SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.38 issue1A New Paradigm on Drugs and Democracy: the debate is openPrevalence and Characteristics of Burnout Syndrome among Teachers of Three Public Schools in Bogotá (Colombia) author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • On index processCited by Google
  • Have no similar articlesSimilars in SciELO
  • On index processSimilars in Google

Share


Revista Colombiana de Psiquiatría

Print version ISSN 0034-7450

rev.colomb.psiquiatr. vol.38 no.1 Bogotá Jan./Mar. 2009

 

Artículo Original

Secuestro, familia y enfermedad

 

Abduction, Family and Pathology

José Antonio Garciandía Imaz1

Médico psiquiatra. Terapeuta de familia. Profesor asociado del Departamento de Medicina Preventiva y Social y del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la Pontifi cia Universidad Javeriana. Bogotá, Colombia.

Correspondencia: José Antonio Garciandía Imaz, Departamento de Psiquiatría y Salud Mental, Hospital San Ignacio Carrera 7ª No. 4062 Bogotá, Colombia, jose_garciandia@hotmail.com

Recibido para evaluación: 7 de enero del 2009 Aprobado para publicación: 27 de febrero del 2009

 


Resumen

Introducción: El secuestro tan frecuente en nuestro medio, ha sido poco abordado desde una perspectiva clínica. Es muy probable que la dinámica de silencio establecida alrededor de este problema en el interior de la familia, favorezca expresiones somáticas. Objetivo: Realizar una reflexión sobre la infl uencia del secuestro más allá de su fi nalización. Método: Análisis cualitativo de las implicaciones del secuestro en una familia a través de un proceso de psicoterapia de familia. Resultados y conclusión: La infl uencia del secuestro no termina con la liberación, ni con las intervenciones inmediatas de psicoterapia.

Palabras clave: Secuestro, familia, patología, silencio.


Abstract

Introduction: Abduction, so frequent in our country, has been scarcely approached from a clinical perspective. It is likely that the dynamics of silence established around this issue within the family favor somatic expressions. Objective: To refl ect on the infl uence the abduction has after it has ended. Method: Qualitative analysis of the implications abduction has on a family, through a process of family therapy. Results and conclusion: the infl uence the abduction exerts on the family does not end with the release or with immediate psychotherapy.

Key words: Kidnapping, family, pathology, silence.


Cuando actuamos sobre la serotonina, noradrenalina,
dopamina, sistema Gaba u otros neurotransmisores,
actuamos sobre la mente. Cuando actuamos sobre
las relaciones entre dos seres humanos, actuamos sobre
la mente. Cuando actuamos socialmente, políticamente,
económicamente, actuamos sobre la mente.

Albar Malkor, El libro de las intuiciones

Finalmente, y ante todo,
la paz social es la reconciliación
con uno mismo.

Michel Meyer


Introducción

Cuando la familia XH pidió consulta, lo hizo por medio de la madre, preocupada por su segunda hija, de 21 años. Desde hace varios años, ésta ha padecido depresiones a repetición y un comportamiento díscolo, que la ha mantenido por algunas épocas en tratamientos psiquiátricos, con antidepresivos y estabilizadores del ánimo. No obstante, en la primera entrevista con la familia, a la que asisten la madre (L), de 55 años; el padre (J), de 66 años; la hija mayor (Z), de 23 años, y la hija menor (I), de 21 años, ésta revela que el interés en asistir a una terapia de familia partió de ella y de su hermana. Ambas coincidían en que la familia necesitaba ayuda, aspecto que los padres no consideraban necesario. Para las hijas, la terapia de familia revestía especial transcendencia, porque consideraban que estaban en un momento de la vida familiar en el que había mucha tensión y se difi cultaba cualquier conversación.

En los últimos tiempos no mantenían una conversación sin que finalizara en un altercado de características verbales muy agresivas. Habían llegado al punto de que ya no podían hablar y el silencio en la vida familiar se había impuesto como un elemento cotidiano. Con ello, la vida familiar se hallaba reducida a una interacción similar a la que pueden mantener los huéspedes de un hotel. La comunicación limitada a los mínimos requerimientos. Unas islas en el mismo espacio.

Esta familia parecía muy normal, no sorprendía por un especial grado de tensión. Dos hijas estudiantes universitarias exitosas, con las apenas inevitables actitudes de chicas de su edad, unos padres que en primera instancia mostraban una preocupación genuina por ellas y que, a petición de éstas, habían accedido a realizar una terapia de familia, si eso contribuía a una mejora de las relaciones familiares.

El padre (J), un ingeniero civil con una empresa productiva y exitosa, de aspecto frágil, delgado, con gruesos anteojos de hipermétrope, culto, con una excelente capacidad para expresar con fluidez y coherencia sus ideas y pensamientos, mantenía una actitud discreta, muy contenido, un tanto desapercibido. La madre (L), una mujer menuda, diseñadora de profesión y dedicada a la pintura, irradiaba una actitud de control sobre la conversación, interrumpía ansiosamente las intervenciones de los demás miembros de la familia y permanentemente hacía acotaciones para complementarlas y corregir, de una manera muy angustiada y atropellada. Parecía estar en una constante tensión de que lo dicho fuera lo correcto, con permanentes ademanes histriónicos. La hija mayor (Z), estudiante de negocios internacionales, tímida, contenida y un tanto apocada, se mantenía en la órbita del padre. La hija menor (I), estudiante de un doble programa universitario, delgada, nerviosa e inquieta, histriónica, al igual que la madre; competía con ella por el control de la conversación en un constante contrapunteo, que, en diferentes momentos, debía ser interrumpido por el terapeuta para evitar la escalada simétrica de sus intervenciones.

Con este panorama inicial no se comprendía bien el motivo de la consulta. Ante la pregunta sobre el interés en un proceso terapéutico de familia, los padres no sabían qué responder, no tenían claridad al respecto: "Son ellas las que querían venir, nosotros no creemos que tenga mos problemas serios como familia, somos una familia normal con las cosas de una familia normal". Las hijas, sin embargo, parecían tener claro que algo no estaba bien en la familia y necesitaban alguna ayuda, ¿cuál?, no podían precisar en qué consistía su problema, pero coincidían en que algo sucedía. Algo hacía que el padre y la hermana mayor apenas intervinieran en las conversaciones, preferían abstenerse y mantener una actitud elusiva para no vivir la tensión de una discusión. Estaban aliados en un comportamiento formalmente correcto, pero poco comunicativo. Ambos se sentían un poco auto excluidos del grupo formado por la madre y la hija menor, entre las cuales las discusiones eran permanentes y llegaban a extremos de mucha agresividad verbal.

Durante la entrevista, el motivo permanecía difuso:

Mejorar las relaciones entre nosotros, ya casi no podemos ni hablar porque terminamos discutiendo a los gritos. Yo no estoy de acuerdo con mis papás, sí necesitamos ayuda, últimamente el ambiente es pesado en la casa, no se puede hablar, preferimos estar cada uno por su lado. Si aparentemente todo funciona bien, cualquiera que nos vea piensa que somos una familia perfecta. Pero no es posible que no podamos hablar o que hayamos decidido no hablar para no pelear. Dice I, mientras Z asiente todo el tiempo: "Además, yo pienso que mis padres necesitan ayuda como pareja, ellos no tienen una buena relación, son como dos extraños que se llevan bien, son muy buenos papás, pero no creo que sean una buena pareja", prosigue diciendo I, pensamiento que Z corrobora y enfatiza.

Surge una pregunta en ese momento, ¿qué sucede en esta familia? Después de los comentarios iniciales, es claro que este grupo familiar presenta difi cultades en dos dimensiones, la familia como tal y la pareja de los padres. En vista de ello, decidimos trabajar inicialmente con la familia, y, una vez resuelto, podríamos abordar el trabajo en un proceso de terapia con la pareja parental.

Breve historia

Esta familia comienza con la relación de los padres. El padre ya había tenido una relación anterior, en la que tuvo una hija, hoy de cuarenta años, residente en otro país. Los primeros años son descritos como verdaderamente idílicos; una buena situación económica, una buena relación de pareja y dos hijas de cin co y siete años sanas, y con un buen y adecuado desarrollo, hacían de esta familia un núcleo funcional. Sin embargo, esta armonía fue interrumpida en el momento en que I, de cinco años, fue secuestrada por un grupo insurgente, mientras pasaban el fi n de semana en la fi nca de recreo de la familia del padre. Este hecho conmocionó a los padres de manera terrible y devastadora. Tuvieron que hacerse cargo de todas las negociaciones para pagar el rescate y la niña fue devuelta al mes sin aparentes mayores consecuencias. Al respecto, dicen los padres que superaron este acontecimiento sin mayores problemas.

Hace cinco años, el mismo grupo insurgente secuestró al padre cuando salía de su negocio. De nuevo la esposa debió hacerse cargo sola de las negociaciones; salvo la ayuda técnica que le prestaron los organismos de seguridad del Estado y la colaboración de la hija mayor, que vino del exterior, nadie de la familia extensa de su esposo quiso ayudar o colaborar en el proceso, ni siquiera los hermanos y primos, socios de la misma empresa, quisieron hacer nada al respecto. La esposa, en medio de su soledad y la falta de ayuda, pagó el rescate lo más rápido que pudo; sin embargo, los secuestradores no liberaron al esposo y exigieron un nuevo monto para el rescate, y después de ello se produjo la liberación. Fuera de estas dos terribles circunstancias, todo parece normal, o al menos se esfuerzan en sus comentarios en dar esa apariencia.

Cuando se les pregunta si buscaron ayuda profesional de salud mental en esos momentos, responden que no lo hicieron, que no lo necesitaron y que no les ha afectado mucho. Sin embargo, al preguntarles si han hablado de esos acontecimientos, refi eren que nunca han hablado de ello, lo cual muestra una alianza, un acuerdo tácito de silencio frente al tema, que, cuando menos, induce a pensar en algún grado de negación como mecanismo de defensa frente a experiencias de dolor difíciles de elaborar. No obstante, al indagar en mayor profundidad, el padre padece una hipertensión arterial para la cual toma antihipertensivos orales, que le fue diagnosticada poco después de su liberación. I, por su parte, padece estados depresivos desde los inicios de su adolescencia, los cuales han requerido tratamientos con antidepresivos orales, estabilizadores del ánimo y psicoterapia. Desde hace aproximadamente un año, Z padece una enfermedad cuya etiopatogenia no está muy clara, y con resortes psicosomáticos, púrpura trombocitopénica. La madre insiste en que está muy bien, a pesar de ser una persona muy ansiosa, obsesiva y con un afán controlador que se hace evidente en su comportamiento durante las sesiones. Dice, como una cuestión irrelevante, que toma una tableta de amitriptilina desde que ocurrió el primer secuestro para poder dormir (hace 16 años); de lo contrario, no es capaz de conciliar el sueño. Al decir de los demás miembros de la familia, se muestra muy irritable, susceptible, ansiosa, angustiada, tiene que salir de la casa todos los días debido a su angustia; siente que su esposo no la quiere a pesar de que él y las hijas insisten en que esa idea es absurda; es extremadamente obsesiva con la seguridad.

Lo más llamativo de la familia en este punto es que en ningún momento han hablado sobre los secuestros, es un tema absolutamente tabú para ellos. Ante la insistencia del terapeuta en relación con su silencio frente al tema del secuestro, responden que nunca lo han hecho y no saben con exactitud por qué, sólo que existe un mandato de silencio conectado al temor y el miedo de afrontarlo, porque pueden pelear en consecuencia. ¿Por qué? La respuesta queda en suspenso inicialmente.

Como primera hipótesis de trabajo se establece que se trata de una familia que ha vivido dos episodios de intenso estrés, y, como si de un pacto secreto se tratara, se unió en la negación del dolor y el sufrimiento. Una manera de sobrevivir a los eventos traumáticos, coaligándose en un pacto de silencio, pero a un costo que implicó la somatización en el padre y Z (que se mueven en resortes mentales de contención y poca expresión de las emociones; ambos son muy introvertidos) y la depresión en la madre e I (que se mueven en resortes mentales de impulsividad, histrionismo y extroversión). ¿Cómo podría entenderse el momento al que han llegado?

La familia pareciera haber centrado toda la atención en los comportamientos de I, pues con sus crisis depresivas a repetición se muestra como la persona más patológica entre ellos. Pero en el transcurso de las dos primeras sesiones de terapia familiar se hace evidente que la madre sostiene una depresión desde hace muchos años, y merced a la amitriptilina que toma en dosis subterapéuticas (25 mg/día) ha logrado mimetizarla en su vida cotidiana como una variedad normal de su existencia, como un remanente que le quedó después del secuestro de su hija. En este contexto, el otro aspecto que logra sacarla del estado depresivo es la depresión de su hija; en la medida en que I se deprime, la madre necesita salir de su estado depresivo, para, de ese modo, poder atender a su hija.

De alguna manera, las depresiones recurrentes en I son la forma en que ayuda a su madre a controlar su propia depresión (1). Habría una conexión entre las depresiones de la madre y de la hija. Esto, a su vez, tiene un sentido más amplio, pues con ello se evita afrontar todo lo que implica la experiencia del secuestro y las consecuencias que dejó en cada miembro de la familia, que ha hecho que se convierta en un tema tabú. Como primera medida terapéutica, se reorganiza el tratamiento de la madre, se inicia sertralina en dosis de 50 mg/día y se suspende la amitriptilina.

Tercera sesión (la ruptura del tabú)

Después del cambio farmacológico del antidepresivo de la madre, hay una evidente mejoría en su estado general. Ya ha transcurrido un tiempo desde la anterior sesión y la situación ha mejorado un poco. Hay menos tensión, aunque la conversación sigue igual de precaria que en el inicio de la terapia. Entonces, hago una pregunta:

T: ¿Cómo es posible que una familia de personas que parecen sanas, normales, cultas e inteligentes, con una excelente capacidad de verbalización, no hablen entre sí? Parece un contrasentido un tanto extraño [permanecen en silencio]. Algo sucede entre ustedes, ¿qué hipótesis tienen al respecto? [De nuevo el silencio]. Yo tengo una hipótesis

y si ustedes me permiten podría exponerla [de nuevo el silencio]. Entiendo que su silencio me autoriza a expresar lo que pienso con respecto a ustedes. En las dos sesiones anteriores ustedes mencionaron dos secuestros en esta familia, el de I y el de J. Son dos acontecimientos que yo no alcanzo a dimensionar, porque yo nunca los he vivido. Pero intuyo que fueron extremadamente traumáticos. Y sin embargo, ustedes han construido un velo de silencio en torno a ello.

Z: Sí, es un tema tabú para nosotros.

T: Un tema prohibido.

Z: Yo quisiera hablar de ello, pero sé que se armaría una trifulca terrible.

T: ¿Están de acuerdo con ello? ¿Se armaría una tremenda pelea? [Todos asienten]. No entiendo por qué habrían de pelear, al fi n y al cabo todos sufrieron mucho, todos comparten el dolor de haber pasado por una situación tan difícil y terrible.

I: Es que hay cosas que si hablamos del tema son inevitables mencionar y generan mucho malestar, sobre todo en mi mamá.

T: Entonces, si un aspecto de sus vidas tan importante que representó tanto dolor y sufrimiento, en el cual participaron todos como víctimas de una u otra manera, que suscita intensas emociones, no se puede hablar, es un tema tabú, ¿de qué pueden hablar ustedes? Parece razonable pensar que no hay espacio

para otras conversaciones, como que todas las otras conversaciones de la cotidianidad han sido absorbidas por el tabú sobre el tema del secuestro [todos asienten con la cabeza].

Z: Sí, no podemos hablar de nada.

Mamá (L): Bueno, de lo único que tenemos alguna conversación es de arquitectura, sobre todo con I y J [papá], es un tema afín porque los tres tenemos algo que ver con ello.

Z: Sí, porque yo no puedo participar, no sé nada de ese tema.

El tabú en su dimensión de prohibición parece haber encontrado en esta familia un ámbito de desarrollo, un lugar dónde asentarse y, además, extenderse, como una mancha de aceite que invade el espacio, paulatina e inexorablemente. Pero esta invasión del tabú (2), que comenzó con la prohibición de hablar sobre los secuestros, no ha permitido ni evacuar, ni elaborar las experiencias traumáticas y dolorosas que todos los miembros de la familia vivieron. Quedaron en reposo, estancadas, reprimidas, convertidas en un profundo resentimiento; los sentimientos que no se pueden expresar se convierten en resentimientos, e intentan buscar vías de evacuación diferentes a las palabras. En este caso, se han expresado en la distimia de la madre, las repetidas depresiones de I, la hipertensión arterial del padre y la púrpura de Z.

Bajo el efecto del tabú, otros ámbitos de la comunicación familiar se han visto afectados, y, con los años, la prohibición se ha hecho extensiva al hecho mismo de hablar. El acto de conversar en sí mismo se ha tornado difícil en cualquier tema que involucre emociones. El tabú como un agujero negro (3), con su descomunal fuerza gravitatoria, absorbe todo acontecimiento emocional en la oscuridad de la prohibición. Así, conversar se transformó en un acto peligroso, con connotaciones negativas, que colapsa de inmediato cuando las emociones comienzan a afl orar en medio de las palabras.

En estas condiciones se fue construyendo un campo mental (4) de los miembros de la familia, de silencio, evitación, temor y miedo, en el que las palabras son obviadas, porque son peligrosas. Cada cual vive en su mundo, aislado, protegi do de las emociones de los otros en su campo psíquico (4). De este modo, se mantiene a raya el "horizonte de sucesos" ("la frontera del agujero negro, es como el borde de una sombra. Es el borde de la luz que muere en la sombra") (3). La frontera (horizonte de sucesos) de acontecimientos en los que vive cada uno se restringe al silencio, y los relatos posibles desde la expe riencia individual, ese elemento esencial de la construcción huma na, no tienen acceso al campo men tal que se constituye por medio de las conversaciones. Sólo el tema de la arquitectura, como un tema asép tico, logra involucrarlos parcial mente, aunque simbólicamente expresa, en algún sentido, la necesidad de construir nuevos espacios o dimensiones de existencia. Pero alejados de la palabra en sentido estricto, los espacios físicos son espacios vacíos. "La palabra es muy importante. En muchos sentidos la palabra es el mundo" (5). El diálogo terapéutico prosigue:

T: Entonces, ¿desde cuándo ustedes no han hablado sobre los secuestros? [Me dirijo al papá].

Papá: Nunca [suena contundente].

T: ¿Es eso cierto? [Me dirijo a la mamá y las hijas].

Mamá, Z e I: Nunca, nunca, nunca [contestan una detrás de otra].

T: ¿No les parece eso extraño? [Se quedan un tanto perplejos]. ¿No les parece importante hablar al respecto? ¿Ustedes creen que no les han afectado esos acontecimientos?

Papá: Sin duda, pero a mí personalmente, en mi secuestro, no tanto el secuestro en sí, me afectó más todo el secuestro de I, que todo lo que viví alrededor de mi secuestro.

T: ¿Entiendo que se refi ere al comportamiento poco solidario y colaborador de su familia de origen y extensa?

Papá: Sí, yo cerré ese capítulo de mi vida, tenía que seguir adelante, no me podía quedar ahí.

Mamá: Él nunca está dispuesto a hablar. Una nunca sabe lo que está pensando, a veces me parece como una piedra. ¡Él no siente nada! [Con un tono de rabia mientras el papá hace un gesto de impotencia].

I: ¡No mamá, tú no puedes saber lo que él siente!

Z: Sí mamá, siempre estás interpretando las cosas como te parece.

T: Bueno, es lo que sucede cuando las personas no hablan, no expresan lo que sienten y piensan, los demás interpretan, y el riesgo de toda interpretación es la equivocación (6), que lo interpretado no corresponda con la realidad del otro. Por ello me sorprende que nunca hayan hablado de un tema tan impactante. Si no hablan nunca de ello, no me extraña que no hablen de otras cosas.

I: Yo antes [se ríe], cuando era chiquita, en el colegio hablaba de mi secuestro, pero era como si contara una aventura divertida de la que vanagloriaba. No tenía una conciencia clara de las cosas, porque el secuestro fue cuando tenía cinco años. Después evadía el tema siempre. Hace dos semestres, alguien en la universidad me preguntó algo relacionado con mi secuestro y me ataqué a llorar desconsoladamente y no sé por qué, no lo entiendo. Hace un año hice una investigación por mi cuenta [la mamá se pone tensa y pega un brinco en la silla]. ¿Ve por qué no podemos hablar?, mire, mi mamá ya se puso como una fiera.

T: Puedes proseguir.

I: Lo que pasa es que siempre ha existido la sospecha de que la familia de la ex esposa de mi papá estuvo involucrada en mi secuestro. Entonces, yo quise averiguar y contacté con el antiguo chofer de la abuela de la hija mayor de mi papá y me dijo que la antigua esposa de mi papá había estado involucrada en el secuestro de mi papá [La madre se agita y está a punto de estallar].

T: Fue una investigación o más bien llegó a ti esa información.

I: En realidad, fue que me monté en el carro de la familia de una de mis compañeras de universidad con otros compañeros y el chofer me reconoció. Me dijo, ¿tú no eres la niña que secuestraron cuando chiquita? Ahí me contó que había trabajado como chofer para la familia de la ex esposa de mi papá y que a la muerte de la mamá de ella, la familia no le había arreglado bien todo lo económico, y ahí me fue diciendo cosas, y me dijo que se decía que esa señora había estado involucrada en el secuestro de mi papá.

Antes de proseguir con el diálogo, es preciso aclarar la historia. Durante el primer secuestro, el de I, el padre contrató una fi rma de investigación privada, que, como resultado, mostró la participación de la primera esposa en el secuestro. No obstante, el padre no quiso entablar una denuncia, porque consideró que no había sustento suficiente para ello, y, por otra parte, la sospecha respondía más a comentarios y habladurías que a datos fi dedignos. Esto molestó mucho a la mamá, que ante la situación que estaba viviendo, consideraba que era un camino útil para lograr la liberación de su hija.

T: ¿Usted nunca contempló la posibilidad de establecer esa denuncia?

Padre: No, porque fue una comunicación del investigador, pero no había pruebas sólidas.

Madre: No es cierto, él nunca quiso denunciarla porque era la madre de su hija mayor, pero posteriormente se supo que era guerrillera, de hecho debió salir del país y exiliarse, ahora anda con identifi cación falsa y tiene una orden de captura.

T: ¿Es eso cierto?

Padre: Sí, después se supo que pertenecía a una célula urbana de la guerrilla o fue colaboradora.

T: Pero, ¿por qué ella haría una cosa así a su propia familia?

Mamá: Lo que pasa doctor es que esa señora es una hp, es una muy mala persona, imagínese que cuando J estaba casado con ella, ellos son primos hermanos, un día que se devolvió del trabajo porque se le había olvidado algo, la encontró en la cama con otro tipo. A raíz de eso se separó de ella, pero ella no quería. Yo creo que ella está detrás de los secuestros, ella y la hija [el papá se estremece en su silla y adquiere una expresión de tensión].

T: ¿Qué le hace pensar eso?

Mamá: Cuando fueron a buscarla los de la policía, ella logró escaparse y detuvieron a los dos hijos; nosotros, a raíz del secuestro, vivíamos en el exterior y J tuvo que venir de urgencia a sacar a sus hijos.

T: ¿Es que son dos hijos del primer matrimonio de J? [La interrumpo].

Mamá: Sí, él tuvo dos hijos, pero el hijo murió hace bastantes años,

era piloto, se mató por ahí en los Llanos a los 25 años. Parece que también estaba metido, al igual que la madre, en la guerrilla. Pero lo que le estaba contando doctor, cuando allanaron la casa y corrieron un tapete encontraron una tapa y al levantarla hallaron un espacio subterráneo con colchones, como preparado para tener a alguien secuestrado.

T: Y ustedes, ¿piensan que esta señora ha estado involucrada en el secuestro de I?

Papá: Es muy difícil saberlo [compungido y golpeado, pareciera que todo el sufrimiento se le hubiera congregado en el rostro, hay mucha tristeza en su expresión, se le ve el dolor en el rostro con una gran nitidez].

I: Es lo que se ha dicho siempre.

T: Entonces, si entiendo bien lo que me están diciendo, la ex esposa de papá habría estado involucrada en los dos secuestros. Esto, imagino, difi culta mucho para ustedes hablar del tema.

Mamá: Por supuesto doctor, imagínese usted qué signifi ca esto para mí. Yo he querido que J la denuncie, pero él se niega a creerlo. A pesar de que todos los organismos de seguridad le dicen a uno en estos casos que siempre hay alguien cercano o de la misma familia involucrado directa o indirectamente. Habiendo indicios para ello, ella entra y sale del país con pasaporte falso e identifi cación falsa, porque yo lo mandé a investigar también.

T: ¿Qué siente al respecto?

Mamá: Mucha rabia con J.

T: ¿Con él? Su esposo es una víctima; de hecho, todos son víctimas. Supongo que es muy difícil para él, sólo el hecho de pensar que su hija haya tenido que ver en su propio secuestro debe ser devastador.

Mamá: Sí, pero es que él se niega a hablar, ni siquiera podemos hablar.

Papá: No es que me niegue a hablar, lo que pasa es que no podemos hacerlo porque L [madre] la emprende y arremete con toda su rabia contra mí, a eso se reduce todo.

T: Con lo que me acaban de contar, puedo entender mejor que hayan convertido el tema del secuestro en un tema tabú. Es muy doloroso para todos, demasiado, quizá [se quedan en silencio]. Sin embargo, el silencio no les ha servido de mucho, todos sufren en soledad. Tienen un gran quiste emocional lleno de sufrimiento que ha ido creciendo con los años y temen que si revienta no sepan qué hacer, ni cómo contener tanto dolor. Lo que puedo proponerles es que sea en el espacio terapéutico donde podamos abrir ese quiste, tal vez yo pueda ayudarlos a contener. Ustedes, por ahora, no se sienten en capacidad, son una familia aliada en el silencio. En este espacio terapéutico (7), un espacio sagrado en el que haremos un paréntesis en el tiempo y el espacio, yo seré un miembro más de esta familia; durante este tiempo fuera de la cotidianidad, seremos la familia XHT, éste es un espacio extracotidiano, el de nuestros encuentros, yo seré un miembro más, aquel que tiene el rol de contener el dolor, mientras ustedes logran poder retomar el hilo de las conversaciones abandonadas y olvidadas hace tanto tiempo, en un pasado que los ahoga, que los está dejando sin el oxígeno de las palabras. ¿Me aceptan?

Papá: [Con expresión de gran alivio] ¡Claro doctor! [Las demás asienten y sonríen].

En este punto del proceso comienza a esbozarse el tema del secuestro; sin embargo, no es lo importante el detalle de los acontecimientos. Lo relevante, en lo que nos compete como terapeutas, tiene que ver con lo que el secuestro ha generado en ellos, y sobre todo en dos grupos, el de los padres y el de las hijas. En el primer grupo, existen aspectos que inciden en la relación de pareja y que han ido minándola, lo cual es, quizá, el aspecto fundamental, pues la relación tiene serias deficiencias a raíz del tema. Sin embargo, después del impacto de la noticia, el papá quedó tan golpeado que decidió llamar al exterior a su hija mayor y le pidió que viniera, con la intención de aclarar las cosas, ya abierto el tema tanto tiempo evitado y con sospechas sobre su madre.

Cuarta y quinta sesión (comentarios)

A la cuarta sesión asiste C, la hija mayor (tiene 40 años, es psicóloga, profesora de derechos humanos en una prestigiosa universidad de otro país), que había llegado la noche anterior a pedido de su padre. Durante la conversación, ella hace algunas precisiones sobre informaciones del pasado que ayudan a aclarar ciertos malentendidos. Cuando ocurrió el secuestro de I, C estaba hospitalizada por un embarazo ectópico y fue intervenida entre la vida y la muerte, en esos días murió su abuelo materno, que era un padre para ella, y su madre no estaba en el país, vino precisamente al funeral de su padre y a verla a ella. Esto la sitúa en una dimensión de sospecha diferente: vino al país al funeral de su padre y a ver a su hija.

La sesión transcurre en un tono tranquilo, a pesar de los contenidos de ésta. Es la primera vez que todos se sientan a hablar de los secuestros. Sólo hay un momento difícil y muy tenso, cuando L (mamá) pregunta explícitamente a C si la madre de ella tuvo algo que ver con el secuestro de I, a lo cual C responde negativamente; pero L no cree, y dice que lo creerá cuando se lo diga con un detector de mentiras. L es, de toda la familia, la persona que más ensañada está en al idea de que la madre (K) de C ha tenido relación con los secuestros. Lo que la induce a tener esa presuposición son los antecedentes de que fue pareja de un miliciano (guerrillero urbano, asunto tampoco comprobado) y colaboradora de la guerrilla. Esta creencia en ella es refractaria a cualquier argumento, lo cual tiene visos, en ciertos momentos, de una interpretación delirante. De hecho, las informaciones que maneja son erradas, en su mayoría.

La actitud de L está basada en argumentos como conversaciones o suposiciones que tenían en ese tiempo y se dijeron en la familia, la investigación que mandó a realizar su esposo y que no mostró ninguna prueba, sólo apreciaciones, y las palabras de un chofer resentido con la familia de la sospechosa. Todos ellos argumentos ad hominem y argumentos ad verecumdiam (8); es decir, basados en la autoridad de alguien que tiene algún tipo de ascendente. Sin embargo, en este caso la autoridad se les da a los miembros de una familia, a unos investigadores privados y a un chofer, lo cual parece un tanto patético, pues L no les cree a C ni a J (papá), quien en ningún momento ha dejado de creer a su hija.

Esta situación está sostenida en la sospecha, la creencia y la interpretación, aspectos que la hacen especialmente peligrosa para las relaciones afectivas entre ellos y que, por otra parte, se sostienen en un inmenso dolor, el cual, como todo sufrimiento, necesita un continente y una elaboración. Un dolor que por sus mismas características lo hace especialmente difícil de contener y elaborar. Por ello, la sospecha sobre alguien que encaje en ciertas condiciones es un buen espacio de evacuación de ese dolor, la rabia y la impotencia adicional que estos traumas (secuestro) generan.

Es necesario buscar el origen, la causa de ese sufrimiento, y si no es posible en la realidad por las circunstancias que sean, entonces se debe recurrir a la imaginación, que con ciertos elementos de la realidad, un contexto emocional personal, familiar y social predispuestos van construyendo una fantasía. Y el poder de la fantasía es siempre arrollador, porque está generalmente basado en la capacidad de resolver necesidades que en la realidad no se satisfacen.

Ahora bien, ¿cuáles son las raíces de ese profundo dolor? Como en todo trauma, hay aspectos identifi cables que generan el dolor, como es el secuestro mismo, con su dosis de incertidumbre, atropello, agresión y demás experiencias. Y otros que no son identifi cables en primera instancia, porque permanecen fuera del campo de la conciencia, son implícitos, tácitos, secretos e inconscientes, y, con frecuencia, se conectan con dimensiones del pasado de carácter confl ictivo que no han sido resueltos y se reactivan de nuevo con un matiz actual. Y estos dolores no identifi cables pasan por el sentimiento de culpa. ¿Culpa de qué? En el caso de unos padres víctimas del secuestro de una hija de cinco años, la culpa enorme y devastadora de no haber sido capaces de proteger a su propia hija de la agresión y el sufrimiento. Es un sentimiento inevitable, pero a su vez

intolerable; es demasiado intenso, y, con frecuencia, tal sentimiento genera la necesidad de defenderse de él. En esa necesidad de defenderse de ese sentimiento, no es difícil generar ciertos mecanismos que se convierten en un círculo vicioso, como el siguiente:

• Paso 1: Yo me siento culpable porque no fui capaz de proteger a mi hija de los agresores.

• Paso 2: El sentimiento de culpa es intolerable para mí, no lo puedo albergar dentro de mí, necesito deshacerme de ello. Dirijo mi rabia proveniente de mi culpa hacia los agresores.

• Paso 3: Los verdaderos agresores son inaccesibles para mí, no los puedo identifi car, no puedo comunicarme con ellos, se esconden y además estoy a merced de ellos, sometido a ellos, lo cual aumenta mi frustración e impotencia, que a su vez alimentan más mi sentimiento de culpa.

• Paso 4: Mi sentimiento de culpa se ha tornado más intolerable, la realidad no me provee elementos externos que contengan mi culpa. Debo contenerla en mí mismo, pero ante el inmenso dolor que siento, los resortes de mi contención estallan y necesito recurrir a mecanismos de defensa que me ayuden a evacuar tanto sufrimiento.

• Paso 5: Entonces recurro al mecanismo de la proyección, busco de manera tácita e inconsciente alguien que por las circunstancias y características pueda encajar con los elementos de la sospecha. Me lleno de argumentos para sostener la sospecha, pero mis argumentos no son pruebas, están basados en indicios, habladurías y no son sufi cientes para hacer al sospechoso accesible a la justicia y el castigo. De nuevo fracasa el intento de deshacerme de mi culpa.

• Paso 6: Entonces, la culpa de nuevo se cierne sobre mí. Me siento culpable de no haber sido capaz de proteger a mi hija. Estoy al inicio y se cierra el círculo vicioso para proseguir los mismos pasos. Y con ello se consolida el ánimo depresivo. La agresión se vuelve contra sí mismo, el yo como objeto de la agresión.

Bien podría ser éste el círculo vicioso o lazo extraño (9) en el que los miembros de la familia han estado durante años. Lazo extraño que no les permite evacuar ni elaborar el dolor, y que los consolida en ello y en el silencio, lo cual sostiene y apalanca más el círculo vicioso. Pero esto tiene un costo enorme, pues en las situaciones de atrapamiento se genera una gran impotencia, que puede ser perfectamente somatizada o transformada, junto con la culpa, en una respuesta depresiva, que, como en el caso de L (mamá), ha durado 16 años continuos, hasta convertirse en una distimia; en I, depresiones a repetición; en J, una hipertensión; en Z, una púrpura trombocitopénica, y en C, una serie de trastornos de ansiedad y depresiones, hasta que decidió buscar ayuda psicoterapéutica en el país donde reside.

Se ha organizado, con el círculo vicioso, el imperio de la sospecha. Y en este ámbito, todo es proyectivo y difi culta la refl exión. Quien sospecha siempre está volcado a buscar los indicios y las pruebas en el mundo exterior a sí mismo, fuera de su campo psíquico, para estar pendiente de lo que sucede con los otros. Con la sospecha sobre la madre de C, la pregunta que nos hacemos es ¿por qué se centró y se ha centrado durante tanto tiempo sobre ella? Si fuese cierta la sospecha, ¿cuál es el sentido, el móvil, la fi nalidad oculta de esa mujer para participar en el secuestro de su ex esposo? Por qué no pensar en otras personas, como el hermano y primos socios de la empresa del papá, gente de la empresa, gente de la región donde tienen una gran fi nca, el primo hermano del papá con veleidades ideológicas de izquierda; en fi n, una larga lista de personas que bien tendrían tantas o más características para ser sospechosos. Sin embargo, todo se centró en la madre de C y en C. De todos los posibles sospechosos, eran las dos personas más vulnerables e indefensas.

Con la sospecha sobre la madre de C, ¿cuál es la necesidad de esta familia que se está resolviendo?, ¿qué se está evitando enfrentar o afrontar en esta familia?, ¿qué responsabilidad se está eludiendo; elaborar el duelo de una situación traumática que la dejó golpeada?, ¿qué no está resuelto de la relación de pareja y familias anteriores del padre?, ¿qué sucede para que la madre de C esté tan presente como amenaza en la vida familiar? Para L, todas las desgracias tienen que ver con la familia de origen de J; para ella se trata de una familia dañada, y K (madre de C) pertenece a ella.

La sospecha, independientemente de las dimensiones de indagación que tiene, siempre es la expresión de la imposibilidad de enfrentarse a sí mismo y los propios actos, surge cuando uno no confía en sí mismo; en cierto modo, cuando la sospecha se instaura como forma de relación con otro, implica algo no resuelto en mí en relación al otro. Por ello, alimentar la sospecha tiene el alcance de allanar el camino hacia el delirio.

Teniendo en cuenta este aspecto y con la intención de romper ese lazo extraño, en la quinta sesión abordamos el tema de la sospecha (con todo su arsenal de desconfi anza, prevención, interpretaciones, incomunicación, malestar y sufrimiento que genera), y la resolución de ésta. Si bien L (mamá) tiene una actitud beligerante, sostiene la idea de la comprobación (imposible, por demás) y se muestra impotente; I expresa que la única alternativa es confi ar. Frente a ello, tanto J (papá), como Z y C (hija del primer matrimonio de J) convienen en que esa es la única alternativa para avanzar en el proceso de resolver los problemas que les aquejan desde hace tanto tiempo.

L [mamá]: Pero, ¿cómo se hace para confi ar?

T: Es una decisión, un acto de la voluntad.

L: Pero, ¿cómo puede hacer una persona cuando no puede confi ar?

T: Sólo hay una alternativa, tomar y correr el riesgo de confi ar en el otro. Confi ar es estar en constante y permanente riesgo.

L: Yo no sé si quiero hacerlo.

I: [Enfática y un poco ofuscada con su madre]. Entonces ¡cómo pretendes que salgamos de esto! ¡Es absurdo! Hicieron venir a C desde otro país para hablar de la sospecha sobre su madre y no estamos dispuestos a hablar sobre quién fue la persona que soltó esa información.

J: Lo que sucede es que ayer hablamos con L y pensamos por seguridad que no era útil revelar la fuente de donde salió esa información, por lo que si se le hace algún reclamo quizá esa persona pueda hacer algún tipo de retaliación o por defenderse de quienes hagan el reclamo, entonces la emprenda contra ti [I es quien recibió la información y en la sesión el terapeuta lo reveló sin decir quien le dio la información a ella].

L: Sí nenita, lo hemos pensado así porque de pronto C o su mamá quieren hablar con esa persona y esa persona va a saber que la información salió de ti y puede hacer algo. Y ya nos han pasado muchas cosas.

C: [Dolida, pero contenida]. No entiendo por qué no habría de saber quién dio esa información que me afecta directamente, porque es algo que pone en riesgo a mi mamá y adicionalmente a mí. Yo ya he pasado por muchas cosas en mi vida, ya estoy harta de aguantar y aguantar, a mis 40 años, hace un año que decidí que no más, que tengo que zafarme de todas las cargas de todo el mundo, de ustedes, de mi mamá, de la familia entera. Quiero vivir y vivir bien, por eso estoy en un proceso terapéutico individual, y parte de lo que he logrado es que no quiero seguir cargando con pesos que no me corresponden. Así que yo también tengo derecho a defenderme y a no tolerar más tener que estar siempre en el temor. Si estoy aquí es porque considero que es una oportunidad de oro para mí y para todos nosotros de resolver o comenzar a resolver cosas que llevan tanto tiempo. Vuelve y se repite la misma historia tantas veces del pasado, ustedes [se refi ere a J y L] deciden cosas que me afectan, así tengan que ver con mi madre, y no cuentan conmigo. Claro que entonces yo tengo que actuar por mi parte; como siempre lo he hecho, tengo que proteger a mi mamá, siempre ha sido la mala de la familia y siempre ha estado en riesgo. Y tengo que decirlo, yo no confío en L, porque siempre he temido que hiciera algo contra mi mamá y ahora con esta información se reactiva ese temor más que nunca. Entonces, si estamos aquí reunidos tratando de resolver cosas, ¿no creen que tengo derecho a saber? Si estoy aquí es porque no quiero seguir actuando bajo el temor, sino para que por primera vez podamos decidir qué hacer entre todos y no que sea como siempre. No estoy aquí para actuar por mi cuenta, sino que entre todos miremos qué es lo que conviene hacer por el asunto de la seguridad que me interesa tanto como a ustedes, y acordar y respetar la confi anza de lo que vayamos a hacer. Entre nosotros decidiremos qué hacer con esa información, pero si estamos aquí no podemos repetir las mismas cosas del pasado, entre nosotros decidiremos si le damos relevancia a esa información o no, si haremos cosas o no. Yo no voy a salir corriendo de aquí a hablar con mi mamá, ya no quiero estar en esas, siempre en el temor y protegiéndola de ustedes, quiero que lo resolvamos entre todos.

T: Pienso que lo que dice C tiene mucho sentido; de lo contrario, para qué la hicieron venir de otro país y dejar botadas todas sus obligaciones. Ella ha considerado que venir a esta terapia de familia es fundamental, ¿no creen que es un acto de confi anza muy generoso de su parte? [J hace un gesto afi rmativo con la cabeza, I dice que es muy claro, Z lo avala también y L se muestra incómoda].

Z: Yo le dije a mi papá cuando la llamó, si ella viene es porque dice la verdad, yo no tengo dudas de C.

L: Pero doctor, ¿cómo sé yo que C no va a salir de aquí derecha a comentárselo a su mamá? [Todos hacen un gesto de desesperación y están a punto de estallar].

T: Es un riesgo inevitable que usted deberá correr, el resto de la familia está dispuesta y en condiciones de correr ese riesgo, ¿y usted? [Se queda callada].

La sesión genera un cierto grado de tensión, pero por primera vez C está siendo incluida en este sistema familiar de una manera afectiva, no ambigua y ambivalente, al menos por su padre y sus dos medias hermanas. L aún sigue con muchas prevenciones y reticencias. Al fi nal de la sesión, C y J me manifi estan que quieren tener una sesión de los dos a solas, porque como padre e hija necesitan hablar sobre aspectos que les atañen a ellos dos.

Sesión de C y J

Tanto C como J tenían interés en realizar una sesión a solas; la historia de ellos, a pesar de que tienen periodos compartidos con el resto de la familia, también contempla años que son sólo compartidos por ellos, pues pertenecen a la etapa en que J estaba casado con la madre de C, la señora K, que a su vez era prima hermana de J. C quiere hablar con su padre, ha vivido muchas cosas sola, y como desde hace algún tiempo reciente ha mejorado mucho la relación de ellos, quisiera tener la oportunidad de hablar con él de algunos asuntos del pasado que no comprende. Yo introduzco la sesión con base en una intuición, una hija que se sintió abandonada y un padre que hizo lo que pudo.

T: Antes de proseguir nuestra conversación, quiero decirle [dirigiéndome a C] que una de las cosas que más me ha impresionado en las conversaciones anteriores a su llegada es cómo su papá, en cada ocasión en que ha habido algún atisbo de sospecha sobre usted, no ha tenido ninguna restricción para ser enfático en afi rmar que no tiene dudas de ningún tipo sobre usted y que tiene absoluta confi anza en usted. Le digo esto porque estimo importante que usted lo sepa

C: Gracias doctor, es muy importante para mí escuchar eso [está conmocionada], yo quería esta conversación con mi papá a solas, porque a mis 40 años he decidido que quiero tener claridad en mi vida, porque quiero desembarazarme de tanta cosa. Y quiero decirle que el primer secuestro de la familia no fue el de I. Antes del secuestro de I y el de mi papá, hubo otro secuestro, que es el secuestro de mi hermano y yo por parte de mi papá cuando éramos chiquitos y se estaban separando.

T: ¿Eso fue así?

J: Yo no lo había visto de esa manera, pero lo que dice C es cierto, sí, yo me los llevé y los escondí de su mamá. Con la intención de protegerlos de ella en ese momento, pero lo cierto es que C lo pudo haber vivido como un secuestro, sin duda. Y viéndolo en perspectiva, sin duda fue un secuestro, aunque no era esa mi intención ni la lectura que yo le daba en ese momento de mi vida tan difícil.

C: Sí, yo lo viví como un momento terrible de mi vida, en que de la noche a la mañana me vi separada de mi mamá y no comprendía nada de lo que estaba pasando.

Esta revelación es absolutamente sorpresiva, comprendo por qué ambos querían una sesión juntos y a solas; tienen un pasado doloroso, que es difícil compartir con L, Z e I. Pero este hecho otorga a los acontecimientos un nuevo grado de complejidad, que ayuda a comprender cómo el sufrimiento ha estado presente en esta familia desde tiempos muy tempranos y ha sido un organizador familiar e individual de los diferentes miembros.

Para resumir el diálogo mantenido con ambos, la historia es la siguiente: cuando J y K se casaron eran muy jóvenes, ambos estudiantes, tenían escasos 20 años; para ambos era la primera experiencia de una relación de pareja y, además, eran primos hermanos. No recuerdan si necesitaron dispensa eclesiástica (son católicos), pero lo más probable es que así fuera. Los primeros años fueron felices, pero no tardaron los inconvenientes de una pareja joven de adolescentes casados y sin oportunidad de vivir ciertas etapas de la primera juventud. Comenzaron ciertas desavenencias, debido al hecho de que K comenzó a salir con compañeros de la universidad, hasta que un día, pese a los ruegos de J, salió con dos hombres y llegó tarde en la madrugada. J contrató investigación privada para seguir a su esposa, y se pudo corroborar con fotos sus infi delidades. Entonces, J decidió que no podían seguir así las cosas; en ausencia de K, cerró la casa, dejó instrucciones de que no la dejaran entrar a una compañía de vigilancia privada, sacó a los niños del colegio y se los llevó con él a un lugar de veraneo cercano a la ciudad, donde permaneció quince días en un hotel, sin que los niños (C y su hermano R) supieran nada de su madre. Al cabo de esos días regresaron a la ciudad, pero J se instaló en un lugar al que K no tenía acceso y no se comunicaron con ella. Al cabo de seis meses, K (mamá) los localizó y comenzó un pleito por la custodia de los niños, que se resolvió en favor de J. Finalmente, J, pasado un tiempo y debido a que los niños instalados con él en casa de sus padres después de la separación se tornaron inmanejables, decidió entregárselos a K, la mamá. Todo esto transcurrió en un año. Después de ello, J siguió pendiente de sus hijos económicamente, aunque un poco distante afectivamente.

Pasados los años, K es requerida por la policía, acusada de colaborar con un grupo insurgente; huye sin tiempo de contactar a sus hijos (ya en ese tiempo están cercanos a los 18 y 20 años, respectivamente), y cuando la policía llega a la casa los detienen, porque encuentran una caleta y material subversivo perteneciente a su madre (ésta se instaló en otro país para huir de la justicia). No obstante, son encarcelados, lo cual tiene unas repercusiones sociales y de prensa enormes, pues pertenecen a una familia de las más encumbradas de la ciudad. J, que después de siete años de soltería ya se ha casado y convivido con L, estaba viajando en el exterior; debe suspender su viaje y volver para sacar a sus hijos de la cárcel. Con sus contactos, después de varios meses, logra liberar a sus hijos y se los lleva a vivir con él y L. Al cabo de un tiempo, ya había nacido Z; J, debido a un incidente entre L y R, decide conseguir un apartamento para que vivan solos. Después nace I, al cabo de los años viene el secuestro de I y en ese momento se centran las sospechas sobre K y C. Algunos años después, R, piloto de una aerolínea comercial, fallece en un accidente, cuando el avión que piloteaba se estrelló contra una montaña.

En esta conversación terapéutica de padre (J) e (C) hija ha emergido una historia de dolor y sufrimiento de nuevo. Tanto C como J son dos personas unidas, en la actualidad, por el afecto, pero también por un pasado de sufrimiento. En el punto en que están han logrado un nivel de conversación que les permite fl uir con tranquilidad, por ello no considero necesario proseguir en un proceso de conversaciones terapéuticas con ellos dos, son capaces de dilucidar sus inquietudes sin ayuda; convenimos en eso.

No obstante la conversación, desde la perspectiva del proceso terapéutico familiar es importante incorporar una información que permite comprender por qué la señora K (madre de C) e incluso C se convirtieron en blanco de las sospechas muy fácilmente. Como dice C, su mamá siempre fue la mala del paseo, desde la separación se convirtió en el blanco de la animadversión de la familia extensa y un punto de confl uencia de los chismes y habladurías, como una oveja negra, un chivo expiatorio o emisario, un emisario del mal. Y en ese contexto era fácil atribuirle el origen de todas las desgracias de la familia, y si no era factible demostrarlo, por lo menos convertirla en el blanco de la sospecha. Una forma de transferir el odio, la rabia de la frustración dirigida a un agresor inaccesible (la guerrilla que los secuestró en dos ocasiones), hacia alguien accesible que tuviera alguna conexión parcial, así fuera en el imaginario familiar extenso, construido con el pasado de esa persona. K, con sus antecedentes, estaba destinada a ser una sospechosa permanente.

Pero había un factor adicional, cuando se produjo la detención de C y R, la prensa hizo un gran alarde, al mostrar a toda una familia muy prestante en la que había miembros de la guerrilla. Esto fue un acontecimiento terrible para toda la familia extensa (extremadamente conservadora), y como sucede en estas situaciones, se exacerban los resortes morales basados en la conformidad de ciertos principios y deberes. K, con su separación y después con su colaboración con la guerrilla, transgredió esos principios. Pero, además, también tuvo consecuencias sobre la imagen social de la familia, con su buena dosis de desprestigio, escándalo y vergüenza, consecuencias que la familia no perdonó nunca. Así que en la primera ocasión en que las circunstancias lo propiciaron, el secuestro de I, fue muy fácil para todos dirigir la mirada hacia K y C, era el momento de la venganza.

Si la realidad no mostraba ningún elemento que soportase la sospecha sobre K, las apariencias (su comportamiento, su ideología, su exilio, etc.) se montaron sobre un momento emocional de fragilidad, que alimentaron con mucha fuerza la necesidad de una satisfacción inmediata, por medio de una víctima propiciatoria, que congregó efectivamente la frustración, la rabia y la vergüenza. La forma más efectiva de lograrlo era convirtiéndola en una sospechosa. Con ello, se construyó un discurso que excluía la realidad como el centro de sus refl exiones y adoptaba las apariencias como el sostén de sus pensamientos, para con éstos reconstruir una realidad delirante de la sospecha. Se sustituyó el interés por la verdad, por la seducción de lo verosímil. Esto permitía liberar a la familia de la sospecha social. Si la sospecha se cernía sobre un miembro, los demás quedaban liberados, con lo cual quedaba resarcida del desprestigio, pues sacrificaban a un miembro de la familia.

Sexta sesión

De nuevo, con todos presentes en la sesión, L quiere tomar la palabra y hablar.

L: Yo quiero hablar y espero que me dejen hacerlo; en estos días he sentido un alivio de haber hablado cosas, me he limpiado de algunas cosas, pero todavía guardo cosas y quiero liberarme de ellas [trae una cuartilla de papel donde ha anotado las cosas que quiere decir].

T: Bien pueda usted.

L: Quiero comenzar diciendo que cuando J y yo nos casamos, ya en ese momento había problemas de seguridad en su familia. Su papá ya tenía en ese momento amenazas, había recibido cartas de amenaza y existía el temor de que lo fuesen a secuestrar.

J: Sí, no recuerdo muy bien las circunstancias, pero mucho tiempo antes del secuestro de I ya existía ese problema en la familia en relación a mi papá. De hecho, ahora que recuerdo había algún problema con un tipo, un empleado de la fi nca que se pensaba que era el origen de esas amenazas, incluso recuerdo que cuando sucedió el secuestro de I, fue una de las personas que presentamos como sospechoso, pero curiosamente nadie se fue por esa vía de investigación, todo se centró en K y en C.

Se produce una fuerte reacción de las tres hijas I, Z y C. La actitud es de una enorme sorpresa, ninguna de las tres conocía esa historia del abuelo. Entonces, todos se dan cuenta de que la historia de amenaza sobre esta familia no comenzó con ellos, sino que cuando L y J se casaron, la amenaza existía con anterioridad. Para C esto es sorprendente y más aún el hecho de que esta información fuera omitida durante tantos años. Sobre todo, porque saca de manera tácita e implícita a C del juego de las sospechas y pone el acento del interés de los plagiadores en la familia de origen de J, que era una familia con cierta fortuna en la región. El secuestro de I se convierte, entonces, en un acontecimiento circunstancial. De toda la familia de J, éste, con L y sus hijas eran el blanco más fácil, iban con frecuencia a la fi nca familiar y sin ningún tipo de seguridad. Cualquiera que quisiera atentar contra el padre de J tenía todas las facilidades. Esta información añade un elemento más de comprensión sobre el hecho de la necesidad psicológica de la sospecha hacia C, que era una persona conocida, frente a una situación amenazante que no sabían de dónde provenía.

El comportamiento de K en el matrimonio con J había avergonzado a toda la familia (no se olvide que K y J son primos hermanos) y eso la hacía fácil blanco de las críticas y habladurías, pues su comportamiento, tanto sexual como político, atentaba contra la cultura social y política de una familia de alta sociedad ultraconservadora.

La intervención de L prosigue; es una tromba de guardados interminable, como un desagüe imparable, nadie la interrumpe, por cuanto todos parecen entender que se trata de una necesidad mantenida a raya durante largos años de silencio. En medio de su discurso comienza a relatar los pormenores del secuestro de I. Es la primera vez que habla de ello, después de 16 años de silencio; es la primera vez en 16 años que todos pueden abordar en palabras ese hecho, conectado a las experiencias emocionales que generó. Naturalmente, después de tantos años se desata una tormenta emocional de llanto que involucra a todos, pero que, por primera vez, les permite expresar, a través de las lágrimas, una serie de emociones para las cuales no se han inventado palabras todavía. Resulta liberador, se desata, o al menos comienza a desatarse, el nudo de un embrollado ovillo.

Reflexiones

El problema del secuestro no termina con la liberación, su impacto actúa como una sonda en el futuro. La expresión lingüística no es capaz de contener los efectos del choque de una experiencia de tal calibre, que excede, incluso, la descripción del estrés postraumático.

El secuestro es más que un trauma, atraviesa la vida como no lo hace un trauma, no se ha inventado la expresión clínica que pudiera describir y enunciar tal vivencia, lo cual hace de ésta una experiencia inefable, donde la enajenación, en el sentido amplio de la palabra, invade la existencia del individuo, que no es dueño de su cuerpo, ni de su propio "sí mismo", ni de su existencia.

La pérdida del espacio privado, la invasión del espacio íntimo, la pérdida del límite entre lo interior y lo exterior (en la medida en que el secuestrado está a merced del deseo del otro, para el cual no existen límites) convierten al individuo en un ser incapaz de simbolizar la experiencia de sí mismo, inhabilitado para dirigir sus pasos. Es un atrapamiento emocional, los ojos del otro no sirven como espejo a la propia mirada, sino como un lugar que engulle la identidad; son un agujero negro que amenaza en todo momento con borrar la existencia. Por tanto, mirar al otro, en lugar de ser la esperanza de un refugio, se transforma en el peligro de la propia extinción. Es como estar en un útero que deshace y licua todo su contenido; en lugar de crecer, se retrae toda la identidad, todos los sentidos van perdiendo su función y el mundo se desvanece en ecos cada vez más distantes. La desaparición del mundo privado, cuyos muros fueron construidos por las miradas amorosas de los seres queridos, ahora dejan al individuo sin protección, sin la piel que sólo es posible construir con el afecto. Por ello, cualquier teoría es incapaz de dar una explicación a esta experiencia, que con su contundencia de realidad implacable desafía cualquier concepto.

Cuando un ser humano nace, su paso del amnios al mundo externo es propiciado de inmediato por unos brazos que lo acogen, se entabla un diálogo de afecto y protección básicos que alivia el impacto del cambio. En el secuestro, el individuo nace a un mundo hostil, peligroso y amenazante, ante el que no tiene ningún recurso, salvo su temor, su miedo y su terror. De la experiencia de la vida se pasa a la experiencia del encierro, sin mediación afectiva, repentinamente, sin que el aparato psíquico tenga oportunidad de reorganizarse para la experiencia. Quizá por ello los aspectos simbólicos de esta experiencia son tan reacios y esquivos.

En este punto pienso en un término que pueda congregar la experiencia psicopatológica del secuestrado e, incluso, de la familia: atrapamiento emocional. Aspecto que pretendo dilucidar en un próximo artículo.

 

Referencias

1. Linares JL, Campo C. Tras la honorable fachada. Barcelona: Paidós; 2000.        [ Links ]

2. Sigmund F. Totem y Tabú. Madrid: Alianza; 1983.        [ Links ]

3. Stephen H. La teoría del todo. Bogotá: Ramdom House Mondadori; 2007.        [ Links ]

4. Garciandía JA, Samper J. Un retorno a la familia y el contexto. Revista Colombiana de Psiquiatría. 2006;35(4).        [ Links ]

5. Payne M. Citando a Michael White. En: Terapia Narrativa. Barcelona: Paidós; 2002.        [ Links ]

6. Garciandía JA. Pensar Sistémico. Bogotá: Javeriana; 2005.        [ Links ]

7. Garciandía JA, Samper J. La conversación terapéutica y la construcción de una etnia. Revista Colombiana de Psiquiatría. 2004;33(1).        [ Links ]

8. Perelman C. El imperio retórico. Retórica y argumentación. Bogotá: Norma; 2007.        [ Links ]

9. Watzlavick P. El lenguaje del cambio. Barcelona: Herder; 1992.        [ Links ]

Conflicto de interés: El autor niega cualquier conflicto de interés en este artículo.

Creative Commons License All the contents of this journal, except where otherwise noted, is licensed under a Creative Commons Attribution License