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Revista Colombiana de Psiquiatría

Print version ISSN 0034-7450

rev.colomb.psiquiatr. vol.30 no.2 Bogotá Apr./June 2001

 

ARTÍCULO ORIGINAL

UN PSIQUIATRA DECIMONÓNICO EN EL SIGLO XX MIGUEL JIMENEZ LÓPEZ (1875 –1955)

 

MIGUEL JIMÉNEZ LÓPEZ A VICTORIAN PSYCHIATRIST IN THE TWENTIETH CENTURY

 

MANUEL TORRES GUTIÉRREZ *

* Jefe Departamento de Psiquiatría Fundación Cardio-infantil Instituto de Cardiología. Profesor Asistente Facultad de Medicina Universidad de la Sabana, Bogotá. Miembro del Comité Editorial de la Revista Colombiana de Psiquiatría.

 


El doctor Jiménez López fue el primer maestro de psicopatología en Colombia. Se había formado como psiquiatra en Francia entre 1908 y 1910 y trajo de allí la teoría de Morel sobre la degeneración cerebral y el relajamiento moral como causas de las enfermedades mentales.

Creyó encontrar pruebas de una supuesta degeneración de nuestra raza, a la cual consideró la fuente etiológica de nuestra patología psíquica y de muchas de las características nacionales. Dedicó buena parte de sus esfuerzos intelectuales a abrirle camino a una reforma educativa que adoptara los más modernos métodos pedagógicos europeos y norteamericanos y que integrara los recientes aportes de la psicología del desarrollo.

Palabras clave: Historia de la psiquiatría; Miguel Jiménez López

 


Doctor Jiménez López was the first teacher of Psychopathology in Colombia. He had been trained as a psychiatrist in France between 1908 and 1910, from where he brought Morel’s theory about brain degeneration and moral laxitude as causes of mental illness.

He believed he had found a supposed degeneration of our race, which he considered the ethiological source of our psychic pathology, and of many of our national features. A good part of his intellectual efforts were addressed towards a new educative reform, adopting modern american and european pedagogical methods and integrating recent contributions of developmental psychology.

Key words: Psychiatry, History; Miguel Jiménez López.

 


Miguel Jiménez López nació en la mitad de la segunda mitad del siglo XIX. Y se hizo hombre durante una de las épocas más apasionantes de la historia nacional, un breve período durante el cual hacer la ciencia y construir la patria eran todavía una sola tarea. Digo que se hizo hombre porque en ese final de siglo tomó dos de las decisiones más trascendentales de su existencia: estudió medicina en la Universidad Nacional y asumió postura política participando en la Guerra de los Mil Días y en su más trascendental acontecimiento, la batalla de Palonegro.

El mundo era demasiado nuevo entonces. La revolución de independencia había ocurrido pocos años antes. Sus hazañas estaban aún presentes en la memoria y alimentaban la imaginaci ón y la esperanza del hombre corriente. Los héroes empezaban a dejar su lugar en la conducción del país. La independencia nacional estaba finalmente asegurada, pero los problemas relativos a construir una nación moderna e injertarla en el mundo apenas empezaban a plantearse. Las insurrecciones y guerras civiles exig ían habilidades militares a quienes pretendían dirigir el país. Pero comenzaba un período de construcción económica que hacía necesaria, sobre todo, la formación académica y cient ífica. Y correspondió a los intelectuales de la segunda mitad del siglo XIX participar activamente no sólo en los compromisos naturales de la vida profesional sino en la política de manera inevitable.

El naciente siglo XX le vio tomar las que parecen haber sido sus otras tres decisiones cardinales: hacerse psiquiatra, intervenir decididamente en la política nacional y formar una familia. Pero éstas ocurrieron en un contexto social y político muy distinto: el país ya estaba formalmente en paz y se producía un sostenido aunque lento desarrollo económico. Liberales y conservadores mantenían, con intervalos, una alianza política que les permitía compartir el poder y excluir de su ejercicio a los grupos y clases sociales que surgían a la vida en la medida en que el país se urbanizaba e industrializaba. Con esta actitud echarían las bases de la guerra de baja intensidad que ha caracterizado nuestra vida nacional.

LOS ORÍGENES

Nació en la zona rural del municipio de Paipa (Boyacá), en el seno de una familia campesina. La ciudad era una aldea, pero los campos cercanos eran fértiles tierras de cultivo y de levante de ganados y en ellos vivía la mayor parte de la población. El país tenía únicamente 2’891.000 de habitantes(1). Miguel fue el menor entre seis hermanos. Su padre era un propietario rico, sin pretensiones intelectuales aunque había sido alcalde de Paipa e incluso juez de la región(2). En las ramas laterales de la familia, hubo miembros que ocuparon puestos de importancia en la gobernación del departamento. Seguramente eran hombres de letras. Pero Manuel Jiménez Correa era un campesino dedicado al cultivo del trigo, el maíz y la papa, y al negocio de la ganadería.

Su madre, Alejandra López Cortés era, igualmente, campesina: su casa paterna estaba en lo alto de la vereda "la Bolsa", en la vertiente que cae de las montañas de Palermo, al lado noroccidental de la población. Desconocemos su nivel de escolaridad. Suponemos que tenía inquietudes intelectuales porque logró que sus hijos varones alcanzaran los más altos niveles de la época: dos fueron médicos, dos abogados y uno, que murió prematuramente, quiso ser sacerdote. El esfuerzo es notable puesto que el censo de 1870 reveló que había 275 ingenieros, 727 médicos y 1037 abogados en todo el país(1).

La finca donde nació el doctor Jim énez se localizaba en la parte alta de la rivera izquierda del río Chicamocha y ocupaba parte de las veredas de Sátiva, Pie Blanco y Río Arriba. Debía ser una enorme extensión de terreno. Hoy se encuentra repartida entre sus descendientes, otros familiares y muchos nuevos propietarios. Desde luego, era difícil explotar adecuadamente una extensión tan notoria. Don Manuel acudía a un sistema de servidumbre que era típico de los campos del altiplano. Los siervos de entonces se llamaban arrendatarios. Pero su condici ón era apenas distinta de la que oprimía a los campesinos durante el medioevo europeo: cada familia de arrendatarios recibía en usufructo un pedazo de tierra de extensión variable, la cual debía explotar según su conocimiento y posibilidades. El arriendo se pagaba trabajando durante algunos días de la semana o del mes (dependiendo del ciclo de cosechas y tareas ganaderas) en las tierras que el patrón explotaba para su beneficio. Las relaciones económicas y sociales eran absolutamente feudales: p r o t e c c i ó n paternal por parte del propietario; lealtad, obediencia y sumisión por parte de los campesinos. El destino natural de muchas de sus hijas eran los oficios domésticos de la casa principal(3).

El padre murió a los 53 años, en junio de 1877, dejando a la madre la responsabilidad de sostener la hacienda y levantar los hijos: Tulia, Manuel, Francisco, Luis, Celso y Miguel. El menor tenía apenas dos años. De modo que su infancia ocurrió sin otra imagen paterna que la de su hermano mayor, que le llevaba apenas ocho años(4). Ese hermano, Manuel, abogado y combatiente de la última guerra civil, durante la cual alcanzó grado de general, tendría una destacada influencia en las decisiones iniciales de su profesión.

Su vida infantil estuvo gobernada por la figuras de la madre y la hermana. Ellas acentuaron el talante conservador que debía tener desde sus orígenes la familia. Mantenían un itinerario doméstico pautado por las exactitud horaria de las comidas familiares y le añadieron un tono de profunda devoción religiosa que se expresaba no sólo en la rigurosa asistencia a la misa dominical, sino también en el rosario diario, rezado de rodillas alrededor de la cama materna y en la interminable lectura familiar de la vida del santo del día, que se hacía siguiendo rigurosamente el orden y el texto del "Año Cristiano", una obra en doce volúmenes (uno para cada mes) escrita por el padre José Croiset, S.J. Este ritual ocupaba por lo menos una hora, la última del día(5).

Inició estudios en la escuela de Paipa. El mismo resumió así la experiencia infantil: "Principié mis estudios en la escuela pública ...en las mismas bancas en que se sentaban todos los muchachos de mi pueblo, sin distinción de colores ni categorías. Es una forma democrá- tica y cariñosa de hacer empezar la vida unidos en una aspiración igual a los que luego habrán de dedicarse a tan diversas labores. Cuando visito el terruño nativo vuelvo a encontrar allí a mis condiscípulos de antaño: al labriego que trabaja la tierra con paciencia, al albañil que ha contribuido a levantar los edificios modernos o a restaurar la casa cural y la Alcaldía, al modesto carpintero que entre virutas perfumadas realiza su trabajo diario. Nunca he podido sino ver en ellos los compa ñeros de la edad dorada"(6).

Una de las más sinceras y hondas preocupaciones intelectuales de su vida madura fue, precisamente, la calidad de la experiencia educativa elemental. Acerca de la escuela primaria, se expresaba de manera crítica en todos sus escritos. ¿Traducen ellos su propia experiencia? "Todo en la escuela a la antigua usanza, apartaba al niño de la viva realidad. Arrancado del medio familiar a los seis años, se le tenía por siete horas cada día en un lugar cerrado por altos muros, oscuro, frío y severo, de donde el sol y el aire libre estaban ausentes; sin árboles, ni flores ni aguas corrientes en su interior, ni cielo ni praderas, ni montañas ante la vista. El rigor y el castigo como normas; el silencio y la clausura como ambiente. El duro banco, uniforme para todas las edades; la posición fatigosa y deformante en largas horas de labor; la quietud la tristeza y el temor; el castigo doloroso y humillante..."(6)

Y buena parte de sus esfuerzos intelectuales se dirigieron a promover un cambio en este tipo de enseñanza. Durante los años de su segunda residencia en Europa recogió observaciones sobre el tema, elaboró informes técnicos y, con ellos, publicó en 1928, su libro "La escuela y la vida": Los títulos de sus principales capítulos no dejan dudas sobre lo extenso del estudio: "El actual movimiento educacional en Alemania", "La educación primaria y la cultura popular en Dinamarca ", "La nueva ley escolar en Inglaterra. Reforma Fischer o Educational Act de 1918", "La reforma de la educación primaria y la educación post-escolar en Suiza", "La reforma escolar en Francia: El proyecto Viviani ", "La educación en los Estados unidos"(7).

Hacia 1888, siguiendo a su hermano Celso, quien fue su amigo esencial en la vida, viajó a la capital del departamento para realizar su bachillerato. Fue un estudiante aventajado y, aunque nunca tuvo la pretensión de hacerse sacerdote, realizó algunos años en el Seminario Mayor de la ciudad. ¿Era ya un adolescente severo, estudioso y solitario? Carecemos de informaci ón suficiente acerca de este per íodo de su vida. ¿Cuáles eran sus estudios preferidos entonces? El doctor Jiménez lo recordaba así: "Me somet í a las serias disciplinas del seminario de Tunja y también en el Colegio de Boyacá. ...llegué a ser un regular latinista después de un lustro de estudios. Hice dísticos en la lengua de Horacio y a los quince años regenté la cátedra de latín entre mis compañeros"(6).

El colegio de Boyacá, como todos los de entonces, ofrecía una educación teorizante, centrada en las humanidades, a la cual se daba el nombre altisonante de "bachillerato en filosofía y letras". Seguramente no preparaba a sus estudiantes para el trabajo material. Quizás ni siquiera los orientaba de manera específica hacia una profesión. El adolescente que egresó de la institución, pese a su inteligencia, tenía muy poco claro su destino futuro: "Había recorrido todas las facultades; no me atrajo la fría aridez de las matemáticas, ni la tortuosa senda donde tramitan los abogados. La ciencia de curar los cuerpos tampoco ejercía sobre mi ninguna influencia, pero entonces mi hermano Celso principiaba sus estudios mé- dicos y me decidí a ser su compañero en el claustro de Santa Inés. Hicimos la carrera juntos, la coronamos al tiempo, realizamos una inefable hermandad." (6)

Como parte de sus preocupaciones maduras acerca del sistema educativo vigiló con esperanza el desarrollo de las pruebas de inteligencia y de aptitud y otros recursos apenas nacientes de la psicología, para ofrecer una perspectiva distinta a los jóvenes bachilleres. "La educación primaria y una gran parte de la educación secundaria, concebidas según el tipo tradicional, han dado al alumno un cierto número de conocimientos generales y, en el mejor de los casos, han despertado en él unas cuantas capacidades vagas que lo ponen frente a la vida, en ese instante crítico de la adolescencia, con un angustioso interrogante. ¿Cuál de los muchos caminos que al hombre se presentan debe seguir para realizar su destino? Apenas habrá entre los jóvenes de nuestras generaciones algunas pocas unidades que no hayan pasado por este penoso período de desaliento y perplejidad. Son muy escasos los caracteres que desde sus primeros años se destacan con una inclinación vigorosamente definida y que, consecuentes con ella, conducen toda su vida, en la escuela y fuera de la escuela, hacia ese fin indeclinable. La mayor parte de nuestros jóvenes, aun habiendo sido escolares aventajados y habiendo demostrado brillantes condiciones de inteligencia y de carácter, han conocido esa cruel incertidumbre de la elección de carrera. Y no es pequeño el número de los que, atraídos por la línea de menor resistencia, optan por los estudios fáciles o por las soluciones negativas que los conducirán al fracaso; o bien, decidi éndose por móviles de orden transitorio, por simple imitación o por corrientes de moda o de compañerismo, eligen un oficio, una profesión o una carrera que no respondiendo a sus verdaderos gustos y aptitudes, habrá de ser para ellos causa constante de desadaptación y de inferioridad "(8).

Es inevitable pensar que estas frases revelan su propio conflicto. La historia mostrará que el doctor Jiménez supo sacar el mejor partido posible de una profesión que eligió, según el mismo lo reconoce "por simple imitaci ón" y por "corrientes de compa- ñerismo". Quizás sea parte de la explicaci ón para sus múltiples búsquedas profesionales: político, gobernante, hombre de negocios, constructor, hombre del campo. En todas ellas tuvo un éxito notable. En su vida, la dedicación a la profesión parece sólo una, tal vez la menos fuerte, de sus múltiples inclinaciones naturales.

COLOMBIA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX

La segunda mitad del siglo XIX fue una extraña sinusoide histórica de perfecta simetría: la primera mitad (1850-1880) corresponde al predominio del pensamiento liberal radical y la segunda (1880-1910) a su destorcida: la Regeneración. La primera se caracterizó por el sueño de crear un estado federal, garantizar el respeto irrestricto de las libertades individuales, injertar el país en el mundo moderno a través de una política de librecambio y eliminar la influencia de la iglesia sobre la vida civil y sobre el estado. La segunda, por la creación de un estado fuertemente centralizado, con un claro control presidencial de la vida política y firmemente orientado por la religión católica, por la negación de las garantías individuales y por el desarrollo de una econom ía fundamentada en una severa protección aduanera(9).

En la mitad exacta del siglo se organizaron definitivamente los dos partidos políticos. En el liberal confluyeron principalmente los crecientes grupos de artesanos y de nuevos comerciantes que se habían desarrollado desde la independencia y estaban fuera de los privilegios tradicionales; en el conservador, los terratenientes y esclavistas, el clero y las familias de abolengo. Pero ambos partidos eran organizaciones policlasistas: hubo terratenientes y esclavistas en el partido liberal e importantes comerciantes en el partido conservador. Adem ás, muchos de los comerciantes e intelectuales de las ciudades eran a la vez terratenientes que derivaban sus ganancias de sus posesiones más que de su ejercicio comercial o profesional.

Las dos agrupaciones estaban identificadas en aspectos sustanciales: la necesidad de una apertura hacia el comercio exterior, la conveniencia de una política de librecambio, el papel de Colombia en el concierto internacional (productor de materias primas agrícolas y mineras y consumidor de manufacturas procedentes de las metrópolis) y hasta en la aceptación de la gran propiedad terrateniente y la política de adjudicación de tierras (10,11).

Los principales contradicciones se centraban alrededor del tipo de estado que se creía indispensable para garantizar el nacimiento económico de la nación, de la amplitud debida a la libertad de expresión y otras libertades individuales y, sobre todo, del asunto de la separación de la Iglesia y el Estado. Los tres temas dieron oportunidad suficiente a todo tipo de insurrecciones en un país donde la enérgica iniciativa individual del caudillo tiene más poder de convicción que las ideas por él expresadas. Pero también porque cada una de las dos formas de gobierno (federal y centralista) surgió del sometimiento militar de la contraparte y no del consenso. Las respectivas constituciones (1863 y 1886) consagraron formas políticas gracias a las cuales era posible impedir que el contendor pudiera ganar en el juego de la democracia, no dej ándole otra alternativa que la insurrecci ón(11).

La principal estrategia económica liberal fue la apertura económica(12). Para injertarse en el mercado internacional el país tenía que industrializarse y la estrategia interna lógica era el desarrollo de la educación. Durante el gobierno del médico y general Santos Acosta, quien terminó el período para el cual había sido electo el general Tomás Cipriano de Mosquera, se creó la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia, mediante Ley del 22 de septiembre de 1867. En ella se integraron las escuelas Superiores de Ciencias Naturales, Ingeniería, Medicina y Jurisprudencia.

Al mismo ritmo se impulsaron la ciencia y la investigación. El gremio médico, en particular, se mostraba empeñado en crear una "medicina nacional". Los profesionales jóvenes viajaban a Europa, especialmente a París, y desde allí enviaban cartas y artículos comunicando los últimos avances de la clínica. Los más destacados eran corresponsales de las sociedades científicas europeas y vivían al tanto de las conferencias de Charcot en la Salpetriére y de los avances de Pasteur. Se crearon sociedades científicas como la Academia de Ciencias Naturales de la U.N. (1871), la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Bogotá (1873), la Academia de Medicina de Medellín (1887), y se fundaron varias revistas científicas: la Revista Científica e Industrial (1871), los Anales de la Universidad Nacional (1868), la Revista Médica (1873). En ellas se invitaba persistentemente a informar todos los casos de enfermedades raras y curiosas que se encontraran en la práctica clínica y se daba espacio a las traducciones de los principales artículos de revistas médicas internacionales(13). El fervor por la ciencia y la cultura hizo que se apodara momentáneamente a Bogotá "la Atenas suramericana".

Pero los resultados del esfuerzo liberal no fueron nunca la paz deseada ni el progreso esperado. El federalismo fortaleció las ambiciones y los descontentos de los caudillos locales que, además, podían armarse con facilidad, y el gobierno central carecía de un ejército adecuado para contener las permanentes rebeliones que se producían en las provincias. De modo que el país estaba en guerra civil casi permanente, lo cual hacía imposible la consolidación de la economía.

La abolición de impuestos y aranceles aduaneros ciertamente favoreció al comercio exterior, pero eran escasos los productos que producíamos en cantidad suficiente para poner en el exterior. Igual que hoy, las importaciones aumentaron mucho más que las exportaciones, por la capacidad de compra de las clases privilegiadas que podían darse lujos. La apertura del comercio exterior no logró el so- ñado despegue de una industria nacional. "A fines de la década de 1870 las exportaciones colombianas fueron oficialmente avaluadas en 11 millones de dólares, mientras que Brasil exportaba casi 90, Perú y Argentina exportaban más de 45 y México y Chile más de 30."(14)

Los intentos por eliminar la influencia de la iglesia sobre la vida civil y política llevaron a los liberales desde las acciones de desamortización de bienes hasta el decreto de tuición, que obligaba a los sacerdotes a jurar sometimiento a las autoridades civiles. La persecución institucionalizada a los religiosos estaba más allá de las intenciones finales del propio partido liberal y constituyó un motivo adicional para la insurrección. Adem ás, los bienes de manos muertas tuvieron un final distinto: no fueron puestos a disposición de todos, ni contribuyeron a la amortización de la deuda interna y externa, ni generaron el desarrollo prometido(15). Al contrario, fueron adquiridos por comerciantes, burgueses y profesionales de ambos partidos (especialmente del liberal) y aumentaron la significaci ón del terratenientismo escasamente productivo.

En el terreno investigativo el resultado tampoco fue la creación de una ciencia nacional. Los esfuerzos apenas alcanzaron el nivel superficial de la clasificación y de la descripción.

Para 1880 el país estaba cansado. Rafael Nuñez fue elegido presidente, intentó los primeros cambios y los liberales se insurreccionaron. La insurrecci ón comenzó en 1885 en el estado de Santander y se extendió al resto del país, pero fue derrotada en el combate de La Humareda. Nuñez, en alianza con los conservadores, creó el Partido Nacional e instaló su proyecto político: la Regeneración, un bandazo político de 180°.

Los principales puntos de conflicto con el modelo anterior fueron el centralismo político y administrativo, la abolición de numerosas libertades individuales, la organización centralizada de la banca y de toda la actividad económica y financiera, el control religioso de la educación y de la vida civil y la creación de un poderoso y exclusivo ejército nacional.

Pero, de todos ellos, tal vez el "problema religioso" fue el más candente. La iglesia católica ocupaba un importante lugar en la política interna de la corona española y jugó papel en la conquista. Durante todo el período colonial la alta jerarquía eclesiástica tomo partido a favor del dominio colonial español. Pero durante el siglo XVIII muchos sacerdotes de la base, criollos la mayoría de ellos, adhirieron a la causa de la independencia. Su número y su influencia era enorme. En 1825 había en la Gran Colombia 1694 sacerdotes seculares, 1377 frailes y 789 monjas. Es decir, un religioso por cada 700 habitantes, una proporción superior a la que existe hoy en América Latina(16).

Además de su influencia ideológica la iglesia tenía un enorme poder econ ómico representado en un gran nú- mero de propiedades urbanas y rurales. Y los sacerdotes recibían rentas y emolumentos estatales. El estado republicano conservó intactos los privilegios de la iglesia católica heredados del régimen colonial e incluso mantuvo instituciones como el patronato. Los clérigos intervinieron activamente en la vida política de los primeros cuarenta años de independencia. Los primeros intentos por una situaci ón distinta comenzaron decididamente con el gobierno de José Hilario López(15).

Más que ateos, los liberales (colombianos y de todo el continente) fueron anticlericales(17). Pretendían una religión privada, de tinte protestante, un estado laico y una educaci ón libre de la influencia religiosa. El desarrollo de los acontecimientos y la militancia de los sacerdotes en el partido conservador hicieron del "problema religioso" la más definida diferencia entre los dos partidos y constituyeron el motivo aparente de muchas de nuestras guerras civiles(15).

LOS ESTUDIOS MÉDICOS

Los hermanos Jiménez estudiaron en la Universidad Nacional en este clima de rivalidades políticas y guerras civiles. Su región y su familia eran decididamente conservadoras. En esa época, incluso entre los hombres más destacados, la adopción de una doctrina política era mucho más el resultado de la influencia familiar (a veces de las rencillas familiares) y de intereses económicos que de una reflexión ideológica. Y esa adhesión política implicaba una militancia activa. Desconocemos la participaci ón que tuvieron en el agitado clima estudiantil de entonces. El hermano mayor, Manuel, fue siempre el más decidido y beligerante. Más que abogado llegó a ser militar de carrera. Pero pocas cosas parecen mostrar la vocación de político de Miguel Jimé- nez.

La carrera duraba cuatro años. En el plan de estudios destacaban la anatomía, la semiología, la medicina interna y la cirugía general. No existía una clase de psicopatología ni eran habituales las prácticas en los manicomios. El conjunto de conocimientos más cercano a la psiquiatría era la cátedra de medicina forense, que se estudiaba en el último año. El doctor Jiménez mostró temprano inter és por las enfermedades mentales. Siendo estudiante de último año fue practicante ad honorem en el asilo de San Diego y se graduó en 1899 con la tesis "Estudio médico psicológico de la interdicción judicial por causa de locura "(18).

El asilo estaba localizado en el lugar que hoy ocupa el Hotel Tequendama y había sido construido sobre el antiguo Convento de la Recoleta de los Franciscanos. Pese a que la construcción era relativamente reciente (1883), era un lugar inadecuado para incrementar las vocaciones. Allí se encontraban recluidos los enfermos mentales de ambos sexos, confundidos con indigentes, ancianos abandonados y otros pacientes. Una viñeta puede probarlo: "Todo aquel que durante este largo lapso tuvo que ver en alguna forma con este asilo, ya fuera como empleado, como particular o como asilado, está conforme en que las condiciones en que allí se vivía eran tales, que clamaban al cielo por un cambio que estuviera más de acuerdo con las leyes morales, los sentimientos caritativos de la sociedad y los dictados de la ciencia. La estrechez del local, su defectuosa edificación, hacían inevitable el hacinamiento de los asilados e imposible la debida separación de los sexos, de manera que el tratamiento que por fuerza recibían allí estos infelices, hacía que más pareciera aquello una casa colonial de corrección o de castigo para empedernidos criminales, que un asilo destinado por la beneficencia y la caridad para recoger con suavidad y cuidar con esmero enfermos inocentes y seres miserables agobiados por la suerte inclemente y la desgracia en todas sus manifestaciones "(19).

Desconocemos la impresión que le causaron los pacientes y los tratamientos de entonces. En todo caso, el tema elegido como tesis prueba que no perdió la vocación. Con seguridad, estaba intensamente influido por la personalidad de su profesor de ciencias forenses, Carlos Putnam, quien acaba de publicar el primer volumen de su "Tratado práctico de Medicina Legal" y había estudiado en París con Charcot. La medicina vivía entonces una época de florecimiento de inquietudes sobre la psicopatología de la conducta punible. Los trabajos de grado con temas propiamente psiqui átricos tendrían que esperar hasta el nuevo siglo(20).

EL SOLDADO

La Guerra de los Mil Días pareció cambiar el rumbo de sus predilecciones profesionales. Los combates se iniciaron en octubre de ese año (1899). Los tres hermanos participaron en la batalla de Palonegro, como miembros del Ejército del Norte que dirigía el general Próspero Pinzón. Manuel (30 años) como coronel, al mando del Batallón Carlos Holguín; Celso (26 años), como coronel médico del Cuartel General de la Tercera División y Miguel (24 años), como coronel mé- dico del Cuartel General de la Quinta División(21).

¿Fue esta una decisión animada por el entusiasmo político? ¿O una decisi ón esencialmente profesional, orientada por el interés que una oportunidad semejante ofrecía a un médico joven con aspiraciones de cirujano? ¿O fue, nuevamente, una decisión orientada por la fraternidad familiar?

Es fácil suponer que influyeron por lo menos tres razones: la presencia del hermano mayor como comandante de una de las divisiones del mismo cuerpo; sus propias ideas patrióticas y la influencia, seguramente importante, de su profesor Carlos Putnam, quien era "Jefe de Ambulancia", el cargo médico más elevado, en el ejército del gobierno. ¿Cuál de ellas fue más poderosa? Es difícil decirlo. A falta de documentos podemos hacer algunas suposiciones apoyadas en los elementos de personalidad que ya conocemos. No había sido, hasta ahora, un activo participante en la política, bastante agitada por cierto, que se vivía en la Universidad Nacional. Pese a ser un hombre leal a sus convicciones y profundamente aferrado a las ideas conservadoras de su tierra y de su familia, no podemos imaginarlo arrastrado, como su hermano mayor, por la pasión y dispuesto a matar a los enemigos de la legitimidad.

Quizás era una oportunidad tentadora para un médico con ambiciones de cirujano. Difícilmente puede uno imaginar un más severo y dramático post-grado en ortopedia y trauma que una guerra en la cual, inevitablemente, la mayor parte de los combates se libraron cuerpo a cuerpo. Los rifles Gras que utilizaban los soldados regulares apenas disparaban un único tiro y luego debían ser usados como bayoneta o como cachiporra. Del ejército liberal basta saber que, perdida como estuvo tempranamente, -desde el combate naval de Los Obispos, en Gamarra-, la oportunidad de utilizar el río Magdalena para apertrechar a los ejércitos del interior, la orden fue la utilización del sable y del machete como armas fundamentales. Pero el doctor Jiménez terminó su carrera dando muestras claras de acercamiento gustoso al pensamiento psicológico y no a la práctica quir úrgica.

Es tentador suponerlo arrastrado por la autoridad de su hermano mayor, la admiración hacia su profesor y la amistad con su otro hermano. La idea armoniza bien con la condición de hijo menor y refuerza la impresión que tenemos de que, en esta primera mitad de su vida, Miguel es aún el menor y el más obediente del grupo de varones de su familia.

El Ejército del Norte, comandado por el general Próspero Pinzón, avanzó a enfrentar las fuerzas que Benjamín Herrera, Rafael Uribe y Justo Durán habían logrado reunir en Cundinamarca, Boyacá y Ocaña y que se dirig ían hacia Santander, el mayor fortín del pensamiento liberal radical. Santander era, además, su única salida táctica ante la pérdida de la Costa Atlántica, el lugar estratégico para recibir los pertrechos que desde Venezuela podía mandarles su amigo el dictador Cipriano Castro, a quien el liberalismo había ayudado a su vez.

En la retaguardia, siguiendo la ruta del general Pinzón, iban las ambulancias recogiendo los heridos que dejaban las escaramuzas. Finalmente, descendieron a Santander por la antigua ruta de Piedecuesta. Allí ocurri ó el primer combate. Era el 28 de octubre. Hasta entonces el trabajo médico debe haber sido rutinario y escaso.

Los ejércitos liberales eran, esencialmente, sumatorias improvisadas de grupos guerrilleros. Su imprudencia y su desorganización fueron tan inauditas como su arrojo. Rápidamente resultaron vencidos por un ejército profesional no menos valeroso. Los dos bandos corrieron entonces hacia Bucaramanga y allí se produjo el segundo combate, que nuevamente perdieron las fuerzas insurrectas. Era el 12 de noviembre. La ciudad quedó en manos del gobierno(22).

Las fuerzas liberales retrocedieron hacia Cúcuta cruzando la provincia de García Rovira. Mi abuela, siendo niña, tuvo el breve honor de servir como estafeta durante la retirada(23). El 16 de diciembre avanzaron de nuevo y fueron detenidos en el puente de La Laja, sobre el río Peralonso. Los soldados los doblaban en número y las municiones se agotaron apenas empezado el combate. Benjamín Herrera resultó gravemente herido y Uribe Uribe, desesperado, con 11 voluntarios, emprendió una acción suicida que le permitió tomar el puente y poner en fuga al ejército oficial. Las fuerzas se reunieron en Cúcuta a esperar las armas que debía traer de Venezuela Foción Soto. La espera fue larga y el regalo resultó pobrísimo: 2.024 fusiles para un ejército que deb ía rondar los 10.000 hombres(21).

En enero y febrero ocurrieron los combates de Gramalote y de Terán, favorables a los insurrectos. En abril, las fuerzas liberales cruzaron nuevamente a Santander. El ejército conservador los esperó en Palonegro, en las vecindades de Bucaramanga. Fue la más larga y cruenta de las batallas. El número de soldados que participaron varía según los autores. Quiz ás 7.000 hombres del ejército liberal contra 18.875 soldados del ejército oficial(22); tal vez 11.443 conservadores contra 14.000 liberales(21). Las atrocidades diarias apenas pueden ser imaginadas. Un testigo de entonces sostenía que los combates empezaban antes del amanecer y que las condiciones de iluminación hacían imposible distinguir al enemigo, por lo cual el ejército de macheteros recibió la orden de quitarse las camisas, y determinar al tacto si el vecino era un camarada o un enemigo antes de decapitarlo( 24).

Durante trece días, entre el 11 y el 26 de mayo, los hombres combaten y mueren en una carnicería difícilmente igualada. Los errores elementales de táctica de los generales, la desinformación y casualidades trágicas fueron innumerables. Y tampoco fueron extrañas las epidemias. "...A los aguaceros de los días anteriores, sucedió el 16 un sol canicular; los aires del sur, del occidente y del norte, llegaron a la hoyada cargados de vapores mefíticos, producto de los cadáveres insepultos, en descomposición, que por estos lados rodeaban el campamento; no menos suced ía con los aires de oriente, que levantaban en el Boquerón bocanadas de horror de entre la inmundicie, de los restos de los ganados, cueros, cabezas, menudos; de las bestias muertas y de los cadáveres descubiertos por las aguas".

"De este modo, a la espantosa necesidad se agregaba el envenenamiento miasmá- tico; y lo que es peor todavía: mientras unos trataban de sepultar a los muertos o de cubrir los despojos y los otros combat ían y dejaban o bajaban a sus heridos ...los vivos se robaban las brigadas: lo mismo las que la necesidad guardaba en el estrecho campamento, que aquellas que se habían bajado a las dehesas de Girón y Florida o de Bucaramanga"(21).

Los actos de valor y temeridad abundaron en los dos bandos. Pero la batalla se definió sobre todo por la mayor ía del ejército, su mejor organizaci ón y armamento. El general Henrique Arboleda afirma que murieron unos 1.500 liberales y unos 1.000 conservadores. La cifra coincide con el número de cráneos que se apilaron para formar el macabro monumento de homenaje a los caídos.

El doctor Jiménez permaneció en los hospitales de campaña. Hasta donde sabemos no se vio en la obligación de participar en el cuerpo a cuerpo. Su experiencia quirúrgica seguramente fue extensa pues "los hospitales que se fundaron en esta población, en número de seis, los de Girón y la Florida, el de Piedecuesta y el de Rionegro, han dado abrigo, alimentación y cuidados a 1.017 heridos y a más de 1.200 enfermos de distinta especie. Casi todos los heridos han sido motivo de alguna operación, ya sea para la extracción de un proyectil, de un fragmento de hueso, la ligadura de una arteria, la sutura de colgajos, la reducci ón de una fractura..."(25)

¿Cuál fue la vivencia del hombre? ¿Prestó mayor atención al dolor físico y al politraumatismo o a la angustia, la crueldad y el miedo? ¿Fortaleci ó la guerra su decisión de dedicarse a la psicopatología y sus tratamientos? No lo sabemos. Sus descendientes aseguran que rara vez hablaba del asunto y que, activamente preguntado, guardaba respetuoso silencio. En su extensa producción posterior no se refiere jamás al tema.

La guerra se prolongó hasta 1902, cuando se firmó la derrota liberal con los tratados de Neerlandia y de Wisconsin. La economía nacional, apenas naciente, quedó completamente desvertebrada y el país más empobrecido que nunca(26). El doctor Jiménez regresó a su tierra mucho antes del final. Y hasta 1908 trabajó como mé- dico general, junto a su hermano Celso, en Paipa. Fueron 8 años serenos, dedicado al ejercicio profesional, viviendo con su familia y en un medio casi rural. Nunca perdió el gusto por ese ambiente apacible y por su gastronom ía típica.

Los dos hermanos habían concebido la idea de ir a estudiar a Europa. Ya se mencionó que París era entonces la Meca científica. Los intelectuales, especialmente los hijos de las familias adineradas, viajaban allí para hacerse profesionales y, a su regreso, solían mantener los nexos por medio de una profusa corresponsalía con sus profesores europeos y la conservaci ón de sus membrecías a las sociedades científicas. Los dos Jiménez acumularon recursos para el viaje durante todo este período. Finalmente, en 1908, se embarcaron, primero el uno y luego el otro, hacia la Europa fantaseada.

El mayor realizó estudios de especializaci ón en medicina de los órganos de los sentidos, las actuales ORL y oftalmología. El menor convalidó su título en la Facultad de Medicina de la Universidad de París en 1908, asisti ó al Hospital Necker y reanudó su vocación de psiquiatra asistiendo a la Salpetriére bajo la dirección de los profesores Raymond y Lhermite en 1909. Pasó luego por el hospital Broca, donde hizo prácticas de neurolog ía con los profesores Pozzi y Jayle. Y rotó, finalmente, por la Clínica Baudelocke con los profesores Pinard y Couvelaire en 1910(27).

París no era únicamente un faro acad émico. Su época dorada estaba terminando, pero aun flotaba en el aire el aroma de las "Flores del mal". Baudelaire, Verlaine, Corbiere, Rimbaud, Mallarmé y los otros poetas malditos habían contagiado a la ciudad y a Europa entera con su actitud decadente. Su rebelión estética dio origen a la modernidad en el terreno del arte. Atrás quedaba el mundo de los rom ánticos, su poesía sentimental, su devoción por el amor y su atracción por la belleza. Al orden pusieron, en cambio, el desprecio por la sociedad y sus valores, el refugio en la marginalidad, la repulsión por lo puramente sentimental, el rechazo por la esté- tica de lo bonito, la actitud prostibularia, el encuentro con las perversiones y la búsqueda los paraísos artificiales de las drogas.

Muchos latinos (poetas y otros intelectuales) habían adoptado, al menos en la retórica, la actitud de los decadentes. El doctor Jiménez no. Sabemos que, pese a su juventud, era un hombre severo y un estudiante muy aplicado. Quizás jamás resbaló hacia las tentaciones que seguramente se le ofrecían y al ambiente de disipación que rodeaba la colonia latina. No digo que se comportara como un monje. Pero sin duda su actitud fue distinta de la que se estilaba entonces: no frecuentaba los burdeles, no se embriagaba, no asistía a bacanales y no exhib ía conquistas fáciles. Su vida afectiva en esta época fue demasiado conservadora o demasiado discreta. Por lo demás, en París no solo estudió medicina. Aprendió a degustar los buenos vinos y a disfrutar de la cocina europea, inició su afición por la ópera y su admiración por la música de Camille Saint-Saens y perfeccionó la cultura que le caracterizaría.

Pero jamás pudo aceptar el modernismo. Aunque bastante posteriores, las siguientes frases revelan las líneas generales de su estética: "Y las artes.. ¡cuántas tendencias anormales, cuántas aberraciones malsanas hemos visto surgir en la literatura y en las artes de la forma y del color y de la línea, en la mú- sica y en el baile, en la arquitectura y en la decoración! Todos esos movimientos que se han llamado el cubismo, el futurismo o el impresionismo y tantas otras tituladas "escuelas" de los últimos tiempos no han hecho o no han pretendido sino desvincular el arte de sus dos eternas fuentes de inspiración y de enseñanza que fueron exaltadas por el renacimiento: la Antigüedad Clásica y la comunión con la naturaleza. ¿Y qué decir de la música y de la danza? Allí donde antes se escuchaba el ritmo señorial del vals y del minueto, impera hoy la selva africana con sus ritos bárbaros, con sus espasmos primordiales, único excitante para nuestras generaciones agotadas".

"En la novela y en el teatro ya no es suficiente el ‘común y corriente’ adulterio, que nada dice a la mente extenuada del gran público. Son necesarios temas nuevos y fuertes para interesar su atención: los amores incestuosos, las perversiones sexuales, los aspectos monstruosos y enfermizos de la pobre naturaleza humana, alentados por el psicoanálisis, han empezado a salir ya mostrarse en su lastimosa desnudez a través de la novela y de la "alta comedia", esas dos cátedras del espíritu, esas dos inspiradoras de las generaciones nuevas"(28).

En 1911, se desplazó a Inglaterra, donde permaneció un año. Más que ejercer la medicina, se desempeñó como un eficaz cónsul colombiano en Southampton(27) y viajó por el país. Este fue su primer paso en la carrera diplomática. Pero, en 1912, la interrumpi ó con la decisión súbita de regresar. Desconocemos sus razones. No había adquirido lazos afectivos decisivos en Europa y no los tenía en Colombia. Tal vez sentía nostalgia de su tierra. Seguramente percibía la conveniencia de reintegrarse a la familia y deseaba establecerse como médico. Quizás hubo otras razones.

Con el retorno inauguró una nueva época de su vida. El hombre que regres ó era bien diferente. El tiempo y los acontecimientos habían madurado la personalidad. El joven tímido y distante, el hijo menor que se apoya en la opinión de sus hermanos, el hombre de estirpe campesina, silencioso y humilde, había desaparecido. Ahora lo percibimos como un intelectual enérgico, seguro de sus decisiones, severo en sus juicios, poseedor tranquilo de una amplísima cultura, orgulloso de su formación profesional, brillante en sus intervenciones. Ahora era un hombre citadino en su actitud(29), universal en sus conocimientos. Y estaba dispuesto a influir en la vida de su país. Se instaló en Bogotá, a donde trajo a vivir a su madre, se convirtió en el jefe natural de su familia, se hizo dirigente polí- tico, adqurió prestigio como médico, fundó una cátedra en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional, llegó a ser funcionario del más alto nivel y escribió profusamente sobre temas disímiles. Algo tarde para su época, se casó y construyó una familia. Ya no regresó a Paipa más que de visita o en plan de negocios. Y solo volvió a vivir en Europa una vez, como embajador ante Alemania entre 1925 y 1927.

EL PSIQUIATRA.

El 11 de agosto de 1916 pronunció uno de sus más famosos discursos. Se trataba de la lección inaugural de la cátedra de patología mental. El segundo Congreso Médico Nacional había hecho en 1913 la recomendaci ón de crearla, pero ya transcurrían tres años sin que el ejecutivo (que en esa época tomaba tales decisiones) procediera a elegir el profesor. Fue seleccionado de una terna que incluía a su profesor Carlos Putnam (quien murió antes de la decisión) y a sus colegas Martín Camacho y Demetrio García(20).

El discurso inaugural se llamó "La locura en Colombia y sus causas". En él, el doctor Jiménez expresó una percepci ón lúcida del estado de la psiquiatr ía en el comienzo de siglo. Destaquemos primero que la concebía en el más amplio sentido: "Al hablar de patología mental no vayamos a creer que el aprendizaje que hoy emprendemos comprenda solamente aquellas perturbaciones profundas del espíritu que el público conoce con el nombre general de locura. Y que de ordinario son tratadas en los asilos de enajenados. El dominio de la patolog ía mental se extiende mucho más: en él quedan comprendidas todas las desviaciones de la operación psíquica, ya sean transitorias, como el delirio febril, ya perturben apenas una faz del proceso mental, como la alucinación, la obsesión, las afecciones de la personalidad y de la conciencia, la impulsión y las perversiones morales, estados que con frecuencia existen aisladamente, sin alcanzar a constituir el cuadro de la enajenación mental. El alienista no es, pues, el clínico que se ocupa de los locos únicamente, sino el que estudia estas diferentes modalidades de las altas funciones"(30).

Observemos que ya entonces entiende que el interés de la psiquiatría se extiende hacia el terreno que hoy conocemos como de enlace: "Es preciso insistir sobre este punto: la reacción del sistema nervioso es un factor esencial para el médico, porque ella está en el fondo de todo proceso patológico y de toda acción terapéutica. Aquí podemos repetir con los moralistas que no importa solamente lo que se da sino también la manera de darlo, esto es, que con el remedio que propinemos debe ir siempre asociada una influencia moral sobre nuestros enfermos, una comunicación simpática, que despierte en ellos todos los resortes emocionales y afectivos útiles a su curación. En otros términos: en todo tratamiento debe haber una dosis variable de psicoterapia"(30).

Que percibe las dificultades que enfrenta la psicopatología: "Las enfermedades mentales, no obstante haber sido observadas desde los albores de la historia, son hoy las menos conocidas en su esencia. En ese campo, al menos, la ciencia no ha adelantado con el mismo ritmo acelerado que en otros campos del conocimiento. Esta sección de la patología atraviesa en la actualidad una etapa en que apenas se allegan hechos, con el ánimo de edificar más tarde una doctrina. No es pues de extrañar que en Psiquiatr ía se carezca aun de una clasificación definitiva que pueda servir de hilo conductor en este complicado estudio...En patología mental la labor de la hora presente es una modesta labor de análisis y de anotación y comparación de hechos. Aquí no se ha llegado aun a esas vastas generalizaciones que se han cumplido ya o que principian a cumplirse en otros ramos de la medicina y que han sido la obra de Pasteur en las enfermedades microbianas, de Virchow en la patología de la cé- lula, de Bouchard en las enfermedades de la nutrición. Pero no por modesta nuestra labor actual será menos fecunda, pues que representa la faz precursora del grandioso resultado de síntesis que habrá de consumar algún genio futuro"(30).

Y que avisora las dificultades que sus estudiantes afrontarán al estudiarla: "...Es habitual que el médico ordinario y el estudiante de medicina que aspira a ser ‘un práctico común y corriente’, miren con cierto desvío esta parte tan esencial de los estudios médicos. No es difícil adivinar las causas de tal indiferencia. Ellas residen en parte en nuestro modo de preparaci ón profesional, y en parte en la índole especial del estudio de la psiquiatría. Nuestra educación científica tiende a hacer de nosotros, desde el principio hasta el fin de los estudios, hombres de verdades objetivas, de comprobaciones concretas, de detalles netos y tangibles. Así, a la par que la facultad de análisis se exalta y que los órganos de los sentidos se aguzan hasta la perfección, el poder para manejar las nociones abstractas y para discernir fenómenos subjetivos e imprecisos, como son los que estudia la psicopatolog ía, se va embotando poco a poco. Y esto es en verdad una gran lástima, pues conviene que el médico –y aun el cirujano- sean hombres capaces de altas generalizaciones, si es que aspiran al dictado de verdaderos hombres de ciencia"(30).

La segunda parte de su disertación nos parece hoy mucho menos brillante. Corresponde punto a punto a la Teoría de la degeneración.

Durante la primera mitad del siglo XIX la psiquiatría fue esencialmente descriptiva y poco propicia a la clasificaci ón. Gigantes del tamaño de Griesinger y de Esquirol, estaban convencidos de que toda enfermedad mental tenía sustrato cerebral. Sabemos que estaban animados por el descubrimiento reciente de la causa de la Parálisis General Progresiva. Pero en la segunda mitad del siglo XIX, la teoría estaba ya en franca decadencia, porque todos los esfuerzos -con los recursos de pesquisa disponibles entonces- rastreando el SNC, fueron inútiles. Entonces surgió Benedict Agustin Morel, un hombre profundamente religioso y muy influyente en la psiquiatría francesa. En 1857, publicó su "Tratado de la degeneraci ón física, intelectual y moral de la especie humana". En él, no solo sostuvo la idea de la etiología orgánica cerebral; añadió su certeza de que se trataba de una degeneración resultante de la conducta inmoral. Sus dos postulados más conocidos fueron la "Ley de la doble fecundación", que afirma que en la enfermedad mental se mezcla la herencia de factores físicos y de transgresiones morales y la "Ley de la progresividad" que sugiere que cuando aparece un trastorno nervioso en una familia, la estirpe camina hacia la decadencia: los primeros descendientes padecerán neurosis; los segundos, psicosis; los terceros debilidad mental y con ellos el linaje se agota(31).

Jean Marie Charcot representa el momento en que la psiquiatría francesa abandona la hipótesis orgánicocerebral y emprende, de la mano de los hipnotizadores, la búsqueda de los factores propiamente psicológicos( 32). En adelante, el paradigma de enfermedad mental fue la histeria y no las psicosis. De ese tronco se desprendi ó el psicoanálisis. Charcot murió en 1893 y, seguramente, el doctor Jiménez resultó influido por el pensamiento de sus antecesores. Sus extensos escritos muestran que adher ía a una psiquiatría apenas descriptiva y sin clasificaciones y evidencian su convicción acerca del origen cerebral de las enfermedades mentales y su certeza de que se trata de condiciones hereditarias influidas por la conducta ética.

En esta segunda parte de su disertaci ón inaugural, revisa las estadísticas de ingresos al manicomio de varones dirigido por el doctor Maximiliano Rueda y al Asilo de Locas dirigido por el doctor Antonino Gómez Calvo. En ambos señala el aumento anual de internados desde 1900 hasta 1912. Analiza también las cifras crecientes de exámenes de estado mental solicitados anualmente al doctor Ricardo Fajardo Vega, de la Oficina Médico Legal de Bogotá. Y concluye que la locura está aumentando de forma alarmante. Su formación teórica le ofrecía una explicación rápida del fen ómeno y el doctor la acogió con la convicción y con la fuerza que lo caracterizaron: "Y, antes que todo, como que en patología mental ella es ‘la causa de las causas’, hablemos de la herencia. Por parte de las razas aborígenes de la América, hay todo el fundamento deseable para pensar que ellas eran ya, antes de la época colombina, razas deficientes, bien por una incompleta evolución o por haber llegado a un período de completa decadencia. Razones de orden antropoló- gico y de orden histórico respaldan esta hipótesis. Las excavaciones y los hallazgos hechos en toda la extensión de la regi ón superandina... han sacado a luz vestigios monumentales y funerarios de civilizaciones extinguidas mucho antes de la época chibcha e incaica, que revelan un grado de cultura harto más avanzado que el que en estos países hallaron los conquistadores españoles."

"Los más autorizados historiógrafos y americanistas opinan que el vicio de la embriaguez por la chicha y por otras bebidas fermentadas era tan general y tan profundo en las tribus de esta zona, que la mayor parte de sus hombres –dirigentes y esclavos- eran verdaderos intoxicados, que no podían producir sino una descendencia degenerada. No es pues de extra ñar que, debilitada y aminorada en sus energías, la población indígena hubiese sido tan fácilmente sometida por sus conquistadores, y que de allí en adelante continuase siendo, como hasta hoy, un reba- ño manso, envilecido y apocado, pues la oscura idea de la personalidad y de la libertad que pudo tener en sus mejores tiempos, desapareció atávicamente de su cerebro en regresión" (30)

Los conquistadores no le merecían mejor opinión. Y menos la mezcla racial: "De este conflicto de sangres tan diversas y distantes han surgido profusamente, como de toda aproximación violenta, tipos extremos y aberrantes, así en lo morfológico como en lo psíquico. El mestizo americano, base étnica de nuestra población, no representa, pues, una fusión de las razas originarias, en que estas se compensen y atemperen en sus rasgos extremos; es una simple yuxtaposici ón de tales rasgos... De aquí que en nuestros países tanto la vida colectiva como la vida individual se marquen ya por una pasividad resignada e impotente –herencia aborigen- ya por la impetuosidad irreflexiva y carente de control personal –herencia latina. Persiste, en consecuencia, a través del cruce secular de nuestros progenitores, la viciación primordial de su psiquismo, la que reforzada por causas accidentales, surge con frecuencia en todas las esferas de nuestra población, ya bajo la forma de locuras del gran grupo de las llamadas locuras constitucionales, ya bajo la forma de degeneraciones inferiores, ya con el carácter de neurosis, bien como enfermedades de la emotividad o de la voluntad" (30).

Es un extraño rumbo para un discurso inaugural. Cambiar la raza es una tarea que, de ser posible, excede la labor médica. Desde luego, afirma que nuestra supuesta "degeneración" tiene factores contribuyentes: el alcoholismo (chichismo), la influencia de las aguas, el "consumo constante de carnes averiadas y putrefactas", el clima y la sífilis. Y sobre todo: "Nuestra educaci ón es incompleta y viciosa. Es una simple disciplina intelectual; no se atiende en ella al desarrollo de la voluntad, que despierte las energías del individuo, ni a la formación física que arme al organismo contra las causas de las enfermedades. El resultado de estos métodos educativos que olvidan la voluntad y el cuerpo se resume en esto sólo: fatiga intelectual y moral. Después de algunos años de vida en nuestros colegios, con su régimen claustral y con las repetidas fatigas y preocupaciones del examen, es incalculable el número de neurasténicos y de histéricas que salen al mundo, candidatos indicados para todas las psicopatías de origen neurósico, o al menos para transmitir a su descendencia –si es que llegan a tenerla- un sistema nervioso frágil y deca ído"(30).

Al contrario de la psiquiatría profesada por el doctor Jiménez, la del siglo XX se caracterizó por el predominio de las explicaciones psicológicas y, sobre todo, intrapsíquicas. En particular, por la presencia de la corriente psicoanalítica, que ya era famosa en Europa desde 1899 con la polémica publicación de "La interpretación de los sueños".

Desde luego, el doctor Jiménez nunca ignoró la existencia del inconsciente. Lo prueba su texto "Lo inconsciente en la educación", donde explica el término de forma que no disgustaría al modelo topográfico freudiano. Pero, para explicarlo, ni siquiera reconoc ía la existencia de la teoría psicodin ámica: "En cuanto a la naturaleza íntima de los fenómenos inconscientes, la psicología se halla aun en la etapa de las hipótesis. Unos, con Ribot, dan una explicación puramente biológica de estos fenómenos y consideran inconsciencia y consciencia como dos grados de adaptaci ón del individuo a su medio; otros, como Grasset, y con él la escuela de Montpellier, admiten centros cerebrales distintos para las dos categorías de actividad, centros que podrían, según los casos, funcionar conjunta o separadamente; otros, finalmente, recogiendo y desarrollando una idea que ya había sido vagamente esbozada por Leibnitz, adoptan la teoría de la subconsciencia o consciencia subliminal, según la cual, a m{as del ‘yo consciente ’ existirían muchos ‘yo potenciales’, creados por condiciones de existencia anteriores y que se hallan prontos a entrar de nuevo en escena cuando esas viejas condiciones desaparecidas se llegan a reproducir "(33).

Seguramente lo que le repugnaba era la connotación sexual de los instintos que –según Freud- lo pueblan. Ese rechazo se mantendrá a lo largo de toda su vida. En 1934 se refería al psicoan álisis en los siguientes términos:

"Aquella escuela vienesa que pretende asignar a toda actividad humana –normal o patológica- un estímulo puramente sexual y que considera todo sentimiento como una ‘libido’ comprimida, ha destilado su veneno sutil y sensual en las almas de autores y de lectores desprevenidos. Por fortuna una crítica sabia y elevada ha ido revaluando esas desoladoras doctrinas y habrá de dejar de ellas tan sólo la escasa parte de observación que puedan contener"(28).

El doctor Jiménez cerró su discurso inaugural de aquel 11 de agosto comprometi éndose a asumir su tarea mé- dica y docente con espíritu científico y con decisión de humanista. Pero el curso de patología mental apenas se sostuvo un semestre. A él asistieron ocho estudiantes que presentaron examen en Noviembre 25. No hubo inscritos en el semestre siguiente. ¿Por qué? Se han barajado diversas hipótesis: la condición opcional de la cátedra y el mayor interés práctico de otros cursos, los problemas personales con el director del hospital donde ella se dictaba y la oposición del Arzobispo de Bogotá(20). Es posible que hayan intervenido factores coyunturales. Al márgen de ellos lo más probable es que esta psiquiatría centrada en la descripción, carente de una clasificación completa de los elementos de su campo, abstracta y especulativa e incapaz de encontrar causas abordables con las herramientas mé- dicas (la degeneración de la raza y la modificación de la educación básica no lo son) debió ejercer muy poco atractivo sobre los jóvenes médicos.

El doctor Jiménez debió entenderlo así porque se retiró de la cátedra, la cual ya no volverá a abrirse hasta diez años después. En los años posteriores continuó trabajando como médico en su consulta particular. Su rutina diaria incluía clases en la Facultad de Medicina, donde llegó a ser declarado Profesor Honorario en 1940. Pero el tema de su trabajo ya no son las enfermedades mentales sino la medicina interna.

Visitaba a sus pacientes en sus propias casas siguiendo una rutina sencilla y asistía diariamente, en las tardes, a su consultorio particular. Su clientela estaba formada por personas de clase social media y alta, especialmente mujeres que presentaban enfermedades ginecológicas o bien trastornos ansiosos y depresivos menores. A ellos les ofrecía esa personal mezcla de conocimiento médico, consejo paternal y psicoterapia de apoyo que lo hizo famoso. Pero no atend ía enfermos psicóticos. Sólo aceptó un empleo psiquiátrico (director del Manicomio de Varones de Sibaté) en 1943, hacia el final de su vida, y renunci ó a él en 1947 por razones desconocidas( 27).

Su producción literaria como psiquiatra se reduce a sus brillantes peritazgos médico legales. Dos de ellos son famosos: el informe rendido a propó- sito del Conde de Cuchicute(34) en 1932 y el dictamen pericial en el proceso Zawadzky(35), en 1935. Un tercero es atractivo por las connotaciones históricas: su intervención en la Academia de medicina en el debate sobre "la personalidad del libertador" (36). Los tres son extensos y muy interesantes. En su prosa respetuosa y algo lenta se evidencia la combinaci ón del médico minucioso, el psiquiatra decimonónico y el hombre inteligente y culto.

Siguiendo su marco teórico los comenzaba siempre haciendo extensas revisiones de la psicopatología familiar, presunciones sobre la herencia degenerativa y resumen de las actuaciones previas y presentes de los implicados. Y luego intentaba, a la luz de la psicología de entonces, una psicolog ía apoyada esencialmente en la teoría de los temperamentos, es decir, de las bases biológicas de la personalidad, explicar la comisión de los actos motivo del juicio. "Puesto que en mi calidad de médico psiquiatra he sido requerido para emitir un concepto sobre la constitución psíquica del inculpado, es mi deber el proceder con sujeción a las reglas del ramo que profeso. Y en estas materias, arduas y complejas cual ninguna, es un precepto inicial e imprescindible, para conocer las modalidades psicol ógicas de una persona, el estudiar ante todo las herencias normales o patológicas que en ella concurran, discriminar la acci ón de la sangre sana o desviada que haya recibido de sus progenitores y ver la manera como en el individuo en cuestión puedan manifestarse esas influencias atávicas, a las cuales no se puede escapar. " (35)

EL ASUNTO DE LAS "RAZAS"

El Tercer Congreso Médico Colombiano se reunió en Cartagena en enero de 1918. Allí, presentó su más pol émica ponencia: "Nuestras razas decaen. Algunos signos de degeneración colectiva en Colombia y en los países similares. El deber actual de la ciencia". En el intervalo de dos años, el doctor Jim énez había madurado la idea y ahora, con firmeza y seguridad, puntualizaba sus afirmaciones sobre la degeneraci ón colectiva. Para probarlas no sólo acudió a las ya mencionadas estadísticas de enfermedad mental y suicidio. Resumió, en un abigarrado paquete de "pruebas", los supuestos signos de degeneración física que - afirma- abundan en nuestra poblaci ón: conformación defectuosa del cráneo, acromegalia, esteatopigia, trastornos de la agudeza visual, labio leporino, defectos en la conformación de la cavidad oral, fimosis, criptorquidea, hipospadia, estrechez vaginal, micromastia y muchos otros. Añadió "numerosos hechos de carácter funcional que ponen en evidencia la inferioridad biológica de nuestra raza con respecto al promedio de la especie humana " (37): nupcialidad, natalidad y longevidad reducidas, alta mortalidad, excreción disminuida de úrea, disminuci ón de glóbulos rojos y de la temperatura axilar, elevación del promedio de la T.A., etc. Los puso junto a diferentes enfermedades que –diceevidencian nuestra menor fortaleza: cáncer, bocio, tuberculosis, lepra. Los adicionó a nuestro "verbalismo, nuestra escasa contribución a la ciencia mundial y nuestras sugestibilidad, emotividad, impaciencia e impulsividad colectivas " (37). Los condimentó con opiniones de educadores de entonces sobre "la falta de entusiasmo por el estudio en las generaciones recientes y su menor aptitud para aprovecharlo" (37). Y lo present ó todo como pruebas de una definida degradación de la raza.

Al revisar hoy ese contundente conjunto de argumentos no puede uno menos que observar cuatro elementos que fueron característicos de la medicina decimonónica en la que se formó el doctor Jiménez. Primero, una tendencia muy notoria a generalizar las observaciones clínicas personales y las estadísticas disponibles en el país, que él sabía deficientes. Segundo, una exagerada confianza en la opinión propia y en la de otros profesionales, que impedía distinguir entre juicios y prejuicios. Hoy sabemos que la aprobación por expertos es la más pobre de las pruebas que puedan aportarse a favor de un argumento.

Tercero, una negación casi total de la influencia de los factores propiamente psicológicos y culturales. Mejor aun, una inadecuada separación, casi una solución de continuidad, entre los tres esferas, que facilitaba hacer saltos epistemológicos que hoy sabemos indebidos. En este caso específico, esa psiquiatría del XIX, considera todo producto psicológico o social como el resultado grosero e inmediato de factores biológicos elementales y no se detiene a considerar otros argumentos que, sin embargo, ya estaban a la vista en los pensadores europeos del final de siglo. El siglo XX verá a otros psiquiatras hacer saltos en la dirección opuesta, cuando se impusieron las grandes teorías psicologistas, que explicaron la conducta humana al margen del cerebro.

Y cuarto, aunque esta es una condici ón nacional que puede verse en muchos intelectuales (no exclusivamente médicos) y en las clases adineradas, a las cuales él había accedido: sutil desprecio por lo nacional y aut óctono y, sobre todo, por lo indígena. Y admiración y homenaje por todo lo extranjero, especialmente -en esa época- europeo.

El doctor Jiménez no dudaba en recomendar terapéuticas para nuestro mal. Algunas de ellas son observaciones inteligentes y oportunas: educaci ón en nutrición, implantación «obligatoria » del aseo corporal, reglamentaci ón del trabajo y del descanso en las fábricas, revisión completa del plan educacional para "dar a la cultura física toda su importancia desde la primera edad", lucha antialcohólica, antipalúdica, antianémica, antisifil ítica, anticancerosa, antileprosa y antiberibérica.

Pero no olvida que "todos los anteriores son medios que conspiran a retardar, cuando más, nuestra decadencia y a levantar temporalmente el nivel biológico y moral de nuestro pueblo. Son, pues, recursos puramente paliativos para el mal que nos aqueja. A más de ellos y por encima de todos, está lo que en verdad puede llamarse el remedio causal, el que ataca la enfermedad en su origen, en la fuente misma que le da nacimiento" (37). Desde luego va a proponer la adopción de políticas de inmigración: la importaci ón de una raza cuyo número y características permitan ahogar progresivamente nuestros rasgos de degeneraci ón. ¿Cómo sería la raza deseable? La describe de manera taxativa: "Raza blanca, talla y peso un poco superiores al término medio entre nosotros; dolicocéfalo; de proporciones corporales armónicas; que en él domine un ángulo facial de 82° aproximadamente; de facciones proporcionadas para neutralizar nuestras tendencias al prognatismo y al excesivo desarrollo de los huesos malares; temperamento sanguíneo nervioso, que es especialmente apto para habitar las alturas y las localidades tórridas; de reconocidas dotes prácticas; metódico para las diferentes actividades; apto en trabajos manuales; de un gran desarrollo en su poder voluntario; poco emotivo; poco refinado; de viejos hábitos de trabajo; templado en sus arranques, por una larga disciplina de gobierno y de moral; raza que en el hogar y la institución de la familia conserven una organización sólida y respetada; apta y fuerte para la agricultura; sobria, económica y sufrida y constante en sus empresas" (37).

La apariencia sólidamente científica de esta argumentación y la importancia intelectual de su ponente provocaron consecuencias. La Asamblea de Estudiantes de Bogotá, preocupada, organizó y financió una discusión pública sobre el tema. Las nueve conferencias se desarrollaron durante varios días a partir del 21 de mayo de 1920, en el teatro Municipal. A ella fueron invitados intelectuales ilustres de Bogotá y de Medellín: Luis López de Mesa (psiquiatra), Calixto Torres Umaña (fisiólogo), Jorge Bejarano (higienista), Simón Araújo (institutor), Lucas Caballero (sociólogo) y Miguel Jiménez López, quien la inauguró y la clausuró. En esas dos conferencias repitió y amplió las explicaciones y las propuestas de su ponencia.

La asistencia era abierta y las frases de los ponentes permiten presumir que asistió un numeroso público. Sus textos completos (excepto dos) están reunidos en un volumen que fue prologado por Luis López de Mesa. Vale la pena releerlos. Ninguno de los ponentes estuvo de acuerdo con las apreciaciones del doctor Jiménez Ló- pez sobre nuestra "degeneración", pero casi todos le reconocieron la importancia del tema y de la discusi ón que suscitó(38, 39). Ninguno rebati ó la relación entre "raza" y enfermedad mental. Quizás todos la compart ían.

Por fortuna, el doctor Jiménez no logr ó materializar su terapéutica. Es curioso que, en su larga vida de polí- tico y de hombre de estado, nunca intentó llevarla a la práctica. Tal vez solo en algún momento, en 1929, ya como presidente de la Academia Colombiana de Medicina, volvió a ocuparse de ella. El motivo fue una solicitud oficial que motivó otro de sus polémicos escritos. "El señor Ministro de Industrias, al pedir a la Academia Nacional de Medicina un concepto sobre las consecuencias que por el aspecto étnico pudiera tener la colonización de nuestro territorio del Meta por dos mil inmigrantes japoneses, se ha colocado, por consiguiente, dentro de la política que hoy rige al mundo en materia de inmigración" (40).

El documento refleja que, en los diez años transcurridos no ha cambiado de idea. Revela, además, el horror que le producía la posibilidad de una mezcla con las variedades mongólica y malaya. "la braquicefalia y la subbraquicefalia, la oblicuidad de los párpados, la microftalmía, el cabello duro y liso, la prominencia malar, el prognatismo, la cortedad de cuello la pequeñez de las extremidades [y] aun el olor peculiar de ciertas exhalaciones cutáneas son distintivos comunes al aborigen americano y al malayo. Las leyes de la herencia convergente harían que, apareados estos dos elementos, su descendencia resultase con estos caracteres exaltados en un grado vecino de la deformidad." (40)

EL ESTUDIOSO DE LA EDUCACIÓN

Su segunda formulación terapéutica para los problemas nacionales (la reforma de la educación) está lejos de los recursos e intereses estrictamente médicos pero es, sin duda, más feliz. El doctor Jiménez se ocupó de explicar su propuesta en muy diversos escritos y contribuyó personalmente para ponerlos en práctica. En general, no cuestionó los contenidos, rechazaba el método con el cual se ense ñaba entonces: "...en nuestros sistemas educativos hay un solo medio de ense ñanza: el libro, y una sola facultad puesta en juego: la memoria. Nada importa que, muchas veces, el material moderno de enseñanza esté ahí, a la mano, invitando a la demostración objetiva y a la acción. La obsesión verbalista y teórica prevalece, y así se ven escuelas primarias donde los pobres párvulos desenmarañan todo el sistema orográfico de un continente sin ayudarse de una sola mirada al mapa, como facultades superiores donde durante un año o más se diserta sobre formidables sistemas de hidrocarburos, de aminas, de glucosidios, sin la menor experiencia de laboratorio; y, sin embargo, a pocos pasos, yacen serpentines y estufas a granel, donde, a más no poder, las arañas tienden sus telas compasivas" (41).

Calificaba este tipo de educación "teórica" como ineficaz. La responsabiliz ó del verbalismo que evidenciaba nuestra degeneración. Se apoyó en las más recientes teorías para demostrar que este tipo de enseñanza contraven ía la psicología del desarrollo e incluso los más elementales principios de economía mental. La declaró incapaz de despertar interés "noble y sincero" por los estudios y de insertar ideas sólidas y perecederas en la mente de los estudiantes que, por eso, olvidan lo aprendido después del examen. Tales métodos "...deforman la personalidad mental y moral de la juventud, ... (transformándola) inevitablemente en una máquina verbal, de la cual no podr á exigirse otro trabajo que la repetición servil de ideas y de expresiones ajenas (41).

Entre 1915 y 1928 se ocupó profusamente del tema. Se documentó acerca de los más modernos cambios pedag ógicos en las naciones europeas y en Norteamérica. En todos ellos crey ó encontrar el elemento cardinal que él había propuesto como base de nuestra propia reforma educacional: la vinculación a la práctica, a los problemas concretos de la vida. Además, exaltó como admirables otros rasgos que encontraba en estas reformas: la condición obligatoria, la financiación estatal, la organización nacional, la continuidad de los métodos desde la primaria hasta la formación técnica y/o universitaria, la eliminación del examen oral único y su sustitución por múltiples pruebas escritas, la elevaci ón académica de los maestros y el liderato de los filósofos y de los psicólogos del desarrollo (Kerschensteiner en Alemania, Buysse en Bélgica, Stanley Hall, Dewey y James en los EU). "No es solamente que una nueva didáctica haya venido a decir cómo se enseñan y aprenden , mejor que por el libro y la memoria, los diferentes conocimientos que la especie humana ha ido aglomerando en forma de ciencias, de letras, de artes y de técnicas de todo orden. Es que, además, se ha hallado que estos nuevos medios educativos, tan eficaces para la inteligencia no lo son en menor grado para la voluntad. La nueva pedagog ía ha empezado por recordar lo que los viejos sistemas olvidaban a porfía: que más allá de la escuela está la vida y que es esta quien debe imponer a aquella sus problemas y sus procedimientos. Si la vida demanda capacidades para obrar, la escuela debe formarlas y exaltarlas. No es con conocimientos extraídos de los libros o recogidos de los labios de un maestro ajeno a las realidades cotidianas como el joven puede afrontar las situaciones que encuentra a cada paso. Son los poderes adquiridos al contacto de la vida misma los que arman al individuo para esa lucha de todos los instantes"(42).

Estas preocupaciones y sus antiguas ideas sobre la degeneración de la raza le condujeron a profundizar en temas de la psicología del desarrollo para proponer nuevas soluciones en el terreno educativo. Tres de ellos merecieron trabajos separados: La educaci ón física(43), la educación moral(44) y la orientación profesional(8). Sus apreciaciones sobre este último aspecto revelan su participación en la inquietud e interés que generaban entre los psiquiatras las noticias sobre el desarrollo de las Escalas de Inteligencia por parte de Binet y Simón para predecir la evolución de los niños en el sistema educativo francés.

Su empeño no fue sólo teórico. Durante su período como ministro de gobierno del General Pedro Nel Ospina se ocupó de la contratación de una misión pedagógica alemana para impulsar una reforma de todo el sistema educativo. Luego, como senador, contribuyó a impulsar el Plan de Reforma Educativa de 1929 que propon ía elevar el presupuesto de educaci ón al 25% del presupuesto nacional, la creación de un sistema de inspecci ón escolar y la creación de la enseñanza post-escolar y complementaria.

EL POLÍTICO Y EL HOMBRE DE FAMILIA

Pocos psiquiatras han alcanzado las dignidades que tuvo el doctor Jimé- nez López. Y ninguno, que yo sepa, las ha reunido todas: en la política, en el Parlamento, en el Gobierno y en la diplomacia. Fue miembro del Directorio Nacional Conservador, Senador de la República por el Departamento de Boyacá casi sin interrupción entre 1919 y 1934 y Presidente del senado durante la legislatura de 1922. Fue Ministro durante el breve período del General Jorge Holguín (Nov. 1921 - Agosto 1922), quien culminó el cuatrienio inconcluso de Marco Fidel Suárez y luego Ministro de Gobierno y de Obras públicas del General Pedro Nel Ospina, Embajador ante el gobierno de Perú en el Centenario de la Batalla de Ayacucho en 1924, Ministro Plenipotenciario en Berlín entre 1925 y 1927 y representante de Colombia con la categoría de Embajador ante la IX Conferencia Panamericana en Bogotá en 1948. Fue miembro de la Academia Nacional de medicina y llegó a ser su presidente en 19— y fue condecorado con la Orden de la Cruz de Boyacá en el grado de Gran Oficial en 1949(27) .

Su vida familiar fue la un hombre discreto. A los 47 años, en 1922, contrajo matrimonio con Magdalena Arango Ferrer, descendiente de una respetable familia antioqueña y tuvo con ella tres hijos. Pese a su importancia social y política mantuvo en su hogar un ambiente familiar de sencillez y de austeridad, alejado del fasto de la vida política de entonces. Los miembros de su familia que le conocieron lo describen como un hombre amable, que adquiría con los años un mayor apego a las tradiciones de su tierra, a la cual nunca dejó de visitar.

Murió en Bogotá el 22 de agosto de 1955 a los 80 años.

AGRADECIMIENTOS

A Carlos Arteaga Pallares, quien sostuvo esta idea contra todas las dificultades y desalientos. A mi papá, Carlos Torres Mejía, quien me ense- ñó la mejor parte de lo que sé acerca de la Batalla de Palonegro. A Alba Irene Sáchica, historiadora, por el apoyo bibliográfico. A Raúl Jiménez Arango, quien me brindó muchas horas amables de conversación sobre los detalles personales de su padre. A Martha Jiménez Villamarín quien me abrió las puertas de su familia y me acompañó a varias de las entrevistas. A Mario Jiménez Cadena y Francisco Jiménez Villamarín por su amable recibo.

REFERENCIAS

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