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Revista Colombiana de Psiquiatría

versão impressa ISSN 0034-7450

rev.colomb.psiquiatr. v.28 n.2 Bogotá abr./jun. 1999

 

ARTE INFANTIL

Nuestra portada:

Sara María Duran Carreña: 7 años. Sin título (fragmento), 1997.
Acuarela sobre papel, 25 x 35 cms.

Juan David Ochoa: 3 años. Sin título (fragmento), 1997.
Marcador sobre papel, dimensiones variables.

En la música, en la gimnasia, en el ajedrez, es posible encontrar de tiempo en tiempo niños superdotados cuyos logros pueden comparar se con los de sus mayores, aún a niveles muy exigentes. En las artes visuales, en cambio, este fenómeno prácticamente no se da. Y no sabemos si es que no se da, o si es que en artes visuales todos los niños son prodigios.

Cuando permitimos a un niño expresarse a través de sus dibujos, pinturas o moldeados, sin pretender que este quehacer sea un aprendizaje o un aprestamiento escolar, dejándolo hacer lo que el quiere hacer y no lo que nosotros queremos o necesitamos que el haga, encontramos los productos de este trabajo plenos de valores individuales, libertad, creatividad, riqueza expresiva, valores plásticos genéricos, en resumen, de una gran calidad artística. Muchos artistas han deseado regresar a pintar como pintaban cuando eran niños, en el siglo XX los casos más claros son quizá Pablo Picasso, Jean Dubuffet y Joaquín Torres García.

Esto parece estar en contravía de nuestro sistema escolar que suele utilizar el dibujo como un medio de aprestamiento para la escritura, no como una vía de expresión del mundo interno del niño. El entrenamiento de las destrezas manuales de un niño tiene poca relación con sus necesidades expresivas. Lo primero es frecuente, común; lo segundo es infrecuente, raro. Pero, ¿no es tal vez la segunda de estas "utilizaciones" del arte donde estaría su potencial formativo y experiencial mas importante?

Es precisamente en la posibilidad de este espacio para simbolizar el mundo, para expresarlo, para encontrarle algún sentido; donde nuestra sociedad falla. Podríamos preguntarnos si la recuperación del arte, no solamente para los niños sino también para los adultos sería un espacio por abrirse, puesto que ha sido cerrado desde sus primeras manifestaciones.

Es por esto que en la Revista Colombiana de Psiquiatría hemos querido dedicar este número monográfico y su portada al arte de los niños; de los más pequeños, esos que ven el elefante dentro de la boa, no un sombrero. Convocamos a un concurso conscientes de nuestro desatino, puesto que es algo no puede hacer el arte es competir; lo ideal sería que nunca el arte se rigiera por criterios cuantitativos. Sin embargo, y pidiendo excusas a los demás participantes, que bien hubieran merecido ganar, escogimos los trabajos de Sara María Duran Carroño y Juan David Ochoa como premios y para se publicados en este número.

La pintura de Sara María, que inicialmente pensaríamos es una obra abstracta, podríamos jugar a leerla, tal vez por esa vieja tendencia por la cua tendemos a ver en las líneas horizontales el horizonte, como un paisaje. Ella crea una experiencia visual fascinante mediante bandas horizontales de colores fuertes cortadas en su parte superior por un circulo: ¿un sol, una cara'

Juan David reproduce con trazos gruesos los elementos del mundo que quizó llaman más la atención a un pequeño de su edad, las máquinas en que nos movemos: un bus, un avión, un helicóptero, que describe con ingenuidad ; frescura. Se esmera detallando cada elemento de los que guarda en su memoria, hace una traducción a líneas para relatarnos todos esos aparatos magníficos, como en un cuento contado por Paul Klee. Sus dibujos nos ilustran algunas de las páginas interiores de este número monográfico.

María Clara Martínez Rivera;
Bogotá, mayo de 1999

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