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Ideas y Valores

versão impressa ISSN 0120-0062

Ideas y Valores v.56 n.134 Bogotá maio/ago. 2007

 

RICHARD RORTY

(1931-2007)

IN MEMORIAM

EDUARDO MENDIETA
STONY BROOK UNIVERSITY
NEW YORK, EEUU
emendieta@notes.cc.sunysb.edu

 


El poeta de la democracia

La primera vez que vi a Richard Rorty fue en New Haven, en un hotel en el centro de la ciudad, en frente de la Universidad de Yale, en 1991 o 1992. Había venido desde Nueva York para una conferencia sobre “Democracia y Diferencia”, en la cual Seyla Benhabib, Jürgen Habermas, Richard Bernstein, Iris Young, Nancy Fraser y muchos otros importantes filósofos también participaban. Pero yo le vi en la mañana en el restaurante del hotel. Estaba solo y parecía haber terminado su desayuno. Un periódico yacía a un lado de la mesa. El escribía con gran concentración. El Prof. Richard Bernstein me lo presentó más tarde, durante una de la recepciones. Volví a ver a “Dick”, como él solía firmar su correo electrónico y como lo llamaban sus amigos personales, en Alemania, a donde había ido para dictar unas conferencias sobre “Libertad Académica”. Yo me presenté de nuevo, y le recordé que nos habíamos conocido en Yale. Durante la década de los noventa me mantuve al día de su trabajo, y ocasionalmente iba a escucharle sus presentaciones o ponencias, cuando participábamos en alguna conferencia. Yo había leído su trabajo como universitario, y todavía conservo la copia de Filosofía y el Espejo de la Naturaleza (1979) que utilicé durante todos esos años. Lo había estudiado igualmente con Bernstein, cuando fui estudiante de postgrado en la Nueva Escuela (New School for Social Research), y además lo había leído para traducir el trabajo que sobre su pensamiento había publicado Enrique Dussel. De hecho escribí sobre Rorty en mi tesis doctoral, y mi posición hacia él era entonces bastante crítica. Compartía la visión de Dussel, quien veía el pensamiento de Rorty como una forma de postmodernismo cínico y amoral. Me aproximaba también a su pensamiento desde la perspectiva de Karl-Otto Apel y Jürgen Habermas. Sin embargo, Rorty publicó en 1998 Achieving our Country, y, en el año siguiente, Filosofía y Esperanza Social. Ambos libros me causaron un gran impacto y me inspiraron nuevas ideas, pero también lograron desorientarme. Entonces no entendía cómo el autor de Ironía, Contingencia y Solidaridad podía ser tan político, tan insistente en su compromiso con la democracia social, y tan intensamente informado por un patriotismo de principios.

Empecé a leer más de su trabajo, lo cual no me fue difícil por tratarse del escritor de filosofía en inglés tal vez más ampliamente reconocido hoy, y esas lecturas configuraron en realidad una de mis experiencias más gratificantes. No se tiene que estar de acuerdo con Rorty para aprender algo importante de sus ensayos elegantes, contagiosos, fáciles, enciclopédicos, sin llegar a ser pedantes. Cuanto más leo su trabajo, más llego a reconocer su singularidad como filósofo “Americano”. Habiendo empezado como un filósofo analítico, descubrió las virtudes del pragmatismo clásico, y luego emprendió un diálogo a través de continentes y tradiciones. Voluntariamente se había exiliado de la filosofía profesional y había tomado una cátedra fuera de la Facultad de Filosofía. Pero fueron sus libros y su forma de filosofar lo que hicieron de él un escritor único. En sus escritos renuncia al oscurantismo auto-gratificante de buena parte de los filósofos profesionales, a la vez que se muestra irreverente con las formaciones canónicas y los reclamos de propiedad de uno u otro estilo de hacer filosofía. Los escritos de Rorty son de una irreverencia refrescante, pero se hallan también empapados por lo que llamaré un respeto democrático y una generosidad hermenéutica. Inclusive cuando critica alguna posición, por lo general asociada con el platonismo, el cartesianismo o el kantismo, sus críticas devastadoras son presentadas en forma respetuosa. Para fines de la década de los noventa yo ya había leído la mayoría de su corpus, y él se había trasladado a la Universidad de Stanford.

La Universidad se halla a una hora en automóvil de San Francisco, y aproveché la oportunidad en muchas ocasiones para asistir a simposios y seminarios en los cuales él participaba. Me presenté de nuevo, y desarrollamos una gran relación profesional. Durante los últimos años de su vida nos mantuvimos en contacto casi semanal, con visitas e interacción personal. A través de estos años llegué a conocerlo como un filósofo de gran generosidad, modesto, abierto, desinteresado y auto-crítico. Como homenaje a su memoria, y como testimonio de su generosidad, me gustaría recordar un par de momentos vividos con él.

Poco después de que Rorty y su familia se hubieran residenciado en Stanford, le invité en dos ocasiones a que ofreciera unas charlas en la Universidad de San Francisco, donde yo enseñaba por esa época. Ambas ocasiones resultaron memorables, y son una muestra de su carácter. En la primera, él tomó el tren y yo le recogí en la estación. Ofreció una presentación espectacular, que ahora se halla publicada bajo el título de “Filosofía analítica y conversacional”, en Filosofía como Política Cultural (2007). Cuando lo invité la primera vez, le dije apenado que sólo podía pagarle un honorario de tres mil dólares. Recuerdo claramente que él me respondió: “¡Oh! No te preocupes. Eso es demasiado dinero, dame sólo quinientos”. Y tuve la impresión de que aquello le pareció también demasiado.

En la segunda oportunidad la invitación fue para un simposio acerca de “La Esperanza y la Utopía” que yo había organizado, y al cual también habían sido invitadas Drucilla Cornell y Katherine Hayles. La inspiración para este simposio provenía de algunos temas tratados por Rorty con respecto a la utopía, los movimientos sociales y la transformación política. Eran los años durante los cuales se hablaba mucho sobre “el agotamiento de las energías utópicas”. Yo quería organizar un diálogo entre tres pensadores de gran estatura, todos los cuales habían escrito creativamente acerca de las utopías sociales. Rorty no tenía un ensayo elaborado. De hecho, escribió el suyo a medida que recibía los de Cornell y Hayles. Hasta el día mismo del encuentro, todavía estaba escribiendo sus comentarios. Así como preparaba los ensayos para ser publicados en The Peace Review, me impresionó cómo tomaba todas las medidas para asegurarse de que su texto quedara como él lo quería. Le hizo muchas revisiones sustantivas, todas con gran premeditación y rapidez.

A través de los años le vi trabajar en muchos textos con la misma diligencia, cuidado, meticulosidad y reflexión. Llegué a ver cómo sus hermosos ensayos eran producto de muchas, pero muchas re-escrituras y revisiones. De esta forma puedo decir que lo que algunos han afirmado sobre él, que escribía sus comentarios en el avión, es totalmente falso. Rorty estaba siempre editando, revisando, re-escribiendo, y estoy seguro que lo hacía porque tenía la intención de que su escritura fuera tan clara, precisa y accesible como fuera posible. Su prosa tan ágil y transparente, y su conocimiento enciclopédico sin pretensiones, disimulaban sin decepcionar una atención a sus futuros lectores. Tuve la oportunidad de ver su estilo de producción literaria otra vez posteriormente, cuando cooperé con él en la edición de un libro de entrevistas. Originalmente le había propuesto a Alejandro Sierra, editor ejecutivo de la editorial española Trotta, publicar una traducción de los textos más recientes de Rorty, que tenían un enfoque político y cultural. Estos textos, afortunadamente, ya habían sido publicados, lo cual Rorty mismo no sabía. Fue entonces cuando recordé que había algunas entrevistas, muchas de ellas recientes y sinópticas, que además hablaban de manera elocuente sobre la dirección política y filosófica de su pensamiento. Hice entonces la contrapropuesta de editar un libro de entrevistas. Tanto Rorty come Alejandro Sierra estuvieron de acuerdo, y fue así, casi accidentalmente, como terminé editando y produciendo ese libro de entrevistas.

Trabajamos juntos en él por casi dos años, entre 2000 y 2002, de modo que nos encontrábamos en medio de una de nuestras entrevista cuando sucedió el atentando del 11 de septiembre. Lo que me causó gran impresión mientras conducía las entrevistas fue la forma en que, de manera explícita y deliberada, se distanciaba de la retórica excesiva e hiperbólica. Las entrevistas constituyen ahora parte del archivo público de su suave pero firme regaño contra algunas de mis formulaciones más histéricas y desmesuradas. Tanto en sus escritos como en su persona, Rorty tenía la habilidad de desarmar las preguntas más eruditas. Él no se dejaba seducir, ni por el rigor filosófico, ni por la prosa despreocupadamente hermética. Nunca dejé de sentirme impresionado e inspirado por su imperturbabilidad y ecuanimidad frente a la ira y la irreverencia grosera de muchos de sus interlocutores. Su encogimiento de hombros físico y metafórico no era, ni un rechazo despreocupado, ni un desdén arrogante, sino, al contrario, la indicación de una actitud pragmática que decía: “decirlo en esa forma no es muy útil. Deberíamos decirlo de otra forma, algo más útil y apropiada”.

Nuestro libro, Cuidar la Libertad: Entrevistas con Richard Rorty 1981-2001 (Madrid: Trotta, 2005), fue un proyecto de esfuerzo común. Él me dio recomendaciones, contribuyó, editó y claramente me dio permiso para editar sus escritos y entrevistas. No puedo dejar de confesar que su confianza me honró profundamente, y me siento orgulloso del tiempo que me dedicó, así como de su paciencia y generosidad para con mis ideas. Cuado le hice llegar mi introducción al libro, la que trabajé con no poca ansiedad, también le envié una nota explicando que había sido escrita para un público internacional, que podía tener pocas ideas sobre sus posturas políticas y culturales, de modo que me había enfocado en su pensamiento moral y político. En esta introducción argüí que Rorty era el pensador “Norte Americano” por excelencia, no sólo porque su trabajo tenia raíces profundas en la literatura norteamericana (desde Emerson y Whitman, hasta Dewey, King, y Howe), sino especialmente porque su trabajo se deleita en una apertura al trabajo de otros, a la vez que continúa siendo celosamente fiel a lo que es propio. Creo que esta combinación de lealtad al pensamiento y cultura “americanos”, con una solicitud hermenéutica simultánea por el pensamiento y la cultura que le son ajenos, hacen sus escritos tan atractivos y sugerentes para otras tradiciones, tal como lo atestiguan las numerosas invitaciones que recibió durante su vida académica.

Sostengo también en esa introducción que, si Rorty no hubiera existido, los “americanos” tendrían que haberlo inventado, particularmente en estas últimas décadas de lo que algunos han llamado la pax americana, y que otros califican como terror imperialista. Rorty ocupa una posición diametralmente opuesta a todo lo que los EEUU se han convertido en la esfera pública mundial: militarista, unipolar, arrogante, beligerante, narcisista y egoísta. Muchos ciudadanos de los Estados Unidos están y deben estar orgullosos de que Rorty sea su embajador cultural y filosófico al mundo. Poco después de que le había enviado mi texto, él me escribió para agradecerme, y dijo: “me elogiaste demasiado [too much]”.

La última vez que lo vi en persona fue cuando lo visité en Stanford en la primavera del 2005. Almorzamos juntos y dialogamos por varias horas. Él me preguntó acerca del trabajo de Immanuel Wallerstein, y yo le dije lo que pensaba, y lo relacioné con el trabajo de Walter Mignolo. Me dijo que lo habían invitado a participar en un simposio sobre Wallerstein, y añadió: “¡no estoy seguro de que pueda aportar algo!” También hablamos acerca de Habermas y el juez Posner, con quien había tenido un debate extendido.

Yo le escribía regularmente, hasta que me enteré, por medio de un colega, de que padecía de cáncer pancreático, la enfermedad que había matado a Jacques Derrida. Guardaba la esperanza de visitarlo en la primavera del 2007, y anhelaba hacerle conocer buenas noticias sobre un libro que yo había recomendado para que fuese publicado por SUNY Press. Se trata de un escrito sobre su pensamiento en diálogo con el Confucianismo (!), que contiene además unas respuestas extensas y muy agudas a sus interlocutores. Es un gran libro, que exhibe de manera ejemplar su generosidad filosófica.

Me enteré de su muerte por Jürgen Habermas, quien me había enviado el obituario que había escrito, el cual tituló muy apropiadamente: “Filósofo, Poeta, Amigo”. En él habla acerca de la naturaleza benévola y su creatividad sorprendente, y subraya su espíritu poético. Comparto plenamente estos sentimientos. En forma fascinante y quizás paradójica, y en oposición a su admonición para que mantengamos lo sublime privado y hagamos de la solidaridad el imperativo categórico en el ámbito público, creo que Rorty será recordado como el poeta que filosofó en el vernáculo americano, en el ágora de una democracia que todavía puede reconquistar su auto-respeto.

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