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Ideas y Valores

Print version ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.54 no.129 Bogotá Dec. 2005

 

ALGUNAS OBSERVACIONES SOBRE EL OPTIMISMO

 

SOME REMARKS ON OPTIMISM

 

Hernán Darío Caro

herrcaro@hotmail.com


Introducción

1. La Real Academia Prusiana de Ciencias de Berlín fue fundada el 11 de julio de 1700 a partir de los planes y el consejo de quien fuera su primer presidente, Gottfried Wilhelm Leibniz. Según las actas de fundación, las principales tareas de la Academia consistían en la “observación de las obras y fenómenos de Dios en la naturaleza” junto con su descripción y escrutinio, la “conservación de la lengua alemana en su integridad” y el “impulso la misión cristiana” a través de personas dotadas de “juicio y conocimiento” (Meschkowski 1986: 27ss). La Academia fue el centro en torno al cual giró gran parte del desarrollo intelectual y científico del Reino de Prusia durante el siglo xviii, y los más importantes personajes del mundo erudito europeo del Siglo de las Luces -D’Alembert, Condillac, Maupertuis, Euler, Voltaire, Lessing, Mendelssohn, Garve, Kant, Herder, etc.- están relacionados con la Academia berlinesa, bien en cuanto miembros de la misma, bien en cuanto participantes en los concursos que la institución empezó a organizar desde 1744.
Estos concursos consistían en lo siguiente: cada año, uno de los departamentos (o “clases”) de la Academia planteaba públicamente una cuestión (filosófica, literaria, filológica, matemática, histórica, económica, etc.), para cuyo examen y respuesta se concedía un plazo determinado (normalmente de dos años a partir de la fecha de publicación del problema). Los participantes en el concurso debían presentar un texto redactado en alemán, francés o latín; el texto ganador era publicado por la Academia y premiado con algo de dinero.
La historia de los concursos de la Academia es de gran interés para la comprensión de las características del ambiente ilustrado alemán y de la Ilustración europea en general, tanto por los temas sugeridos como por los autores concursantes. Aquí me interesa solo uno de los concursos, y ciertamente uno que refleja muy bien una de las preocupaciones filosóficas fundamentales del siglo xviii europeo. Se trata del concurso de 1753 en torno al problema del optimismo. De este concurso surgen las “Observaciones sobre el optimismo” de Kant, escritas en 1759, y que ofrecemos aquí por primera vez en versión castellana1.

2. En el año 1753, el turno de proponer una cuestión para concurso correspondió a la “Clase filosófica” de la Academia. Publicada originalmente en francés -el idioma oficial de la Academia-, la pregunta decía:

Se exige un examen del sistema de Pope contenido en la proposición “Todo está bien”. Se trata: (1) de determinar el verdadero sentido de esta proposición según las hipótesis de su autor; (2) de comparar el sistema de Pope con el sistema del optimismo, o la elección de lo mejor, para indicar exactamente las semejanzas y diferencias entre aquellos sistemas, y finalmente (3) de presentar las razones por las cuales se debe aceptar o destruir este sistema (Von Harnack 1900: 310).

Desde el momento de su publicación la pregunta de la Academia produjo molestias. En la formulación de la pregunta del concurso se identificó el interés de la Academia -más exactamente de su presidente desde 1746, el francés Louis Moreau de Maupertuis, defensor y divulgador del pensamiento de Newton y crítico de la metafísica tradicional alemana- por desprestigiar la filosofía de Leibniz.
Si bien ya los anteriores concursos filosóficos de la Academia, llevados a cabo en 1747 y 1751, se habían ocupado de examinar críticamente distintos aspectos la filosofía leibniziana -por lo que no debía extrañar que la pregunta del nuevo concurso tuviera una vez más como objeto el pensamiento de Leibniz-, el planteamiento de la cuestión de 1753, aunque a primera vista claro y consistente, no lo era en realidad; y así lo entendieron muchos de los intelectuales de la época. Por una parte, es evidente que el objeto del examen requerido era la doctrina expuesta por Leibniz en 1710 en la Teodicea, que sostiene que Dios, que por necesidad siempre elige lo mejor, ha creado el mundo en el que vivimos por considerarlo el mejor de todos los mundos posibles. Este es justamente el llamado “sistema del optimismo” (“o la elección de lo mejor”) del que habla la pregunta de la Academia2. Lo insólito es que en aquella pregunta -acerca de la doctrina contenida en la Teodicea de Leibniz- no se nombre ni a Leibniz ni a su Teodicea, y que en vez de ello se decida hacer partir la discusión no de la obra de un filósofo, sino de una frase de un literato: del célebre “Todo está bien” del poeta inglés Alexander Pope. Pope, en efecto, había mantenido en 1733 que “todo lo que es, está bien” (“Whatever is, is right”); pero no lo había hecho en una obra especulativa sistemática ni en una que pretendiera serlo, sino en su extenso poema filosófico Ensayo sobre el hombre (1733-1734): el “sistema” de Pope contenido en las palabras “Todo está bien”, del que se habla en la pregunta de la Academia, no existía. Por eso no es extraño que, desde su publicación, la pregunta de la Academia haya sido vista con desconfianza, interpretada como un intento por desacreditar la metafísica de Leibniz aproximándola maliciosamente al “sistema” de Pope (irrelevante dentro de un examen que pretendía ser de argumentos y, en esa medida, más sencillo de rebatir), y sometida, ante todo por los seguidores de la filosofía leibniziana, a todo tipo de ofensivas3.
El premio de la Academia fue otorgado en 1755 a un trabajo escrito por el desconocido Adolf Friedrich Reinhard, en el cual se atacaba enérgicamente la filosofía leibniziana -si bien, como sostiene von Harnack (1900: 311), “de forma poco científica” y “con medios argumentativos insuficientes”-: Le Système de Mr. Pope sur la perfection du monde, comparé à celui de Mr. Leibnitz, avec un examen de l’optimisme. La crítica de Reinhard se concentra fundamentalmente en dos puntos: en primer lugar, en el rechazo del llamado “determinismo” leibniziano, según el cual Dios, al crear este mundo, no pudo haber actuado de manera diferente a como lo hizo; es decir, según el cual Dios estaba constreñido a elegir justamente este mundo de entre todos mundos los posibles. La alternativa anti-leibniziana de Reinhard, conocida tradicionalmente como “voluntarismo teológico”, es la restitución de la libertad absoluta de Dios. En segundo lugar, Reinhard, contra la concepción cardinal optimista de que el mundo en el que vivimos es el mejor de los mundos posibles, afirma la posibilidad de que existan varios mundos distintos (de hecho infinitos mundos distintos) que comparte sin embargo un grado idéntico de perfección. Así, según Reinhard, Dios, por un lado, hubiese podido elegir de modo diferente a como lo hizo -i.e., hubiese podido, en virtud de la libertad ilimitada de su voluntad, elegir un mundo diferente al que de hecho creó; verbigracia un mundo con una menor cantidad de maldad-; por otro lado, Dios, a pesar de haber elegido un mundo con un grado superior de perfección, no eligió el único mundo con un grado superior de perfección que hubiera podido elegir (ya que pueden existir infinitos mundos distintos pero igual de perfectos). De este trabalenguas se concluye, entonces, que la tesis optimista de que Dios eligió necesariamente el mejor de los mundos posibles no es válida, por lo que el optimismo leibniziano puede ser rechazado o “destruido”, según la opción ofrecida en la pregunta de la Academia4.
La adjudicación del premio a Reinhard produjo una vez más, como ya lo había hecho la publicación de la pregunta del concurso, una gran polémica en torno a los designios de la Academia Prusiana. El producto más recordado de este querella académica fue un agudo escrito satírico de Lessing y Moses Mendelssohn, aparecido anónimamente en 1755, bajo el título Pope: ¡un metafísico! Allí se ponía de relieve la diferencia entre los intereses, los métodos de exposición y los objetos de estudio de los filósofos y de los poetas, y se criticaba al concurso y a la decisión de la Academia el querer buscar, no sin intenciones sospechosas, un sistema en la obra de Pope, el cual, como se ha dicho, ni era un metafísico ni había pretendido serlo. Pero no sólo Lessing y Mendelssohn ayudaron a avivar -aún más- la polémica en torno al optimismo; también el poeta Christoph Martin Wieland, el secretario general de la Academia, Jean Henri Samuel Formey, y el filósofo Le Guay de Prémontval, entre muchos otros, tomaron parte en el debate5. Y aún en 1759, seis años después de la publicación del concurso de la Academia, mientras Europa se reía (y se lamentaba también) junto a Voltaire del despiadado y cándido optimismo de Leibniz, y cuando toda apología empírica del optimismo filosófico se había mostrado injustificada a raíz del terremoto de Lisboa de noviembre 1 de 1755, se encontró quien, a pesar de todo, quisiera intentar una defensa teórica de la idea leibniziana del mejor de los mundos posibles. Se trata, claro está, de Immanuel Kant, quien en el mismo año en que Voltaire publicó Cándido o el optimismo -su refutación literaria del optimismo de Leibniz-, presentó al público el texto “Algunas observaciones sobre el optimismo”.

3. Ya en 1753, en reacción a la pregunta del concurso de la Academia berlinesa, Kant había empezado a esbozar algunos pensamientos en torno al “Todo está bien” de Pope y la doctrina de Leibniz del mejor de los mundos posible. Estos pensamientos sueltos, sin embargo, nunca llegaron a conformar un texto articulado que Kant hubiera podido presentar a la convocatoria de la Academia6. El único documento kantiano completo relacionado directamente con el concurso de la Academia escrito durante los años 50 que se conoce son las “Observaciones sobre el optimismo” de 1759. En este escrito menor del período pre-crítico, Kant, como sería de esperarse, toma partido a favor del optimismo lebniziano -cuya pérdida de notoriedad e influencia es considerada por Kant como el resultado de un simple cambio de parecer de la “gente de gusto delicado”- a través de una refutación de los principales argumentos que Adolf Friedrich Reinhard había presentado en el ensayo premiado por la Academia en 1755. Por una parte, Kant hace eco en sus “Observaciones” de la idea de Leibniz de que este mundo es de hecho el mejor posible con arreglo a la totalidad de lo creado y por esa razón ha sido elegido por Dios. Por otra parte, contra los críticos del determinismo supuestamente adelantado en la Teodicea, Kant mantiene que Dios, en efecto, estaba y está constreñido por necesidad a elegir lo mejor de entre lo posible, lo que constituye un rechazo decidido de la noción del voluntarismo teológico que afirmaba que Dios es libre de forma absoluta, etc7.
Como se afirmó arriba, las “Observaciones sobre el optimismo” pertenecen al período pre-crítico/dogmático del desarrollo intelectual kantiano. De las opiniones sostenidas en este escrito Kant se distanció de forma radical al final de su vida, como lo hace evidente un texto del período crítico como “Sobre el fracaso de todo ensayo filosófico en la teodicea” (1791), donde se rechaza toda posible defensa racional de Dios y de la perfección de Su creación -toda posible “teodicea”-, frente a las dudas que surgen al observar la presencia de mal en el mundo. En esa medida, para el estudioso del pensamiento kantiano, las “Observaciones” poseen, quizá, un valor ante todo histórico, en cuanto permiten observar la manera en que Kant participó, así sea de modo indirecto y con razones que más tarde él mismo refutaría, en una de las polémicas más apasionadas y apasionantes del Siglo de las Luces.
Las “Observaciones sobre el optimismo” de Kant se traducen aquí por primera vez al castellano. La traducción se ha realizado a partir del texto alemán que se encuentra en el segundo volumen de la edición de la Academia de las obras completas kantianas (“Versuch einiger Betrachtungen über den Optimismus”, en: Kants gesammelte Schriften. Ed. Real Academia Prusiana de Ciencias. Berlín: Georg Reimer, 1912, vol. II: 27-35). Los números entre corchetes que se hallan a lo largo del texto de la traducción corresponden a la paginación de aquel segundo volumen. En su edición original, el ensayo kantiano tenía el siguiente subtítulo: “Escrito a través del cual el autor anuncia sus clases para el semestre entrante. Octubre 7 de 1759”; a modo de curiosidad, al final del ensayo se ofrece también la traducción del anuncio de sus clases escrito por Kant, en esa época aún Privatdozent en la Universidad Albertina de Königsberg.

Algunas observaciones sobre el optimismo

Desde que se tiene un concepto adecuado de Dios, quizá no haya habido otro pensamiento más natural que aquel de que cuando Él elige, sólo elige lo mejor. Se dice que Alejandro pensaba que mientras hubiera aún algo por hacer, él no había hecho nada; ciertamente esto se puede afirmar con toda exactitud del ser más bondadoso y más poderoso de todos. Leibniz tampoco creía haber expuesto nada nuevo cuando dijo que este mundo es el mejor de todos los mundos posibles, o lo que es lo mismo: que la esencia de todo aquello que Dios ha creado es lo mejor de todo lo que era posible crear. Lo nuevo en todo este asunto surgió con el intento de deshacer el nudo -tan difícil de deshacer- de las dificultades relacionadas con el origen del mal. Un pensamiento tan simple, tan natural, que al final se vuelve ordinario y disgusta a la gente de gusto delicado por ser repetido tantas veces, no puede gozar por mucho tiempo de buena reputación. ¿Pues cuál es, en efecto, el honor de pensar como la plebe y pregonar una proposición tan simple de demostrar? Los errores sutiles son un estímulo para el amor propio, al cual le gusta experimentar su propia potencia. Las verdades evidentes, por el contrario, son reconocidas tan fácilmente y por un entendimiento tan ordinario, que al final les va como a aquellas canciones que uno ya no puede soportar más de tanto escucharlas cantadas por la chusma. En una palabra: con frecuencia valoramos ciertos conocimientos no porque sean correctos, sino porque nos han costado mucho, y no nos interesa saber si hay o no verdad en ellos. De este modo, al principio se consideraba extraordinario, luego agradable y por último correcto, afirmar que Dios quiso| elegir este mundo de entre todos los mundos posibles, no porque este mundo fuera mejor que el resto de los que caían bajo Su dominio, sino simplemente porque así lo quiso. Pregunto humildemente: “¿Y por qué quisiste, ¡o Eterno!, preferir lo peor en vez de lo mejor?”. Y los hombres le ponen al Altísimo la respuesta en la boca: “Porque así lo quise, y eso basta”.
Esbozaré con algo de afán algunas observaciones que podrán aligerar el juicio sobre la contienda que aquí se ha creado. Acaso mi respetado público las estimará útiles para considerar en todo su contexto la exposición que hago de este artículo en mis clases. Empiezo, pues, a inferir.
Si no es posible pensar en un mundo respecto del cual ninguno otro mejor que él puede ser pensado, entonces el conocimiento de todos los mundos posibles está vedado para el Entendimiento altísimo. Esto último es falso. También ha de serlo, entonces, lo primero. La exactitud de la proposición mayor se aclara de la siguiente manera: si de una idea particular que uno se hace de un mundo puedo decir que es posible tener la representación de un mundo mejor que él, entonces esto mismo debe poder ser dicho de todas las ideas de mundos que pueda tener el Entendimiento divino. Por consiguiente, son posibles mundos mejores que todos aquellos conocidos por Dios, y Dios no tiene conocimiento de todos los mundos posibles. Imagino por un momento que la proposición menor es admitida por cualquier persona ortodoxa, e infiero que es falso afirmar que ningún mundo puede ser pensado, respecto del cual ninguno otro mejor que él puede ser pensado, o lo que es lo mismo: es posible un mundo respecto del cual ninguno mejor que él puede ser pensado. Sin embargo, de esto no se sigue que uno de entre todos los mundos posibles deba ser el más perfecto, pues si dos o más de ellos se igualan en cuanto a su perfección, aun cuando no sea posible pensar en mundo mejor que cualquiera de los dos, ninguno de ellos será el mejor, ya que ambos tienen un mismo grado de bondad.
Para poder hacer esta segunda inferencia presento la siguiente observación, en mi opinión novedosa. Permítaseme en primera instancia situar la perfección absoluta* de una cosa -cuando no se la| considera con algún propósito particular- en el grado de realidad. Para este presupuesto cuento con la aprobación de la mayoría de los filósofos y además podría justificar de manera sencilla este concepto. Ahora afirmo que realidad y realidad nunca pueden, en cuanto realidades, distinguirse. En efecto, cuando las cosas se diferencian entre sí, esto ocurre porque en una de ellas existe algo que no existe en la otra. Cuando se consideran realidades en cuanto tal, cada característica en ellas es positiva. Si las realidades han de diferenciarse una de la otra en cuanto realidades, entonces debe existir algo positivo en alguna de ellas que no exista en la otra, esto es: algo negativo debe ser pensado en una de ellas, por cuyo medio las realidades se distingan entre sí; en ese caso las realidades ya no estarían siendo comparadas en cuanto realidades, lo cual, sin embargo, era justamente lo exigido. Por lo tanto, realidad y realidad se distinguen una de la otra en virtud de las negaciones, ausencias, limitaciones de una de ellas; es decir, se distinguen, no en virtud de su cualidad (qualitate) sino de su grado (gradu).
Por consiguiente, cosas diferentes una de la otra se distinguen entre sí en todo caso sólo por el grado de su realidad, y cosas diferentes jamás pueden tener un mismo grado de realidad. De esta manera, dos mundos diferentes jamás pueden tener un mismo grado de realidad. Esto quiere decir: dos mundos igual de bondadosos, igual de perfectos, no son posibles. El señor Reinhard dice en su escrito premiado sobre el optimismo: un mundo puede tener la misma suma de realidades pero ser de un tipo diferente del otro [mundo]; en este caso los dos mundos serían distintos y no obstante tendrían la misma perfección. Sólo que se equivoca al pensar que realidades del mismo grado pueden distinguirse una de otra en virtud de su cualidad (qualitate). Pues supongamos que [realidades del mismo grado] fueran distintas. En ese caso, en una de ellas existiría algo que no existe en la otra, es decir: se distinguirían a través de las determinaciones A y no-A, en donde una de estas determinaciones es una auténtica negación de la otra. Las realidades se distinguirían, pues, a través de sus limitaciones y de su grado, no de su cualidad, pues las negaciones jamás pueden ser contadas entre las cualidades de una realidad, sino que la delimitan y determinan su grado. Esta observación es abstracta y podría requerir de alguna aclaración, la cual, sin embargo, me reservo para otra ocasión.
Ya hemos avanzado lo suficiente como para poder reconocer que entre todos los mundos posibles sólo uno debe ser el más perfecto, de forma tal que no hay ninguno que lo supere en excelencia y ninguno que lo iguale. Que este sea o no el mundo real es algo que consideraremos en un momento; por lo pronto queremos examinar con mayor claridad lo tratado anteriormente.
Hay cantidades respecto de las cuales no se deja pensar que no hay otra mayor que ellas. El mayor número de todos, el movimiento más rápido de todos, son de este tipo. Incluso el Entendimiento divino no las piensa, pues ellas son, como Leibniz observa, conceptos engañosos (nociones deceptrices): parecería que uno piensa algo a través de ellas pero en realidad no se está representando nada. Ahora dicen los adversarios del optimismo: el mundo más perfecto de todos es, como el mayor de todo los números, un concepto contradictorio; pues uno puede agregar a una suma de realidad en un mundo más realidades, así como es posible agregar a la suma de unidades en un número más unidades, sin que por ello resulte algo que sea lo más grande posible.
Sin mencionar que es injustificado considerar el grado de realidad de una cosa en relación con sus elementos menores como si fuera un número en relación con sus unidades, señalo lo siguiente para mostrar que la instancia ofrecida no es del todo apropiada. Un número mayor que el resto no es posible, pero sí es posible un grado superior de realidad: éste se encuentra en Dios. Aquí se ve el primer motivo por el cual se puede decir que se ha hecho un uso falso del concepto de número. El concepto de un número finito mayor que todos es el concepto abstracto por antonomasia de la pluralidad, la cual es finita pero a la cual al mismo tiempo se puede añadir algo con el pensamiento sin que por ello deje de ser finita; en la cual, por tanto, la finitud de la cantidad no establece una limitación determinada sino sólo una limitación en general, por lo que a ninguno de esos números puede aplicarse el predicado “el mayor de todos”, pues siempre se puede aumentar una alguna cantidad finita a través de la adición sin por ello perjudicar la finitud. El grado de realidad el mundo es, por el contrario, siempre algo determinado; las limitaciones establecidas para la mayor perfección posible de un mundo no son solamente generales, sino que están fijadas a través de un grado que necesariamente debe faltar a esa perfección. La independencia, la autosuficiencia, la omnipresencia, el poder de crear, etc., son perfecciones que ningún mundo puede tener. Aquí no sucede como en el caso de la infinitud matemática, donde lo finito se relaciona con lo infinito a través de un continuo y siempre posible aumento según la ley de la continuidad. Aquí la distancia entre la realidad infinita y la finita está fijada por una cantidad determinada, que constituye la diferencia entre las realidades. Y el mundo, que se encuentra en ese peldaño de la escala de los seres donde empieza el abismo que contiene los inmensurables grados de perfección que elevan al Eterno sobre todas las criaturas; ese mundo, digo, es lo más perfecto entre todo lo que es finito.
Pienso que en este punto es posible reconocer, con una certeza a la que ningún adversario podrá oponer algo más fuerte, que existe entre todo lo finito posible un mundo con la mayor excelencia, el bien finito superior, el único que era digo de ser elegido por el ser más alto de todos para, reunido con lo infinito, constituir la mayor suma que puede existir.
Si se me concede lo arriba demostrado, si se está de acuerdo conmigo respecto a que entre todos los mundos posibles existe uno que es necesariamente el más perfecto, entonces no requiero discutir más. No todo desorden de opiniones nos pone en la obligación de refutar esas opiniones escrupulosamente. Si alguien se atreve a afirmar que a la suma Sabiduría lo peor le ha parecido preferible que lo mejor, o que la Bondad suprema se ha dado por satisfecha con un bien inferior y no con el superior -lo cual ciertamente estaba en Su poder-, entonces ya no puedo controlarme. Uno se sirve muy maliciosamente de la filosofía cuando la usa para invertir los principios de la sana razón, y así mismo se le hace muy poco honor cuando se piensa que es necesario emplear sus armas para refutar aquellos esfuerzos.
Aquel al que le pareciera muy dispendioso ocuparse paso por paso con las sutiles preguntas que hasta ahora hemos planteado y solucionado, podría convencerse -aunque con menos erudición, quizá con el mismo juicio conciso surgido de un entendimiento correcto- de la misma verdad de forma más simple. Inferiría de esta manera: el mundo más perfecto de todos es posible ya que es real, y es real porque ha sido creado a través de la más sabia y bondadosa decisión. O bien no puedo hacerme ningún concepto de elección, o bien se elige arbitrariamente; en todo caso, querer por gusto; apetecer y tener por bueno; querer superiormente; conformarse superiormente| y tener por superior, son, en mi opinión, sólo diferencias de palabras. Dios eligió este mundo de entre todos los posibles que conocía precisamente porque lo debió haber considerado el mejor de todos, y ya que Su juicio nunca falla, entonces el mundo es, de hecho, el mejor de todos. Aún si hubiera sido posible que el Ser supremo pudiera elegir -según ese tipo inventado de libertad que algunos han introducido- y preferir lo peor en vez de lo mejor en virtud de no sé qué decisión incondicionada, no obstante no lo habría hecho. Uno puede soñar eso de cualquier divinidad menor de las fábulas, pero al Dios de dioses no le corresponde ninguna obra diferente a las que le son dignas, esto es, una obra que no sea lo mejor de entre todo lo que es posible. Quizá la mayor concordancia con las propiedades divinas haya sido el motivo de la decisión de crear este mundo, sin tener en cuenta sus ventajas intrínsecas particulares. Pues bien, aún en este caso sería cierto que este mundo es más perfecto que todo el resto de mundos posibles. Pues por las consecuencias se puede ver que todo los otros mundos están en menor concordancia con las propiedades de la voluntad de Dios; en Dios todo es realidad y con ésta nada puede estar en mayor armonía que aquello en lo que se encuentra una realidad mayor. Así, la mayor realidad que puede corresponder a un mundo no puede encontrarse en ninguno otro sino en el actual. Por lo demás, quizá es una coerción de la voluntad y una necesidad que anula toda libertad no poder elegir sino aquello que se reconoce clara y correctamente como lo mejor. Ciertamente, si lo contrario de esto es libertad, si lo que hay aquí son dos encrucijadas en un laberinto de dificultades y yo, a riesgo de equivocarme, debo decidirme por una de ellas, entonces no necesito reflexionar mucho. Muchas gracias por esa libertad que condena a la nada eterna lo mejor de entre todo lo que era posible crear, y que permite -contra todos los dictados de la sabiduría- que haya algo malvado. Si he de elegir entre errores, entonces prefiero aquella buena necesidad en la cual uno se encuentra tan bien y de la cual no surge nada distinto a lo mejor. Estoy, por tanto, convencido -y quizá conmigo lo esté una parte de mis lectores- y al mismo tiempo contento de verme como ciudadano de un mundo que no pudo haber sido mejor. Aprecio mi existencia aún más, pues fui elegido por el mejor de todos los seres para ser una parte mínima del más perfecto de todos los esbozos posibles -siendo yo mismo indigno y por el bien del todo-; elegido para ser parte del mejor de los planes. Grito a toda criatura que no se considere a sí misma indigna de ser llamada así: ¡alabados seamos, existimos!, y el Creador se complace en nosotros. Inmensos espacios y eternidades presentan a los ojos del Omnisciente las riquezas de la creación en toda su extensión; yo, sin embargo, desde la perspectiva en la que me encuentro, armado con la comprensión que ha sido concedida a mi débil entendimiento, miraré a mi alrededor, tan lejos como pueda, y siempre reconoceré que la totalidad es la mejor posible, y todo es bueno con arreglo a la totalidad.

* * *

En el próximo medio año expondré, como acostumbro, la lógica según Meier; la metafísica, así como la ética, según Baumgarten; la geografía física según mis propias notas; la matemática pura -con la que apenas comienzo- a una hora y las ciencias mecánicas a otra, pero ambas según Wolff. La división de las horas se dará a conocer por separado. Ya se sabe que llevo a término cada una de estas ciencias en medio año, y que cuando este tiempo no es suficiente, completo el resto en algunas horas del siguiente semestre.


1. El lector interesado en la historia de la Academia de Ciencias y en los pormenores de los concursos realizados por ella puede revisar los artículos de Cornelia Buschmann (Buschmann 1987 y 1989), así como la monumental Historia de la Real Academia Prusiana de Ciencias de Berlín, escrita por Adolf von Harnack en conmemoración de los doscientos años de la fundación de la Academia (Von Harnack 1900).

2. Como es bien sabido, el término “optimismo”, aplicado por primera vez para referirse a la doctrina leibniziana del mejor de los mundos posibles -expuesta en la Teodicea como réplica a las dudas escépticas presentadas por el francés Pierre Bayle en su Diccionario histórico y crítico (1697) acerca de la bondad divina en un mundo lleno de males-, surge del latín “optimum”: “lo mejor”. Comúnmente se cree que Voltaire fue el primero en usar la palabra en 1759, como subtítulo a su perspicaz cuento filosófico Candido, en el que se burla en casi cada página de la idea de Leibniz de que vivimos en el mejor de los mundo posibles. Ciertamente Voltaire fue el primer personaje famoso que usó aquella palabra en el siglo xviii y quizá también el que la popularizó; no fue, sin embargo, su inventor. El término “optimismo” aparece por primera vez, en francés (“optimisme”), en una reseña crítica de la Teodicea escrita por Louis Bertrand Castel y publicada en el magazín de los jesuitas franceses Journal de Trévoux (no. 37), en 1737. En ese mismo año, el filósofo y matemático suizo Jean-Pierre de Crousaz repitió la palabra en un examen del Ensayo sobre el hombre de Alexander Pope. Aquellos primeros usos, como el posterior de Voltaire, fueron burlones. En 1752, el Dictionnaire universel de Trévoux aprueba el término; diez años después, la Academia francesa lo incluye por primera vez en su Dictionnaire. El término es usado por primera vez en inglés (“optimism”) en 1743 por el británico William Warburton, en una respuesta al examen de Crousaz arriba mencionado. Por su parte, los primeros en usar el término en alemán (Optimismus) fueron Lessing y Mendelssohn, en su escrito Pope: ¡un metafísico! de 1755 (del que se hablará más adelante en el texto). Al respecto cf. Fonnesu (1994: 135ss) y Günther (1984: 1239).

3. El más famoso de los ataques dirigidos a la pregunta de la Academia inmediatamente después de su publicación lo constituye el panfleto De optimismi macula, escrito por Johann Christoph Gottsched en 1753; allí se denuncia el supuesto interés de la Academia de debilitar la reputación de la filosofía de Leibniz al proponer la refutación de la proposición de Pope. Cf. Fonnesu (1994: 139) y Lorenz (1997: 167-8).

4. Lorenz (1997: 175-179) ofrece un análisis detallado de los argumentos presentados por Reinhard en el texto premiado; la conclusión de este análisis es elocuente: "En este sentido, el optimismo, para Reinhard, se convierte en una mera cuestión de fe". Es importante destacar que el reproche de determinismo -o, según algunos autores, de "spinozismo"-, contrapuesto a la tesis del voluntarismo teológico nombrado arriba, constituye una de las críticas clásicas al optimismo de Leibniz. Se halla ya en la reseña de la Teodicea publicada en 1737 en el Journal de Trévoux (cf. nota 2), en las obras de los filósofos Christian Thomasius, Johan Franz Budde, y ante todo en las críticas del principal enemigo de la filosofía leibniz-wolffiana durante la primera mitas del siglo XVIII: Christian August Crusius, cuyo argumento, según varios comentaristas actuales, son plagiados por Renhard en el escrito premiado por la Academia berlinesa. Al respecto cf. Fonnesu (1994: 132ss), Hübener (1978) y Lorenz (1997:169ss).

5. Sobre lareacción del Mendelssohn y Lessing a la decisión de la Academia de premiar a Reinhard y sobre el acalorado debate subsiguiente, cf. Buschmann (1987: 785-6 y 1989: 1985ss), Fonnesu (1994: 139-140) y Von Harnack (1900: 311-4).

6. Las notas de Kant en torno a las preguntas de la Academia constituyen las Reflexionen 3703-3705 contenidas en el legado manuscrito (Handschriftlicher Nachlass) kantiano editado por Erich Adickes (en: Kants gesammelte Shriften. Ed. Real Academia Prusiana de Ciencias. Berlín: George Reimer, 1910, vol. XVII). Un estudio cuidadoso de estas Reflexionen de Kant sobre el optimismo lo ofrece Robert Theis (2001).

7. Más sobre la historia y el contenido de las “Observaciones sobre el optimismo” en: Hübener (1978: 226-7) y en la nota introductoria de Paul Menzer al texto alemán de las “Observaciones” (Menzer 1912).

*. La perfección en sentido respectivo es la concordancia de lo múltiple con una regla determinada, sea ésta cual sea. Por ello algunos engaños, algunos robos, son perfectos a su manera. Sólo en sentido absoluto es algo perfecto en la medida en que lo múltiple contenga en sí la razón de una realidad. La cantidad de esta realidad determina el grado de perfección. Y ya que Dios es la realidad superior, este concepto coincidiría con aquel según el cual se diría que algo es perfecto en cuanto concuerda con las propiedades divinas.


Bibliografía secundaria escogida

1. Buschmann, C. (1987). “ Philosophischen Preisfragen und Preisschriften der Berliner Akademie. Ein Beitrag zur Leibniz-Rezeption im 18. Jahrhundert”. En: Deutsche Zeitschrift für Philosophie 7: 779-87.        [ Links ]

2. Buschmann, C. (1989). “Die Philosophischen Preisfragen und Preisschriften der Berliner Akademie der Wissenschaften im 18. Jahrhundert”. En: Förster, W. (ed.), Aufklärung in Berlin. Berlin: Akademie-Verlag: 165-228.        [ Links ]

3. Fonnesu, L (1994). “Der Optimismus und seine Kritiker im Zeitalter der Aufklärung”. En: Studia leibnitiana 26/ 2: 131-62.        [ Links ]

4. Geyer, C.-F. (1982). “Das ‘Jahrhundert der Theodizee’”. En: Kant-Studien 73: 393-405.        [ Links ]

5. Günther, H. (1984). “Optimismus”. En: J. Ritter &  K. Gründer (eds), Historisches Wörterbuch der Philosophie. Basel-Stuttgart: Schwabe & Co., vol. 6: 1239-46.        [ Links ]

6. Heinekamp, A. (ed.) (1968). Beiträge zur Wirkungs- und Rezeptionsgeschichte von G. W. Leibniz. Stuttgart: Franz Steiner.        [ Links ]

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