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Revista Colombiana de Psiquiatría

Print version ISSN 0034-7450

rev.colomb.psiquiatr. vol.38 no.4 Bogotá Oct./Dec. 2009

 

Epistemología filosofía de la mente y bioética

Los delirios no son alteraciones primarias del pensamiento

Delusions are not Primary Alterations of Thought

Marco Fierro Urresta1

1 Médico psiquiatra. Profesor de psiquiatría. Departamento de psiquiatría. Universidad del Rosario. Bogotá, Colombia.

Correspondencia: Marco Fierro Urresta Calle 103A No. 21-49 Bogotá, Colombia marcofierro2222@yahoo.com

Recibido para evaluación: 25 de julio del 2009 Aceptado para publicación: 25 de octubre del 2009


Resumen

Introducción: A los delirios se los define como creencias y se los evalúa en términos de verdad y falsedad; sin embargo, hay muchos problemas conceptuales, empíricos y pragmáticos derivados de esta caracterización. Método: Se evalúan las creencias, los conocimientos y las certezas de la imagen del mundo de Wittgenstein; las creencias religiosas; así como las ideas políticas, éticas y estéticas, y se encuentra que los delirios son diferentes a todas ellas. Para saber acerca de los delirios se examina el lenguaje utilizado para expresar en primera persona lo que se experimenta de sí mismo y de las interacciones con los demás. No es el lenguaje de la psicología como disciplina, que al fin al cabo es de tercera persona, sino frases, oraciones y narraciones que el sujeto emite y dan cuenta desde su punto de vista sobre lo que percibe, siente y piensa. Conclusión: Los delirios no son creencias; son expresiones verbales de experiencias anómalas relacionadas con percepciones somáticas, emociones vinculadas a la interacción con otros seres humanos y emociones vinculadas con la manera en que uno se encuentra en el mundo.

Palabras clave: delirio, emociones, percepción, pensamiento.


Abstract

Introduction: Delusions are commonly defined as beliefs and are evaluated in terms of truth and falsehood. However, there are many conceptual, empirical and pragmatic problems derived from this characterization Method: Beliefs, knowledge, and Wittgenstein's certainties of a world-picture, religious beliefs, and political, ethical, and esthetic ideas were evaluated, finding that delusions are different from all of these. To understand what delusions are, the language used to express in first-person what we experience of ourselves and during interactions with others is examined. It is not the language of psychology as a discipline which is, after all, in the third-person, but phrases, sentences and narratives uttered by a subject that renders his view of what he perceives, feels and thinks. Conclusion: Delusions are not beliefs. They are verbal expressions of anomalous experiences connected to somatic perceptions, emotions related to interactions with other human beings, and emotions related to the manner in which we are in the world.

Key words: Delusion, emotions, perception, thinking.


La aparición de nuevas creencias

No es extraño para nadie encontrar que día a día tiene nuevas creencias. Algunas de ellas es posible rastrearlas fácilmente hasta su comienzo en el tiempo, e incluso, precisar uno o varios hechos que les dieron origen. Si una persona tiene dolor e inflamación en un dedo del pie y un médico le informa que se trata de artritis gotosa cuya etiología involucra un problema en el metabolismo del ácido úrico, se puede afirmar que en ese preciso momento ella adquirió una nueva creencia acerca de las molestias experimentadas en su cuerpo. Si después de leer un libro de historia alguien se entera de que Adolf Hitler no nació en Alemania, sino en Austria, se puede fijar el comienzo de esa creencia en dicho instante. Algunas veces el surgimiento puede ser súbito y acompañado de un gran impacto emocional. Por ejemplo, si un hombre se da cuenta de que su esposa le es sexualmente infiel, la valoración que de ella tenía se modifica y empieza a creer que no es confiable.

En ocasiones, las nuevas creencias corresponden a una inferencia posterior a la puesta en marcha del pensamiento, a una conclusión, tal como sucede cuando se intenta resolver un problema y, después de considerar diversos caminos, se encuentra una solución. Precisar el momento inicial no siempre es fácil. Si a un aficionado al fútbol le preguntan cuándo comenzó a pensar que el mejor fútbol del mundo se practica en la liga española es posible que no ubique una fecha precisa en el tiempo; quizá sólo pueda admitir que en la actualidad y, aproximadamente, en los últimos tres o cuatro años lo ha creído así y lo ha expresado en más de una ocasión. Otras creencias surgen paulatinamente, después de un proceso de observación y análisis de objetos o hechos, como ocurre con las descripciones y explicaciones de un antropólogo acerca del comportamiento de un grupo social tras haber vivido dentro de éste.

Más adelante se presentan argumentos contrarios a la noción de que los delirios son creencias, pero por ahora se los tratará como tales, con el fin de facilitar la discusión. Hay, entonces, diversas fuentes de origen de las nuevas creencias. Pero, ¿de dónde salen creencias típicamente delirantes como la de que alguien ha insertado pensamientos en la mente o que el estómago se cerró y no puede recibir más alimentos? Es difícil encontrar una situación cotidiana que las genere. Es como si, de un momento a otro, una nueva creencia apareciera de la nada. ¿Se podría postular que por mecanismos desconocidos el pensamiento se afecta primariamente en su contenido y nuevas creencias irrumpen con una fuerza inusitada?

En psiquiatría clínica se conoce que algo parecido sucede con las ideas obsesivas. Estas incursionan de manera súbita en el curso del pensamiento, pero, por lo general, en contextos específicos. Por ejemplo, las ideas de contaminación surgen cuando se debe tocar una puerta, un pasamano, una chapa, un billete o algún otro objeto que previamente haya podido estar en contacto con alguien más. Inmediatamente asoman a la mente las ideas de ensuciarse o contaminarse, seguidas por las conductas compulsivas de lavarse repetidamente las manos.

Sin embargo, hay algunas diferencias notorias entre las ideas obsesivas y las delirantes. En las primeras la persona se percata del momento en que aparecen, pues se atraviesan e imponen en el curso del pensamiento; tanto, que llevan al afectado a enfocar la atención en sus propios contenidos mentales. Su presencia ocasiona incomodidad o ansiedad, ya que las ideas son claramente identificadas como extrañas y diferentes de la manera de pensar acostumbrada. Además, mediante conductas rituales —como el lavado de las manos— se intenta apaciguarlas, así sea temporalmente. Las ideas obsesivas son experimentadas como pensamientos indeseables, molestos, por lo general desligados del resto de las creencias y deseos propios, como si fueran pedazos sueltos y sin ningún vínculo con la red de creencias; tanto, que el mismo afectado los suele calificar como irracionales, debido a que no encuentra ninguna razón capaz de justificarlos.

En las ideas o creencias delirantes, en cambio, es más difícil determinar el momento en que aparecen, se atenúan o desaparecen. No son vistas como intrusas, sino como certezas que deben tenerse en cuenta para actuar en el mundo. Quien tiene un delirio persecutorio no se siente asustado por la presencia de la idea de ser perseguido, sino por el riesgo que, en su propia opinión, corre de ser lesionado por los perseguidores. Es más, no se detiene a considerar el contenido de su pensamiento, a examinar qué tipo de ideas transcurren en su mente; simplemente, actúa de acuerdo con lo que experimenta como una situación peligrosa. Las ideas delirantes, entonces, no surgen como producto de una ruptura en el contenido del pensamiento que da lugar a la emergencia de temas hasta entonces ausentes; no corresponden a la incursión de nuevos pensamientos; no, al menos, en la forma como estos suelen aparecer cuando se refieren al mundo.

Teniendo en cuenta que el análisis conceptual y clínico de los fenómenos psicológicos ha mostrado cómo las percepciones somáticas y las emociones son buenas candidatas para constituirse en los elementos básicos de los delirios (1), podría explorarse de qué forma estos últimos emergen a partir de las primeras. En el delirio persecutorio las creencias giran alrededor del daño que los otros causan y desean causar; por lo cual las emociones involucradas son las que se despliegan en la interacción actual o potencial con los demás. En los delirios grandiosos y en los nihilistas (incluyendo los de culpa y pecado) las creencias aluden, en el primer caso, a sentirse bastante bien consigo mismo, lleno de confianza y seguridad, y, en el segundo, a un contenido completamente opuesto; por tal motivo, se vuelven relevantes las emociones vinculadas con la manera como uno se encuentra en el mundo. Parece, entonces, que para comprender la constitución de los delirios, un buen camino consiste en examinar de qué manera surgen las creencias relacionadas con: 1) las percepciones somáticas, 2) las emociones vinculadas a la interacción con otros seres humanos, y 3) las emociones vinculadas con la manera como uno se encuentra en el mundo.

1. En el caso de las percepciones somáticas, cuando una persona afirma que desde hace veinte minutos siente dolor en una rodilla, cansancio o deseos imperiosos de orinar, se puede ubicar, sin lugar, a dudas tanto el momento de inicio de la experiencia perceptiva como la causa de dichas creencias. En los tres ejemplos citados hay una experiencia perceptiva somática que las ocasiona. No se trata de creencias surgidas de la nada, que irrumpen en la mente, sino, más bien, de expresiones verbales que dan cuenta de una percepción somática. No importa si se trata de una enfermedad grave, de la consecuencia del ejercicio físico o de la ingesta copiosa de líquidos: lo importante es que el origen puede situarse en algo experimentado en el cuerpo. Lo mismo sucede con el miembro fantasma. Cuando el afectado dice que siente dolor en una extremidad que le ha sido amputada, expresa verbalmente una experiencia perceptiva anómala, pues reporta que algo sucede en una parte inexistente del cuerpo; pero no se trata de la invención ni de la irrupción descontextualizada de una creencia Algo similar puede plantearse para los delirios somáticos. Quien afirma sentir completamente vacío el cráneo o que el estómago se ha cerrado da cuenta verbalmente de experiencias perceptivas anómalas, cuyo nombre más apropiado sea, quizás, el de alucinaciones somáticas. En la esquizofrenia, particularmente, son bastante variadas y van desde percepciones simples de calor, frío y dolor, pasando por experiencias de tener espacios vacíos dentro del cuerpo, deformidades y órganos que no funcionan, hasta experiencias complejas y aterradoras, comola de ser desgarrado, de carecer de vísceras o de tener dentro animales, objetos o personas (2). Así como al sentir dolor de manera inmediata se capta que el cuerpo no anda bien —lo cual se expresa en gestos, gritos, movimientos y narraciones acerca del dolor—, en las alucinaciones somáticas lo percibido tiene un sentido que desde el comienzo es comprendido (por ejemplo, tener algo extraño dentro del cuerpo) y luego enunciado verbalmente a través de lo que se identifica como delirio. En este orden de ideas, los delirios somáticos no corresponden a una alteración primaria en el contenido del pensamiento, sino a una experiencia perceptiva somática anómala; más precisamente, a una alucinación, expresada como una creencia curiosa, llamativa o extraña, diagnosticada como delirio por el psiquiatra u otro interlocutor.

2. En el segundo grupo de creencias el contenido está relacionado con las emociones experimentadas en la interacción con los otros. Cuando una persona dice que se siente avergonzada, atemorizada por la presencia de alguien, celosa o desconfiada, lo dicho corresponde al modo como experimenta la interacción con ese sujeto. Si se tiene en cuenta que el conocimiento de los otros no es un proceso inferencial, sino perceptivo y emocional (3), lo expresado en forma de creencia no es un pensamiento aparecido de un momento a otro y totalmente descontextualizado, sino la emisión verbal que da cuenta de una experiencia corporalizada surgida en la interacción. En el delirio persecutorio, cuando alguien afirma que todos los demás desean hacerle daño, incluso matarlo, expresa con su narrativa que una modalidad afectiva de miedo y desconfianza se ha instalado y ha modificado de manera notoria la percepción emocional de cada encuentro potencial o real con los otros. Los percibe como peligrosos, amenazantes, hostiles, dañinos; y en esa misma línea aprecia las acciones por ellos realizadas.

3. En el tercer tipo de creencias el tema alude a las emociones vinculadas con la manera como uno se encuentra en el mundo; especialmente, con las experiencias de bienestar, seguridad y confianza en sí mismo, por un lado; y de tristeza, minusvalía y desesperanza, por el otro. Si una persona, desde hace una semana, se siente más segura y con más confianza en sí misma que de costumbre, es posible que además de expresarlo con esas palabras también lo haga a través de narraciones teñidas de optimismo. En éstas confiere gran valor a sus capacidades, considera que tales capacidades le permitirán desempeñarse bien en todo cuanto emprenda, vislumbra buenos resultados en su futuro trabajo, e incluso recuerda el pasado como una serie de momentos que le ayudaron a madurar y convertirse en lo que es actualmente. El cambio emocional experimentado influye notoriamente en todas las áreas del psiquismo: se muestra en gestos, acciones y creencias, todas las cuales son expresiones derivadas de la emoción, y no un fenómeno primario del movimiento y del pensamiento. Ahora bien, ¿qué tipo de creencias pueden surgir cuando las experiencias de bienestar, confianza y seguridad en sí mismo se intensifican notablemente, bien sea por un proceso cerebral anómalo o por el consumo de alguna sustancia? Seguramente, las expresiones y narraciones antes mencionadas se volverán grandiosas y se identificarán como un delirio. Además, esa intensificación marcará, incluso, la manera de interactuar con los demás, volverá al afectado una persona con alegría y optimismo contagiosos, pero, quizá, sin capacidad de ver las dificultades y riesgos que conllevan las decisiones y acciones. Igual esquema puede trazarse a partir de la tristeza y la disforia para los delirios nihilistas y todos aquellos donde la minusvalía y la desesperanza sean extremas.

De acuerdo con lo discutido, se puede concluir que los delirios somáticos, persecutorios y grandiosos/ nihilistas se derivan, respectivamente, de ciertas experiencias anómalas relacionadas con 1) las percepciones somáticas, 2) las percepciones/ emociones vinculadas a la interacción con otros seres humanos y 3) las emociones vinculadas con la manera como uno se encuentra en el mundo. Los juicios, las historias y las narraciones identificadas como delirios son la expresión verbal de estas experiencias. Por tanto, para comprenderlos es necesario penetrar las palabras e ir a las experiencias, pues es ahí donde se encuentran plenos de sentido.

Los delirios no son creencias

En psiquiatría se utiliza la categoría pensamiento para incluir todo aquello que es susceptible de ser expresado mediante el lenguaje y evaluado semánticamente. Figuran ahí las creencias, los conocimientos (lo que se sabe), las opiniones, las conjeturas, los deseos, las dudas, las preguntas, las esperanzas, las expectativas, las imaginaciones, etc.; es decir, todo aquello que en filosofía puede ser designado como actitud proposicional (4). De acuerdo con la caracterización mayoritariamente aceptada, el delirio es una creencia que goza de convicción absoluta; por lo tanto, no se expresa como opinión, conjetura, duda, pregunta, expectativa o esperanza, y así quedan descartadas como candidatas a delirios la mayoría de las actitudes proposicionales, pues no corresponden a la forma lógica de un delirio. Sobreviven sólo las creencias y los conocimientos (saber algo).

En las creencias siempre hay algún grado de incertidumbre, mientras que saber algo es estar seguro, convencido, de ese algo. Puede considerarse el saber como una forma segura o asegurada del creer, un creer que excluye el error. Según Haller (5), el saber y el creer son una especie de actitud epistémica (cognoscitiva), que puede ser vista de forma gradual desde el mero opinar y conjeturar pasando por el suponer y creer hasta el creer verdadero y justificado; esto es, el saber. Saber implica estar seguro de un estado de cosas, justificarlo y demostrarlo; o, en palabras de Russell (6), un conocimiento (saber algo) es una creencia que está plenamente justificada, y justificada de la manera adecuada.

Como en el delirio no hay ningún grado de incertidumbre, se puede concluir que no es una creencia, y quedan tan sólo los saberes (conocimientos) como candidatos a delirios. La característica más importante de ellos es su justifi- cación, la misma que no aparece en los delirios, pues estos son una creencia personal no compartida por las personas cercanas al sujeto y sustentada en contra de las pruebas contrarias; es decir, el delirio es una creencia que goza de extraordinaria convicción y con escasa o ninguna justificación. En este punto parece haberse llegado a un lugar sin salida: la única actitud proposicional que goza de convicción tiene como característica primordial la justificación, y los delirios carecen de esta última. Cabe preguntarse: ¿los delirios corresponden a una actitud proposicional completamente diferente de las conocidas?, o, ¿es necesario tomar una vía distinta para comprenderlos?

Por otra parte, los conocimientos se refieren a algo en el mundo, son objetivos y de ellos puede decirse que son verdaderos, así sea provisionalmente, pues están justificados. Además, están inmersos en una red de otros conocimientos que no son contradictorios entre sí. ¿Ocurre algo así con los delirios? Los delirios no son acerca de estados de cosas del mundo, aunque algunas veces así lo parezcan, de tal manera que no puede examinarse su verdad o falsedad. Nadie tiene el delirio de que la Tierra gira alrededor de la Luna, o de que los elementos químicos son 345. De quien sostenga tales afirmaciones se dirá que no conoce aspectos básicos de la ciencia y será excluido del debate y juego científicos, pero no será considerado delirante.

La imagen del mundo de Wittgenstein

Si los delirios no son creencias ni conocimientos acerca del mundo, vale la pena preguntarse si se parecen a lo que Wittgenstein denomina imagen del mundo o se relacionan con ello. Según este autor, hay un tipo de saber que hace parte de la vida cotidiana, del cual no se solicita ni se requiere justificación alguna: son las certezas. Cita como ejemplos saber que la Tierra ha existido mucho antes de mi nacimiento, o que mi cuerpo no ha desaparecido para volver a aparecer más tarde (7). Aunque casi nunca son expresadas verbalmente, es claro que prácticamente todos los seres humanos responderían afirmativamente al preguntarles si creen lo anteriormente enunciado; pero más importante que la respuesta verbal es el hecho de observar que actúan en el mundo de acuerdo con esas certezas. Al enunciarlas parece como si se tratara de creencias y conocimientos, pero lo curioso es que no se requiere disponer de pruebas para estar convencido de su veracidad. Al conjunto de esas certezas, de esas convicciones absolutas, Wittgenstein lo denomina imagen del mundo.

Según Botero (8), para describir la imagen del mundo es necesario recurrir a proposiciones que tienen la forma de proposiciones empíricas, pero se trata de proposiciones que no expresan conocimientos ni leyes naturales, no constituyen un cuerpo de teorías ni alguna forma de representación del mundo. No son verdaderas ni falsas, porque no afirman nada; más bien, son el sustrato de todas las afirmaciones, la base para distinguir lo verdadero y lo falso. El papel de las proposiciones que muestran la imagen del mundo no es el de describir, sino el de reglas de un juego que se puede aprender de manera puramente práctica. La imagen del mundo no aparece explicitada en la narración, en la conversación o en los relatos se muestra en las costumbres, los comportamientos cotidianos, los ritos, en el día a día. No es una teoría acerca del mundo, sino algo que "encarrila" los comportamientos, prácticas, usos, etc., de la gente.

Un ejemplo bastante conocido es la certeza de alguien en que la Tierra existía antes de su propio nacimiento. En este caso no se trata de que esa persona justifique tal certeza; más bien, dado que en muchas de sus actuaciones aparece como trasfondo, se puede asumir que se constituye en el fundamento de una buena cantidad de sus prácticas cotidianas. De hecho, esa persona habla de otros seres humanos del pasado, pregunta por sus abuelos, menciona la edad de edificios antiguos, etc.; es decir, a través de su conducta muestra la certeza.

Cuando se enuncian, las proposiciones de la imagen del mundo tienen un aire extraño: es más, casi nunca se piensa en ellas; quizás una persona jamás se las diga a sí misma, pero hacen parte del marco cognoscitivo que se da por sentado para describir cualquier hecho o fenómeno. Al utilizar proposiciones con forma de proposiciones empíricas el resultado de explicitar la imagen del mundo es una mitología; por cierto, una bastante rara.

Otros ejemplos de proposiciones de la imagen del mundo son: "ninguna persona está en dos lugares al mismo tiempo", "nadie tiene menor edad a medida que pasan los años", "aunque la Tierra es redonda, no me caigo al vacío", "los objetos no salen a volar espontáneamente". Al expresarlas con palabras, las proposiciones que describen la imagen del mundo tienen un aire de extrañeza, y, quizá, si alguien insiste en discutirlas su conducta será llamativa para los demás. Sin embargo, ningún delirio corresponde o se deriva de explicitar verbalmente la imagen del mundo. Si alguien enuncia repetidamente su convencimiento de que la Tierra existía antes de que él naciera, los demás responderán que eso es obvio y les llamará la atención que dedique tiempo a hablar de ese tema; pero ningún diagnóstico de delirio surgirá, pues, para comenzar, todos estarán de acuerdo con lo afirmado.

Hay otra posibilidad: un delirio puede presentarse como una convicción contraria a las certezas de la imagen del mundo del grupo en el cual se vive, o, al menos, como una duda. Por ejemplo, un hombre de 35 años afirmaba que su edad era de 12 y no aumentaba, a pesar del transcurso del tiempo; y otro estaba convencido de vivir en un mundo donde todos aquellos que lucían como seres humanos estaban muertos y habían sido reemplazados por computaciones.

Ahora bien, si las certezas se muestran en la conducta del día a día, era llamativo que ambos hablaban y actuaban de forma contraria a las creencias que decían tener: en el caso del segundo, éste conversaba con las personas que, según él, estaban muertas: les hacía solicitudes, compartía alimentos con ellas, discutía por el programa de televisión que verían; en cada encuentro con ellas su comportamiento mostraba que las asumía como a seres humanos vivos, y no como a cuerpos muertos. La situación es más clara si se agrega que los dos casos mencionados tenían como trasfondo de esas aparentes certezas delirios persecutorios y alucinaciones auditivas. Según el primer paciente, un hechizo realizado por alguien que lo odiaba lo llevó a quedarse en la infancia, le impidió madurar y convertirse en un adulto, creencia reforzada por la alucinación de voces que lo insultaban y le aseguraban que siempre sería un niño. De acuerdo con el relato del segundo, él era objeto de persecución por seres a quienes no lograba identificar, hasta cuando descubrió que uno de ellos, el más poderoso, mató a todos los humanos y los reemplazó con computaciones. En ambos casos la enunciación de una creencia contraria a las certezas de la imagen del mundo es un elemento narrativo que puede ser comprendido como parte de la elaboración predicativa, pero sin relación con el origen de los delirios.

A partir de lo discutido, es posible concluir, en primer lugar, que los delirios no corresponden a la enunciación explícita de la imagen del mundo. En segundo lugar, aunque a veces se presentan narrativamente como convicciones contrarias a las certezas de dicha imagen, al utilizar las prácticas cotidianas como el criterio para conocer la imagen del mundo se encuentra que éstas no cambian, siguen siendo las mismas. Los delirios, entonces, no corresponden a anomalías en la imagen wittgensteniana del mundo.

Las ideas políticas, estéticas y éticas

Hay otro grupo de creencias acerca de temas como la política, la estética y la ética que vale la pena examinar, para ver si tienen similitudes con los delirios. En la práctica clínica no se diagnostica un delirio a quien expresa creencias acerca de lo conveniente o inconveniente de una moneda única para Europa, del concepto de belleza de una escuela pictórica o de principios éticos. Alrededor de estos tópicos hay puntos de vista, controversias, debates, posiciones radicales, opiniones, intentos de convencer o seducir a otros, pero no verdades, ni tampoco delirios. Las creencias expresadas por algunos líderes políticos han marcado la manera de actuar de muchos de sus seguidores y subalternos, han llevado a la muerte a millones de personas, pero el diagnóstico de delirio no ha sido realizado a ninguno de ellos basándose en las características de sus creencias. Después de la Segunda Guerra Mundial no se diagnosticó como delirantes a los miembros de la cúpula del gobierno alemán ni a los operarios de los campos de concentración donde se dio muerte a "las razas inferiores".

En 1975 el movimiento político Khmer Rouge, apoyado por China, se tomó el poder en Camboya. Al mando de Pol Pot, el nuevo gobierno introdujo cambios drásticos en la vida del país: abolió la religión, cerró las escuelas y trasladó a la población desde las ciudades, que quedaron vacías, hasta el campo, para trabajar en las granjas colectivas. Durante los cuatro años de duración del régimen murieron alrededor de dos millones de personas por agotamiento, desnutrición, enfermedades, torturas y ejecuciones realizadas en el marco de amplias purgas. Uno de los líderes, Kaing Guek Eav, alias Duch, dirigió el campo S-21, el principal centro de detención e interrogatorios. Pasó de ser un dedicado profesor de matemáticas a convertirse en un celoso defensor de las ideas radicales del régimen y supervisó la tortura y asesinato de más de 12.000 camboyanos, quienes eran considerados traidores; entre ellos, mujeres y niños. En 1999 fue arrestado y en febrero de 2009 se inició el juicio en su contra. Si se leen los periódicos, revistas y demás textos que relatan su proceder, en ninguno se menciona la palabra delirio. El mismo Duch tampoco da cuenta de sus acciones ni las explica como tales. Como se aprecia, las creencias políticas, por extremas que parezcan, por profundas que sean sus repercusiones cuando se ponen en práctica, no se identifican como delirios.

Las creencias religiosas

La temática religiosa aparece con frecuencia en los delirios, así que vale la pena considerar a qué se refieren este tipo de creencias, con el fin de saber si tienen semejanzas con los delirios. Para ello, se tomará la discusión realizada por Díaz (9) del texto de Wittgenstein Lecciones y conversaciones sobre estética, psicología y creencia religiosa (10). Según Wittgenstein, hay creencias inconmovibles que no se muestran a través de razonamientos o apelando a las razones ordinarias para creer, sino, más bien, regulando las acciones en la vida, y por ello se constituyen en el marco que rige buena parte de lo que se hace día a día. De esta clase son las creencias religiosas.

De acuerdo con Díaz, la diferencia entre creer y saber radica en las razones existentes para sustentar una creencia. Si las hay, si se puede justificar una creencia, se habla de saber; en caso contrario, de creer. Creer en algo implica estar seguro de ello sin tener razones suficientes para demostrarlo. Ahora bien, las creencias religiosas no se sustentan en razones, como sí ocurre con los conocimientos (saberes) acerca del mundo; no hay nada que pueda justificar la creencia de los católicos en el juicio final, pues éste no se refiere a algo susceptible de ser predicho por leyes como las de la física, ni explicado en términos probabilísticos como los utilizados algunas veces por la psicología. Las creencias religiosas no son un asunto de conocimiento de objetos. La diferencia entre un creyente y un no creyente no radica en que el primero tiene ciertos conocimientos de los que carece el segundo. Quien cree en el juicio final no sabe algo distinto ni dispone de pruebas que le son ajenas a quien no cree.

La importancia del lenguaje religioso no está en los contenidos de sus enunciados. El carácter religioso de una creencia no descansa en los contenidos descriptivos con los cuales se manifiesta, sino en la repercusión que tiene sobre la conducta. La diferencia entre un creyente y un ateo no se sitúa en los objetos de la creencia. Como consecuencia, el lenguaje religioso no es cognoscitivo, no es descriptivo: expresa sentimientos o actitudes. El lenguaje religioso no cumple, al menos en primer lugar, una función descriptiva, sino que se refiere a la manera como el creyente asume su forma de vida, a las convicciones acerca del sentido de su existencia.

Desde luego, el creyente está convencido de que su creencia da cuenta de algo en el mundo; desde su perspectiva, lo enunciado no podría ser de otra manera, así que no hay lugar para considerar la posibilidad de la falsedad. La creencia religiosa siempre se acompaña de convicción, y en este aspecto se parece al delirio. Al creyente no le preocupa que haya pocas razones o ninguna para sustentar la creencia, ese asunto no interfiere para nada con ella. Tampoco está interesado en la falsabilidad, en pruebas relacionadas con su verdad o falsedad, ni en otros juegos del lenguaje de los que, normalmente, las creencias hacen parte. La creencia religiosa no es, entonces, un saber apoyado en razones valederas ni una simple creencia carente de razones suficientes.

Según Wittgenstein, en las creencias religiosas las razones no juegan, no suelen jugar, y, tal vez, no deban jugar un papel de importancia. En el juego del lenguaje religioso los argumentos racionales no desempeñan papel alguno, o, al menos, su papel resulta por completo secundario. No es un juego de la racionalidad, pues este tipo de creencias se apoya en razones muy precarias. Sin embargo, al observar las consecuencias que ellas tienen en la vida diaria, en la manera como se vive, se aprecia la gran influencia que logran y el sentido que adquieren.

La religión no es una doctrina o un conocimiento, sino una manera de actuar y vivir, anota Wittgenstein. Tener ciertas creencias religiosas significa orientar la vida a la luz de esas creencias. Por tanto, el sentido de una creencia religiosa hay que buscarlo en su capacidad para guiar el comportamiento, en que la persona creyente actúa en forma diferente de como lo haría si no fuera creyente. Sin embargo, esta diferencia no necesariamente se sitúa en el tipo de las acciones que realiza, sino, sobre todo, en el sentido bajo cuya orientación las lleva a cabo. Para Putnam (11), la religión tiene que ver más con la clase de imagen a la cual uno le permite organizar su vida que con las formas de expresar las creencias de esa temática. Siendo así, el papel de las creencias religiosas no se aprecia fácilmente en el día a día del creyente a través de sus acciones.

En cambio, los delirios afectan de forma notoria e inmediata la cotidianidad. El presente y el futuro del individuo (a veces, de toda la humanidad) están en juego y casi todas las actividades cotidianas se realizan en función de ellos. Quien se siente perseguido destina su tiempo y los recursos físicos y cognoscitivos a evitar a sus perseguidores o a luchar contra ellos. En el delirio místico la persona es capaz de dejar el trabajo y la familia para dedicarse a predicar o difundiralgún mensaje, se olvida de comer y dormir con el fin de buscar la iluminación a través de la lectura de algún texto sagrado. Hay un cierto parecido a lo que sucede cuando se experimenta un dolor. Si es leve, se puede continuar con las actividades diarias sin mayores cambios, pero si es severo todo se detiene, y lleva a quien lo padece exclusivamente a buscar alivio. Como se aprecia, los delirios son distintos de las creencias religiosas; no se constituyen en una imagen para organizar la vida ni en el trasfondo que le da sentido a la existencia, como ocurre con las últimas, sino en una urgencia vital que repercute con fuerza y transforma masivamente la manera de vivir.

¿Acerca de qué son los delirios?

Si los delirios no son creencias ni conocimientos acerca del mundo, si no son posiciones políticas, éticas o estéticas, si no son creencias al estilo de las religiosas y tampoco se refieren a lo que Wittgenstein denomina imagen del mundo, entonces, ¿acerca de qué son? Para responder esta pregunta es necesario dirigir la mirada al lenguaje utilizado para expresar en primera persona lo que se experimenta de sí mismo y de las interacciones con los demás. No es el lenguaje de la psicología como disciplina —el cual, al fin al cabo, es en tercera persona—, sino las frases, oraciones y narraciones que el sujeto emite y dan cuenta desde su punto de vista de lo que percibe, siente y piensa.

De acuerdo con Wittgenstein (12, 13), las palabras se conectan con la expresión primitiva de las sensaciones, y posteriormente ocupan su lugar. La expresión verbal del dolor remplaza al grito, sin ser una descripción de éste. Esta sustitución se da a través de la socialización del niño. Como anota el mismo Wittgenstein, "si los hombres no manifestaran su dolor no se le podría enseñar a un niño el término dolor de muelas". De la misma manera, se aprende a usar las palabras que aluden a otros estados somáticos y, también, a los emocionales.

Cuando el niño exhibe expresiones de alegría, tristeza o miedo dentro de un determinado contexto se da en ese momento la posibilidad de aprender el uso de palabras relacionadas con dichas emociones. Esas palabras no corresponden a descripciones: son expresiones verbales de las emociones. El lenguaje usado en estos casos no es de tipo descriptivo ni alude a nada en el mundo susceptible de ser evaluado intersubjetivamente en términos de verdadero o falso. Aunque al emitir estas expresiones parecen creencias, es tan sólo su ropaje verbal el que las hace ver así.

En cuanto al lenguaje utilizado para hablar de lo experimentado en la interacción con los demás sucede algo parecido a lo anotado para las emociones y las percepciones somá ticas. Las palabras se conectan con las percepciones y reacciones sociales infantiles y luego las sustituyen; de esta manera se aprende a usar términos relacionados con atracción, vergüenza, celos, temor hacia alguien, desprecio, etc. Cuando un niño manifiesta expresiones faciales de alegría se ríe y busca acercarse a alguien, se da una situación en la que puede aprender el uso de palabras relacionadas con gusto y atracción hacia otras personas. Si como respuesta es ignorado, rechazado o agredido, de todas maneras puede aprender palabras referentes a otras modalidades de interacción. Un tiempo después, cuando dice que un sujeto lo mira con desprecio y hostilidad no emite una creencia acerca de algo en el mundo, sino que expresa la manera como percibe a ese otro durante su encuentro como humanos que interactúan en el mundo de la vida.

Las frases, oraciones y narrativas, proferidas en primera persona, atinentes a las emociones, a las percepciones somáticas y a las percepciones de los otros al interactuar con ellos, no son descriptivas: son expresiones verbales de estados mentales. Al emitirlas aparecen como si fueran creencias, pero se trata tan sólo de la forma, pues de ellas no se puede decir que sean verdaderas o falsas, o que se sustentan en razones. Es parecido a lo que sucede con la palabra "¡ay!", la cual, según Wittgenstein, no tiene significado, sino como grito de dolor.

Ahora bien, anteriormente se mostró que los delirios surgen a partir de: 1) percepciones somáticas, 2) emociones vinculadas a la interacción con otros seres humanos y 3) emociones vinculadas con la manera como uno se encuentra en el mundo; es decir, de lo que se experimenta de sí mismo y de las interacciones con los demás; luego, es válido concluir que no son creencias. Más bien, deben ser entendidos como expresiones de estados mentales, así estos sean extraños, marcadamente intensos o inusuales.

Cuando alguien afirma sentirse perseguido por todos los demás, ser el mejor inventor del mundo, haber muerto hace dos días o estar poseído por un demonio no utiliza el lenguaje con fines descriptivos, no habla acerca del mundo: lo que hace es expresar de la mejor forma posible la experiencia que vive. El sentido no hay que buscarlo en la verdad o falsedad del contenido, sino en el mundo al cual han dado lugar (que han constituido) esas percepciones y emociones.

La convicción que los acompaña y sus repercusiones en el diario vivir pueden entenderse mucho mejor si se tiene en cuenta que los delirios son expresiones de estados mentales más que creencias. Quien se siente perseguido constantemente orienta su conducta a evitar o contrarrestar el peligro; la persona que tiene un delirio grandioso interactúa con los demás asumiendo de lleno una actitud que demuestra su importancia y valor; quien delira con expeler un olor putrefacto de sus axilas dirige su nariz permanentemente a esa zona del cuerpo, la cual, a su vez, evita exponer ante los demás. El delirio dirige la conducta inexorablemente por determinados cauces, y eso revela la fuerza de la experiencia que lo genera.

Así como el trabajo y las demás actividades pueden continuar casi sin cambios cuando alguien experimenta un dolor leve, todo gira en función de él cuando adquiere una intensidad notoria. La expresión facial y corporal se componen sólo de gestos de dolor; el trabajo, la vida social y hasta el dormir se afectan; las conversaciones y las expresiones verbales se centran en las causas, complicaciones y posibles curas; en síntesis, la totalidad de la conducta tiene como objetivo encontrar alivio o evitar que se acreciente la experiencia del dolor.

El delirio da cuenta de experiencias, y en ese sentido es una expresión de percepciones somáticas, experiencias emocionales inusuales ligadas a la intersubjetividad y a la manera como uno se encuentra en el mundo. El delirante no apoya su convicción en razones, si bien a él le parece que lo hace. Desde su punto de vista, el lenguaje que utiliza es descriptivo, no admite que sea expresivo; de hecho, se molesta y enoja si el interlocutor lo asume como tal. El problema para quien escucha radica en no darse cuenta de eso, en tomar lo relatado como si fueran hechos y tratarlo como creencias a las cuales hay que asignar un valor de verdad.

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Conflicto de interés: el autor manifiesta que no tiene ningún conflicto de interés en este artículo.

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