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Ideas y Valores

Print version ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.56 no.136 Bogotá Jan./Apr. 2008

 

jean ladriÈre (1922-2008)

 

In memoriam

 

JUAN JOSÉ BOTERO*

Universidad Nacional de Colombia * juanjbotero@cable.net.co

 


El 26 de noviembre de 2007, a la edad de 86 años, la vida de Jean Ladrière se extinguió para siempre en Ottignies, Bélgica. Filósofo belga de origen armenio por parte de su madre, su nombre y su reputación hacen evocar inmediatamente al Instituto Superior de Filosofía de la Universidad de Lovaina, del cual fue su presidente por más de nueve años, en la época en la cual la Universidad se escindió en dos instituciones, una francófona y otra flamenca. Se puede afirmar que con su muerte se extingue uno de los universitarios belgas más respetados e influyentes, tanto en el plano intelectual como en el humano y académico.

Jean Ladrière se identificó toda su vida con la Universidad de Lovaina. Después de la Segunda Guerra Mundial adelantó allí sus estudios de matemáticas y de filosofía. Su carrera académica comienza como investigador del FNRS (Fondo Nacional de Investigaciones Científicas), para luego ingresar como profesor al Instituto Superior de Filosofía de la UCL, institución en la que permanecerá durante el resto de su vida. Su formación como matemático y científico, a la vez que como filósofo, lo llevan a publicar en primer término obras consagradas a los fundamentos de la lógica formal y a la epistemología de las matemáticas. Sin embargo, fue ante todo un pensador y un académico de su tiempo, siempre al tanto de las corrientes y propuestas filosóficas que se desarrollaron durante la segunda mitad del siglo veinte, de modo que sus cursos y sus publicaciones rápidamente se extendieron más allá de estos ámbitos. Su obra sobre Las limitaciones internas de los formalismos es un clásico y una consulta obligada para quien quiera comprender el sentido de los sistemas formales y reflexionar sobre ellos.

No es exagerado afirmar que es gracias a sus cursos que la Universidad de Lovaina escucha por primera vez hablar de autores como Ludwig Wittgenstein y Karl Popper, Rudolph Carnap y el Círculo de Viena, Noam Chomsky y Jürgen Habermas, para citar sólo algunos nombres. En los memorables seminarios de los viernes en el Centro de Filosofía de las Ciencias, que él mismo fundó, todos los dominios del pensamiento contemporáneo y de las ciencias encontraron su momento de profundización y de examen crítico, desde la metafísica de Whitehead, la teoría de la evolución, la teoría de las catástrofes y la cibernética, hasta la teoría de la justicia y la filosofía política anglosajona, los avatares del marxismo y la sociología francesa, entre otros temas. Hay que subrayar que Jean Ladrière era un verdadero erudito en temas científicos y de la filosofía de las ciencias, y como tal era respetado en todos los centros académicos del mundo, razón por la cual siempre estuvo actualizado y al tanto de las discusiones sobre estos y otros temas.

Ladrière no fue solamente profesor, investigador y autor. Su nombre también está ligado a numerosas instituciones y proyectos de envergadura nacional e internacional, de todas las cuales se puede decir que fue un pilar fundamental: el Instituto Superior de Filosofía de la Universidad de Lovaina, ya citado, la propia UCL, institución de la cual fue prácticamente un emblema internacional, el grupo Esprit, el CRISP, la Academia Real de Bélgica, así como el importante Institut International de Philosophie, institución bilingüe (inglés/francés) que publica la Revue Internationale de Philosophie, además de otras instituciones propiamente católicas, como la Unión Mundial de Sociedades Católicas de Filosofía, por ejemplo. En todas ellas su presencia fue a la vez modesta y competente, y también en todas ellas dejó la huella de su autoridad moral e intelectual.

En esta ápoca de fanatismos y de turbulencias ligadas en muchos casos a la religión, hay que destacar la figura de este intelectual católico comprometido. Ninguno de sus interlocutores podría afirmar que Jean Ladrière haya tratado de imponerle su fe o sus creencias, o que lo haya despreciado por no compartirlas. Su obra en cuanto filósofo católico, aunque rica e influyente, tiene un sello casi personal. En solo el año de 2004 aparecieron La Foi chrétienne et le destin de la raison, Le temps du possible y L’Espérance de la raison, obras en las cuales explora un tema sobre el cual nunca dejó de reflexionar, el de la relación entre la fe y la razón. La manera como abordaba el asunto es reveladora: “[l]o que está en juego no es una simple confrontación, sino una relación justificable, a la vez pensada y vivenciada, entre la fe y la razón”, afirmaba en una entrevista que concedió a la revista Louvain con ocasión de sus 80 años. También afirmaba allí, más allá de toda la inmensa literatura científica y filosófica por la cual había transcurrido su vida académica, que lo que se encuentra subyacente en la mayoría de sus textos publicados es precisamente esta relación. Este compromiso jamás fue un obstáculo para que Jean Ladrière tuviera fuertes lazos de amistad con una enorme variedad de intelectuales de todas las confesiones, o de ninguna confesión, o para que fuera respetado en el mundo científico e intelectual de los cinco continentes. No es ni siquiera pertinente hablar a propósito de él de “tolerancia” o de “honestidad intelectual”.

Como alumno privilegiado suyo que fui, quisiera mencionar otros rasgos de esta personalidad admirable. Su importancia en el ámbito filosófico y su gran peso intelectual parecían evaporarse en cuanto comenzaba a dialogar con uno. Poseía como pocos ese don maravilloso de saber escuchar con atención genuina, con respeto, con generosidad, a todos sus interlocutores, desde los más modestos a los más fanfarrones, llegando incluso, en muchas ocasiones, a reformular de una manera precisa y diáfana lo que uno torpemente intentaba expresar sin conseguirlo. Al mismo tiempo no dudaba en compartir sus inquietudes y sus entusiasmos, fueran ellos a propósito de un teorema o de una anécdota banal, con quien quisiera escucharlo con atención. Estos rasgos explican en parte el cariño y la admiración con los cuales es recordado por sus millares de alumnos y doctorandos en todo el mundo, a los cuales les consagró millares de horas de conversación, sin escatimar el tiempo que, por lo demás, era claro que nunca le sobraba.

Imposible olvidar aquella figura pequeña, casi enjuta, saliendo del Instituto Superior de Filosofía con un paso que parecía increíblemente ágil, dado el tamaño del maletín que cargaba y que parecía pesar más que él mismo, deteniéndose para brindar un saludo entrañable acompañado de una mirada franca, a veces divertida, siempre inteligente, antes de solicitar permiso para proseguir su camino, como si acabara de tener una experiencia inolvidable.

En la ya citada entrevista con ocasión de sus 80 años, hablando de lo que podría ser un balance de su vida, declaró: “[p]or ahora, miro el tiempo que me queda de vida como el de una tarea que todavía tengo que cumplir. […] Vivir este tiempo de este modo es también una manera de prepararse para la muerte […] Cualquier cosa que haga o que deje de hacer, yo ya sé que jamás podrá haber adecuación entre lo que haya podido hacer y aquello que hubiera debido hacer”.

Nota: Agradezco a Philippe Van Parijs, alumno y amigo de Jean Ladrière, su generosidad para ayudarme con la redacción de estas líneas.

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