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Revista Colombiana de Psiquiatría

Print version ISSN 0034-7450

rev.colomb.psiquiatr. vol.41 no.2 Bogotá Apr./June 2012

 

El funcionamiento psicótico de Patrick Bateman

The psychotic thinking of Patrick Bateman

Fernando Muñoz1


1 Residente de Psiquiatría de segundo año, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia.

Correspondencia
Fernando Muñoz Zúñiga
Avenida calle 32 No. 13-83, Edificio Bávaro
Bogotá, Colombia
lucesdeeuforia@hotmail.com
jfernandomz@latinmail.com

Conflictos de interés: El autor manifiesta que no tiene conflictos de interés en este artículo

Recibido para evaluación: 10 de julio de 2011 Aceptado para publicación: 3 de marzo de 2012


Resumen

Introducción: La literatura constituye una fuente inagotable para el estudio de la enfermedad mental. Ya sea desde puntos de vista dinámicos o no, permite realizar un ejercicio académico, que puede contribuir a entender el mundo interno de los pacientes en la práctica clínica psiquiátrica. Objetivo: Examinar desde puntos de vista analíticos, freudianos y posfreudianos, al protagonista de la novela estadounidense American Psycho. Metodología: Revisión de fuentes y corrientes teóricas relevantes. Resultados y Conclusiones: El análisis resalta las limitantes de las clasificaciones nosológicas oficiales, en condiciones en las cuales los síntomas caen en el espectro entre los trastornos de personalidad y la psicosis; muestra también la utilidad y aplicabilidad de conceptos psicoanalíticos a la práctica psiquiátrica general, dando una flexibilidad al abordaje clínico que justifica su utilización.

Palabras clave: Personalidad psicopática, trastornos psicóticos, literatura.


Abstract

Introduction: Literature is an inexhaustible source of study regarding mental illness which allows the academic exercise, whether dynamic oriented or not, that may help to understand the patient's inner world in the psychiatric clinical practice. Objective: Freudian, Post-Freudian and analytical examination of the main character in the U.S.A. novel American Psycho. Methodology: Review of sources and relevant theoretical currents. Results and Conclusions: Analysis highlights the official nosologic classification boundaries, for conditions where symptoms are scattered across the spectrum of personality disorders and psychosis spectrum; usefulness and applicability of psychoanalytic concepts in psychiatric practice are also pointed out, thus granting fexibility to the clinical approach in order to justify its use.

Key words: Psychopatic personality, psychotic disorders, literature.


Introducción

Patrick Bateman es un sujeto extraño. Inquietante e improbable, su comportamiento parece radicalmente apartado de cualquier experiencia que podamos asociar con nuestra cotidianidad, con la cual establecer empatía; la naturaleza última de sus actos —de haber alguna— nos elude. Es la premisa de este trabajo mostrar que patrones de conducta semejantes solo se pueden tornar medianamente comprensibles con la utilización de modelos teóricos, constructos provisionales que permitan aproximarse a la experiencia subjetiva de mundos internos profundamente perturbados, buscando arribar a una síntesis clínica; en este caso, desde puntos de vista psicoanalíticos, en la exploración de un personaje literario cuya existencia transcurre en un lugar muy oscuro.

I love the 80's

American Psycho es una novela publicada en 1991 por Bret Easton Ellis, autor americano cuyo trabajo se ha visto enmarcado en el subgénero de la ficción transgresiva. Fue descrita en la reseña original del New York Times como poco más que el producto de una "imaginación pobre y enferma" (1). Con las amenazas de muerte de rigor y acusado de misógino por diferentes grupos feministas, Ellis se defendió, había escrito sobre una sociedad en la que la superficie era todo lo que existía, en esa década perversa de los años ochenta (2).

La historia transcurre en Manhattan, durante tres años, a partir del primero de abril de 1989. El protagonista es Patrick Bateman, un inversionista acomodado de 26 años, quien, graduado de la clase de 1984 de Harvard y de Harvard Business School, en 1986, trabaja como vicepresidente en una compañía de inversiones en Wall Street. En una parodia de la cultura yuppie de los años ochenta, el texto se encuentra plagado ad absurdum de referencias a la ropa de los últimos diseñadores, los restaurantes mejor posicionados, entremezcladas con reseñas eruditas de grupos de música pop; un mundo donde las identidades se confunden y difuminan en la similitud de unas con otras, en el proceso de homogeneización de una cultura consumista y narcisista. Estas se ven acompañadas de violentas imágenes mentales de su protagonista, fantasías diurnas, así como asesinatos y torturas, que son descritos con el mismo rigor y trivialidad que las combinaciones de ropa y los productos de cuidado capilar.

Bion, personalidad y psicosis

Wilfred Ruprecht Bion (1897-1979) fue un psicoanalista británico, considerado como uno de los pensadores más originales posfreudianos (3). Al igual que Freud, toma el pensamiento como originado a partir del displacer, de la frustración del niño ante la ausencia de pecho materno, que lo lleva a buscar una manera de manipular la realidad para satisfacer sus necesidades internas, de las que no puede escapar y que constituyen los instintos. Los sentimientos displacenteros que producen estas necesidades vitales representan las angustias tempranas con las que el niño se ve enfrentado, angustias que busca acallar inicialmente con los mecanismos de defensa más antiguos y primitivos, al huir de ellos mediante la escisión de su embrionario aparato psíquico y poniéndolos afuera en un objeto externo —el pecho materno—, con la identificación proyectiva masiva de las emociones intolerables.

De esta manera, no hay conocimiento de esa realidad dolorosa, los medios para percibirla son evacuados y se obtiene una solución temporal. Es temporal porque todo esto ha ocurrido dentro de los límites de la mente del niño, y una escisión total es imposible; así, los elementos escindidos y expulsados de su yo temprano lo dejan empobrecido, con envidia del pecho materno, un objeto parcial percibido como completo y lleno de vitalidad. Ocurre también un nuevo fenómeno, una vez que las emociones intolerables son puestas, en su fantasía, en el pecho materno, están ahora afuera y son vividas como persecutorias, que buscan ingresar para aniquilarlo, en la llamada posición esquizo-paranoide (4).

En condiciones ideales, la madre logra detectar las necesidades del niño mediante su capacidad de ensoñación o rêverie, las interpreta y le devuelve su angustia procesada, metabolizada, soportable. La madre es a la vez el pecho bueno y malo, es "su primer objeto satisfaciente, su primer objeto hostil y también su única fuerza auxiliar" (5). A esto le llamó Bion la relación madre/continente y niño/contenido, representado por el signo (♀♂). La madre sería inicialmente la receptora, el continente sobre el cual el niño vierte sus angustias. Esto le permite lentamente aumentar su tolerancia a la frustración, empezar a diferenciar el mundo interno del externo y a intentar modificar cada vez más la realidad en vez de huir de ella (6-8).

Tal proceso puede verse entorpecido tanto por factores constitucionales como ambientales. Respecto a los primeros, Bion deja entrever que podría referirse a componentes biológicos que dificultan la tolerancia a la frustración, estimulando la puesta en marcha en demasía de los mecanismos de defensa primitivos; y que favorecen un monto elevado de envidia. La envidia, como la conceptúa Melanie Klein, es una emoción temprana, que surge cuando el niño percibe de manera idealizada el pecho materno como un reservorio inagotable de alimento, calor y bienestar, y desea por tanto ser él mismo la fuente de todo lo bueno. Cuando se da cuenta de la imposibilidad de su empresa, puede desarrollar la voracidad o deseo de obtener todo lo bueno del objeto, sin importar las consecuencias, para que ya no sea envidiable. Esto lleva a que viva la identificación proyectiva como un ataque sobre el pecho, que luego lo perseguirá e intentará destruirlo igualmente (6,7).

El principal factor ambiental sería la relación con una madre que fracasa en su labor de recibir, contener y modificar las identificaciones proyectivas del niño, ya sea porque las ignora o porque no soporta la angustia con la que se siente inoculada. Se refuerza así la fantasía del niño que en este estadio se relaciona solo con objetos parciales, de que hay un pecho malo que predomina sobre el bueno y que sus ataques pueden llegar a destruir al pecho (6,8).

De estas alteraciones en el proceso de desarrollo siguen varias consecuencias. Por un lado, el exceso de identificación proyectiva, con la evacuación de partes del aparato mental que perciben y procesan la realidad, tanto interna como externa, dificultará luego que el sujeto pueda conocerse y aprehenderse a sí mismo, lo que a posteriori se puede ver reflejado en una extrema fragilidad narcisista. Simultáneamente, se tiende a falsear la prueba de realidad, pues la proyección excesiva impide una valoración más objetiva del mundo externo. También, el fracaso en interiorizar la relación continente/contenido hace que la función de pantalla del yo, que protege contra el exceso de estímulos, y liga excitaciones mediante procesos de pensamiento, sea defectuosa, lo cual lleva a un exceso de angustia que debe ser evacuada; en ocasiones, como acciones que descargan la tensión favoreciendo el acting out.

Además, la identificación introyectiva de los objetos que enriquecen y participan en la organización del yo se siente como hostil, pues estos se encuentran cubiertos de lo que en principio fue no deseado y sentido como dañino, cruel y persecutorio. Así, la construcción de objetos internos integrados, que permite entender que el pecho bueno y malo pertenecen a una misma madre, que hay un yo y un no-yo, y que llevará finalmente a un establecimiento de vínculos más complejos, reales y maduros con los otros, es entorpecida.

Bion condensa los aspectos de una personalidad que sufre dichas alteraciones tempranas en el desarrollo y que tiende a utilizar masivamente los mecanismos de defensa arcaicos, bajo el término de personalidad psicótica. Esta, más que un diagnóstico psiquiátrico, es un modo de funcionamiento mental que tiende a la evacuación de emociones dolorosas más que a la modificación del medio, que teme a la aniquilación inminente y que, al utilizar mecanismos que devienen persecutorios para el sujeto, generan, paradójicamente, más angustia en su intento de librarse de ella. Puede coexistir con otro modo, el aspecto no psicótico de la personalidad, que ha integrado efectivamente los objetos; puede relacionarse verdaderamente con ellos y utiliza la represión en vez de la escisión e identificación proyectiva (8).

De la predominancia de un modo de funcionamiento sobre otro dependerá que el sujeto esté más cerca de la neurosis o la psicosis en un sentido clínico, lo cual da lugar a todo un espectro donde son posibles diferentes grados de estructuración y estabilidad. Un paciente esquizofrénico, por ejemplo, tendría un predominio de la parte psicótica, que está oscureciendo la parte no psicótica de la personalidad y que determina su retiro parcial —jamás total— de la realidad. Debido a la escisión y proyección de partes de su aparato psíquico, que son vividas como ataques a los vínculos entre percepciones y pensamientos acerca de la realidad dolorosa interna/externa, la matriz de su pensamiento sufre y se ve imposibilitada de asociar y crear nuevos objetos mentales, con lo que deviene la pérdida de la capacidad de simbolización, hechos que eventualmente se verán reflejados en la conducta y el lenguaje del paciente (8,9).

La importancia de ser honesto

Donald Winnicott (1896-1971) fue un psicoanalista británico cuyo campo de trabajo se enfocó en los niños. De pertinencia para el presente trabajo es su concepto acerca del falso y verdadero self. Kohut describe el self como una abstracción psicoanalítica distinta al yo, perteneciente a un ámbito más próximo a la historia del sujeto, un contenido psíquico constante en el tiempo más que una instancia de la mente, y que encuentra representaciones, a menudo contradictorias, en el ello, yo y superyó (10). Stern delimitó el concepto de self al describir algunas de las características o sentidos del sí mismo, como el sentido de agencia (de que se realizan las acciones propias), de cohesión física, de continuidad, de afectividad, de ente subjetivo que logra relacionarse con otros, de transmisor de signif-cado inmerso en una cultura, y de organización, sin la cual reinaría el caos psíquico (11).

Winnicott toma el concepto de un falso y verdadero self de la idea de Freud de que hay una cara interna del yo que se encuentra con las pulsiones del ello, y una cara que lidia con las demandas de la realidad externa. Para él, un verdadero self equivale a los gestos y expresiones tempranas del niño que son auténticos y surgen de su incipiente mundo interno. Estas expresiones espontáneas deben ser acogidas por la madre en su función de sostén o holding, de forma que las ansiedades psicóticas de desestructuración se mantengan en un mínimo, suficientes para que puedan ser incorporadas en la omnipotencia del niño, y que le permitan adaptarse gradualmente al influjo del principio de realidad. Si el cuidado materno es constante y suficientemente bueno, es decir, si protege al niño de estímulos intrusivos internos y externos, y le da al mismo tiempo oportunidad de reconocer sus propias necesidades como algo separado de la madre, entonces, un verdadero self empieza a surgir. Si, por el contrario, el cuidado es inconstante e impredecible, se desarrolla una estructura defensiva que busca proteger al verdadero self o self central de la aniquilación (12).

Este falso self se torna excesivamente reactivo con el medio, tiende a la sumisión y a la imitación de conductas de sus cuidadores, de suerte que por un largo proceso de ensayo y error aprende a ejecutar acciones destinadas a manipular su medio. Las partes de su self que no son reconocidas ni atendidas caen en el olvido. El falso self oscurece así al verdadero self, cuyas emociones y necesidades no llegan a ser elaboradas o conceptualizadas.

Winnicott postula que el grado de separación entre estos es variable; en las personas relativamente sanas, el falso self sería poco más que el conjunto de actitudes y maneras moldeadas para encajar en la sociedad, sacrificando la omnipotencia por un lugar en el grupo social que nunca podría ser obtenido solo con el verdadero self. En su extremo más patológico, el falso self es la estructura dominante y sentida como real por el sujeto y su medio; esta desconexión del mundo interno puede llevar a sentimientos de depresión o de futilidad, y se ve refejada en la naturaleza de las relaciones entabladas: superficiales, sin matices, carentes de las tonalidades y contrastes que ofrece un verdadero encuentro entre dos subjetividades (12,13).

La máscara de la cordura: una mirada rápida desde la psiquiatría

Patrick Bateman cumple con trece de los dieciséis criterios para psicopatía propuestos por Cleckley en su texto clásico The Mask of Sanity (14). Se trata pues de un sujeto que muestra un encanto superficial con el que logra pasar inadvertido en su sitio de trabajo y en su círculo social, y que le permite atraer a la mayoría de sus víctimas, particularmente mujeres, a las que impresiona con su solvencia económica, su físico trabajado y sus gustos y ademanes sofsticados. Muestra, así mismo, un egocentrismo desmedido, donde los demás existen en la medida en que le permiten satisfacer sus deseos y fantasías. Exhibe una inquietante ausencia de ansiedad y culpa mientras comete las torturas y humillaciones a las que somete a sus víctimas antes de matarlas; permanece imperturbable, como si la introspección, el alcance de los hechos cometidos, cayeran fuera de su espectro. Rodeado de socios y amigos, sus contactos son impersonales y triviales.

Bateman, incapaz de amar, permanece fundamentalmente solo. Únicamente él sabe el número de productos de cuidado capilar que se aplica religiosamente cada mañana, solo él sabe que ha alquilado 37 veces la película Body Double porque le excita la escena donde atraviesan a una mujer con un taladro eléctrico. Ni siquiera él lleva la cuenta de hombres y mujeres asesinados en episodios de agresión, tanto reactiva como instrumental.

Bateman cumple también los criterios del DSM-IV para un trastorno de personalidad antisocial. Dichos criterios aplican para una amplia categoría de individuos que se involucran en conductas antisociales, una población heterogénea que no comparte necesariamente una etiología común (15). Igualmente, cumple con el factor 1 del Psychopathy Checklist-Revised (PCL-R), el instrumento diseñado por Hare, que toma como base algunas de las impresiones de Cleckley. El PCL-R consiste en 20 ítems conductuales, que han sido agrupados en estudios subsecuentes en un factor 1 de ítems interpersonales/afectivos y un factor 2 de ítems de impulsividad/estilo de vida antisocial. El factor 1 ha sido considerado por algunos el núcleo del trastorno, la faceta distintiva que separa la psicopatía de otros trastornos que se pueden solapar en algunas de sus manifestaciones (15). De acuerdo con los subtipos de trastornos de personalidad de Millon, Bateman se superpondría parcialmente con el narcisista sin principios, que muestra por los otros una indiferencia fagrante, desde la que puede emprender acciones con poco o ningún remordimiento por sus actos; y con el narcisista elitista, que se siente con derecho a pasar por encima de los demás, de acuerdo con logros reales magnificados o con un estatus socioeconómico que lo ha acompañado a menudo desde el nacimiento, en ocasiones creando las condiciones para que surjan rasgos sádicos (16). Estos rasgos, sin embargo, no dejan de tener un matiz artificial, elementos operativos, entre otros, de su falso self. Por último, el diagnóstico de sadismo sexual, con un patrón de obtención de satisfacción y placer, principalmente a partir de fantasías sexuales recurrentes y actos en los que las víctimas son sometidas a sufrimiento físico y psicólogico, aunque fenomenológicamente emparentado con el diagnóstico del eje II de trastorno de personalidad antisocial con rasgos narcisistas, podría codificarse en el eje I.

La interpretación de Copenhague: el funcionamiento psicótico de Patrick Bateman

Al examinar un caso como el de Patrick Bateman es posible encontrarse en una situación extraña. Su mundo interno opera en tantos aspectos de maneras tan radicalmente distintas al nuestro, que la noción misma de aprehensión intelectual, ni qué decir de empatía, se ve comprometida. Quizá la principal herramienta del psiquiatra en el abordaje de sus pacientes es la capacidad de imaginar, sentir y aproximarse a la realidad expresada por el otro. El rapport, la escucha empática, la contratransferencia son todos elementos que ayudan en última instancia a realizar una integración multimodal, córtico-subcortical, transepistémica, de quién es el paciente. En una práctica por sí sola llena de incertidumbres, sin esos elementos nos movilizamos en tinieblas.

En ese sentido, al aproximarnos a un caso tal, pareciéramos encontrarnos en una posición que recuerda a la interpretación de Copenhague de la mecánica cuántica: no se pueden conocer simultáneamente, con exactitud, la posición y el momentum de una partícula, por lo que no hay una descripción objetiva de la realidad microscópica existente fuera de la medición subjetiva del observador; la medición misma altera las probabilidades en que se va a encontrar a continuación la partícula (17). Ante un fenómeno donde nuestras principales herramientas para asir la realidad no son aplicables, va a ser inevitable, en mayor o menor grado, tratar de asimilarlo a contextos y estructuras que sean familiares, deformándolo en el proceso, hasta correr el riesgo de ver poco más que elementos subjetivos propios. Dado que la historia de nuestro desarrollo psíquico y sus reglas generales de funcionamiento psíquico son divergentes, excluyentes, de los de Patrick Bateman, no podemos, por principio, conocer su presente en todos sus detalles. Es aquí donde el marco conceptual psicoanalítico previamente esbozado, hasta cierto punto puede servir de guía.

La novela muestra inicialmente a un sujeto adaptado a su medio, en un cuadro que progresivamente se desdibuja. Actividades como su rutina diaria de ejercicios y cuidados faciales, ritualizada y meticulosamente organizada, parecen cumplir una función defensiva, uno de los diversos intentos del personaje por instaurar algo que recuerde un orden interno.

Lentamente, se muestra que las amistades no son tales, que su trabajo en la compañía de inversiones de su familia es una actividad que se permite porque quiere "encajar" y que la relación con su prometida es parte de ese constructo que muestra a la sociedad. Subrepticiamente, se introducen violentas fantasías, las imágenes mentales acuden con facilidad, de matar amigos, parejas con las que sale y, en general, cualquier persona que le genere disgusto. Los relatos de sus gustos musicales, desprovistos de un trasfondo emocional que se articule con otros aspectos de su ser, son narrados con el mismo ritmo mecánico con el que describe los episodios de violaciones, homicidios, necroflia y canibalismo. El falso self se encuentra escindido del verdadero self a tal grado que es todo lo que el protagonista y el mundo ven de él mismo.

    Hay una idea de un Patrick Bateman, algún tipo de abstracción, pero no hay un yo real, solo una entidad, algo ilusorio, y aunque puedo esconder mi mirada fría y usted puede darme la mano y sentir la piel agarrando la suya e incluso llegar a considerar que nuestros estilos de vida son probablemente similares: yo simplemente no estoy ahí. (18)

Winnicott no menciona explícitamente que existan seres en los cuales el falso self sea la única estructura, aunque admite una dominancia en casos de pacientes muy perturbados en quienes el verdadero self ha sido aniquilado. Es plausible que las mismas alteraciones que llevaron a un predominio de la parte psicótica de la personalidad en Bateman hayan evitado el desarrollo de un self integrado temprano en su vida. De ahí la sensación constante de futilidad, la incapacidad para definirse a sí mismo, que se agudiza como ansiedad de desestructuración en los momentos en que se acentúa el funcionamiento psicótico de la personalidad. Incapaz de establecer relaciones reales, vivas, con otros; incapaz de identificar aspectos de su self que no sean impostados, Patrick vive en un mundo extraño.

    Donde había naturaleza y tierra, vida y agua, yo veía un paisaje desértico sin fin, parecido a una especie de cráter, tan desprovisto de razón y luz y espíritu que la mente no podía asimilarlo en ningún nivel consciente [...] esto era lo que yo podía entender, esto era como vivía mi vida, como construía mis movimientos, como lidiaba con lo tangible. (18)

La estructura que es Patrick se tambalea con facilidad. En el capítulo titulado "Vislumbre de una tarde de jueves", se encuentra en la calle, con síntomas de activación autonómica, diaforético, con cefalea, cólicos, "experimentado un ataque de ansiedad de las grandes ligas", sin noción de cómo terminó en ese sitio en particular, con sensaciones de desrealización y despersonalización que van in crescendo. Llega a una cabina telefónica, pero no recuerda que llamó a su secretaria, cuando esta le contesta la insulta y le dice que cree que no va a lograrlo:

    Tan pronto como los cólicos se calman lo suficiente, me paro y corro a la ferretería más cercana y compro un set de cuchillos de carnicería, un hacha, una botella de ácido clorhídrico, y entonces, en la tienda de mascotas al final de la cuadra, una casa para ratones y dos ratas blancas que planeo torturar con el cuchillo y el ácido [...] robo de una tienda un jamón enlatado escondido bajo mi chaqueta Matsuda mientras camino calmadamente [...] trato de esconderme en el vestíbulo del American Felt Buildingpara abrir la lata con las llaves, ignorando al portero, que al principio parece reconocerme; luego, cuando empiezo a meterme el jamón a puñados en la boca, sacándolo con las uñas, amenaza con llamar a la policía. Salgo de ahí, afuera, a vomitar todo el jamón. (18)

El exceso de angustia es un común denominador durante la historia, lo que en ocasiones produce accesos de conducta desorganizada que impresionan, como rozando la psicosis. El sujeto, atrapado en un mundo de objetos bizarros, producto de la utilización hipertrófica de la escisión e identificación proyectiva, se encuentra prisionero de su propio estado mental. Esta angustia no es, pues, de origen neurótico, no hay conflicto entre instancias psíquicas, no hay un superyó punitivo, en cambio, prevalece el intento desesperado de huir al conflicto, llevando a la paradoja de que "hace falta un acto loco para no caer en la locura" (19).

Ante la perspectiva de la catástrofe psicótica, se establecen formaciones de compromiso en la figura de incursiones psicóticas, las cuales tratan de mantener un precario equilibrio dentro de una estructura en la que la personalidad psicótica predomina cada vez más. En la escena anterior, lo que empieza como un ataque de pánico escalona debido al fracaso al interiorizar la relación contenido/continente; las pulsiones desbordan el sistema, obligando a evacuarlo mediante acciones que descargan tensión tipo acting-out, en un bypass del pensamiento. Lo que no puede pasar por la psique debe pasar por el cuerpo.

Otra escena particularmente diciente de su funcionamiento psicótico ocurre cuando Bateman se encuentra con su exnovia de la universidad, quien ahora sale con un compañero en común de promoción, que a la postre resulta ser el dueño del restaurante más exclusivo de la ciudad, en el que ha intentado infructuosamente obtener una reservación a lo largo de la novela. Este hecho parece dar el trivial impulso necesario para que Bateman se decida a seducir a su exnovia —utilizando todo su encanto posible, con gestos y tonos que sabe impostados, pero efectivos en conseguir su objetivo—, invitarla a su apartamento, secuestrarla y torturarla con una pistola de clavos hasta matarla, en un espasmo de envidia y voracidad primitivos: jamás se ha relacionado con objetos totales, y ante el avistamiento lejano de un objeto que parece poseer aquello de lo que él carece, la única salida es buscar tenerlo para sí, en un movimiento que no permite tomar conciencia del otro, y en el que la destrucción del objeto, inicialmente un hecho accesorio, es ahora, debido al sadismo, un fin en sí mismo, que reafirma un sentido evanescente de existencia.

Esto se ve reflejado en la forma como la tortura, enclavando sus dedos y manos en tablas de madera, cortando su lengua con unas tijeras, mientras le susurra que nadie va a ayudarla, e intentando devorar sus pulpejos hasta dejar expuestas las falanges distales. Tales acciones desafían cualquier intento de conceptualización. Como el gato de Schrödinger, intentar definir el fenómeno es cambiarlo, pues se atestigua un estallido pulsional sumamente primario, cercano a la realización alucinatoria de deseos, en el que no hay objeto, solo cosas en sí mismas, y hasta cierto punto, deja de existir un sujeto: "la pulsión en actividad no deja sitio al funcionamiento psicológico y ciega, además, con su fulguración, al observador" (19). No hay representación posible, la ausencia de distancia entre lo vivenciado interno y lo real externo trae a un plano de la realidad elementos que en la mayoría de las personas, y por una vía de desarrollo distinta, se encuentran insondablemente reprimidos.

En un estado tal de las cosas, resulta pertinente preguntarse ¿existe una porción sana en la personalidad de Patrick Bateman? La respuesta quizá se encuentre en el esbozo de vínculo que tiene con su secretaria Jean, a quien exime de los efectos de su destructividad. Idealista e inocente, Jean ve en Patrick, o más correctamente, en un aspecto de su falso self, el ideal de hombre para ella. La magnitud de ese error —que no se le escapa a Bateman— y el abordaje desprevenido con que se le aproxima parecen servir, por momentos, como sucedáneos del rêverie materno.

    Tengo la extraña sensación de que éste es un momento crucial de mi vida y me sobresalto ante lo imprevisto de lo que supongo pasa por una epifanía. No hay nada de valor que le pueda ofrecer. Por primera vez veo a Jean desinhibida; parece más fuerte, menos controlable, deseando llevarme a una tierra nueva y extraña [...] siento que quiere reorganizar mi vida en una manera significativa, sus ojos me dicen esto y aunque veo verdad en ellos, también sé que un día, muy pronto, también ella quedará atrapada en el ritmo de mi locura [...] sin embargo ella me debilita, es casi como si ella estuviera tomando la decisión respecto a quién soy yo. (18)

Cleckley consideraba que los psicópatas ejecutaban una imitación de cordura, una máscara que se revelaba como tal al hacer un seguimiento longitudinal de dichos pacientes. El concepto de falso self se solapa claramente con esta noción, mientras que el de funcionamiento psicótico cobra vigencia extrapolado a este caso en particular, más que a los pacientes con trastorno de personalidad antisocial en general. De cualquier manera, independientemente de estas consideraciones, más allá de lo que podamos decir de él, Patrick Bateman permanece inmaculado:

    Mi dolor es constante y agudo y no espero un mundo mejor para nadie. De hecho quiero que mi dolor sea infligido en otros. No quiero que nadie escape. Pero incluso tras admitir esto [...] no hay catarsis. No gano un conocimiento más profundo de mí mismo, ningún entendimiento nuevo puede extraerse de mi relato. No ha habido ninguna razón de mi parte para decirle nada de esto. Esta confesión no ha significado nada. (18)

Conclusiones

Aunque se trata de ficción, el ejercicio clínico aplicado a la narración de American Psycho resalta las limitantes de las clasificaciones nosológicas oficiales, insuficientes en situaciones donde la enfermedad se desenvuelve a lo largo del espectro, entre los trastornos de personalidad y la psicosis. Nos recuerda también que existen fenómenos psicopatológicos que por su naturaleza presentan límites inherentes a su comprensión, en cuanto se alejan de nuestra experiencia como seres humanos con un funcionamiento psíquico determinado. Por último, muestra la utilidad y aplicabilidad de ciertos conceptos psicoanalíticos, freudianos y no freudianos, a la práctica psiquiátrica general. Pensar en términos de estructuras, mecanismos de defensa, instancias psíquicas y modelos —que aseguran o no su permanencia en el tiempo de acuerdo con su utilidad, con su concordancia con los hechos— da una flexibilidad al abordaje clínico que justifica su utilización, al proporcionar marcos conceptuales que funcionan como guías para aprehender sutiles y elusivos aspectos de la enfermedad mental.


Referencias

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