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Antipoda. Revista de Antropología y Arqueología

Print version ISSN 1900-5407

Antipod. Rev. Antropol. Arqueol.  no.1 Bogotá Jan./Dec. 2005

 

¿RECUPERANDO ANTROPOLOGÍAS ALTER-NATIVAS?

François Correa

Profesor Asociado, Departamento de Antropología Universidad Nacional de Colombia fcorrear@unal.edu.co


RESUMEN

Este texto destaca las diferencias en las condiciones del ejercicio de antropólogos nacionales y extranjeros, y en el objeto y los fines de su trabajo. Aunque ambos se orientan a la investigación, los nacionales culminan ejerciendo tareas profesionales. Su ejercicio obligatoriamente enfrentado a la realidad nacional es el que ha señalado las características distintivas de la antropología colombiana. Su opción de trabajar con sectores deprimidos del país rebasó las tareas de investigación, y los indujo a resolver su participación en la sociedad nacional. También obligó a esclarecer las transformaciones internas de la población y el impacto de las relaciones externas. Demandó sobreponer a la mera investigación la toma de posición sobre las transformaciones generales del país. Por ello, su ejercicio no depende simplemente de la disciplina, sino de las condiciones que comprometen a las poblaciones de las cuales el antropólogo forma parte.

PALABRAS CLAVE

Antropología en Colombia y antropología extranjera.


ABSTRACT

This text higlights the way th e practice conditions of the national and foreign anthropologists' differ in the object, as well as in the goals of their work. Although both of them are guided to the investigation, the national ones culminate excercising professional tasks. Their exercise obligatorily has faced the national reality and it is the one that has pointed out the distinctive characteristics of the Colombian antropology. In the first place, their option to work with the depressed sectors of the country, as the indigenous populations, has surpassed the investigation tasks to contribute to solve its participation in teh national society. It also demanded to superimpose to the mere investigation, the taking of position on the general transformations of the country. Because of this, their excersice doesn't depend simply on the discipline but of the conditions that entrust the populations of which the anthropologist form part off.

KEY WORDS

Colombian anthropology and foreign anthropology.


La antropología realizada en Colombia por extranjeros y nacionales no es ni ha sido homogénea. Como cualquier ejercicio disciplinario, que habría que delimitar en el tiempo y el espacio, ha estado sujeto a transformaciones históricas y, en ellas, las corrientes teórico-metodológicas, los campos de atención y los objetivos. A sabiendas del riesgo que implican las generalizaciones, este ensayo pretende ilustrar ciertas características de la etnología en Colombia realizada por extranjeros y nacionales. Distinguirlos apelando a su origen es, precisamente, la primera generalización que posterga la discusión del contenido que sugiere el subtítulo del simposio, u otras oposiciones como hegemónico/subalterno o colonial/postcolonial que hoy son corrientes en la antropología. Tampoco podré en este opúsculo evaluar las orientaciones teórico-metodológicas ni sus descubrimientos, cuyo análisis demandará elaboraciones que den cuenta de matices más justos, indispensables para la reflexión sobre el desarrollo y los alcances de la antropología en Colombia. Me limitaré a destacar las distintas condiciones de su ejercicio y cierta impronta metodológica que resulta del diferente compromiso social que orienta sus trabajos. Esa sumarísima comparación será aprovechada para argumentar cómo ciertos presupuestos epistemológicos que hoy parecieran novedosos están presentes en la antropología colombiana desde sus orígenes, no obstante parecieran confundirse en la precaria memoria a la que sometemos nuestro trabajo.

Recordaré, para comenzar, que la labor del antropólogo extranjero en Colombia se ha orientado predominantemente a la investigación. En su mayoría, se trata de estudios de postgrado con dedicación exclusiva, cuya financiación compromete específicos resultados ante las entidades que les respaldan, y deja poco límite a la improvisación. En general, ha buscado resolver problemas del trabajo disciplinario y, en particular, aquellos que avanzan sobre el desarrollo de corrientes teórico-metodológicas de las escuelas de origen. Aunque una perspectiva absolutamente científica que pretendiera atacar objetos de atención predominantemente epistemológicos ha sido y sigue siendo materia de discusión, en buena medida, Colombia es un laboratorio cuyas comunidades y su particular situación son elegibles por su potencial oportunidad para dar cuenta de propios problemas de conocimiento que contribuyen al desarrollo disciplinario.

La formación del antropólogo nacional también se orienta a la investigación. La mayor producción se halla en los trabajos de pregrado que, sometidos a requisitos académicos, sin embargo, gozan de una enorme libertad en la escogencia de los referentes conceptuales, los procedimientos y los objetivos. Aunque eventualmente podrían descubrir nuevos campos y perspectivas de análisis, siempre corren el riesgo de la dispersión y la discontinuidad con respecto de los conocimientos alcanzados. Luego, enfrentado a las inalcanzables exigencias de las entidades que se especializan en el respaldo a la investigación (Colciencias, ICANH, Finarco, etc.), difícilmente pueden dar continuidad a las pesquisas. Aunque algunos nacionales, en progresivo aumento, siguen estudios de doctorado, deben realizarlos en el extranjero y bajo iniciativa personal, pues aun contando con las recientes maestrías y especializaciones, el vínculo y la continuidad de sus investigaciones no está previsto por nuestras escuelas.

Mientras que, en la mayoría de los casos, doctorantes extranjeros terminan vinculados a las escuelas o entidades que respaldan la realización de su trabajo de campo, los pregraduados colombianos tienden al ejercicio profesional que, en su mayoría, depende del Estado, eventualmente de entidades privadas, organizaciones no gubernamentales y, en contadas ocasiones, de proyectos socioculturales autónomos. Las condiciones de financiación y el respaldo de poderosos departamentos de antropología como el de Cambridge en Inglaterra, el Massachusetts Institute of Technology de Estados Unidos o la École des Hautes Etudes de Francia, respalda una experimentada formación teórico-metodológica para garantizar un eficiente trabajo etnográfico. Así, mientras que el antropólogo extranjero puede dar continuidad a su investigación, profundizarla y ampliarla en el seno de equipos especializados, el antropólogo nacional culmina su vínculo académico, investigativo y social con la escuela de pregrado. Éste se enfrenta a las exigencias profesionales que debe responder con su ejercicio, que, las más de las veces, parte de modelos formulados de antemano por la institución en la cual su conocimiento se convierte en instrumental. Aunque sabemos de esfuerzos de las instituciones antropológicas y arqueológicas en la financiación de los trabajos de pregrado y la continuidad de la investigación de los egresados, dicha política no ha sido institucionalizada ni prevista en las universidades. Más preocupante es la distorsión entre la formación para la investigación y el ejercicio profesional que no ha sido resuelto por nuestras escuelas, y es constante inquietud de los egresados.

Los investigadores extranjeros suelen permanecer por lo menos un año en trabajo de campo, con breves temporadas de descanso. Durante sus estancias en las capitales colombianas se ocupan de la consulta bibliográfica, la conversación con los nacionales y, eventualmente, pronuncian conferencias. Ocasionalmente, prolongan su permanencia para contribuir a la docencia y, excepcionalmente, realizan labores administrativas de la disciplina. Los trabajos de campo de los nacionales, limitados por la financiación personal, suelen restringirse a uno de los semestres del Trabajo de Pregrado. En el caso de profesionales, sean del Estado o entidades privadas, su continuidad se contrae debido a las reglas de contratación. Son selectas las posibilidades de respaldo financiero a verdaderos trabajos de campo. En nuestros departamentos se ha venido disminuyendo el tiempo curricular, argumentándole como privilegio de la especializada formación académica de postgrado y, últimamente, justificándole según presuntas orientaciones recientes del análisis de la cultura periclitada en el discurso y el texto, que legitimaría su restricción a la hermenéutica o la deconstrucción.

La intervención personal de los antropólogos extranjeros en la antropología nacional ha sido esporádica y las más de las veces ha estado limitada por el tiempo de su trabajo de campo. Aun contando su vínculo con investigadores nacionales, ello dista considerablemente de la coinvestigación, de la formación colectiva y de la relación interinstitucional. En cuyo caso, y con notables excepciones, frecuentemente se trata de esfuerzos de iniciativa nacional. Becas de estudio y cofinanciación de investigaciones nacionales se convierten en el vehículo que reemplaza el interés de coinvestigación y conformación a mediano término de equipos de trabajo. Huelga decir que ello no ha dependido, exclusivamente, del investigador extranjero. Descansa en la debilidad de la antropología nacional y su capacidad organizativa para generar los espacios de colaboración y gestión científica.

El interés en la vinculación de antropólogos extranjeros viene siendo ocupado por la formación de los postgrados. Pero la invitación de docentes extranjeros a contribuir con la formación en las maestrías y especializaciones nacionales no necesariamente responde a la comunidad de intereses derivados de mutuos trabajos de campo, sino a su prestancia académica, que suple necesidades de formación. Un esfuerzo colectivo en la comunicación de los resultados de antropólogos influyentes siguen siendo los congresos de antropología, que, por su naturaleza, no son espacios adecuados para la discusión.

Desde la institucionalización de la antropología colombiana por Paul Rivet, los influjos de la antropología extranjera han sido permanentes, no sólo en cuanto a la orientación teórica-metodológica (todavía nuestros programas curriculares persisten en orientaciones desde las grandes corrientes euroamericanas), sino aun sobre los temas y problemas epistemológicos. Sin embargo, estudios del cambio sociocultural, como el de Sayres entre comunidades campesinas de Zarzal, el de Swartz entre los guambianos, o la comparación entre poblaciones indígenas y campesinas del Cauca por Sutti Ortiz, han sido reducidos a una episódica atención, o incluso ignorados, como el análisis sobre la cosmología de la ika de Tayler, el de la mitología yukuna de Jacopin, o el realizado sobre el flujo de energía entre los tatuyo por Dufour. De todas maneras, el mayor peso de la influencia de la antropología extranjera en Colombia no parece directo sino que, como ocurre con otros resultados, depende del impacto académico de sus aseveraciones y de la capacidad de alcanzar teorías explicativas inscritas en las grandes corrientes antropológicas que alcanzan cierto reconocimiento internacional y se asientan en el país, básicamente, a través del renombre alcanzado por las publicaciones. Tal fue el caso de los estudios de Price sobre población afrodescendiente; de Morner, sobre el mestizaje; de la teoría del etnocidio, según la experiencia de Jaulin entre los bari; o, entre estas mismas gentes, la discusión sobre la marginalidad de los pueblos selváticos, según la presunta deficiencia proteínica discutida por Beckerman; la relación entre el cuerpo, la sociedad y el cosmos como modelo simbólico que delinea la identidad social de los barasana, realizado por C. Hugh-Jones; el lugar político de la memoria en la identidad social en relación con la sociedad nacional y el Estado, derivado del trabajo entre los nasas y pastos de Rappaport; o el trabajo de campo en el Valle del Cauca y el Putumayo de Taussig, simiente para sus reflexiones sobre el chamanismo, el colonialismo y el terror, para mencionar algunos temas que traspasaron las fronteras nacionales. Sus formulaciones descansaron en prolongados trabajos de campo orientados por corrientes contemporáneas de la antropología que han contribuido a establecer pilotes fundacionales de la antropología en Colombia.

Sin embargo, también preocupa cómo algunos de sus resultados, como el libro de Goldman sobre los cubeo o el de Reichel-Dolmatoff entre los kogi, siguen siendo las básicas referencias sobre estos grupos étnicos, aunque sus elaboraciones ya alcanzan medio siglo. Recientemente, se podría decir lo mismo de las elaboraciones de Goulet o Saler entre los wayú, de Langdon sobre los siona, de Isackson o Stipek sobre los embera. Sorprende, al mismo tiempo, la facilidad con que nuestra antropología conduce al olvido ciertos estudios anteriores, como ha ocurrido con los de Virginia Gutiérrez de Pineda entre los wayús, de Segundo Bernal entre los nasas, o de Bonilla entre los kamentsas e ingas. Aun contando con la importancia histórica de sus obras, no han sido del todo incorporados al balance del ejercicio de la antropología en Colombia, ponderando sus alcances y proyectando la necesidad de nuevos trabajos de campo, con nuevos enfoques y problemáticas que contribuyan a la elaboración de nuevas perspectivas de análisis. Tal falta no sólo lleva a la pérdida de la memoria sino, eventualmente, a la repetición, el retorno y, a la postre, al estancamiento. Por cierto, Colombia comparte problemáticas socioculturales que la comunican, incluso geográficamente, con contextos macrorregionales americanos, como ocurre con otros pueblos del Caribe, de los Andes, del Pacífico, de los Llanos o la Amazonia; pero los estudios de sus comunidades tienden a ser locales. Como se sabe, tal localización no depende de los lugares del trabajo, sino de su actual orientación, que desatiende los contextos regionales, uno de cuyos indicativos es la ausencia de una verdadera "etnología" en Colombia.

Por otra parte, aunque una representativa descripción sociocultural del país indígena conocido se halla en las obras de extranjeros, es característica recurrente que sus especializados conocimientos restrinjan su impacto a la antropología nacional. Más precisamente dicho, la influencia de los antropólogos extranjeros suele limitarse al estrecho círculo académico nacional y aún no se ha realizado el esfuerzo necesario para introducir al país el alcance de sus resultados. Las reflexiones suelen restringirse a la formación escolar y sólo esporádicamente se promueven ambientes académicos colectivos que analicen los resultados, sus implicaciones científicas y la trascendencia de su interpretación de las sociedades y culturas nacionales. En parte por ello, ese antropólogo al tiempo que es extranjero en Colombia lo sigue siendo para esa otra sociedad culturalmente distinta, no obstante pretenda contribuir a entender su lugar en la diversidad cultural colombiana.

Distingo, pues, las condiciones de ejercicio, de la orientación y capitalización de sus resultados. Las condiciones de producción de la antropología en Colombia realizada por extranjeros y nacionales no son equiparables, y no podrían reclamarse resultados similares. Sus diferencias no sólo deben ser ponderadas según las condiciones de financiación, su ejercicio disciplinario y la pericia para dar cuenta de ciertas problemáticas, sino en las proyecciones trazadas a sus objetivos. El bosquejo anterior evidencia dificultades y desventajas de las condiciones de producción nacional que deben ser salvadas, pero no necesariamente prefiguran el derrotero de un programa para la antropología colombiana. Sus propósitos y alcances guardan una considerable distancia con respecto a la antropología extranjera, algunos de cuyos rasgos destacaré ahora como fortalezas que han orientado el ejercicio de la antropología nacional.

La primera determinación del trabajo del antropólogo colombiano ha sido, desde sus comienzos, la caracterización de los indígenas como parte de la sociedad nacional. Desde 1944, Hernández de Alba argumentaba que lo indio constituía "la verdadera expresión continental de América" y, desde entonces, los trabajos de campo entre estos pueblos argumentaron su participación constitutiva en la nación y, en consecuencia, cómo la comprensión de la situación de los indígenas era parte de la construcción social, cultural y política de la nacionalidad. Como lo expresara más tarde Torres Giraldo, la situación del indígena en Colombia no podría ser considerada como un "problema" individual sino que se halla articulada en la sociedad nacional, y su resolución debería contribuir a la búsqueda de un proyecto de sociedad en el que participaban distintos sectores de la población nacional.

Es verdad que entre aquellos antropólogos pioneros, formados en el Instituto Etnológico Nacional, se alinderaron tendencias que consideraban que la labor del antropólogo debería dar cuenta de las específicas condiciones de vida de los indígenas, mientras que otros optaron por presentar sus resultados de acuerdo con las relaciones asimétricas en las que tales pueblos participaban en la sociedad nacional. Sin embargo, los primeros terminarían por analizar la confrontación sociocultural y política, y los segundos se vieron obligados a analizar sus expresiones culturales, sociales, económicas y políticas compartidas con otros sectores deprimidos de la sociedad nacional. Una vez realizados los primeros trabajos de campo, fue manifiesto que los indígenas participaban de una doble condición social: la de ser indígenas, es decir, constituir pueblos distintivos en el conjunto de la mayoría nacional, pero al mismo tiempo, compartir ciertos rasgos con otros nacionales, como la explotación económica, el marginamiento social y cultural, y la opresión política, que Antonio García acuñó bajo la expresión latinoamericana de "colonización interior". En 1945, este autor inició un programa de trabajo dirigido a los científicos sociales y a los administradores del Estado, discutiendo su omisión en la comprensión de la sociedad nacional que obligaba a integrar "el problema indígena a los problemas de la sociedad colombiana". La comprensión de lo que desde entonces se denominó la "cuestión indígena" dependía de la caracterización de la sociedad nacional y del lugar que dichos pueblos ocupaban dentro de la sociedad.

Estos rasgos señalaron el derrotero del trabajo del científico social entre poblaciones deprimidas del país, comprometiendo su contribución a la resolución de la asimetría social en la cual se contaban los indígenas. Los trabajos de García, Friede o Hernández de Alba, que estuvieron acompañados de esa primera generación de antropólogos, como Luis E. Valencia, Blanca Ochoa y Gerardo Molina, Luis A. Acuña, Gabriel Giraldo Jaramillo, Virginia Gutiérrez y Roberto Pineda, o los Reichel-Dolmatoff, propugnarían, según García, la adopción simultánea de "una posición en la ciencia y en la política". Como se sabe, se tradujo en la entonces denominada Antropología Aplicada, que se pretendió instrumentar con la creación de la División de Asuntos Indígenas. Más tarde, con la conformación de los primeros departamentos de antropología, se generarían grupos de apoyo universitario a las luchas indígenas por el reconocimiento de sus reivindicaciones sociopolíticas y culturales, y sus derechos como pueblos, a contracorriente de aquella diferenciación social que pretendía su homogeneización en el irremediable camino de evolución hacia el inalcanzable futuro del desarrollo.

Es por lo anterior que la producción nacional no sólo ha debido dirigirse a esclarecer las características distintivas de estos pueblos, para argumentar la diversidad sociocultural en el país, sino que su atención se ha orientado, mayormente, al análisis de las transformaciones internas y del impacto de la intervención de la sociedad nacional. La antropología colombiana, desde un comienzo, ha estado signada por el análisis de la dinámica social. En la historia de la antropología nacional es posible recorrer una prolongada genealogía de antropólogos que por décadas han orientado sus elaboraciones en dicha perspectiva. Sus elaboraciones no se han limitado a la comprensión de la diversidad sociocultural, sino que sus resultados han valido para argumentar el reconocimiento de sus derechos como garantes de su participación y pervivencia en la sociedad nacional.

Lo anterior nos permite señalar tres características adicionales del trabajo de la antropología colombiana. En primer lugar, que la caracterización de las poblaciones indígenas no dependía, meramente, de sus diferencias culturales. La relación de estas poblaciones con la sociedad nacional obligaba a un análisis de su situación económica, social y política en el concierto de la sociedad nacional. Por ello mismo, los resultados del ejercicio antropológico en la comprensión de las situaciones locales han demandado un camino de aproximación que sobrepasa las fronteras disciplinarias, o como hoy se dice, bajo una orientación transdisciplinaria. Dicha impronta, que el profesor Reichel-Dolmatoff denominó "trabajo en las fronteras", ha obligado al antropólogo a comunicarse con miembros de otras disciplinas, y a la alianza con otros intelectuales, como los abogados, los sociólogos o los biólogos. Por otra parte, el ejercicio de la antropología en Colombia también ha comprometido el análisis de estos segmentos de población con respecto a otros, campesinos y sectores deprimidos, con los cuales comparte relaciones sociales similares; el contexto local dependía de una comprensión de la situación nacional, y ésta, de la encrucijada de las relaciones internacionales, que hoy se propone recobrar articulando lo "local" con lo "global".

Pero, adicionalmente, la comprensión sobre la situación social del país, resultado de los trabajos de campo entre poblaciones mayoritariamente deprimidas, privilegiando el análisis de las transformaciones sociales, condujo a una toma de posición y participación de los antropólogos nacionales. No es, pues, gratuito que buena parte de los resultados puedan leerse como contribución al reconocimiento de la diversidad social y cultural nacional. Ejemplos de ello han sido el acompañamiento a grupos étnicos en el reconocimiento de sus derechos y de sus territorios, concebidos a veces meramente como naturaleza. También se ha contribuido al ajuste del ejercicio político-administrativo del Estado; no solamente en términos de los procedimientos jurídicos-políticos, como el peritaje antropológico, sino por cuanto el ejercicio político hace necesario, cada vez más, contar con conocimientos profesionales para dar cuenta de variables socioculturales indispensables para la política. También puede mencionarse la ampliación del denominado patrimonio cultural, resultado de la contribución de arqueólogos y la ampliación del espectro de la política cultural en Colombia.

Más allá de los resultados científicos, las prácticas profesionales que se dirigen al reconocimiento de las identidades han sido la impronta de la contribución al ejercicio de la diversidad sociocultural del país. Así es como podemos leer la apertura del estado, de entidades internacionales, de empresas privadas y, particularmente, de las ONG, en la contratación de antropólogos como necesidad institucional de sus programas. Dicha demanda ha promovido la reciente aparición de nuevos departamentos de antropología en la Universidad del Magdalena, en la Universidad de Caldas, en la Universidad Externado de Colombia y en la Universidad Javeriana, y la creación de los postgrados de antropología en la Nacional y los Andes y, próximamente, en la del Cauca y la de Antioquia.

Las características anteriores indican que la orientación de la antropología colombiana no puede referirse, meramente, a las condiciones de ejercicio y el lugar en que el antropólogo se desempeña en el campo disciplinario. El ejercicio de la antropología en Colombia ha estado signado no sólo por las orientaciones de la disciplina, que últimamente ha promovido la ampliación hacia nuevos objetos de atención, como los de la antropología en las ciudades, los movimientos sociales, de género y raza, y, por supuesto, de la guerra y sus efectos, sino por el entendimiento del lugar que ocupan las comunidades locales en el contexto nacional, y éste, en su articulación internacional. La posición del antropólogo no depende meramente de la ubicuidad de la disciplina que compromete resultados para la ciencia, sino que sus afirmaciones involucran asuntos sociales, culturales y políticos. Su ejercicio involucra resultados académicos y sociales, de investigación y profesión, que comprometen su propia relación con la comunidad en la que trabaja. El antropólogo nacional no sólo está obligado a poner a prueba sus resultados en el exclusivo campo académico; depende de su comunicación con otras experiencias teórico-prácticas, y, sobre todo, de los efectos de su discurso y de las implicaciones de su conocimiento.

Los antropólogos, los arqueólogos y los etnohistoriadores deben reconstruir el lugar ocupado por las interpretaciones y prácticas culturales pero, si hemos de seguir las improntas de la experiencia, sus resultados están orientados a las acciones sociales que contribuyen a la transformación histórica de las relaciones de poder en Colombia. No se trata meramente de intervenir en la política dirigida a la cultura sino, como lo han expresado Álvarez, Escobar y Dagnino, de contribuir a la construcción de una verdadera cultura política que, agenciada por los movimientos sociales, promueva una nueva relación social y política que se exprese culturalmente. Por cierto, dicha tarea, mucho antes de la institucionalización de la antropología en Colombia, tiene voces propias. No basta con la presunta mediación, la interpretación, la asesoría o el acompañamiento. Los movimientos sociales, como el indígena, han construido, desde hace tiempo, su propia voz. Al contrario de desestabilizar nuestro trabajo, precisa su lugar. Propone los límites de su dominio y relativiza la presunta distancia de un "otro" construido bajo el auspicio de lecturas euroamericanas. El antropólogo forma parte de la sociedad, no es un "otro" distinto. Y cuando comunica y reivindica experiencias, prácticas, conocimientos y derechos para "otros", siempre presupone su propia posición en la sociedad y, en consecuencia, sus propios derechos.

Sin embargo, aunque éstos entre otros rasgos permiten distinguir el ejercicio de la antropología colombiana, común a otras experiencias de América Latina y del Tercer Mundo, algunos antropólogos dudan de su experiencia, de su capacidad y de su potencialidad. Apelan al cómodo camino de justificar su trabajo bajo el auspicio de la presunta legitimidad de conocimientos vertidos en teorías cuya validez depende del difuso ámbito de la "internacionalización". Con retraso arriban al país y, de hecho, pocas de ellas alcanzan a ser respondidas por su experimentación en las condiciones socioculturales colombianas, convirtiéndose en estilos de trabajo que se transforman al vaivén del tiempo. Es por eso que se convierten en "teóricas". Esta fácil y sumisa aceptación conduce a percibir su sociedad según alteridades, el progresivo extrañamiento que descansa en constructos distantes en el tiempo y el espacio que, como por varias décadas lo ha advertido el profesor Fals Borda, reafirman lo que denominó "colonialismo intelectual". Es por eso que preocupan los contados espacios para la evaluación y reflexión sobre los referentes, los avances, las necesidades y las perspectivas de la antropología, y los muy discretos alcances de los estudios periódicos sobre la que se realiza en Colombia. Si no contamos con una permanente recuperación de su memoria, es difícil capitalizar sus propios resultados y evaluar sus proyecciones.

Las dificultades del ejercicio de la antropología colombiana no se refieren a la incapacidad de articular sus preocupaciones con la asimilación de teorías y métodos de las corrientes generales de la antropología. La dificultad no es teórica. Por el contrario, los intelectuales colombianos participan de una decidida hospitalidad intelectual, una predisposición a la aceptación de nuevas corrientes teóricas, de nuevos métodos explicativos, de la permanente renovación epistemológica. Más bien, descansa en la dificultad para capitalizar su propio conocimiento y experiencia, en un permanente proceso de reorientación sobre su reinterpretación de la realidad del país. La consolidación de la antropología colombiana depende menos de los vacíos teóricos que de la capacidad de potenciarlos como referente explicativo de la realidad nacional. Una de cuyas tareas es auspiciar la comunicación con otras sociedades y culturas, entre lo cual es fundamental organizar la de la disciplina que cuenta a su haber con un representativo número de antropólogos extranjeros que trabajan en el país.