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Ideas y Valores

versão impressa ISSN 0120-0062

Ideas y Valores v.56 n.134 Bogotá maio/ago. 2007

 

Hernández, A. La teoría ética de Amartya Sen. Bogotá: Siglo del Hombre Editores, Universidad de los Andes, CIDER y CESO, 253 p. (2006).

EDUARDO A. RUEDA
PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA
erueda@javeriana.edu.co

 


Desarrollaré esta reseña en tres fases muy breves. En la primera haré una mínima semblanza del autor alrededor de cuyo pensamiento se ciñe el riguroso libro de Andrés Hernández. En la segunda elaboraré un pequeño cuadro de la estructura temática de la obra. En el último diré algo sobre los beneficios que, a mi juicio, aporta este trabajo a la justa comprensión del pensamiento de Amartya Sen.

I.

Amartya Sen, Bengalí por su origen, hijo de una familia de clase media, testigo presencial de hambrunas y matanzas por motivos religiosos, seguidor juicioso de la poética de Rabindranath Tagore, hace en India su educación media, doctorándose, a fines de los años 50, en Cambridge, Inglaterra, tras decidirse, no por la física ni por el sánscrito, que eran materias que lo apasionaban, sino por la economía. Su interés se orienta desde aquellos años hacia los aspectos teóricos de la elección social, es decir, hacia la indagación de los fundamentos, procedimientos y consecuencias de la determinación del contenido de elecciones colectivas sobre la base de preferencias y valores individuales. La lectura de dos clásicos decide en aquellos años la orientación que con el tiempo irían adquiriendo sus planteamientos: Condorcet y Adam Smith. Mientras la lectura del primero lo empuja a plantearse las relaciones entre decisiones sociales y procesos democráticos, es el segundo el que nutre sus interrogantes por las relaciones entre bienestar y libertad. Tras largos años de trabajo, sus desarrollos teóricos comienzan a encontrar espacios concretos de aplicación. Estos espacios no los proporcionarán únicamente las problemáticas de la pobreza o del hambre, que darán resonancia mundial a sus contribuciones, sino los problemas suscitados por las limitaciones de los instrumentos de medición comparativa del desarrollo, la igualdad y el bienestar. Será su amigo, Mahbub-Ul-Haq, quien lo estimulará, a fines de los años 80, a involucrarse en el desarrollo de un índice simple, “pueril”, según sus propias palabras, que sustituya los limitados indicadores del PIB, la renta per capita y el porcentaje de crecimiento económico, y mejore la base de información necesaria para la planificación democrática del desarrollo. Su participación resultaría, en efecto, crucial para la consolidación de lo que se llamaría a partir de los años 90 índice de desarrollo humano.

Sus contribuciones le hacen merecedor, como es bien sabido, del Premio Nóbel de economía en 1998. “Terminar con la pobreza, la ignorancia, la enfermedad y la desigualdad de oportunidades, es la base de mi trabajo”, afirmará Amartya Sen al recibir el Premio, un propósito que sin duda ha proporcionado a su obra un carácter profundamente humano.

II.

El libro aborda, paso a paso, el complejo pensamiento normativo de Amartya Sen. Avanzando en cuatro etapas principales, Hernández presenta las fuentes, alcances y límites previsibles de un pensamiento que ha sido capaz de penetrar en los temas éticos y económicos más desafiantes. En la primera y segunda etapa, el libro presenta los detalles de la discusión crítica que sostiene Sen con las perspectivas utilitaristas del bienestar y de la igualdad, así como los términos a través de los cuales hace suya la tradición consecuencialista de análisis del bienestar y de la igualdad. La tercera etapa del libro se orienta a presentar la teoría de las capacidades como teoría adecuada del bien humano y social, a la vez que a identificar y discutir las objeciones que desde diversas fuentes se hacen a esta teoría. La etapa final del libro trabaja un esquema de reconciliación y optimización del liberalismo igualitario a partir de una apropiación de las contribuciones de A. Sen.

Tal y como se indica en el libro, Sen se interesa por examinar la base de información sobre la cual los diversos enfoques de evaluación normativa del bienestar y de la igualdad se apoyan para realizar sus juicios particulares. De acuerdo con el punto de vista del Bengalí, ni el enfoque utilitarista y bienestarista, ni el enfoque liberal igualitario toman en cuenta suficiente información para emitir sus juicios evaluativos. El enfoque utilitarista, en efecto, evalúa normativamente actos, situaciones o normas según la utilidad que representen para las personas. La utilidad se entiende en este modelo como equivalente a felicidad, placer o satisfacción de preferencias. Una situación, acción o norma será tanto mejor evaluada cuanto mayor placer, felicidad o satisfacción procure a las personas que resultan afectadas por ella. Para calcular la utilidad colectiva de una determinada práctica, el enfoque utilitarista agrega las magnitudes individuales de satisfacción. Para sancionar la injusticia, compara la utilidad agregada actual con la que podría haberse conseguido bajo otras circunstancias. Sin dejar de reconocer ciertas ventajas al enfoque utilitarista, como la de tomar en cuenta las consecuencias de las acciones sociales y la de prestar atención al bienestar de las personas afectadas, Sen pone en evidencia sus enormes limitaciones. Menciono sólo algunas de las que Hernández relaciona en su libro: 1) no tomar en cuenta las desigualdades en la distribución de la utilidad, ya que realiza sus juicios de valor basándose únicamente en la utilidad agregada; 2) no fijarse en asuntos distintos a la utilidad que parecen fundamentales a la hora de determinar la justicia, como son los derechos; 3) no interesarse, al momento de juzgar el grado de felicidad o infelicidad de las personas, por distinguir entre aquellas personas que se encuentran en desventaja y bajo privación y aquellas que no; y 4) no servir para realizar comparaciones interpersonales, en la medida en que no puede saberse si el disfrute de las personas de una misma cesta de bienes (incluso cuando coinciden las funciones de demanda entre ellas) les reporta en verdad la misma utilidad. Es verdad, como ha escrito el propio Sen, que “el hecho de que coincidan las elecciones no significa necesariamente que coincidan las utilidades”.

La razón por la que no se puede estar seguro de que una misma cesta de bienes genere la misma utilidad a distintas personas es, como Hernández explica en su discusión sobre la importancia del pluralismo valorativo para el pensamiento de Amartya Sen, la diversidad humana. La heterogeneidad humana, física y psíquica; la diversidad de los ambientes naturales, sociales y culturales en los que viven las personas; la posición que ocupan dentro de la familia, son todos ellos factores que modifican la utilidad potencial que una misma cesta de bienes pueda ofrecer a personas diferentes.

Tampoco el enfoque del problema del bienestar y la igualdad en el liberalismo igualitario resulta, para Sen, satisfactorio. El enfoque de Rawls, por ejemplo, se concentra en el examen de los recursos básicos que necesita cualquier persona para proseguir sus fines particulares. Estos recursos son los bienes primarios. Incluyen las libertades básicas, las oportunidades sociales y políticas, la renta y las bases sociales de auto-respeto. Según Rawls, las acciones sociales deberían orientarse a asegurar a todos esta cesta de bienes primarios. Aunque es evidente que este enfoque concede a las libertades su importancia debida como fin y medio del desarrollo, no es menos cierto, como se señala en el libro de Hernández, que en la medida en que los bienes primarios corresponden a una cesta de distintos tipos de recursos generales que ofrecen ventajas personales específicas, no sirven para realizar comparaciones interpersonales adecuadas (de igualdad y bienestar).

La propuesta de evaluación normativa de las acciones sociales, que el propio Sen desarrolla, se orienta, como Hernández muestra, a superar las deficiencias de la base de información sobre la cual estos modelos apoyan sus juicios evaluativos. Para ello Sen se centra “en la vida real que consiguen los individuos”. Se trata, según Hernández aclara, de centrarse en el desarrollo de las capacidades necesarias para elegir la vida que las personas “tienen razones para valorar”. Por “capacidad” Sen entiende la libertad de conseguir diversas combinaciones de funciones valiosas. Cada función puede evaluarse en magnitudes crecientes (o decrecientes). La magnitud de una cierta función, magnitud que expresa un nivel de logro específico, puede concebirse, según Sen, como “un vector”. Distintas combinaciones de vectores conforman diversas capacidades. Las funciones corresponden a logros realizados; las capacidades a oportunidades disponibles. Ambos, logros y oportunidades, suministran una base de información más adecuada para efectuar comparaciones interpersonales. Uno puede comparar magnitudes de logro y/o de oportunidad, bien entre personas, bien en la misma persona en dos momentos distintos.

En su obra, Hernández insiste en el hecho de que, de acuerdo con Sen, los logros y/o las oportunidades que deberían tomarse en cuenta para realizar evaluaciones de igualdad y bienestar, tendrían que decidirse a través de debates públicos democráticos. Esto debe ser así, porque es inevitable que la selección de funciones o capacidades no obedezca a valoraciones que, en el contexto de una sociedad pluralista, sólo pueden gozar de legitimidad si proceden de la deliberación pública.

III.

En una entrevista concedida a Edward Luce poco después de recibir el Nóbel, Sen se quejaba de ser tratado como “la madre Teresa de Calcuta de la economía”. Lamentaba que la mayoría de la gente lo identificase sólo en términos de un economista humanitario, y que incluso en el reconocimiento como Nóbel sus propios colegas hicieran caso omiso a las tres cuartas partes del informe del Comité del premio que se refiere a sus contribuciones en el terreno de la teoría de la elección social. Este tratamiento minimizador es por cierto común entre los partidarios del neoliberalismo económico. Para ellos, fieles a lo que Bernardo Klickberg ha llamado la “teoría del chorreo” (teoría según la cual el crecimiento del PIB salpica la pobreza para reducirla), Amartya Sen es un pensador paternalista, poco realista e, incluso, técnicamente limitado. Sin embargo, Amartya Sen tampoco ha logrado hacerse célebre en las filas de la izquierda. El espíritu ecléctico de sus respuestas no ha podido ser capitalizado por una izquierda que busca ideólogos contra la globalización, contra el mercado, contra el reformismo, contra la privatización, todo a la vez.

Con simpleza y claridad, guiado por un declarado espíritu antisectario, Sen evade, sin embargo, tanto el reduccionismo de sus detractores neoliberales, como el fetichismo de sus adversarios de izquierda. El libro de Hernández contribuye sin duda a combatir la simpleza del discurso neoliberal sobre el desarrollo, a la vez que la de la retórica antiliberal sobre la desigualdad social. Esto es así porque, como bien señala Hernández, Sen rescata, al introducir una nueva dimensión en la valoración de las desigualdades sociales, “la amplitud y profundidad de las mismas”.

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