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Ideas y Valores

Print version ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.58 no.139 Bogotá Jan./Apr. 2009

 

Guerra, poder y liberalismo: politización en la obra de Michel Foucault

War, Power and Liberalism: the Politicization in the Work of Michel Foucault

Joaquín Fortanet

Universidad de Barcelona - España, joaquinfortanet@yahoo.es


Resumen

Este texto pretende analizar el análisis del liberalismo que Michel Foucault realizó en sus últimos cursos del Collège de France. Tal análisis pasa por una redefinición del concepto de poder, entendido como guerra, y una reflexión sobre los conceptos de seguridad y población, modos a través de los cuales la relación entre guerra, poder y liberalismo nos ofrece un mapa de la actualidad en el que la nueva racionalidad de gobierno puede ser definida como específicamente liberal.

Palabras clave: Foucault, liberalismo, guerra, poder, gobierno.


Abstract

This paper attempts to examine the analysis on liberalism that Michel Foucault developed during his last courses in the Collège de France. This analysis becomes a redefinition of the concept of power, understood as war, and a reflection on the concepts of security and population, by means of which the relation between war, power and liberalism offers a map of the present time, an age when the new rationality of government can be defined as specifically liberal.

Keywords: Foucault, liberalism, war, power, government.


Introducción

Podríamos entender la tarea de Foucault como un intento de volver a pensar políticamente el presente, es decir, como una empresa de problematización de aquellas zonas aparentemente neutras como el sujeto, el saber o la verdad que, habitualmente, permanecen desplazadas de los problemas ético-políticos al uso. En este sentido, es necesario insistir en el sello con el que Foucault mismo tatuó su labor: una ontología histórica de nosotros mismos, un análisis del presente. Si tuviéramos que acudir a una herencia historiográ- fica para acuñar filosóficamente este impulso, la hallaríamos, sin duda, en Kant y en Nietzsche. El gesto foucaultiano es kantiano en el sentido en que propone una crítica del presente, del aquí y del ahora mediante un análisis de las condiciones de posibilidad de la constitución de los objetos culturales en relación con sus límites. Sin embargo, es nietzscheano en impulso y metodología: el análisis es genealógico y ello proporciona una ontología extraña, atada a lo histórico concebido como acontecimiento en lugar de al Ser. Una ontología o análisis del presente que busca los límites para marcar el lugar de nacimiento (no de origen) y transgredirlos. No se trata de hallar las condiciones de posibilidad para marcar los límites necesarios, sino, al contrario, de hallar los límites de la relación moral de uno mismo con su cultura para quebrarlos. En el gesto foucaultiano podemos observar la tarea nietzscheana del derribo de los ídolos, del escándalo de la enculturación, de la llamada a no ser gobernados, a no seguir siendo los sujetos sujetados que somos. En definitiva, una tarea que posibilita pensar la política y la ética críticamente. Precisamente en esta tarea crítica marcada por la ontología, la crítica y la historia genealógica, el análisis de la forma guerra resulta crucial para pensar políticamente el presente. Los trabajos de Foucault, que basculan desde el análisis de la experiencia del lenguaje hasta la problemática de las ciencias humanas, cobran un sesgo eminentemente político en el momento en que su obra se abre a las consideraciones nietzscheanas de la genealogía e, inmediatamente, el concepto de poder pasa a dominar sus análisis sociales. Si el poder político, tradicionalmente, se había fundamentado en la legitimidad, sea tradicional, carismática o racional, Foucault se encarga de desligarlo de toda fundamentación y presentarlo de modo crudo, nietzscheano y nominalista: como una imposición, como el resultado de una batalla perdida, como una guerra continuada por otros medios.

1. Escuchar la batalla

Podemos situar la problemática de la guerra, el interés foucaultiano por la forma discursiva guerra, en el momento en el que Foucault se plantea las cuestiones del poder de forma explícita, separándolas del modelo de la represión. Es en Vigilar y Castigar donde podemos encontrar, ya perfectamente planteada, la concepción de un poder derivado del método genealógico. Sin embargo, será el curso de 1975, Hay que defender la sociedad, el que trate de manera exclusiva las relaciones entre poder y guerra, mostrando de qué modo el pensamiento de Foucault deja de lado un concepto económico, represivo y jurídico del poder, para abrazar el modelo nietzscheano de la guerra. Lo primero a lo que debemos atender es al hecho de que no existe en Foucault un análisis histórico del concepto de la guerra (cf. Gros 2005), sino que en su obra se nos presenta un análisis del modelo discursivo de la guerra que asume la caída de los grandes relatos legitimadores, convirtiéndose, así, en modelo explicativo del funcionamiento del poder político. Es decir, para Foucault la solidez de la guerra viene del hecho de que funciona como una hipótesis explicativa del modo en que se ejercita el poder político, alternativa a las hipótesis represiva, ideológica, económica y jurídica, inscribiéndose en un intento de dar cuenta de ciertos ejercicios y consecuencias del poder —como la normalización del sujeto— que no eran atendidos desde otras perspectivas.

El Poder es la guerra, es la guerra continuada por otros medios. Y, en ese momento, se invierte la proposición de Clausewitz, y diríamos que la política es la guerra continuada por otros medios. (Defert 16)

Las consecuencias de esta inversión de la máxima de Clausewitz nos llevan a la consideración de que las relaciones de poder han sido establecidas, en un momento histórico dado, por relaciones de fuerza bajo el prisma de la guerra. Si bien, tradicionalmente, el poder político sería el encargado de detener la guerra y lograr la paz, incluso en ese caso lo que se produciría es la inscripción de los efectos de poder de la guerra en el seno de la sociedad, en las instituciones, en las desigualdades económicas, en el lenguaje y en los cuerpos.

El Poder político, en esta hipótesis, tendría como objetivo reinscribir perpetuamente esta relación de fuerza, por medio de una suerte de guerra silenciosa, e inscribirla en las instituciones, en las desigualdades económicas, en el lenguaje, hasta en los cuerpos de unos y otros. Este sería pues el primer sentido de la inversión del aforismo de Clausewitz: la política es la continuación de la guerra por otros medios; es decir, la política es la sanción y la reconducción del desequilibrio de fuerzas manifestado en la guerra. Y la inversión de esta proposición querría decir también otra cosa: en el interior de esta paz civil, las luchas políticas, los enfrentamientos a propósito del poder, con el poder, por el poder, las modificaciones de las relaciones de fuerzas [...] todo eso, en un sistema político, sólo debería ser interpretado como continuaciones de la guerra. Y debería descifrarse como episodios, fragmentaciones, desplazamientos de la guerra misma. No se escribirá más que la historia de esta misma guerra, incluso cuando se escriba la historia de la paz y de sus instituciones. (Foucault 1997 16)

La violencia de la guerra sería traducida, silenciosamente, en violencia social, en violencia de la paz y la política; en tanto continuación de la guerra por otros medios, mantendría, silenciosamente, la violencia de la guerra encarnada ahora en la paz social. La paz, pues, nos sería dada como una suerte de guerra silenciosa. De tal modo que, a la hora de escribir la historia, aunque sea la historia de la misma paz o de la sociedad, no podríamos hacer otra cosa que escribir la historia de la guerra, de los enfrentamientos, los desplazamientos, las victorias y derrotas. La historia, pues, no sería otra cosa que historia de los vencidos, y la política, pese a ser la única alternativa a la guerra, no dejaría de ser, en el límite, otro modo de ejercerla, un modo de defender la victoria de los vencedores y reproducir la derrota de los vencidos. Vemos así que el tradicional axioma por el cual el poder político se encargaría de defender la sociedad entra en crisis bajo esta hipótesis (cf. Chevallier 34). En lugar de defender la sociedad, el poder político se defiende contra los otros, defiende su dominación contra la rebelión, defiende sus privilegios, su victoria, su conquista del poder. Sumidos en esta perspectiva, la llamada de Foucault es clara. Es necesario hacer genealogía, es necesario decir la actualidad del presente buceando en esas luchas, prestándoles oído. Contra el imperativo "hay que defender la sociedad", se levanta otro de inspiración nietzscheana: "atender al estruendo de la batalla".

2. La disciplina

El modelo de este nuevo poder concebido bajo el prisma de la guerra sustituye al clásico poder fundado sobre la figura del soberano. Este nuevo poder es formulado por Foucault como modelo disciplinario. Si el antiguo poder soberano se caracterizaba por el gasto del poder, por su visible ostentación, por la necesidad de fundar una unidad de poder aplicable al todo social, el nuevo poder disciplinario poseerá dos características inéditas: no es jurídico y presupone la máxima efectividad del ejercicio del poder. Se encarga de formar individuos y no de dominarlos. Su modelo es el panóptico, su principal efecto, la normalización, que no deriva de ninguna ley, sino que crea una norma a partir del principio de comparación establecido en el juego normalizador de las instituciones y dispositivos penitenciarios, médicos y psiquiátricos que forman el mecanismo del poder disciplinario (Ewald 43). Con ello es posible afirmar que la normalización de la mecánica disciplinaria no obedece a los códigos del derecho, sino a un saber propio, no jurídico: las ciencias humanas. Las disciplinas, tal y como lo evidencia, para Foucault, el desarrollo del saber médico (jurisprudencia de esta mecánica disciplinaria), poseen un código propio, un saber propio, que choca frontalmente, una vez desarrollado, con el saber tradicional del derecho y la soberanía. No se trata de ejercer más poder, de dominar, de lograr un todo social sobre un territorio, sino de ejercer mejor el poder, de formar individuos, de normalizar mediante la red de técnicas y saberes al grupo de individuos creando sociedad. Se observa toda una nueva red de saberes que corresponde a las ciencias humanas. La nueva teoría de la disciplina se llama sociología, medicina, antropología: teorías forjadas en íntima conexión con las prácticas disciplinarias. Así, Foucault, amparándose en la hipótesis de la guerra, establece un nuevo tipo de poder llamado disciplinario que correspondería a ese ejercicio mediante el cual la guerra se perpetúa en la paz convirtiéndose en cifra de la misma. Un poder que se encarga de formar sujetos dóciles y útiles mediante las disciplinas, y que tiene en la normalización lograda por la homogeneización institucional la herramienta encargada de excluir, desacreditar, encerrar, silenciar y deslegitimar a todo individuo o discurso que entre en conflicto con los vencedores, reproduciendo la guerra no en campo abierto, sino en los intersticios de las instituciones, los espacios, los saberes, los horarios y los cuerpos.

3. Hacer vivir, dejar morir

Este poder llamado disciplinario se ejerció a partir del siglo XVII, pudiéndose localizar su nacimiento histórico en la aparición de los Hospitales Generales. Sin embargo, la evolución del poder político llevó a Foucault a reconsiderar la concepción de un poder basado casi exclusivamente en las disciplinas. La constatación de la aparición de nuevos fenómenos relacionados con el concepto de población, sobre todo a partir del siglo XVIII, provocarán que Foucault reconsidere el alcance y las estrategias de las relaciones de poder, si bien mantendrá todavía el modelo de la guerra como hipótesis genealógica y explicativa de su funcionamiento. Este nuevo poder que se ocupa de la vida, de la población, de la especie, es llamado biopoder, y no supone tanto una ruptura con el anterior modelo disciplinario, como una consecuencia producida por llevar al límite el modelo de la guerra. Si la guerra clásica se caracterizaba por hacer morir y dejar vivir, la nueva guerra que aparecerá bajo el modelo del biopoder se caracterizará por hacer vivir y dejar morir. Se trata de la producción de la misma vida. A este biopoder le corresponde una biopolítica que, mediante los mecanismos de control, intervendrá a un sujeto a quien ya no sólo se le requerirá ser útil y dominado, sino ser productivo al nivel de la especie. Se trata de un paso de una concepción negativa del poder (locura, prisión) a una eminentemente productiva: es el poder el que produce, el que hace vivir de determinado modo, el que deja morir, pues la muerte ya no es objeto de poder como lo era en anteriores épocas: es la vida misma el centro neurálgico de la batalla. La guerra se ha extendido hasta lo más íntimo de uno mismo. El uno mismo es el resultado de una batalla perdida. La guerra produce la vida, la asegura, la mantiene, garantiza la supervivencia de la especie. Una dominación total que apenas cuenta con un par contrario que permita limitarla, criticarla o incluso definirla. En las sociedades de control, parece decirnos Foucault, la vida es la reproducción de la victoria de los vencedores, el resultado perdido en la batalla por nosotros mismos. Sumidos en el escenario del biopoder, el único posible reproche o crítica al biopoder es necesariamente la opción por la no intervención. Frente a la intervención del poder en la vida misma, la resistencia a dicha intervención pasará por reclamar una menor intervención de los poderes, las instituciones, los medios de control. Dejar hacer a la vida, al cuerpo, dejar que la especie se desarrolle autónomamente, sin imposición alguna que no sea natural; éstas son las consecuencias lógicas de la oposición a un biopoder convertido en trascendental. Sin embargo, Foucault se percata de que la llamada a la no intervención posee demasiadas similitudes con el liberalismo, sistema político que, a finales de los setenta, está viviendo sus mejores momentos en Estados Unidos e imponiéndose globalmente. El modelo de la guerra, llevado a su extremo lógico, nos lleva a una crítica de la guerra que se identifica en su estrategia con las máximas de un liberalismo que para Foucault, paradójicamente, representaba la culminación de ese biopoder. De ahí la contradicción que se da en la reflexión foucaultiana: "estaría tentado de ver en el liberalismo una forma de reflexión crítica sobre la práctica gubernamental" (Foucault 1996 820). Foucault, en los años inmediatamente posteriores a su curso Hay que defender la sociedad, se vio abocado a una decisión de la cual dependería el resto de su obra y su trayectoria política: o bien asumir el modelo de la guerra hasta el final y constatar que el liberalismo es una alternativa a un biopoder que lleva a la guerra total, o bien constatar que el modelo de la guerra no da cuenta de los mecanismos por los cuales somos gobernados, pues parte esencial de ese gobierno es llevado a cabo por un sistema político-económico llamado liberalismo. La decisión final será esta última opción, es decir, un abandono parcial del modelo de la guerra y un cambio en el modo de concebir el poder mediante una nueva atención a las raíces económicas de las relaciones de poder.

4. Laissez-faire

Es en esta problemática en la que se ofrece una explicación al hecho de que Foucault no volviera a plantear el concepto de biopoder y, en cambio, dedicara su curso en el Collège de 1978, en principio llamado Naissance de la biopolitique, al estudio de la forma de gobierno llamada liberalismo. De algún modo, se abría camino la evidencia de que la forma guerra, por sí sola, no podía dar cuenta de los procesos a los que, a partir de ahora, Foucault llamará gobierno. Procesos tales como la gestión de la población, la inclusión de la libertad en la racionalidad política, o los mecanismos a través de los cuales el gobierno asegura a su población, no pueden ser leídos, ni desde el paradigma estricto del poder, ni desde el biopoder. Por ello Foucault propone un cambio de análisis: en lugar de analizar el ejercicio del poder, pasa a analizar el modo en que se gobierna a los hombres. Se sustituye el modelo guerra bajo el que se destilaban las relaciones de poder sobre los individuos, por el análisis de las prácticas de gobierno, prácticas que se ejercerán sin regulación del exterior (laissez-faire) bajo el abrigo de un nuevo saber (economía política), con un objetivo (seguridad) y una superficie de inscripción (sociedad civil). Podemos describir el análisis foucaultiano a partir de cuatro grandes desarrollos: el primero, el carácter autorregulativo del liberalismo; el segundo, el carácter productor de realidad; el tercero, la seguridad; y el cuarto, la inserción de todo ello en la sociedad civil bajo el modelo del homo economicus.

4.1. Carácter autorregulativo

Las prácticas de gobierno que se dan en el liberalismo no poseen una limitación exterior, sino que es el propio gobierno el que se autolimita teniendo como criterio la propia acción de gobierno, sus técnicas y sus procedimientos. La autolimitación se traduce en la máxima liberal: siempre se gobierna demasiado. El instrumento teórico que permite una autolimitación del gobierno de este tipo, el saber que da cuerpo a toda una serie de prácticas de gobierno autorreguladas es, como hemos apuntado ya, la economía política: "[l] a economía política va a habitar en el interior mismo de esta razón gubernamental que los siglos XVI y XVII habían definido, y no va a ser exterior como las limitaciones anteriores procedentes del derecho" (Foucault 2004 16). La racionalidad política del liberalismo es un modo de racionalidad que no admite nada exterior a él mismo. Este saber, en tanto es designado como economía política, obtiene su primer principio del hecho de que el sistema económico debe ser limitado por sus propios principios, por la propia naturaleza de los comportamientos económicos. Hablamos del famoso laissez-faire liberal. El saber económico no se interroga sobre el hecho de que las prácticas gubernamentales sean legítimas o no, sino que se interroga sobre los efectos de los actos de gobierno: qué ocurre cuando se suben los impuestos, qué efectos se producen, y nunca si es legítima dicha subida.

4.2. Carácter productor de realidad

La economía política tiende a atribuir sus acciones a procesos naturales y espontáneos, surgidos del fluir de las cosas, para pasar a considerar leyes naturales sus principios, con lo que el liberalismo entenderá su acción de gobierno como natural. De ahí las llamadas a la no intervención: no intervenir significa precisamente dejar hacer los procesos aparentemente naturales del mercado. Esta concepción de naturalidad del mercado podría ser llamada falacia liberal, falacia que tendrá como consecuencia la producción, en el neoliberalismo, de una suerte de naturaleza de segundo grado, de una realidad producida por el gobierno liberal. Y para la producción de dicha realidad se precisa la intervención de las instituciones y el estado. Al contrario que el liberalismo clásico, el neoliberalismo requiere la puesta en juego de la intervención supeditada a las reglas del mercado. La realidad, con esto, no es otra cosa que la racionalidad política del gobierno.

4.3. Seguridad

Las prácticas de gobierno del liberalismo, fundadas en la economía política como saber privilegiado y sobre el principio de naturalidad de la acción política, responden al modelo de la seguridad. Seguridad del individuo, seguridad de un territorio, de una población, y de circulación. La seguridad, para Foucault, es la función esencial del gobierno liberal. Posee como función la de integrar cada uno de los elementos de lo posible en el espacio contingente de la sociedad. Las prácticas del liberalismo, pues, están destinadas a integrar lo posible en un cuerpo social móvil, cambiante y contingente que evite el peligro social mediante el cálculo del riesgo de cada libertad. El liberalismo calcula el coste de cada libertad en términos de seguridad, y realiza, a partir de dicho cálculo, intervenciones sobre la realidad de carácter quirúrgico bajo el modelo de la epidemia. Frente a la epidemia o la plaga, el poder va a intervenir sobre la realidad inoculando un virus preventivo a modo de vacuna: frente a la hambruna, la intervención del nuevo gobierno liberal será la de inocular el hambre a un pequeño grupo de población mediante la no intervención en los precios del grano para así garantizar la seguridad del resto.

4.4. Producción de sociedad

Para Foucault, el neoliberalismo de la Escuela de Chicago no es tan sólo una teoría política, sino "toda una manera de ser y pensar, un tipo de relación entre gobernantes y gobernados" (Foucault 2004 224), una realidad. Esa realidad de segundo grado, producida por las prácticas de gobierno del liberalismo, es la integración social bajo el modelo del homo economicus. El homo economicus, surgido a partir de de la teoría del capital humano, consiste en concebir al hombre como parte del proceso económico del capital. La consideración del capital humano como realidad cuantitativa y económica supone toda una suerte de políticas culturales, sociales y educacionales orientadas a enriquecer el capital humano con todos los dominios del hombre:

Se trata de multiplicar el modelo económico de la oferta y la demanda, el modelo innovación-coste-provecho para hacer de ello un modelo de relaciones sociales, un modelo de la existencia misma, una forma de relación del individuo consigo mismo, con el tiempo, con su entorno, con el futuro, con la familia. (Foucault 2004 247)

Se supondrá que los fenómenos sociales tan sólo son inteligibles si siguen la lógica natural del mercado. De lo contrario serán excluidos, descalificados y privados de todo sentido. Si seguimos el análisis foucaultiano, nos encontramos ante una racionalidad que no sólo crea libertad basándose en la seguridad, sino que también produce realidad. Y excluye aquellos espacios oscuros que no pertenecen a la región del homo economicus, quien va a constituirse en el referente de inteligibilidad humano y en el encargado de constituir sociedad, relegando fuera de ella todos los aspectos de lo humano que no se atengan al cómputo económico.

5. Entre guerra y liberalismo

Una vez recorrido el despliegue foucaultiano de los conceptos de poder, guerra, biopoder y liberalismo, podemos deducir algunas consideraciones que se desprenden de estos análisis. En primer lugar, parece evidente que la guerra, en sentido militar, ha cambiado, que los modelos anteriores bajo los que se desarrollaba la forma de la guerra hoy en día se nos aparecen como caducos e incapaces de dar una explicación de los conflictos armados que acontecen. Es aquí dónde el modo en que Foucault incorpora el tema de la seguridad y la intervención se nos muestra más efectivo en el análisis. Conflictos armados como los de Irak o Afganistán no siguen el patrón del poder disciplinario, sino que se nos revelan como estrategias globales de seguridad. La guerra y la paz han dado paso a la intervención y la seguridad. La seguridad, como racionalidad liberal, reemplaza a la guerra reconfigurando el lugar clásico de las violencias. Guerra y paz desaparecen, y los términos intervención y seguridad se destacan como instancias explicativas que gestionan los modos de violencia en las sociedades globales y liberales.

La intervención tiene por función aumentar el estado de seguridad general del mundo [...] Si la guerra defendía una Patria, un Pueblo, una Ideología, la seguridad sólo protege a los individuos vivientes [...] El atentado terrorista, el arma química, son una parte de los peligros que atentan contra el ser viviente, pero que pertenecen, al fin y al cabo, al mismo tejido que las enfermedades y epidemias [...] La guerra como conflicto armado, público y justo, se borra lentamente, con sus mentiras y noblezas, sus atrocidades y bondades. El advenimiento de los estados de violencia, regulados por procesos de seguridad que prometen reducir los riesgos, se abre ante nosotros. (Gros 240)

De este modo, a la hora de analizar las nuevas violencias que desencadena el sistema neoliberal, debemos atender a estos nuevos modelos de la seguridad y la intervención, que reducen los conflictos a cálculos económicos según el modelo médico de la epidemia. Sin embargo, no toda la realidad puede ser comprendida según el modelo de la seguridad y la intervención. Hay violencias que responden a otros modos de poder. De hecho, parece evidente que en nuestras sociedades conviven diversos tipos de poder bajo diferentes racionalidades. El prisma de análisis debe ser mutable, en el sentido de que la realidad no se deja reducir a una instancia explicativa y trascendental que pudiera dar cuenta tanto de nuestra sexualidad como de las guerras preventivas. El poder del soberano, ejemplificado en las muestras más brutales de la violencia de Estado, nos recuerda el poder de matar; el poder disciplinario se nos muestra en las prácticas y saberes mediante los que nos constituimos como sujetos normales, cuerdos, legales; el biopoder se nos aparece cuando somos tomados como sujetos de población, sometidos a procesos estadísticos; el poder liberal lo encontramos cuando nos constituimos en homo economicus, formando parte del capital humano, garantizándose nuestra seguridad en tanto sujetos vivientes. Sin embargo, la irrupción del gobierno liberal puede llevarnos a pensar que la política ha sufrido una transformación similar a la de la guerra. Al menos, debemos tener en cuenta los cambios de la guerra a la hora de pensar una política bajo la inversión de la cláusula de Clausewitz. Si términos como guerra y paz han dejado de marcar el umbral de la reflexión en las sociedades globales, hemos de considerar la posibilidad de que la guerra ya no sea la continuación de la política. De hecho, desaparecida la guerra, quizás haya desaparecido la política como construcción justa de la sociedad civil, y nos encontremos en la perspectiva de una política que es continuación de la seguridad. Decía Foucault que "el fin de lo político, será la última batalla, y esta última batalla suspenderá el ejercicio del poder como guerra" (Foucault 1997 17). La desaparición del horizonte de la guerra apunta en la misma dirección que la disolución de la política en prácticas de seguridad. Si la guerra desaparece, borrada como un rostro de arena, entonces nos encontramos en el umbral de un cambio, de una reconfiguración inédita de las formas clásicas de guerra y de paz. Enfrentados a la tarea de pensar este cambio, es necesario continuar la tarea crítica, desvelar las violencias de estas reconfiguraciones que se anclan en los nudos teóricos del liberalismo a través de un análisis mutable de la complejidad de lo real, reclamar una politización que no pasa por los canales usuales de lo político, sino que busca en la región de la ética —de la experiencia— nuevos modos de gobernarse a sí mismo que, pese al gobierno de los otros y el peso de los saberes, posibiliten un espacio en donde sea plausible, todavía, marcar ciertas zonas de resistencia, de alternativa crítica.

Bibliografía

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