las nuevas generaciones.

Palabras clave: socialización, construcción de identidad, infancia, sociedad, cultura.

 


Resumo:

Os processos de socialização e construção de identidade dos meninos e das meninas, vistos a partir da multiculturalidade e as problemáticas atuais que os afetam são o assunto central da reflexão apresentada neste artigo. Com este propósito retomam-se aspectos teóricos e conceptuais de pesquisadores e pesquisadoras sociais importantes os quais tem tornado em objeto de reflexão e compreensão estes assuntos tão significativos. Igualmente, retomam-se vários aspectos da formação das novas gerações

Palavras-chave: socialização, construção de identidade, infância, sociedade, cultura.

 


Abstract:

Children socialization processes and identity construction are seen from multicultural point of view, current issues affecting these processes are the central theme of discussion in this article. To advance in this direction we base on the conceptual and theoretical thinking of important social researchers on these crucial issues. Also we have reflected on the cultural characteristics of different social groups, and their impact on the socialization of the new generations

Keywords: Socialization, identity construction, childhood, society, culture.

 


 

“La noción de identidad no se sitúa en una sola encrucijada,
sino en más de una. Interesa a todas las disciplinas
e interesa también a todas las sociedades”
Claude Lévi-Strauss

 

1. Apertura

Tanto los cambios que introduce la globalización, como los cambios permanentes que tienen lugar en las sociedades contemporáneas, tienen implicaciones en la cultura y en el desarrollo de los individuos y de los grupos. Como nunca antes, las sociedades enfrentan actualmente movimientos sociales, voluntarios o forzados, que crean condiciones en las cuales el aislamiento cultural y la preservación de la cultura de origen de comunidades, grupos y familias, es raramente posible.

Desde las nuevas situaciones que afrontan los países más desarrollados, donde las migraciones de diversos tipos —económica, política o educativa— son cada día más frecuentes y numerosas, hasta los cambios que experimentan comunidades enteras y familias forzadas —por diferentes razones— a migrar de su lugares de origen, surgen nuevos retos a las dinámicas culturales de socialización y formación de identidad de los sujetos más jóvenes, y al rol de la familias en la crianza de sus hijos e hijas. Las comunidades receptoras deben aprender a convivir con los nuevos habitantes, y las comunidades migrantes deben aprender a vivir en sus nuevas condiciones enfrentadas con frecuencia a costumbres y valores diferentes a los propios. Esto genera nuevas condiciones para el desarrollo de los niños y niñas que es importante estudiar y comprender, a la vez que implica nuevos retos para la crianza y los procesos formativos más amplios.

Estas situaciones pueden ser generadoras de conflictos al interior de la familia y entre grupos sociales, pero pueden también ofrecer oportunidades —no en ausencia de dificultades y conflictos— para procesos de socialización, más complejos pero más diversos e incluyentes para la construcción de nuevas identidades y nuevas formas de asumir la ciudadanía.

Cómo se dan esos procesos, cuáles son los retos que enfrentan en sociedades multiculturales, qué dificultades emergen y qué oportunidades se abren hacia una mayor aceptación de la diversidad dentro de la multiculturalidad, son asuntos de reflexión importante en nuestro país y en el mundo.

En este ensayo recogemos el pensamiento de algunos autores y autoras que han trabajado estas temáticas dentro del marco de la multiculturalidad. Éste pretende ser una primera aproximación a una mirada sobre la socialización y construcción de identidad desde esta perspectiva, para comprender sus características, retos y dificultades, y para trabajar sobre las oportunidades en la construcción de un mundo más inclusivo. Esta reflexión tiene ya un recorrido en países que han vivido el fenómeno de migración por siglos, y más reciente en países como Colombia, donde se dan simultáneamente grupos con tradiciones muy arraigadas, que han vivido históricamente en relativo aislamiento, con nuevas formas de migración, sea esta forzada (desplazamiento) o migración económica. Pretende ser también una invitación a la investigación sobre un tema actual pero poco trabajado en nuestro contexto.

 

2. Acerca de la socialización

Podemos asumir en términos generales que la socialización es un proceso de interacción social a través del cual la persona aprende e interioriza los elementos socioculturales de su medio ambiente, y los integra en la estructura de su personalidad, bajo la influencia de experiencias y de agentes sociales significativos del entorno social en cuyo seno debe vivir (Abad, 1993). Igualmente, la socialización es concebida como el proceso que permite el desarrollo de la identidad personal, así como la transmisión y aprendizaje de una cultura. Experiencias que se viven en muchos casos mediadas por la reflexión crítica de los sujetos implicados, hecho que imprime un carácter dinámico y complejo a estos procesos que se inician desde la infancia y que a través de sucesivas fases de mayor o menor intensidad se mantienen a través de toda la vida, teniendo en cuenta que el aprendizaje ocurre en cada vivencia, en cada espacio de la vida cotidiana que comparte un grupo social.

La fase de socialización primaria, que ocurre generalmente en el seno de la familia, cualquiera sea su condición, “se efectúa en circunstancias de enorme carga emocional sin esa adhesión emocional a los otros significantes, el proceso de aprendizaje sería difícil, cuando no imposible” (Berger & Luckman, 2003, p. 165).

Por ello reafirmamos la importancia de que el niño o niña en su primera infancia cuente con lo que se ha denominado un capital filial. Éste se refiere, de acuerdo con Sánchez (2004):

    Al volumen, intensidad y diversidad de las relaciones socio-familiares, pero de manera más específica el capital de pertenencias que el niño dispone, entendiendo en un doble sentido la relación de pertenencia: a quien y a quienes se considera y se vive el niño perteneciente, y con qué pertenencias personales puede contar el mismo niño (p. 35).

En este aspecto, es necesario tener presente que la construcción de capital filial se ve drásticamente afectada cuando los niños y niñas pierden a su padres o a sus madres por fallecimiento o abandono, cuando surgen conflictos graves entre sus padres y madres o entre sus familiares cercanos, cuando están sometidos a la soledad, al desplazamiento, o viven en la calle, o están en lugares de protección, o habiendo sido adoptados tienen dificultades en la integración a las nuevas familias, en algunos casos con fuertes choques culturales.

En cualquier circunstancia, cada sociedad o grupo humano particular cumple las tareas de socialización utilizando diferentes agentes y procesos más o menos explícitos e intencionales, mediante los cuales enseña o transmite a sus nuevas generaciones una estructura compleja de conocimientos, códigos, representaciones, reglas formales e informales, modelos de comportamiento y de valores, intereses, aspiraciones, cosmovisiones, creencias, mitos; cada sociedad transmite una cultura, aquella que en un momento dado es compartida por la mayoría de sus miembros, intentando que al final de todo ello, que inicialmente es arbitrario, se termine aceptando lo aprendido como normal, como bueno o como natural. Siguiendo el razonamiento de Berger y Luckman (2003):

    Todo individuo nace dentro de una estructura social objetiva en la cual encuentra a los otros significantes que están encargados de su socialización y que le son impuestos… éstos mediatizan el mundo para él, seleccionan aspectos del mundo según la situación que ocupan dentro de la estructura social y en virtud de las idiosincrasias individuales, biográficamente arraigadas (p. 164)

Es evidente que los procesos de socialización se cumplen al interior de una cultura y que ésta en gran medida determina las creencias y acciones que comparten los miembros de un grupo respecto de la forma de criar a los hijos e hijas, y las metas parentales trazadas, aspectos que en buena medida definen cómo se van configurando los virajes cruciales en la existencia humana: el nacimiento, la crianza, el abandono de la infancia y el ingreso en la adolescencia, la aceptación del género y la declaración de sexo, el hacerse cónyuge, el hacerse padre o madre, la reconciliación con el envejecimiento y la muerte... (Sampson, 2000)

Cuando coexisten diversidad de culturas compartiendo un mismo espacio geográfico, situación cada vez más frecuente en el mundo globalizado, las distintas concepciones se entrecruzan y muchas veces resultan contradictorias en lo atinente a las metas de crianza, de socialización y construcción de identidad, lo que puede generar conflictos entre miembros de la comunidad, entre los padres y madres, entre padres y madres con sus hijos e hijas, y entre todos estos y los sujetos expertos que por alguna razón intervienen en el proceso. Estas situaciones son menos frecuentes en aquellas comunidades más cerradas, que han mantenido vigentes sus conocimientos ancestrales frente a la incorporación de las nuevas generaciones al espacio sociocultural.

Por ello se afirma que la socialización en las sociedades que conservan más genuinamente sus tradiciones puede crear unas identidades socialmente más definidas de antemano; es el caso de las comunidades indígenas, afrocolombianas o campesinas, poco influenciadas por culturas foráneas; por el contrario, en las sociedades complejas, los procesos de socialización convierten en un laberinto las trayectorias individuales mediante las que se pretende aprehender la realidad social y donde la ecuación “un grupo social igual a cultura” no funciona (Pujadas, citado por Marín, 2005, p. 33). Son ejemplo de esta situación los grupos humanos donde confluyen diversas culturas en espacios reducidos, circunstancia muy propia de las grandes ciudades y de los lugares que se han convertido en receptores de sujetos desplazados o inmigrantes.

Abordar los procesos de socialización de la primera infancia al interior del núcleo familiar, social y cultural desde una perspectiva multicultural1, implica el reconocimiento de que la constitución paulatina como seres humanos y la construcción de la propia identidad, se definen en contraste con los otros, con los diferentes. Como actores sociales nos ubicamos frente a nosotros mismos y frente a los otros desde el nacimiento. Es así como vamos construyendo y aprendiendo; en palabras de Berger y Luckman (2003):

    La noción del yo a partir de la adquisición del otro generalizado lo cual implica que el individuo se identifica no sólo con los otros concretos, sino con una generalidad de los otros, con una sociedad. La formación dentro de la conciencia del otro generalizado señala una fase decisiva en la socialización, que nos permite comprender que no sólo vivimos en el mundo, sino que participamos cada uno del ser del otro (p. 167).

Al tomar conciencia de la existencia de los otros seres humanos y de nuestra participación en el núcleo familiar y comunitario, empiezan a construirse lazos que unen filial y fraternalmente a los unos con los otros, generando un tejido social que contribuye al bienestar y gratificación de quienes se sienten incluidos. Las dificultades se hacen presentes si desde los primeros años se carece por alguna razón de esa red de relaciones filiales e interpersonales positivas, cuando se ha estado sometido a malos tratos, a la soledad, la indiferencia o la exclusión. En estos casos se deforma o deteriora no sólo la propia imagen o autoconcepto, sino también la idea de familia, comunidad o sociedad, produciendo sentimientos negativos que pueden cambiar por completo la trayectoria de vida de una persona.

En este sentido, Vigotsky (1974) plantea que el desarrollo humano no puede ser concebido como una característica del individuo independiente del contexto en el que éste piensa y actúa; por el contrario, se ve determinado por el entorno sociocultural en dos niveles: por una parte, la interacción social proporciona al niño información y herramientas útiles para desenvolverse en el mundo; por otra parte, el contexto histórico y sociocultural controla el proceso a través del cual los miembros de un grupo social acceden a unas herramientas o a otras.

Es indudable que a medida que los seres humanos nos incorporamos a un grupo social determinado, no solamente aprendemos los valores, normas y formas de relación y producción de ese grupo, sino que también empezamos a participar en formas más amplias y complejas de organización social. Al respecto, Bronfenbrenner (1979) plantea que el desarrollo humano es producto de la interacción recíproca entre un sujeto activo, proposicional, y el ambiente que le rodea. El ser de la persona entonces es influido continuamente por los ambientes y valores presentes en un conjunto de estructuras seriadas o niveles incluyentes como son: el microsistema (actividades e interacciones en los alrededores inmediatos de la persona), el mesosistema (conexiones o interrelaciones entre microsistemas como los hogares, las escuelas y grupos de pares), el ecosistema (fenómenos sociales, económicos, que ocurren en el entorno e influyen sobre el desarrollo de la persona), y el macrosistema (contexto cultural o subcultural o de clase social, ideologías o creencias en el que están inmersos todos los sistemas).

No es extraño que en esta compleja red de relaciones entre estructuras, fuertemente atravesadas por las culturas y las formas de organización social y económica, se presenten versiones contradictorias sobre los procesos de crianza, los objetivos de la formación y las expectativas frente a las nuevas generaciones; ello repercute en la falta de claridad sobre cómo orientar estos procesos y, en algunos casos, en dejar a la deriva o delegar las responsabilidades propias en otros integrantes del sistema.

A pesar de las contingencias señaladas, el papel formador de la familia, cualquiera sea su tipo, sigue siendo decisivo en la socialización de los nuevos miembros, en la transmisión de los valores, actitudes y creencias que forman parte del acervo cultural en la que se halla inmersa. La familia, como primer contexto social, acoge al sujeto recién nacido y provoca su inmersión en el tejido sociocultural.

Desde los primeros aprendizajes vamos tomando conciencia de una identidad cultural que se perfila sobre la base del reconocimiento o discriminación que proviene de los otros, ya sea a nivel individual o grupal. Las trayectorias individuales enmarcadas en una sociedad determinada van perfilando la construcción de la identidad, fenómeno que surge de la dialéctica entre el individuo y la sociedad (Berger & Luckman, 2003).

Cabe señalar que en sociedades como la nuestra, altamente fragmentadas, con presencia de conflictos y violencia que rayan en la deshumanización, los fundamentos sociales sobre los cuales se produce la incorporación de las nuevas generaciones generan una dificultad mayor a los padres y la crianza y la educación, considerando que día a día los referentes vividos o destacados por los medios de comunicación son, en muchos casos, extremadamente negativos y atentan contra la idea de grupo social consciente de sus responsabilidades y comprometido con el bienestar y la felicidad de cada uno de sus integrantes.

En estas circunstancias, es necesario comprender que no se puede ahorrar esfuerzos desde la familia, las instituciones educativas, los medios de comunicación, las organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, para crear entornos formativos que hagan contraste con las problemáticas que nos afectan. Para ello, se debe propiciar una continua reflexión crítica acerca de lo que está pasando en la vida de las personas y la sociedad en su conjunto, implicarse en el reencuentro, en la construcción e intercambio de nuevas formas de pensar, sentir y habitar el mundo, posibilitando que emerjan nuevas subjetividades capaces de valorar la dignidad humana en su rica diversidad, de vivir en medio de la diferencia, de enfrentar pacífica pero activamente los conflictos propios de la vida social, de habitar armónicamente los espacios cotidianos, permitiendo de esta manera que los niños y las niñas construyan sus biografías desplegando lo mejor de su potencial humano y que se conviertan en agentes sociales positivos. Todo ello en la perspectiva de la construcción de una nueva ciudadanía capaz de cuestionar y actuar frente a las condiciones de desigualdad, injusticia y desprecio en las que transcurre la vida de millares de personas en nuestro país y en el mundo, y de apostarle a garantizar un presente y futuro en la que la “pluralidad de voces intervenga en un diálogo cuyo tema no sea otro que el bien humano en comunidad” (Bárcena, 1997, p. 20).

A través de diversas experiencias se ha comprobado que los valores de la inclusión social y el respeto por la diversidad son más susceptibles de ser aprendidos en la infancia, e igualmente cómo los pequeños y pequeñas sufren intensamente las situaciones de discriminación e injusticia. La inclusión social está estrechamente relacionada con la ciudadanía, la dignidad, el estatus y los derechos. El respeto por la diversidad se deriva del sentimiento de pertenecer a un grupo y de hacer efectiva la aceptación mutua con otros grupos que poseen características distintas. Estos entornos formativos se afianzan mutuamente y pueden contribuir a la construcción de grupos sociales más integrados y cohesionados.

Precisamente desde una nueva formación para la ciudadanía se trata de desarrollar en los procesos de socialización el sentido de pertenencia desde dos dimensiones: el sentido de pertenencia a la comunidad política y a la comunidad cultural (Sánchez, 2006). El sentimiento de pertenencia político es aquel que nos permite sentirnos identificados con las diferentes jurisdicciones en las cuales interactuamos: el barrio, el distrito, el municipio, el departamento, el Estado, el continente y el mundo. Y sentirse identificado quiere decir que se desea participar y trabajar activamente en los asuntos públicos de una de estas jurisdicciones, de algunas o todas a la vez; que existe preocupación genuina por el bienestar común de nuestra sociedad. En sociedades multiculturales es ideal que las personas construyan su sentimiento de pertenencia con múltiples lealtades y sin fronteras; pero el primer paso es lo local, luego se va escalando o ampliando. El sentimiento de pertenencia cultural debe considerar la voz y presencia de los distintos grupos étnicos y culturales. Es decir, se necesita un marco social y político que acerque al fortalecimiento de los modos de vida (culturas) particulares, con base en el reconocimiento y aceptación de los grupos humanos y de sus identidades; no que únicamente se acepte su presencia, sino que se hagan evidentes la diversidad de situaciones en las que se encuentran para propiciar su inclusión en condiciones de equidad.

Estas tareas implican trabajar desde la pedagogía de la equidad y de la inclusión (Bartolomé [Coord.], Cabrera, Del Campo, Espín & Marín, 2002), que supone un cambio en la concepción del valor de la solidaridad, animando a descubrir que “la causa del otro es también mí propia causa”, por lo que se está dispuesto a actuar en su favor, defendiendo sus problemas como propios y encontrando valores comunes por defender. Los elementos clave de esta pedagogía son: 1) el conocimiento mutuo como base;2) la aceptación como condición (mutua aceptación);3) la valoración como impulso; 4) la cohesión social y el desarrollo de la persona como horizonte; 5) la ciudadanía intercultural2 como proceso.

Es fundamental, entonces, que en los procesos de socialización se piense y actúe sobre los prejuicios, comportamientos y actitudes que excluyen a las personas y comunidades dentro de un contexto multicultural, para construir comunidad a partir de la inclusión, el respeto y la valoración de la pluralidad.

 

3. La identidad cultural

La transmisión cultural que ocurre en los primeros años permite la construcción de una identidad. La identidad cultural es la sensación de “pertenecer a una misma comunidad” experimentada por un grupo de personas; incorpora los sentimientos que cada individuo siente de pertenecer a un grupo o a una cultura o de estar permeado por su influencia. También se puede definir como el conjunto de rasgos distintivos espirituales, materiales y afectivos que caracterizan a una sociedad o grupo social y que abarcan, además de las artes y las letras, estilos de vida, maneras de vivir juntos, sistemas de valores, tradiciones y creencias (Unesco, 2001)

En sociedades multiculturales, los niños y niñas reciben múltiples influencias. En esta perspectiva se plantean dos categorías amplias: cultura hogareña y cultura de la sociedad. La cultura hogareña se refiere a los valores, las prácticas y los antecedentes culturales de la familia inmediata que el niño o niña aprende en el intercambio diario. La cultura de la sociedad se asimila en el intercambio con fuentes externas (escuela, compañeros y compañeras, comunidad, medios masivos), que generalmente transmiten valores de la cultura dominante. Así, los niños y niñas en sociedades multiculturales frecuentemente son criados en una cultura dual y diferenciada entre el hogar y la sociedad dominante (Greenfield & Suzuki, 1998).

Este aspecto cobra una importancia decisiva cuando los niños y niñas hacen parte de grupos culturales o étnicos minoritarios, discriminados en razón de sus creencias, raza, costumbres o idioma, que viven en condiciones de desigualdad o exclusión. Estas circunstancias pueden provocar una situación de crisis en los procesos de construcción de identidad y sentimientos encontrados en relación con la pertenencia a su grupo cultural, en contraste con otros grupos de mayor reconocimiento y mejores condiciones de vida. Así mismo, esta pertenencia define en buena medida el desarrollo futuro que le espera a ese niño o niña, ya sea perpetuando la exclusión y desigualdad o alcanzando niveles de vida que lo dignifiquen como ser humano.

Desde la perspectiva de Banks (1995), el desarrollo de la identidad étnico-cultural de las personas que viven en sociedades multiculturales (pero configuradas por un grupo cultural dominante) y que pertenecen a grupos minoritarios dentro de ellas, se plantea en seis etapas, concebidas como un continuo, tanto dentro de la etapa como entre las diferentes etapas. La persona no pasa de una etapa a otra en forma brusca sino de un modo gradual, lo cual no excluye que el autor considere que algunas personas pueden no pasar por alguna de éstas; las etapas propuestas son: 1) cautividad psicológica étnica: la persona interioriza creencias e ideas negativas acerca de su propio grupo, institucionalizadas en la sociedad. Cuando se sitúa en esta etapa rechaza al propio grupo y muestra una baja autoestima. La respuesta puede ser variada, o bien se invisibiliza como perteneciente a dicho grupo y procura mostrar conductas lo más parecidas posibles al grupo mayoritario, o bien rehúye el contacto con otros grupos. 2) Encapsulación étnica: se caracteriza por la inserción dentro del propio grupo étnico y la separación voluntaria de otros grupos. La persona se relaciona únicamente con su propio grupo y se cree superior a otros grupos. Las características de esta etapa se radicalizan en aquellas personas quienes de repente experimentan que su grupo étnico cultural está amenazado por otros grupos y pueden perder su estatus. 3) Clarificación étnica: la persona aprende a reducir los conflictos intrapsíquicos, a clarificar sus actitudes, y asume una relación positiva con su grupo y con otros grupos. Durante esta etapa, el sujeto es capaz de aceptar y comprender tanto los atributos positivos como negativos de su propio grupo étnico. Su identificación con el grupo no se basa en el rechazo a otros grupos. 4) Bietnicidad: la persona posee un “sano sentido” de identidad étnica y las características y habilidades necesarias para participar en su propia cultura y en otras culturas; muestra un fuerte deseo de funcionar efectivamente en las dos culturas (la propia y la del grupo mayoritario). 5) Multietnicidad: el sujeto es capaz de funcionar en varios ambientes étnico culturales, y de comprender, apreciar y compartir los valores, símbolos e instituciones de varias culturas étnicas. Muestra lealtad con su grupo étnico, empatía y preocupación por los demás grupos y un fuerte pero reflexionado compromiso hacia el Estado-nación y sus valores. 6) Globalismo y competencia global: la persona posee identificaciones étnicas, nacionales y globales positivas, clarificadas y reflexionadas, así como el conocimiento, habilidades y actitudes necesarias para funcionar en las culturas étnicas tanto de su propia nación como de otras culturas fuera de ella, en otras partes del mundo.

Es preciso tener en cuenta respecto a los procesos planteados, que el resultado de la construcción de identidad depende en buena medida de cuánto y cómo los contextos sociales y culturales en los que viven los niños y niñas, en el seno de la familia, o en las instituciones educativas o en la sociedad en general, se respete la diversidad y se creen las condiciones para que los grupos étnicos y comunidades en desventaja socioeconómica puedan tener condiciones de vida digna. Del mismo modo es importante el cuidado, la orientación y la formación ofrecida por los padres y madres, cuidadores y cuidadoras, maestros y maestras o demás adultos significativos, quienes constituyen el soporte principal mediante el cual los niños y niñas desarrollan su identidad, en interacción permanente con la individualidad, las características personales y la autonomía creciente, que juegan un papel decisivo en el curso que tomarán sus vidas.

En el caso de familias desplazadas y familias migrantes, que por diversas razones han abandonado sus lugares de origen para buscar nuevas opciones en otros territorios, los choques entre la cultura hogareña y la cultura de la sociedad pueden ser desestabilizantes debido a los conflictos que generan al interior de la familia las concepciones del mundo, las pautas y prácticas de crianza, los valores culturales y las formas de comportamiento diferentes y en algunos casos contradictorias entre el contexto familiar y el contexto social más amplio. De la misma manera, en un corto tiempo los padres y madres deben hacer adaptaciones para acomodarse al nuevo entorno sociocultural en el que predominan valores, comportamientos, actitudes, que pueden no compartir, pero que en ocasiones se ven forzados a aceptar y a permitir a sus hijos e hijas. Estos nuevos aprendizajes presentan alguna complejidad, teniendo en cuenta que la cultura se aprende básicamente a través de la convivencia y requiere un tiempo de asimilación, acomodación e interiorización.

El viaje que el niño o niña emprende desde su nacimiento representa la construcción incesante de una identidad personal y social única, que se caracteriza por una creciente toma de conciencia sobre sus rasgos distintivos tales como el género, la pertenencia a un grupo étnico, la edad y la condición de la comunidad con la cual está en estrecho contacto. A partir de la primera infancia, muchos pequeños y pequeñas manifiestan una comprensión e identificación con su rol y condición dentro de la familia y en la comunidad. Esta situación es más frecuente en grupos que mantienen formas tradicionales de incorporación de las nuevas generaciones y ocupan históricamente territorios específicos; por el contrario, en grupos humanos abiertos a diversas influencias la construcción de identidad se hace mucho más compleja.

Estas complejas identidades tempranas son cambiantes a lo largo del ciclo de vida y se reconstruyen a medida que los niños y niñas viven experiencias en nuevos ambientes, actividades, relaciones y responsabilidades. Durante este proceso, tal como lo hemos señalado, los niños y niñas pueden experimentar sentimientos positivos, negativos o ambivalentes relacionados con aspectos de su propia identidad y de su pertenencia a determinados grupos socioculturales.

Es importante enfatizar que la construcción de identidad es una dimensión que subyace al desarrollo de la ciudadanía, en tanto favorece el vínculo afectivo y sociocrítico con la comunidad de referencia y con otras más amplias en las que se desenvuelve el individuo y el colectivo. Este sentido de pertenencia fundamenta la preocupación por los problemas sociales, culturales, económicos y políticos, y motiva la participación en la resolución de las situaciones consideradas desfavorables.

    Al respecto, Bárcena (1997) establece que: La ciudadanía es un título que sirve para reconocer la pertenencia de una persona a un Estado y su capacidad individual como miembro activo de éste. En este sentido, la ciudadanía equivale al reconocimiento de una serie de derechos y deberes, relacionados con la participación en la esfera pública. Pero también la ciudadanía entraña un vínculo político que es proporcional a la puesta en práctica de esa clase de derechos y deberes reconocidos. Es precisamente ese vínculo, esa posibilidad de participar activamente en la construcción social lo que confiere al hecho de ser ciudadano y ciudadana una especial dignidad. Desprovistos de ella seguimos teniendo la dignidad de seres humanos, pero no tenemos un lugar político en la comunidad, quedamos privados de la capacidad de actuar en el terreno público (p. 152).

En este sentido, Cabrera (2002) nos plantea reflexionar sobre la necesidad que tenemos de “situar la preocupación actual por desarrollar un concepto de ciudadanía que afronte el reto de la inclusión frente a la exclusión, de la diversidad frente a la homogeneidad, de la paridad frente a la exclusividad, de los derechos frente a los privilegios, de la participación frente a la inactividad o pasotismo. Una noción que supere la distinción que con demasiada frecuencia se oye entre “ciudadanos de primera” y “ciudadanos de segunda” (p. 82)

 

4. Construcción y reconstrucción de la identidad

La construcción de identidad personal, vista como proceso dinámico que tiene lugar a través de múltiples actividades y relaciones del niño-niña en las situaciones diarias que se producen en su entorno, se puede considerar como el resultado de procesos de construcción, co-construcción y reconstrucción llevados a cabo en las interacciones con sus padres y madres, personas significativas, hermanos y hermanas, parientes, personas destacadas en la comunidad, amigos y amigas, y maestros y maestras; igualmente, es importante la influencia recibida a través de los medios de comunicación e información. Estos procesos dinámicos involucran la imitación, la modelación y la identificación en las actividades compartidas, en el juego, en la comunicación verbal y no verbal, en la interpretación de roles y en la utilización de diversas estrategias de interrelación, que se constituyen en recursos fundamentales para la construcción, percepción o valoración que los niños y niñas tienen sobre quiénes son en relación con los demás (Göncü, citado por Brooker & Woodhead, 2008).

En este contexto, es necesario subrayar que el desarrollo y la valoración de la propia identidad están estrechamente relacionados con otros procesos de mayor alcance de inclusión y exclusión social. Estos aspectos se orientan en diversas direcciones, brindando a los niños y niñas la posibilidad de construir un sentido seguro o inseguro de la propia identidad y valor, al igual que les permite reconocer las diferencias que los distinguen de los otros y valorarlas positiva o negativamente.

Desde la perspectiva de Schaffer (2000), la plasticidad de la construcción de identidad se hace evidente en lo relacionado con la identidad “personal” en contraste con la identidad “social”. La primera de ellas se refiere a los sentimientos subjetivos de los niños y niñas respecto a su peculiaridad en relación con los demás, a su sensación de unicidad y de individualidad. La segunda, en cambio, hace alusión a cuán iguales a los demás se sienten (o les gustaría sentirse), típicamente mediante la identificación con la cultura de su familia y/o de su grupo de compañeros y compañeras. De esta manera, la identidad cubre simultáneamente dos fuerzas motrices fundamentales para todo ser humano: la necesidad de pertenencia y la necesidad de ser único.

En los casos de las familias migrantes o desplazadas, estas dos vertientes de la identidad deben enfrentarse a la situación novedosa de ser diferentes a los grupos de la cultura receptora dominante, lo cual representa nuevos retos de adaptación y de diferenciación que pueden ser vividos como amenazantes a la propia identidad, dependiendo de las situaciones y experiencias vividas en los nuevos contextos donde deben asumir estos inesperados procesos de socialización.

Los resultados de las investigaciones en diversas culturas han demostrado que las identidades se construyen de distintas maneras en los grupos sociales y que es improbable que existan patrones universales. El antropólogo Geertz (1992) formula que la concepción occidental de la persona como un universo motivacional y cognitivo bien delimitado y único, más o menos integrado, como un centro dinámico de conciencia, emoción, juicio y acción, organizado de manera tal que forma un todo característico y contrapuesto tanto a otros conjuntos similares como a su contexto social y natural, es una idea bastante peculiar dentro del marco de las culturas del mundo.

A partir de la sistematización de hallazgos en grupos humanos distintos, se reconoce actualmente que los modelos generalizados de corte genérico e individualista del desarrollo infantil que sirvieron de base a las teorías occidentales, se fundaban en una concepción del mundo etnocéntrica bastante estrecha. En las complejas sociedades modernas se puede considerar que los niños y niñas adquieren un haz de identidades mixtas y a veces en rivalidad unas con otras, producto de sus diversas experiencias en edad temprana.

Las vivencias en el entorno familiar brindan a los niños y niñas la posibilidad de construir una identidad que comparte algunas de las características culturales de la familia (cultura hogareña) y de la comunidad (cultura social); y más recientemente podríamos afirmar que se interiorizan también otros aspectos que pertenecen a una cultura global, no necesariamente compartida por el grupo familiar y comunitario más próximo al niño o niña. Estos entornos, a partir de las convicciones sobre la crianza y los objetivos del desarrollo infantil que comparten, crean diferentes ambientes psicosociales y cognitivos para los niños y niñas, y generan preferencias en los fines de desarrollo y en las metas de socialización; además funcionan como marcos interpretativos que generan evaluaciones de los pensamientos, sentimientos y actuaciones de los demás. En tanto marcos interpretativos, permiten ver las razones de las diferencias culturales y los valores subyacentes a la variabilidad transcultural en comportamientos, sentimientos y pensamientos3 (Greenfield & Suzuki, 1998).

Sea cual fuere la cultura y el tipo de familia, la formación recibida en el seno de ésta es fundamental en la construcción de la identidad porque, para la mayoría de las personas, los aprendizajes más perdurables en cuanto a la construcción de vínculos interpersonales y a la autovaloración ocurren en el ámbito familiar. Estas lecciones tempranas determinan, en gran medida, la manera como los niños y niñas a partir de la percepción de sí mismos establecen relaciones con otras personas y con el entorno. Expertos y expertas consideran que más allá de la constitución de la familia en ésta constituya un ambiente seguro y estable para apoyar su formación.

En nuestro país, con aproximadamente tres millones de sujetos desplazados y refugiados4 , la construcción de identidad cultural y los procesos de socialización se han visto seriamente afectados, sobre todo en las familias campesinas, indígenas y afrodescendientes, que de manera significativa han sufrido el desplazamiento forzado a manos de grupos armados con objetivos económicos, estratégicos o bélicos. Al tener que dejar sus territorios y ubicarse en ciudades o poblaciones distintas a su lugar de origen, se han visto expuestos a abandonar también parte de sus costumbres, cosmovisiones, lengua y otros elementos propios de su cultura, dificultando la conservación de su acervo cultural y afectando la valoración de sí mismos y de su grupo social. Esta experiencia de desarraigo que ha truncado proyectos de vida, dejado secuelas psicosociales en los niños, niñas y sujetos adultos que han vivido la vulneración de sus derechos e incidido en la pérdida del tejido social y los símbolos que daban sentido a su vida cotidiana, constituye una gran afrenta a la dignidad humana y produce un enorme vacío en la memoria histórica y en la cultura colectiva del territorio, cuyas consecuencias aún no podemos dilucidar.

Como miembros conscientes y activos de una sociedad que debe ser mejorada, debemos asumir crítica y constructivamente estas crudas realidades y comprender que es fundamental preservar la riqueza étnico-cultural de las poblaciones más afectadas por el conflicto, de los grupos indígenas, campesinos y afrocolombianos, posibilitando condiciones de vida dignas que les garanticen a las poblaciones víctimas de migración forzada condiciones de inclusión social respetuosa de su cultura, que permitan preservar valores culturales y sociales, algunos de ellos favorables para la convivencia y la relación armónica con la naturaleza.

 

5. Conclusiones

Los procesos de socialización y construcción de identidad en la infancia son cruciales para el desarrollo de la persona, en los que juegan un papel decisivo los padres y madres, los cuidadores y cuidadoras o encargados y encargadas de la crianza; y deben producirse en un ambiente donde primen los lazos afectivos, el cuidado y la protección.

Todos los grupos sociales transmiten de diversas formas los valores, costumbres, cosmovisiones y formas de relación que le son propias, a través de los procesos de socialización naturales e inherentes a la interacción social en la familia y entre los miembros de la comunidad. Sin embargo, cuando hay cambios bruscos y rápidos en el entorno social y cultural tales como la migración o el desplazamiento forzado, estos principios se ven alterados, lo que tiene consecuencias en la formación de las nuevas generaciones, enfrentándolas a la revaloración de su propia identidad personal y social dentro del nuevo contexto y a nuevos procesos de socialización en la sociedad receptora, que pueden afectar la aceptación de su condición social, racial o étnica.

En sociedades multiculturales o pluriétnicas, en las que con frecuencia los grupos migrantes se encuentran en situación de desventaja económica y social, los procesos de socialización y construcción de identidad pueden generar conflictos entre las nuevas generaciones, y entre sus padres y madres o su comunidad, en razón del rechazo a elementos de su cultura de origen que pueden identificar con su condición de desigualdad e injusticia en el nuevo contexto.

En nuestra sociedad afectada por graves conflictos de violencia y descomposición social, donde es común el desplazamiento y la migración, los procesos de socialización primaria de los niños y niñas, al igual que la secundaria de los sujetos adultos, se ven seriamente afectados por profundos desequilibrios sociales y culturales que alteran la construcción del tejido social y la preservación de la memoria histórica.

Lo anterior requiere un esfuerzo para proporcionar a las nuevas generaciones afectadas por las situaciones mencionadas, condiciones propicias para la socialización y construcción de identidad positivas que rescaten los valores de sus grupos de referencia y les ayuden a integrarse de manera armónica a los nuevos contextos, asumir su condición de ciudadanos y ciudadanas para intervenir en la esfera de lo público, y contribuir a la construcción de un proyecto de nación realmente inclusivo y justo. Ello, si queremos salir de los desafortunados y vergonzosos primeros lugares en violencia, criminalidad y violación de los derechos humanos, a nivel mundial.

Desde una propuesta formativa es fundamental trabajar para que todas las personas asuman sus múltiples pertenencias, para conciliar la necesidad de identidad con la apertura honesta y sin prejuicios frente a culturas diferentes, asumiendo plenamente la diversidad, como un aporte a la convivencia armónica y a la construcción de una sociedad más humana y humanizante.

 


Notas:

* Este artículo fue elaborado en el marco de la reflexión sobre cultura y crianza en la Línea de Investigación Crianza y Desarrollo Infantil del Doctorado en Ciencias Sociales Niñez y Juventud. Cinde-Universidad de Manizales.

1 Utilizamos este término de manera genérica, para hacer referencia al hecho creciente de la diversidad cultural (nacional o étnica) que se produce en la mayoría de las sociedades occidentales.

2 La ciudadanía intercultural, desde la perspectiva de Sánchez (2006), busca propiciar el diálogo e intercambio entre culturas distintas, y apuesta y trabaja cada vez más por el despertar del juicio crítico respecto de los fenómenos de exclusión e injusticia social que aquejan no sólo a grupos étnicos y culturales distintos, sino a toda población vulnerable. Desde esta postura promueve la toma de conciencia y la necesidad de actuar sobre aquello que no favorece a todas las personas y colectivos, que impide u oculta la dignidad humana.

3 Por ejemplo, en comunidades americanas de origen europeo, una de las metas de la socialización es el desarrollo de la independencia de los niños y niñas; por el contario, en las de origen oriental y árabe, se inculca la interdependencia, y en las familias de origen africano e indígena es común formar para el colectivismo. Estos comportamientos se convierten a la vez en rasgos identificatorios de esas culturas.

4 Informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), emitido por el Canal Caracol, noticiero del día, 20 de junio de 2009.

 


 

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    Referencia:

    María Dilia Mieles y María Cristina García, “Apuntes sobre socialización infantil y construcción de identidad en ambientes multiculturales”, Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, Manizales, Doctorado en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud del Centro de Estudios Avanzados en Niñez y Juventud de la Universidad de Manizales y el Cinde, vol. 8, núm. 2, (juliodiciembre), 2010, pp. 809 - 819. Se autoriza la reproducción del artículo, para fines no comerciales, citando la fuente y los créditos de los autores.


     


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